sábado, 11 de agosto de 2018

ENTRE DESFILADEROS Y POLEMONES: A JAIME AVILÉS CON CARIÑO

El pasado 8 de agosto se cumplió un año de la muerte de Jaime Avilés, el mejor cronista mexicano de nuestra época además de un gran y querido amigo. Como si el destino en persona quisiera rendirle un homenaje, su aniversario luctuoso coincidió con la entrega por parte del Tribunal Electoral de la constancia de presidente electo a su gran amigo Andrés Manuel López Obrador, quien por cierto lo mencionó en su discurso frente a la autoridad electoral, justo después de Emiliano Zapata, de quien se cumplía también un aniversario de su nacimiento.

Leí con agrado una serie de textos que algunos de sus amigos y colaboradores publicaron para recordarlo en este su primer aniversario luctuoso y pensé que yo también debía escribir el mío. Tengo mucho que contar, aunque al final decidí que algunas cosas las guardaré para mí. Son mis recuerdos y sólo yo puedo seleccionar cuáles quiero compartir.

Jaime y yo llegamos a ser muy buenos amigos. No digo que fuera su mejor amigo, porque creo que ese honor le corresponde a Pedro Cote. Nos apreciábamos en verdad y puedo decir sin temor a equivocarme que soy uno de sus pocos amigos con quien jamás se peleó. Porque es indudable que Jaime tenía su carácter y si quería podía ser la persona más difícil del mundo. Hay muchas cosas de las que ya no me acuerdo o no me acuerdo bien, pero aquí trataré de escribir las que más me gustaron de nuestros años de amistad.

Yo lo conocí, si mal no recuerdo, a finales de 2003 en casa de unos grandes amigos en común, Oliver y Caro. En esa ocasión ni nos hicimos caso. Nos presentaron, nos dimos la mano, y cada uno continuó con su vida como si nada. Yo había leído su columna en La Jornada pero en ese momento no ligué su nombre con el del autor de El Tonto del Pueblo o Desfiladero. Y él, por supuesto, no tenía por que saber quién demonios era yo.

Unos meses después volvimos a encontrarnos, de nueva cuenta en casa de Oliver y Caro, y en esta ocasión si platicamos. Y nos caímos bien. A él le llamó la atención que Judith, mi pareja, se refiriera a mí como "el historiador" (esa es mi profesión) en lugar de utilizar mi nombre de pila. A mí me llamó la atención su boca huérfana de algunos dientes que había perdido en una reciente pelea con un taxista. Con el tiempo él se puso dientes artificiales y comenzó a referirse a Judith y a mí como "los historiadores".

Poco a poco nos fuimos haciendo amigos de la mano de Pedro Cote, otro gran personaje del que vale la pena hacer una reseña aparte.

Yo lo admiraba y lo apreciaba y él me correspondía con la misma moneda. Sin embargo, ni yo mismo sabía porque nos llevábamos tan bien si teníamos opiniones muy diferentes en algunas cosas. Jaime era un taurino apasionado (escribía una columna sobre toros en La Jornada bajo el seudónimo de Lumbrera Chico) y yo detestaba y detesto la llamada Fiesta Brava. Jaime era noctámbulo y yo soy más bien diurno con cara de mañanero, como digno hijo de mi señor padre. Quizá eran más las cosas que nos unían, como nuestra admiración y respeto por Andrés Manuel López Obrador, nuestro desprecio por el subcomandante Marcos, nuestra ideología izquierdista tirando a radical, nuestro pasado combativo y nuestro gusto por la risa y los amigos.

El día que nos hicimos amigos

Pocas veces en mi vida he reído tanto como cuando Jaime contaba algunas de sus anécdotas, pues era un cronista y un histrión consumado. Recuerdo en especial cuando nos contó a "los historiadores" sobre la ocasión en que decidió criar conejos en el tejado de su casa a principios de los años ochenta. Esa etapa coincidió con su visita a la Unión Soviética como parte de una delegación del Partido Socialista Unificado de México (el antiguo Partido Comunista). Según Jaime, decidió aprovechar la oportunidad y ofrecerle al ministro de economía soviético un jugoso negocio mediante el cual él surtiría de carne de conejo al oso comunista. El ministro lo miró muy serio y le dijo que la URSS necesitaba 1,000 toneladas semanales de dicho producto, que si Jaime se comprometía a surtir esa cantidad, se podría hacer el negocio. Avilés lo miró pensativo y se retiró despacio mientras hacía cuentas pensando si sus conejos de azotea serían suficientes para cubrir la demanda soviética. No se si la historia fuera real, pero Jaime la contaba con una gracia que te obligaba a desternillarte de risa.

Como parte de su trabajo en la prensa, Jaime tenía un don especial para inventarse nombres. Cómo olvidar otra de sus historias de cuando trabajaba en el Unomasuno y pidió parar las prensas para incluir en la edición una supuesta entrevista con el doctor Donald Drinkwater Nevermilk, de la Universidad de Old Sweter, acerca de la contaminación en el Lago de Chapultepec. ¡Y según él se la publicaron!

En otra ocasión, utilizó el nombre de Francesco Mossca para tenderle una trampa a Guido Belsasso, Comisionado contra las Adicciones del gobierno foxista, y así desentrañar una red enorme de tráfico de influencias que éste funcionario coordinaba. Al contarte esa historia, una vez más te obligaba a llorar de tanto reír. ¡Era genial!

Cuando llegó el vergonzoso episodio del desafuero en contra de López Obrador, Jaime y yo ya éramos buenos amigos. Con él fuimos a varias de las marchas organizadas para exigirle al gobierno de Fox que cesara en la injusta persecución de Andrés Manuel, ya entonces conocido como El Peje, y cuya finalidad real era impedir que éste se lograra postular como candidato a la presidencia del país. De esa etapa recuerdo en especial una enorme manifestación en el Zócalo capitalino en la que participaron casi un millón de personas y que terminó con una torrencial lluvia que, no obstante, no ahuyentó a los seguidores del Peje. Sólo yo llevaba paraguas, por lo que terminamos bajo él, en medio de la plaza, Jaime, su hija Juncia, Judith y yo, todos abrazados como muéganos. Los pies se nos empaparon pero al menos conservamos seca la cabeza. Y en medio de la lluvia, no podíamos parar de reír por lo absurdo de la posición en que nos encontrábamos y por los comentarios que Jaime hacía al respecto.

