El movimiento sionista surgió en el siglo XIX como consecuencia del creciente antisemitismo y discriminación económica producidas en Europa Oriental durante ese siglo, teniendo como objetivo primordial el establecimiento de un Estado autónomo judío.
Theodor Herzl, considerado como el padre del sionismo, publicó un libro titulado El Estado Judío (1896), en el que propuso como alternativas para la creación de ese estado a dos regiones específicas, Palestina o el territorio de la provincia de Entre Ríos en Argentina, y para respaldar ese proyecto se puso en marcha un plan de emigración de judíos sionistas hacia ambos lugares. Para ello, en Odessa (en ese entonces dentro del imperio ruso y ahora en Ucrania) se creó en 1885 la sociedad Khoveve Zion (amigos de Sión).
Theodor Herzl |
El movimiento sionista se funda formalmente en 1897, durante el I Congreso Sionista de Basilea, surgiendo la Organización Sionista Internacional, el Congreso Sionista Mundial y el Fondo Nacional Judío. Para esta fecha se había adoptado la decisión de orientar la inmigración hacia Palestina y ya no hacia Argentina. De esta forma, la afluencia de inmigrantes a Palestina hizo crecer rápidamente la población judía, que de 12,000 personas en 1850, pasó a 85,000 en 1914, aunque debido a la Primera Guerra Mundial, en 1917 bajó a 58,000 individuos.
Al mismo tiempo, se comenzó a buscar el apoyo de los gobiernos occidentales para la realización de esta idea. En 1917 los judíos de Baltimore acordaron dirigirse al gobierno de los Estados Unidos para pedirle que se reconociera la creación de la nacionalidad de Palestina cuando terminara la guerra, para que todos los judíos pudieran volver a poseerla. Esta declaración obtuvo un gran apoyo por parte de los judíos a nivel mundial.
El 13 de diciembre de ese año se presentó al Congreso de los Estados Unidos una resolución, proponiendo se felicitara a Gran Bretaña por la captura de Jerusalén y Palestina, y también por su declaración de que Inglaterra “favorece el establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío, y que hará uso de sus influencias para facilitar la realización de este proyecto”.
Influenciados por esto, los judíos continuaron emigrando a Palestina. En 1922, la población palestina al oeste del Jordán era de cerca de 89,000 judíos y 663,000 árabes, es decir, apenas un poco mayor a la de 1914. En 1946, había 600,000 judíos y 1,300,000 árabes. Este considerable aumento se debió sobre todo a la persecución sufrida por los judíos en toda Europa durante el régimen de la Alemania nazi, que ha sido la mayor y más devastadora de todas las que han sufrido en su historia.
Pero volvamos un poco atrás. Al iniciarse en Europa el movimiento sionista que buscaba el retorno a Palestina, surgió un grave motivo de controversia entre ellos mismos. Nos referimos a su opinión respecto a la población árabe del territorio.
Uno de los primeros ideólogos sionistas que distinguió la posibilidad de un conflicto entre judíos y árabes, si los primeros no se conducían y manifestaban con sensatez, fue Ajad Haam. En su pronunciamiento Verdad desde la Tierra de Israel (1891), señaló que los pobladores árabes de Palestina no son “bárbaros”; que su rezago cultural se explica históricamente debido a los controles sofocantes del Imperio Otomano de los cuales fueron víctimas, y que era imperativa la necesidad de cooperar con ellos en la esfera productiva a fin de desactivar cualquier motivo de resentimiento o de mutua suspicacia.
Sólo una modesta porción de los sionistas inmigrados escucharon a Ajad Haam. Algunos de ellos (Elihau Sapir, Itzhack Epstein, Nissim Malul) predicaron la asimilación de los judíos al mundo árabe, incluso por medio de matrimonios mixtos. Al menos deberían aprender los rudimentos de la cultura árabe y conformar un frente común contra las malsanas influencias europeas.
Esta posición fue combatida por otros intelectuales sionistas (Joseph Klauzner, Moshe Smilansky) que negaron a los árabes la categoría de nación en el sentido europeo del vocablo; despreciaron a la cultura árabe por “antimoderna” y “anticientífica”, y subrayaron que un conflicto militar era inevitable entre los dos pueblos. Palestina únicamente podía cobijar a uno de ellos.
Familia palestina hacia 1910 |
Vladimir Jabotinsky -ideólogo y presumible inspirador del Partido Likud en Israel -postuló que el alcance de una mayoría judía en Palestina constituía el objetivo histórico y estratégico del sionismo, y que éste debía aliarse a las potencias europeas para contener cualquier manifestación militarizada del nacionalismo árabe. Jabotinsky se opuso, además, a cualquier cooperación económica con los árabes, pues los judíos debían construir su propia economía sin depender de extraños. Coincidió en que la guerra entre los dos pueblos se verificaría inexorablemente, y que los sionistas deberían adquirir entrenamiento militar para ofrecer lucha cuando llegara el momento.
