lunes, 24 de julio de 2017

LA CONJURACIÓN DE MARTÍN CORTÉS

Durante el gobierno de don Luis de Velasco, primero de ese nombre y segundo virrey de la Nueva España, tuvo lugar uno de los episodios más controvertidos y famosos de la época virreinal: la conjuración de Martín Cortés. Este episodio puede considerarse, aunque con reservas, como el primer intento de independencia de la entonces Nueva España, con el agregado de ser también la primera tentativa por establecer una monarquía mexicana.

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Luis de Velasco y Ruiz de Alarcón, segundo virrey de la Nueva España

Martín Cortés, segundo marqués del Valle de Oaxaca e hijo del conquistador Hernán Cortés, llegó a México, procedente de la corte española, en el año de 1563, desplegando todo el lujo y el boato que correspondía al descendiente de tan ilustre personaje.

El marqués del Valle era dueño de los dos grandes palacios de Moctezuma, uno de los cuales ocupaba la Audiencia, además de muchos solares en la ciudad, de los peñoles de Jico y Tepepulco, lugares de recreo, y era señor de Oaxaca, de Mexicapa, de Cuilapan, de Coyoacán, de Cuernavaca, de Charo, de Toluca, de Tuxtla y de otras villas y pueblos, de las que no sólo percibía los tributos, sino en las que nombraba gobernadores y jueces. 

El dicho Marqués, que como ya quedó claro era un hombre bastante rico y poderoso, era también ambicioso, pero poco inteligente. Tomando como pretexto que por órdenes reales se le habían reducido sus encomiendas que tantos frutos le producían, se decidió a conspirar a fin de levantarse con el trono de México, independiente de España. Sus principales colaboradores fueron los hermanos Alonso y Gil de Ávila, hijos del conquistador Gil González de Ávila. Estos hermanos eran, como casi todos los hijos de los conquistadores, encomenderos, y por lo mismo, se veían afectados por las leyes emitidas en España para terminar con esta forma tan discutida de posesión de la tierra.

El virrey Velasco, celoso de don Martín, consiguió que el Consejo de Indias decidiera revisar de nuevo el asunto de los veintitrés mil vasallos que correspondían al marquesado del Valle de Oaxaca. Esto incluía, por supuesto, que Martín Cortés tuviera que presentarse en Madrid para contestar al fiscal nombrado para el caso.

Había que actuar de inmediato. Varias cosas favorecían al marqués en su intentona golpista: el virrey Velasco falleció en 1565 y en su lugar entró a gobernar de forma provisional la Audiencia, cuyos miembros no tenían el valor de enfrentarse a Cortés; los encomenderos se hallaban disgustados porque temían, con fundamento, que sus encomiendas no pudieran ser heredadas por sus hijos, en virtud de una Cédula Real expedida por Felipe II; los franciscanos, en ese momento la orden más poderosa de la Nueva España, dispuestos a apoyarlo en todo, como agradecimiento a todos los favores que debían tanto al marqués como a su señor padre, el conquistador; los indígenas se encontraban profundamente irritados contra el gobierno español, ya que no habían sido muy bien atendidas sus quejas contra el abuso de los encomenderos; por último, había una gran cantidad de españoles sin encomiendas, fincas, destinos ni perro que las ladrase, dispuestos a seguir a Cortés junior en una rebelión de la que podían sacar mucho provecho.

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Felipe II de España

Además de los hermanos Ávila, Cortés contó con el decidido apoyo de los hermanos Baltasar y Pedro de Quesada, Cristóbal de Oñate el joven y el licenciado Espinosa de Ayala, clérigo racionero de la catedral. 

A este respecto, el cronista Suárez de Peralta nos dice los siguiente:

“En estos medios tornaron a tratar del alzamiento, y fueron al marqués, el cual los respondió, que él de muy buena gana les acudiría, mas que temía no fuese cosa que después no se hiciese nada, y que todos perdiesen las vidas y las haciendas; y que ¿quién tenían que les acudiese? ‘Muchos’; y los nombraron; y el marqués les dijo que se mirasen bien en ello, y de todo le diesen aviso. Así quedaron de lo hacer, y se salieron fuera, y empezaron a dar cuenta a los que creían habían de acudir, con el mayor secreto que pudieron. El marqués, realmente, él no tuvo voluntad de alzarse con la tierra, ni por la imaginación, sino escucharles y ver en lo que se ponía el negocio, y cuando le viera ya muy determinado y puesto en ejecución, salir él por el rey y hacerle un gran servicio, y enviarle a decir que su padre le había dado una vez la tierra y que él se la daba otra. Mas no sucedió así: estuvo este trato muchos días en secreto, y aun lo estuviera si el marqués no empezara a enemistarse con lo más principal de la ciudad de México, y ser parte a que hubieran bandos, como los empezaban a haber, declarándose él por más amigo de unos que de otros, y en ocasiones de enemistades, que se habían ofrecido en aquella coyuntura.” 

Es difícil creer que don Martín no deseaba coronarse como rey de México, como lo sugiere Suárez de Peralta, sin embargo, este cronista nos permite ver la otra carta con la que el marqués pretendía jugar. Si el asunto salía bien, sería rey de México, si se complicaba, podría salir en defensa de los intereses del rey de España y hacerle creer que él había logrado evitar la conjura. El pequeño problema es que ninguno de sus planes resultó.

La conspiración fue descubierta y, aunque en un principio la Audiencia no se animaba a intervenir, poco a poco sus miembros fueron cobrando valor y consiguieron apresar a los principales inculpados, incluyendo al marqués del Valle, a su hermano don Luis Cortés y a su medio hermano don Martín Cortés, hijo de la Malinche.

Las consecuencias fueron las normales en casos como éstos. El marqués del Valle fue remitido a España para ser juzgado allá. El Consejo de Indias lo condenó a servir en Orán, a destierro perpetuo de las Indias y a pagar una multa de cincuenta mil ducados y prestarle cien mil a la Corona, además del secuestro de sus bienes en la Nueva España, aunque algunos años después se le devolverían. Los demás conjurados fueron ajusticiados en la ciudad de México. La casa de los hermanos Ávila, que se encontraba donde ahora es la zona arqueológica del Templo Mayor, a un lado de la Catedral de México, fue destruida hasta los cimientos. Así terminó el primer intento por establecer en México una monarquía propia.

Antes de concluir, me gustaría referir una pequeña y divertida anécdota sobre don Martín Cortés.

Estaba el marqués del Valle enamorado profundamente de una señora cuyo nombre era Marina. Por influencia de ella, se dedicaba a repartir favores entre un grupo de caballeros que eran deudos de la dicha señora. Estos caballeros eran en su mayoría mal vistos por los hijos de los antiguos compañeros de Cortés y con los cuáles Don Martín también estaba en deuda.

Al ver éstos que Martín Cortés favorecía más a aquellos, comenzaron a disgustarse con él, al grado tal que una ocasión estuvieron a punto de lanzarse sobre él con sus espadas, a no haberlos contenido la guardia con que siempre se acompañaba el marqués del Valle.

Pero fuera de este incidente, no se pasaba de amenazarlo, ponerle mala cara, o enviarle escritos ofensivos o satíricos. Uno de ellos, el más ingenioso, y que le lanzaba a Don Martín una muy seria advertencia de lo que podría ocurrirle, decía así:

"Por Marina, soy testigo,
ganó esta tierra un buen hombre,
y por otra de éste nombre
la perderá quién yo digo."

A juzgar por la primera parte del verso que alude a Doña Marina, mejor conocida como La Malinche, se puede pensar que ésta estrofa fue compuesta por alguno de los viejos soldados que siendo jóvenes combatieron al lado de Cortés. Pero esto no es más que una mera suposición mía. Se trata sin duda de un verso ingenioso en el que se aprovecha la coincidencia del nombre de ambas mujeres.

Por último, diré que éste verso lo encontró Don Martín dentro de unas de sus calzas, por lo que se sospecha que pudo haber sido puesta allí por alguno de sus criados.

¡Ah, qué mi señor don Martín!

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