domingo, 17 de abril de 2016

BREVE HISTORIA DE FRANCIA PARA PRINCIPIANTES Y OCIOSOS. DESDE LOS REYES CAROLINGIOS HASTA LOS PRIMEROS AÑOS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Estamos al final de la época de los reyes Merovingios. En la Corte, más que el rey, impera la figura del mayordomo de palacio, quien es en realidad el que gobierna la frágil unión de Austrasia y Neustria. Encontramos aquí a Pipino de Heristall, primer mayordomo de palacio que ostenta el poder, ya que los últimos reyes merovingios se distinguían por su apatía y poca inteligencia (siglo VII). Pipino de Heristall es famoso por ser el padre del celebérrimo Carlos Martell, el triunfador de Poitiers. En efecto, Carlos Martell, mayordomo de palacio, derrota a los árabes de Muza en la batalla de Poitiers, al sur de Francia, y detiene con ello la invasión agarena que había comenzado por el Reino Visigodo de España, y que de haber triunfado hubiera cambiado por completo la historia del mundo entero.

Pipino el Breve

A Carlos Martell le sucede su hijo Pipino el Breve, llamado así por su corta estatura (no llegaba al 1.50 m de estatura). Pipino el Breve es conocido como el fundador de la dinastía carolingia, aunque en realidad el sólo era, al igual que sus antecesores, mayordomo de palacio. A él le sucede su hijo Carlomagno, primer rey carolingio de Francia. Carlomagno pretendió crear de nuevo el Imperio Romano, por lo que se lanzó a la conquista de Italia, ocupada por los lombardos, y de Alemania, ocupada por los sajones. Asimismo, recuperó la zona del sur de Francia ocupada por los árabes del califato de Córdoba. Carlomagno es coronado Emperador por el Papa en el año 800. Él fue también el creador de los Estados Pontificios, al cederle al Papa una parte del territorio conquistado al Reino de los Lombardos. Se trata sin duda de uno de los reyes más famosos de Francia.


Carlomagno muere en el año 814 y le sucede su hijo Luis I el Piadoso. Con él, el Imperio comenzó su decadencia, ya que era un rey de naturaleza débil. A su muerte (840) el Imperio se divide entre sus tres hijos: Francia para Carlos el Calvo, Alemania para Luis el Alemán y la Lotaringia (Italia, Suiza, y la parte central que divide Alemania de Francia), para el mayor de los tres: Lotario. Al morir Lotario, su reino de repartió entre sus hermanos.

Vinieron a continuación en Francia una serie de reyes bastante patéticos: Luis II el Tartamudo (877-879), Luis III (879-882), Carlomán (879-884), Carlos el Gordo (885-887), Eudes (887-898), Carlos III el Simple (898-923), Raoul (922-923), Roberto I de Borgoña (923-936), Luis IV de Ultramar (936-954), Lotario (954-986) y Luis V el Perezoso (986-987). En este período cabe destacar a Carlos III el Simple, a quien los vikingos obligaron a cederles las tierras de lo que sería el ducado de Normandía. A la muerte del último carolingio a mediados del siglo X, se apoderó del trono Hugo Capeto, conde de París, quien en su juventud había sido carnicero en esa misma ciudad. Con él inicia la dinastía más famosa de Francia, la de los Capetos.


A Hugo Capeto le sucedió su hijo Felipe I quien a su vez se lo heredó a Roberto II el Fuerte. A continuación llegó Enrique I y luego Luis VI el Gordo. Todos ellos fueron reyes de muy escasa relevancia. Al morir este último, subió al trono Luis VII el Joven o el Piadoso, quien casó en primeras nupcias con una de las mujeres más increíbles de la historia, Leonor de Aquitania, heredera de una de las provincias más grandes de Francia. Debido a la enorme diferencia de caracteres (Leonor tenía un carácter muy fuerte) y a la ausencia de herederos varones, decidieron divorciarse. Leonor casó entonces con Enrique Plantagenet, en aquella época pretendiente al trono de Inglaterra. Además, Leonor ya había sido amante de su padre, Godofredo Plantagenet. De ésta manera, al subir Enrique al trono de Inglaterra, más de la mitad de Francia pasó a su poder. En efecto, Enrique era, además de rey de Inglaterra, duque de Normandía, duque de Aquitania, conde de Poitou, de Maine, La Marche y Anjou.

