sábado, 28 de octubre de 2017

LOS AUTÉNTICOS PIRATAS DEL CARIBE

Como muchos niños de mi generación, yo quise ser bombero, policía, astronauta y pirata. Apenas estábamos aprendiendo a nadar y ya queríamos surcar los siete mares a bordo de nuestro buque, partiendo en busca de tesoros, aventuras y gloria. No sabíamos que en realidad estábamos haciendo una especie de apología de una de las peores plagas que han azotado a la humanidad. Tampoco se trataba de que fuéramos crueles, borrachos y despilfarradores, pues dentro de la piratería había de todo: desde la peor escoria de la humanidad hasta auténticos caballeros del mar. Desde luego, la imagen del pirata cojo, con un parche en el ojo y un perico en el hombro, es más producto de la fantasía que de la realidad.


En realidad, así no eran los piratas del Caribe

La piratería, como cualquier historia de su tipo, está llena de mitos, mentiras y verdades a medias. Solemos asociarla a la época en que los europeos dominaban el continente americano, y lo primero que nos llega a la mente es la emblemática figura cinematográfica del capitán Jack Sparrow, pero la piratería es tan antigua como la navegación misma. Desde que el ser humano comenzó a aventurarse en el mar en busca de comida o de nuevas tierras, surgieron otros dispuestos a vivir de la rapiña. En épocas pasadas fueron famosos los piratas chinos, cilicios y griegos, y durante la Edad Media y buena parte del siglo XVI, los piratas de la Berbería asolaron el Mediterráneo, poniendo en jaque a imperios tan poderosos como el de Carlos V. Prácticamente todos los mares de Europa, Asia y África estaban plagados de ellos.

Por eso no es de extrañar que cuando los españoles conquistaron América y comenzaron los viajes de la llamada Flota del Tesoro, los piratas buscaran un nuevo hogar en el Caribe, en muchas ocasiones patrocinados por las monarquías europeas celosas del poder español. Así, desde el siglo XVI hasta el XVIII la piratería campeó a sus anchas por todo el Mar Caribe, especialmente desde que los ingleses conquistaran a los españoles las islas de San Cristóbal (a la que bautizaron como Saint Kitts), Jamaica y Tortuga, ésta última frente a las costas de lo que ahora es Haití, en el siglo XVII. Los piratas las utilizaron durante muchos años como base para atacar a las ciudades españolas de América y a los barcos mercantes de cualquier nacionalidad.

El caso de la isla Tortuga es muy curioso, pues en ella los piratas crearon la llamada “Cofradía de los Hermanos de la Costa”, una especie de asociación entre piratas de distintas nacionalidades destinada a evitar conflictos y proteger a las viudas y los heridos en combate. Esta Cofradía tenía sus propias leyes, recogidas en un Código de Honor que, entre otras cosas, establecía la igualdad entre todos los piratas asociados, la propiedad colectiva de la isla y prohibía la esclavitud. Las decisiones se tomaban de forma democrática por votación universal. Además, todos estaban obligados a establecer la forma en que se repartiría el botín antes de salir al mar.


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Hasta arriba se encuentra la Isla Tortuga, frente a las costas de Haití




Actualmente utilizamos varias palabras para designar a los que se dedicaban a este oficio: piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros. Sin embargo, todas tienen un significado distinto. Los corsarios eran aquellos marinos que contaban con una Patente de Corso (un permiso especial) otorgada por un gobierno, para atacar sólo a los barcos enemigos en caso de guerra. Éstos proliferaron especialmente en el siglo XVI, aunque todavía hubo algunos hasta el XIX. Los bucaneros, por su parte, eran cazadores de origen francés que vivían en lo que ahora es Haití y que ahumaban la carne de los animales que capturaban (boucan, en francés) para venderla a los barcos que pasaban cerca de la costa. Cuando los españoles los expulsaron, a finales del siglo XVII, se refugiaron en la isla Tortuga y ahí se dedicaron al contrabando y la trata de esclavos, atacando de vez en cuando algunos barcos pequeños. Los filibusteros, por su parte, eran piratas de origen holandés. A fin de cuentas, todos eran lo mismo, pero con diferentes nombres.

Contrario a lo que se piensa, los piratas no solían atacar a las flotas que llevaban el oro americano a España, pues éstas iban muy protegidas. Sólo se animaban si, después de una tormenta, algunos barcos quedaban rezagados. Preferían atacar a los barcos mercantes que provenían de Europa cargados de mercancías y que normalmente navegaban solos, o a las desprotegidas ciudades costeras de la América Española, como Panamá, Campeche, Cartagena o Maracaibo. Pero además, evitaban siempre que era posible el combate directo, prefiriendo amedrentar a su presa para que ésta se rindiera sin combatir, lo que sucedía la mayoría de las veces.

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Muralla de Campeche

Uno de los más crueles piratas fue sin duda El Olonés, un francés que se convirtió en un auténtico psicópata. Asesinaba por placer, violaba y descuartizaba a sus víctimas, e incluso se dice que llegó a sacarle el corazón a un hombre para comérselo en frente de toda su tripulación (de seguro se trata de un mito). Después de varios años en la piratería, terminó su vida de una forma muy acorde con su existencia. Su barco encalló en la costa del Darién (Panamá), y cuando se internó en la selva junto con sus hombres, fueron atacados por los indígenas Kuna. Una vez capturados, los mataron, destazaron y cocinaron, pues los Kuna eran caníbales. Sólo uno de sus hombres consiguió escapar y contar lo sucedido.

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El Olonés

Por el contrario, Bartholomew Roberts, mejor conocido como Black Bart, fue un pirata caballeroso, sumamente exitoso en sus correrías y, caso raro en la época, totalmente abstemio. En tan sólo dos años llegó a capturar más de 200 barcos, incluidos varios buques de guerra. Solía tratar muy bien a los vencidos, a menos que fueran franceses, pues siempre tuvo un odio irracional contra ellos, llegando incluso a ahorcar en su propio barco al gobernador francés de la isla Martinica. Cuando su barco finalmente fue capturado por los ingleses, éstos encontraron más de trescientas toneladas de polvo de oro en sus bodegas.

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Black Bart

El caso de Jack Rackham, mejor conocido como Calico Jack, también es digno de mención. El apodo lo obtuvo por vestir siempre de calicó, una tela de algodón estampada por una de sus caras que era considerada como una prenda muy elegante. Este pirata contó entre su tripulación a las dos únicas mujeres de las que se tiene noticia en esa profesión: Anne Bonny y Marie Read. Bonny era la pareja sentimental de Calico y juntos recorrieron el Caribe sembrando el miedo y forjando su propia leyenda. Anne y Marie eran tan valientes como cualquiera de sus compañeros, si no es que más. Al final su barco cayó en manos de los ingleses en 1720 (quienes por cierto encontraron a la tripulación completamente borracha). Condenadas a muerte, se les permutó ese castigo por el de cárcel debido a que ambas estaban embarazadas. Marie murió en la cárcel y Anne, después de ser liberada, contrajo matrimonio y murió en Virginia, EEUU, rodeada de sus hijos y sus nietos. La clásica bandera pirata, una calavera blanca con dos huesos cruzados debajo sobre fondo negro, también fue invención de Calico Jack. Esa era su insignia personal, pues cada pirata tenía una. Con el paso del tiempo, la imaginación popular la asoció con todos los demás.

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Anne Boney, Calico Jack y Marie Read

Otros piratas famosos fueron Henry Morgan (quien llegó a ser gobernador de Jamaica), el capitán Kidd, Barbanegra (quien gustaba de aparecer en combate en medio de una nube de pólvora que salía de su sombrero para darle mayor dramatismo), Sir Francis Drake y Sir Walter Raleigh.

Los barcos piratas también son objeto de controversia. Las películas suelen mostrarnos barcos grandes, bien armados y poderosos, pero en realidad no eran así. Los barcos normalmente eran pequeños y veloces, pues esto permitía a los piratas alcanzar a los pesados barcos mercantes que solían ser sus presas favoritas, así como escapar de los buques de guerra que los perseguían. Por este motivo, las tripulaciones no eran muy numerosas, aunque sí suficientes para amedrentar a los marineros mercantes. Cuando un barco caía en sus manos, la mayoría de los capitanes piratas ofrecía a los marineros unirse a su tripulación. En caso de negativa, podían ser asesinados o abandonados en alguna playa remota. Muchos piratas iniciaron así su carrera, como marineros de un barco mercante capturado.

La piratería en el Caribe comenzó a declinar a finales del siglo XVIII, cuando el centro del comercio mundial se desplazó del Caribe a la India, y los gobiernos europeos pusieron mayor empeño en su erradicación. Fue entonces cuando surgió la leyenda.

martes, 10 de octubre de 2017

HISTORIA DEL DERECHO AL VOTO (8a Y ÚLTIMA PARTE)

EL SUFRAGIO UNIVERSAL

Como ya vimos, el derecho al voto es algo que se fue conquistando poco a poco por los seres humanos. Tuvieron que pasar muchos años y hasta siglos para que se obtuviera el sufragio universal.

