viernes, 19 de julio de 2019

LA CONQUISTA DE PUERTO RICO POR LOS ESTADOS UNIDOS (2a PARTE)

La mayoría de las historias sobre la guerra entre España y los Estados Unidos se centran en Cuba y Filipinas, mencionando a Puerto Rico de forma muy somera, por lo que en este artículo nos concentraremos en lo ocurrido en esa pequeña y hermosa isla, dejando de lado a la tierra de Fidel Castro y a la de Imelda Marcos y sus miles de zapatos. Además, el título del artículo así lo menciona, así que no se hagan los sorprendidos. Comencemos.

A las 5:15 de la madrugada del 12 de mayo de 1898, las viejas murallas que rodeaban San Juan de Puerto Rico (y lo de viejas no es metáfora), así como las de los castillos de San Felipe del Morro, San Cristóbal y demás fortines que protegían a la ciudad tuvieron un brusco amanecer que ponía fin a muchos años de paz y a varias horas de sueño. La andanada de artillería que despertó a los habitantes de San Juan era resultado de una decisión, imprevisible por lo descortés para los caballerosos usos bélicos del momento entre potencias occidentales "civilizadas" (o al menos eso creían los españoles), del contraalmirante William T. Sampson, comandante de la escuadra estadounidense que, a bordo del acorazado Iowa, quiso poner a prueba las defensas militares de San Juan. Sampson se había desplazado a la capital de la isla para verificar los rumores de que la flota española al mando del almirante Pascual Cervera y Topete estaba anclada frente al puerto.

Contraalmirante William T. Sampson


Aunque los barcos españoles habían seguido rumbo a Santiago de Cuba, Sampson, ignorando las instrucciones recibidas del ministerio de Guerra de los Estados Unidos, decidió por su cuenta atacar sin previo aviso la tranquila ciudad colonial para evaluar la capacidad de respuesta de su artillería. También son fregaderas, digo yo. A esa hora uno está durmiendo plácidamente y no es de gente decente comenzar un bombardeo.

Hacía más de un siglo (1797) desde que San Juan había sufrido el último ataque cuando la más potente marina del mundo en ese entonces (la inglesa, obvio), hizo fuego contra una plaza que había quedado casi reducida a poco más que un museo militar. Y la verdad es que los sanjuanenses no se esperaban ser blanco de los cañones estadounidenses.

Entre los 4,000 defensores de la ciudad se encontraban en ese momento 800 criollos integrados en las fuerzas de la Corona española, incluyendo uno que se convertiría en el principal protagonista de este episodio bélico, Ángel Rivero Méndez, capitán de artillería y veterano con 30 años de servicio. Por ironías del destino, Rivero, supernumerario (y no del Opus Dei) sin sueldo desde hacía dos años y que desempeñaba una cátedra en el Instituto Civil de Segunda Enseñanza, se hallaba preso en El Morro por motivos políticos (había escrito un artículo sobre política a pesar de que los militares españoles tenían prohibido hacerlo) cuando el 1 de marzo se vio inesperadamente conducido al palacio de Santa Catalina, ante el Capitán General de Puerto Rico, Manuel Macías Casado, quien le concedió su regreso a las fuerzas armadas. Rivero Méndez aceptó y se vio así al mando de la 3a. compañía del 12° batallón de artillería, lo que suponía el control del castillo de San Cristóbal y el mando de todas sus baterías interiores y exteriores.

Capitán Ángel Rivero Méndez fue el primero que disparó contra las tropas de Estados Unidos



El primer disparo estadounidense en la madrugada del 12 de mayo de 1898 hizo reaccionar de inmediato a Rivero (es posible que se haya caído de la cama porel susto), quien se dirigió hacia la batería de Los Caballeros y en siete minutos sus artilleros estaban ya respondiendo al fuego enemigo. Mas al oeste, las baterías de El Morro, al mando de otro puertorriqueño, el capitán Ramón Acha, recién llegado de Cuba, también respondieron al fuego de Sampson.