Leonor de Aquitania

Por su parte, Luis VII casó con Blanca de Castilla. Al morir, le sucedió su hijo Felipe II Augusto. Felipe, gran amigo de Ricardo I Corazón de León, rey de Inglaterra, acompañó a éste en la III Cruzada.

De regreso en Francia, tras el fracaso en la Cruzada, muere Ricardo al intentar tomar un castillo de un súbdito rebelde. Le sucede su hermano Juan sin Tierra, un auténtico incompetente, y entonces Felipe se lanza a la reconquista de todos los territorios franceses que se encontraban en poder de Inglaterra. Así, conquista Aquitania, Poitou, Maine, Anjou, La Marche y Normandía, dejando en poder de Inglaterra únicamente una pequeña parte de Normandía.

A Felipe II Augusto le sucede su hijo Luis VIII, quien reinaría pocos años, siendo sustituido por su hijo Luis IX, mejor conocido como San Luis Rey de Francia. Este rey, lleno de fervor religioso, se lanzó a la conquista de la Tierra Santa en las que serían las dos últimas Cruzadas. Murió en Túnez, víctima de la tifoidea, durante la última de éstas.

Entonces subió al trono su hijo, Felipe III el Atrevido, quien se dedicó a reorganizar el reino y comenzó, poco a poco, a recuperar el poder real puesto en manos de los nobles. A éste siguió su hijo Felipe IV el Hermoso, mejor conocido como el primero de los Reyes Malditos. Felipe IV logró quitarle a los nobles casi todo su poder, concentrando éste en manos del rey, convirtiendo así a Francia en la primera de las naciones modernas. Se le llamó el Rey Maldito debido a lo siguiente:


Decidido a terminar con la orden religiosa-militar de los Caballeros Templarios, que habían adquirido una gran riqueza y un enorme poder que representaba un peligro para la autoridad real, se alió con el Papa Clemente IV y, una vez excomulgados los Templarios por el Papa, se inició su persecución. Por último, cayó en su poder el último Gran Maestre de los Templarios, Jacques de Molay. Condenado a muerte, fue quemado en la Plaza del Louvre junto con el Comendador de Normandía y el de Aquitania. Estando en la hoguera, de acuerdo con la tradición, Jacques de Molay lanzó la siguiente maldición: “Papa Clemente, rey Felipe, caballero Guillermo (refiriéndose a Guillermo de Nogaret, fiscal real en la causa de los Templarios), por la iniquidad que cometéis, yo os juro ante Dios Todopoderoso que antes de un año, compareceréis ante El para rendir cuentas de este crimen. Rey Felipe, yo te maldigo a ti y a tus sucesores. Con tus hijos terminará tu dinastía maldita”.

En efecto, antes de un año, murieron el Papa, el Rey y el caballero. Felipe tuvo cuatro hijos, Luis, Isabel, Felipe y Carlos. Isabel casó con Eduardo II de Inglaterra y fue madre de Eduardo III. Al morir Felipe, subió Luis X el Turbulento, quien casó con Constanza de Baviera. Estando embarazada la reina, Luis X murió, presuntamente envenenado por la condesa Mahault de Artois, quien pretendía el trono para su hija menor Blanca, casada con Carlos, hijo menor de Felipe IV. Constanza dio a luz un varón, bautizado como Juan I el Póstumo. El niño, durante su bautizo, fue envenenado por la condesa Mahault, nombrada madrina del infante.

El trono quedó en manos del segundo de los hijos de Felipe, Felipe V el Largo. A los pocos años murió sin descendencia y le sucedió su hermano menor, Carlos IV el Hermoso. Al morir éste sin hijos, terminó la dinastía de los Capetos, cumpliéndose así la maldición del Gran Maestre de los Templarios, Jacques de Molay..

