Sin duda alguna, el Vaticano es un Estado muy peculiar. En él, el Papa, líder espiritual de los católicos, ejerce como soberano absoluto.
El Vaticano surgió a raíz de que el papa Pío XI y Benito Mussolini firmaran el llamado Tratado de Letrán el 11 de febrero de 1929. Con ésto se ponía fin a una situación un tanto incómoda en la que el Papa permanecía encerrado en el Palacio Vaticano desde que los italianos le quitaran sus territorios, incluyendo la ciudad de Roma, a raíz de la unificación del país en 1870.
Y es que resulta que desde el año 752 los papas eran dueños de la ciudad de Roma y los territorios que la rodeaban gracias a una donación que le hizo el rey franco Pepino el Breve (sin albur) al papa Esteban II por haberlo reconocido como rey de Francia. Poco después Carlomagno, hijo del anterior, ratificaría esa donación. Con el paso de los años los papas fueron ampliando sus dominios, ya fuera mediante cesiones de reyes y nobles deseosos de ganarse un lugar en el cielo o mediante la simple y llana conquista. Su mayor extensión se alcanzó en el siglo XVI cuando llegaron a dominar todo el centro de Italia.
Pero como siempre ocurre, eso se acabó el día que los italianos, impregnados del espíritu nacionalista del siglo XIX, decidieron que ya era hora de tener su propio país en lugar de una serie de reinos dominados por reyes, papas y duques poco escrupulosos. Todo comenzó en 1848. En aquellos momentos el papa era Giovanni María Mastai Ferreti, mejor conocido como Pío IX, uno de los papas más intransigentes y conservadores. Con decirles que fue el creador de esa tarugada de la infalibilidad papal.
Pío IX |
El caso es que tras una guerra entre los reinos italianos contra Austria, que dominaba parte del norte de Italia, el pueblo se llenó de patriotismo y decidió que era llegada la hora de su libertad. Entre otras cosas, el pueblo romano se levantó en armas y proclamó la República Romana, obligando al papa a huir y refugiarse en Gaeta. Sin embargo, esta república sólo duró ocho meses, pues el entonces presidente de Francia, Luis Napoleón Bonaparte (futuro Napoleón III) envió a sus tropas para recuperar la ciudad y devolvérsela a Pío IX.
Pero bueno, y ¿qué tiene que ver México con todo esto? Resulta que en aquellos momentos nuestro país se encontraba deprimido tras perder la guerra contra los Estados Unidos en la que éstos nos arrebataron la mitad del territorio. El presidente en turno era don José Joaquín de Herrera, quien ya había ostentado el cargo en otras ocasiones en medio de los disturbios que caracterizaron a nuestro país en los primeros años de vida independiente.
José Joaquín de Herrera |
Pues bien, un día estaba don José Joaquín buscando alguna forma de levantar el ánimo del decaído pueblo mexicano, cuando algún chismoso le habló de las desgracias que habían caído sobre Pío IX, y en esos acontecimientos creyó ver la solución a nuestros problemas (léase con ironía, por favor). Ni tardo ni perezoso se reunió con los señores diputados y les propuso su plan. Todos estuvieron de acuerdo con él y se redactó entonces una carta dirigida al papa en la que, entre otras cosas, se le decía lo siguiente: "Si viniese acá, Santidad, encontraría en México a siete millones de hijos llenos de amor y veneración hacia su sagrada persona, y que tendrían la ventura de recibir inmediatamente de sus manos la bendición paternal".
En pocas palabras, el presidente Herrera le ofrecía al papa que se viniera a vivir a México, ya que lo habían corrido de Roma, y para ello le ofrecía el castillo de Chapultepec como residencia, además de mandarle 25,000 pesos como aliciente. Por fortuna para nosotros, el papa estaba aferrado a recuperar sus territorios italianos y su añorada ciudad de Roma, por lo que amablemente rechazó el ofrecimiento del gobierno mexicano. Eso sí, en agradecimiento, nombró a don José Joaquín como caballero Gran Cruz con collar de la Orden de Pío IX (sí, con toda la humildad que lo caracterizaba, el papa había creado una orden caballeresca con su propio nombre).
Esto pudo haber sido el Vaticano Mexicano |
No sabemos que hubiera ocurrido si Pío IX hubiera aceptado la invitación, pero algunas de las posibilidades son, o que actualmente la ciudad de México y sus alrededores fueran los nuevos Estados Pontificios, o que al menos Chapultepec, Polanco y las Lomas fueran el nuevo Vaticano. Y habiendo perdido poco tiempo antes los territorios del norte, quien sabe cómo le hubiera caído al pueblo mexicano una nueva pérdida, aunque fuera a costa de los chilangos.
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