Poco después vino el fraude de 2006 por el cual Felipe Calderón le robó el triunfo a López Obrador. En la primera concentración convocada por Andrés Manuel en contra del fraude, se juntaron casi dos millones de personas. El Zócalo y todas las calles que lo rodean estaban a reventar de gente. Y hablo de forma literal. Jaime, gracias a sus contactos, se encontraba en un balcón del edificio de gobierno de la Ciudad de México para hacer su crónica y desde ahí nos habló por teléfono para preguntarnos dónde estábamos nosotros. Judith y yo veníamos caminando por la avenida 20 de Noviembre. Nos dijo que fuéramos al edificio de gobierno donde se encontraba y él en persona nos abriría la puerta para que pudiéramos ver desde lo alto la magnitud de la manifestación. En eso quedamos. Pero entre más nos acercábamos, más difícil era caminar entre la multitud. Sin embargo, logramos llegar a la esquina del edificio. Faltaban tan sólo unos veinte metros para llegar a la puerta pero fueron imposibles de recorrer. Al final nos quedamos en la calle, y aunque no pudimos apreciar el tamaño de la concentración desde arriba, si pudimos ver de primera mano la indignación y la rabia del pueblo mexicano contra la imposición de Felipe Calderón. Después de que hablara Andrés Manuel desde un templete, la gente se comenzó a retirar y así logramos al fin acercarnos a la puerta, a donde Jaime bajó rápidamente para recibirnos e intercambiar impresiones con nosotros. Fue un momento increíble.

Las cosas se pusieron feas y en las concentraciones callejeras la gente pedía armas para luchar contra el gobierno. En ese momento Andrés Manuel López Obrador, tras consultar con algunos de sus más cercanos colaboradores, le propuso a la multitud organizar un plantón sobre el Paseo de la Reforma como forma de protestar contra el fraude. Mucha gente no lo quiere entender todavía, pero con eso se desactivó una más que posible rebelión armada y se encauzó la lucha por la vía pacífica. A Judith y a mí Jaime nos informó de la decisión, poco antes de que ésta se hiciera pública, en una reunión en La Casa de las Sirenas, un conocido restorán situado a espaldas de la Catedral, junto con otras personas más cuyos nombres ya no recuerdo. Creo que ahí se encontraba Jesús Ortega, pero no estoy muy seguro.

Aquí estamos haciendo el tonto en Tulum


Instalado el plantón, y aprovechando que yo trabajaba en una institución cultural ubicada en la avenida Madero, por donde también se instalaron las carpas, Jaime y yo las visitamos con frecuencia para conocer de primera mano la forma en que la gente vivía en ellas y cómo el ánimo se mantenía a pesar del paso del tiempo. Cuando Jaime llegaba, me hablaba por teléfono, yo bajaba a la calle y comenzábamos a caminar.

Dos años después, en 2008, "los historiadores" nos mudamos a vivir al centro, en la calle de Bolívar. Para Jaime fue una gran noticia, pues aprovechaba nuestro domicilio como base para escribir sus crónicas después de participar en alguna de las múltiples manifestaciones en contra del gobierno de Calderón. Yo le prestaba mi computadora y él, invariablemente, se quejaba de la mala luz que había en la habitación donde la tenía. Pero comenzaba a escribir y no paraba en, por lo menos, una hora. Así cubrió varias de las manifestaciones convocadas por el sindicato de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, cuya empresa fue liquidada por el infame borrachín de Calderón.

Ese mismo año Jaime me invitó a escribir un artículo en La Jornada sobre la historia del petróleo en México, como parte de la lucha contra los deseos privatizadores del gobierno del pelele. Así lo hice y el periódico publicó mi artículo bajo el singular título de "2000 años de chapopote". Cuando la ley privatizadora del petróleo llegó al Senado, la gente se organizó para bloquear las oficinas del órgano legislativo, en especial un grupo de valientes mujeres conocidas como "Las Adelitas", entre las que estaba Jesusa Rodríguez, gran amiga de Jaime. Como el Senado estaba a dos cuadras de mi casa, una vez más Jaime la tomó como base para descansar tras pasar todo el día en medio de la protesta, a la cual, desde luego, siempre que podía lo acompañaba yo.

Imitando a una garza (según él)

2009 trajo otra sorpresa de Jaime. La mamá de Judith vino a visitarnos desde Ciudad Juárez y, mientras la paseábamos, Jaime me habla por teléfono. "¿Qué van a hacer en la noche?", me preguntó. "No tenemos nada planeado, pero está aquí la mamá de Judith. ¿Por?". "Me invitaron a una reunión de masones y no quiero ir solo. ¿Se apuntan?". Tras preguntarle a Judith y a mi suegra, decidimos ir. Era la primera vez para los cuatro que veíamos una ceremonia de éstas y la verdad que fue muy interesante. Dos días después Jaime nos invitó a cenar a su casa en Mixcoac para agradecernos por acompañarlo, pues según me dijo entonces, no estaba seguro de si tan sólo lo habían invitado sus amigos por cortesía o si querían convertirlo en masón. En esa ocasión nos preparó su famoso pastel de carne del que se sentía muy orgulloso, pues también hay que decirlo, era un buen cocinero.

En 2010 Judith y yo nos fuimos a vivir a Nueva York por cuestión del trabajo de ella en la ONU. Judith se fue en mayo y yo me quedé en México hasta finales de julio. En esos meses, Jaime me buscó con mucha frecuencia para invitarme a tomar una copa. Aunque yo no era aficionado a los bares, en varias ocasiones acepté, más por cariño a él que por otra cosa. Al final me fui a Estados Unidos y en cuanto tuve teléfono, le pasé mi número.

Sin embargo, pasaron casi dos años sin que nos habláramos. Yo lo veía en Facebook, pero nada más. En abril de 2012, sin embargo, recibí un mensaje un poco raro. Era Jaime para avisarme que Paquita la del Barrio había fallecido. La noticia era falsa, desde luego, pero fue el camino que decidió tomar para reanudar el contacto con nosotros. ¡Así era Jaime!