Subió entonces al trono Felipe VI de la dinastía de los Valois (siglo XIV), hijo de Enrique de Valois, hermano de Felipe IV el Hermoso. Tras un reinado gris, Felipe fue sustituido por su hijo Juan II el Bueno. Durante su reinado, se produjo la mayoría de edad de Eduardo III de Inglaterra, y éste decidió reclamar sus derechos al trono de los Luises, como nieto que era de Felipe IV, hijo de su única hija Isabel. Eduardo III invadió Francia y derrotó a los franceses en la memorable Batalla de Crécy. Después de rondar por tierras francesas sin conseguir un éxito palpable, decidió regresar a Inglaterra, dando por terminada la campaña. Sin embargo, en Francia quedó alguna tropa encargada de hostilizar a los franceses. Años después, Eduardo mandó una nueva expedición al mando de su hijo primogénito Eduardo, el Príncipe Negro, quien logró derrotar a los franceses en la batalla de Poitiers. En esta batalla cayó prisionero Juan II, rey de Francia. Enviado a Inglaterra, se negoció su libertad a cambio de la promesa formal de nombrar a Eduardo III o su heredero, rey de Francia a la muerte de Juan.

Sin embargo, muerto el Príncipe Negro en plena juventud, al morir Eduardo III le sucedió su nieto, Ricardo II de Burdeos, quien era menor de edad. Esto motivó problemas internos en Inglaterra por la regencia, por lo que al morir Juan II, Inglaterra no estaba en condiciones de exigir lo pactado.

A Juan II le sucedió Carlos V el Sabio, y a éste, Carlos VI el Loco, casado con Isabel de Orleáns. Durante su reinado, subió al trono de Inglaterra Enrique V de Monmouth, de la casa de Lancaster, hijo de Enrique IV de Bolingbroke, primo y sucesor de Ricardo II de Burdeos. Enrique V decidió reclamar de nuevo sus derechos al trono de Francia, y para ello, invadió este país (siglo XV). Enrique derrotó a los franceses en la célebre batalla de Azincourt, y, después de conquistar París, firmó un acuerdo con Carlos VI, por el cual Enrique V se casaría con Margarita de Francia, hija de Carlos VI, y el hijo de ambos heredaría las dos coronas de Francia e Inglaterra, excluyendo así al delfín Carlos, hijo primogénito del rey de Francia.

Carlos VI el Loco

Al estar por nacer el hijo de Enrique y Margarita, éste tuvo que salir a Francia, ya que el rey no había respetado lo pactado. Además, había surgido en el panorama histórico la figura de Juana de Arco, humilde campesina francesa que lograría infundir nuevos ánimos de lucha al delfín Carlos y logró detener a los ingleses en las puertas de Orleáns.

Antes de salir, le pidió a su mujer que su hijo naciera en cualquier lugar, con excepción del castillo de Windsor, sin explicarle el porqué. Pero Margarita, enojada por que Enrique no se esperó al nacimiento, decidió trasladarse a ese castillo para dar a luz.

Se dice que cuando Enrique, que se encontraba luchando en Francia, recibió la noticia del nacimiento de su hijo varón (el futuro Enrique VI), se puso loco de alegría. Pero, de repente, se detuvo en seco y preguntó dónde había nacido el niño: “En Windsor, Su Majestad”- le dijo uno de los enviados. Entonces, Enrique, que había nacido en el castillo de Monmouth, puso un rostro sombrío y dijo lo siguiente: “El Enrique en Monmouth nacido, poco reinará y mucho obtendrá. El Enrique en Windsor nacido, mucho reinará y todo lo perderá”. Después, sonrió de nuevo y dijo: “Señores, que sea lo que Dios quiera”.

Y en efecto, Enrique V, que llevaba pocos años de rey, murió al poco tiempo, después de conquistar tres cuartas partes de Francia. Y su hijo, Enrique VI, reinó durante casi 40 años, perdiendo todos los territorios ganados por su padre, la corona y la cabeza.

Así fue como Carlos VII, el hijo de Carlos VI el Loco, recuperó su reino. Aunque también hay que decir que en algo le ayudó la famosa Juana de Arco. Al morir, le sucedió su hijo Luis XI, famoso por su crueldad. A éste siguió Carlos VIII, el último de los Valois, famoso por su libertinaje y por su estupidez notoria

A su muerte, le sucedió Luis XII de la casa de los Valois-Orleáns, quien casó con Ana de Bretaña, última duquesa independiente de ese territorio francés, con lo que logró unificar por completo el reino de Francia. Luis XII murió sin descendencia y fue sucedido por Francisco I de la casa de los Valois-Angulema (siglo XVI)

Francisco I se convirtió con el tiempo en el rival más encarnizado del Emperador Carlos V de Alemania y I de España, llegando incluso a aliarse con los protestantes y con Turquía para combatirlo. A pesar de esto, Francisco I fue considerado por el Papa como el defensor de la cristiandad.

