martes, 19 de septiembre de 2017

HISTORIA DEL DERECHO AL VOTO (5a PARTE)

LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Pocos años después de la independencia de los Estados Unidos, Francia comenzó a sacudirse en lo político. La situación del país era muy complicada. Las constantes guerras y las continuas crisis económicas tenían a la mayoría de la población sumida en la pobreza, mientras el rey, los nobles y los altos jerarcas de la Iglesia vivían en medio de la opulencia. Como ejemplo basta un botón. O dos, también. Los reyes junto con toda la corte vivían en el Palacio de Versalles, considerado como el más lujoso de Europa, mientras los campesinos apenas tenían un techo de madera que los cubriera. La reina podía gastar millones en un collar que usaría en un solo baile para después guardarlo mientras los obreros veían a sus hijos morir de hambre y enfermedades.

Toma de la Bastilla


En 1789 las cosas llegaron a un punto en el que la gente ya no aguantó más y se rebeló, tomando por asalto la prisión parisina de la Bastilla. Ese fue el inicio de la Revolución Francesa.

Poco después se promulgaba la primera constitución francesa, el 3 de septiembre de 1791, en la que se establecía la división de poderes, la libertad de pensamiento, prensa y religión, así como el derecho al voto de los ciudadanos franceses para elegir a los miembros del poder legislativo. El rey (poder ejecutivo) seguía siéndolo por herencia.

Sin embargo, este derecho tenía cierto parecido con el de los Estados Unidos y era muy limitado. Para empezar, era del tipo “censitario”, es decir, sólo podían votar los que tuvieran cierta fortuna monetaria. Para ello, los ciudadanos (todos ellos hombres) se dividían en “ciudadanos activos” (los que pagaban impuestos) y “ciudadanos pasivos” (los que no pagaban impuestos). De esta forma podían votar el 61% de los hombres pero sólo el 15% de los franceses. Además, éstos “ciudadanos activos” sólo elegían a un grupo de electores que eran los encargados, a su vez, de elegir a los diputados de la provincia para la Asamblea Nacional.

Para no hacerles el cuento largo, el rey perdió sus poderes absolutos y después, cuando quiso escapar al extranjero para pedir ayuda a sus parientes que gobernaban en otros países y así recuperar el poder, fue atrapado, juzgado por traición y ejecutado en la guillotina. Poco después le seguiría la reina. Tras esto, la Asamblea Nacional de Francia, que había surgido con la Revolución, proclamó la República, tomando como base las ideas de la Ilustración y el ejemplo de los Estados Unidos.

Así, el 24 de junio de 1793 se aprobó una nueva Constitución en la que se estableció el sufragio universal masculino aboliendo las distinciones económicas, lo que significó un avance considerable que, por desgracia, no duró mucho tiempo.

Napoleón Bonaparte


Entonces los demás reyes de Europa le declararon la guerra a Francia, pues no querían que su ejemplo se contagiara a sus países y que ellos también terminaran ejecutados. En estas condiciones surgió la figura de Napoleón Bonaparte, el mejor militar de su época, que fue llamado por el gobierno francés para defender a la patria. Tras derrotar a Austria, Inglaterra, España, Rusia, Prusia y los estados italianos, Napoleón dio un golpe de estado y se hizo con el poder, proclamándose emperador en diciembre de 1804. En los años siguientes sus tropas llevarían las ideas de la Revolución Francesa y de la Ilustración por toda Europa, gracias a las constantes guerras que libró hasta su derrota definitiva en 1815. De esta forma, términos como soberanía popular, república y división de poderes llegaron a oídos de los pueblos oprimidos de Europa.

LAS REVOLUCIONES DEL SIGLO XIX EN EUROPA

Cuando los reyes europeos derrotaron a Napoleón, creyeron que habían acabado con las ideas de la Revolución Francesa. Pero estaban bien equivocados. En los años siguientes Europa se verá sacudida por una serie de revoluciones que le pondrán fin al absolutismo.



La primera ola revolucionaria se dio en 1830, comenzando en Francia y propagándose por Alemania y Holanda. En el caso francés, se derrocó al último rey de la familia Borbón, Carlos X, y se proclamó la monarquía constitucional bajo el mando del nuevo rey Luis Felipe I. En Holanda, la revolución de las provincias más occidentales logró la independencia de éstas, creando un nuevo país con monarquía constitucional: Bélgica.




La segunda ola revolucionaria comenzó en 1848 y sacudió a la mayoría de los reinos europeos. En Francia se derrocó a Luis Felipe I y se volvió a proclamar la república. En Italia significó el comienzo del proceso de unificación, pues en aquellos años Italia se encontraba dividida entre varios reinos, incluyendo el del Papa, la mayoría con gobiernos absolutistas. También hubo levantamientos en los reinos alemanes, en Austria y en Rusia, aunque en estos países fueron duramente reprimidos.
Un caso curioso fue el de Dinamarca. La historia popular refiere que cuando el rey Cristian VIII se enteró que los revolucionarios se encontraban frente a su palacio exigiendo su renuncia, invitó a los líderes al palacio para tomar un café y platicar. De estas negociaciones incruentas, surgieron dos puntos importantes. El rey renunció en favor de su hijo Federico VII y Dinamarca se convirtió en una monarquía constitucional. Lo mismo ocurrió en Suecia y en Holanda.

Cristián VIII de Dinamarca


Para finales del siglo XIX, tan sólo Rusia seguía teniendo un gobierno absolutista encarnado en la figura del último zar Nicolás II, mientras que Alemania y Austria-Hungría tenían gobiernos que, si bien habían adoptado algunas reformas liberales e incluso, en el caso de Alemania, tenían un parlamento, el emperador seguía gobernando de forma bastante personal.

Pero todos estos cambios no implicaron tan sólo cambios en el gobierno, sino que significaron grandes avances en los derechos de los ciudadanos, en un principio sólo de los hombres y más adelante, ya en el siglo XX, también de las mujeres. Sin embargo, por lo que se refiere al voto, éste siguió siendo censitario en casi la totalidad de los casos, incluyendo las repúblicas latinoamericanas.

Nicolás II de Rusia


El siglo XIX también fue el siglo del Imperialismo europeo. Países como Francia, Inglaterra, Bélgica, Holanda, Italia y Alemania surcaron los siete mares repartiéndose todo el mundo conocido, con excepción de Latinoamérica, donde los Estados Unidos dejaron bien claro que esa era su área de influencia.

Esto provocó que, ya en el siglo XX, al acceder las antiguas colonias a la independencia, adoptaran en su gran mayoría los sistemas políticos democráticos europeos. Claro que por lo general, a la hora de aplicarlos, la historia, por desgracia, suele ser muy diferente.

(Continuará)

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