jueves, 25 de julio de 2019

MITOS Y REALIDADES EN TORNO A LA FUNDACIÓN DE ROMA


En el centro de Italia, entre los Apeninos y el Mediterráneo, se extiende una vasta llanura surcada de colinas que los antiguos llamaban el Lacio y que, gracias a las aguas del Tíber que cruzan por uno de sus extremos, es de una fertilidad extraordinaria. Justo ahí surgió, hace ya muchos siglos, una de las ciudades más impresionantes del mundo: Roma. Imagino que si has escuchado hablar de ella, ¿verdad?



Como sucede con todo el mundo antiguo, el origen de la ciudad de Roma se pierde un poco entre el mito y la realidad, lo que vuelve un poco complicado su estudio. No se sabe con certeza de donde surgió y cuáles son sus antecedentes. Actualmente se presentan muchas hipótesis al respecto, unas con más fundamento que las otras, pero que no dejan de ser más que eso: simples hipótesis. Por otro lado, la tradición le otorga un origen mítico relacionado con los gemelos Rómulo y Remo, como debe corresponder a una ciudad que alcanzaría, como Roma, el primer lugar en el mundo antiguo. Ya en la época imperial, se estableció el 21 de abril del 753 a.E.C. (antes de la Era Común) como la fecha de su fundación. Pero veamos lo que el historiador romano Tito Livio (59 a.E.C. a 17 E.C.) nos dice al respecto:

"Restablecido Numitor en el trono albano, Rómulo y Remo concibieron el deseo de fundar una ciudad en el paraje mismo donde habían sido arrojados y criados. La muchedumbre de habitantes que llenaba Alba y el Lacio, aumentada más y más con el concurso de los pastores, hacía esperar que la nueva ciudad superase a Alba y Lavinia. Aguijoneaba este deseo la sed de mando, mal hereditario en ellos, y odiosa lucha terminó el debate tranquilo al principio. Como eran gemelos y no podían decidir la primogenitura, encomendaron a las divinidades tutelares de aquellos parajes el cuidado de designar por medio de augurios cuál de los dos había de dar nombre y regir la nueva ciudad, retirándose Rómulo al Palatino y Remo al Aventino, para inaugurar allí los templos augurales.


Tito Livio


Dícese que Remo recibió primero los augurios: constituíanlos seis buitres, y acababa de anunciarlo, cuando Rómulo vio doce; siendo aclamado rey cada hermano por los suyos, fundándose unos en la prioridad, los otros en el número de las aves. La ira convirtió en sangriento combate el altercado, y en la acometida cayó muerto Remo. Según la tradición más común, Remo saltó por juego las nuevas murallas que Rómulo había construido, y enfurecido éste, le mató, exclamando: 'Así perezca todo el que se atreva a saltar mis murallas.' Quedando solo Rómulo, la nueva ciudad tomó el nombre de su fundador, quien fortificó ante todo el monte Palatino, sobre el cual había sido aclamado."



Rómulo y Remo amamantados por una loba.

Esta versión legendaria que maneja Tito Livio fue la más aceptada por los romanos y por la mayor parte de la historiografía posterior. Sin embargo, ya en el siglo I de la Era Común, un historiador griego llamado Plutarco, más imparcial que los romanos, nos presentó otras versiones también míticas y legendarias, en las que encontramos casi siempre un elemento común: los romanos descienden de los griegos (aqueos o troyanos). Esto es lo que dice el buen Plutarco:

"Este nombre grande de Roma, que con tanta gloria ha corrido entre todos los hombres, no están de acuerdo los escritores sobre el origen y causa por donde le vino a la ciudad que con él se distingue. Algunos creen que los Pelasgos, que corrieron por diferentes partes de la tierra y sojuzgaron muchos pueblos, se establecieron allí, y de la fuerza de sus armas dieron este nombre a la ciudad, que eso quiere decir Roma. Otros refieren que tomada Troya, algunos de los que huían pudieron hacerse de naves, e impelidos del viento fueron a caer en el país Tirreno, y pararon en las inmediaciones del Tíber. Allí, estando ya las mujeres sin saber qué hacerse, y muy molestadas de la navegación, una de ellas, llamada Roma, que sobresalía en linaje y prudencia, les propuso dar fuego a las naves: hízose así, y al principio los hombres se incomodaron; pero cediendo luego a la necesidad, se establecieron en lo que se llamó Palacio; y como al cabo de poco viesen que les iba mejor de lo que habían esperado, por ser excelente el país y haber sido muy bien recibidos de los habitantes, dispensaron a Roma entre otros honores el que de ella, como de primera causa, tomase nombre su ciudad."

Más adelante y para rizar más el rizo, el mismo Plutarco nos presenta múltiples
opciones más:

"Unos dicen que Roma, hija de Italo y de Leucaria, o, según otra tradición, de Telefo el de Hércules, casada con Eneas, fue la que puso nombre a la ciudad; y otros que no fue sino una hija de Ascanio el de Eneas. Según una sentencia, fue Romano, hijo de Ulises y de Circe, el que fundó a Roma; según otra, Remo el de Ematión, enviado por Diómedes desde Troya; y según otra, Romis, tirano de los latinos, el que arrojó de allí a los tirrenos, que de la Tesalia habían pasado a la Lidia, y de la Lidia a Italia. No sólo esto, sino que aún los que con más fundada razón designan a Rómulo como denominador de aquella ciudad, no convienen entre sí acerca de su origen; porque unos sostienen que fue hijo de Eneas y Doxitea la de Forbante, y que siendo niño, fue traído a Italia con su hermano Remo, y habiéndose perdido en el río, que había salido de madre, los demás barcos, aquel en que navegaban los dos niños había arribado a una orilla muelle, y salvos, por tanto, inesperadamente, se puso al sitio el nombre de Roma; otros que Roma, hija de aquella troyana, la cual hija casó con Latino el de Telémaco, dio a luz a Rómulo; y otros que fue Amulia la de Eneas y Lavinia, conocida por Marte. Finalmente, otros hacen en este punto relaciones del todo fabulosas; que Tarquecio, rey de los albanos, hombre sumamente injusto y cruel, tuvo dentro de su palacio una visión terrible, un falo que salió de entre el fuego, y estuvo permanente por muchos días. Había en el país tirreno un oráculo de Tetis, del cual vino a Tarquecio la respuesta de que una virgen se ayuntase con el fantasma, porque nacería de ella un hijo muy esclarecido, excelente en virtud, en fortuna y en valor. Dio parte del oráculo Tarquecio a una de sus hijas, mandándole que se ayuntase al fantasma; mas ésta lo miró con abominación y envió a una de sus criadas. Cuando Tarquecio lo llegó a entender, lo llevó muy a mal, e hizo prender a entreambas para darles muerte; (....) Dio a luz la criada dos gemelos, y Tarquecio los entregó a Teracio con orden de que les diese muerte; pero este les expuso a la orilla del río, donde una loba acudía a dales de mamar, y diversas aves, trayéndoles de su cebo, lo ponían en la boca a los niños, hasta que un vaquero los vio, y lo tuvo a maravilla, se atrevió a acercarse, y los llevó consigo; y habiéndose salvado por este medio, acometieron después a Tarquecio, y le vencieron. Así lo cuenta un historiador llamado Promatión, que dio a luz una historia de Italia."

