Quiero compartir con ustedes una conferencia acerca de la Historia del Derecho al Voto, misma que pronuncié el año pasado en la ciudad de Monterrey durante un evento organizado por el partido Movimiento Ciudadano, a invitación expresa de mis buenos amigos Pilar y César Lozano Macdonald. Por su extensión decidí dividirla en varias partes que iré subiendo al blog en estos días. Espero que la disfruten y sea de su interés. Y si no es así, pues será bronca de ustedes.
HISTORIA DEL DERECHO AL VOTO
EL PROCESO ELECTORAL
El voto es algo que conocemos bien. Hoy en día es algo normal. Al menos para nosotros. Meses antes conocemos a los candidatos, nos saturamos con su propaganda que en muchos casos es vacía, sin ideas, donde nos venden más una imagen que una causa. Cuando ya estamos al borde del suicidio por tanta propaganda en la televisión, el internet, la radio, las bardas de los vecinos, los postes de luz, los puentes, los túneles y un largo etcétera, nos anuncian que llegó la hora y nos dan un par de días de tregua en los que podemos descansar y retomar nuestras actividades normales sin el temor de escuchar o de ver más mensajes políticos.
Cumplido el plazo de la tregua, acudimos alegres y presurosos (los que lo hacemos, que por desgracia no somos todos) en busca de nuestra casilla, presentamos nuestra credencial que nos acredita como vecinos ante los miembros de la mesa electoral (que por lo general están un poco aburridos ante la escasa afluencia de personas), platicamos un poco en la fila (cuando la hay) sobre los últimos chismes del barrio, la reciente derrota de la Selección Mexicana o sobre los candidatos que se están disputando el puesto y, por fin, nos entregan nuestras boletas, nos escondemos en la mampara sellada con tecnología de última generación y utilizando un crayón cuyo monótono color nunca varía, procedemos a cruzar el nombre o el logotipo del candidato o partido que hemos elegido (siempre he creído que si permitieran elegir entre varios colores de crayones este proceso sería más divertido). Salimos y lo depositamos, muy bien doblado para que no se vea, dentro de una urna con paredes transparentes. Nos dirigimos de nuevo a la mesa electoral y ahí, tras hacer una pequeña marca en nuestra credencial, nos ponen tinta indeleble en el dedo pulgar. Entonces salimos, satisfechos con nosotros mismos tras haber cumplido con el deber cívico más importante de cualquier democracia: la emisión del voto.
Claro que en realidad es algo más complejo que eso, pues aun falta que alguien cuente los votos, que alguien los valide, y que alguien nos diga quién ganó. Esto lo explico para que todos aquellos que nunca hayan votado sepan cómo se hace.
LOS PRIMEROS PASOS
Pero no siempre ha sido así de sencillo. Desde su aparición en este traqueteado planeta, el ser humano ha vivido en comunidad. Somos animales gregarios, y raro es aquel que prefiere alejarse de los demás para vivir en completa soledad. Aunque los hay, no crean.
Y como siempre ocurre en estos casos, alguien tiene que hacerse cargo del grupo: protegerlo, guiarlo y ayudarle a conseguir el mejor territorio de caza y recolección, con las mejores cuevas y las más grandes manadas de animales, ríos de agua dulce y paisajes de ensueño. El paraíso para cualquier cavernícola, vaya.
Pero, ¿cómo decidían nuestros antepasados quién iba a ser el jefe de la horda? Y es que, ayer como hoy, ser el mandamás tenía sus privilegios: el mejor lugar en la cueva, la mejor pieza de carne del pobre animal que cayó en sus garras y otras prerrogativas más que hacían las delicias de cualquier persona normal. Normal para esa época, se entiende.
Bueno, pues en aquellos años las cosas eran muy sencillas. Y no, el jefe no era siempre el más fuerte del grupo o el más viejo, sino que por lo general se trataba del más listo, el que conocía mejor la zona, el que sabía dónde estaban las manadas y los árboles frutales, el más hábil para tender emboscadas a los grupos rivales y todo ese tipo de cosas. ¿Cómo se le elegía? Pues de la forma más democrática posible. Cuando moría el jefe anterior, ya fuera de viejo (es decir, a los 30 años), por enfermedad (una simple gripa bastaba) o por accidente (aplastado por un mamut o comido por un dientes de sable), la horda en pleno se reunía en torno a la hoguera, cada quien expresaba su opinión y se decidía por mayoría, de preferencia unanimidad, quién sería el nuevo jefe, con voto universal. Bueno, en realidad así es como creo yo que debió de haber sido, pues nuestros antepasados no nos dejaron ningún escrito que lo confirme. Por desgracia, en las pinturas rupestres sólo se muestran escenas de caza, pero ninguna de política prehistórica.
Como sea, el hecho es que había un jefe, lo cual se puede inferir analizando el resto de nuestra historia u observando a los grandes grupos de animales, en especial nuestros primos los monos. Siempre hay un jefe y lo normal es que sea de por vida o hasta que otro lo desbanque. Así que nuestros antepasados prehistóricos no debieron de ser la excepción.
En todo caso, no debió de haber sido difícil mandar una horda compuesta en promedio por diez o quince individuos de todos los géneros y edades y, siendo sinceros, no creo que el jefe de la horda tuviera demasiados privilegios. En aquella época nos veíamos un poco más iguales de lo que nos vemos ahora.
Las cosas van a cambiar cuando aparece la agricultura. ¿Qué dónde apareció?, sin duda se habrán preguntado en alguna ocasión, y si no lo han hecho, sería bueno que lo hicieran ahora. En realidad no se sabe bien a bien, pues como ocurrió con el fuego, ésta apareció antes de la escritura, por lo que no tenemos ningún registro al respecto.
De acuerdo con los especialistas, la agricultura se desarrolló más o menos al mismo tiempo y de forma independiente en diferentes lugares del mundo, tales como China, la India, Sumeria, Mesoamérica o Egipto, hace más o menos unos 8,500 años antes de la Era Común, o antes de Cristo, como cada quién prefiera. Se cree que las primeras plantas cultivadas fueron el trigo y la cebada. Además, con ella apareció la ganadería, es decir, la cría de animales domésticos en beneficio del ser humano.
Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con nuestro tema, qué tiene que ver con el derecho al voto? Bueno, lo que ocurre es que la agricultura trajo consigo un cambio decisivo en la conducta de nuestros antepasados. Dejaron de ser nómadas, dedicados a la caza, la pesca y la recolección, y se convirtieron en sedentarios, dedicados a la agricultura y la ganadería. ¿Por qué? Pues porque éstas necesitan de cuidados intensivos que sólo se pueden dar quedándose quietos en un lugar.
Por otro lado, la agricultura aumenta las reservas de alimento de la horda, lo que también genera otra serie de cambios. Antes, cuando el grupo estaba en movimiento constante persiguiendo la chuleta (la de mamut, claro está), la mujer sólo podía tener un hijo cada tres o cuatro años. Recuerden que como especie, somos muy inútiles y dependientes los primeros años de nuestras vidas. Mientras el bebé no camine, la madre tiene que cargarlo (ahora lo llevaría en la carriola, pero en aquella época este fabuloso invento no existía) y, por lo mismo, mientras su retoño no aprenda a caminar y a correr por sí mismo, la mujer no puede tener otro vástago, ya que sólo puede cargar a uno a riesgo de quedarse rezagada del grupo y ser devorada por un oso gigante o un tigre dientes de sable.
La agricultura, al obligar al grupo a permanecer quieto, en especial a las mujeres que serán las encargadas del cultivo mientras los hombres continúan de cacería, permite a la mujer tener un hijo por año, pues ya no tiene que cargar constantemente al pequeño. Ahora puede dejarlo acostado en su cuna mientras sale a trabajar en la milpa. Eso provoca un aumento gradual en el número de componentes del grupo.
Además, como ahora hay más comida, ya no hace falta que todos los miembros del grupo se dediquen a conseguir alimento, incluyendo al jefe, por lo que algunos de ellos se pueden dedicar a otra cosa. Así es como surge la alfarería, la religión, la medicina, la arquitectura y, desde luego, la política y la guerra. También aparecen nuevos grupos sociales. Con la horda todos eran iguales. Con las nuevas sociedades ya no. Los jefes adquieren más poder, aparecen algunos grupos privilegiados (los primeros nobles o parásitos de la historia), y la mayoría empieza a formar esa gran base social que será explotada por los de arriba hasta nuestros tiempos.
Por lo que se refiere al dirigente, las cosas van a ser muy diferentes. El jefe ya no será tan sólo el más inteligente, hábil o fuerte del grupo. En estas nuevas sociedades que surgen en Egipto, China, Mesoamérica o el Medio Oriente gracias a la agricultura, aparecen las primeras monarquías de la mano de las primeras ciudades. Mientras el grupo permanece pequeño, estos diminutos reinos no pueden darse el lujo de nombrar como jefe a alguien inútil. Pero cuando crecen en población, el poder se comienza a heredar de padres a hijos sin ningún problema. Esto es lo que se llama monarquía hereditaria o nacer con buena suerte. Claro que todo tiene una razón de ser. Los campesinos, dedicados a la agricultura, no pueden aprender a usar las armas para defenderse, pues el campo consume todas sus energías, por lo que deben confiar en el grupo de los guerreros encabezados por el nuevo rey para que se encarguen de defenderlos. ¿De quién? Pues de los grupos vecinos que ya comienzan a demostrar celos por la prosperidad del nuevo grupo, o que quieren apoderarse de sus tierras porque las de ellos no son tan fértiles, o simplemente porque se caen gordos. Ya saben cómo somos los seres humanos para esto de las guerras. Cualquier pretexto es bueno para agarrarnos a golpes.
Pero como ya dije, estos primeros reyes aun no heredarán el poder, sino que serán elegidos por los más importantes del grupo, que solían ser los guerreros y los sacerdotes. Es decir, ya existe un inmenso grupo de personas que dejarán de participar en las decisiones políticas, depositando éstas en manos de un pequeño conjunto de nobles. Éstos, desde luego, elegirán como rey a uno de ellos, nunca a alguien del grupo considerado como “inferior”. En otras palabras, éstos comienzan a monopolizar el poder.
A partir de estos momentos, las sociedades y sus gobiernos continuarán evolucionando en un sentido por completo opuesto a lo que llamamos democracia. Con el tiempo las monarquías dejarán de ser electivas (elegidas por los nobles, no se olvide) y se convertirán en hereditarias, para después llegar a ser absolutas, como veremos más adelante.
El primer lugar donde está documentada la existencia de gobiernos democráticos y en ocasiones republicanos es en el norte de la India, donde muchas ciudades se regían por estos principios. Este tipo de gobiernos fue muy común entre los siglos VII antes de nuestra era y III después de nuestra era, cuando desaparecieron en su totalidad al ser conquistados por sus vecinos del sur, gobernados por monarquías militaristas.
Por desgracia, como sucede en estos casos, los conquistadores se encargaron de destruir todas las evidencias del sistema democrático antiguo para así poder imponer el suyo. Tan sólo sobrevivieron unos pocos documentos que nos dan una idea de cómo pudieron haber sido. Gracias a ellos sabemos que, aunque sí había reyes en algunas de ellas, éstos se dedicaban más bien al mantenimiento de la paz, la justicia o la estabilidad que al gobierno de la nación. Pero la mayoría eran gobernadas por un Consejo electo por el pueblo.
Cuando el famoso rey macedonio Alejandro Magno llegó a esta región al final de su larga serie de conquistas, las conoció de primera mano, como dejaron por escrito algunos de los hombres que lo acompañaban. Para ellos, que conocían ya la democracia ateniense, de la que hablaremos más adelante, no fue algo sorpresivo o extraño.
Lo que si no tenemos idea es cómo harían las elecciones de los miembros de esos consejos, pues ninguno de los documentos que se conservan lo menciona. ¿Participaría todo el pueblo, sólo los ricos, sería una elección directa o indirecta? ¿Cualquiera podía ser elegido? No tenemos ni idea, así que mejor dejemos esto por la paz y vayamos al siguiente punto.
(Continuará)
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