La profesión de guerrero ha sido a lo largo de la historia motivo de mucha polémica. Para algunos, los militares son héroes dignos de grandes elogios y para otros son asesinos en serie que no piensan por sí mismos sino a través de sus superiores en el ejército. Y desde luego, para la gran mayoría, como siempre sucede, es un tema que ni les va ni les viene.
Pero aunque es cierto que la guerra suele sacar lo peor de los seres humanos, lo es también que en ocasiones, por desgracia las menos, saca lo mejor de unos cuantos.
Y en esta ocasión quiero narrar algunos hechos acaecidos en la Primera Guerra Mundial, uno de ellos ya muy conocido pero otros no, que nos demuestran que los soldados, en especial cuando vienen del reclutamiento forzoso, no siempre son malas personas.
El primero de ellos es la famosa "Tregua de Navidad", ocurrida en el invierno de 1914, y que fue un hecho sin precedentes en la historia. Al menos, que se sepa. Ese año había sido muy cruento. Tras un primer avance alemán hacia París, invadiendo los neutrales Bélgica y Luxemburgo, la ofensiva había sido detenida en el río Marne por los franceses y los ingleses. A partir de ese momento, los contendientes habían decidido iniciar lo que se conocería como "La guerra de trincheras", que mantendría estancada la situación militar hasta 1918.
Sin embargo, al empezar la guerra en julio de 1914, pocos habían augurado que duraría mucho tiempo y la mayoría creía que para diciembre, más en específico para Navidad, las tropas estarían de regreso en sus hogares, sin importar quién ganara. Pero eso no ocurrió. Así que cuando llegó el 24 de diciembre, muchos soldados comenzaron a preguntarse por qué no estaban en casa como se los habían prometido.
Con el fin de mantener el espíritu combativo de las tropas, el káiser alemán Guillermo II había ordenado que se enviaran al frente cientos de miles de pequeños abetos decorados con luces, para que sus soldados pudieran sentir la navidad. Junto con ellos llegaron raciones extras de pan, salchichas y licor. Los alemanes estaban dispuestos a festejar.
Al llegar la noche del 24 de diciembre, la llamada Nochebuena, a lo largo de todo el frente occidental los soldados alemanes colocaron sus abetos iluminados al borde de los parapetos de sus trincheras y comenzaron a cantar villancicos, siguiendo una tradición muy arraigada en su país. Eran tantos los árboles que en algunos lugares había uno cada cinco metros.
El espectáculo era por completo irreal. En medio de la nieve, el lodo, el frío, los muertos y los heridos, los alemanes cantaban e iluminaban sus trincheras. Al poco tiempo, los soldados franceses e ingleses que estaban frente a ellos (en algunos lugares las trincheras enemigas estaban a tan sólo unos pocos metros de distancia), contagiados de este espíritu navideño, comenzaron a corear las canciones de los alemanes y hubo algunos que incluso pidieron que cantaran alguna pieza en especial. Y desde luego, no tardaron en cantar sus propios villancicos.
La mañana del 25 de diciembre, en algunos lugares del frente, los soldados alemanes comenzaron a ondear banderas blancas, saliendo desarmados de sus trincheras y caminando, no sin temor, hacia la llamada "tierra de nadie" (es decir, la tierra comprendida entre sus trincheras y las trincheras enemigas). En un principio, los aliados sospecharon de alguna maniobra traicionera por parte de los alemanes, pero en lugar de dispararles, se limitaron a observarlos. Esta acción provocó que más soldados alemanes salieran de sus trincheras y comenzaran a caminar hacia ellos, con los brazos en alto para demostrar que iban sin sus armas.
Ante esto, algunos soldados franceses e ingleses comenzaron a salir de sus posiciones, también desarmados, para acudir al encuentro de los que, al menos hasta el día de ayer, eran sus enemigos irreconciliables. Al poco tiempo había ya una multitud de soldados de todas las nacionalidades confraternizando en la "tierra de nadie", mientras intercambiaban chocolate, alcohol, cigarrillos, recuerdos de antes de la guerra y algunos más enseñaban incluso las fotografías de sus esposas, novias e hijos a sus antes odiados enemigos.
Este inesperada tregua, que tomó por sorpresa a los oficiales, se aprovechó también para recoger a los muertos y enterrarlos, en muchas ocasiones celebrando ceremonias religiosas conjuntas.
El soldado inglés Bertie Felstead, fallecido en 2001 a la edad de 106 años, recordaba aquellos acontecimientos con lágrimas en los ojos: "Sabíamos que aquella situación era irreal, ya que estábamos deseándoles feliz navidad a las mismas personas a las que íbamos a intentar matar al día siguiente."
También contaba este veterano inglés cómo de repente a alguien se le ocurrió hacer una pelota con unos trapos viejos y se organizó así un improvisado partido de fútbol entre alemanes e ingleses, aunque en cada equipo, decía él, había más de cincuenta soldados, nadie contaba los goles, no había árbitro y no tenían una cancha marcada de acuerdo al reglamento. ¡Cómo se divirtieron!
Uno de los tantos partidos de fútbol que se desarrollaron aquel día. |
Pero cuando apenas llevaban media hora de partido, se escuchó la voz indignada de un comandante inglés que gritó: "¡Hemos venido aquí para combatir a los alemanes, no para hacernos amigos de ellos!" Y ordenó una descarga al aire de artillería que puso fin al espejismo.
La misma escena futbolera se pudo contemplar a lo largo de todo el frente.
A lo largo de todo el frente, durante ese 25 de diciembre, no hubo combate alguno, con excepción de una región en Alsacia, donde la Legión Extranjera Francesa aprovechó la ocasión para lanzar un ataque contra los desprevenidos alemanes.
Cuando la noticia de esta inesperada tregua llegó a los Cuarteles Generales de los diferentes ejércitos, la furia de los generales no conoció límites y se ordenó a los oficiales en el frente que enviaran informes exactos de lo sucedido, que le pusieran fin a esa situación y que castigaran con energía a los soldados que habían sido más amigables con el enemigo. Incluso algunas unidades enteras fueron desmembradas y sus miembros repartidos en otros sectores del frente de batalla.
En el ejército francés se ordenó el fusilamiento de unos cientos de soldados como escarmiento, mientras que los alemanes mandaron al frente oriental a varios miles, donde pelearían contra los rusos.
También se ordenó en ambos bandos aumentar la censura sobre las cartas que los soldados escribían a sus familias para evitar que la noticia de esta tregua llegara a la retaguardia. Los franceses en especial se dedicaron a confiscar todas las fotografías que se habían tomado, aunque una de ellas logró escabullirse y fue publicada a toda página en primera plana del periódico londinense Daily Mirror. Pero entonces los diferentes gobiernos en lucha se encargaron de ordenar a la prensa que se abstuviera de hablar sobre este episodio, alegando que podía minar la moral de las tropas y por lo tanto iba en contra de la seguridad nacional.
En 1999 se levantó esta cruz en Ypres para conmemorar la Tregua de Navidad |
Poco a poco las cosas fueron tomando su rumbo anterior y en unos días la tregua navideña se convirtió tan sólo en un recuerdo agradable diluido en la realidad de una guerra cada día más despiadada.
Sin embargo, ese sentimiento pacifista había servido para que los soldados de todos los bandos en guerra comprendieran que les unían los mismos temores y que no eran tan diferentes entre ellos como los altos mandos militares que los habían lanzado a aquella carnicería sin sentido, les habían hecho creer. Todos ellos, sin importar si eran alemanes, ingleses, franceses, italianos, austriacos, belgas, turcos, rumanos, búlgaros o serbios, compartían hambre, frío, piojos, miedo, dolor.
Por otro lado, a pesar de la represión oficial, a lo largo de la guerra siguieron ocurriendo episodios parecidos aunque en mucho menor escala. Un soldado alemán, por ejemplo, recordaba después de la guerra, como en cierta ocasión, mientras el cocinero de su unidad preparaba la comida en su trinchera, un soldado francés que se encontraba de vigía en un puesto avanzado cercano a ellos, les gritó que si podía ir a comer con ellos. El pobre diablo moría de hambre, ya que en su posición tan cercana al enemigo, no podía recibir alimentos de su propia unidad. Los alemanes pensaron que era broma y le contestaron que sí, que estaba cordialmente invitado, creyendo que el francés no acudiría. Pero cuál sería su sorpresa al ver como éste salía de su agujero y se acercaba a ellos con su plato en la mano, para sentarse en medio del grupo. Sin dudarlo, el cocinero alemán le sirvió su ración. En los siguientes días se repitió la misma escena, hasta que un oficial alemán se percató de lo que ocurría y ordenó a sus soldados que le pusieran fin a esa confraternización, diciéndoles que estaban ahí para matar franceses, no para darles de comer.
Otro soldado inglés del Regimiento de Lancashire, recuerda otra historia. Según él, en cierta ocasión cayó en su trinchera una piedra con un mensaje en papel atado a ella. Venía de los alemanes. En él, los germanos les decían lo siguiente:
"Queremos advertirles que esta tarde les dispararemos un obús. No es nuestra intención hacerles daño, pero nuestro oficial nos obliga a disparar al menos uno al día. El disparo será a las seis, pero les avisaremos un poco antes con un silbato para que se pongan a cubierto".
Y en efecto, poco antes de las seis se escuchó un silbato proveniente de las trincheras alemanas. Los ingleses, sin dudarlo, se refugiaron al interior de la suya, y a las seis en punto un obús cayó sobre ellos, sin causar ningún daño personal. Esta situación también se repitió en varias ocasiones hasta que los oficiales le pusieron fin al conocerla.
Este tipo de acciones nos obligan a preguntarnos cuántos soldados estaban en realidad convencidos de la "justicia" de la guerra, y cuántos estaban ahí sin comprender el por qué de ello.
Eso me recuerda una canción maravillosa del cantautor español Víctor Manuel, llamada "El cobarde", que narra la historia de un joven campesino que es incorporado a la fuerza en el ejército y enviado a la guerra. En un par de estrofas dice lo siguiente:
"...tiembla el fusil en mi mano,
cerrando los ojos disparo al azar,
bala perdida que mata,
cualquier inocente con ansia de paz.
¿Por qué lucho yo,
si en mi corta vida no existe el rencor?
¿Por quién lucho yo,
que vivo la vida con fe, con amor?"
Lo curioso en éstas anécdotas es observar cómo eran los soldados los que confraternizaban mientras que los oficiales y los altos mandos se oponían a ello.
Más adelante, en otra ocasión, les contaré sobre aquella ocasión, en 1917, en que cientos de miles de soldados franceses se amotinaron, cansados de ver cómo sus generales los lanzaban a batallas inútiles en las que morían por montones, mostrando un enorme desprecio por la vida de ellos.
Por eso, como bien decía hace muchos años Alex Lora, el del TRI, si los dirigentes de dos países quieren armar una guerra, pues que se agarren a golpes ellos solos arriba de un ring de box y que dejen de jodernos la vida a los demás.