Pero más adelante, Plutarco nos presenta de nuevo la versión de Tito Livio, aunque él la hace originaria de un historiador griego y la presenta, además, con más lujo de detalles que la utilizada por Livio. Veamos:

"Mas la relación que pasa por más cierta y tiene mayor número de testigos en su favor, la publicó el primero entre los griegos en sus más señaladas circunstancias, Diocles Peparetio, a quien en las más de las cosas, sigue Fabio Pictor; y aunque todavía hay otras diversas sentencias acerca de estos mismos sucesos, la más recibida, para venir ya al caso, es en esta forma:... porque los antiguos a la teta le decían ruma,... Recogió los niños uno de los pastores del Rey, sin que nadie lo entendiese,... y que por habérseles visto mamar de la loba, de aquí vino ponérseles los nombres de Rómulo y Remo...Muerto Amulio, y restablecido el orden, no tuvieron por conveniente permanecer en Alba, no teniendo el mando; ni tampoco tenerle, viviendo el abuelo materno: entregando, pues, a éste la autoridad, y poniendo a la madre en el honor que le correspondía, determinaron vivir sobre sí, fundando una ciudad en aquel territorio en que al principio recibieron el primer sustento, que es entre todos el motivo más plausible. Era quizás también preciso, habiéndoseles reunido tantos esclavos y hombres sediciosos, o quedarse sin fuerzas con la dispersión de esta gente, o formar un establecimiento aparte...Echados los primeros cimientos de la ciudad, levantaron un templo de refugio para los que a él quisiesen acogerse, llamándole del Dios Asilo: admitían en él a todos, no volviendo los esclavos a sus señores, ni el deudor a su acreedor, ni el homicida a su gobierno, sino que aseguraban a todos la impunidad, como apoyada en cierto oráculo de la Pitia; con lo que prontamente la ciudad se hizo muy populosa, siendo así que los primeros fuegos se dice que no pasaban de mil; pero esto se cumplió ya más adelante... Dio Rómulo sepultura en el sitio llamado Remonia a Remo y a los que le habían dado la crianza; y atendió luego a la fundación de la ciudad, haciendo venir de la Etruria o Tirrenia ciertos varones, que con señalados ritos y ceremonias hacían y enseñaban a hacer cada cosa a manera de una iniciación. Porque en lo que ahora se llama Comicio se abrió un hoyo circular, y en él se pusieron primicias de todas las cosas que por ley nos sirven como provechosas, o de que por naturaleza usamos como necesarias; y de la tierra que de él se sacó cada uno cogió y trajo un puñado, que lo echó también allí como mezclándolo. Dan a este hoyo el mismo nombre que al cielo, llamándole mundo. Después (que son los demás ritos) como un círculo describen desde su centro la ciudad; y el fundador, poniendo en el arado una reja de bronce, y unciendo dos reses vacunas, macho y hembra, por sí mismo las lleva, y abre por las líneas descritas un surco profundo, quedando al cuidado de los que le acompañan ir recogiendo hacia dentro los terrones que se levantan, sin dejar que ninguno salga para afuera. A la parte de allá de esta línea fabrican el muro, por lo que síncope la llaman pomerio, como promerio o antemuro. Donde intentan que se haga puerta, quitando la reja y levantando el arado, hacen una como pausa: así tienen por sagrado todo el muro, a excepción de las puertas, porque si éstas se reputasen sagradas, sería sacrilegio el introducir y sacar por ellas muchas cosas, o necesarias, o no limpias.

Tiénese por cierto que la primera fundación de Roma se verificó el día 11 antes de las calendas de Mayo, el que solemnizan los romanos como día natal de su patria."


Plutarco


Como podemos ver, a pesar de que la historia de Rómulo y Remo era la más apreciada por los romanos, en realidad existían muchas leyendas más. Estos orígenes míticos tienen una razón de ser dentro de la historiografía romana antigua. En efecto, un pueblo como el romano, destinado a dominar en casi todo el mundo conocido, tiene que legitimar su dominio, y ¿qué mejor forma de hacerlo que presentando un origen legendario en el que intervienen héroes y dioses? Además, este origen satisfacía el deseo de los romanos de no ser extraños a las gentes del Lacio y además, de ser parientes de los griegos y los troyanos. Por otro lado, no son los únicos en hacer algo así. Todos los pueblos de la antigüedad han buscado remontar sus orígenes a los dioses, sin importar si son de China, Mesopotamia o Mesoamérica.

Pero volviendo a Roma, es importante destacar, sin embargo, que ya desde la antigüedad se cuestionó este origen mítico. El escritor griego Dionisio de Halicarnaso (s. I a.E.C.) mencionaba ya que en su tiempo se manejaba la tradición de que Roma había sido fundada por los etruscos.

Por otro lado, como ya lo mencionó Plutarco, encontramos la leyenda de que Roma se había fundado cuando unas mujeres prisioneras procedentes de Troya eran llevadas por los aqueos a su patria. Desembarcan en el Lacio y las mujeres, acaudilladas por una tal Rhomé  (en griego, “la Vigorosa”), incendian las naves obligando así a los aqueos a establecerse con ellas en esas tierras. La ciudad tomaría el nombre de esta mujer.

El problema es que los historiadores antiguos no se ponen de acuerdo sobre el origen de aquellas mujeres y en especial de Rhomé. Unos la hacen griega y otros troyana. De esta manera se enfrentan dos antiguas tradiciones: una dice que Roma es una colonia aquea y la otra que es una colonia troyana.

Una cosa sí es cierta, a finales del segundo milenio antes de la Era Común se dio una gran migración del Oriente hacia el Occidente, como lo prueban los numerosos hallazgos arqueológicos encontrados. Así, es posible que la leyenda de la fundación troyana de Roma tenga un fondo histórico real, pues en el mundo etrusco del siglo IV a.E.C., la figura de Eneas ya era muy popular y se le consideraba como el héroe piadoso por excelencia.

Sin embargo, lingüísticamente hablando nos encontramos con otro origen para los romanos. La lengua de Roma es la latina, de origen indoeuropeo, lo que les convierte en “parientes” de los sículos, los villanovianos (antecesores de los italiotas) y de los vénetos y los aleja un poco de los etruscos, que son un pueblo de origen todavía no bien definido que se cree que vinieron del Asia Menor.