Para llegar a él primero tuvimos que pasar por el sufragio censitario (en el que votaban sólo hombres que cumplieran con una serie de requisitos referentes a su nivel de instrucción, de renta y de clase social); el sufragio masculino calificado (en el que podían votar todos los hombres que supieran leer y escribir); el sufragio femenino (cuando se reconoce el derecho al voto de las mujeres); el sufragio sin calificación (en el que se establece el derecho al voto de todas las personas, sin discriminar su nivel educativo, incluyendo a los analfabetos); y el sufragio sin discriminación racial (en el que se garantiza el derecho al voto de todas las personas, sin discriminación racial, ni de su pertenencia étnica u origen nacional).

Bueno, pero ahora que sabemos que en México existe el sufragio universal, cabe preguntarse ¿qué rayos es eso? El sufragio universal es simplemente el derecho al voto que tiene toda la población adulta de un país, sin que importe su raza, sexo, creencias religiosas, educación o condición económica.

Sin embargo, sí existen ciertas limitaciones que la misma ley establece y que tienen una razón válida. Así, en México no pueden votar los menores de edad, los extranjeros, los que padecen de sus facultades mentales y los presos.

En otros países se establece que los militares y los policías no pueden votar, como es el caso de Colombia y Honduras, con la finalidad de que la política no penetre en los cuarteles, pues en muchos casos esto ha demostrado ser algo peligroso.

Además, para votar hay que cumplir con ciertos requisitos, no se trata tan sólo de presentarse y decir: “Ya llegué, ¿dónde voto?”. No, señor. Primero, hay que obtener una credencial de elector ante la autoridad electoral, registrándose en un padrón. Esto podemos hacerlo en cuanto cumplimos los dieciocho años, pero es necesario que vayamos en persona. No podemos mandar al compadre o a la amiga para que lo haga en nuestro nombre.

La primera limitación que establece la ley es la de la edad, pues se cree que a partir de los dieciocho años las personas están en condiciones de discernir libremente y comprender el alcance del acto electoral. Si bien estoy de acuerdo con la existencia de un límite por razones de edad, no podemos dejar de observar que hay algunas personas menores de dieciocho años que son mucho más maduras e inteligentes que otras que yo conozco y tienen más de cuarenta.

En casi todo el mundo la mayoría de edad se ha establecido ya en los dieciocho, pero esto no es una norma general. Algunos países en los que el derecho al voto se alcanza a una edad más temprana son Irán a los quince, Chipre, Cuba y Austria a los dieciséis, e Indonesia a los diecisiete, mientras que en Argentina, Bolivia y Ecuador el voto es optativo entre los dieciséis y los diecisiete años. En Kuwait la edad mínima para votar es a los veintiuno.

Hay también otros países donde ya se está analizando la posibilidad de reducir ésta edad de los dieciocho a los dieciséis, como es el caso de Chile, el Reino Unido, Venezuela y España.

Por lo que se refiere a los extranjeros, que es la segunda limitación, en México tienen estrictamente prohibido votar, aunque lleven viviendo aquí cincuenta años. La única forma es que se naturalicen mexicanos, es decir, que adquieran la nacionalidad. Pero hay otros países donde sí se les permite votar, aunque sólo en las elecciones municipales del lugar en el que viven. Ese es el caso de Argentina, Bolivia, Bélgica, Dinamarca, Holanda, Irlanda, Italia, Portugal, Reino Unido y Suecia.

En Uruguay, por otro lado, se les permite votar en todas las elecciones si llevan viviendo más de quince años en el país, y en Chile este plazo se reduce a cinco años, sin que sea necesario que adquieran la nacionalidad.

Sin embargo, aunque en el caso mexicano los extranjeros no pueden votar, los mexicanos que viven en el extranjero sí lo pueden hacer. Esto es una reforma reciente que permite a nuestros paisanos que han migrado, en especial a los Estados Unidos, seguir participando en la vida política del país, aunque por desgracia todavía no les ha terminado de caer el veinte y su participación ha sido más bien escasa.

La tercera limitación establecida por la ley es la que se refiere a la salud mental del posible votante. Y en eso sí todo el mundo está de acuerdo. Todas las legislaciones electorales contemplan como una excepción al sufragio universal, el caso de las personas que padecen una incapacidad declarada legalmente a causa de una discapacidad mental.

El argumento que se utiliza es que en estos casos se trataría de personas que no tienen voluntad libre o el raciocinio necesario para decidir sus acciones y podrían ser presionados por terceros para votar en un sentido específico. Aunque si en México votan hasta los muertos, ¿qué de raro tendría que los locos también?

Por último, la ley en México establece que las personas que se encuentran sentenciadas y presas, tampoco pueden votar. Se trata de una forma de aumentar el castigo que la sociedad les impone a los que cometen un delito. No sólo estarás preso, sino que al no participar en la vida política del país, dejas de pertenecer al grupo social. Así de sencillo.

Como ya dije, el sufragio universal es el derecho de votar que tienen todas las personas que cumplen con los requisitos que marca la ley respectiva, sin que sea un limitante el sexo, la raza o la ideología. Pero no siempre ha sido así.

Ya sabemos lo que les costó a las mujeres conseguir el voto, pero también hay casos en que la raza ha sido determinante para que un colectivo social no lo posea. Por ejemplo, durante casi todo el siglo XX, los habitantes de raza negra de Sudáfrica, que eran y son la inmensa mayoría de la población, no podían votar, pues la minoría blanca que gobernaba el país no lo permitía. A este sistema se le llamaba Apartheid, y no sólo le negaba el derecho al voto a la población negra, sino que además establecía todo un sistema de discriminación y segregación realmente increíble, sólo parecido a lo que ocurría en los Estados Unidos por esa misma época.

Nelson Mandela


En Sudáfrica los negros vivían en barrios apartados de los que sólo podían salir para trabajar con un permiso especial otorgado por el gobierno. No podían dirigirle la palabra a un blanco. Había escuelas para cada grupo. Bebederos separados, autobuses separados, parques y bibliotecas separadas y, desde luego, prohibición a los negros de acceder a cargos públicos. Todo ello terminó gracias a un gran hombre, Nelson Mandela, quien nunca dejó de luchar para que su patria recobrara el sentido común y la humanidad.

Esto me recuerda una anécdota sobre el famoso peleador estadounidense Muhammad Alí, antes llamado Cassius Clay, quien tras ganar medalla de oro en boxeo durante las Olimpiadas celebradas en Roma en el año de 1960, regresó a su país lleno de orgullo. Pero al querer entrar a un restaurante fue echado a la calle por ser de raza negra. Furioso, tomó su medalla de oro y la tiró al río.

Muhammad Alí


Ahora bien, a diferencia de lo que sucedía en las antiguas Grecia y Roma, o inclusive en la mayoría de los países europeos y americanos cuando adoptaron la democracia, en la actualidad nuestro sistema funciona a través de partidos, que se han vuelto parte muy importante de la vida política del país. Antes, los candidatos a puestos públicos eran propuestos por algún grupo social, por un periódico o inclusive por los mismos funcionarios en el poder, y los votantes lo elegían. Por lo general, las personas que lo proponían estaban unidas por un pensamiento político más o menos parecido, aunque no siempre era así, y normalmente, al ser elegido su candidato se dispersaban.

En el México del siglo XIX se habla del partido conservador o del partido liberal, aunque en realidad esto no era así. Ninguno de los dos grupos formaba un partido como los que tenemos ahora. Eran tan sólo personas que compartían una forma de ver al país en lo general, aunque no siempre coincidieran en lo particular. No estaban organizados ni tenían estatutos o un presidente de partido. Cuando mucho algún ideólogo que les marcaba más o menos las pautas a seguir. Es el caso de Lucas Alamán para los conservadores y José María Luis Mora para los liberales.

Cuando Francisco I. Madero comenzó su lucha electoral en contra de Porfirio Díaz formó el Partido Antirreeleccionista, aunque éste partido todavía no tenía una organización que pudiera servir para catalogarlo como partido político moderno. Tras la Revolución, comenzaron a aparecer más partidos políticos, aunque a diferencia de los actuales que son creados con la intención de perdurar, éstos solían formarse tan sólo para una determinada elección, desapareciendo poco después. Los más longevos aguantaban dos elecciones.

Los partidos políticos modernos, que son los encargados de encauzar el voto popular hacia una determinada dirección, surgieron, en el caso mexicano, hasta finales de la década de los años 20’s del pasado siglo, cuando se fundó el Partido Nacional Revolucionario (PNR), ahora llamado Partido Revolucionario Institucional (PRI). Una década después apareció el partido de las derechas, el Partido Acción Nacional (PAN), aunque ya para ese entonces existía el Partido Comunista Mexicano (PCM) y el Partido Popular Socialista (PPS), éste último fundado por uno de los grandes sindicalistas mexicanos, Vicente Lombardo Toledano.

Durante mucho tiempo, los partidos políticos de izquierda real fueron minoritarios en México, debido en gran medida al hecho de que el gobierno y el partido oficial se autonombraban de izquierda. Y con excepción de Lázaro Cárdenas, ninguno de los presidentes emanados de él, lo fue.

