jueves, 15 de marzo de 2018

EL PROYECTO DE CHATEAUBRIAND Y VILLELE: UN INTENTO POCO CONOCIDO PARA IMPONER UN EMPERADOR EN MÉXICO

En el Plan de Iguala, con el cual Iturbide logró por fin la independencia de México, se mencionaba que el trono del Imperio Mexicano debería de recaer en el rey Fernando VII de España, en alguno de sus hermanos o en otro individuo de la Casa Reinante de España, es decir, en un Borbón. ¡Válgame! Pero esto fue un fracaso. Fernando VII no aceptó y desde luego no permitió que otro pariente suyo viniera a México, por lo que Iturbide acabó como Emperador de México con los resultados que todos conocemos. Pero a pesar del fracaso de este proyecto, la idea siguió revoloteando en algunas cabezas del Viejo Continente. Entre ellas, destacaban el infante Francisco de Paula, hermano menor de Fernando VII (mencionado en el Plan de Iguala como candidato al trono mexicano) y los ministros franceses Chateaubriand y Villèle.

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Fernando VII de España, el rey felón.

Chateaubriand, ministro francés de Relaciones Exteriores, encargado por la Santa Alianza de apoyar a los absolutistas españoles, urdió un proyecto para evitar que los virreinatos españoles de América cayeran en manos de los ingleses. Para ello, convenció al rey de Francia, Luis XVIII, para que hablara con su pariente español con el fin de que éste levantara todas las restricciones al comercio americano y así quitarle a Inglaterra todo motivo para intervenir. Además, el ministro francés proponía la creación de una serie de monarquías franco-españolas en América. Fernando VII accedió a lo primero, pero se negó rotundamente a lo segundo. Mientras tanto, las cosas en América se precipitaron, declarándose la independencia de casi todas las antiguas colonias. 

Por otro lado, Inglaterra, al enterarse de estos proyectos, se apresuró a buscar una fórmula para impedir que se llevaran a cabo. Para ello, buscó el concurso de los Estados Unidos. El 23 de agosto de 1823, el gobierno inglés preguntó al ministro estadounidense en Londres si su gobierno consentiría en apoyar a Inglaterra para hacer una declaración contra las tentativas de las potencias europeas hostiles a la independencia de las antiguas colonias españolas. El presidente James Monroe, aconsejado por Thomas Jefferson, aceptó esta sugerencia del gobierno inglés. Según Juan de Dios Arias, este fue el origen de la famosa doctrina Monroe, que tan funestas consecuencias tuvo para México en años posteriores. 

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Chateaubriand

Con estas medidas, Inglaterra se proponía no sólo poner en jaque a Francia y España, sino que también buscaba impedir una restauración disfrazada del gobierno español en América con todo lo que aquello implicaba para su comercio, asunto por el que había luchado contra España durante todo el siglo XVIII.

Chateaubriand fue sustituido en el ministerio por Jean Baptiste Villèle en 1824, quien continuó con el proyecto de su predecesor para la creación de monarquías en América. En lo referente a la antigua Nueva España, el proyecto consistía en elevar al trono de un Imperio Mexicano al infante español Francisco de Paula, con el apoyo de Carlos X de Francia y Fernando VII de España. Villèle contaba para ello con el apoyo del marqués de Crouy-Chanel, quien había actuado ya cerca de Fernando VII. Por ello, Villèle lo comisionó para que le expusiera el plan al rey español.

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Jean Baptiste Villele

Sin embargo, ante la negativa del rey de España para apoyar este proyecto, Carlos X se negó también a darle su respaldo, a pesar de la insistencia de su ministro Villèle en ello. Pero el infante Francisco de Paula, sumamente interesado en ser emperador de México, ya que nunca podría ser rey de España, siguió en tratos con Villèle para intentar conseguir el apoyo del rey francés.

Don Francisco de Paula comisionó entonces al marqués de Crouy-Chanel, un húngaro que había servido a Napoleón y a Luis XVIII, para que negociara con el presidente de México, Guadalupe Victoria, su posible aceptación de un gobierno monárquico, concediera títulos nobiliarios y empleos, concertara un préstamo de un millón de libras esterlinas (cinco millones de pesos) en Londres  y ofreciera a la Gran Bretaña algunas ventajas comerciales, con la finalidad de que el gobierno inglés no se opusiera al proyecto. Para ello le otorgó un poder absoluto al marqués.

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Infante Francisco de Paula de Borbón, hermano de Fernando VII y pretendiente al trono mexicano.

