miércoles, 17 de julio de 2019

LA CONQUISTA DE PUERTO RICO POR LOS ESTADOS UNIDOS (1a PARTE)

Sin duda alguna, uno de los episodios menos conocidos de la Guerra entre España y los Estados Unidos es el que se refiere a la conquista por éste último país de la isla de Puerto Rico. Las historias de ambas naciones prefieren dedicarle su atención a la guerra en Cuba o en Filipinas, por ser éstos dos territorios de mayor importancia económica en su momento.

Desde que fue anexionado por los Estados Unidos hasta nuestros días, numerosas voces en Latinoamérica se han alzado para pedir su independencia. En la isla, muchos son los partidarios de ella, aunque hay que reconocer que son más los que prefieren permanecer con los Estados Unidos. La situación sin embargo se vuelve más tensa debido al estatus especial que Puerto Rico tiene dentro de los Estados Unidos, ya que Washington se ha negado a darle la categoría de estado de la federación, y tan sólo ha permitido que se convierta en un Estado Libre Asociado regido por un gobernador nombrado desde la capital federal.



Pero antes de hablar sobre la forma en que cayó en manos gringas, veamos algunos antecedentes, de forma somera, claro está. Si esto no te interesa, no es mi problema. Espera a la segunda parte de este artículo y ahí encontrarás lo que quieres saber. Mientras tanto, a los que si nos interesa, déjanos continuar en paz.

Con la llegada de Cristóbal Colón en 1492 a las primeras islas del Caribe, la historia de Europa y América dio un giro radical e inesperado. A partir de ese momento, España se adueñaría poco a poco de la mayor parte del continente americano. Durante el segundo viaje emprendido por el Almirante, realizado en 1493, los españoles descubrieron una isla a la que los naturales daban el nombre de Boriquen; Cristóbal Colón decidió llamarla San Juan Bautista. Como ya habrás adivinado, se trataba de Puerto Rico.

Según Modesto Lafuente, en su Historia General de España, ésta era “una isla grande, revestida de hermosas florestas y circundada de muy seguros puertos. Era la patria de los cautivos hechos por los caribes que se habían refugiado a los buques, y casi siempre estaban con ellos en lucha. Gobernábalos un cacique, que vivía en una casa grande y regularmente construida, pero todo estaba desierto, porque los naturales habían huido a los bosques al divisar la escuadra.”

Aunque en el siglo XVI España se convirtió en dueña de todas las islas caribeñas, en los dos siglos posteriores otras potencias europeas se encargaron de quitarle algunas de ellas, ya fuera como botín de guerra pirata o en base a tratados de paz celebrados con España al término de las constantes guerras que tuvieron lugar en ese período de tiempo. De esta forma, Inglaterra se quedó con las Bahamas, Barbados, Jamaica y otras islas menos importantes; Francia se apoderó de Haití, Martinica y Guadalupe entre otras más. Holanda también consiguió, aunque en menor medida, el dominio de algunas de las islas caribeñas. Inclusive Dinamarca hizo acto de presencia en la región. A pesar de ello, España continuó siendo dueña de la mayoría de las islas del Caribe incluyendo las llamadas Antillas Mayores.

Entre las más importantes figuraban sin duda alguna Cuba y Santo Domingo. Puerto Rico era una de las posesiones españolas de segundo nivel en el Caribe. Al iniciarse los movimientos independentistas en el continente americano, a principios del siglo XIX, las Antillas permanecieron en una relativa calma.

Fue hasta la segunda mitad de ese siglo cuando estos territorios insulares comenzaron a luchar por su independencia. En 1868, Cuba y Puerto Rico se lanzan al combate para sacudirse de encima el dominio español. Pero mientras en Cuba éste primer movimiento logró mantenerse varios años, en Puerto Rico los españoles recobraron su dominio en poco tiempo, tras el fracaso de los independentistas que se lanzaron a la lucha con el llamado Grito de Lares. Por ello, cuando José Martí fundó en 1892 el Partido Revolucionario Cubano, declaró que su objetivo era lograr la independencia absoluta de la isla de Cuba y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico. En 1895, la guerra volvió a estallar en Cuba.

Ante esta situación, y quizá pensando que con ello evitaría la rebelión de Puerto Rico, en 1897 España decidió otorgarle a la isla una cierta autonomía. Para ello, permitió la existencia de una Cámara de Representantes y de un Consejo de Administración bajo la autoridad del Capitán General, quien sería asistido por cinco secretarios de despacho, todo ello bajo la soberanía de la Madrid.

Hasta aquí lo que se refiere a Puerto Rico, pues no se trata de escribir una Historia General de la isla, sino tan sólo de mencionar algunos puntos importantes. Veamos ahora a los Estados Unidos.

Desde su independencia y salvo un par de casos muy puntuales (como cuando mandaron buques de guerra contra los piratas de Argel), a lo largo del siglo XIX, los Estados Unidos se habían mantenido al margen de los asuntos internacionales, con excepción de los asuntos americanos que les afectaban de forma directa. Así, encontramos que durante la época decimonónica los Estados Unidos se vieron implicados en sólo dos guerras internacionales, una contra Inglaterra a principios del siglo, en la que fueron derrotados (aunque ellos juran que ganaron o al menos quedaron tablas), y otra contra México en 1848, de la que salieron triunfadores.

Sin embargo, a pesar de la Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto (pilares del expansionismo estadounidense), los Estados Unidos sólo se animaron a entrar en guerra contra España a finales del siglo XIX, cuando a ésta ya sólo le quedaban algunas pocas posesiones en el Caribe. 

James Monroe, presidente de los Estados Unidos y autor de la Doctrina Monroe



Desde que había concluido la Guerra Civil, los Estados Unidos habían comenzado a interesarse poco a poco en los asuntos internacionales, sobre todo al ver con preocupación como las potencias europeas se iban apoderando de todos los enclaves necesarios para el dominio del comercio mundial. Así, entre 1865 y 1896 se comienza a gestar en los Estados Unidos el imperialismo que los distinguirá de forma clara durante todo el siglo XX.

Es en este período cuando los Estados Unidos terminan prácticamente de colonizar todo su territorio, al cerrarse de forma oficial la ocupación del llamado “Oeste”, que comprendía no sólo los territorios arrebatados a México, sino también las grandes planicies situadas en la parte central del país.



Comenzaron entonces a buscar nuevos territorios donde poder expandirse. Sin embargo, no se trataba en esta ocasión de colonizar, sino de buscar el dominio de nuevos mercados para dar salida a su excedente productivo. En algunos casos, sin embargo, esto implicaría el dominio político de nuevas regiones.

Uno de los primeros territorios no americanos en sufrir el nuevo imperialismo estadounidense sería el pequeño reino de Hawai, grupo de islas situadas en el Océano Pacífico. Aunque en un principio muchos grupos influyentes de los Estados Unidos se oponían a este tipo de política, el gobierno estadounidense impuso desde la década de 1860 un protectorado sobre el débil país para, años después, propiciar la caída de la monarquía en las pequeñas islas hawaianas y establecer así una república económicamente dependiente de ellos. Por último, el 17 de julio de 1898, el Congreso decretó formalmente la anexión de Hawai a los Estados Unidos. Con esto, los estadounidenses ratificaban su dominio sobre una importante base para el dominio del comercio entre Asia y América.

El siguiente paso sería buscar el dominio comercial del Lejano Oriente (especialmente China) con la adquisición de Filipinas y el dominio del Caribe con la adquisición de Cuba. Pero para esto, tenían que enfrentarse a España. Y no dudaron en hacerlo.

Pero como ya mencioné atrás, en los Estados Unidos había también grandes grupos que se oponían a la política imperialista adoptada por su gobierno. Como muestra de ello tenemos al Congreso Antiimperialista, organizado en octubre de 1899 en Chicago (después del conflicto contra España) para protestar contra la guerra que en ese momento sostenía Estados Unidos para reprimir a los patriotas filipinos que buscaban su independencia. En este congreso se dieron cita desde miembros de los movimientos obrero y populista hasta dueños de grandes corporaciones como Carnegie. También figuraron hombres como el escritor Mark Twain, el senador George Frisbie Hoar y el poeta William Vaughn Moody. Ellos argumentaban que las violaciones cometidas por los imperialistas en el nombre de Dios y de la civilización, iban en contra de los principios que supuestamente definían a los Estados Unidos, es decir, la libertad, la democracia y el derecho a la libre autodeterminación de los pueblos.

Mark Twain, creador de Tom Sawyer, era un firme opositor de la política imperialista de los Estados Unidos.


En 1900, los antiimperialistas presentaron como candidato a la presidencia a William J. Bryan, en oposición al entonces presidente imperialista William McKinley. Aunque fueron derrotados, dejaron plasmados en varios documentos los argumentos que les servían para oponerse a esta política que se distinguía por su agresividad y su racismo.

Uno de los más interesantes es sin duda la Plataforma de la Liga Antiimperialista, publicada el 17 de octubre de 1899. En ella se decía, entre otras cosas, lo siguiente sobre el asunto de Filipinas, recién adquirida por los Estados Unidos:

"Sostenemos que la política conocida como imperialista va en contra de la libertad y tiende al militarismo, mal del que, para gloria nuestra, nos hemos librado. Lamentamos que haya sido necesario reafirmar, en la patria de Washington y de Lincoln, que todos los hombres de cualquier raza o color tienen derecho a la vida, a la libertad y a la consecución de la felicidad. Sostenemos que los poderes de los gobiernos se derivan, precisamente, de la voluntad de sus gobernados. Insistimos en que subyugar a un pueblo es una “agresión criminal” y una deslealtad abierta a los principios que caracterizan a nuestro gobierno. (...) Protestamos contra la expansión de la soberanía norteamericana con métodos españoles. (...) Apremiamos al Congreso para que prontamente se reúna y anuncie a los filipinos nuestros propósitos de concederles la independencia por la que han luchado durante tanto tiempo y a la que tienen derecho. (...) Un Estado que se autogobierna no puede imponer su soberanía a un pueblo que no la desea. (...) Con el atentado de 1861 se pretendía dividir al país. El de 1899 tiene el propósito de destruir los principios fundamentales y los ideales más nobles. (...) Nuestra seguridad está en el amor por la libertad que Dios sembró en nosotros. Nuestra defensa está en el espíritu que estima la libertad como la herencia de todos los hombres de toda la tierra. Quienes niegan a otros la libertad no la merecen para sí mismos y bajo la justicia de Dios no podrán retenerla mucho tiempo."

Pero a pesar de todos estos movimientos de oposición, tras el éxito de la primera aventura imperialista en ultramar, el gusto del imperio se despertó. Y una vez despertado, ya no había retorno posible. A partir de ese momento, los Estados Unidos entraron de lleno, aunque tarde, a la carrera imperialista del mundo occidental.

La fuerza imperialista de los Estados Unidos encarnada por su presidente William McKinley, encontró su oportunidad cuando una sangrienta rebelión en Cuba estalló para buscar su independencia de España. Debido a que los Estados Unidos tenían grandes intereses económicos invertidos en Cuba, el gobierno decidió intervenir.

La prensa estadounidense comenzó entonces una campaña de descrédito en contra del gobierno español en la isla caribeña, pintando a sus tropas como un hato de salvajes que cometían todo género de atrocidades, mientras que sus gobernantes eran presentados como seres corruptos interesados únicamente en su beneficio personal. De esta forma, la población estadounidense se fue interesando en una posible intervención que salvara a los pueblos caribeños de la “infame opresión española”. A la cabeza de esta prensa sensacionalista se encontraba el Journal de Nueva York, cuyo dueño era William Randolph Hearst.

William Randolph Hearst, magnate de la prensa estadounidense.


Pero los Estados Unidos necesitaban un pretexto para intervenir, y éste llegó cuando, en febrero de 1898, estalló en la bahía de La Habana el acorazado Maine, con una pérdida de 260 hombres. Mucho se ha especulado acerca de la autoría de este atentado. En su momento el gobierno de los Estados Unidos aseguró que habían sido los españoles, pero también se mencionó la posibilidad de que hubieran sido guerrilleros cubanos que buscaban obligar a los Estados Unidos a intervenir a su favor, o incluso que hubiera sido el mismo gobierno estadounidense para tener así un pretexto para su intervención. Sin embargo, el capitán del Maine, Charles Dwight Sigsbee, mencionó en su informe presentado a su gobierno, que la explosión se originó por un accidente dentro del buque, lo que fue de inmediato silenciado por sus superiores. El periódico World, propiedad de Hearst, mencionó que los oficiales españoles en La Habana brindaron con alegría tras la explosión del buque estadounidense, aunque la realidad fue que éstos estuvieron trabajando largas horas en el rescate de los sobrevivientes.



Ante esto, el 11 de abril de 1898, McKinley envió al Congreso una declaración de guerra en contra de España. La lucha comenzó el 1 de mayo y terminó diez semanas después. Sin mayores problemas, la flota de Estados Unidos destruyó a la española en La Habana y en Manila, al tiempo que sus tropas de tierra se apoderaban fácilmente de Cuba y Filipinas.

A pesar de ello, las tropas estadounidenses demostraron estar totalmente impreparadas para una guerra contra un enemigo más fuerte que España, por lo que este conflicto, al que Theodore Roosevelt llamó “La Guerra de los Impreparados Estados Unidos”, sirvió para que el gobierno de Washington realizara muchos cambios tendientes a crear un ejército y una marina con la preparación y el apoyo suficiente para vencer a cualquier enemigo.

(Continuará)


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