Ahora, con el viraje a la derecha por parte del PRI, la izquierda mexicana ha retomado fuerza, contando con varios abanderados como son Movimiento Ciudadano, el Partido del Trabajo, Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) o el Partido de la Revolución Democrática (PRD), que han sustituido a sus viejos exponentes como el Partido Socialista Unificado de México (PSUM), el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y el PPS.

Por otro lado, la aparición de nuevos partidos políticos desde hace varias décadas permitió que México tuviera grandes avances en lo que al cuidado al voto se refiere. Porque no se trata tan sólo de votar sino de que nuestro voto sea efectivo. Bien decía el lema de Francisco I. Madero: “Sufragio efectivo, no reelección”.

Desde la independencia de México hasta los últimos años del siglo XX, el Congreso era el que, cada que había elecciones, se erigía en Colegio Electoral y se encargaba de calificar la elección, declarando al triunfador, lo que se prestó a muchos fraudes, pues el Congreso, en especial desde la época de Benito Juárez y Porfirio Díaz y después durante los años de auge del PRI, declaraba siempre triunfador al candidato oficial aunque éste no siempre lo fuera.

Después de los problemas originados tras la elección presidencial que le dio el triunfo a Carlos Salinas de Gortari en 1988, la aparición de nuevos partidos como el PRD, con una fuerza insospechada en esos momentos, o el crecimiento del PAN, impensable años atrás, obligaron al gobierno a realizar una serie de reformas tendientes a darle mayor credibilidad a las elecciones.

Se creó entonces el Instituto Federal Electoral en 1990, aunque en un principio no tuvo la credibilidad que el gobierno quería, pues su presidente era ni más ni menos que el secretario de Gobernación.

La constante presión de la gente, encauzada por los partidos, en especial los de izquierda, obligó a un nuevo cambio. En 2007 se reformó el IFE para convertirlo en un órgano ciudadanizado. El secretario de Gobernación dejaría de presidirlo y los consejeros del poder legislativo, al igual que los representantes de los partidos políticos, dejarían de tener voto en sus decisiones. El nuevo Consejo General del Instituto se compondría por consejeros nombrados por el Congreso a propuesta de los partidos, pero con la condición de que éstos fueron ajenos a dichos partidos. Se trataba de buscar ciudadanos honorables que fueran académicos o profesionistas de probada capacidad y honradez que le dieran legitimidad a las elecciones haciendo que el voto ciudadano fuera respetado. Empezó muy bien, aunque por desgracia todos sabemos en lo que se ha convertido, dominado por los corruptos partidos políticos y sus cuotas de poder. Ante el desprestigio en el que fue cayendo, en 2014 le cambiaron el nombre por el de INE (Instituto Nacional Electoral), pero como bien dicen, aunque la mona se vista de seda...

Isaac Asimov



Antes de terminar, me gustaría recomendarles un par de libros muy interesantes que tratan, a través de la ficción, el tema del sufragio. El primero es un cuento llamado precisamente "Sufragio universal", escrita en 1955 por Isaac Asimov, un gran científico y divulgador. La trama en lo esencial es la siguiente: ya avanzado el siglo XXI, las elecciones se realizan mediante una supercomputadora llamada Multivac, capaz de tener en cuenta los deseos e intereses de todos los habitantes del país. Es decir, Multivac elige al presidente y a los representantes populares, además de tomar las grandes decisiones políticas, sintetizando los deseos de todas las personas. Pero para poder tomar estas decisiones Multivac necesita la ayuda de un sólo ser humano, un único votante que encarne el sufragio universal.

El cuento relata el momento en que Norman Muller, un ciudadano común, es elegido como votante por Multivac y todo lo que esto provoca. No les digo más para que lo lean. Es muy bueno.

José Saramago


El segundo texto es una novela escrita por el genial escritor portugués José Saramago, titulada “Ensayo sobre la lucidez”. En ella, los habitantes de una ciudad, sin ponerse de acuerdo, deciden en lo individual no acudir a votar el día de las elecciones. Nadie se presenta. No hay ningún voto. El gobierno entra entonces en pánico creyendo que existe toda una conspiración para derribarlo y envía al ejército a esta ciudad para averiguar qué es lo que ocurre y detener a los líderes del movimiento abstencionista. Pero estos no existen. Y como en el otro caso, aquí lo dejo para que la lean.

Espero que este ensayo sobre la Historia del Derecho al voto, dividido en ocho partes, haya sido de su agrado.