Crouy-Chanel se dirigió a Londres en 1827, pero al negarse a mostrar al primer ministro inglés George Canning, los poderes que le había conferido el infante Francisco de Paula, por no creer su deber hacerlo (muy tonto de su parte, diría yo), el premier inglés se negó a recibirlo en audiencia y el marqués no pudo negociar nada con el gobierno británico. 

A pesar de ello, la confianza del infante español era tal, que llegó incluso a nombrar a su gabinete imperial. El barón Alejandro de Talleyrand, famoso ministro de Napoleón y de Luis XVIII, se encargaría del ministerio de Relaciones Exteriores; el duque de Dino, mariscal de campo, del de Guerra; el teniente general conde de la Roche-Aymon, par de Francia, se encargaría de organizar el ejército; y el capitán de navío Gallois, organizaría la marina imperial. Además, ofreció empleos al conde de Belle-Garde, sobrino de un mariscal austríaco, al vizconde de Astier y a otras personas más. Inclusive se comenzó a pagar los sueldos de estas personas desde el día mismo de su nombramiento. Es curioso que no hubiera un sólo mexicano en ese gabinete.

Por estas mismas fechas, se descubrió en México una conspiración tendiente a devolver a México al dominio del rey de España, conocida como la conspiración del padre Arenas.

Esta conspiración fue fraguada por el padre dieguino español Joaquín Arenas en enero de 1827, apoyado por algunos españoles residentes en México. El fraile cometió el error de invitar a participar en ella al general Ignacio Mora, comandante general de la ciudad de México. Éste fingió aceptar y dio aviso de inmediato al presidente Guadalupe Victoria, quien ordenó al militar que invitara al padre Arenas a su casa con el pretexto de que necesitaba escuchar todos los detalles de la conspiración antes de sumarse a ella. Ordenó también que el diputado José María Tornel y el senador Francisco Molinos del Campo se escondieran en la misma habitación para que escucharan al sacerdote y así pudieran después servir de testigos cuando fuera enjuiciado por conspirador. 

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Guadalupe Victoria, primer presidente de México

A las cuatro de la madrugada del 19 de enero de 1827, el fraile acudió a casa del general Mora, en el barrio de San Cosme. El general mexicano le pidió detalles de la conspiración y el sacerdote mencionó que la conspiración se había fraguado en Madrid y que Fernando VII había ya nombrado un comisionado para que se hiciera cargo del mando al triunfo de la conspiración. Según el fraile, esta persona se encontraba ya en México. Además, dijo contar con el apoyo de algunos generales, canónigos y otras personas más. De este modo, la conspiración fue descubierta de forma oficial. Al darse cuenta de ello, Arenas se limitó a decir que era evidente la traición de que había sido objeto y que sólo le quedaba gloriarse de ser un mártir de su religión y de su patria.  Tras ser juzgado, el fraile dieguino fue fusilado.

Entre los complicados se encontraba también el general Gregorio Arana. Además de él se detuvo a los generales Pedro Celestino Negrete y José Antonio de Echávarri , ambos nacidos en España pero radicados en México desde hacía muchos años, y aunque a ninguno de los dos se les pudo jamás probar algún vínculo con los conspiradores, fueron desterrados del país, sin importar los servicios que habían prestado a la independencia de México.

Como consecuencia de esto, el 20 de diciembre de 1827 el Congreso mexicano promulgó una ley por la cual se expulsaba del país a todos los españoles, salvo algunas excepciones indicadas en la propia ley.

Aunque no se ha podido comprobar el vínculo existente entre esta conspiración y los proyectos del infante Francisco de Paula, no deja de ser curiosa la cercanía de las fechas de ambos acontecimientos. Acerca de este asunto, Francisco de Paula y Arrangoiz mencionaba que

"Aunque en la relación publicada en Francia de toda esta intriga, de que se ha sacado la noticia que precede, se asegura que se contaba con las personas más respetables del país, no se ha podido encontrar rastro alguno de este intento, pues aunque en el mismo año se hubiese descubierto en México la conspiración del padre Arenas, los conspiradores no tenían relación alguna con la que en Francia se proyectaba, siendo por otra parte muy diverso el plan, pues el de éstos no tenía por objeto el de Iguala, sino el restablecimiento pleno y absoluto de la antigua dependencia."

El gobierno mexicano tuvo conocimiento de los planes que se fraguaban en Francia gracias a su representante en Londres, don Vicente Rocafuerte, quien el 20 de abril de 1827 informó al ministro de Relaciones Exteriores de México, don Juan José Espinosa de los Monteros, que un mexicano apellidado García del Río, monarquista decidido, había sido designado agente encargado de realizar el cambio de república a monarquía en México.

Según Rocafuerte, García del Río se presentaría al gobierno mexicano con el pretexto de concederle un empréstito, para lo cual llevaba cartas de recomendación del famoso banquero francés Laffite. Sin embargo, en realidad se encargaría de fomentar las discordias y disminuir así la fuerza que los republicanos podrían oponer a los monarquistas.

Además, Rocafuerte asegura que se pretendía también realizar estos proyectos en el resto de la América española con el apoyo del emperador del Brasil. En Buenos Aires y Chile se colocaría un príncipe que fuera del agrado del emperador de Austria, en el Perú se crearía un reino para el general San Martín, y en Colombia se permitiría a Simón Bolívar que se titulase presidente perpetuo, rey o emperador. 

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Pedro I de Brasil

Es evidente que este proyecto carecía de apoyo efectivo en Europa, por lo que su realización era en la práctica imposible. A pesar de ello, no podemos olvidar que en México aun quedaban algunos partidarios del regreso de los Borbones, mismos que esperaban una oportunidad desde que se sintieron traicionados por Iturbide en 1822. Aunque estos no eran muchos, si eran un grupo fuerte gracias a su posición social y económica. Sobra decir que la mayoría de ellos eran sin duda alguna españoles radicados en México, por lo que se vieron afectados por la expulsión decretada en diciembre de 1827.

Desconozco si García del Río pudo llegar a México, pero lo haya logrado o no, es evidente que este plan monárquico no tuvo ninguna trascendencia en nuestra historia política y fue tan sólo un eslabón más de la cadena que culminó en 1867 con el fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo en el Cerro de las Campanas.

Lo que si queda claro es que México se salvó de tener por rey a Francisco de Paula Borbón. Siglos de matrimonios entre parientes habían provocado que la familia Borbón tuviera serios problemas de salud física y mental y don Francisco de Paula no era la excepción.


domingo, 11 de marzo de 2018

MARÍA ESTUARDO. LA TRAGEDIA DE UNA MUJER CONVERTIDA EN REINA

María Estuardo nació en el palacio de Linlithgow el 8 de diciembre de 1542. Hija y heredera del rey Jacobo V de Escocia y de María de Guisa, su historia es sin duda una de las más apasionantes que hay.

Ella nació en un mundo convulso. Un par de décadas antes había comenzado la Reforma Protestante en Europa encabezada por Martín Lutero, misma que dividió el continente, comenzando un baño de sangre sin precedentes. Escocia, desde luego, no fue la excepción.

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María Estuardo, reina de Escocia

El reino que María heredó con tan sólo seis días de nacida tenía también una historia complicada. Desde sus inicios tuvo que luchar en dos frentes: uno interno, entre los diferentes clanes y pueblos que la formaban; y uno externo, contra sus vecinos del sur, llámense romanos, anglosajones, normandos e ingleses. Desde el siglo XI Escocia buscó de forma reiterada la alianza con Francia para poder conjurar la amenaza que representaban los ingleses, aunque no siempre lo consiguió. Prueba de ello son los múltiples enlaces matrimoniales de los reyes escoceses, su padre entre ellos, con princesas francesas.

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Jacobo V y María de Guisa

Ese fue el país que le tocó gobernar. Un país dividido, convertido rápidamente al calvinismo y ambicionado por Inglaterra. Para colmo, su nacimiento no fue muy bien recibido por su padre el rey, pues en esos momentos se encontraba gravemente enfermo de cólera y ante la ausencia de hijos esperaba con ansia el nacimiento de la que sería su heredera. Al enterarse de que era mujer, de acuerdo con la leyenda exclamó: “¡Comenzó con una mujer y terminará con otra!”. Hacía alusión al hecho de que los Estuardo habían obtenido sus derechos al trono cuando María de Bruce, hija de Roberto I, se casó con Walter Estuardo, cuyo hijo sería el primer rey de la nueva dinastía. Mal pintaba el panorama para la reina niña en esas condiciones, especialmente cuando comenzó la lucha por la regencia, que en un principio quedó en manos del duque de Arran y posteriormente fue asumida por su madre.

La desgracia parecía perseguir a la pequeña. Enrique VIII de Inglaterra la había pedido en matrimonio apenas nacer para su hijo el príncipe Eduardo, con miras a unificar definitivamente los dos reinos, pero ante la negativa de la madre de la joven reina, que prefería la alianza con Francia, la guerra entre ambos reinos se reanudó. A los cinco años, María fue enviada a Francia para casarse con el heredero del trono galo, mismo al que accedió a los 17 años cuando su marido subió al trono como Francisco II. Su situación internacional era muy interesante. Reina de Escocia, reina consorte de Francia y heredera del trono inglés, al ser sobrina en segundo grado y la pariente viva más cercana de la reina Isabel I, quien no tenía hijos. El único problema es que María era católica, lo que volvía su posición aun más complicada, pues sus súbditos escoceses eran calvinistas y los ingleses anglicanos, por lo que ninguno de ellos la quería. Para colmo, un año después de ser coronada en Francia se convirtió en reina viuda al morir su joven marido, lo que la obligó a volver a Escocia, donde comenzó a reinar de inmediato.

Sus actos de gobierno nos muestran a una mujer culta e inteligente luchando contra una sociedad cerrada e intolerante, pero también a una mujer renacentista que por su educación francesa nunca pudo entender a sus súbditos, toscos e individualistas. Decretó la libertad de culto, algo inédito en la Europa de las guerras de religión, y a cambio los calvinistas no le permitieron ejercer libremente su fe católica. A pesar de todo consiguió darle al reino cuatro años de paz, necesarios para que éste recobrara el aliento.

Por desgracia para la reina, su buen juicio en el gobierno se nubló por su mala elección en la vida sentimental. Se casó en segundas nupcias con su primo lord Darnley, un vividor que por sus ansias de poder intentó eliminar a su propia esposa, la reina, y sumió al país en una terrible guerra civil, hasta que fue asesinado por el conde de Bothwell, con quien María se casó al poco tiempo. Así, las sospechas sobre el asesinato cayeron sobre ella y una nueva rebelión la obligó a abdicar al trono en 1567 en favor de su pequeño hijo, Jacobo VI.

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Lord Darnley

Tomó entonces una de sus peores decisiones. Cruzó la frontera buscando refugio en la corte de su tía Isabel de Inglaterra, pero ésta ordenó su detención. Grave error, teniendo en cuenta que para su tía ella era un peligro, ya que los católicos no consideraban a Isabel como la reina legítima de Inglaterra aduciendo que era hija bastarda de Enrique VIII, por lo que para ellos María era la auténtica reina de Inglaterra. Así que Isabel recibió con alegría a su sobrina, pues en su corte podría tenerla muy bien vigilada. Los derechos de María al trono inglés provenían de Margarita Tudor, hermana mayor de Enrique VIII, quien casó con Jacobo IV de Escocia, abuelo de María. Y para su desgracia, pero por fortuna para ambos reinos, Isabel no tenía ningún pariente más cercano.

Su vida en la corte inglesa ha sido muy estudiada, aunque generalmente sin mucho rigor. Por varios siglos, los autores católicos la vieron como la reina mártir en manos de la perversa inglesa protestante, mientras que los autores protestantes la vieron como la eterna conspiradora al servicio del Papa que buscaba acabar con la reforma religiosa en Inglaterra y restaurar el catolicismo. En realidad no era ni una cosa ni la otra. Si bien se le asoció siempre con varias conspiraciones tendientes a derrocar a su tía Isabel, se trataba más bien de personas que utilizaban su nombre sin su consentimiento. María sabía muy bien lo frágil de su posición en Inglaterra y es difícil por ello pensar que podría conspirar en contra de la reina. Por otro lado, María ya había demostrado su tolerancia religiosa al decretar la libertad de cultos en su propio reino, por lo que cuesta trabajo imaginarla conspirando para erradicar el protestantismo de Inglaterra y retornar ese reino al catolicismo. Ella conocía bien la historia de su otra tía la reina María de Inglaterra, conocida como María la Sanguinaria, quien nunca pudo reimplantar el catolicismo en su país, a pesar de contar con el apoyo de su marido Felipe, en ese entonces príncipe heredero de España e hijo de Carlos V, el monarca más poderoso de Europa.

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Isabel I de Inglaterra

Finalmente, el 8 de febrero de 1587 la reina Isabel ordenó su ejecución, tras descubrirse una nueva conspiración que pretendía utilizarla para derrocar a la reina inglesa y a la que María, quizá de forma no tan inocente como algunos pretenden, había dado su bendición. La tragedia la persiguió hasta el final, pues se dice que el verdugo tuvo que asestar cincuenta golpes con el hacha para poder cortarle la cabeza. Un verdugo sin mucha experiencia en el oficio, la verdad.

Pero el legado de María llegó 16 años después. Al permitir que su hijo Jacobo se educara en una Escocia protestante, logró que a su muerte se convirtiera en el único heredero de Isabel, siendo coronado rey de Inglaterra e Irlanda a la muerte de ésta en 1603. Se cumplía así un sueño largamente acariciado por los monarcas ingleses, aunque por ironías de la historia, sería un rey escocés y no uno inglés el que lograría unir ambas coronas. Además, con el paso del tiempo la vida de María comenzó a caer en el terreno de la leyenda, lo que ayudó a convertirla, sin duda alguna, en la reina más popular de Escocia.