miércoles, 25 de noviembre de 2015

NO CABE DUDA QUE EL QUE NACE PA'MACETA, NO PASA DEL CORREDOR

Es indudable la existencia de personas que nacen con mala suerte y objetos que al ser fabricados reciben unas malas vibras que no veas.

Tal es el caso del USS William D. Porter, un destructor de la armada de los Estados Unidos que desde su construcción ya dejaba ver lo complicada que sería su historia y lo incompetentes que serían sus capitanes, porque tampoco se trata de echarle toda la culpa al pobre barco que no puede defenderse, ¿verdad?

Todo comenzó, como suele decirse, desde el principio. Tras ser botado en los astilleros de la armada, se puso al frente de su tripulación el capitán William Walter. Su primera misión no podía ser más importante: nada más y nada menos que participar en el convoy que iba a escoltar al acorazado USS Iowa, a bordo del cual se encontraba el mismísimo presidente de los Estados Unidos que se dirigía a dos reuniones secretas de alto nivel con Churchill, en El Cairo, y con éste de nuevo y Stalin en Teherán. La función precisa del USS Porter era brindar cobertura antisubmarina, pues el Océano Atlántico se encontraba tapizado de submarinos alemanes.

USS Porter
El USS William D. Porter

Al salir del muelle, el marinero encargado de levantar el ancla tenía prisa (a lo mejor quería ir al baño) y la dejó a la mitad. Por desgracia, un carguero había tenido la mala suerte de atracar muy cerca (pero MUY cerca) del Porter, por lo que al salir éste con el ancla a la mitad, le rasgó el casco al carguero y se llevó por delante varios botes salvavidas y pedazos de la barandilla de la cubierta. Como tenía prisa y además era un militar, el capitán del Porter, en lugar de quedarse a esperar a que vinieran los del seguro, se limitó a mandarle una disculpa desde su cubierta al capitán del otro barco, pues se le hacía tarde para reunirse con el Iowa.

Cuando el Porter se reunió con el resto del convoy 24 horas después, la noticia ya había llegado a sus compañeros, por lo que la tripulación, con su capitán el primero, fue blanco de todas las burlas y bromas de los demás miembros del convoy.

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Bombas de profundidad

Como todo destructor antisubmarino, el Porter estaba armado con cargas de profundidad destinadas a combatir a los U-boot (submarinos) alemanes. Una noche, mientras la mayoría de los marineros del convoy dormía plácidamente y sólo a los que les tocaba la guardia estaban de pie, se escuchó el inconfundible tronido de una carga de profundidad. Eso sólo podía significar una cosa: había submarinos alemanes en el área. Como lo más importante era proteger al presidente, de inmediato se dio la alarma y los buques, el Iowa el primero, comenzaron maniobras de evasión mientras los demás destructores alistaban sus cargas de profundidad y buscaban desesperados a los alemanes. En eso, un mensaje llegó por radio a todos los buques estadounidenses. Era del capitán del Porter, quién tímidamente avisaba que se les había olvidado ponerle el seguro a una de sus cargas de profundidad, misma que, con el movimiento del barco se había soltado y, tras rodar por cubierta, había caído al mar, explotando de inmediato. Así que, les decía, ya podían volver a dormir, pues no había ningún submarino alemán a la vista. El enojo del almirante Ernest King, el mero mero del convoy, fue de antología y de inmediato ordenó al capitán del Porter que se dejara de tonterías.

Churchill, Roosevelt y Stalin

Pero éstas no habían hecho más que comenzar. Con el fin de calmar los ánimos, muy tensos tras el susto nocturno, el presidente Roosevelt habló con el capitán del Iowa, proponiéndole que hicieran un simulacro de ataque aéreo para mostrarle la efectividad de sus defensas antiaéreas. Para ello, el capitán ordenó lanzar una serie de globos especiales que servirían como blanco mientras los artilleros les disparaban. Pero entonces, el capitán Walter, del Porter, se dio cuenta de que algunos de los globos se dirigían hacia su barco y ordenó a sus artilleros que también dispararan con el ánimo de limpiar un poco su maltrecha reputación. Sus artilleros hicieron bien el trabajo (¡vaya!) y lograron derribar algunos globos.