Es por ello que la hipótesis más plausible es la de que los romanos sean de origen latino y que sufrieran durante un tiempo la dominación etrusca, lo que haría que adquirieran la cultura y las tradiciones de este pueblo, en aquel entonces más civilizado que ellos. En efecto, de los etruscos tomaron los romanos los conceptos de ciudad y de rey, parte de su religión, de su lengua y muchas de sus instituciones. Además, el dominio etrusco es reconocido incluso por los historiadores romanos, ya que, aunque nunca mencionan que Roma hubiera caído bajo su dominio, reconocen que la dinastía fundada por Tarquino Prisco el Soberbio, era de origen etrusco, además de que algunos de los reyes anteriores tienen un nombre claramente etrusco.



Ahora bien, volviendo a la fundación de Roma, es probable que en su origen ni siquiera fuera una ciudad, sino simplemente un grupo de chozas en el Palatino que albergaban a grupos de pastores sedentarios y que habían encontrado allí un lugar de refugio cómodo, que dominaba los pantanos mantenidos por los frecuentes desbordamientos del Tíber y que se unía al resto de la meseta latina por un istmo estrecho y fácil de cerrar, lo que proporcionaba seguridad a estas gentes.

De esta manera, Roma no era en sus orígenes mas que una aldea latina de las muchas que se encontraban diseminadas entre el mar, las colinas y el curso del Tíber. Todas ellas tenían sin embargo un lazo de unión: el culto a Júpiter Latino, el gran dios del Lacio, que residía en la más elevada cima de la región, el Monte Albano. Es por ello que Alba Longa era la principal ciudad latina y la “líder” de la Liga Latina.

Por otro lado, independientemente del origen de los romanos, las excavaciones arqueológicas han demostrado que a su llegada y establecimiento en el lugar, había otras tribus más débiles y más antiguas que subsistieron en el sitio en que después se establecería Roma, participando en su fundación. De esta manera, se admite que las cabañas del Quirinal pertenecían a los sabinos, mientras que los latinos ocupaban el sur del Foro.



Un tercer punto a discutir, tras haber analizado el origen de los romanos y la leyenda de la fundación de Roma, consiste en saber quién rayos era Rómulo.

La tradición lo vuelve príncipe de sangre real de la antigua estirpe latina que tenía ascendencia griega y troyana. Una segunda hipótesis lo hace miembro de un grupo nórdico de invasores que hacia comienzos del primer milenio a.E.C. arribaron a la llanura del Po y ocuparon el norte de Italia. Un grupo de ellos se desplazaría después hacia el sur y se establecería en el Lacio, especialmente en el Palatino porque la forma de esta colina les recordaba sus viviendas, llamadas Terramaras.

Una tercera hipótesis lo convierte en un forajido de Etruria que buscó refugio, junto con un grupo de “desesperados” en las colinas en que se asentaría después Roma, fundando en un origen una especie de ciudad-refugio. Esta hipótesis suele ser la más aceptada por los historiadores modernos, aunque no se deja de reconocer que la figura de Rómulo se encuentra rodeada por la leyenda y que, por lo mismo, no se puede aceptar tajantemente su existencia.

Curiosamente, la leyenda sobre Rómulo y la fundación de Roma no es de origen romano, sino griego. Ya en el siglo V a.E.C., Helánico de Lesbos decía que Roma fue fundada por Eneas. Posteriormente, por motivos cronológicos (los años transcurridos desde la fundación hasta la caída de la monarquía no cuadraban con el número de reyes), los historiadores latinos convirtieron a Eneas en fundador de la dinastía a la que pertenecería después Rómulo, el verdadero fundador de la ciudad.

Pero había otra variante. En la leyenda griega figura un sólo fundador llamado Romo (en etrusco, Rómulo). Al pasar la leyenda a Italia, la figura del fundador se duplica, surgiendo así Rómulo y Remo. El historiador soviético Serguei Ivanovich Kovaliov menciona en su Historia de Roma que en el museo de Bolonia existe una lápida del siglo IV a.E.C. en la cual se representa una loba amamantando a un sólo niño. Según él, la versión de los mellizos Rómulo y Remo es posterior a la fundación de Roma y sólo se aceptó por los romanos hasta comienzos del siglo III a.E.C.

Analizado todo lo anterior, es necesario llegar a una conclusión sobre los tres tópicos mencionados en este artículo. Por lo que se refiere al origen de los romanos, como ya indiqué, lo más probable es que fueran de origen latino (indoeuropeo) y que hubieran sufrido la dominación etrusca, lo que justificaría su lengua latina y sus costumbres altamente “etrusquizadas”.

En lo referente a la fundación de Roma, lo más seguro y probable es que en un principio se tratara de una simple concentración de chozas de pastores que formarían después una aldea, y que se convertiría en ciudad al ser ocupada por los etruscos, como punto de avanzada hacia una posible conquista del Lacio.

Maqueta de la Roma antigua. Museo della Civilitá Romana.


Por último, en lo que se refiere a Rómulo, es importante destacar que su figura mítica ni siquiera es original de los romanos, ya que la leyenda del niño abandonado a las orillas del río ya había sido utilizada por otros pueblos mucho más antiguos, como los sumerios (leyenda de Sargón) o los israelitas (leyenda de Moisés). Por ello y por todo lo mencionado anteriormente, no es probable que Rómulo hubiera existido en realidad y mucho menos que hubiera fundado una ciudad como Roma, o en todo caso, si hubiera existido, lo más seguro es que se tratara de un exiliado etrusco (político o criminal) que hubiera buscado refugio entre los latinos que habitaban la colina del Palatino y les hubiera transmitido algunas de las instituciones propias de la cultura etrusca.

Así está la cosa. Si tienes otros datos, te pediría que los compartieras para discutirlos.





viernes, 19 de julio de 2019

LA CONQUISTA DE PUERTO RICO POR LOS ESTADOS UNIDOS (2a PARTE)

La mayoría de las historias sobre la guerra entre España y los Estados Unidos se centran en Cuba y Filipinas, mencionando a Puerto Rico de forma muy somera, por lo que en este artículo nos concentraremos en lo ocurrido en esa pequeña y hermosa isla, dejando de lado a la tierra de Fidel Castro y a la de Imelda Marcos y sus miles de zapatos. Además, el título del artículo así lo menciona, así que no se hagan los sorprendidos. Comencemos.

A las 5:15 de la madrugada del 12 de mayo de 1898, las viejas murallas que rodeaban San Juan de Puerto Rico (y lo de viejas no es metáfora), así como las de los castillos de San Felipe del Morro, San Cristóbal y demás fortines que protegían a la ciudad tuvieron un brusco amanecer que ponía fin a muchos años de paz y a varias horas de sueño. La andanada de artillería que despertó a los habitantes de San Juan era resultado de una decisión, imprevisible por lo descortés para los caballerosos usos bélicos del momento entre potencias occidentales "civilizadas" (o al menos eso creían los españoles), del contraalmirante William T. Sampson, comandante de la escuadra estadounidense que, a bordo del acorazado Iowa, quiso poner a prueba las defensas militares de San Juan. Sampson se había desplazado a la capital de la isla para verificar los rumores de que la flota española al mando del almirante Pascual Cervera y Topete estaba anclada frente al puerto.

Contraalmirante William T. Sampson


Aunque los barcos españoles habían seguido rumbo a Santiago de Cuba, Sampson, ignorando las instrucciones recibidas del ministerio de Guerra de los Estados Unidos, decidió por su cuenta atacar sin previo aviso la tranquila ciudad colonial para evaluar la capacidad de respuesta de su artillería. También son fregaderas, digo yo. A esa hora uno está durmiendo plácidamente y no es de gente decente comenzar un bombardeo.

Hacía más de un siglo (1797) desde que San Juan había sufrido el último ataque cuando la más potente marina del mundo en ese entonces (la inglesa, obvio), hizo fuego contra una plaza que había quedado casi reducida a poco más que un museo militar. Y la verdad es que los sanjuanenses no se esperaban ser blanco de los cañones estadounidenses.

Entre los 4,000 defensores de la ciudad se encontraban en ese momento 800 criollos integrados en las fuerzas de la Corona española, incluyendo uno que se convertiría en el principal protagonista de este episodio bélico, Ángel Rivero Méndez, capitán de artillería y veterano con 30 años de servicio. Por ironías del destino, Rivero, supernumerario (y no del Opus Dei) sin sueldo desde hacía dos años y que desempeñaba una cátedra en el Instituto Civil de Segunda Enseñanza, se hallaba preso en El Morro por motivos políticos (había escrito un artículo sobre política a pesar de que los militares españoles tenían prohibido hacerlo) cuando el 1 de marzo se vio inesperadamente conducido al palacio de Santa Catalina, ante el Capitán General de Puerto Rico, Manuel Macías Casado, quien le concedió su regreso a las fuerzas armadas. Rivero Méndez aceptó y se vio así al mando de la 3a. compañía del 12° batallón de artillería, lo que suponía el control del castillo de San Cristóbal y el mando de todas sus baterías interiores y exteriores.

Capitán Ángel Rivero Méndez fue el primero que disparó contra las tropas de Estados Unidos



El primer disparo estadounidense en la madrugada del 12 de mayo de 1898 hizo reaccionar de inmediato a Rivero (es posible que se haya caído de la cama porel susto), quien se dirigió hacia la batería de Los Caballeros y en siete minutos sus artilleros estaban ya respondiendo al fuego enemigo. Mas al oeste, las baterías de El Morro, al mando de otro puertorriqueño, el capitán Ramón Acha, recién llegado de Cuba, también respondieron al fuego de Sampson.

La flota estadounidense constaba del crucero acorazado New York, buque insignia; dos acorazados de primera clase, el Iowa y el Indiana, dos monitores, el Amphitrite y el Terror; dos cruceros ligeros, el Detroit y el Montgomery, ambos de menos de 2,000 toneladas; el torpedero Porter (nada que ver con el famoso Porter del que hablé en un artículo anterior) (El USS Porter), el remolcador Wompatuck y el transporte de carbón Niagara. El Indiana tenía 42 cañones, incluyendo cuatro de 33 centímetros capaces de disparar proyectiles de 800 kilogramos a una distancia de trece kilómetros. De hecho, muchas de sus granadas pasaron por encima de la ciudad y cayeron en la bahía de San Juan e incluso en las fincas de las afueras de la villa de Cataño, al otro lado de la bahía. No tenían muy fina la puntería los artilleros gringos, la verdad. En total, la escuadra estadounidense tenía un armamento de 164 piezas de artillería que en la mañana del 12 de mayo dispararon más de 1,300 proyectiles contra las murallas de San Juan. En su Crónica de la Guerra Hispano-Americana en Puerto Rico, Rivero Méndez describió este bombardeo como una lluvia de proyectiles, trepidando como máquinas de ferrocarril.

Los españoles solo podían apuntar 28 de sus 43 piezas contra los estadounidenses. Quince eran cañones Ordóñez de 15, 21 y 24 centímetros (un cañón español más o menos de buena calidad) y ninguno de ellos era capaz de infligir serios daños a los dos acorazados enemigos. El resto de la artillería era del siglo XVIII, incluyendo dos piezas de bronce, diseñados para atacar barcos de madera y que poco o nada podían hacer contra la flota acorazada estadounidense. Para empeorar las cosas, la pólvora era también muy deficiente, ya que la humedad y el tiempo la habían deteriorado, y los artilleros de San Juan nunca habían disparado sus cañones ni aun en prácticas. Tal parece que el gobierno español no quería o no podía gastar dinero en la defensa de Puerto Rico. O más bien, parece que nunca esperó un ataque a Puerto Rico.


Castillo de San Felipe del Morro, en San Juan, Puerto Rico


No obstante los españoles, con más suerte que pericia, lograron causar algunas averías en el Iowa y el New York y algunas bajas: tres heridos en el primero y un muerto y cuatro heridos en el segundo. Más importante que eso, el fuego de Rivero y de Acha disuadió temporalmente la posible entrada de Sampson en la bahía de San Juan. En realidad, éste no tenía fuerzas de desembarco para tomar la isla, pero si hubiera sido más audaz, como lo fue el comodoro Dewey en Manila el 1 de mayo anterior, podría haber dado un golpe maestro causando un grave daño a la ciudad y a los 4,000 soldados españoles emplazados en ella, ya que casi toda la artillería española apuntaba hacia el Atlántico y la ciudad estaba prácticamente desarmada por la espalda. En otras palabras, Sampson sólo fue a chingar un rato.

Los estadounidenses no sacaron gran provecho de su superioridad armamentística. Su puntería fue escasa y las antiguas murallas y fuertes de San Juan apenas sufrieron desperfectos. El único puesto militar que experimentó daños considerables fue el cuartel de Ballajá y sólo uno de los cañones de Rivero quedó inutilizado. En el bombardeo, que duró tres horas, los españoles tuvieron dos muertos y 34 heridos. Entre los civiles hubo cuatro muertos y 16 heridos. El Hospital Militar, la Intendencia, el manicomio, el asilo de La Concepción, la catedral de San Juan y la iglesia de San José recibieron impactos que ocasionaron diversos daños.

A las 8:15 de la mañana, la escuadra de Sampson se alejó. John Long, ministro de la Marina de los Estados Unidos, calificó la acción de Sampson de “movimiento excéntrico”. El militar había malgastado vidas, municiones, carbón y tiempo sin ningún resultado.

Así lo vieron también en ese momento los habitantes de San Juan, que celebraron lo que les pareció una gran victoria sobre los Estados Unidos. La Gaceta de Puerto Rico, publicaba lo siguiente: “Atacada esta plaza en el día de ayer por una escuadra enemiga de once barcos, con artillería muy superior en número y calibre a la de sus baterías, fue aquí rechazada después de tres horas de violento combate… el honor de haber alcanzado éxito tal será seguramente el mejor galardón para los defensores de Puerto Rico”.

Pero los clarines triunfalistas durarían poco, pues los españoles pecaban de ingenuos al pensar que habían ganado. Poco más de un mes después, los estadounidenses regresaron por el puerto de Guánica, que no estaba defendido. En efecto, el 21 de julio, la flota estadounidense zarpó, al mando del teniente general Nelson Appleton Miles, de la recién conquistada ciudad de Santiago de Cuba con rumbo al puerto puertorriqueño de Fajardo. En alta mar, Miles, sin la aprobación del Ministerio de Marina de Washington, cambió el plan y se dirigió al puerto de Guánica, en la costa sur de la isla. Al parecer pensó que puesto que los españoles esperarían que la invasión comenzara en Fajardo, el nuevo destino daba más probabilidades de éxito a la operación. Confiaba asimismo en la opinión de algunos puertorriqueños exiliados en Nueva York, que sostenían que la población del sur de la isla no se opondría a los invasores.

General Nelson Appleton Miles


El 25 de julio, Miles llegó a Guánica con una fuerza de 3,554 soldados a bordo de varios buques: el Massachusetts, acorazado de primera clase, el crucero Columbia, dos cruceros de auxilio, el Yale y el Dixie, y un yate armado, el Glouster. La isla de Puerto Rico se encontraba defendida por 5,500 soldados españoles. Para compensar a la Armada, indignada por su papel de mero transporte para las tropas de Miles, los primeros soldados en tomar tierra fueron 28 infantes de marina al mando del teniente Harry P. Huse. Nada más poner pie en el suelo boricua, Huse se topó con los defensores hispanos: once hombres de una escuadra volante al mando del teniente Enrique Méndez López. Estos once jinetes eran la única defensa española en los alrededores y Huse forzó su retirada con el respaldo de los cañonazos del Glouster y el Yale. Así cualquiera es bueno.

Méndez López, herido, se retiró a galope al pueblo de Yauco para informar de la invasión. En Yauco se encontró con una compañía del regimiento de Cazadores de la Patria, al mando del capitán Meca. Éste avisó a San Juan, pero el Capitán General Manuel Macías Casado, supuso que el desembarco en Guánica no era más que una maniobra de distracción y que el verdadero desembarco se haría por Fajardo. Así, éste se limitó a prometer a Meca que pronto recibiría refuerzos. Típico político inepto metido a militar que toma decisiones equivocadas jurando que son las más atinadas.

Sin esperar los refuerzos prometidos (que además nunca llegarían), Meca y su compañía junto con un destacamento de la Guardia Civil, una compañía de infantería del Instituto de Voluntarios, al mando de José Fernández, y una guerrilla montada de voluntarios, al mando del teniente Rafael Colorado, partieron hacia Guánica y acamparon en la Hacienda Desideria. Desde un cerro cercano pudieron observar que los invasores se habían hecho con el control completo de Guánica.

A la mañana siguiente, dos compañías de Cazadores bajo el mando del teniente coronel Francisco Puig salieron de Ponce a bordo de un tren militar con destino a Yauco para reforzar a Meca. Las instrucciones del Capitán General Macías eran que tratara de aumentar su fuerza con voluntarios, pero éstas tropas auxiliares no aparecieron. Cuando las autoridades españolas se decidieron a movilizar a los voluntarios, lo hicieron ordenando que se integraran a título individual en las unidades peninsulares y no en sus propios batallones de criollos bajo sus oficiales respectivos. La resistencia criolla a disolverse en el ejército español fue interpretada como rebeldía y la desconfianza mutua en un momento crucial redundó en beneficio de los invasores estadounidenses. El eterno conflicto entre criollos y gachupines que no había logrado superarse.

El primer enfrentamiento serio entre españoles y estadounidenses fue una sorpresa para los invasores que, comandados por el general G. A. Garretson, creyeron que habían tropezado con una fuerza superior, por lo que se atrincheraron en unas zanjas sin atreverse a avanzar. La verdad es que los gringos tampoco mostraban mucha pericia militar.

Esta actitud envalentonó a Puig, que envió un cable a Macías pidiendo más refuerzos para atacar las posiciones enemigas. Pero el Capitán General, que seguía esperando la invasión por otro punto, anuló las expectativas de Puig, reiterándole que sus órdenes se limitaban a reconocer los movimientos estadounidenses sin tratar de avanzar. Puig, frustrado y molesto, acató la orden y se retiró de Yauco. 

Cuando Macías se dio cuenta de su error era tarde para repeler la invasión, por lo que cambió de estrategia y dio instrucciones de dejar avanzar a los estadounidenses hacia los pasos de la cordillera central, a fin de atraparlos entre el fuego de los Regulares desde las alturas y el hostigamiento de los Voluntarios, que en sus planes habrían debido tomar posiciones a espaldas del agresor.

De nuevo el plan falló. Las fuerzas estadounidenses seguían avanzando y reforzándose con nuevos desembarcos hasta llegar a la cifra de 16,000 soldados, por lo que el general Miles decidió dividirlas en tres columnas que deberían avanzar hacia San Juan por el oeste, el sur y el este. Las unidades españolas de Voluntarios se quedaron inactivas con pocas excepciones, pues para ellos, como para el resto de la población, estaba claro que España había perdido Cuba, probablemente perdería en Filipinas y era cuestión de tiempo que ocurriera lo mismo en Puerto Rico. Para los criollos, la estrategia de retirada para atraer a los estadounidenses hacia las cordilleras era la prueba de que España no estaba dispuesta a defender la isla, una sospecha que minaba la moral y el valor de las fuerzas españolas.

El símbolo más claro de esta derrota psicológica fue el suicidio del teniente coronel Puig. Obligado por las órdenes de Macías a retirarse hacia Arecibo tras los combates en Hacienda Desideria y Yauco, y acusado a su vez de ordenar a sus hombres que abandonaran equipo para aligerar la marcha por caminos intransitables, se disparó un tiro en la sien el 2 de agosto por entender que su honor había quedado manchado. ¡Qué forma más estúpida de morir, la verdad!




Todos los acontecimientos en la isla indicaban a los puertorriqueños que España estaba agotada y no tenía medios para seguir la guerra. Tras unas pocas escaramuzas, el alto al fuego se produjo el 13 de agosto, después de tan sólo 19 días de combate. El 20 de agosto, tres buques estadounidenses entraban pacíficamente en la bahía de San Juan para comenzar las negociaciones que ponían fin a las hostilidades. No deja de sorprender que tener una superioridad numérica de cuatro a uno, al momento del armisticio los gringos no hubieran podido conquistar la isla.

En total, la guerra en Puerto Rico le costó siete muertos y 36 heridos a los invasores y 17 muertos y 88 heridos a los defensores. Poco a poco, los 48 pueblos que quedaban en manos españolas fueron pasando a poder de los estadounidenses. A mediados de septiembre, el pabellón de España sólo ondeaba en San Juan, desde donde se procedía diariamente a la repatriación de los soldados hacia la Península. El 13 de octubre, el Capitán General de la isla, Manuel Macías Casado,  abandonó la isla de Puerto Rico, dejando en el cargo a su sucesor, Ricardo de Ortega y Diez, quien será el último Capitán General por tan solo unos días. El 18 de octubre sólo quedaba un oficial español en San Juan: Ángel Rivero Méndez, al mando del 12° batallón de artillería, como ya había mencionado antes. A las 8:00 de la mañana, Rivero Méndez esperó serenamente en el fuerte de San Cristóbal a los soldados del capitán Henry A. Reed. Cuando éste llegó, hubo un intercambio de saludos militares y, sin que mediara palabra, Rivero entregó las llaves de la plaza de San Juan a sus nuevos dueños. ¿Sería que Rivero no hablaba inglés y Reed no hablaba español? Como sea, con ese gesto un puertorriqueño ponía fin a más de 400 años de control español en la isla.

Manuel Macías Casado, Capitán General de Puerto Rico


Tras los desastres sufridos, España decidió negociar la paz con los Estados Unidos. ¡Como si pudiera hacer otra cosa! Para ello, los comisionados de ambas naciones se reunieron en París a finales de 1898. En las negociaciones, sólo surgieron dos puntos de controversia. España quería traspasarle a Cuba las deudas que ella había contraído por asuntos relacionados con la isla, y pretendía conservar aunque fuera una parte de las islas Filipinas. Sin embargo, los Estados Unidos no cedieron en ninguno de esos puntos.

El 10 de diciembre de 1898 se firmó en París el tratado de paz entre España y los Estados Unidos de América. Literalmente, este documento significó el acta de defunción del imperio colonial español, ese mismo en el que no se ponía el sol en el ya lejano siglo XVI.

“S.M. la Reina Regente de España, en nombre de su Augusto Hijo D. Alfonso XIII, y los Estados Unidos de América, deseando poner término al estado de guerra hoy existente entre ambas Naciones... (...) han convenido en los siguientes artículos:


Art. I. España renuncia a todo derecho de soberanía y propiedad sobre Cuba. En atención a que dicha isla, cuando sea evacuada por España, va a ser ocupada por los Estados Unidos, mientras dure su ocupación, tomarán sobre sí y cumplirán las obligaciones que por el hecho de ocuparla les impone el derecho internacional para la protección de vidas y haciendas.

Art. II. España cede a los Estados Unidos la isla de Puerto Rico y las demás que están ahora bajo su soberanía en las Indias Occidentales, y la isla de Guam en el archipiélago de las Marianas o Ladrones.

Art. III. España cede a los Estados Unidos el archipiélago conocido por las Islas Filipinas (...) Los Estados Unidos pagarán a España la suma de veinte millones de dólares dentro de los tres meses después del canje de ratificaciones del presente Tratado. (...)

Art. IX. Los súbditos españoles, naturales de la Península, residentes en el territorio cuya soberanía España renuncia o cede por el presente Tratado, podrán permanecer en dicho territorio o marcharse de él, conservando, en uno u otro caso, todos sus derechos de propiedad (...) En el caso de que permanezcan en el territorio, podrán conservar su nacionalidad española (...) Los derechos civiles y la condición política de los habitantes naturales de los territorios aquí cedidos a los Estados Unidos, se determinarán por el Congreso (...)”


Así fue como los Estados Unidos se apoderaron de Puerto Rico, Filipinas y Guam, además de establecer una especie de protectorado sobre Cuba.

Debido a estas nuevas adquisiciones de territorios de ultramar, poblados por personas de lengua, cultura y tradición política diferentes a los suyos propios, los Estados Unidos entraron de lleno a un nuevo capítulo de su historia.

En el caso de Puerto Rico, los Estados Unidos disolvieron de inmediato el gobierno autónomo creado por España. Después dividieron el país en cuatro departamentos sometidos a una Comandancia General. Asimismo, se suprimió la lotería, el papel sellado y las cédulas, se estableció la jornada laboral de ocho horas, se reorganizó la administración de justicia, se creó un cuerpo de policía integrado por puertorriqueños, se introdujo el dólar como moneda oficial y se crearon dos regimientos, uno de infantería y otro de caballería, integrados por puertorriqueños, pero cuya oficialidad era enteramente estadounidense.

Poco después, el 1 de mayo de 1900, se aprobó un nuevo sistema de gobierno para Puerto Rico. La isla sería gobernada por un Gobernador y una Asamblea Legislativa. El Gobernador estaría asesorado por un Consejo Ejecutivo y ambos serían nombrados por el presidente de los Estados Unidos. La Asamblea Legislativa, en cambio, sería elegida mediante el voto popular.

William McKinley, 25° presidente de los Estados Unidos

Alfonso XIII, rey de España


Sin lugar a dudas, la Guerra Hispano-Estadounidense marcó una nueva etapa en la historia de los Estados Unidos. Al término del conflicto, este país se reconoció a sí mismo como una potencia mundial, aunque se dio cabal cuenta de que tenía que corregir algunos defectos de preparación antes de lanzarse a nuevas aventuras si no quería ser humillado por países más poderosos que España. La guerra contribuyó también a sacar a los Estados Unidos de su tradicional aislamiento y comenzar a desempeñar un papel de primer orden en los asuntos internacionales.

Además, la adquisición de Filipinas y el protectorado sobre Cuba, obligó a los Estados Unidos a plantearse de nuevo la necesidad de la construcción de un canal que permitiera cruzar del Atlántico al Pacífico sin tener que bajar hasta la Patagonia. Así, al poco tiempo se comenzó la construcción del Canal de Panamá.

En resumen, esta guerra permitió a los Estados Unidos iniciar el camino que lo llevaría a convertirse en nuestros días en la principal potencia mundial. Aunque por fortuna, parece que ya no lo será por mucho tiempo más. Todo lo que sube, tiene que bajar.


miércoles, 17 de julio de 2019

LA CONQUISTA DE PUERTO RICO POR LOS ESTADOS UNIDOS (1a PARTE)

Sin duda alguna, uno de los episodios menos conocidos de la Guerra entre España y los Estados Unidos es el que se refiere a la conquista por éste último país de la isla de Puerto Rico. Las historias de ambas naciones prefieren dedicarle su atención a la guerra en Cuba o en Filipinas, por ser éstos dos territorios de mayor importancia económica en su momento.

Desde que fue anexionado por los Estados Unidos hasta nuestros días, numerosas voces en Latinoamérica se han alzado para pedir su independencia. En la isla, muchos son los partidarios de ella, aunque hay que reconocer que son más los que prefieren permanecer con los Estados Unidos. La situación sin embargo se vuelve más tensa debido al estatus especial que Puerto Rico tiene dentro de los Estados Unidos, ya que Washington se ha negado a darle la categoría de estado de la federación, y tan sólo ha permitido que se convierta en un Estado Libre Asociado regido por un gobernador nombrado desde la capital federal.



Pero antes de hablar sobre la forma en que cayó en manos gringas, veamos algunos antecedentes, de forma somera, claro está. Si esto no te interesa, no es mi problema. Espera a la segunda parte de este artículo y ahí encontrarás lo que quieres saber. Mientras tanto, a los que si nos interesa, déjanos continuar en paz.

Con la llegada de Cristóbal Colón en 1492 a las primeras islas del Caribe, la historia de Europa y América dio un giro radical e inesperado. A partir de ese momento, España se adueñaría poco a poco de la mayor parte del continente americano. Durante el segundo viaje emprendido por el Almirante, realizado en 1493, los españoles descubrieron una isla a la que los naturales daban el nombre de Boriquen; Cristóbal Colón decidió llamarla San Juan Bautista. Como ya habrás adivinado, se trataba de Puerto Rico.

Según Modesto Lafuente, en su Historia General de España, ésta era “una isla grande, revestida de hermosas florestas y circundada de muy seguros puertos. Era la patria de los cautivos hechos por los caribes que se habían refugiado a los buques, y casi siempre estaban con ellos en lucha. Gobernábalos un cacique, que vivía en una casa grande y regularmente construida, pero todo estaba desierto, porque los naturales habían huido a los bosques al divisar la escuadra.”

Aunque en el siglo XVI España se convirtió en dueña de todas las islas caribeñas, en los dos siglos posteriores otras potencias europeas se encargaron de quitarle algunas de ellas, ya fuera como botín de guerra pirata o en base a tratados de paz celebrados con España al término de las constantes guerras que tuvieron lugar en ese período de tiempo. De esta forma, Inglaterra se quedó con las Bahamas, Barbados, Jamaica y otras islas menos importantes; Francia se apoderó de Haití, Martinica y Guadalupe entre otras más. Holanda también consiguió, aunque en menor medida, el dominio de algunas de las islas caribeñas. Inclusive Dinamarca hizo acto de presencia en la región. A pesar de ello, España continuó siendo dueña de la mayoría de las islas del Caribe incluyendo las llamadas Antillas Mayores.

Entre las más importantes figuraban sin duda alguna Cuba y Santo Domingo. Puerto Rico era una de las posesiones españolas de segundo nivel en el Caribe. Al iniciarse los movimientos independentistas en el continente americano, a principios del siglo XIX, las Antillas permanecieron en una relativa calma.

Fue hasta la segunda mitad de ese siglo cuando estos territorios insulares comenzaron a luchar por su independencia. En 1868, Cuba y Puerto Rico se lanzan al combate para sacudirse de encima el dominio español. Pero mientras en Cuba éste primer movimiento logró mantenerse varios años, en Puerto Rico los españoles recobraron su dominio en poco tiempo, tras el fracaso de los independentistas que se lanzaron a la lucha con el llamado Grito de Lares. Por ello, cuando José Martí fundó en 1892 el Partido Revolucionario Cubano, declaró que su objetivo era lograr la independencia absoluta de la isla de Cuba y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico. En 1895, la guerra volvió a estallar en Cuba.

Ante esta situación, y quizá pensando que con ello evitaría la rebelión de Puerto Rico, en 1897 España decidió otorgarle a la isla una cierta autonomía. Para ello, permitió la existencia de una Cámara de Representantes y de un Consejo de Administración bajo la autoridad del Capitán General, quien sería asistido por cinco secretarios de despacho, todo ello bajo la soberanía de la Madrid.

Hasta aquí lo que se refiere a Puerto Rico, pues no se trata de escribir una Historia General de la isla, sino tan sólo de mencionar algunos puntos importantes. Veamos ahora a los Estados Unidos.

Desde su independencia y salvo un par de casos muy puntuales (como cuando mandaron buques de guerra contra los piratas de Argel), a lo largo del siglo XIX, los Estados Unidos se habían mantenido al margen de los asuntos internacionales, con excepción de los asuntos americanos que les afectaban de forma directa. Así, encontramos que durante la época decimonónica los Estados Unidos se vieron implicados en sólo dos guerras internacionales, una contra Inglaterra a principios del siglo, en la que fueron derrotados (aunque ellos juran que ganaron o al menos quedaron tablas), y otra contra México en 1848, de la que salieron triunfadores.

Sin embargo, a pesar de la Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto (pilares del expansionismo estadounidense), los Estados Unidos sólo se animaron a entrar en guerra contra España a finales del siglo XIX, cuando a ésta ya sólo le quedaban algunas pocas posesiones en el Caribe. 

James Monroe, presidente de los Estados Unidos y autor de la Doctrina Monroe



Desde que había concluido la Guerra Civil, los Estados Unidos habían comenzado a interesarse poco a poco en los asuntos internacionales, sobre todo al ver con preocupación como las potencias europeas se iban apoderando de todos los enclaves necesarios para el dominio del comercio mundial. Así, entre 1865 y 1896 se comienza a gestar en los Estados Unidos el imperialismo que los distinguirá de forma clara durante todo el siglo XX.

Es en este período cuando los Estados Unidos terminan prácticamente de colonizar todo su territorio, al cerrarse de forma oficial la ocupación del llamado “Oeste”, que comprendía no sólo los territorios arrebatados a México, sino también las grandes planicies situadas en la parte central del país.



Comenzaron entonces a buscar nuevos territorios donde poder expandirse. Sin embargo, no se trataba en esta ocasión de colonizar, sino de buscar el dominio de nuevos mercados para dar salida a su excedente productivo. En algunos casos, sin embargo, esto implicaría el dominio político de nuevas regiones.

Uno de los primeros territorios no americanos en sufrir el nuevo imperialismo estadounidense sería el pequeño reino de Hawai, grupo de islas situadas en el Océano Pacífico. Aunque en un principio muchos grupos influyentes de los Estados Unidos se oponían a este tipo de política, el gobierno estadounidense impuso desde la década de 1860 un protectorado sobre el débil país para, años después, propiciar la caída de la monarquía en las pequeñas islas hawaianas y establecer así una república económicamente dependiente de ellos. Por último, el 17 de julio de 1898, el Congreso decretó formalmente la anexión de Hawai a los Estados Unidos. Con esto, los estadounidenses ratificaban su dominio sobre una importante base para el dominio del comercio entre Asia y América.

El siguiente paso sería buscar el dominio comercial del Lejano Oriente (especialmente China) con la adquisición de Filipinas y el dominio del Caribe con la adquisición de Cuba. Pero para esto, tenían que enfrentarse a España. Y no dudaron en hacerlo.

Pero como ya mencioné atrás, en los Estados Unidos había también grandes grupos que se oponían a la política imperialista adoptada por su gobierno. Como muestra de ello tenemos al Congreso Antiimperialista, organizado en octubre de 1899 en Chicago (después del conflicto contra España) para protestar contra la guerra que en ese momento sostenía Estados Unidos para reprimir a los patriotas filipinos que buscaban su independencia. En este congreso se dieron cita desde miembros de los movimientos obrero y populista hasta dueños de grandes corporaciones como Carnegie. También figuraron hombres como el escritor Mark Twain, el senador George Frisbie Hoar y el poeta William Vaughn Moody. Ellos argumentaban que las violaciones cometidas por los imperialistas en el nombre de Dios y de la civilización, iban en contra de los principios que supuestamente definían a los Estados Unidos, es decir, la libertad, la democracia y el derecho a la libre autodeterminación de los pueblos.

Mark Twain, creador de Tom Sawyer, era un firme opositor de la política imperialista de los Estados Unidos.


En 1900, los antiimperialistas presentaron como candidato a la presidencia a William J. Bryan, en oposición al entonces presidente imperialista William McKinley. Aunque fueron derrotados, dejaron plasmados en varios documentos los argumentos que les servían para oponerse a esta política que se distinguía por su agresividad y su racismo.

Uno de los más interesantes es sin duda la Plataforma de la Liga Antiimperialista, publicada el 17 de octubre de 1899. En ella se decía, entre otras cosas, lo siguiente sobre el asunto de Filipinas, recién adquirida por los Estados Unidos:

"Sostenemos que la política conocida como imperialista va en contra de la libertad y tiende al militarismo, mal del que, para gloria nuestra, nos hemos librado. Lamentamos que haya sido necesario reafirmar, en la patria de Washington y de Lincoln, que todos los hombres de cualquier raza o color tienen derecho a la vida, a la libertad y a la consecución de la felicidad. Sostenemos que los poderes de los gobiernos se derivan, precisamente, de la voluntad de sus gobernados. Insistimos en que subyugar a un pueblo es una “agresión criminal” y una deslealtad abierta a los principios que caracterizan a nuestro gobierno. (...) Protestamos contra la expansión de la soberanía norteamericana con métodos españoles. (...) Apremiamos al Congreso para que prontamente se reúna y anuncie a los filipinos nuestros propósitos de concederles la independencia por la que han luchado durante tanto tiempo y a la que tienen derecho. (...) Un Estado que se autogobierna no puede imponer su soberanía a un pueblo que no la desea. (...) Con el atentado de 1861 se pretendía dividir al país. El de 1899 tiene el propósito de destruir los principios fundamentales y los ideales más nobles. (...) Nuestra seguridad está en el amor por la libertad que Dios sembró en nosotros. Nuestra defensa está en el espíritu que estima la libertad como la herencia de todos los hombres de toda la tierra. Quienes niegan a otros la libertad no la merecen para sí mismos y bajo la justicia de Dios no podrán retenerla mucho tiempo."

Pero a pesar de todos estos movimientos de oposición, tras el éxito de la primera aventura imperialista en ultramar, el gusto del imperio se despertó. Y una vez despertado, ya no había retorno posible. A partir de ese momento, los Estados Unidos entraron de lleno, aunque tarde, a la carrera imperialista del mundo occidental.

La fuerza imperialista de los Estados Unidos encarnada por su presidente William McKinley, encontró su oportunidad cuando una sangrienta rebelión en Cuba estalló para buscar su independencia de España. Debido a que los Estados Unidos tenían grandes intereses económicos invertidos en Cuba, el gobierno decidió intervenir.

La prensa estadounidense comenzó entonces una campaña de descrédito en contra del gobierno español en la isla caribeña, pintando a sus tropas como un hato de salvajes que cometían todo género de atrocidades, mientras que sus gobernantes eran presentados como seres corruptos interesados únicamente en su beneficio personal. De esta forma, la población estadounidense se fue interesando en una posible intervención que salvara a los pueblos caribeños de la “infame opresión española”. A la cabeza de esta prensa sensacionalista se encontraba el Journal de Nueva York, cuyo dueño era William Randolph Hearst.

William Randolph Hearst, magnate de la prensa estadounidense.


Pero los Estados Unidos necesitaban un pretexto para intervenir, y éste llegó cuando, en febrero de 1898, estalló en la bahía de La Habana el acorazado Maine, con una pérdida de 260 hombres. Mucho se ha especulado acerca de la autoría de este atentado. En su momento el gobierno de los Estados Unidos aseguró que habían sido los españoles, pero también se mencionó la posibilidad de que hubieran sido guerrilleros cubanos que buscaban obligar a los Estados Unidos a intervenir a su favor, o incluso que hubiera sido el mismo gobierno estadounidense para tener así un pretexto para su intervención. Sin embargo, el capitán del Maine, Charles Dwight Sigsbee, mencionó en su informe presentado a su gobierno, que la explosión se originó por un accidente dentro del buque, lo que fue de inmediato silenciado por sus superiores. El periódico World, propiedad de Hearst, mencionó que los oficiales españoles en La Habana brindaron con alegría tras la explosión del buque estadounidense, aunque la realidad fue que éstos estuvieron trabajando largas horas en el rescate de los sobrevivientes.



Ante esto, el 11 de abril de 1898, McKinley envió al Congreso una declaración de guerra en contra de España. La lucha comenzó el 1 de mayo y terminó diez semanas después. Sin mayores problemas, la flota de Estados Unidos destruyó a la española en La Habana y en Manila, al tiempo que sus tropas de tierra se apoderaban fácilmente de Cuba y Filipinas.

A pesar de ello, las tropas estadounidenses demostraron estar totalmente impreparadas para una guerra contra un enemigo más fuerte que España, por lo que este conflicto, al que Theodore Roosevelt llamó “La Guerra de los Impreparados Estados Unidos”, sirvió para que el gobierno de Washington realizara muchos cambios tendientes a crear un ejército y una marina con la preparación y el apoyo suficiente para vencer a cualquier enemigo.

(Continuará)