jueves, 14 de septiembre de 2017

HISTORIA DEL DERECHO AL VOTO (2a PARTE)

ATENAS Y LA DEMOCRACIA GRIEGA

El segundo lugar donde apareció un gobierno democrático se encontraba un poco lejos de la India. Resulta que hay un hermoso rincón de Europa, una pequeña península llena de islas y playas paradisiacas, salpicadas de graves crisis económicas, llamada Grecia. En este lugar, como en tantos otros, surgieron pequeñas ciudades gobernadas por un rey local. Pero a diferencia de otros lugares donde las ciudades se unificaron para formar reinos más poderosos, en Grecia las ciudades decidieron permanecer independientes unas de otras. Eran muy celosas y no querían que alguna de ellas dominara a las demás. Aunque tenían una cultura en común, cada una tenía su propio gobierno.

Mapa de la Grecia antigua

Es aquí donde van a aparecer muchas de las palabras que ahora usamos en materia política: tiranía, dictadura, gobierno, oligarquía, monarquía, política, anarquía y, desde luego, democracia.

Claro que en esa época no tenían, en general, el sentido que les damos ahora. Por ejemplo, un tirano en la actualidad es considerado un gobernante que se impone por la fuerza bruta (que en ocasiones es muy bruta) y que gobierna basado en el terror que impone sobre los ciudadanos. Pero en la Grecia antigua un tirano era tan sólo un gobernante nombrado por tiempo indefinido (es decir, de por vida o hasta que se hartaran de él), que puede gobernar apoyado en un grupo de asesores o hacerlo por sí solo y que no siempre será un mal gobernante. Es decir, tan sólo es un tipo de gobierno más.

Pero a lo que vamos. Aquí en Grecia surgió hace más de tres mil años, una pequeña ciudad llamada Atenas. Como todas las ciudades griegas que la rodeaban, Atenas se gobernó por reyes que no siempre fueron buenos. Llegó un momento en que estos reyes fueron tan corruptos que los atenienses, cansados, decidieron echarlos a la calle y en su lugar nombrar a un nuevo grupo de gobernantes, pertenecientes a la clase alta, a los que llamaron Acreontes o Estrategas, y a los que les dieron el poder de por vida. Pero éstos también cayeron en la corrupción y el abuso de poder, por lo que decidieron disminuir su período de gobierno a diez años. Más adelante, como los abusos continuaban, volvieron a recortarlo y lo dejaron en tan sólo un año pero con posibilidades de reelegirse. Esto ocurrió más o menos en el año 682 antes de nuestra era. El primer Acreonte anual se llamaba Creon y “creon” que no fue muy bueno porque nunca lo volvieron a elegir.

Atenas


Con la instalación de los gobernantes por un año, los atenienses crearon también un nuevo sistema de gobierno al que llamaron Democracia. Para que comprendamos mejor la importancia de este nuevo tipo de gobierno, es preciso conocer el significado de la palabra. Democracia, de acuerdo con los que dicen que saben, se compone de dos palabras griegas: demos y kratos. Demos quiere decir pueblo y kratos quiere decir gobierno, por lo que democracia significaría “el gobierno del pueblo”. Y así fue.

En Atenas se acabó eso de que los reyes son elegidos por el grupo de nobles o heredan el puesto. A partir de ese momento será el pueblo quien los elija. Claro, hay que ver también que entendían ellos por “pueblo”. En primer lugar, sólo los hombres libres mayores de 18 años que hubieran terminado su entrenamiento miliar (una especie de servicio militar) eran considerados ciudadanos. Las mujeres no tienen ese privilegio. Y mucho menos los esclavos, que por cierto eran muchos. Para colmo, los hombres libres tenían que ser originarios de Atenas. Es decir que si los atenienses conquistaban otros territorios, como pasó con cierta frecuencia, los habitantes de esos nuevos territorios agregados a la patria Atenas, no eran considerados como parte del “pueblo”. Del pueblo con derechos, vaya, porque al momento de pagar los impuestos bien que se acordaban de ellos. Este grupo de personas eran llamados “metecos” o extranjeros.