Pero entonces, el capitán la volvió a regar. Envalentonado por lo de los globos, creyó que su mala suerte había terminado, así que decidió sorprender al presidente enseñándole su pericia militar, ordenando un simulacro de lanzamiento de torpedos. Para hacer eso, hace falta un blanco que sirva para calibrar la distancia y la potencia de los torpedos, mismos que en realidad no son lanzados, pues para los simulacros se les retiran las cargas explosivas que al detonar los impulsan al agua. Y el buen capitán Walter no tuvo mejor idea que seleccionar el barco del presidente como blanco. Comienza el simulacro. Se "dispara" el primer torpedo. Éste no sale. Todo normal. "Fuego el dos", ordena el capitán, no sin cierto nerviosismo. Tampoco sale. Hasta ahora, todo bien. Y entonces ordena disparar el tercero. Los encargados aprietan el botón, confiados, y para sorpresa de todos se escucha con claridad el silbido que hacen los torpedos al salir disparados. ¡Horror! Algo salió mal y el torpedo va directo hacia el Iowa, con todo y presidente a bordo. Muerto del pánico, el capitán Walter avisó por radio al otro barco para que girara de inmediato a estribor. El Iowa logró evitar por poco al torpedo que sin duda lo hubiera hundido, pero dicen que el giro fue tan brusco que la silla de ruedas del presidente estuvo a punto de caer por la borda, con él sentado encima, desde luego. Tras esto, Walter sólo alcanzó a decir: "Perdón, fuimos nosotros".

Y el tercer torpedo se les salió...

Para evitar más desastres, el Porter fue expulsado del convoy y su tripulación sometida a un consejo de guerra. Aunque al final se demostró que todo había sido un infortunado error, el marinero responsable de no quitar el detonador del tercer torpedo fue condenado a 14 años de trabajos forzados, aunque recibió de inmediato un perdón presidencial.

A pesar de ello, el Porter fue vetado de cualquier misión importante y enviado a Alaska, donde se pensó que no podría causar más problemas. ¡Qué equivocados estaban! Un buen día uno de los marineros regresó borracho al barco tras un permiso y decidió ponerse a jugar con los cañones pesados del barco. No sé dónde estarían sus compañeros o si estarían igual de borrachos, pero el caso es que nadie se lo impidió. Los cañones se dispararon y uno de los proyectiles fue a dar al jardín de la casa del comandante de la base militar, justo en el momento en que éste celebraba una fiesta. Para Walter, éste fue el final. Fue relevado del cargo y enviado a pelar papas en una base de Virginia (bueno, eso creo yo, porque con semejante historial, era lo menos que se merecía). El Porter continuó en Alaska con su nuevo capitán (Charles M. Keyes) y nueva tripulación. Puros marineros enviados ahí como castigo por su mal desempeño en otros barcos. ¿Y yo por qué?, ha de haber dicho el nuevo capitán.

El USS Iowa haciendo alarde de su fuerza.


Sin embargo, el destino le tenía reservado al Porter una oportunidad más para hacer tonterías. Alemania estaba por rendirse, por lo cual Estados Unidos decidió echar toda la carne al asador en la lucha contra Japón en el Pacífico. Para ello, todos los barcos eran útiles. Así que, tras encomendarse a todos los dioses que les vinieron a la mente, los miembros del Estado Mayor de la Armada decidieron enviar al Porter a pelear contra los japoneses, sacándolo de su frío exilio en Alaska.

No bien llegó a aguas más calurosas, el Porter fue destinado a la flota que pelearía en la batalla de Okinawa, en abril de 1945. Su reputación terminó de irse a pique cuando, nada más empezar la batalla, sus artilleros dispararon por error contra sus compatriotas del destructor USS Luce, hundiéndolo sin remedio. Entonces se le ordenó a su capitán que se retirara de la batalla y se dedicara a apoyar a las tropas que intentaban desembarcar en la isla del mismo nombre. Ahí, con sus cañones antiaéreos derribó cinco aviones japoneses... y tres estadounidenses.

Sin mayores aspavientos, el almirante lo retiró del campo de batalla y le ordenó que regresara a casa. Pero apenas había iniciado la marcha, el 10 de junio de 1945, cuando fue atacado por un avión kamikaze japonés. De inmediato, los artilleros alistaron los cañones antiaéreos y consiguieron derribar el avión enemigo, que cayó al mar. Pero en medio de las celebraciones, nadie se dio cuenta que el avión no explotó y que el motor, aun en funcionamiento, hizo que éste se dirigiera, cual torpedo lanzado contra el Iowa, derechito contra el Porter, pero eso sí, por debajo del agua. Cuando los marineros se dieron cuenta de ello, sólo les quedó rezar porque el avión japonés no tocara al barco. Pero lo tocó y explotó justo cuando pasaba por debajo de su quilla, causándole graves daños. Tras tres horas de agonía, el USS William D. Porter fue tragado por el océano, hundido por un avión que ya había sido derribado. Mala suerte hasta el final. Bueno, al menos todos los tripulantes pudieron ser rescatados y no les pasó como a sus compañeros del Indianápolis (ver Los marineros estadounidenses que no pudieron contra los peligros del mar en este mismo blog).


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El final del USS Porter

Definitivamente, creo que no hay ningún otro barco en la historia con una tripulación tan incompetente y una mala suerte tan manifiesta. ¿O sí?

Si quieres saber más, busca el libro "¡Fuego a discreción! Historias sorprendentes de la Primera y la Segunda Guerra Mundial" de Javier Sanz y Guillermo Clemares.
También puedes visitar la página Photographic History of the United States Navy.

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