Surgió posteriormente una tercera versión del sionismo, perteneciente a los socialistas judíos. No vieron contradicción entre el levantamiento de un estado independiente y la realización mancomunada por parte de judíos y árabes de una revolución socialista siguiendo el ejemplo soviético. Postulaban que en Palestina “hay lugar para todos” y que un conflicto armado se puede soslayar si los líderes de ambas naciones muestran responsabilidad y sensatez. David Ben Gurión e Itzhack Ben Tzví representaron esta postura.
Por otro lado, también surgió un grupo de judíos ortodoxos que hasta la fecha se oponen a la migración judía a Palestina y a la creación del Estado de Israel. Éstos viven en su mayoría en los Estados Unidos (en especial en Nueva York) y de forma constante realizan manifestaciones frente a las Naciones Unidas para exigir que se le regrese el territorio a los árabes palestinos.
Judíos protestando contra Israel en Nueva York. Crédito: Gettyimages |
Y mientras tanto, ¿qué pasaba con los árabes que vivían en el territorio desde hacía muchos siglos? Al estallar la Primera Guerra Mundial, Turquía hizo de Palestina su base de operaciones contra Egipto, ocupado por Gran Bretaña; pero los británicos, más poderosos que el decadente Imperio Otomano, se batieron con bravura y consiguieron dominar en todo el territorio árabe del imperio turco. El 19 de noviembre de 1917 la ciudad de Jaffa cayó en manos de los ingleses y poco después, el 8 de diciembre, sucedió lo mismo con la ciudad de Jerusalén.
Inglaterra se aseguró el apoyo de la población árabe prometiéndoles apoyo para lograr su independencia dentro de las fronteras establecidas en la famosa correspondencia Husayn-Mac Mahon de 1915-1916. Henry Mac Mahon era el Alto Comisionado de la Corona Británica en Egipto y el rey Husayn el jerife de La Meca. Dicha correspondencia prometía la creación de un estado árabe en vastas zonas del Cercano Oriente.
Desgraciadamente era muy ambigua al determinar las fronteras en que se crearía ese estado árabe. El Alto Comisionado prometía la independencia de todo territorio árabe desde el sandjako de Alexandretta hasta la frontera con Persia, excluyendo los intereses británicos en Mesopotamia y Adén y los franceses en Damasco, Hows, Hama y Alepo.
A esta promesa se contraponía un hecho muy importante: en 1916, Inglaterra había celebrado un tratado secreto con Francia (Acuerdo Sykes-Picot). Dicho acuerdo decidía la división del Imperio Otomano y su repartición entre esos dos países, incluyendo una idea de internacionalización del sandjako de Jerusalén. De esa forma, dejaban claro que no tenían ninguna intención de cumplir con las promesas de independencia dadas a los árabes, como en efecto ocurrió.
A continuación, creo interesante transcribir algunos párrafos de un artículo titulado “El futuro de Palestina”, publicado en el periódico El Universal, el 3 de noviembre de 1918, y cuyo autor es Watani Mohagar:
“En el Oriente, la religión ha sido la base fundamental de la política y ratifica mi aserto que, desde las guerras de las Cruzadas hasta nuestros días, un habitante se enfurece cuando insultan o burlan su credo; pero en cambio permanece indiferente si las chirigotas van dirigidas a su Gobierno.
“En estas provincias existen tres religiones de bastante importancia, que clasificaremos de la manera siguiente: en Líbano predomina el cristianismo; en la Siria el mahometanismo y en la Palestina el judaísmo.
“Cada una de estas entidades deseaba para sí un gobierno que profesara las mismas ideas que las suyas, y pocos eran los intelectuales que pedían una autonomía completa, fuera de estas tendencias retrógradas; resultando de todo esto, un maremágnum atroz para realizar con éxito la unión política de estos pueblos, como base de sus aspiraciones. De aquí las disputas, las venganzas y la explotación inicua de sus gobiernos, como también del de los europeos, que tendían a conservar intereses en aquellas regiones.
“Brevemente se desprende de todo esto, que la unión política de estas provincias es imposible, y no se logrará antes de un cuarto de siglo; pero no por ello quiere decir que la independencia de cada una de ellas no sea posible, pues al terminar la guerra esto es lo más factible, como lo demostraré en mi próximo estudio.
“Se puede preguntar a cualquier judío de cualquier país que es lo que quiere de la Palestina, y contestará: que la quiere independiente para el judaísmo, porque todos los hijos de Sem están conformes en que se les restituya lo que antes era suyo.”
(Continuará)
(Continuará)
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