De esta forma, casi el 85 por ciento de los habitantes de Atenas y sus posesiones quedaban fuera del sistema de gobierno, y tan sólo un 15 por ciento tenían derecho a votar. Eso sí, la riqueza nada tenía que ver con la adquisición de estos derechos políticos, como sucedería más adelante cuando surgen las primeras repúblicas modernas.

Pero lo mejor es que, dentro de ese 15 por ciento, no estaban los nobles. Para evitar que ellos se apoderaran de nuevo del poder, expresamente los sacaron de la elección. Podían ser electos, pero no votar. Los votantes eran en su mayoría artesanos, campesinos y comerciantes, es decir, los considerados como ciudadanos. Así que ya dimos un paso adelante.

Pero, ¿cómo funcionaba esta democracia? Bueno, en primer lugar hay que tener en cuenta que Atenas era una ciudad relativamente pequeña si la comparamos con las ciudades actuales. Tan sólo tenía 300,000 habitantes, de los cuales 45,000 eran considerados ciudadanos de pleno derecho, es decir, el 15%. Por esta razón era más sencillo gobernarla.

Todos los ciudadanos de Atenas tenían derecho a formar parte de una Asamblea que se reunía para nombrar al estratega y al encargado de las finanzas, una especie de Secretario de Hacienda. Todos los demás cargos públicos se obtenían por sorteo. Se publicaba una lista con el nombre de los cargos disponibles. Cada quién se apuntaba para el que le interesaba y entonces se procedía al sorteo. ¿Sabes cómo se hacía? Pues de una manera muy sencilla pero que evitaba cualquier tipo de fraudes. Supongamos que estaban disponibles 15 puestos de encargado de caminos (los responsables de mantener los caminos en buen estado) y se presentaban 40 candidatos. En frente de todos ellos se metían en una bolsa de tela 25 habas negras y 15 habas blancas. Después se sacudía la bolsa como si fuera una maraca en un estadio de futbol y cada uno de los candidatos metía la mano para sacar un haba. Los que sacaban las blancas ganaban el puesto. De esta forma se evitaba el influyentismo. ¿Se imaginan elegir así a nuestros diputados? Ah, por cierto, todos aquellos que ganaban de esta forma un cargo público eran llamados magistrados.

Los únicos cargos que no se sorteaban, como ya les dije, eran los de estratega (el encargado de las guerras) y el de encargado de las finanzas. La razón era muy simple: para estos cargos no se podía elegir a cualquiera, tenía que ser una persona preparada y experta en el tema. Ni modo de dejarle la defensa de la ciudad a una persona tímida que ni siquiera sabe tirar una lanza, ¿verdad? Para elegir a éstos, se presentaban los candidatos y la Asamblea los elegía mediante votación abierta levantando las manos o por aclamación. A lo mejor ahí es donde se inventó el aplausómetro. El problema radicaba en que había ocasiones que el triunfador no lo era tanto por sus conocimientos sino por su popularidad. Así que tenían que aprender a sonreírle a la gente y hablarle bonito.

Otro punto interesante de este sistema democrático era la forma en que se hacían las leyes. No existía un Congreso, como el que tienen ahora la inmensa mayoría de los países, sino que éstas se presentaban ante la Asamblea y ahí se discutía y se aprobaba. En otras palabras, eran los ciudadanos directamente y no sus representantes los que hacían las leyes. Pero repito, esto era posible por el tamaño de la ciudad. Una vez que la Asamblea aprobaba una ley, esta pasaba a manos de un Consejo formado por 500 miembros que eran los que le daban el visto bueno definitivo. Pero no se crea que estos 500 eran la gente rica y poderosa, no señor. Ellos eran elegidos por el sistema de habas, como todos los demás.

En la actualidad sería imposible hacer esto en un país con más de 120 millones de habitantes como México. ¿Cuándo nos pondríamos de acuerdo? Por eso nuestra democracia es representativa.

Los cargos electos estaban también sometidos a revisión antes de empezar y al escrutinio al terminar su período. Además, éstos podían ser destituidos en cualquier momento en una reunión de la Asamblea. Por ejemplo, en el siglo V a. C., los 10 tesoreros de la liga de Delos, una confederación de ciudades griegas cuya cabeza era Atenas, fueron acusados de malversación de fondos. Uno por uno, fueron enjuiciados, condenados y ejecutados, pero cuando iba a empezar el juicio del último de ellos, alguien descubrió un error en la contabilidad que los exculpaba a todos. Este último tesorero fue puesto en libertad. Mala suerte para los demás.

Otro aspecto interesante de la democracia ateniense consiste en que la ley no permitía proponer ni votar decisiones sobre la guerra a los ciudadanos que tenían propiedades cerca de los muros de la ciudad, pues se creía que tenían un interés personal en el resultado de tales guerras, ya que una práctica habitual de cualquier ejército invasor consistía en aquel entonces en destruir todo lo que estuviera fuera de los muros.

Un buen ejemplo del desprecio de los primeros demócratas por aquellos que no participaran en política se puede encontrar en la palabra moderna “vago", la cual aludía a una persona que no estaba involucrada en la política; dicho término era utilizado con desprecio y así adquirió su significado moderno. En su discurso fúnebre, Pericles dijo: “no es que consideremos al que no participa en estos asuntos como poco ambicioso, sino como inútil.”

Por último, existía una figura muy curiosa: el ostracismo. Y no, no es un bufet de ostras. El ostracismo era el destierro forzado. ¿Qué alguien del gobierno hizo mal su trabajo? Pues lo corremos del país. ¿Qué un comerciante abusó subiendo demasiado los precios? Pues lo sacamos, faltaba más. ¿Qué el vecino canta muy fuerte cuando se baña por las mañanas y nos despierta al niño? ¡Al destierro! Cualquier habitante de la ciudad podía sufrir el ostracismo.

Ostrakones


El sistema era muy sencillo. Cada año, en una fecha determinada, se citaba a los ciudadanos para acudir a la Asamblea. Ahí, si había un quórum de por lo menos seis mil personas, cada una de ellas escribía en un pedazo de cerámica roto (llamado óstrakón) o en una concha de ostra (de ahí viene el nombre de ostracismo) el nombre de la persona a la que consideraba que se debía desterrar. También los miembros del Consejo podían decirle a la Asamblea algunos nombres. No había debate alguno, pues no se cuestionaba el derecho de cada ciudadano de postular a alguien para el destierro. Se leía cada uno de los nombres y se votaba a mano alzada. Si había mayoría de votos, el agraciado tenía diez días para empacar sus cosas, despedirse de su familia y abandonar la ciudad por diez años. Sin embargo, no perdía sus derechos ciudadanos (si es que los tenía) ni sus propiedades (si es que las tenía) y podía ser llamado de vuelta antes del tiempo previsto si es que la Asamblea así lo decidía.

El escritor griego Plutarco nos cuenta una anécdota muy simpática sobre esto, y cito textualmente: 

“Se cuenta que un analfabeto, tras entregar su óstrakon a Arístides, le pidió que escribiera el nombre de Arístides. Este asombrado le preguntó si Arístides le había causado algún daño. «En absoluto», respondió, «ni conozco a ese hombre, pero me molesta oírle llamar por todas partes el Justo». Después de escucharle, no replicó, escribió su propio nombre y le devolvió el óstrakon.”



Su ostracismo tuvo lugar en la primavera de 482 a. C., aunque a propuesta de Temístocles se aprobó un decreto de amnistía y al final no fue desterrado.

Otro caso curioso, que también nos cuenta Plutarco, es el de Hipérbolo. Resulta que este señor había propuesto para el ostracismo a Nicias y Alcibíades, sus enemigos políticos. Cuando la gente iba a votar por uno de ellos, éstos se lanzaron a decir discursos en contra de Hipérbolo, y tan bien lo hicieron que al final la Asamblea decidió desterrarlo a él en lugar de a ellos. Para que vean que rollo mata carita.

Para los atenienses, su sistema democrático era motivo de orgullo. Lo más importante que tenían eran sus leyes, porque sabían que ellas eran las que les permitían ser hombres libres. Ello los llevó a luchar siempre con valor y determinación en contra de los enemigos, ya fueran otros griegos, como los espartanos, o pueblos más alejados como los persas, que nunca pudieron entender esta forma de vida política.

La democracia ateniense comenzó en el año 503 antes de nuestra era y terminó en el 322, también antes de nuestra era, cuando los macedonios bajo el mando de su rey Filipo II, el padre de Alejandro Magno, conquistaron toda Grecia, incluida Atenas. Y como Macedonia era una monarquía, poco les interesó el experimento democrático de los griegos.

LA REPÚBLICA ROMANA

Al mismo tiempo que florecía en Atenas el gobierno democrático, existía cerca de ahí un sistema similar aunque diferente. Hablo de la República Romana. Y por si no se saben la historia, aquí se las platico.

De acuerdo con la leyenda, cerca de lo que ahora es la ciudad de Roma, capital de Italia, una mujer quedó embarazada. Esto no tendría nada de raro si no fuera por las circunstancias que rodeaban este embarazo. Es toda una telenovela. Resulta que en el centro de Italia existía una ciudad llamada Alba Longa. Su rey era el sabio y querido Numitor. Pero éste tenía un hermano malvado, que nunca falta en cualquier familia, llamado Amulio.

Amulio tenía envidia de su hermano y quería ser rey, así que un buen día dio un golpe de estado y encerró en una prisión al pobre de Numitor. Después de eso mató a todos sus sobrinos hombres (los hijos de Numitor) y obligó a su única sobrina a meterse de vestal (ahora diríamos de monja). Esta inocente muchacha se llamaba Rea Silva. Las vestales tenían prohibido tener hijos bajo pena de muerte, así que con esto Amulio se aseguraba que nadie le disputara el trono.

Máxima extensión de la República Romana


Pero resulta que Rea Silva, joven y romántica, conoció a un apuesto muchacho que resultó ser el dios romano de la guerra, Marte. Y Marte la embarazó. ¡Ah, que dioses estos! Después de nueve meses, tal y como marca la naturaleza, Rea Silva dio a luz a dos hermosos gemelos. Sí, para colmo fueron dos. Cuando Amulio se enteró, entró en cólera y ordenó secuestrar y asesinar a los bebés. Para ello mandó a uno de sus servidores, quien tras apoderarse de los infantes los llevó a un bosque, pero ahí se conmovió al verlos y decidió no matarlos, sino meterlos en una cesta y echarlos al río. ¿Recuerdan la historia de Blancanieves o la de Moisés? Pues más o menos igual.

El río se llevó la cesta hasta un lugar rodeado por siete colinas, donde el improvisado transporte fluvial encalló con los dos jóvenes tripulantes a bordo. Una loba los escuchó llorar y, en lugar de comérselos, decidió adoptarlos y los amamantó junto con sus otros cachorros. Pocos días después, un pastor los encontró y, tras ahuyentar a la loba, los llevó a su casa donde los crió como si fueran sus hijos. Con el tiempo, los niños crecieron, como suele suceder con todos ellos, y cuando se enteraron de su origen, decidieron vengar a su familia asesinada. Se dirigieron a Alba Longa y mataron a su tío abuelo Amulio. Después pensaron en fundar una nueva ciudad para ellos solos, y eligieron para ello las siete colinas donde su canasta había encallado cuando eran bebés. Ahí crearon la ciudad de Roma, pero cuando apenas estaban trazando los límites, Rómulo y Remo, que así se llamaban los gemelos, se pelearon entre ellos y Rómulo mató a Remo. Les digo, toda una telenovela.

Rómulo y Remo


Rómulo se convirtió en el primer rey de Roma en el año 753 antes de nuestra era, y la monarquía continuó hasta el año 510, cuando una rebelión derrocó al último rey llamado Lucio Tarquino el Soberbio. Una vez más, la leyenda nos cuenta lo que pasó. Dicen las malas lenguas que el bueno de Lucio era muy mujeriego y su hijo igual. Un día, éste último, el hijo, conoció a una joven mujer llamada Lucrecia, perteneciente a una de las familias ricas de Roma, y trató de seducirla. Pero Lucrecia era muy virtuosa y decente, así que tras ser violada por el príncipe, decidió suicidarse, no sin antes contarles lo sucedido a sus hermanos y demás parientes, quienes para vengarla decidieron dar un golpe de estado y quitar al rey. Al frente de este movimiento estaba un primo de Lucrecia, Lucio Junio Bruto. Y sí, Bruto era su apodo, no su apellido.

La ciudad de Roma


Pero bueno, aquí lo importante es que los romanos decidieron que en vez de una monarquía con reyes vitalicios y autoritarios, querían ser gobernados por una república con funcionarios electos por ellos mismos. Nació así la República Romana, única de su tipo en el mundo de aquella época.

En esta pequeña República que después se convertiría en el todopoderoso Imperio Romano, el principal cargo de gobierno era el consulado, ejercido por dos cónsules que duraban un año. Además existía el Senado, integrado por los miembros de la nobleza y otros cargos más como el cuestor, el pretor, el censor, la Asamblea, el edil y el tribuno de la plebe, encargado éste último de proteger a los pobres del abuso de los poderosos.



Las votaciones para los cargos públicos y las leyes se llevaban a cabo en las Asambleas. Había tres tipos de Asambleas: la Tribal, la Centurial y la Curial. En la Tribal participaban todas las 35 tribus que formaban Roma, es decir que era la Asamblea del pueblo. Aquí se elegían los cargos públicos inferiores y los tribunos de la plebe. 

En un principio, las votaciones eran orales, pero a partir del siglo II antes de nuestra era, se promulgan una serie de leyes que buscan garantizar la libertad de opinión del ciudadano sin intimidaciones de ninguna especie. Para ello crean un ingenioso sistema para votar. Se construyó un edificio de madera rectangular con una sola entrada en uno de los extremos. El edifico se consagraba a los dioses para evitar que alguien intentara hacer trampa, pues si la hacía, estaba agrediendo a los dioses. El interior del recinto donde se subdividía probablemente con cuerdas y maderas en 35 pasillos correspondientes a las 35 tribus. Se calcula que cada corredor separado por cúpulas podía albergar a 2000 ciudadanos, lo que daría espacio para 70.000 personas. Al final del pasillo el elector o votante subía a una zona más alta denominada "Pons" donde se depositaba el voto a la vista de todos. Pero al igual que pasaba en Atenas, sólo podían votar los romanos varones, mayores de edad y que fueran hombres libres. Las mujeres, los esclavos y los no romanos estaban fuera del sistema.

Las segundas Asambleas se llamaban Centuriales y servían para elegir los altos cargos políticos, incluyendo a los cónsules y a los senadores. A éstas concurrían también todos los ciudadanos pero no en tribus, sino en centurias, es decir, en grupos de cien. Pero aquí había una trampa. La sociedad romana se dividía en patricios (la gente rica), ecuestres (la clase media) y plebeyos (los pobres). A cada grupo se le asignaba un número máximo de centurias, pero a los patricios les daban más que a los plebeyos aunque fueran minoría. Cada centuria tenía un voto, pero como los patricios tenían más, siempre ganaban.

El Senado Romano


Por último, estaban las Asambleas Curiales, en las que sólo participaban los ricos y los votos se contaban de forma individual, es decir, una persona un voto. Esta fue la primera Asamblea que hubo en la república romana. Las otras dos, en las que los plebeyos podían participar, se crearon a raíz de las quejas de los plebeyos contra los ricos.

Al final, este sistema de gobierno desapareció cuando la república se convirtió en imperio y en lugar de cónsules los romanos tuvieron emperadores. El imperio se expandió por toda Europa, el norte de África y parte de Asia.

(Continuará)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario