domingo, 11 de marzo de 2018

MARÍA ESTUARDO. LA TRAGEDIA DE UNA MUJER CONVERTIDA EN REINA

María Estuardo nació en el palacio de Linlithgow el 8 de diciembre de 1542. Hija y heredera del rey Jacobo V de Escocia y de María de Guisa, su historia es sin duda una de las más apasionantes que hay.

Ella nació en un mundo convulso. Un par de décadas antes había comenzado la Reforma Protestante en Europa encabezada por Martín Lutero, misma que dividió el continente, comenzando un baño de sangre sin precedentes. Escocia, desde luego, no fue la excepción.

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María Estuardo, reina de Escocia

El reino que María heredó con tan sólo seis días de nacida tenía también una historia complicada. Desde sus inicios tuvo que luchar en dos frentes: uno interno, entre los diferentes clanes y pueblos que la formaban; y uno externo, contra sus vecinos del sur, llámense romanos, anglosajones, normandos e ingleses. Desde el siglo XI Escocia buscó de forma reiterada la alianza con Francia para poder conjurar la amenaza que representaban los ingleses, aunque no siempre lo consiguió. Prueba de ello son los múltiples enlaces matrimoniales de los reyes escoceses, su padre entre ellos, con princesas francesas.

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Jacobo V y María de Guisa

Ese fue el país que le tocó gobernar. Un país dividido, convertido rápidamente al calvinismo y ambicionado por Inglaterra. Para colmo, su nacimiento no fue muy bien recibido por su padre el rey, pues en esos momentos se encontraba gravemente enfermo de cólera y ante la ausencia de hijos esperaba con ansia el nacimiento de la que sería su heredera. Al enterarse de que era mujer, de acuerdo con la leyenda exclamó: “¡Comenzó con una mujer y terminará con otra!”. Hacía alusión al hecho de que los Estuardo habían obtenido sus derechos al trono cuando María de Bruce, hija de Roberto I, se casó con Walter Estuardo, cuyo hijo sería el primer rey de la nueva dinastía. Mal pintaba el panorama para la reina niña en esas condiciones, especialmente cuando comenzó la lucha por la regencia, que en un principio quedó en manos del duque de Arran y posteriormente fue asumida por su madre.

La desgracia parecía perseguir a la pequeña. Enrique VIII de Inglaterra la había pedido en matrimonio apenas nacer para su hijo el príncipe Eduardo, con miras a unificar definitivamente los dos reinos, pero ante la negativa de la madre de la joven reina, que prefería la alianza con Francia, la guerra entre ambos reinos se reanudó. A los cinco años, María fue enviada a Francia para casarse con el heredero del trono galo, mismo al que accedió a los 17 años cuando su marido subió al trono como Francisco II. Su situación internacional era muy interesante. Reina de Escocia, reina consorte de Francia y heredera del trono inglés, al ser sobrina en segundo grado y la pariente viva más cercana de la reina Isabel I, quien no tenía hijos. El único problema es que María era católica, lo que volvía su posición aun más complicada, pues sus súbditos escoceses eran calvinistas y los ingleses anglicanos, por lo que ninguno de ellos la quería. Para colmo, un año después de ser coronada en Francia se convirtió en reina viuda al morir su joven marido, lo que la obligó a volver a Escocia, donde comenzó a reinar de inmediato.

Sus actos de gobierno nos muestran a una mujer culta e inteligente luchando contra una sociedad cerrada e intolerante, pero también a una mujer renacentista que por su educación francesa nunca pudo entender a sus súbditos, toscos e individualistas. Decretó la libertad de culto, algo inédito en la Europa de las guerras de religión, y a cambio los calvinistas no le permitieron ejercer libremente su fe católica. A pesar de todo consiguió darle al reino cuatro años de paz, necesarios para que éste recobrara el aliento.

Por desgracia para la reina, su buen juicio en el gobierno se nubló por su mala elección en la vida sentimental. Se casó en segundas nupcias con su primo lord Darnley, un vividor que por sus ansias de poder intentó eliminar a su propia esposa, la reina, y sumió al país en una terrible guerra civil, hasta que fue asesinado por el conde de Bothwell, con quien María se casó al poco tiempo. Así, las sospechas sobre el asesinato cayeron sobre ella y una nueva rebelión la obligó a abdicar al trono en 1567 en favor de su pequeño hijo, Jacobo VI.

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Lord Darnley

Tomó entonces una de sus peores decisiones. Cruzó la frontera buscando refugio en la corte de su tía Isabel de Inglaterra, pero ésta ordenó su detención. Grave error, teniendo en cuenta que para su tía ella era un peligro, ya que los católicos no consideraban a Isabel como la reina legítima de Inglaterra aduciendo que era hija bastarda de Enrique VIII, por lo que para ellos María era la auténtica reina de Inglaterra. Así que Isabel recibió con alegría a su sobrina, pues en su corte podría tenerla muy bien vigilada. Los derechos de María al trono inglés provenían de Margarita Tudor, hermana mayor de Enrique VIII, quien casó con Jacobo IV de Escocia, abuelo de María. Y para su desgracia, pero por fortuna para ambos reinos, Isabel no tenía ningún pariente más cercano.

Su vida en la corte inglesa ha sido muy estudiada, aunque generalmente sin mucho rigor. Por varios siglos, los autores católicos la vieron como la reina mártir en manos de la perversa inglesa protestante, mientras que los autores protestantes la vieron como la eterna conspiradora al servicio del Papa que buscaba acabar con la reforma religiosa en Inglaterra y restaurar el catolicismo. En realidad no era ni una cosa ni la otra. Si bien se le asoció siempre con varias conspiraciones tendientes a derrocar a su tía Isabel, se trataba más bien de personas que utilizaban su nombre sin su consentimiento. María sabía muy bien lo frágil de su posición en Inglaterra y es difícil por ello pensar que podría conspirar en contra de la reina. Por otro lado, María ya había demostrado su tolerancia religiosa al decretar la libertad de cultos en su propio reino, por lo que cuesta trabajo imaginarla conspirando para erradicar el protestantismo de Inglaterra y retornar ese reino al catolicismo. Ella conocía bien la historia de su otra tía la reina María de Inglaterra, conocida como María la Sanguinaria, quien nunca pudo reimplantar el catolicismo en su país, a pesar de contar con el apoyo de su marido Felipe, en ese entonces príncipe heredero de España e hijo de Carlos V, el monarca más poderoso de Europa.

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Isabel I de Inglaterra

Finalmente, el 8 de febrero de 1587 la reina Isabel ordenó su ejecución, tras descubrirse una nueva conspiración que pretendía utilizarla para derrocar a la reina inglesa y a la que María, quizá de forma no tan inocente como algunos pretenden, había dado su bendición. La tragedia la persiguió hasta el final, pues se dice que el verdugo tuvo que asestar cincuenta golpes con el hacha para poder cortarle la cabeza. Un verdugo sin mucha experiencia en el oficio, la verdad.

Pero el legado de María llegó 16 años después. Al permitir que su hijo Jacobo se educara en una Escocia protestante, logró que a su muerte se convirtiera en el único heredero de Isabel, siendo coronado rey de Inglaterra e Irlanda a la muerte de ésta en 1603. Se cumplía así un sueño largamente acariciado por los monarcas ingleses, aunque por ironías de la historia, sería un rey escocés y no uno inglés el que lograría unir ambas coronas. Además, con el paso del tiempo la vida de María comenzó a caer en el terreno de la leyenda, lo que ayudó a convertirla, sin duda alguna, en la reina más popular de Escocia.


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