La flota estadounidense constaba del crucero acorazado New York, buque insignia; dos acorazados de primera clase, el Iowa y el Indiana, dos monitores, el Amphitrite y el Terror; dos cruceros ligeros, el Detroit y el Montgomery, ambos de menos de 2,000 toneladas; el torpedero Porter (nada que ver con el famoso Porter del que hablé en un artículo anterior) (El USS Porter), el remolcador Wompatuck y el transporte de carbón Niagara. El Indiana tenía 42 cañones, incluyendo cuatro de 33 centímetros capaces de disparar proyectiles de 800 kilogramos a una distancia de trece kilómetros. De hecho, muchas de sus granadas pasaron por encima de la ciudad y cayeron en la bahía de San Juan e incluso en las fincas de las afueras de la villa de Cataño, al otro lado de la bahía. No tenían muy fina la puntería los artilleros gringos, la verdad. En total, la escuadra estadounidense tenía un armamento de 164 piezas de artillería que en la mañana del 12 de mayo dispararon más de 1,300 proyectiles contra las murallas de San Juan. En su Crónica de la Guerra Hispano-Americana en Puerto Rico, Rivero Méndez describió este bombardeo como una lluvia de proyectiles, trepidando como máquinas de ferrocarril.

Los españoles solo podían apuntar 28 de sus 43 piezas contra los estadounidenses. Quince eran cañones Ordóñez de 15, 21 y 24 centímetros (un cañón español más o menos de buena calidad) y ninguno de ellos era capaz de infligir serios daños a los dos acorazados enemigos. El resto de la artillería era del siglo XVIII, incluyendo dos piezas de bronce, diseñados para atacar barcos de madera y que poco o nada podían hacer contra la flota acorazada estadounidense. Para empeorar las cosas, la pólvora era también muy deficiente, ya que la humedad y el tiempo la habían deteriorado, y los artilleros de San Juan nunca habían disparado sus cañones ni aun en prácticas. Tal parece que el gobierno español no quería o no podía gastar dinero en la defensa de Puerto Rico. O más bien, parece que nunca esperó un ataque a Puerto Rico.


Castillo de San Felipe del Morro, en San Juan, Puerto Rico


No obstante los españoles, con más suerte que pericia, lograron causar algunas averías en el Iowa y el New York y algunas bajas: tres heridos en el primero y un muerto y cuatro heridos en el segundo. Más importante que eso, el fuego de Rivero y de Acha disuadió temporalmente la posible entrada de Sampson en la bahía de San Juan. En realidad, éste no tenía fuerzas de desembarco para tomar la isla, pero si hubiera sido más audaz, como lo fue el comodoro Dewey en Manila el 1 de mayo anterior, podría haber dado un golpe maestro causando un grave daño a la ciudad y a los 4,000 soldados españoles emplazados en ella, ya que casi toda la artillería española apuntaba hacia el Atlántico y la ciudad estaba prácticamente desarmada por la espalda. En otras palabras, Sampson sólo fue a chingar un rato.

Los estadounidenses no sacaron gran provecho de su superioridad armamentística. Su puntería fue escasa y las antiguas murallas y fuertes de San Juan apenas sufrieron desperfectos. El único puesto militar que experimentó daños considerables fue el cuartel de Ballajá y sólo uno de los cañones de Rivero quedó inutilizado. En el bombardeo, que duró tres horas, los españoles tuvieron dos muertos y 34 heridos. Entre los civiles hubo cuatro muertos y 16 heridos. El Hospital Militar, la Intendencia, el manicomio, el asilo de La Concepción, la catedral de San Juan y la iglesia de San José recibieron impactos que ocasionaron diversos daños.

A las 8:15 de la mañana, la escuadra de Sampson se alejó. John Long, ministro de la Marina de los Estados Unidos, calificó la acción de Sampson de “movimiento excéntrico”. El militar había malgastado vidas, municiones, carbón y tiempo sin ningún resultado.

Así lo vieron también en ese momento los habitantes de San Juan, que celebraron lo que les pareció una gran victoria sobre los Estados Unidos. La Gaceta de Puerto Rico, publicaba lo siguiente: “Atacada esta plaza en el día de ayer por una escuadra enemiga de once barcos, con artillería muy superior en número y calibre a la de sus baterías, fue aquí rechazada después de tres horas de violento combate… el honor de haber alcanzado éxito tal será seguramente el mejor galardón para los defensores de Puerto Rico”.

Pero los clarines triunfalistas durarían poco, pues los españoles pecaban de ingenuos al pensar que habían ganado. Poco más de un mes después, los estadounidenses regresaron por el puerto de Guánica, que no estaba defendido. En efecto, el 21 de julio, la flota estadounidense zarpó, al mando del teniente general Nelson Appleton Miles, de la recién conquistada ciudad de Santiago de Cuba con rumbo al puerto puertorriqueño de Fajardo. En alta mar, Miles, sin la aprobación del Ministerio de Marina de Washington, cambió el plan y se dirigió al puerto de Guánica, en la costa sur de la isla. Al parecer pensó que puesto que los españoles esperarían que la invasión comenzara en Fajardo, el nuevo destino daba más probabilidades de éxito a la operación. Confiaba asimismo en la opinión de algunos puertorriqueños exiliados en Nueva York, que sostenían que la población del sur de la isla no se opondría a los invasores.

General Nelson Appleton Miles


El 25 de julio, Miles llegó a Guánica con una fuerza de 3,554 soldados a bordo de varios buques: el Massachusetts, acorazado de primera clase, el crucero Columbia, dos cruceros de auxilio, el Yale y el Dixie, y un yate armado, el Glouster. La isla de Puerto Rico se encontraba defendida por 5,500 soldados españoles. Para compensar a la Armada, indignada por su papel de mero transporte para las tropas de Miles, los primeros soldados en tomar tierra fueron 28 infantes de marina al mando del teniente Harry P. Huse. Nada más poner pie en el suelo boricua, Huse se topó con los defensores hispanos: once hombres de una escuadra volante al mando del teniente Enrique Méndez López. Estos once jinetes eran la única defensa española en los alrededores y Huse forzó su retirada con el respaldo de los cañonazos del Glouster y el Yale. Así cualquiera es bueno.

Méndez López, herido, se retiró a galope al pueblo de Yauco para informar de la invasión. En Yauco se encontró con una compañía del regimiento de Cazadores de la Patria, al mando del capitán Meca. Éste avisó a San Juan, pero el Capitán General Manuel Macías Casado, supuso que el desembarco en Guánica no era más que una maniobra de distracción y que el verdadero desembarco se haría por Fajardo. Así, éste se limitó a prometer a Meca que pronto recibiría refuerzos. Típico político inepto metido a militar que toma decisiones equivocadas jurando que son las más atinadas.

Sin esperar los refuerzos prometidos (que además nunca llegarían), Meca y su compañía junto con un destacamento de la Guardia Civil, una compañía de infantería del Instituto de Voluntarios, al mando de José Fernández, y una guerrilla montada de voluntarios, al mando del teniente Rafael Colorado, partieron hacia Guánica y acamparon en la Hacienda Desideria. Desde un cerro cercano pudieron observar que los invasores se habían hecho con el control completo de Guánica.

A la mañana siguiente, dos compañías de Cazadores bajo el mando del teniente coronel Francisco Puig salieron de Ponce a bordo de un tren militar con destino a Yauco para reforzar a Meca. Las instrucciones del Capitán General Macías eran que tratara de aumentar su fuerza con voluntarios, pero éstas tropas auxiliares no aparecieron. Cuando las autoridades españolas se decidieron a movilizar a los voluntarios, lo hicieron ordenando que se integraran a título individual en las unidades peninsulares y no en sus propios batallones de criollos bajo sus oficiales respectivos. La resistencia criolla a disolverse en el ejército español fue interpretada como rebeldía y la desconfianza mutua en un momento crucial redundó en beneficio de los invasores estadounidenses. El eterno conflicto entre criollos y gachupines que no había logrado superarse.

El primer enfrentamiento serio entre españoles y estadounidenses fue una sorpresa para los invasores que, comandados por el general G. A. Garretson, creyeron que habían tropezado con una fuerza superior, por lo que se atrincheraron en unas zanjas sin atreverse a avanzar. La verdad es que los gringos tampoco mostraban mucha pericia militar.

Esta actitud envalentonó a Puig, que envió un cable a Macías pidiendo más refuerzos para atacar las posiciones enemigas. Pero el Capitán General, que seguía esperando la invasión por otro punto, anuló las expectativas de Puig, reiterándole que sus órdenes se limitaban a reconocer los movimientos estadounidenses sin tratar de avanzar. Puig, frustrado y molesto, acató la orden y se retiró de Yauco. 

Cuando Macías se dio cuenta de su error era tarde para repeler la invasión, por lo que cambió de estrategia y dio instrucciones de dejar avanzar a los estadounidenses hacia los pasos de la cordillera central, a fin de atraparlos entre el fuego de los Regulares desde las alturas y el hostigamiento de los Voluntarios, que en sus planes habrían debido tomar posiciones a espaldas del agresor.

De nuevo el plan falló. Las fuerzas estadounidenses seguían avanzando y reforzándose con nuevos desembarcos hasta llegar a la cifra de 16,000 soldados, por lo que el general Miles decidió dividirlas en tres columnas que deberían avanzar hacia San Juan por el oeste, el sur y el este. Las unidades españolas de Voluntarios se quedaron inactivas con pocas excepciones, pues para ellos, como para el resto de la población, estaba claro que España había perdido Cuba, probablemente perdería en Filipinas y era cuestión de tiempo que ocurriera lo mismo en Puerto Rico. Para los criollos, la estrategia de retirada para atraer a los estadounidenses hacia las cordilleras era la prueba de que España no estaba dispuesta a defender la isla, una sospecha que minaba la moral y el valor de las fuerzas españolas.

El símbolo más claro de esta derrota psicológica fue el suicidio del teniente coronel Puig. Obligado por las órdenes de Macías a retirarse hacia Arecibo tras los combates en Hacienda Desideria y Yauco, y acusado a su vez de ordenar a sus hombres que abandonaran equipo para aligerar la marcha por caminos intransitables, se disparó un tiro en la sien el 2 de agosto por entender que su honor había quedado manchado. ¡Qué forma más estúpida de morir, la verdad!




Todos los acontecimientos en la isla indicaban a los puertorriqueños que España estaba agotada y no tenía medios para seguir la guerra. Tras unas pocas escaramuzas, el alto al fuego se produjo el 13 de agosto, después de tan sólo 19 días de combate. El 20 de agosto, tres buques estadounidenses entraban pacíficamente en la bahía de San Juan para comenzar las negociaciones que ponían fin a las hostilidades. No deja de sorprender que tener una superioridad numérica de cuatro a uno, al momento del armisticio los gringos no hubieran podido conquistar la isla.

En total, la guerra en Puerto Rico le costó siete muertos y 36 heridos a los invasores y 17 muertos y 88 heridos a los defensores. Poco a poco, los 48 pueblos que quedaban en manos españolas fueron pasando a poder de los estadounidenses. A mediados de septiembre, el pabellón de España sólo ondeaba en San Juan, desde donde se procedía diariamente a la repatriación de los soldados hacia la Península. El 13 de octubre, el Capitán General de la isla, Manuel Macías Casado,  abandonó la isla de Puerto Rico, dejando en el cargo a su sucesor, Ricardo de Ortega y Diez, quien será el último Capitán General por tan solo unos días. El 18 de octubre sólo quedaba un oficial español en San Juan: Ángel Rivero Méndez, al mando del 12° batallón de artillería, como ya había mencionado antes. A las 8:00 de la mañana, Rivero Méndez esperó serenamente en el fuerte de San Cristóbal a los soldados del capitán Henry A. Reed. Cuando éste llegó, hubo un intercambio de saludos militares y, sin que mediara palabra, Rivero entregó las llaves de la plaza de San Juan a sus nuevos dueños. ¿Sería que Rivero no hablaba inglés y Reed no hablaba español? Como sea, con ese gesto un puertorriqueño ponía fin a más de 400 años de control español en la isla.

Manuel Macías Casado, Capitán General de Puerto Rico


Tras los desastres sufridos, España decidió negociar la paz con los Estados Unidos. ¡Como si pudiera hacer otra cosa! Para ello, los comisionados de ambas naciones se reunieron en París a finales de 1898. En las negociaciones, sólo surgieron dos puntos de controversia. España quería traspasarle a Cuba las deudas que ella había contraído por asuntos relacionados con la isla, y pretendía conservar aunque fuera una parte de las islas Filipinas. Sin embargo, los Estados Unidos no cedieron en ninguno de esos puntos.

El 10 de diciembre de 1898 se firmó en París el tratado de paz entre España y los Estados Unidos de América. Literalmente, este documento significó el acta de defunción del imperio colonial español, ese mismo en el que no se ponía el sol en el ya lejano siglo XVI.

“S.M. la Reina Regente de España, en nombre de su Augusto Hijo D. Alfonso XIII, y los Estados Unidos de América, deseando poner término al estado de guerra hoy existente entre ambas Naciones... (...) han convenido en los siguientes artículos:


Art. I. España renuncia a todo derecho de soberanía y propiedad sobre Cuba. En atención a que dicha isla, cuando sea evacuada por España, va a ser ocupada por los Estados Unidos, mientras dure su ocupación, tomarán sobre sí y cumplirán las obligaciones que por el hecho de ocuparla les impone el derecho internacional para la protección de vidas y haciendas.

Art. II. España cede a los Estados Unidos la isla de Puerto Rico y las demás que están ahora bajo su soberanía en las Indias Occidentales, y la isla de Guam en el archipiélago de las Marianas o Ladrones.

Art. III. España cede a los Estados Unidos el archipiélago conocido por las Islas Filipinas (...) Los Estados Unidos pagarán a España la suma de veinte millones de dólares dentro de los tres meses después del canje de ratificaciones del presente Tratado. (...)

Art. IX. Los súbditos españoles, naturales de la Península, residentes en el territorio cuya soberanía España renuncia o cede por el presente Tratado, podrán permanecer en dicho territorio o marcharse de él, conservando, en uno u otro caso, todos sus derechos de propiedad (...) En el caso de que permanezcan en el territorio, podrán conservar su nacionalidad española (...) Los derechos civiles y la condición política de los habitantes naturales de los territorios aquí cedidos a los Estados Unidos, se determinarán por el Congreso (...)”


Así fue como los Estados Unidos se apoderaron de Puerto Rico, Filipinas y Guam, además de establecer una especie de protectorado sobre Cuba.

Debido a estas nuevas adquisiciones de territorios de ultramar, poblados por personas de lengua, cultura y tradición política diferentes a los suyos propios, los Estados Unidos entraron de lleno a un nuevo capítulo de su historia.

En el caso de Puerto Rico, los Estados Unidos disolvieron de inmediato el gobierno autónomo creado por España. Después dividieron el país en cuatro departamentos sometidos a una Comandancia General. Asimismo, se suprimió la lotería, el papel sellado y las cédulas, se estableció la jornada laboral de ocho horas, se reorganizó la administración de justicia, se creó un cuerpo de policía integrado por puertorriqueños, se introdujo el dólar como moneda oficial y se crearon dos regimientos, uno de infantería y otro de caballería, integrados por puertorriqueños, pero cuya oficialidad era enteramente estadounidense.

Poco después, el 1 de mayo de 1900, se aprobó un nuevo sistema de gobierno para Puerto Rico. La isla sería gobernada por un Gobernador y una Asamblea Legislativa. El Gobernador estaría asesorado por un Consejo Ejecutivo y ambos serían nombrados por el presidente de los Estados Unidos. La Asamblea Legislativa, en cambio, sería elegida mediante el voto popular.

William McKinley, 25° presidente de los Estados Unidos

Alfonso XIII, rey de España


Sin lugar a dudas, la Guerra Hispano-Estadounidense marcó una nueva etapa en la historia de los Estados Unidos. Al término del conflicto, este país se reconoció a sí mismo como una potencia mundial, aunque se dio cabal cuenta de que tenía que corregir algunos defectos de preparación antes de lanzarse a nuevas aventuras si no quería ser humillado por países más poderosos que España. La guerra contribuyó también a sacar a los Estados Unidos de su tradicional aislamiento y comenzar a desempeñar un papel de primer orden en los asuntos internacionales.

Además, la adquisición de Filipinas y el protectorado sobre Cuba, obligó a los Estados Unidos a plantearse de nuevo la necesidad de la construcción de un canal que permitiera cruzar del Atlántico al Pacífico sin tener que bajar hasta la Patagonia. Así, al poco tiempo se comenzó la construcción del Canal de Panamá.

En resumen, esta guerra permitió a los Estados Unidos iniciar el camino que lo llevaría a convertirse en nuestros días en la principal potencia mundial. Aunque por fortuna, parece que ya no lo será por mucho tiempo más. Todo lo que sube, tiene que bajar.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario