viernes, 20 de noviembre de 2015

UN ANIVERSARIO MÁS DE LA MUERTE DEL TIRANO

A lo mejor a muchos les importa un pepino o un soberano cacahuate, pero el día de hoy, además de ser un aniversario más de nuestra Revolución (al final de este artículo les comentaré un hecho curioso al respecto), se celebra a bombo y platillo el cuarenta aniversario de la muerte del tirano español, ese chaparro con voz de pito que se hacía llamar "Generalísimo y Caudillo de España por la Gracia de Dios" y a quien sus escasos amigos conocían como Francisco Franco Bahamonde.

Es bien sabido la forma en que llegó al poder este sujeto. Tras un intento de golpe de estado fallido, en el que intentó junto con sus colegas militares (yo, en lo personal, no confío mucho en los hombres con uniforme militar o policíaco) poner fin al gobierno republicano español que, con sus aciertos y desaciertos era el gobierno que el pueblo había decidido tener, sumiendo con ello al país en una cruenta guerra civil que por tres años sirvió de laboratorio a los nazis y a los soviéticos que ya veían en el horizonte el próximo estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Franco y Hitler, dos alegres camaradas.

Durante la guerra, las órdenes de este engendro fueron claras: acabar por las malas con todos aquellos que apoyaban a la República, fueran maestros, sindicalistas, campesinos, trabajadores, periodistas, intelectuales o simples sospechosos de tener ideas izquierdistas. La represión en el mal llamado "bando nacionalista" fue terrible. Los fusilamientos parecían no tener fin.

Al término del conflicto, con el triunfo de Franco (gracias sobre todo al apoyo alemán e italiano y a la hipócrita y criminal "neutralidad" de Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, además de la división que los comunistas provocaron al interior de las filas republicanas), la represión se recrudeció. Cientos de miles de españoles escaparon a otros países. Los que fueron a Francia se vieron envueltos al poco tiempo en la Guerra Mundial, terminando muchos de ellos en los campos de concentración nazis, aunque otros más consiguieron unirse a la Resistencia e incluso protagonizaron hechos gloriosos, como ser los primeros en entrar en la París liberada.

Aquí, con Mussolini, el dictador italiano

Otros más terminaron recalando en México, donde contribuyeron con su saber y su trabajo al progreso material e intelectual de su patria adoptiva. Pero en España, bajo el férreo yugo del tirano, las cosas se pusieron peor. Cientos de miles de trabajadores fueron encarcelados o "depurados". A los presos republicanos se les obligó a trabajar en condiciones de semiesclavitud en la faraónica obra que pretendía ensalzar al nuevo régimen: el Valle de los Caídos.

Franco se mantuvo en el poder hasta su muerte en 1975, 36 años después de su triunfo en la Guerra Civil. ¿Cómo duró tanto tiempo si al acabar la Segunda Guerra Mundial nadie daba un peso por él, debido a su estrecha vinculación con el nazismo y con Hitler? Sencillo, el comienzo de la Guerra Fría salvó su pellejo. A los Estados Unidos le convenía más un régimen de derecha en España, enemigo acérrimo de la comunista Unión Soviética, por lo que sus "pecados" de preguerra fueron rápidamente olvidados. Y como encima Franco les concedió a los gringos unas bases militares en territorio español, pues todos contentos.

Para darnos una idea, se calcula que entre 1936 y 1943 murieron a causa de las represalias franquistas entre 150,000 y 200,000 españoles, dependiendo la fuente. Hay quien dice que fueron más y hay quien dice que fueron menos (como el gobierno). Aun hay mucho trabajo por hacer y muchos archivos que revisar, aunque la oposición a ello por parte del actual gobierno español no ayuda mucho. Si bien la represión mortal disminuyó mucho en la década de los sesenta, se siguió encarcelando a todos aquellos que se opusieran al régimen y se dejaran agarrar.

Serrano Suñer, concuño de Franco, departiendo alegremente con Himmler, el temible jefe de las SS nazis.

Los 36 años de la dictadura franquista fueron una época en que los españoles carecieron de las más elementales libertades políticas e ideológicas, en donde la vida no valía nada a menos que uno fuera de los llamados "jerifaltes" del régimen. Cualquiera era culpable hasta que la autoridad decidiera soltarlo. Las mujeres perdieron el derecho al voto que habían obtenido con la República y fueron recluidas en la casa como una parte más del mobiliario. Ni siquiera tenían personalidad jurídica y para cualquier acto legal debían contar con la aprobación del marido, el padre o el tutor. Y de divorcio ni hablamos: totalmente prohibido.

Mientras los españoles pasaban hambres y miserias, la nueva "familia real" se cubría de oro y lujos de todo tipo. Fueron incontables los negocios que se hicieron a la sombra del "Caudillo" por parte de sus familiares y amigos, de donde proceden muchas de las actuales fortunas españolas.

La prensa se hace eco de la feliz noticia

Por desgracia, éste tipo de regímenes fueron y son muy comunes, especialmente en América Latina, Asia y África. ¿Cómo olvidar aquí a Pinochet (Chile), a Stroessner (Paraguay), a Videla (Argentina), a Castelo Branco (Brasil), Méndez (Uruguay), Stalin (Unión Soviética), Mao (China), Sukarno y Suharto (Indonesia), Somoza (Nicaragua), Trujillo (República Dominicana), Batista y Castro (Cuba) y tantos más? Algunos apoyados por los Estados Unidos, otros por la Unión Soviética, pero todos a fin de cuentas dictadores. Unos más crueles y represivos que otros, pero todos ellos tiranos. Algunos murieron de viejos con el poder en sus manos, otros se fueron al exilio con el dinero en sus manos tras ser derrotados por rebeliones armadas, y pocos, muy pocos, dieron cuenta a la justicia de sus actos. Como yo soy ateo, no creo en la justicia divina, así que todos los que murieron de viejos en sus camas, para mí, murieron sin pagar por sus crímenes.

En fin. Cambiando un poco de tema, les prometí narrarles un hecho curioso de la Revolución Mexicana y aquí les va.

Aunque Madero es un personaje que en general me causa simpatía y agrado, no puedo dejar de reconocer que en muchas ocasiones hacía gala de una ingenuidad increíble. ¿De qué otra forma se explica que en el Plan de San Luis, con el cual llamaba a la revolución, le dijera al gobierno la fecha y la hora en que ésta iba a estallar? 20 de noviembre de 1910 a las seis de la tarde, asentó en dicho documento. Obviamente el gobierno se previno y días antes comenzó a detener a todos aquellos sospechosos de poder encabezar el movimiento armado. Cuando Madero, que se encontraba exiliado en los Estados Unidos, cruzó la frontera por Coahuila el 20 de noviembre de 1910 a las seis de la tarde, en lugar de encontrar un país en plena gesta revolucionaria, se dio de bruces contra la realidad. Salvo algunas excepciones de caudillos menores que se lanzaron a la lucha, especialmente en Veracruz, el país se encontraba en calma. A Madero tan sólo lo recibieron un pequeño grupo de voluntarios civiles (las fuentes no son precisas pero se habla de menos de veinte) que ni siquiera estaban armados en su totalidad. Así que después de unos cuantos días en territorio nacional, Madero se regresó a los Estados Unidos con la creencia de que la revolución había fracasado. En realidad, ésta estalló con toda su virulencia un par de meses después. En otras palabras, el 20 de noviembre de 1910 no hubo revolución ni hubo nada.

Y aquí tenemos al otro Francisco de hoy, pero éste de apellido Madero y sin vínculos emotivos con ninguna dictadura.

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