viernes, 29 de septiembre de 2017

HISTORIA DEL DERECHO AL VOTO (7a PARTE)

EL CASO MEXICANO

Llegamos por fin a nuestro querido México. Conociendo ya la forma en que fue evolucionando el derecho al voto en el mundo, es hora de saber qué ocurría en nuestro país.

Bueno, para empezar es necesario aclarar que por lo que se refiere al mundo prehispánico existen muchos mitos. Y uno de ellos tiene que ver con la forma en que se elegía a las autoridades. Lo normal es que creamos que no había nada parecido a eso que comúnmente llamamos elecciones, que la gente sencilla nada tenía que ver con la designación de las autoridades.

En el caso de los mexicas (los que vivían en Tenochtitlán, ahora ciudad de México), la monarquía era electiva. Pero no se crea con esto que el pueblo mexica elegía a su huey-tlatoani, no; por lo menos no de forma directa. De acuerdo con Francisco Xavier Clavijero, los reyes de Tenochtitlán, Texcoco y Tacuba (la famosa Triple Alianza), eran elegidos de la siguiente manera: los pueblos de esas tres ciudades nombraba cuatro electores entre las personas más nobles, quienes se reunían con los ancianos, los soldados viejos y el resto de la nobleza y entre todos ellos elegían al nuevo huey-tlatoani, que por fuerza tenía que ser miembro de la familia reinante. Esto tenía su razón de ser. La monarquía mexica no podía ser hereditaria porque en un mundo en guerra constante no podían permitirse tener como rey a un niño incapaz de gobernar. Así, mediante el método electivo se escogía a un adulto con experiencia. Si mensos no eran. Además, una vez electo, el huey-tlatoani no respondía ante ninguna persona, sólo ante los dioses, y se convertía en un emperador absolutista.

Moctezuma II Xocoyotzin


A su vez, el huey-tlatoani designaba a una serie de tlatoanis como encargados de gobernar a un grupo de calpullis o barrios. El equivalente actual de éstos serían los gobernadores de los estados. A su vez, cada calpulli (ahora les llamaríamos municipios) era gobernado por un cacique. Y aquí es donde la cosa se vuelve interesante, porque estos caciques eran elegidos por la misma comunidad del calpulli. Desconocemos, o al menos yo, no sé ustedes, como sería el proceso electoral para elegir a los caciques, pero de que había votaciones, las había.

La llegada de los españoles apenas trajo cambios. En lugar del huey-tlatoani ahora el gobernante iba a ser el rey de España, en cuya elección la gente no tenía nada que ver. El rey se convertía en rey por simple herencia. Es decir, era rey porque era hijo de rey. A su vez, el rey nombraba a un virrey como encargado de administrar el territorio de la Nueva España, es decir, de México. Y ahí tampoco teníamos elección. Debíamos aguantar al que nos mandaran, pues no teníamos ninguna participación en su nombramiento.

Y por último, los españoles trajeron con ellos una institución política muy arraigada en España que era parecida al calpulli: el ayuntamiento. En todas las ciudades importantes fundadas por los españoles éstos constituyeron un ayuntamiento, lo que ahora sería una presidencia municipal. El primero de ellos fue el de la entonces llamada Villa Rica de la Vera Cruz, establecido el 22 de abril de 1519. Y aquí la gente si tenía cierta participación, por lo menos al principio.

Así es. Tal y como sucedía en España, los miembros del ayuntamiento eran elegidos por los vecinos del pueblo. Sin embargo, como los reyes estaban siempre necesitados de dinero para continuar las costosas guerras que sostenían en Europa, pronto se decidió eliminar esta autonomía electoral municipal y se comenzaron a vender los puestos. Es decir, si alguno de ustedes quería ser síndico del ayuntamiento de su pueblo, sólo tenía que pagar un precio establecido de antemano y conseguía el puesto a perpetuidad. Así se ahorraban el engorroso proceso electoral y obtenían un buen puesto de trabajo de por vida.

Carlos III de España

En 1766 el rey Carlos III promulgó una serie de reformas entre las cuáles se encontraba la supresión de la venta de puestos municipales y la autorización para que fueran los vecinos quienes eligieran a sus alcaldes y síndicos. Sin embargo, aunque esto si se aplicó en España, en la Nueva España pasó inadvertido, por lo que los puestos municipales siguieron siendo sujetos de una simple compraventa.

El primer cambio real llegó con la Constitución Española promulgada en la ciudad de Cádiz en 1812. Para entender este cambio es necesario conocer lo que estaba ocurriendo en España. Resulta que en el año de 1808 las tropas francesas de Napoleón invadieron el país, obligaron al rey a renunciar llevándoselo a Francia y en su lugar se puso al hermano de Napoleón, José Bonaparte, como nuevo rey. Pero los españoles no aceptaron esta situación y se levantaron en armas. Sin embargo, aprovechando que el rey legítimo, Fernando VII, estaba preso, los liberales españoles, mientras combatían contra los franceses, decidieron realizar algunos cambios en el gobierno y redactaron una Constitución, algo que antes no existía, pues como recordarán España era una monarquía absolutista.

Juramento de la Constitución de Cádiz en 1812


Entre los cambios que introdujo esta Ley Suprema se encontraba el derecho de los ciudadanos a elegir a sus autoridades, con excepción del rey, claro está, que seguía siendo un puesto hereditario. Pero al menos se establecía ya un Congreso que iba a gobernar junto con el rey y cuyos diputados serían elegidos por el pueblo. Asimismo, la gente recuperó su derecho a elegir a los miembros de los ayuntamientos.

Para elegir a los diputados el proceso era el siguiente: el país, incluyendo los territorios americanos y asiáticos, se dividía en provincias, las provincias en partidos y los partidos en parroquias. En cada parroquia los vecinos elegían un elector parroquial por cada 200 habitantes. Los electores parroquiales se juntaban en la Junta Electoral de Partido para elegir a los electores que irían a la capital de la provincia para allí, a su vez, elegir a los diputados que representarían a la provincia. Un método lento y algo complicado pero que sin embargo representaba un gran avance. El pueblo sólo participaba en la primera etapa a nivel parroquial.

Asimismo, para la elección de los funcionarios del ayuntamiento, la nueva ley ordenaba que todos los vecinos se juntaran y por mayoría de votos seleccionaran a un grupo de electores que, a su vez, elegirían a los alcaldes, síndicos y regidores. A este tipo de elecciones se les llama elecciones indirectas.

Sin embargo la situación política no permitió que esta Constitución durara mucho tiempo. En España, por una parte, la derrota definitiva de los franceses en 1814 permitió el regreso del exiliado rey Fernando VII, cuya primera medida de gobierno fue tirar a la basura la Constitución y gobernar de nuevo a la antigua usanza, es decir, como le diera su real gana, que para eso era el rey.

Fernando VII de España


En México, por otra parte, la guerra de independencia que había comenzado en 1810 no permitió que se aplicara la Constitución a plenitud, aunque si se llegaron a elegir diputados para el Congreso de España.

Al final, en 1821 México logró su independencia y entonces procedió a redactar su propia Constitución. Tras el breve reinado del emperador Agustín I de Iturbide, se proclamó la república y se terminó de escribir nuestra primera ley suprema: la Constitución de 1824.

Pero ésta establecía un sistema electoral muy extraño. Para elegir a los diputados, tanto los federales como los estatales, se procedía con un sistema parecido al de la Constitución de Cádiz. Primero, todos los hombres mayores de 18 años votaban en su parroquia para elegir a un elector. Para ello, una persona del ayuntamiento iba casa por casa para revisar quién tenía derecho a votar y le entregaba ahí mismo la boleta. El día de la elección tenía que presentarla ante las autoridades.



Las personas electas en las parroquias se reunían en el distrito y elegían a un elector de distrito. Los electores de distrito se reunían en la capital del estado y ahí elegían al diputado estatal o federal, dependiendo el caso. De esta forma, el pueblo perdía el control de la elección, pues el gobernador estatal en turno se encargaba de que los electores de distrito eligieran a los candidatos que ellos querían.

Pero para elegir a los senadores y al presidente de la República, la gente ya no contaba. A éstos los elegían los congresos estatales. En el caso de los senadores, cada congreso estatal de forma interna elegía a los suyos y los enviaba a la ciudad de México para integrarse al Senado.

Guadalupe Victoria, primer presidente de México


Con el presidente era más complicado. Cada congreso local escogía a dos personas y enviaba sus nombres al Congreso Federal. Una vez que se recibían los nombres enviados por todos los congresos locales, los diputados federales abrían las cartas y contaban los votos. El nombre que más votos consiguiera era nombrado presidente, mientras que el segundo lugar era nombrado vicepresidente. Esta forma de elegir al presidente y vicepresidente provocó muchas revueltas en los años siguientes.

La Constitución de 1824 fue sustituida en 1836 por una nueva conocida como Las Siete Leyes. En ésta se hacían varios cambios importantes. Además de modificar la forma de gobierno de república federal a república central, cosa que no analizaremos aquí, se restringía mucho el derecho al voto y la ciudadanía. Como es normal, sólo los ciudadanos podían votar, pero para ser ciudadano era necesario saber leer y escribir y contar por lo menos con un ingreso anual de 100 pesos, pero no de los actuales, todos devaluados, sino de pesos de los de antes, de oro. No cualquiera tenía un ingreso así. También se ponía una restricción especial para los trabajadores domésticos, los que no podían votar independientemente de lo que ganaran al año.

Hay que recordar que en aquella época más del 90% de la población era analfabeta, es decir que no sabía leer ni escribir, y la realidad era que a ese segmento de la población poco le importaban los vaivenes de la política.

Como sea, al presidente lo seguían eligiendo los congresos locales, pero con un pequeño cambio. Ahora era el Congreso Federal quien proponía los nombres de los candidatos y los enviaba a los congresos locales para que éstos votaran por el que quisieran.

Mapa de México en 1821


La situación del país continuó empeorando. Para darnos una idea, cuando México logró su independencia, nuestro territorio iba desde California y Texas hasta Costa Rica. Para 1847, cuando se regresa a la Constitución de 1824, Centroamérica ya se había separado de México, habíamos perdido Texas, Yucatán había decidido separarse (aunque después regresó) y estábamos en guerra con los Estados Unidos, de cuyo resultado perderíamos California, Arizona y Nuevo México. Además, ya habíamos sido invadidos por España y Francia, las rebeliones y los golpes de estado eran cosa de cada día. Entre 1821 y 1847 el poder había sido ejercido por un emperador, dos regencias, dos triunviratos y 37 presidentes, menos de uno por año.

Benito Juárez


En 1857, tras una revolución de corte liberal encabezada por hombres como Benito Juárez, Ignacio Comonfort, Melchor Ocampo y Miguel Lerdo de Tejada, se promulgó una nueva Constitución. En ésta se eliminaba el requisito de saber leer y escribir para poder votar y ser considerado como ciudadano, así como el requisito económico, pero las elecciones seguían siendo indirectas, aunque se reducía el número de pasos. Ahora los ciudadanos votaban por unos electores que a su vez votaban por los candidatos a diputados. Ya no había electores de parroquia, de distrito y de estado. Por otro lado, el mismo método se aplicaba para elegir al presidente de la República, por lo que los congresos locales dejaban por fin de hacerlo.

Porfirio Díaz


Durante el largo gobierno de Porfirio Díaz, que duró más de treinta años, las leyes electorales tan sólo sufrieron algunos pequeños ajustes que no cambiaban nada en realidad. Pero las elecciones eran una farsa. Cada cuatro años los presidentes municipales se encargaban de elegir a los electores secundarios, eso sí, dejando por escrito constancia de que la gente los había votado aunque no fuera cierto, y luego enviaba las listas a la ciudad de México para que éstas fueran aprobadas por el presidente Díaz. Hecho esto, los electores procedían a votar por Porfirio Díaz para que, a nombre el pueblo, continuara en la presidencia.

Tras el triunfo de la Revolución de 1910 que quitó del poder a Porfirio Díaz, llegó a la presidencia de México Francisco I. Madero, en las primeras elecciones realmente libres que tuvo México. Sin embargo, éstas seguían siendo indirectas, es decir, la gente seguía votando por electores que a su vez elegían al presidente de la República.

Así las cosas, será la nueva Constitución, promulgada en 1917, la que declare por primera vez el derecho de los ciudadanos a elegir de forma directa al presidente y a todos los demás funcionarios públicos. En ese año se fueron para no volver jamás los famosos electores secundarios.

Congreso Constituyente de 1917


Pero el voto seguía sin ser universal. Aunque ya podían votar todos los hombres mayores de dieciocho años, sin importar su educación, su clase social o su fortuna económica, existía aun un segmento muy importante de la población que no podía votar: las mujeres. Para hablarles sobre la forma en que finalmente lo obtuvieron, voy a seguir en términos generales la historia platicada a este respecto por doña Enriqueta Tuñón, quien es autora de varios libros sobre el tema.

En el caso de México, la obtención de derechos cívicos por las mujeres no fue tan complicado como sucedió en Inglaterra o los Estados Unidos, tal y como se los mencioné anteriormente. La lucha de las mujeres mexicanas por conseguir el derecho al voto, inició entre 1884 y 1887 cuando Laureana Wright de Kleinhans, mexicana (a pesar de su apellido) nacida en Taxco, Guerrero, escribió un artículo en "Violetas de Anáhuac", primera revista feminista publicada en México, demandando ese derecho para las mujeres, además de exigir la igualdad de oportunidades para ambos sexos. Para ser francos, en una sociedad tan machista como la que existía en el México de entonces, y en todo el mundo en general, sus argumentos fueron blanco de burlas de connotados intelectuales y funcionarios públicos mexicanos.

Laureana Wright


Al estallar la Revolución, muchas mujeres decidieron participar en ella  no sólo como soldaderas acompañando a sus hombres en el campamento, sino que se dedicaron también a difundir las ideas revolucionarias, actuar como espías, correos y enfermeras, conseguir ayuda para la población civil además de colaborar en la redacción de proyectos y planes. La suya fue una contribución activa e importante y no sería raro que algunas lo hayan hecho con la esperanza de que al triunfo del movimiento su situación de subordinación al hombre cambiaría. 

Fue a finales de 1916 cuando Hermila Galindo, secretaria particular del presidente Venustiano Carranza, envió al congreso constituyente un escrito en el que solicitó los derechos políticos para las mujeres con el siguiente argumento:

Hermila Galindo


“Es de estricta justicia que la mujer tenga el voto en las elecciones de las autoridades, porque si ella tiene obligaciones con el grupo social, razonable es, que no carezca de derechos. Las leyes se aplican por igual a hombres y mujeres: la mujer paga contribuciones, la mujer, especialmente la independiente, ayuda a los gastos de la comunidad, obedece las disposiciones gubernativas y, por si acaso delinque, sufre las mismas penas que el hombre culpado. Así pues, para las obligaciones, la ley la considera igual que al hombre, solamente al tratarse de prerrogativas, la desconoce y no le concede ninguna de las que goza el varón”.

Doña Hermila tenía toda la razón y sus argumentos eran imbatibles, en especial si recordamos que el Plan de Guadalupe, con el que Venustiano Carranza se levantó en armas contra el asesino de Madero, el usurpador Victoriano Huerta, aseguraba a todos los habitantes del país la efectividad y el pleno goce de sus derechos y la igualdad ante la ley. 

Sin embargo, a nuestros diputados constituyentes poco les importó la lógica esgrimida por la señora Galindo y decidieron, sin entrar en mayor debate, negar a las mujeres sus derechos políticos con el siguiente argumento:

“[...] en el estado en que se encuentra nuestra sociedad [...] las mujeres no sienten la necesidad de participar en los asuntos públicos, como lo demuestra la falta de todo movimiento colectivo en este sentido”.

En eso tenían razón. Salvo honrosas excepciones, en aquellos años en México pocas mujeres estaban interesadas en adquirir derechos políticos, e inclusive había algunas, pertenecientes sobre todo a las clases ricas, que veían esa pretensión como antinatural y ofensiva a Dios, que había creado al hombre y a la mujer diferentes. Decían que la política debía de ser cosa de hombres.

Pero también es innegable que los legisladores pretendían que la mujer siguiera encadenada al hogar y a la familia, dependiendo por completo de su padre, de su marido o de sus hijos, dependiendo el caso.

Sin embargo no podemos dejar de advertir que más bien era a los hombres a quienes no les interesaba que las mujeres obtuvieran el derecho a votar ya que temían que se rompiera la unidad familiar, un argumento que 35 años después esgrimieron algunos diputados que también estaban en contra de la medida. Temían que con el avance de la civilización, las mujeres se interesaran por asuntos ajenos a sus hogares y sus familias y los abandonaran, por eso había que mantenerlas fuera del juego democrático. 

Los constituyentes además les jugaron chueco a las mujeres. Por un lado aseguraron que las mujeres no podían tener derechos políticos porque no tenían educación cívica y por el otro no hicieron nada para educarlas en ese sentido. Esta postura generó un déficit histórico respecto a la educación cívica de las mujeres y se reflejó en su futuro comportamiento electoral y en su pasividad en el ámbito político. 

Los legisladores decidieron tratar diferente a hombres y mujeres a pesar de asegurar que todos eran iguales ante la ley. Cuando se decidió que todos los hombres, sin importar su nivel de educación, pudieran votar, el argumento fue que el sufragio universal había sido uno de los lemas de la Revolución y por ello los constitucionalistas no podían arriesgarse a que sus enemigos los acusaran de faltar a uno de los principios del movimiento revolucionario. Sin embargo, cuando se trató el caso de las mujeres, no se tomaron en cuenta esas mismas razones. 

En otras palabras, si muchas mujeres eran analfabetas, de acuerdo con los diputados, entonces no podían votar, pero si muchos hombres también lo eran, eso no era impedimento para que lo hicieran. De verdad que no tenían vergüenza, pero también hay que reconocer que era la idea predominante en aquella época.

Cuando se presentó ya terminada la Constitución, en el Artículo 34 se establecía lo siguiente:

“Son ciudadanos de la República todos los que, teniendo la calidad de mexicanos, reúnan además los siguientes requisitos: 

I. Haber cumplido 18 años siendo casados y 21 si no lo son y 

II. Tener un modo honesto de vivir.”

Félix Fulgencio Palavicini


El artículo estaba redactado con un género neutro, lo que de inmediato despertó el temor de algunos diputados como Félix Fulgencio Palavicini, quien de inmediato advirtió del “peligro” que esto implicaba:

“El dictamen dice que tienen voto todos los ciudadanos, está el nombre genérico; esta misma redacción tenía la adición que existe en la Constitución del 57 y que se conserva hoy, y yo deseo que aclare la Comisión en qué condiciones quedan las mujeres y si no estamos en peligro de que se organicen para votar y ser votadas.”

No andaba equivocado don Félix Fulgencio, pues si recuerdan a doña Hermila Galindo, la secretaria de Carranza que había pedido a los constituyentes que les otorgaran derechos políticos a las mujeres, les diré que aprovechó esta redacción para lanzarse como candidata a diputada federal en 1918. Y que va ganando la elección. Sin embargo, el Colegio Electoral, que en aquellos años era la misma Cámara de Diputados, no le quiso reconocer el triunfo con el argumento de que las mujeres no podían ser votadas.

Pocos años después, ya en la década de los 20’s,  los gobernadores de Yucatán, San Luis Potosí y Chiapas promovieron reformas a las constituciones locales para permitir que las mujeres pudieran votar y ser votadas. De inmediato, varias de ellas lograron ser electas diputadas locales, aunque el gusto les duró poco, pues en cuanto los gobernadores terminaron su período, los nuevos decidieron echar para atrás dichas reformas.

De esta forma, las primeras mujeres electas para un cargo público en 1923 fueron las yucatecas Elvia Carrillo Puerto (hermana del entonces gobernador), Raquel Dzib y Beatríz Peniche de Ponce, que llegaron a ser diputadas locales; además Rosa Torre fue electa para regidora en el ayuntamiento de Mérida. Por desgracia, un año después el gobernador Felipe Carrillo Puerto fue asesinado y las cuatro mujeres fueron obligadas a renunciar a sus cargos.

En el caso de San Luis Potosí, las mujeres obtuvieron el derecho a participar en las elecciones municipales en 1924 y en las estatales en 1925. Pero en 1926, durante el gobierno de Rafael Nieto la ley que lo permitía fue derogada.

Ahora bien, en 1929 ocurrió un hecho que, por un lado, significó algo terrible para las generaciones futuras y por otro brindó algo de esperanza a las mujeres mexicanas. Me refiero a la fundación del PRI, que en aquellos momentos se llamó PNR (Partido Nacional Revolucionario), por parte de Plutarco Elías Calles y otros políticos más. En su Declaración de Principios este partido decía lo siguiente: “... ayudará y estimulará paulatinamente el acceso de la mujer mexicana a las actividades de la vida cívica...” Es decir, le guiñaba el ojo a las mujeres dándoles a entender que en un futuro no muy lejano obtendrían por fin los tan ansiados derechos políticos.

Lázaro Cárdenas


Y fue así como llegó al poder el cardenismo. Durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas, sin duda uno de los presidentes más populares que ha tenido México, en especial por haber realizado la Expropiación Petrolera y el reparto agrario, además de haber brindado un apoyo excepcional a los trabajadores en contra de los abusos patronales, se fundó en 1935 el Frente Único Pro Derechos de la Mujer (FUPDM), mismo que llegó a contar con 50 mil mujeres afiliadas. Había de todo: intelectuales, profesionistas (en especial maestras, pues recuérdese que en aquellos años las mujeres tenían acceso a pocas profesiones y la mayoría de las que trabajaban fuera de casa eran maestras o enfermeras), obreras, mujeres pertenecientes a diversos sindicatos y partidos políticos, veteranas de la Revolución, feministas de izquierda y de derecha, simples liberales, católicas e inclusive del sector femenino del PNR, callistas y cardenistas.

Frente Único Pro Derechos de la Mujer


Su éxito se debía en especial a la gran diversidad de sus demandas que no se limitaban tan sólo a conseguir el derecho al voto. También se exigía igualdad de salarios con los hombres, instalación de servicios médicos especializados en atender la maternidad y otras cosas por el estilo que, como bien decía Adelina Zendejas, una de las pocas mujeres periodistas que existían en aquellos años, “esto importaba a todas: católicas, protestantes, comunistas”.

En 1937 el Frente postuló a Soledad Orozco como candidata del PNR a diputada federal por León, Guanajuato, y a Refugio García para el mismo cargo pero por Uruapan, Michoacán. La cosa se puso fea. El Congreso dijo que eso no se podía hacer sin reformar primero la Constitución, por lo que las mujeres del Frente decidieron ponerse bravas y amenazaron incluso con quemar el Palacio Nacional con todo y presidente adentro. Para colmo, iniciaron una huelga de hambre frente a la casa presidencial, conocida ahora como Los Pinos. Ante esta situación, y de seguro tras recibir un fuerte regaño de parte de su propia esposa, quien simpatizaba con el Frente, Cárdenas prometió enviar al Congreso una iniciativa de reforma constitucional para otorgarles derechos cívicos a las mujeres.

Y Cárdenas cumplió.  Al poco tiempo envió su iniciativa para que el artículo 34 de la Constitución quedara de la siguiente manera:

“Son ciudadanos de la República todos los hombres y las mujeres que, teniendo la calidad de mexicanos, reúnan además los siguientes requisitos: 

I. Haber cumplido 18 años siendo casados y 21 si no lo son y 

II. Tener un modo honesto de vivir.”

Aquí vale la pena detenerse un poco para analizar las razones de los que se oponían a que las mujeres pudieran votar. Para los hombres de izquierda, la negativa se basaba en la creencia de que las mujeres eran en su mayoría más proclives que los hombres a la religión y por lo mismo eran más influenciables por parte de la Iglesia, lo que provocaría que su voto fuera en su mayoría para la derecha y en contra de las ideas revolucionarias. Para los hombres de la derecha, la negativa se basaba en la idea de que el lugar de la mujer cristiana era el hogar y su único deber el cuidado de la familia, por lo que no debía inmiscuirse en política. Pero también les asustaba ver el cada vez mayor número de mujeres trabajadoras que simpatizaban con las ideas de la izquierda. Total, que al final todos las querían en casa y llenas de hijos.

Por otro lado, era curioso ver como ambos grupos afirmaban que la mujer no podía votar porque era totalmente ignorante en cuestiones políticas, pero olvidaban que la mayoría de los mexicanos hombres eran analfabetas, como las mujeres, y tampoco es que tuvieran mucha educación cívica.

Sin embargo, en plena época del presidencialismo, nadie en su sano juicio iba a oponerse a los deseos del presidente, por lo que en cuanto la iniciativa llegó a la Cámara de Diputados, nuestros legisladores aprobaron de inmediato y por unanimidad aceptarla para su discusión. No les gustaba la idea, pero ni modo, el presidente así lo quería.

En el dictamen que se envió a las Comisiones de Gobernación y Puntos Constitucionales apoyando la medida, se afirmaba que en todo régimen democrático los individuos son iguales ante la ley, y dado que se había aceptado que la mujer era igual al hombre tanto mental como moralmente, era por lo tanto necesario reconocer esta igualdad desde el punto de vista social y político, esto es, otorgándoles los derechos de ciudadanía.

Aprobada en la Cámara de Diputados, se envió a la de Senadores donde también pasó sin mucho trámite. En diciembre de 1937 se envió la reforma constitucional a los congresos locales para su aprobación, pues la ley exige que la mayoría de ellos la acepten. Aquí tampoco hubo problema y todos los estados estuvieron de acuerdo con los deseos del inquilino de Los Pinos. La última aprobación estatal llegó en septiembre de 1938.

Con esto, tan sólo faltaba la declaratoria oficial correspondiente y la publicación en el Diario Oficial de la Federación. Y aquí fue donde todo falló. Cárdenas recibió felicitaciones de organizaciones femeninas de todo el mundo, se le llamó el Paladín de la Democracia, las mujeres mexicanas comenzaron a apoyar de forma mayoritaria su programa de gobierno en espera de la pronta terminación del trámite. Pero don Lázaro se hizo como el tío Lolo. Nunca mandó el decreto para su publicación en el Diario Oficial de la Federación.

Pretextos no faltaron: que si en ese momento la prioridad era la de la Expropiación Petrolera, que si estaba muy ocupado atendiendo lo del exilio español, que si todavía no era el momento oportuno, y mil cosas más. En realidad, Cárdenas tenía miedo de que las mujeres votaran en su mayoría por la derecha conservadora que amenazaba con echar abajo todo su programa de gobierno.

Este miedo creció cuando a finales de 1939 comenzó la carrera por la sucesión presidencial. El gobierno temía que las mujeres votaran en su mayoría por el candidato del Partido Revolucionario de Unificación Nacional (PRUN) y del recién fundado Partido Acción Nacional (PAN), el general derechista Juan Andrew Almazán, quien por cierto simpatizaba con el movimiento nazi de Adolf Hitler en Alemania.

Y aunque ellos tampoco estaban a favor del voto femenino, en junio de 1940 la Comisión Electoral del PRUN publicó en el periódico Excélsior aprovechando la frustración de las féminas:

“Mujer mexicana: el gobierno te ha negado derechos políticos porque la imposición sabe que tu no venderías por ningún precio el porvenir de tus hijos [...] porque los diputados comprenden muy bien que tu intuición infalible te convierte en enemiga implacable del comunismo que prostituye tu hogar. Tu revancha consistirá en hacer valer tus derechos de mexicana, de mujer, de madre, de esposa, de amante, de hermana, por conducto de los hombres que amas y sobre los que puedes influir. No olvides que tu patriotismo consiste en salvar la dignidad de los ciudadanos de tu familia, haciendo que voten por Almazán [...]” ¡Ah, qué cosas tiene nuestra política!

Esther Chapa


En los años siguientes el movimiento femenino se debilitó, y salvo honrosas excepciones, no hubo mujeres que pelearan por sus derechos. Una de estas excepciones fue Esther Chapa, quien durante 22 años, cada que iniciaba un período de sesiones del Congreso, enviaba una carta exigiendo la concesión a las mujeres del derecho al voto. Pero para el caso que le hacían...

El sucesor de Cárdenas, Manuel Ávila Camacho, ni siquiera se molestó en tratar el tema. Por ello, cuando llegó el momento de elegir al siguiente presidente en 1946, las mujeres decidieron unirse a la campaña del candidato oficial, Miguel Alemán Valdés, pero con la condición de que éste si hiciera efectiva la reforma que les otorgaba el voto. Recordemos que lo único que faltaba era que el presidente la enviara al Diario Oficial para su publicación.

El candidato Alemán agradeció su apoyo y ofreció otorgarles el derecho al voto... en el ámbito municipal. Pero eso sí, les exigía a cambio, y cito textualmente sus palabras, “como una especie de garantía para asegurar la reproducción de la familia, que no dejaran de ser en el hogar... la madre incomparable, la esposa abnegada y hacendosa, la hermana leal y la hija recatada...”

Miguel Alemán Valdés


Ya en la presidencia, Miguel Alemán cumplió su promesa y envió al Congreso la iniciativa para modificar la fracción I del artículo 115, que habla de los municipios. Ya se había olvidado de la reforma al artículo 34 que dormía plácidamente el sueño de los justos.

De inmediato, los dos diputados que el PAN tenía en el Congreso, hicieron escuchar su voz indignada, atacando con furia a las mujeres que deseaban votar. Aquiles Elorduy, uno de ellos, dijo lo siguiente:

“(...) el hogar mexicano (...) es el hogar selecto, perfecto, en donde la ternura llena la casa y los corazones de los habitantes gracias a la mujer mexicana que ha sido y sigue siendo todavía un modelo de abnegación, de moralidad, de mansedumbre, de resignación (...) Ciertas costumbres venidas de fuera están alejando a las madres mexicanas un tanto cuanto de sus hijos, de su casa y de su esposo. 

"Las señoras muy modernas juegan más que los hombres y no sólo a la brisca o al tute, sino al póker, despilfarran, aun a espaldas de los señores maridos, buenas fortunas en el frontón (...) Fuman que da miedo (...) los jefes mexicanos de familia tenemos en el hogar un sitio en donde no tenemos defectos. Para la mujer mexicana, su marido, si es feo, es guapo; si es gordo, es flaco; si es tonto, es inteligente; si es ignorante, es un sabio (...) porque quiere enaltecer, a los ojos de ella misma y de su familia, al jefe de la casa. 

"Si vamos perdiendo los hombres --y aquí está la parte egoísta-- las pocas fuentes de superioridad, por lo menos aparente que tenemos en el hogar, vamos a empezar a hacer cosas que no son dignas de nosotros. Ya no hay méritos mayores en el jefe de familia, como no sea que gane el dinero para sostener la casa y, en muchas ocasiones, lo ganan ellas a la par que los maridos. 

"De manera que, si en la política, que es casi lo único que nos queda, porque en la enseñanza también son hábiles y superiores; si vamos perdiendo la única cosa casi aparatosa, que es la política, las cuestiones externas de la casa para que nos admiren un poco; si vamos a ser iguales hasta en la calle, en las asambleas, en las Cámaras, en la Corte Suprema, en los tribunales, en los anfiteatros, etcétera, etcétera, pues, entonces, que nos dejen a nosotros, que nos permitan bordar, coser, moler y demás (...).”

El discurso provocó un serio disgusto entre las mujeres que estaban presentes entre el público. Para los panistas, la modernidad de la que hablaba el presidente Alemán estaba bien, siempre y cuando las mujeres permanecieran en su papel tradicional de madres, esposas y amas de casa, admirando al jefe de familia, el hombre. En otras palabras, la mujer moderna, autónoma y con ideas propias les sacaban ronchas a muchos de nuestros políticos.

La idea del presidente era clara. Al otorgarles el derecho al voto tan sólo a nivel municipal, se podría observar el comportamiento de las mujeres durante las votaciones y así decidir si merecían que se les diera a nivel nacional. O visto de otra forma, si veían que votaban por los candidatos que la derecha o el cura del pueblo les decían, nunca obtendrían el derecho a votar por el presidente, el gobernador o los diputados. Y si votaban por los candidatos del partido oficial, demostrarían que están preparadas para ejercer la democracia y se les otorgaría este derecho tan ansiado. ¡Qué relajo se traían!

Por fin, la reforma constitucional al artículo 115, propuesta por el presidente Alemán, se publicó en el Diario Oficial el 17 de febrero de 1947. De inmediato, los aduladores que nunca faltan, gritaron a los cuatro vientos que el presidente Alemán era el paradigma de la modernidad, resaltando su imagen democrática porque con esta medida, aseguraban, se fortalecía el sistema federal y además se les daba a las mujeres el lugar que merecían en la vida política del país. Sí, todo muy bonito, pero, ¿y el voto a nivel nacional para cuando, apá?

Bueno, como sea, el hecho es que las mujeres iniciaron por fin su andadura política. Pero no se crea que por poder votar o ser votadas en las elecciones municipales, rompieron por fin las cadenas que las subordinaban a los hombres, en especial en los pueblos pequeños o en ciudades más conservadoras, tal y como lo demuestra el hecho de la escasa participación femenina en las elecciones o en las pocas que lograron obtener algún puesto municipal. En otras palabras, el papá o el marido seguían sin darles permiso.

Llegó el año de 1952, año de elecciones presidenciales, y de inmediato las mujeres priistas decidieron exigirle al candidato que les otorgara de una buena vez el derecho al voto a nivel nacional. Encabezadas por Margarita García Flores, dirigente femenil del partido, organizaron una asamblea a la que invitaron al candidato Adolfo Ruiz Cortines. Se dice que acudieron más de veinte mil mujeres, pero también hay quien asegura que todo fue plan con maña, pues el gobierno no sabía que no podía seguir posponiendo esta cuestión.

Adolfo Ruiz Cortines


Ruiz Cortines aceptó siempre y cuando las mujeres le presentaran una petición por escrito y firmada por varios miles de ellas. Entonces doña Amalia Castillo Ledón fundó la Alianza de Mujeres de México y procedió a la recolección de las firmas exigidas. Obtuvieron quinientas mil.

Pero algunas ideas no habían cambiado mucho. El mismo candidato y futuro presidente Adolfo Ruiz Cortines, dijo que las mujeres debían participar en política no por un sentido de justicia, sino porque desde su hogar ayudarían a los hombres, resolverían con abnegación, trabajo, fuerza espiritual y moral, problemáticas tales como la educación y la asistencia social. Es decir, está bien que voten siempre y cuando se regresen de inmediato a su casa a cumplir con las labores propias del hogar y de su sexo.

Amalia González de Castillo Ledón


Con la concesión del derecho al voto, publicada finalmente el 17 de octubre de 1953, se daba respuesta de alguna manera a la inconformidad de las mujeres y, al mismo tiempo, no afectaba al sistema, pues ellas seguirían bajo el control político e ideológico del partido oficial, además las dejaría circunscritas a actividades pertenecientes al ámbito doméstico. 

Pero lo más importante para el gobierno fue la ampliación del número de votantes, lo que le permitió contar con una mayor legitimidad, pues la mayoría de las mujeres, agradecidas, votaron por los candidatos oficiales.

Lo triste, sin embargo, es que las mujeres obtuvieran el derecho al voto en una época en que México no gozaba de libertades democráticas, en que las voces disidentes eran perseguidas o compradas. La oposición en aquellos años era poca, a pesar de lo cual fue muy reprimida.


(Continuará)

martes, 26 de septiembre de 2017

HISTORIA DEL DERECHO AL VOTO (6a PARTE)

EL DERECHO AL VOTO PARA LAS MUJERES

El sufragio universal, sin embargo, no está completo mientras existan personas que no pueden ejercerlo por su género, su raza, su educación o su condición social. Es el caso de las mujeres, a las que les costó mucho poder acceder a este derecho que ahora nos parece tan básico.

La primera vez que las mujeres pudieron votar en la historia fue gracias a un error. Cuando los Estados Unidos lograron su independencia, cada uno de los estados que lo forman redactó su propia constitución. El estado de Nueva Jersey aprobó la suya en 1776 y de forma “accidental” autorizó el voto femenino. En ella se establecía que todas las personas podían votar, dando por hecho que todos entenderían que se trataba de los hombres, pero al no hacer una distinción de géneros, se provocó que las mujeres acudieran presurosas a las urnas para cumplir con su deber cívico, e incluso que algunas más audaces se postularan como candidatas. Al darse cuenta del error, los congresistas del estado decidieron reformar la constitución estableciendo, ahora sí de forma clara, que sólo los hombres podían votar o ser votados.

Unos años después, en 1789, estalló la Revolución Francesa que trajo consigo muchos cambios muy importantes. Entre otros, los candidatos a los cargos de gobierno serían elegidos por el pueblo, que conservaría la soberanía. Se acababa así el gobierno absolutista por derecho divino de los reyes.

Pero cuando se hablaba de reivindicación de derechos contra el sistema absolutista, se pensaba tan sólo en los hombres, y así lo expresa el propio título de la Declaración emanada de la Asamblea Nacional revolucionaria francesa: “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”, hablando de hombre en el sentido literal del término.

Olimpia de Gouges


Sin embargo, la Revolución Francesa estaba teñida de ideales liberales, y algunas mujeres decidieron aprovechar eso para lograr la igualdad de derechos. Olimpia de Gouges, cuyo nombre real era Marie Gouze, redactó en 1791 la “Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana”, que no tuvo éxito práctico, y que la llevó a morir ejecutada en la guillotina en 1793. Aun tendrían que pasar cien años para que se les comenzara a reconocer derechos políticos.

El primer país del mundo que autorizó el sufragio femenino en igualdad de circunstancias con los hombres fue Nueva Zelanda que lo hizo en 1893. A éste le siguió Australia en 1902. En Europa el país pionero fue Finlandia, que autorizó el derecho al voto tanto para hombres como para mujeres a la misma vez en 1906. Lo curioso es que en aquel año Finlandia era parte de Rusia y en Rusia nadie podía votar.

En 1792, en Inglaterra apareció un libro llamado “Reivindicación de los derechos de la mujer”, donde una de ellas, Mary Wollstonecraft, habló de los derechos políticos de la mujer, por primera vez en ese país.

Los miembros del parlamento, los políticos y la misma reina, Victoria I, se opusieron a los proyectos de leyes que tenían ese propósito. Tan sólo el cartismo, movimiento de reivindicación de los derechos para la clase trabajadora, y algunos intelectuales liberales, apoyaron tan “arriesgada” idea.

Emmeline Pankhurst, detenida por la policía en Londres.


Fue en los albores del siglo XX (año 1903), cuando nuevamente Inglaterra fue el centro promotor de esta revolución política. Se formó la WSPU: Women Social and Political Union, que significa: Unión Social y Política de Mujeres, bajo el liderazgo de Emmeline Pankhurst y sus hijas. Eran más conocidas como "Las Sufragistas". Para lograr sus objetivos, las mujeres que la integraban trataron de ejercer presión social. Así, efectuaron marchas, protestas y huelgas de hambre. El gobierno ordenó que fueran reprimidas e incluso que se les alimentara por la fuerza, por lo que en 1903, una de ellas se arrojó al suelo cuando pasaba el caballo del rey, en las carreras de Derby, para llamar su atención, muriendo aplastada por el animal. También apedrearon la casa del primer ministro y se enfrentaron a golpes con la policía. ¡Eran bravas las inglesas! Este movimiento cesó su actuación cuando se produjo la Primera Guerra Mundial en 1914.

Precisamente en este conflicto fue donde el sexo femenino demostró su valor y entrega a su patria, colaborando de forma eficaz en el esfuerzo militar, lo que les valió el reconocimiento de sus derechos electorales como agradecimiento. En 1918, se permitió que las mujeres inglesas mayores de 30 años pudieran votar, bajándose la edad a 21 años, en 1920.

Fue también al término de la Primera Guerra Mundial, en 1919, cuando Alemania, cuyo gobierno estaba representado por la República de Weimar, consagró el voto femenino.

En España el sufragio femenino llegó en 1931 con el derrocamiento de la monarquía y la instauración de la Segunda República. Ya en 1924 se les había permitido votar tan sólo en las elecciones municipales, aunque sólo a las  mayores de 23 años que estuvieran “emancipadas”. O sea que quedaban excluidas al derecho al voto las mujeres “casadas” y las “prostitutas”. ¡Vaya comparación! Sin embargo, con la llegada de Franco al poder en 1939 se anuló esa reforma y la mujer española volvió a quedar sujeta en todo a su marido, ¡y sin poder votar! Otra de las joyas del franquismo. Y luego hay quien se atreve a defenderlo...

En los Estados Unidos se les otorgó en 1920 a las mujeres blancas, pues las afroamericanas tuvieron que esperar 45 años más, hasta 1965.

Manifestación de sufragistas en Nueva York en 1912.


Sin embargo, esto no fue fácil. Al igual que ocurrió en Inglaterra, las mujeres estadounidenses tuvieron que luchar a brazo partido para obtener ese derecho. Durante la Convención de Seneca Falls, celebrada en 1848, las mujeres copiaron el texto de la Declaración de Independencia y le agregaron estos párrafos:

“La historia de la humanidad es una historia de repetidos agravios y usurpaciones perpetradas por el hombre contra la mujer, encaminados al objetivo directo de establecer una tiranía absoluta sobre ella.

“Él jamás ha permitido que ella ejerza su derecho inalienable de votar en las elecciones.

“Él la ha obligado a someterse a leyes en cuya formulación ella no tuvo derecho de opinar.

“Al privarla de este derecho al sufragio, el primer derecho de todo ciudadano, la ha dejado sin representación alguna en los recintos de la legislación. Él la ha oprimido en todos los aspectos.”

Dura declaración que, sin embargo, no fue escuchada por los hombres del Congreso.

Como se trataba de un derecho que competía legislar a los estados, las organizaciones femeninas comenzaron a cabildear en las legislaturas locales, logrando que en 1869 el estado de Wyoming les permitiera votar. Para 1900 ya eran cuatro estados los que lo hacían.

Cartel pidiendo el voto para las mujeres en los Estados Unidos.


Pero cuando los Estados Unidos se involucraron en la Primera Guerra Mundial con el pretexto de salvar la democracia, se hizo evidente la enorme paradoja que resultaba de enviar a sus soldados a luchar por ella en otros países, cuando en el propio más de la mitad de la población no tenía derechos. Y aunque en un principio el presidente Woodrow Wilson se opuso a dicha reforma, al final decidió apoyarla y el Congreso aprobó una enmienda constitucional en junio de 1919. En menos de un año se reunieron los 36 estados necesarios para ratificar la enmienda propuesta, muy a tiempo para que las mujeres votaran en la elección presidencial de 1920.

El primer país Latinoamericano fue Uruguay, que lo aprobó en su Constitución de 1918, aunque se ejerció el voto por primera vez en un plebiscito el 3 de julio de 1927. Anecdóticamente hay que reseñar el caso de Vélez (en la provincia de Santander, Colombia) que en su constitución, que aprobó en 1853, dio el derecho al sufragio femenino, pero esta constitución fue reformada dos años más tarde, en 1855, aboliéndose el mismo.

El voto femenino en Argentina, se inauguró en 1947, durante la Presidencia de Perón, bajo la gestión de su esposa, Eva Duarte, a cargo de la Secretaría de Trabajo y Previsión, quien solicitó su inclusión, en cumplimiento de lo acordado en las Actas de Chapultepec. Impulsada por esta líder política, se realizó una gran propaganda que consiguió que muchas mujeres salieran de su silencio, y expresaran el reclamo por sus derechos. La Plaza de Mayo fue el marco del acto donde las mujeres celebraron la promulgación de la ley respectiva el 23 de septiembre de 1947. Ese mismo año lo obtuvo Venezuela. En 1949, fue el turno de Chile y Costa Rica.

La famosa "Evita" Duarte de Perón.


El último país del que se tiene constancia en aprobar el derecho al voto femenino fue Kuwait, que lo concedió en el año 2005.

Aun quedan algunos países en los que no se permite el voto a las mujeres (incluso algunos que ni a los hombres), como es el caso de Arabia Saudita, Brunei y el Vaticano, y otros donde es condicionado a que cumplan con ciertos requisitos como un nivel educativo básico, aunque éstos no se apliquen a los hombres. Este es el caso de Líbano y los Emiratos Árabes Unidos. En todos los demás países del mundo, las mujeres pueden votar sin restricciones.

Como curiosidad, me gustaría comentarles un caso muy particular. Suiza está considerado como uno de los países más avanzados en materia de libertades y de democracia. Sin embargo, ahí las mujeres pudieron votar hasta 1971. Incluso un diputado suizo, durante el debate previo, argumentó lo siguiente:

“¿Conceder el derecho de voto a las mujeres? ¡Qué idea más ridícula! El cerebro de la mujer es más pequeño que el de los hombres lo que demuestra que las mujeres son menos inteligentes. Son propensas a actitudes extremistas y se asocian a campañas sin consultar antes a sus maridos. Además, eso no fomentaría la igualdad de derechos porque su natural modestia les impide ir a votar cuando están embarazadas, y como las mujeres del campo suelen tener más hijos, tendrían una desventaja injusta con respecto a las mujeres que viven en las ciudades. Y si las mujeres son elegidas al parlamento, ¡qué deshonra supondría esto para sus maridos! Éstos estarían obligados a cocinar en casa…”

Sin palabras...

(Continuará)

martes, 19 de septiembre de 2017

HISTORIA DEL DERECHO AL VOTO (5a PARTE)

LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Pocos años después de la independencia de los Estados Unidos, Francia comenzó a sacudirse en lo político. La situación del país era muy complicada. Las constantes guerras y las continuas crisis económicas tenían a la mayoría de la población sumida en la pobreza, mientras el rey, los nobles y los altos jerarcas de la Iglesia vivían en medio de la opulencia. Como ejemplo basta un botón. O dos, también. Los reyes junto con toda la corte vivían en el Palacio de Versalles, considerado como el más lujoso de Europa, mientras los campesinos apenas tenían un techo de madera que los cubriera. La reina podía gastar millones en un collar que usaría en un solo baile para después guardarlo mientras los obreros veían a sus hijos morir de hambre y enfermedades.

Toma de la Bastilla


En 1789 las cosas llegaron a un punto en el que la gente ya no aguantó más y se rebeló, tomando por asalto la prisión parisina de la Bastilla. Ese fue el inicio de la Revolución Francesa.

Poco después se promulgaba la primera constitución francesa, el 3 de septiembre de 1791, en la que se establecía la división de poderes, la libertad de pensamiento, prensa y religión, así como el derecho al voto de los ciudadanos franceses para elegir a los miembros del poder legislativo. El rey (poder ejecutivo) seguía siéndolo por herencia.

Sin embargo, este derecho tenía cierto parecido con el de los Estados Unidos y era muy limitado. Para empezar, era del tipo “censitario”, es decir, sólo podían votar los que tuvieran cierta fortuna monetaria. Para ello, los ciudadanos (todos ellos hombres) se dividían en “ciudadanos activos” (los que pagaban impuestos) y “ciudadanos pasivos” (los que no pagaban impuestos). De esta forma podían votar el 61% de los hombres pero sólo el 15% de los franceses. Además, éstos “ciudadanos activos” sólo elegían a un grupo de electores que eran los encargados, a su vez, de elegir a los diputados de la provincia para la Asamblea Nacional.

Para no hacerles el cuento largo, el rey perdió sus poderes absolutos y después, cuando quiso escapar al extranjero para pedir ayuda a sus parientes que gobernaban en otros países y así recuperar el poder, fue atrapado, juzgado por traición y ejecutado en la guillotina. Poco después le seguiría la reina. Tras esto, la Asamblea Nacional de Francia, que había surgido con la Revolución, proclamó la República, tomando como base las ideas de la Ilustración y el ejemplo de los Estados Unidos.

Así, el 24 de junio de 1793 se aprobó una nueva Constitución en la que se estableció el sufragio universal masculino aboliendo las distinciones económicas, lo que significó un avance considerable que, por desgracia, no duró mucho tiempo.

Napoleón Bonaparte


Entonces los demás reyes de Europa le declararon la guerra a Francia, pues no querían que su ejemplo se contagiara a sus países y que ellos también terminaran ejecutados. En estas condiciones surgió la figura de Napoleón Bonaparte, el mejor militar de su época, que fue llamado por el gobierno francés para defender a la patria. Tras derrotar a Austria, Inglaterra, España, Rusia, Prusia y los estados italianos, Napoleón dio un golpe de estado y se hizo con el poder, proclamándose emperador en diciembre de 1804. En los años siguientes sus tropas llevarían las ideas de la Revolución Francesa y de la Ilustración por toda Europa, gracias a las constantes guerras que libró hasta su derrota definitiva en 1815. De esta forma, términos como soberanía popular, república y división de poderes llegaron a oídos de los pueblos oprimidos de Europa.

LAS REVOLUCIONES DEL SIGLO XIX EN EUROPA

Cuando los reyes europeos derrotaron a Napoleón, creyeron que habían acabado con las ideas de la Revolución Francesa. Pero estaban bien equivocados. En los años siguientes Europa se verá sacudida por una serie de revoluciones que le pondrán fin al absolutismo.



La primera ola revolucionaria se dio en 1830, comenzando en Francia y propagándose por Alemania y Holanda. En el caso francés, se derrocó al último rey de la familia Borbón, Carlos X, y se proclamó la monarquía constitucional bajo el mando del nuevo rey Luis Felipe I. En Holanda, la revolución de las provincias más occidentales logró la independencia de éstas, creando un nuevo país con monarquía constitucional: Bélgica.




La segunda ola revolucionaria comenzó en 1848 y sacudió a la mayoría de los reinos europeos. En Francia se derrocó a Luis Felipe I y se volvió a proclamar la república. En Italia significó el comienzo del proceso de unificación, pues en aquellos años Italia se encontraba dividida entre varios reinos, incluyendo el del Papa, la mayoría con gobiernos absolutistas. También hubo levantamientos en los reinos alemanes, en Austria y en Rusia, aunque en estos países fueron duramente reprimidos.
Un caso curioso fue el de Dinamarca. La historia popular refiere que cuando el rey Cristian VIII se enteró que los revolucionarios se encontraban frente a su palacio exigiendo su renuncia, invitó a los líderes al palacio para tomar un café y platicar. De estas negociaciones incruentas, surgieron dos puntos importantes. El rey renunció en favor de su hijo Federico VII y Dinamarca se convirtió en una monarquía constitucional. Lo mismo ocurrió en Suecia y en Holanda.

Cristián VIII de Dinamarca


Para finales del siglo XIX, tan sólo Rusia seguía teniendo un gobierno absolutista encarnado en la figura del último zar Nicolás II, mientras que Alemania y Austria-Hungría tenían gobiernos que, si bien habían adoptado algunas reformas liberales e incluso, en el caso de Alemania, tenían un parlamento, el emperador seguía gobernando de forma bastante personal.

Pero todos estos cambios no implicaron tan sólo cambios en el gobierno, sino que significaron grandes avances en los derechos de los ciudadanos, en un principio sólo de los hombres y más adelante, ya en el siglo XX, también de las mujeres. Sin embargo, por lo que se refiere al voto, éste siguió siendo censitario en casi la totalidad de los casos, incluyendo las repúblicas latinoamericanas.

Nicolás II de Rusia


El siglo XIX también fue el siglo del Imperialismo europeo. Países como Francia, Inglaterra, Bélgica, Holanda, Italia y Alemania surcaron los siete mares repartiéndose todo el mundo conocido, con excepción de Latinoamérica, donde los Estados Unidos dejaron bien claro que esa era su área de influencia.

Esto provocó que, ya en el siglo XX, al acceder las antiguas colonias a la independencia, adoptaran en su gran mayoría los sistemas políticos democráticos europeos. Claro que por lo general, a la hora de aplicarlos, la historia, por desgracia, suele ser muy diferente.

(Continuará)

domingo, 17 de septiembre de 2017

HISTORIA DEL DERECHO AL VOTO (4a PARTE)

LA INDEPENDENCIA Y EL DESARROLLO POLÍTICO DE LOS ESTADOS UNIDOS

Mientras el Absolutismo y la Ilustración se daban su "estate quieto" en Europa, en el norte del continente americano los colonos ingleses continuaban avanzando. Poco a poco iban fundando ciudades y pueblos, construyendo caminos y, lo más importante, estableciendo las costumbres políticas inglesas en los nuevos territorios. Y es que, precisamente, va a ser el asunto este del derecho al voto el que se convierta en una de las causas principales de la guerra de independencia que dará origen a los Estados Unidos. Como éste fue el primer país que adoptó la forma de gobierno republicana y democrática inspirada en los postulados de la Ilustración, sirviendo de ejemplo futuro a la mayoría de las naciones, vale la pena detenerse un poco en su historia. Rápidamente les platico que sucedió.

Como ocurría a cada rato, en 1757 Inglaterra entró en guerra con Francia. No era nada raro. Los países europeos se la vivían de la greña unos contra otros desde los tiempos más remotos. En esta ocasión, la guerra recibió el nombre de Guerra de los Siete Años porque ese fue el tiempo que duró.

Ahora bien, tanto Inglaterra como Francia tenían colonias en el norte de América. Parte de Canadá era francesa mientras que los ingleses dominaban otra parte de ese país y la costa este de lo que ahora son los Estados Unidos, conocidos como las Trece Colonias. Como es lógico, la guerra no sólo se dio en Europa, sino que también llegó a las colonias americanas que ambos países tenían. Al final, Inglaterra ganó y expulsó a Francia de Canadá.

Las Trece colonias inglesas de Norteamérica.


Pero como todas las guerras cuestan dinero, el Parlamento inglés ordenó un aumento en los impuestos que debían pagar tanto los habitantes de Inglaterra como los de las colonias, pues ellos también habían participado en la guerra.

Para no hacerlo más complicado, los colonos ingleses de América se negaron a pagar con un argumento bastante simple: ellos no podían votar para elegir a los representantes del Parlamento, por lo mismo, no podían aceptar un impuesto decidido por un Parlamento en el que ellos no participaban. Y tenían toda la razón. Su lema era “no hay impuesto sin representación”.

Tras muchos dimes y diretes con Inglaterra, al final algunos de los colonos decidieron rebelarse para buscar la independencia. Entre ellos se encontraban hombres como Jorge Washington, Tomás Jefferson y Benjamín Franklin.

Jorge Washington


Aunque puede que lo conozcan más por esta imagen.


La guerra duró varios años, y en el transcurso de ella los futuros estadounidenses redactaron una Declaración de Independencia muy interesante. En la primera parte este documento dice lo siguiente:

“Sostenemos como evidentes por sí mismas estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se vuelva destructora de estos principios, el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla, e instituir un nuevo gobierno que base sus cimientos en dichos principios, y que organice sus poderes en forma tal que a ellos les parezca más probable que genere su seguridad y felicidad. La prudencia, claro está, aconsejará que los gobiernos establecidos hace mucho tiempo no se cambien por motivos leves y transitorios; y, de acuerdo con esto, toda la experiencia ha demostrado que la humanidad está más dispuesta a sufrir, mientras los males sean tolerables, que a hacerse justicia mediante la abolición de las formas a las que está acostumbrada. Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, que persigue invariablemente el mismo objetivo, evidencia el designio de someterlos bajo un despotismo absoluto, es el derecho de ellos, es el deber de ellos, derrocar ese gobierno y proveer nuevas salvaguardas para su futura seguridad.”

Establecen por primera vez un gobierno basado en la soberanía popular que había propuesto la Ilustración. Todos los hombres son creados iguales, decían. Claro que lo que no dijeron es que hay de iguales a iguales. En primer lugar, se refieren a los hombres, no a las mujeres. En segundo lugar, hablan de los hombres blancos, no de los hombres negros o de los indígenas, unos porque son esclavos y los otros porque eran vistos como una plaga a la que había que eliminar. Además, en la práctica también descartaban a los hombres blancos pobres, como veremos un poco más adelante. En pocas palabras, sólo los hombres blancos y ricos eran iguales, los demás seres humanos no.

En 1783 los Estados Unidos obtuvieron al fin su independencia y cuatro años después redactaron su Constitución. En ella se establecía que los miembros del Congreso serían electos por la gente, pero dejaba a cada estado determinar la forma en que se podría votar. Para elegir al presidente del país se ideó un mecanismo muy complicado y retorcido que hasta la fecha continua vigente.

Una vez que los partidos políticos presentan a sus candidatos, éstos inician una campaña por el país para explicar su programa de gobierno a la gente. Bueno, eso en teoría. En realidad se dedican a lanzarse acusaciones unos a otros, tal y como sucede en México. El día de la elección, la gente se presenta en las urnas para votar. Pero no vota por el candidato que quiere que gane, sino por un elector que, más adelante, se reunirá en la capital del estado para emitir su voto. Los electores también reciben el nombre de compromisarios. Cada estado tiene un número de electores igual al número de representantes que tiene en el Congreso Federal. Por ejemplo, California tiene 55 representantes en el Congreso y por lo mismo cuenta con 55 electores para las elecciones presidenciales. Por su lado, Delaware tan sólo cuenta con tres. Supongamos que en Delaware el candidato demócrata obtiene dos electores y el republicano uno. En ese caso, los tres electores se le quedan al demócrata porque fue el que más votos obtuvo.

En total hay 538 electores en todo el país formando el Colegio Electoral, por lo que un candidato necesita tener 270 electores a su favor, es decir, la mitad más uno. Este sistema tan complicado ha generado ya muchas críticas, pues en ocasiones el candidato que ha obtenido más votos populares no ha sido el ganador por no contar con la mayoría de los delegados.

A lo largo de la historia se han presentado cuatro casos así, en los que el ganador no ha sido el que más votos populares tuvo. Estos son los siguientes:

1) En 1876 el total de votos electorales era de 369 (debido a que había menos estados), por lo que era necesario obtener 185 para ganar. El candidato republicano, Rutherford B. Hayes, consiguió 4.036.298 votos populares y 185 votos electorales para ganar la presidencia. Su adversario, el demócrata Samuel J. Tilden ganó el voto popular con 4.300.590 votos, pero sólo alcanzó 184 votos electorales.

Rutherford B. Hayes.


2) En 1888, el total de votos electorales era de 401, por lo que era necesario obtener 201 para ganar. El candidato republicano, Benjamin Harrison, consiguió 5.439.853 votos populares y 233 votos electorales. Harrison se convirtió en presidente. Su adversario, el demócrata Grover Cleveland, se llevó el voto popular con 5.540.309 sufragios, pero sólo obtuvo 168 votos electorales.

Benjamín Harrison.


3) En 2000, el total de votos electorales era de 538, por tanto era necesario obtener 270 para ganar. El candidato republicano, George W. Bush, alcanzó los 50.456.002 votos populares y 271 votos electorales, suficientes para ganar la presidencia. El demócrata, Al Gore, obtuvo el favor popular, 50.999.897 votos, pero obtuvo sólo 266 votos electorales. En estas elecciones, la disputa se centró en el Estado de Florida. En la misma jornada de los comicios, Al Gore, que previamente había reconocido su derrota y había llamado al candidato republicano para felicitarlo, rectificó al conocer nuevos datos y se adjudicó los votos electorales de dicho Estado. En aquel momento, gobernaba Florida Jeb Bush, el hermano del candidato republicano, por lo que se sospechó de fraude, aunque al final no se hizo nada al respecto.

George W. Bush.


4) Por último, en 2016, durante unas elecciones muy controvertidas, los candidatos eran Hillary Clinton, por los demócratas, y Donald Trump por los republicanos. El número de electores eran los mismos que en el 2000, es decir, 538, por lo que hacían falta 270 para obtener el triunfo. Éste último obtuvo un total de 62.984.825 votos populares, lo que le dio 304 compromisarios, mientras que Clinton logró 65.853.516 votos populares pero tan sólo 227 electores.

Donald Trump


Como ya te comenté, en los Estados Unidos el derecho a votar no está incluido en la Constitución, y la manera como éste se legisla es generalmente un asunto de cada estado. Te dije también que en un principio tan sólo se consideró como ciudadanos a los hombres blancos y ricos, por lo que la lucha para cambiar esto comenzó de inmediato.

Los argumentos de aquellos que defendían el voto restringido a la clase propietaria, se pueden resumir en una carta enviada por John Adams a James Sullivan, en 1776. En ella el señor Adams dice lo siguiente:

“El mismo razonamiento que nos induciría a admitir que todos los hombres que carecen de propiedades votaran, junto con los que sí las tienen... demostraría que también sería preciso admitir que voten las mujeres y los niños; porque, en términos generales, las mujeres y los niños tienen tan buen juicio y poseen mentes tan independientes como los hombres que carecen por completo de propiedades.... Puede estar seguro, señor mío, de que es peligroso abrir una fuente tan pródiga de controversia y altercados como la que se abriría si se intentara alterar los requisitos para ser votantes; eso no tendría fin. Surgirían nuevas exigencias; las mujeres exigirían el voto; mozalbetes de doce a veintiún años pensarían que sus derechos no habían sido debidamente reconocidos; y todos los hombres que no poseen ni un cuarto de penique exigirán tener la misma voz que cualquiera en todos los actos del Estado. Eso tendería a confundir y destruir todas las diferencias y aplanaría todas las jerarquías a un solo nivel común.”

El conceder el derecho al voto tan solo a las propietarios, muy aceptada en esa época tanto en los recién creados Estados Unidos como en Inglaterra, se basaba en dos cosas. Primera, los hombres propietarios de bienes, sobre todo de tierras, tenían un interés personal en preservar a la sociedad y el gobierno a fin de proteger su riqueza. Segunda, sólo los hombres propietarios tenían la "independencia" suficiente para tomar decisiones políticas importantes y asesorar a los miembros de la asamblea a cargo de debatir y decidir esas cuestiones.

El militar y teórico político inglés del siglo XVII Henry Ireton escribió que el cimiento de la libertad es "que quienes van a elegir a los que harán las leyes deben ser hombres que no dependan de nadie más". Y en aquella época esa independencia sólo se podía obtener mediante la posesión de propiedades.

Por ello se consideraba que las mujeres (que eran dependientes de sus esposos), los jóvenes (que dependían de sus padres), los esclavos y siervos (dependientes de sus amos) y los asalariados (que dependían de sus patrones y de un empleo temporal para su sobrevivencia) no eran independientes. Por otro lado, varias colonias excluían a los católicos y a los judíos, a la vez que todas excluyeron a los indígenas.

Además de eso, los criterios sobre cuántos bienes debía tener un hombre para tener derecho de votar eran diferentes, no sólo de una colonia a otra, sino dentro de cada colonia, entre el campo y la ciudad. La gente que vivía en áreas urbanas podía tener menos bienes raíces que sus parientes del campo, pero más riqueza monetaria.

Recordemos, sin embargo, que el lema de los independentistas había sido “no hay impuestos sin representantes”. Y la gente pobre también pagaba impuestos. Por ello, algunos estados como el de Massachusetts establecieron que podían votar todos aquellos que pagaran impuestos.

Para los críticos de este sistema la posesión de riqueza no daba necesariamente independencia o sabiduría. Por ejemplo, Benjamín Franklin decía lo siguiente:

“Un hombre tiene hoy un asno que vale cincuenta dólares y esa posesión le da derecho de voto; sin embargo, el asno muere antes de la siguiente elección. Entre tanto, el hombre adquirió más experiencia, su conocimiento de los principios del gobierno y su comprensión de la humanidad son más amplios, por lo cual está más capacitado para hacer una selección sensata de funcionarios. Pero el asno ha muerto y el hombre no puede votar. Ahora bien, caballeros, les suplico que me informen ¿en quién se basaba el derecho al sufragio? ¿En el hombre o en el asno?”

Benjamín Franklin


Al poco tiempo de conseguida la independencia, los veteranos de guerra se organizaron para lograr que en algunos estados se les otorgara el derecho al voto a los hombres blancos pobres pertenecientes a la clase trabajadora. Pero la mayoría de los estados seguían negándoles este derecho. En 1830, John Marshall, presidente de la Suprema Corte de Justicia y originario de Virginia, decía en un memorial lo siguiente:

“Sus memorialistas, tal como lo implica su designación, pertenecen a esa clase de ciudadanos quienes, no teniendo la buena fortuna de poseer una cierta cantidad de tierras, se ven solamente por esa única causa, privados de disfrutar del derecho de voto.

“Abarcando una parte muy grande, probablemente la mayoría, de ciudadanos en edad madura, se les ha pasado por alto, como si fueran extranjeros o esclavos, como si no tuvieran interés o fueran indignos de tener voz, en las medidas que incluyen su futuro destino político; mientras que los terratenientes, únicos poseedores de la franquicia electoral bajo la Constitución existente, han asegurado y han mantenido en ellos mismos, el poder exclusivo de remodelar las leyes fundamentales del estado, solamente debido a esa posesión: en otras palabras, se han apoderado de la autoridad soberana...”

Poco a poco el sistema se fue abriendo a más personas hasta que por fin el requisito de tener propiedades fue abolido en su totalidad hacia 1850 en todos los estados. En 1855, los requisitos de haber pagado impuestos también fueron desechados, por lo cual quedaron pocas barreras económicas que privaran del voto a los varones adultos blancos.

¿Por qué ocurrió esto? ¿Qué fue lo que hizo ceder a los poderosos? Bueno, las causas son muchas, pero principalmente el rápido crecimiento de la nación y su expansión hacia el oeste, apoderándose de las tierras pertenecientes a los indígenas, los franceses, los españoles y por último, los mexicanos. Muchas de esas tierras fueron ocupadas por los migrantes que llegaban por montones desde la empobrecida Europa y allí, alejados de las grandes ciudades de la costa este como Nueva York, Boston o Baltimore, la vida era un poco más igualitaria. Por otro lado, el crecimiento de la industria provocó la creación de una gran clase obrera que también comenzó a exigir derechos políticos. Uno de los argumentos era que al momento de llamarlos a filas para defender al país no les preguntaban cuántas tierras tenían, entonces ¿por qué para votar sí?

Esto quedo claro en la siguiente declaración realizada por los no propietarios residentes de la ciudad de Richmond en el año de 1829:

“[El requisito de tener propiedades] crea una odiosa distinción entre los miembros de la misma comunidad; priva de toda participación en la promulgación de las leyes a gran parte de los ciudadanos que están obligados a obedecerlas y comprometen su sangre y su caudal para mantenerlas, y concede las más altas prerrogativas a una clase privilegiada, no en atención a sus servicios públicos sino a su propiedad privada...

“A la hora del peligro nunca se hacen distinciones denigrantes entre los hijos de Virginia. Las listas de reclutamiento no son sometidas a escrutinio, no se efectúan comparaciones con los registros de propiedades para excluir del servicio a los que han sido eliminados de las filas de los ciudadanos. Si los ciudadanos sin tierra han sido ignominiosamente excluidos de las urnas en tiempo de paz, al menos durante las guerras han sido convocados con generosidad para ir al campo de batalla.”

Sin embargo, cuando por fin se suprimieron las trabas económicas en 1850 como requisito para votar, este derecho sólo le tocaba a los varones blancos mayores de 21 años. Aun había varios grupos que tendrían que seguir esperando: los afroamericanos, las mujeres y los indígenas.

Cuando ese mismo año se reformó la Constitución del estado de Indiana, uno de los delegados dijo lo siguiente:

“Según nuestra idea general del derecho del sufragio universal, no tengo objeción que hacer... pero si la intención con que se toma esa resolución es ampliar el derecho de sufragio para incluir a las mujeres y los negros, estoy contra ella. Tengo entendido que este texto, ‘todos los hombres blancos y libres mayores de 21 años’, debe ser la medida del sufragio universal.”

Pero una década después estalló la Guerra Civil que terminó por darle la libertad a los esclavos y derechos políticos a todos los afroamericanos. El presidente Abraham Lincoln fue el autor de esta reforma, lo que le costó la vida, pues poco después fue asesinado.

Abraham Lincoln.


Cuando la Quinceava Enmienda a la Constitución concedió el voto a los afroamericanos varones, los trabajadores negros y los blancos pobres superaron las divisiones raciales y crearon alianzas políticas. Sin embargo, cuando esa unión comenzó a amenazar el dominio de la clase gobernante en el sur del país, dichos individuos crearon las leyes de segregación llamadas de Jim Crow como una táctica de “divide y vencerás” y como una forma de mantener oprimidos a los negros. Se utilizaron políticas como las pruebas de lectura y escritura y los impuestos electorales para impedir que los negros y los blancos pobres de la clase trabajadora ejercieran su derecho al voto.

Por otro lado, como estas pruebas de lectura y escritura eran en inglés, a muchos inmigrantes, en especial latinos, también se les impidió votar. Así mataron dos pájaros de un tiro.

Pero en el norte también tenían leyes electorales racistas, incluyendo un requisito de residencia muy amplio que dejaba fuera de la jugada a muchos inmigrantes recién naturalizados como ciudadanos. A nivel nacional, el Acta de Exclusión de Chinos de 1882 impedía que los inmigrantes de esta nacionalidad se hicieran ciudadanos y, de esa forma, que votaran. Esta ley permaneció vigente hasta 1943, año en que fue anulada para ganarse el apoyo de los chinos en la guerra contra Japón.

Ya en el siglo XX, el movimiento de derechos civiles encabezado por Martin Luther King, logró por fin que se derogaran todas las restricciones que impedían votar a los afroamericanos al obtener el Acta de Derechos Electorales de 1965. Por último, durante la Guerra de Vietnam, estudiantes activistas hicieron presión a favor de disminuir la edad legal para votar, señalando con indignación que los jóvenes de 18 años podían ser obligados a cumplir con el servicio militar pero no podían votar. La edad para votar se redujo a 18 en 1971.

Martin Luther King (Martín Lutero Reyes pa'los cuates).


Sí, ya sé que faltan las mujeres, pero de ellas hablaremos un poco más adelante, no se preocupen por ello. No las olvido.

Mención aparte, sin embargo, merece lo acontecido en el actual estado de Nueva York, Estados Unidos, a mediados del siglo XVIII, cuando ese territorio le pertenecía aun a Inglaterra. Cinco naciones indígenas decidieron formar en 1720 una gran liga democrática denominada Haudenosaunee. Estas naciones eran los pueblos Seneca, Cayuga, Oneida, Onondaga y Mohauwk, a las que se sumó después Tuscarora. Su capital estaba ubicada donde hoy se encuentra la ciudad de Siracusa, Nueva York.

El régimen democrático de Haudenosaunee estaba regulado por una constitución de 117 artículos conocida como la Gran Ley de la Paz y era gobernada por un Parlamento o Consejo de representantes de la población y cuyos miembros eran elegidos por cada tribu.

La Gran Ley de la Paz establecía un estado de derecho con estrictos límites y restricciones al poder de los gobernantes. Establecía también una división del poder entre hombres y mujeres, ordenando que ningún hombre pudiera presidir un clan y ninguna mujer ser jefe militar o sachem. A las jefas de los clanes correspondía elegir a los jefes militares. De esa forma, nos encontramos ante un régimen eminentemente matriarcal.

Haudenosaunee tuvo una influencia directa tanto en la democracia y el constitucionalismo modernos, como en la idea de la igualdad de mujeres y hombres que ahora tenemos. El propio Benjamín Franklin, uno de los padres de la independencia de los Estados Unidos, quien tuvo trato directo con estas naciones indígenas en 1753, destacó en sus obras que el grado de autonomía individual que gozaban los habitantes de la liga era desconocido en Europa y publicó los "Tratados indios", considerada como una de sus obras más importantes.

Reunión de consejo de los Haudenosaunee.


Sin embargo, al final el empuje de los colonos blancos fue superior y los indígenas americanos fueron masacrados y los pocos supervivientes confinados en reservaciones. Por fin, en 1924 el Congreso de los Estados Unidos decidió hacer un poco de justicia y decretó el Acta de Ciudadanía India por medio de la cual se les reconocía, después de casi ciento cincuenta años, como ciudadanos del país. Es decir, durante todo ese tiempo los pobladores originarios fueron vistos no como personas sino como una plaga a la que había que exterminar.

(Continuará)