sábado, 16 de septiembre de 2017

HISTORIA DEL DERECHO AL VOTO (3a PARTE)

LA EDAD MEDIA

Pero como todo lo que sube tiene que bajar, el Imperio Romano, que llegó a ser muy poderoso, también cayó. Y se desplomó de forma estrepitosa. Muchas fueron las causas, desde luego, pero una de las más importantes fue el empuje de los pueblos que se hallaban en sus fronteras, en especial los germanos, quienes tras varios intentos lograron colarse en un imperio ya muy debilitado. Los diferentes pueblos germanos se repartieron el antiguo territorio de los romanos, y así vemos a los visigodos fundando un reino propio en España, a los ostrogodos haciendo lo mismo en Italia, los francos en Francia, los anglos y los sajones en Inglaterra, los vándalos (y no se rían, así se llamaba un pueblo germano) en el norte de África y muchos otros más.

La caída de Roma


Estos pueblos trajeron consigo su propio sistema de gobierno en el cual, en muchos casos, los reyes eran electos por las clases altas privilegiadas, pero nunca por el pueblo. Además, los reyes germanos tenían que gobernar apoyados en un Consejo formado por hombres elegidos por sus súbditos. Bueno, eso en teoría, porque en la realidad quienes elegían a ese Consejo y formaban parte de él, eran, una vez más, los miembros de las clases altas. Los campesinos y los artesanos no tenían nada que ver con eso.



Pero en la Edad Media, que es el período histórico que comienza al caer el Imperio Romano, la autoridad real se debilitó tanto que surgieron una gran cantidad de pequeños dominios controlados por los llamados señores feudales, los que ofrecen protección a la gente del pueblo a cambio de vasallaje y pago de impuestos. A su vez, estos señores feudales son vasallos del rey, aunque muchos de ellos en la práctica son más poderosos que él.

Los reinos germanos


Con el paso de los siglos algunos sectores del pueblo consiguen alcanzar ciertos derechos. Nunca se podrá votar para elegir al rey, salvo en el caso de Polonia o Venecia (aunque en estos dos casos los que votan, una vez más, son los nobles), pero sí por representantes que acudan ante el Consejo del rey para hacer valer los intereses de sus representados, en especial de la gente de la ciudad.



Esto se puede ver en de forma clara en el caso de España, donde la constante guerra contra los moros, que llevaba ya siglos de duración, provocaba que las fronteras fueran un territorio muy peligroso. Pero los reyes de los diferentes reinos españoles (por que en aquellos momentos España no estaba unificada, es decir, no existía como nación) estaban muy interesados en que esas fronteras se poblaran para así poder asegurarlas e impedir que los moros las recuperaran. Pero, ¿quién en su sano juicio iba a querer vivir en un territorio donde un día sí y el otro también había guerra y se corría el peligro de morir, convertirse en esclavo o perder todas las posesiones materiales?

Pues hubo gente que se animó. Pero fue sólo al escuchar las promesas del rey. Al que viviera ahí, se le iba a dar tierras y el derecho a elegir sus propias autoridades municipales. Es decir, al menos a nivel municipal habría democracia y derecho al voto. Aunque sólo en la teoría, pues en la práctica siempre había un noble gandalla que lograba imponerse sobre el pueblo y él se encargaba de poner en el ayuntamiento a servidores suyos. En cambio en las ciudades, donde comenzaron a reunirse los llamados burgueses (en especial comerciantes, campesinos y artesanos ricos), esto sí prosperó, lo que les permitió volverse más independientes del poder real.



Además, muchas de esas ciudades consiguieron del rey el privilegio de tener sus propias leyes, llamadas fueros, que el rey debía jurar respetar. Para que se vea el alcance que llegaron a tener, en Barcelona, por ejemplo, el rey de Aragón sólo podía entrar si tenía la autorización del Consejo de la Ciudad. Lo cual, desde luego, era una gran humillación para el rey.

Otro caso interesante es el de Islandia, una remota isla situada en la parte más occidental de Europa, muy cerca ya del continente americano. Esta isla fue, quizá, la última región del mundo a la cual llegaron los seres humanos para habitarla, pues cuando los vikingos noruegos llegaron a ella hacia el año 870, la isla estaba completamente deshabitada.

Los recién llegados se organizaron en clanes y asambleas, en las que un propietario de tierra era aceptado como líder y encargado de organizar los sacrificios a los dioses. La independencia de los propietarios era grande y las decisiones comunes eran tomadas por votación en una asamblea local. En el año 930 se reunieron los representantes de todos los clanes en una gran asamblea común, que fue llamada Althing. Ahí se establecieron nuevas leyes, se resolvieron pugnas y se juzgó a los infractores. Las leyes no se escribían, sino que eran memorizadas por el intérprete de la ley y tenían que ser cumplidas por todos los clanes. De esta forma, el Althing islandés, que aun funciona, es el parlamento más antiguo del mundo.

Althing


Por todo ello puede decirse que, a pesar de la gran cantidad de problemas propios de esa época, en general los hombres de la Edad Media eran un poco más libres que sus sucesores de la Edad Moderna.


EL ABSOLUTISMO

El fin de la Edad Media europea trajo consigo la formación de los primeros estados nacionales de ese continente, donde la autoridad real se fortaleció de forma importante en detrimento de los derechos cívicos de las personas. Se comenzó a manejar el concepto del derecho divino de los reyes. ¿Qué quiere decir esto? Fácil. De acuerdo con esta teoría, los reyes llegaron a ese cargo por voluntad divina, no por voluntad popular. Por lo mismo, tan sólo Dios puede quitarles el cargo. La conclusión es lógica: si Dios me puso como rey y tú te rebelas en mi contra, en realidad te estás rebelando contra la voluntad divina, contra Dios. ¡A ver quién es el valiente que se rebela! Y con todo, los hubo.

Luis XIV de Francia


Poco más adelante, en el siglo XVI y especialmente en el XVII, surgió el absolutismo. Es decir, los reyes ya no tan sólo lo son por derecho divino, sino que encima pueden hacer lo que se les venga en gana, pues están por arriba de cualquier ley humana. Sólo Dios puede llamarlos a cuentas. Son épocas terribles para los ciudadanos de a pie, pues no sólo los reyes, sino que también los nobles se sienten con derechos divinos y los que vienen pagando el pato son los campesinos y la gente pobre en general, que solía ser la gran mayoría.

En otras palabras, el absolutismo significa que el rey tiene un poder absoluto sobre toda la nación. Él es el único gobernante. No hay congreso, y no hay un poder judicial independiente. El rey utiliza algunos consejeros que le asesoran en el gobierno, pero nada más. Él tiene la última palabra en todo. Las leyes las hace él y por supuesto no se le aplican a él. Como el país es de él, puede hacer con él lo que quiera. Si pierde una guerra, puede entregarle al vencedor una provincia sin más ni más. En esas condiciones, ¿para qué se quieren elecciones? O más bien, ¿para qué sirven unas elecciones? De nada. El rey es el que nombra a todos los funcionarios públicos, desde el más humilde presidente municipal hasta los gobernadores más importantes. Y todos le rinden cuentas en último término a él. La soberanía de la nación reside en él y no en el pueblo. En realidad es muy simple. El rey es el amo y señor y hace lo que se le pega su real gana.

Esta misma forma de gobierno europeo era la que venía dándose en la mayor parte del planeta de tiempo atrás. En China, la India, Japón, Turquía, los reinos árabes, los grandes reinos africanos, el monarca es absoluto y su poder deriva de Dios. Incluso hay lugares en el Oriente, como China o Japón, que al rey o emperador se le consideraba como hijo de los dioses o como un dios en sí mismo. Igual era en el antiguo Egipto, el Imperio Mexica, el Imperio Inca. Vaya, que el absolutismo fue la forma de gobierno más extendida por casi toda la historia de la humanidad.

Grecia y Roma son tan sólo la excepción que confirma la regla. Y sus sistemas democráticos no duraron mucho, como ya vimos.

En Europa este tipo de gobierno se generó en Francia, y su máximo exponente fue el famoso Luis XIV, conocido como el Rey Sol. Cuentan las malas lenguas que en cierta ocasión llegó a decir: “El Estado soy yo”, lo que define con toda claridad lo que es el absolutismo.

Carlos Francisco de la Croix, virrey de la Nueva España


O para que se entienda mejor, aquí les va una anécdota que tiene que ver con México. Se cuenta que en el siglo XVIII, el virrey de la Nueva España, marqués de la Croix, se enojó cuando supo que los novohispanos estaban descontentos por una medida decretada por el rey de España Carlos III. Así que el buen virrey, ni tardo ni perezoso, publicó un decreto en el cual terminaba diciendo: “pues de una vez para lo venidero deben saber los súbditos del gran monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para callar y obedecer y no para discurrir, ni opinar en los altos asuntos del gobierno”. Espero que con esto se entienda de forma más precisa que era el absolutismo.

Uno de los grandes teóricos del absolutismo, Thomas Hobbes, decía en su obra “El Leviatán”: “las naciones prosperan bajo una Monarquía, no porque tienen un príncipe, sino porque le obedecen.”

Un caso excepcional fue, sin embargo, Inglaterra. Aunque desde finales de la Edad Media contaba con un parlamento integrado por los lores (es decir, por los nobles), que se encargaba de ayudar al rey en el gobierno aprobando, entre otras cosas, los impuestos que el rey necesitaba, a principios del siglo XVI comenzó a formar su propia monarquía absolutista con reyes como Enrique VIII e Isabel I.

Carlos I de Inglaterra, el descabezado.


Pero en 1649, tras una larga lucha de poderes, el Parlamento decidió quitar al rey Carlos I, cortarle la cabeza y proclamar la República, otorgándole el poder a Oliverio Cromwell. Once años después se volvió a poner la monarquía con el rey Carlos II, hijo del descabezado, pero en 1688 los ingleses se volvieron a rebelar, esta vez en contra del rey Jacobo II. Los ingleses llaman a esto la Revolución Gloriosa. Depuesto el rey, se puso en su lugar a su hija, la reina María II.

Sin embargo, las cosas ya no fueron igual que antes. Al Parlamento controlado por los lores se le unió una nueva Cámara llamada de los Comunes, cuyos miembros pertenecían a la burguesía y eran electos por la población. Este es el sistema que actualmente gobierna Inglaterra. La reina tiene pocos poderes y quien en realidad lleva las riendas del gobierno es el primer ministro, electo entre los miembros del Parlamento.

Oliverio Cromwell


Claro que en un principio a los Comunes sólo los elegía una parte pequeña de la población. No todos tenían derecho al voto. Había muchas restricciones, pues sólo podían votar los hombres que supieran leer y escribir y fueran dueños de muchas tierras, lo que dejaba fuera de la jugada a la mayor parte de la población inglesa. Eso irá cambiando poco a poco hasta nuestros días, cuando ya todos los ingleses pueden votar.

LA ILUSTRACIÓN

El siglo XVIII es una época de grandes cambios. Se le conoce como el Siglo de las Luces porque en esos años aparecieron en Europa la mayoría de los llamados “Ilustrados”. Estos eran hombres que comenzaron a criticar el sistema absolutista que imperaba en el continente.

Entre estos pensadores destacan los franceses Montesquieu, Voltaire, Rousseau, Diderot y D’Alambert, así como los ingleses Locke y Hobbes (aunque éstos dos últimos son del siglo XVII).
Diderot y D’Alambert fueron los editores de una gran obra llamada Enciclopedia, donde se propusieron registrar todo el conocimiento de la humanidad. En ella publicaron sus artículos los sabios de toda Europa.

Montesquieu


Charles Louis de Secondat, Señor de la Brède y Barón de Montesquieu fue, junto con el inglés John Locke, el principal impulsor de la teoría de la separación de poderes. “En cada Estado hay tres clases de poderes -decía-: Por el legislativo, el príncipe o el magistrado hace las leyes para cierto tiempo o para siempre, y corrige o deroga las que están hechas. Por el ejecutivo, hace la paz o la guerra, envía o recibe embajadores, establece la seguridad y previene las invasiones y por el judicial, castiga los crímenes o decide las contiendas de los particulares.” Esto quedó establecido en varias de sus obras, pero en especial en “El Espíritu de las Leyes”

Otro de los grandes pensadores ilustrados fue François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire. Este hombre fue un gran defensor de la tolerancia religiosa en una época en la que lo normal era asesinar al vecino si éste creía en algo distinto a lo tuyo. Las llamadas Guerras de Religión habían devastado Europa en el siglo XVII y habían contribuido a establecer el absolutismo, pues se convirtió en norma que los habitantes de un país tuvieran que profesar la religión de su rey, bajo pena de ser exiliados o ajusticiados.

Voltaire


Voltaire era también un fiel defensor de la libertad de expresión. A él se le atribuye la siguiente frase: “No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo.” Sin embargo, en realidad no hay certeza de que lo haya dicho, aunque eso no es importante. De acuerdo con esto, todos los hombres tienen el derecho de pensar, creer y decir lo que quieran.

Por último, Jean-Jacques Rousseau fue el autor del célebre “Contrato Social”, obra en la que pone en entredicho la teoría del derecho divino de los reyes y asegura que la soberanía nacional reside en el pueblo y no en el soberano. Según él, el rey es rey porque firmó un contrato con la sociedad en la que ésta le delega los poderes, y no porque Dios así lo haya querido.

Rousseau


Todas estas ideas comenzaron a difundirse a pesar de la oposición de los gobernantes y fueron esenciales para la Constitución de los Estados Unidos, la Revolución Francesa y la independencia de la América española. Sin embargo, algunos reyes decidieron tomar ciertos postulados de la Ilustración y aplicarlos en su gobierno, dando origen a lo que se llamó Despotismo Ilustrado. Su lema era: “todo para el pueblo, por el pueblo, pero sin la intervención del pueblo”. En otras palabras, reconocían la necesidad de hacer ciertas reformas pero sin renunciar al absolutismo.

(Continuará)

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