Francisco I

El principal problema entre ambos reyes era la posesión del Milanesado, en tierras italianas. Francisco I, derrotado en muchas ocasiones, vencedor en algunas otras, cayó por fin prisionero de Carlos V en la célebre batalla de Pavía.

Su captura permitió al emperador alemán obtener amplias ventajas en Europa. Recuperada su libertad, Francisco I se lanzó de nuevo a la lucha contra Carlos V. Al morir, le sucedió su hijo Enrique II. Este, además de heredar la corona de su padre, heredó también los odios hacia el emperador hispanoalemán.

Una vez retirado a la vida monástica Carlos V (1555), le sucedió su hijo Felipe II, quien, cansado de las bravatas del francés, invadió su territorio, derrotando a éste en la célebre batalla de San Quintín.

Firmada la paz, Enrique II, al igual que lo estilaba su padre, no tardó en romperla. Para estas fechas, el rey se había casado con Catalina de Médicis, con quien tuvo tres hijos: Francisco, Carlos y Enrique. Sin embargo, la fidelidad de Enrique para con su esposa duró poco tiempo. En efecto, Enrique entabló relaciones nada decorosas con la famosísima Diana de Poitiers.

A los pocos años de su reinado, Enrique II murió al recibir en un torneo una lanzada que le penetró por el ojo y le atravesó el cerebro. Le sucedió su pequeño hijo Francisco II, menor de edad, casado con la entonces también menor María Estuardo, reina de Escocia, unión que no tenía muy contenta a Inglaterra. La regencia fue entonces asumida por su madre, Catalina de Médicis, quien ejerció un gobierno despótico, influenciada por italianos fanáticamente católicos.

Francisco II murió a los dos años de reinado y le sucedió su hermano Carlos IX, quien, influenciado por los poderosos miembros de la casa de Guisa, jefes del partido católico, ordenó la famosa matanza de San Bartolomé, en la que fueron asesinados sin misericordia miles de protestantes (en Francia llamados hugonotes), hombres, mujeres y niños.

Carlos IX murió joven (igual que su hermano Francisco) y fue sucedido por su hermano menor Enrique III (quien acababa de ser nombrado rey de Polonia, trono que dejó para correr tras el de Francia).

Al acercarse su muerte en 1589, comenzó la lucha por su sucesión, entablada entre Enrique de Navarra (de la familia de Borbón), apoyado por los hugonotes, y Enrique de Guisa, apoyado por los católicos.

Enrique de Borbón logró derrotar a su contrincante, pero París, capital del reino, se negó a recibirlo como rey si no se convertía al catolicismo. Fue entonces cuando Enrique IV, primer Borbón, pronunció la siguiente frase: “París bien vale una misa”.

Enrique IV se convirtió así al catolicismo, pero en uno de sus primeros actos de gobierno, dictó el Edicto de Nantes, concediendo la libertad religiosa a los hugonotes.

Enrique IV logró llevar a Francia a una posición de primer nivel en Europa y se convirtió en uno de los reyes más queridos de esta nación. Inclusive se cuenta que durante la revolución francesa, al producirse el saqueo de las tumbas reales en Saint Denis, la única que se respetó fue la de Enrique IV. A pesar de esto, Enrique murió asesinado por un fanático católico llamado Ravaillac.

Enrique IV de Francia. Cuenta la leyenda que tan sólo se bañó dos veces en su vida...

A Enrique le sucedió su hijo Luis, treceavo de este nombre. El reinado de este monarca es llamativo particularmente por la presencia de una figura de primer nivel: el cardenal de Richelieu.

Richelieu, un ser extremadamente inteligente, se convirtió en el dueño de la voluntad del monarca, y tras lograr esto, en el dictador de los destinos de Europa entera. Hombre sagaz, inteligente, cruel o bondadoso según lo permitan las circunstancias, Richelieu gobierna con mano de hierro.

Por cuestiones políticas, Richelieu casa a Luis XIII con Ana de Austria, hija de Felipe III de España.

Aunque fue duramente criticado por su política, Richelieu llevó a Francia al rango de primera potencia europea. Nada se movía en el continente sin que él diera su aprobación. Llevó a Francia a un sin fin de guerras, en especial contra Austria y España, las eternas rivales del reino de la flor de lys.

Tratando ahora la vida privada de Luis XIII, se afirma que nunca llevó buenas relaciones con su esposa Ana, por lo que se considera un misterio la forma en que ésta procreó al futuro Luis XIV. La historia oficial nos cuenta que Richelieu, preocupado por la descendencia de la corona, logró por sólo una noche la reconciliación de los reyes, y que en esa noche la reina concibió al heredero.

Observamos que esta historia es poco creíble. Las malas lenguas afirman que Richelieu consiguió a algún joven bastardo Borbón, hermanastro del rey (recordemos que Enrique IV fue bastante licencioso en su vida privada), y convenció a la reina de tener relaciones con él a fin de procrear un heredero a la corona de Francia. La reina aceptó y quedó pronto embarazada.

También se cuenta que Luis XIV era tan parecido a su padre Borbón, que para evitar problemas con los demás pretendientes a la corona, encarceló a su padre en la Torre de Nesle, colocándole una máscara de terciopelo y dando órdenes a los guardias de que trataran al prisionero con todo lujo de delicadezas, pero que si observaran que pretendía despojarse de la máscara, lo mataran implacablemente (de esta historia real surgió la novela de Alejandro Dumas, “El Hombre de la Máscara de Hierro”, en la que dicho escritor afirmaba que el prisionero de Nesle era en realidad el legítimo rey, o sea, el hermano mayor de Luis XIV, aunque esto pertenece ya al terreno de la novela).

Muerto Luis XIII, le sucedió su pequeño hijo Luis XIV, conocido como “El Rey Sol”. Durante su minoría de edad, ejerció la regencia otro célebre cardenal: Mazarino. La actitud prepotente de éste y el hecho de ser extranjero provocó una revuelta de la nobleza lidereada por el príncipe de Condé, primo del rey, y apoyada por gran parte del pueblo de París. A esta revuelta se le conoce como La Fronda.

Luis XIV

Dos cosas destacan en la vida de este célebre rey: su famosa frase “El Estado soy yo” (en la que condensa de la forma más clara y dura la tendencia gobiernista del final de su época: el Despotismo Ilustrado), y la construcción del palacio más bello, más grande, más espléndido y lujoso del mundo: el Palacio de Versalles, que a pesar de tener más de mil habitaciones no contaba con un sólo baño.

Luis XIV continuó con la política de dominio europeo implantada por Richelieu. Buen militar, en sus primeras campañas siempre salió victorioso, logrando derrotar en varias ocasiones a España, Austria, Prusia e inclusive Inglaterra. Además, tras una breve campaña, agregó a su poderosa monarquía el pequeño reino de Holanda. Al poco tiempo de esto, Luis XIV revocó el Edicto de Nantes dictado por su abuelo Enrique IV, regresando a Francia al tiempo de la intolerancia religiosa.

A éstas victorias le ayudaron dos de los mejores generales de todos los tiempos: El Gran Condé y Turena. Desgraciadamente, estos dos generales murieron a temprana edad.

Durante su reinado se dio también un episodio que conmovió a Europa entera: la Guerra de Sucesión Española. En efecto, muerto sin descendencia en 1700 el último de los Habsburgos españoles, Carlos II el Hechizado, se despertó en torno a su sucesión las intrigas de todos los príncipes europeos.

Pero Luis XIV, más hábil que sus colegas, había conseguido del ahora difunto rey, la promesa de que su heredero sería el nieto de Luis XIV, Felipe de Borbón. Sin embargo, los Habsburgo también alegaron sus derechos a la corona. Ambos reinos llevaron sus tropas a la Península Ibérica y se dio inicio a la guerra. Francia se vio apoyada por Prusia y Rusia, las eternas rivales de Austria, mientras que a esta última le dio todo su apoyo la floreciente Inglaterra.

Tras muchas vicisitudes de las que no es propio hablar en este breve ensayo, Felipe de Borbón triunfó sobre Austria y subió al trono de España como Felipe V. Sin embargo, a España le costó muy caro esta victoria, pues Inglaterra se apoderó durante su desarrollo de Gibraltar y de la isla de Menorca.

Triunfante en España, Luis XIV, ya viejo, no pudo evitar sin embargo que sus fronteras orientales fueran invadidas por el Austria resentida de la derrota española. Totalmente aplastado, Luis XIV tuvo que firmar la paz que le costó a Francia le pérdida del primer lugar europeo.

Además de todo esto, provocaba inquietud en Luis XIV la grave cuestión de su descendencia. Muerto su hijo el delfín y su nieto mayor, la descendencia recaía en su bisnieto Luis, de tan sólo 5 años de edad.

Sin embargo, al grito de: “¡El Rey ha muerto, viva el Rey!”, Luis XV ocupa el trono de Carlomagno (1715). De inmediato se establece la Regencia presidida por un nuevo cardenal: el cardenal de Fleury.

Luis XV, llamado por su pueblo “El Bienamado”, se casa con la hija del destronado rey de Polonia Estanislao Leczsinsky, María Leczsinska, 10 años mayor que él. En un principio, su matrimonio es muy feliz y Luis XV es el modelo de la fidelidad en una corte en la que imperaba el desorden moral.

Pero con el paso de los años, Luis XV comienza a darse cuenta que, mientras su esposa envejece, el aún conserva todo su vigor, por lo que comienza a buscarse aventuras fuera del tálamo matrimonial.

La vida amorosa de Luis XV es quizá, junto con la del veneciano  Casanova, una de las más famosas en la historia. Entre sus amantes más conocidas destacan las tres hermanas de Nesle, la famosísima madame de Pompadour, y la que lo acompañó hasta su muerte, la también célebre madame Du Barry.

Madame de Pompadour

Además de ellas, Luis XV establece en Versalles un lugar conocido como el Parque de los Ciervos, en el que su fiel mayordomo Molin, lo surte de jóvenes mujeres de toda Francia, con las que el rey pasa algunas noches de placer y luego recompensa largamente.

Pasando a otros aspectos de su vida, Luis XV se convirtió en un rey odiado al construir una carretera que lo llevara de Compiégne a Versalles sin tener que pasar por París, después de sufrir un atentado en esta ciudad.

En materia política, Luis XV intentó recuperar el predominio perdido por su bisabuelo en Europa, y para ello se enfrentó a Federico el Grande de Prusia en lo que se conoció como la Guerra de los Siete Años. Las tropas de Francia, que contaban con el apoyo de María Teresa de Austria, estuvieron en varias ocasiones, al mando de los mariscales de Broglie, a punto de borrar del mapa europeo a Prusia, pero su hábil monarca Federico, lograba siempre recuperarse y sorprender a los francoaustriacos cuando éstos menos lo esperaban.

Otro grave problema internacional que tuvo que sortear Luis XV fue la cuestión de la corona de Polonia. En efecto, Luis XV apoyaba a su suegro Estanislao, en contra de Augusto, el candidato de Austria y de Rusia. Al final, Francia tuvo que ceder y concederle a Estanislao como consolación el ducado de Lorena.

Durante su reinado, las finanzas del reino llegaron a caer en un grado total de depresión debido a los despilfarros del rey y de la corte, lo que provocó un aumento de impuestos en todo el reino.

Se dice que Luis XV, ya viejo y previendo el desastre que se avecinaba para la monarquía francesa, pronunció la siguiente frase: “Después de mí, el diluvio”.

A Luis XV le sucedió su joven nieto, el duque de Berry, conocido como Luis XVI. Este rey tomó por esposa a una hija de María Teresa de Austria, a la joven y hermosa María Antonieta de Austria.

Luis XVI era un rey bondadoso, accesible, ahorrativo, pero con poca inteligencia. Digamos que hubiera podido ser un excelente campesino o un buen artesano, pero nunca un rey de Francia. Su mujer, al contrario, era despótica, despilfarradora y tampoco brillaba por su inteligencia.

Durante este reinado, se inició la lucha de independencia de las colonias americanas de Inglaterra, las que buscaron de inmediato el apoyo de Francia, enemiga tradicional de Inglaterra en América. Francia envió tropas en auxilio de los norteamericanos, al mando del marqués de Lafayette.


Pero al triunfo de éstos frente a Inglaterra, las tropas francesas regresaron a su patria infestados de las ideas revolucionarias de los estadounidenses. Por este motivo, el rey Luis XVI decidió convocar a los Estados Generales, que no se reunían desde mediados del siglo XVII, para calmar así la agitación revolucionaria. Pero, dentro de esta Asamblea, existían grandes injusticias. En efecto, la Asamblea se componía de tres estamentos: nobleza, clero y estado llano (pueblo). Cada estamento contaba con un voto, sin importar el número de sus miembros, por lo cual el estado llano, a pesar de ser el más numeroso, nunca triunfaba en las votaciones.

Esto, aunado al enorme despotismo imperante en Francia y a la cruel diferencia entre pobres y ricos, así como a las hambrunas ocasionadas por la pérdida de las cosechas, fermentaron un clima de descontento que estalló por fin el 4 de julio de 1789, cuando el enfurecido pueblo de París tomó por asalto la odiado prisión de la Bastilla, poniendo en libertad a todos sus presos, la mayoría de los cuales eran perseguidos políticos.

Después, las mujeres de París avanzaron hacia Versalles, donde se encontraba la Corte, exigiendo pan para sus hijos. Se dice que la princesa de Chambord (que tiempo después sería descuartizada por el pueblo enfurecido), al oír a las mujeres pedir pan, les gritó que no lo había, que comieran pasteles.

Tras este episodio, el rey fue conducido con toda su familia a París, y se alojó en el Palacio del Louvre. Los revoltosos convocaron entonces a una Asamblea Nacional, cuyo fin original era redactar una Constitución, que debería de ser jurada por el rey.

Pero Luis XVI, aunque en un principio aceptó jurar esta Constitución, fue convencido por su esposa María Antonieta, para que no lo hiciera. La familia real fue recluída en la torre de Nesle. Ahí, apoyados por el marqués de Lafayette, decidieron escapar de Francia para pedir ayuda en los países vecinos y recuperar su trono. La fuga se realizó con los reyes disfrazados de sirvientes de una condesa. Pero al llegar a un lugar llamado Valenciennes, a 10 kilómetros de la frontera con Prusia, los reyes fueron reconocidos y recapturados y enviados a París.

Por este motivo, el pueblo se volvió a levantar, cayó el gobierno de la Asamblea y se proclamó la Convención Nacional. El primer acto de este gobierno, fue declarar abolida la monarquía en Francia, y por lo mismo, depuesto al rey Luis XVI, quien se convirtió simplemente, en Luis Capeto. Juzgado como traidor, el antiguo rey fue guillotinado en el año de 1793, por órdenes de Maximiliano de Robespierre, con lo que se inició lo que se conoce como el gobierno del Terror. Este gobierno de Robespierre duró más de un año, y durante su mandato, fueron guillotinadas más de 15,000 personas, entre ellas, la reina María Antonieta, la gran mayoría de los nobles que no habían conseguido escapar de Francia, pero también, los enemigos políticos de Robespierre. Al final, en 1895, Robespierre mismo fue guillotinado por los girondinos, sus enemigos políticos.

Se creó entonces un nuevo gobierno en Francia, llamado el Directorio, compuesto por cinco Directores, entre los que sobresalía el general Siéyes. En esos momentos, Francia se vio invadida por todas las potencias europeas, que veían en esta revolución y en la muerte de los reyes, un peligroso ejemplo para sus países. Invadieron su territorio, España, Austria, Prusia e Inglaterra. Las tropas francesas fueron derrotadas, hasta que apareció en escena un joven general que se había distinguido ya en el asalto al puerto de Tolón, ocupado por los ingleses. Este joven general se llamaba Napoleón Bonaparte.


El general Bonaparte derrotó a los austriacos en Italia, en las batallas de Lodi, Padua, Rávena y el puente de Arcole, obligándolos a firmar la paz de Campoformio. Con ello, Austria se retiró de la guerra, provocando que España y Prusia hicieran lo mismo. Al quedar sola, Inglaterra decidió también solicitar la paz. Con ello, Bonaparte se convirtió en el general más popular de la República Francesa y comenzó a pavimentar el camino que lo llevaría al trono imperial.


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