Ese año había elecciones presidenciales y decidimos ir a México para votar y ver a nuestros amigos. Desde luego, Jaime fue uno de ellos, aunque para ser sinceros no recuerdo que hicimos en aquella ocasión.


Modelando en poses sensuales


Ese mismo año, ya de regreso en Nueva York, Judith y yo decidimos pasar las vacaciones decembrinas en Tulum, Quintana Roo. Sabíamos que Jaime se encontraba ahí en esas fechas en un pequeño hotel de playa propiedad de un buen amigo suyo, al que iba todos los años, así que le hablamos y de inmediato se contactó con su amigo para conseguirnos un precio más que excelente para poder quedarnos ahí. Tras agradecerle el gesto, le preguntamos en un mensaje de texto si quería que le lleváramos algo de Nueva York. Su respuesta llegó de inmediato: "unos sweet beans". "¿Qué?", le respondí. "Unos sweet beans", volvió a escribirme. Bueno. Yo no sabía de la existencia de ese tipo de frijoles, así que decidí investigar. Resulta que en Inglaterra son muy apreciados y forman parte de un típico desayuno inglés, con huevos y pan. Así que fuimos al supermercado y le compramos varias latas.

Al llegar a Tulum, nos recibió Jaime, junto con su hija Juncia y su sobrino Jerónimo. Cuando le dimos sus sweet beans la cara se le iluminó, pues no pensó que se los fuéramos a llevar. De inmediato dio sus instrucciones para que la mañana siguiente el cocinero del hotel, un hombre a quien Jaime se dirigía como "El Sargento", preparara huevos con sweet beans. Ese viaje fue memorable, pues fiel a su costumbre, Jaime nos hizo reír como locos.

No volvimos a saber de él en un par de años, fuera de lo que yo veía en internet o las noticias que nos daba Pedro Cote. En 2014 yo vine de nuevo a México, por motivos laborales, y de inmediato Jaime se puso en contacto conmigo. "Tenemos que platicar", me dijo. "Nos vemos en la tarde en el Museo Casa de la Memoria Indómita". Cuando llegué, estaba comenzando la presentación de una exposición sobre los desaparecidos en México por la absurda guerra contra el narco desatada por Calderón y continuada por el infame Peña Nieto. Al acabar el evento, nos fuimos a tomar un café y entonces Jaime me dijo muy tranquilo: "Le hablé de ti a Andrés Manuel y te quiere conocer. Está preparando un nuevo libro sobre historia de Tabasco y yo le dije que tu eras historiador y podías ayudarle revisando el texto." No podía creerlo. Ya en una ocasión Jaime me lo había presentado, pero ahora se trataba de trabajar con él. Yo estaba feliz.

Una semana después nos encontrábamos en la sede de Morena en la colonia Roma y ahí lo conocí en privado. Esto me sirvió para corroborar la excelente opinión que tengo de nuestro presidente electo. Nos veíamos una vez a la semana, los tres juntos, y ahí yo le enseñaba las precisiones o adiciones que había hecho al texto (que en realidad no fueron muchas pues Andrés conoce muy bien la historia de su estado) y siempre me escuchaba con respeto y defendía los cambios propuestos que no le parecían adecuados. Trabajamos en el libro por dos meses hasta que, ya casi concluido, decidí regresar a Nueva York.

En esa misma estancia en mi ciudad natal, un día Jaime me habló para invitarme a un evento un tanto extraño: una degustación para periodistas organizada por un chef que acababa de abrir su restorán en la Condesa. A Jaime le avisó un conocido y decidió hacerse pasar por corresponsal de La Jornada para acudir al banquete gratuito. Para variar, llegamos tarde. Sin embargo, el chef nos recibió y nos obsequió con una cena deliciosa negándose por completo a cobrarnos. Correspondimos el gesto con una jugosa propina para el mesero. Entonces el chef se acercó a nosotros y nos dijo que había reconocido a Jaime de inmediato y que, aunque sabía que ya no estaba en La Jornada, había decidido compartir con él sus platillos por la admiración que le tenía. Jaime se puso rojo por la vergüenza de haber sido descubierto en su pequeña trampa pero le agradeció al chef con un fuerte abrazo. Esa era otra de las cosas que me agradaban de Jaime: cuando caminabas con él por la calle siempre se le acercaban muchas personas a saludarlo, en especial lectores de su columna, y él, aunque no los conociera, aceptaba los saludos y decía algunas palabras amables.

Cuando decidimos regresar a México para no volver más a la ciudad de los rascacielos, Pedro Cote organizó una cena de bienvenida en su casa a la que nos invitó a nosotros y a Jaime. El reencuentro fue muy cariñoso, aunque en esos momentos Jaime pasaba más tiempo en Guadalajara que en México por motivos de su revista digital Polemón.

Por ese motivo nos pudimos ver en muy pocas ocasiones. Sin embargo, por whatsapp el contacto era frecuente. Y fue así como de repente nos llegó la noticia. Pedro me avisó. Judith estaba en Ciudad Juárez visitando a su familia. "Jaime está muy grave en el hospital Ángeles, lo van a operar". En ese momento no supo decirme que tenía. Así que sin pensarlo me fui al hospital. Ahí me encontré a Juncia y a Julio, sus hijos, solos en la sala de espera, quienes me informaron con más detalle. A Jaime lo operarían del cerebro. Ese día no pude verlo, pero al siguiente sí. Desde entonces, cada que podía me iba al hospital a verlo. Primero al Ángeles, luego a Cancerología y por último a casa de su mamá.

En una de sus visitas a nuestra casa en el Centro de la Ciudad de México, disfrazados de "chinos" (según nosotros)

Aunque se veía que su salud decaía a pasos agigantados, Jaime seguía como siempre: ocurrente, combativo y deseoso de escribir un texto para su revista Polemón. Dos días antes de su muerte lo pude ver en el Instituto Nacional de Cancerología, gracias a que logré colarme, pues las visitas estaban muy restringidas. Fue su hermano Carlos quien me facilitó el pase. El 8 de agosto a las 6:30 de la mañana, mientras caminaba hacia el colegio en el que doy clases de historia, me llegó el mensaje de Juncia. Jaime acababa de fallecer.

Me dolió mucho. Desde entonces extraño al amigo. Extraño al que me hacía reír y me contagiaba su fe en la lucha por lograr el triunfo y acabar con el mal gobierno en México. Esto lo digo porque en más de una ocasión, después de más de treinta años de luchar sin ver ningún cambio, llegué a desesperar y pensé en tirar la toalla, pero Jaime me regañaba y me convencía de que aun había esperanza.

Yo se que a muchos no les va a agradar lo siguiente pero es lo que pienso. Al igual que yo, Jaime era ateo. Al igual que yo, por lo mismo, no creía en ninguna de esas tontería de la vida eterna. En una ocasión me lo dijo con todas sus palabras: "Cuando te mueres, te mueres y ya. No hay nada. No queda tu espíritu ni nada de esas cosas. Sólo tu recuerdo". Por eso yo, en lo personal, es una cuenta pendiente que le tengo a Calderón y Peña Nieto. Por su culpa, mi amigo no pudo ver el triunfo de su querido Andrés Manuel. Le arrebataron a la mala ese gusto, por el cual luchó muchos años, y yo jamás se los perdonaré.

Cuando murió, Andrés Manuel López Obrador, a quien volví a ver en el velorio y con el cual pude platicar largamente sobre nuestro amigo en común, dijo que Jaime fue "símbolo de la prensa independiente, apasionado y rebelde, defensor de causas justas". Una excelente descripción del mejor cronista que ha tenido México en los tiempos recientes.

Se que tu espíritu, como tu cuerpo, ya no está, pero a tu recuerdo le envío muy seguido un abrazo muy grande, mi querido Jaime.


martes, 17 de julio de 2018

Y HABLANDO DE NUEVO DE LA ESTUPIDEZ HUMANA...

El domingo 22 de junio de 1941, a las 3:15 de la madrugada, cerca de tres millones y medio de soldados alemanes más casi un millón de soldados húngaros, croatas, rumanos, fineses, italinos y eslovacos, cruzaban la frontera entre el Tercer Reich y la Unión Soviética violando el Pacto de No Agresión que ambos países tenían firmado. Comenzaba así la llamada Operación Barbarroja, la mayor ofensiva terrestre de la historia.

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Europa antes de comenzar la Operación Barbarroja

Los soviéticos se vieron sorprendidos y fueron arrollados de una forma increíble. Aunque Stalin estaba consciente de que tarde o temprano Hitler lo iba a atacar, no creyó que fuera tan pronto, por lo que cuando le llegaron los primeros informes de la invasión no les dio mucho crédito.

Este acontecimiento ha sido narrado de forma muy amplia en infinidad de libros y artículos, por lo que aquí quiero tan sólo asentar las pérdidas económicas y humanas que provocó. Como ya es sabido, en esta guerra se dio la batalla más mortífera (Stalingrado), la batalla en que más soldados participaron (Kursk) y el sitio más sangriento (Leningrado) de la historia. Los alemanes permanecieron en suelo soviético hasta agosto de 1944, más o menos, cuando fueron expulsados y les tocó sufrir a su vez una invasión de los soviéticos.

Terminada la guerra, llegó el momento de evaluar los daños. La URSS fue sin duda el país más afectado. He aquí unas estadísticas:

En el territorio ocupado por los alemanes vivía el 40% de la población soviética, sobre todo ucranianos, bielorrusos, rusos, moldavos, lituanos, letones y estonios.

En dicho territorio se destruyó de forma parcial o total 1.710 ciudades y 70.000 aldeas, dejando sin hogar a 25 millones de personas al demolerse casi 6 millones de viviendas.

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Stalingrado

Además se perdieron 13.000 puentes (la mitad de los existentes en esos momentos en todo el territorio soviético), 2.078.000 kilómetros de líneas telefónicas y telegráficas, 216.000 comercios, tiendas, restaurantes y negocios generales, así como 31.850 fábricas y plantas generadoras de energía.

A eso hay que añadirle 90.000 máquinas cortadoras de metal, 65.000 km de vías férreas de las 122 mil que había, 4.100 estaciones ferroviarias, 36.000 oficinas de correos, telégrafos y comunicaciones, 16.000 locomotoras y 468.000 vagones (muchos de éstos fueron enviados a Alemania), 175.000 máquinas para trabajar metales, 34.000 martillos de forja y prensas troqueladoras, 2.700 perforadoras de carbón, 15.000 taladros neumáticos, 62 altos hornos, 213 hornos de reverbero, 45,000 telares, 3.000.000 de husos textiles.

Y si nos vamos al sector agrícola y ganadero, los daños también fueron devastadores: 98.000 koljoses o granjas agrícolas cooperativas, 1.876 “sovjoses” o granjas agrícolas del estado, 2.890 estaciones de máquinas y tractores, 285.000 establos y cobertizo para ganados de los koljoses, 505.000 hectáreas de huertas, 153.000 hectáreas de viñedos 7 millones de caballos de 11,6 millones existentes, 17 millones de bovinos de 31 millones existentes, 20 millones de cerdos de 26 millones existentes y 27 millones de ovejas, además de 137.000 tractores, 49.000 cosechadoras, 46.000 sembradoras a tractor y 35.000 trilladoras.
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Los alemanes destruyeron o dañaron seriamente 82.000 escuelas primarias y secundarias, 1.520 escuelas secundarias especializadas, 427 museos (entre ellos el famoso Hermitage que fue bombardeado sin piedad), 167 teatros, 43.000 bibliotecas populares, 334 institutos de educación superior, 605 institutos de educación científica, 33.000 policlínicos, dispensarios y clínicas ambulatorias, 6,000 hospitales, 976 sanatorios y 656 casas de descanso.

En conjunto, los daños materiales sufridos por la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial se calculan en 1.890.000 millones de rublos calculado a precios anteriores a la guerra o 357.000 millones de dólares estadounidenses.

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Claro que todo eso palidece frente a los 16 millones de soldados muertos (13 millones rusos y 3 millones alemanes) y los 14 millones de civiles rusos asesinados (entre ellos casi 3 millones de judíos). Para colmo, se estima en casi 10 millones el número de civiles rusos de cuya suerte jamás se supo, lo que eleva las pérdidas humanas en Rusia a casi 37 millones de rusos y 3 millones de alemanes.

Pero para ser justos (si es que en algo como esto se puede hablar de justicia), hay que decir que no todos los rusos muertos fueron a manos de los alemanes, pues también muchos fueron asesinados por órdenes directas de Stalin, en especial ucranianos y bálticos, y otros más murieron de frío o de hambre.

En otra ocasión hablaremos de las pérdidas sufridas por China durante la invasión japonesa en esta misma guerra mundial.

Y todavía decimos que somos seres civilizados...

domingo, 10 de junio de 2018

BREVE HISTORIA DE LOS PAÍSES MÁS DESCONOCIDOS: HONG KONG

Cosmopolita, tolerante, diversa, colorida y vibrante. La antigua colonia británica de Hong Kong, situada en un pequeño archipiélago del sur de China, es sin duda una de las más interesantes ciudades del mundo. En ella convergen muchas culturas distintas y opuestas. Por un lado, la ancestral y orgullosa cultura china, con una visión más espiritual, y por el otro la moderna y dinámica cultura inglesa, con una visión más material. En el medio, todo el aporte cultural que cientos de miles de inmigrantes procedentes de muchas regiones del planeta han dejado en ella. Sus habitantes han sabido mezclar a la perfección todas estas tradiciones, dando así origen a una  de las urbes más fascinantes de la Tierra.

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Desde sus inicios Hong Kong demostró su vocación comercial. Si bien comenzó como una simple aldea de pescadores, pronto empezó a adquirir notoriedad cuando algunos de los emperadores de la dinastía Han Oriental (25-220) fueron enterrados ahí. Años después, en 1276, el emperador Zhao Bing, perseguido por los mongoles, eligió este archipiélago como refugio, para después suicidarse al lado de sus más fieles seguidores tras la derrota definitiva de sus tropas en la batalla de Yamen. Una dolorosa historia que aún se recuerda en Hong Kong. La ocupación mongola de China provocó que un gran número de refugiados convergieran en este lugar, lo que pronto lo convirtió en un ajetreado puerto volcado en el comercio de sal y perlas.



Este auge atrajo de inmediato a piratas y bandidos así como a clanes rivales, lo que obligó a los dirigentes del clan Tang, el más importante de la zona, a fortificar el puerto y los pueblos que lo rodeaban. Gracias a eso, en la actualidad aun podemos admirar varios de estos pueblos amurallados con más de 500 años de antigüedad, entre los que destaca el de Sheung Cheung Wai con su muro de ladrillo verde, y que provocan en la mirada del profano la sensación de pequeñas islas de paz en medio del inmenso mar de la modernidad. Este mismo contraste se puede observar ahora en otras grandes ciudades chinas que, a imitación de Hong Kong, se han lanzado a una espectacular pero caótica carrera modernizadora que ha rodeado barrios antiguos con los más increíbles rascacielos.

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Pueblo amurallado de Sheung Cheung Wai

Poca gente sabe que los primeros europeos en establecerse en Hong Kong fueron los portugueses, quienes fundaron un pequeño puesto comercial en 1514, aunque éste no duró demasiado tiempo. Los ingleses llegaron a la zona hasta el siglo XIX, pero lo hicieron de una forma no muy digna. Apoderarse de un puerto extranjero para poder vender drogas libremente, no es algo de lo cual sentirse orgulloso. Y es que en efecto eso es lo que sucedió. Los ingleses, en pleno proceso de expansión imperialista, estaban interesados en entablar relaciones comerciales con China, pues ya desde entonces éste era el país más poblado del mundo y por lo mismo poseía un gran número de clientes potenciales. El problema era que mientras los ingleses deseaban adquirir seda, te y porcelana, sólo podían ofrecer a cambio relojes y algo de plata, por lo que la balanza comercial les era muy desfavorable. Así que no se lo pensaron dos veces y comenzaron a comerciar de forma ilegal con opio. El gobierno chino se opuso a ello y los ingleses le declararon la guerra. Este conflicto se conoció como la Primera Guerra del Opio, lo cual nos indica que hubo otras y que, por lo mismo, los ingleses volvieron a insistir con su droga. Pero aquí lo importante es que la Gran Bretaña, al término de la guerra, se apoderó de varios enclaves portuarios chinos incluyendo, desde luego, a Hong Kong. Esto ocurrió en el año de 1842, bajo el reinado de Victoria I.

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Batalla naval durante la Primera Guerra del Opio

A partir de ese momento, poco a poco la nueva colonia comenzó a desarrollarse como uno de los más importantes enclaves comerciales de Inglaterra. En 1898 la presión británica se dejó sentir de nuevo sobre China y consiguieron que el emperador les cediera por 99 años las tierras continentales que rodeaban al archipiélago, con lo que Hong Kong prácticamente duplicó su extensión con los llamados “Nuevos Territorios”.

La caída del gobierno imperial en China supuso también un cambio en las relaciones entre ambos países, pues el nuevo gobierno republicano chino se negaba a reconocer los tratados firmados por los antiguos emperadores bajo la amenaza de los países europeos. Sin embargo, la guerra civil que siguió a la revolución china evitó que los chinos pudieran hacer efectivas sus reclamaciones. Pero en 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial. Japón, uno de los contendientes, deseaba crear un gran imperio en el Océano Pacífico. Aprovechando la debilidad inglesa causada por la guerra en Europa, los japoneses ocuparon Hong Kong y otros territorios bajo dominio europeo a finales de 1941. La ocupación nipona fue un duro golpe para la economía local debido al racionamiento y a la imposición de una moneda japonesa sumamente devaluada. Por otro lado, la violencia se volvió algo rutinario: violaciones, fusilamientos y deportaciones se sucedían diariamente sin que parecieran tener fin. Al empezar la guerra, Hong Kong tenía 1.6 millones de habitantes y al finalizar tan solo quedaban 600,000. Sin embargo, cuatro años después sobrepasó los dos millones gracias al flujo de inmigrantes que huían de una nueva guerra civil en China.

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Prisioneros ingleses durante la ocupación japonesa de Hong Kong

En 1949, con la llegada al poder del Partido Comunista Chino, las exigencias de devolución del territorio se intensificaron. Sin embargo, a pesar de la debilidad inglesa, el decisivo apoyo de los Estados Unidos impidió que China se apoderara de él. Era el inicio de la Guerra Fría.

Pero Hong Kong era un hueso demasiado duro de roer. La tenacidad de sus habitantes chinos, unida al carácter emprendedor de sus amos ingleses, permitió que la colonia resurgiera de sus cenizas y se elevara hasta alcanzar un poderío económico sin precedentes. Llegó la época de auge de los llamados “Tigres Asiáticos”: Singapur, Taiwán, Corea del Sur y Hong Kong. El embargo económico que la ONU impuso a China en la década de 1950 y el aislamiento al que se sometió el país, permitieron que estos cuatro lugares se catapultaran como el eje del desarrollo económico de la región. Aquellos que vivimos nuestra infancia en la década de 1970 recordamos perfectamente aquellos productos con etiquetas que decían “Made in Hong Kong” y que prácticamente inundaban el mercado mexicano, de la misma forma en que ahora lo hacen los productos fabricados en China.

Pero llegó el momento en que la Gran Bretaña tuvo que claudicar. En 1984 se firmó un tratado entre China y el Reino Unido mediante el cual éste último país se comprometía a devolver el enclave en 1997 con la condición de que China respetara, durante 50 años, su sistema económico de libre mercado y su entramado político y legal, por lo que la ciudad se convirtió en una Región Administrativa Especial, título que comparte con Macao. La propaganda china lo definió como “un país, dos sistemas”. Para esos momentos Hong Kong era ya un codiciado destino turístico.

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Chris Patten, último gobernador británico de Hong Kong

Desde que regresó a China, Hong Kong ha luchado para mantener su condición multicultural, defendiendo su autonomía y mostrando su orgullo cosmopolita. Y aunque en lo político ha tenido que enfrentar grandes desafíos debido a la presión del gobierno chino para incorporarlo plenamente al resto del país, su influencia cultural se ha dejado sentir en otras grandes ciudades de China, que al abrirse a la economía de mercado han visto en Hong Kong el ejemplo a seguir: la modernización sostenida por unas milenarias raíces.

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Vista panorámica de Hong Kong

jueves, 15 de marzo de 2018

EL PROYECTO DE CHATEAUBRIAND Y VILLELE: UN INTENTO POCO CONOCIDO PARA IMPONER UN EMPERADOR EN MÉXICO

En el Plan de Iguala, con el cual Iturbide logró por fin la independencia de México, se mencionaba que el trono del Imperio Mexicano debería de recaer en el rey Fernando VII de España, en alguno de sus hermanos o en otro individuo de la Casa Reinante de España, es decir, en un Borbón. ¡Válgame! Pero esto fue un fracaso. Fernando VII no aceptó y desde luego no permitió que otro pariente suyo viniera a México, por lo que Iturbide acabó como Emperador de México con los resultados que todos conocemos. Pero a pesar del fracaso de este proyecto, la idea siguió revoloteando en algunas cabezas del Viejo Continente. Entre ellas, destacaban el infante Francisco de Paula, hermano menor de Fernando VII (mencionado en el Plan de Iguala como candidato al trono mexicano) y los ministros franceses Chateaubriand y Villèle.

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Fernando VII de España, el rey felón.

Chateaubriand, ministro francés de Relaciones Exteriores, encargado por la Santa Alianza de apoyar a los absolutistas españoles, urdió un proyecto para evitar que los virreinatos españoles de América cayeran en manos de los ingleses. Para ello, convenció al rey de Francia, Luis XVIII, para que hablara con su pariente español con el fin de que éste levantara todas las restricciones al comercio americano y así quitarle a Inglaterra todo motivo para intervenir. Además, el ministro francés proponía la creación de una serie de monarquías franco-españolas en América. Fernando VII accedió a lo primero, pero se negó rotundamente a lo segundo. Mientras tanto, las cosas en América se precipitaron, declarándose la independencia de casi todas las antiguas colonias. 

Por otro lado, Inglaterra, al enterarse de estos proyectos, se apresuró a buscar una fórmula para impedir que se llevaran a cabo. Para ello, buscó el concurso de los Estados Unidos. El 23 de agosto de 1823, el gobierno inglés preguntó al ministro estadounidense en Londres si su gobierno consentiría en apoyar a Inglaterra para hacer una declaración contra las tentativas de las potencias europeas hostiles a la independencia de las antiguas colonias españolas. El presidente James Monroe, aconsejado por Thomas Jefferson, aceptó esta sugerencia del gobierno inglés. Según Juan de Dios Arias, este fue el origen de la famosa doctrina Monroe, que tan funestas consecuencias tuvo para México en años posteriores. 

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Chateaubriand

Con estas medidas, Inglaterra se proponía no sólo poner en jaque a Francia y España, sino que también buscaba impedir una restauración disfrazada del gobierno español en América con todo lo que aquello implicaba para su comercio, asunto por el que había luchado contra España durante todo el siglo XVIII.

Chateaubriand fue sustituido en el ministerio por Jean Baptiste Villèle en 1824, quien continuó con el proyecto de su predecesor para la creación de monarquías en América. En lo referente a la antigua Nueva España, el proyecto consistía en elevar al trono de un Imperio Mexicano al infante español Francisco de Paula, con el apoyo de Carlos X de Francia y Fernando VII de España. Villèle contaba para ello con el apoyo del marqués de Crouy-Chanel, quien había actuado ya cerca de Fernando VII. Por ello, Villèle lo comisionó para que le expusiera el plan al rey español.

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Jean Baptiste Villele

Sin embargo, ante la negativa del rey de España para apoyar este proyecto, Carlos X se negó también a darle su respaldo, a pesar de la insistencia de su ministro Villèle en ello. Pero el infante Francisco de Paula, sumamente interesado en ser emperador de México, ya que nunca podría ser rey de España, siguió en tratos con Villèle para intentar conseguir el apoyo del rey francés.

Don Francisco de Paula comisionó entonces al marqués de Crouy-Chanel, un húngaro que había servido a Napoleón y a Luis XVIII, para que negociara con el presidente de México, Guadalupe Victoria, su posible aceptación de un gobierno monárquico, concediera títulos nobiliarios y empleos, concertara un préstamo de un millón de libras esterlinas (cinco millones de pesos) en Londres  y ofreciera a la Gran Bretaña algunas ventajas comerciales, con la finalidad de que el gobierno inglés no se opusiera al proyecto. Para ello le otorgó un poder absoluto al marqués.

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Infante Francisco de Paula de Borbón, hermano de Fernando VII y pretendiente al trono mexicano.

Crouy-Chanel se dirigió a Londres en 1827, pero al negarse a mostrar al primer ministro inglés George Canning, los poderes que le había conferido el infante Francisco de Paula, por no creer su deber hacerlo (muy tonto de su parte, diría yo), el premier inglés se negó a recibirlo en audiencia y el marqués no pudo negociar nada con el gobierno británico. 

A pesar de ello, la confianza del infante español era tal, que llegó incluso a nombrar a su gabinete imperial. El barón Alejandro de Talleyrand, famoso ministro de Napoleón y de Luis XVIII, se encargaría del ministerio de Relaciones Exteriores; el duque de Dino, mariscal de campo, del de Guerra; el teniente general conde de la Roche-Aymon, par de Francia, se encargaría de organizar el ejército; y el capitán de navío Gallois, organizaría la marina imperial. Además, ofreció empleos al conde de Belle-Garde, sobrino de un mariscal austríaco, al vizconde de Astier y a otras personas más. Inclusive se comenzó a pagar los sueldos de estas personas desde el día mismo de su nombramiento. Es curioso que no hubiera un sólo mexicano en ese gabinete.

Por estas mismas fechas, se descubrió en México una conspiración tendiente a devolver a México al dominio del rey de España, conocida como la conspiración del padre Arenas.

Esta conspiración fue fraguada por el padre dieguino español Joaquín Arenas en enero de 1827, apoyado por algunos españoles residentes en México. El fraile cometió el error de invitar a participar en ella al general Ignacio Mora, comandante general de la ciudad de México. Éste fingió aceptar y dio aviso de inmediato al presidente Guadalupe Victoria, quien ordenó al militar que invitara al padre Arenas a su casa con el pretexto de que necesitaba escuchar todos los detalles de la conspiración antes de sumarse a ella. Ordenó también que el diputado José María Tornel y el senador Francisco Molinos del Campo se escondieran en la misma habitación para que escucharan al sacerdote y así pudieran después servir de testigos cuando fuera enjuiciado por conspirador. 

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Guadalupe Victoria, primer presidente de México

A las cuatro de la madrugada del 19 de enero de 1827, el fraile acudió a casa del general Mora, en el barrio de San Cosme. El general mexicano le pidió detalles de la conspiración y el sacerdote mencionó que la conspiración se había fraguado en Madrid y que Fernando VII había ya nombrado un comisionado para que se hiciera cargo del mando al triunfo de la conspiración. Según el fraile, esta persona se encontraba ya en México. Además, dijo contar con el apoyo de algunos generales, canónigos y otras personas más. De este modo, la conspiración fue descubierta de forma oficial. Al darse cuenta de ello, Arenas se limitó a decir que era evidente la traición de que había sido objeto y que sólo le quedaba gloriarse de ser un mártir de su religión y de su patria.  Tras ser juzgado, el fraile dieguino fue fusilado.

Entre los complicados se encontraba también el general Gregorio Arana. Además de él se detuvo a los generales Pedro Celestino Negrete y José Antonio de Echávarri , ambos nacidos en España pero radicados en México desde hacía muchos años, y aunque a ninguno de los dos se les pudo jamás probar algún vínculo con los conspiradores, fueron desterrados del país, sin importar los servicios que habían prestado a la independencia de México.

Como consecuencia de esto, el 20 de diciembre de 1827 el Congreso mexicano promulgó una ley por la cual se expulsaba del país a todos los españoles, salvo algunas excepciones indicadas en la propia ley.

Aunque no se ha podido comprobar el vínculo existente entre esta conspiración y los proyectos del infante Francisco de Paula, no deja de ser curiosa la cercanía de las fechas de ambos acontecimientos. Acerca de este asunto, Francisco de Paula y Arrangoiz mencionaba que

"Aunque en la relación publicada en Francia de toda esta intriga, de que se ha sacado la noticia que precede, se asegura que se contaba con las personas más respetables del país, no se ha podido encontrar rastro alguno de este intento, pues aunque en el mismo año se hubiese descubierto en México la conspiración del padre Arenas, los conspiradores no tenían relación alguna con la que en Francia se proyectaba, siendo por otra parte muy diverso el plan, pues el de éstos no tenía por objeto el de Iguala, sino el restablecimiento pleno y absoluto de la antigua dependencia."

El gobierno mexicano tuvo conocimiento de los planes que se fraguaban en Francia gracias a su representante en Londres, don Vicente Rocafuerte, quien el 20 de abril de 1827 informó al ministro de Relaciones Exteriores de México, don Juan José Espinosa de los Monteros, que un mexicano apellidado García del Río, monarquista decidido, había sido designado agente encargado de realizar el cambio de república a monarquía en México.

Según Rocafuerte, García del Río se presentaría al gobierno mexicano con el pretexto de concederle un empréstito, para lo cual llevaba cartas de recomendación del famoso banquero francés Laffite. Sin embargo, en realidad se encargaría de fomentar las discordias y disminuir así la fuerza que los republicanos podrían oponer a los monarquistas.

Además, Rocafuerte asegura que se pretendía también realizar estos proyectos en el resto de la América española con el apoyo del emperador del Brasil. En Buenos Aires y Chile se colocaría un príncipe que fuera del agrado del emperador de Austria, en el Perú se crearía un reino para el general San Martín, y en Colombia se permitiría a Simón Bolívar que se titulase presidente perpetuo, rey o emperador. 

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Pedro I de Brasil

Es evidente que este proyecto carecía de apoyo efectivo en Europa, por lo que su realización era en la práctica imposible. A pesar de ello, no podemos olvidar que en México aun quedaban algunos partidarios del regreso de los Borbones, mismos que esperaban una oportunidad desde que se sintieron traicionados por Iturbide en 1822. Aunque estos no eran muchos, si eran un grupo fuerte gracias a su posición social y económica. Sobra decir que la mayoría de ellos eran sin duda alguna españoles radicados en México, por lo que se vieron afectados por la expulsión decretada en diciembre de 1827.

Desconozco si García del Río pudo llegar a México, pero lo haya logrado o no, es evidente que este plan monárquico no tuvo ninguna trascendencia en nuestra historia política y fue tan sólo un eslabón más de la cadena que culminó en 1867 con el fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo en el Cerro de las Campanas.

Lo que si queda claro es que México se salvó de tener por rey a Francisco de Paula Borbón. Siglos de matrimonios entre parientes habían provocado que la familia Borbón tuviera serios problemas de salud física y mental y don Francisco de Paula no era la excepción.


domingo, 11 de marzo de 2018

MARÍA ESTUARDO. LA TRAGEDIA DE UNA MUJER CONVERTIDA EN REINA

María Estuardo nació en el palacio de Linlithgow el 8 de diciembre de 1542. Hija y heredera del rey Jacobo V de Escocia y de María de Guisa, su historia es sin duda una de las más apasionantes que hay.

Ella nació en un mundo convulso. Un par de décadas antes había comenzado la Reforma Protestante en Europa encabezada por Martín Lutero, misma que dividió el continente, comenzando un baño de sangre sin precedentes. Escocia, desde luego, no fue la excepción.

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María Estuardo, reina de Escocia

El reino que María heredó con tan sólo seis días de nacida tenía también una historia complicada. Desde sus inicios tuvo que luchar en dos frentes: uno interno, entre los diferentes clanes y pueblos que la formaban; y uno externo, contra sus vecinos del sur, llámense romanos, anglosajones, normandos e ingleses. Desde el siglo XI Escocia buscó de forma reiterada la alianza con Francia para poder conjurar la amenaza que representaban los ingleses, aunque no siempre lo consiguió. Prueba de ello son los múltiples enlaces matrimoniales de los reyes escoceses, su padre entre ellos, con princesas francesas.

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Jacobo V y María de Guisa

Ese fue el país que le tocó gobernar. Un país dividido, convertido rápidamente al calvinismo y ambicionado por Inglaterra. Para colmo, su nacimiento no fue muy bien recibido por su padre el rey, pues en esos momentos se encontraba gravemente enfermo de cólera y ante la ausencia de hijos esperaba con ansia el nacimiento de la que sería su heredera. Al enterarse de que era mujer, de acuerdo con la leyenda exclamó: “¡Comenzó con una mujer y terminará con otra!”. Hacía alusión al hecho de que los Estuardo habían obtenido sus derechos al trono cuando María de Bruce, hija de Roberto I, se casó con Walter Estuardo, cuyo hijo sería el primer rey de la nueva dinastía. Mal pintaba el panorama para la reina niña en esas condiciones, especialmente cuando comenzó la lucha por la regencia, que en un principio quedó en manos del duque de Arran y posteriormente fue asumida por su madre.

La desgracia parecía perseguir a la pequeña. Enrique VIII de Inglaterra la había pedido en matrimonio apenas nacer para su hijo el príncipe Eduardo, con miras a unificar definitivamente los dos reinos, pero ante la negativa de la madre de la joven reina, que prefería la alianza con Francia, la guerra entre ambos reinos se reanudó. A los cinco años, María fue enviada a Francia para casarse con el heredero del trono galo, mismo al que accedió a los 17 años cuando su marido subió al trono como Francisco II. Su situación internacional era muy interesante. Reina de Escocia, reina consorte de Francia y heredera del trono inglés, al ser sobrina en segundo grado y la pariente viva más cercana de la reina Isabel I, quien no tenía hijos. El único problema es que María era católica, lo que volvía su posición aun más complicada, pues sus súbditos escoceses eran calvinistas y los ingleses anglicanos, por lo que ninguno de ellos la quería. Para colmo, un año después de ser coronada en Francia se convirtió en reina viuda al morir su joven marido, lo que la obligó a volver a Escocia, donde comenzó a reinar de inmediato.

Sus actos de gobierno nos muestran a una mujer culta e inteligente luchando contra una sociedad cerrada e intolerante, pero también a una mujer renacentista que por su educación francesa nunca pudo entender a sus súbditos, toscos e individualistas. Decretó la libertad de culto, algo inédito en la Europa de las guerras de religión, y a cambio los calvinistas no le permitieron ejercer libremente su fe católica. A pesar de todo consiguió darle al reino cuatro años de paz, necesarios para que éste recobrara el aliento.

Por desgracia para la reina, su buen juicio en el gobierno se nubló por su mala elección en la vida sentimental. Se casó en segundas nupcias con su primo lord Darnley, un vividor que por sus ansias de poder intentó eliminar a su propia esposa, la reina, y sumió al país en una terrible guerra civil, hasta que fue asesinado por el conde de Bothwell, con quien María se casó al poco tiempo. Así, las sospechas sobre el asesinato cayeron sobre ella y una nueva rebelión la obligó a abdicar al trono en 1567 en favor de su pequeño hijo, Jacobo VI.

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Lord Darnley

Tomó entonces una de sus peores decisiones. Cruzó la frontera buscando refugio en la corte de su tía Isabel de Inglaterra, pero ésta ordenó su detención. Grave error, teniendo en cuenta que para su tía ella era un peligro, ya que los católicos no consideraban a Isabel como la reina legítima de Inglaterra aduciendo que era hija bastarda de Enrique VIII, por lo que para ellos María era la auténtica reina de Inglaterra. Así que Isabel recibió con alegría a su sobrina, pues en su corte podría tenerla muy bien vigilada. Los derechos de María al trono inglés provenían de Margarita Tudor, hermana mayor de Enrique VIII, quien casó con Jacobo IV de Escocia, abuelo de María. Y para su desgracia, pero por fortuna para ambos reinos, Isabel no tenía ningún pariente más cercano.

Su vida en la corte inglesa ha sido muy estudiada, aunque generalmente sin mucho rigor. Por varios siglos, los autores católicos la vieron como la reina mártir en manos de la perversa inglesa protestante, mientras que los autores protestantes la vieron como la eterna conspiradora al servicio del Papa que buscaba acabar con la reforma religiosa en Inglaterra y restaurar el catolicismo. En realidad no era ni una cosa ni la otra. Si bien se le asoció siempre con varias conspiraciones tendientes a derrocar a su tía Isabel, se trataba más bien de personas que utilizaban su nombre sin su consentimiento. María sabía muy bien lo frágil de su posición en Inglaterra y es difícil por ello pensar que podría conspirar en contra de la reina. Por otro lado, María ya había demostrado su tolerancia religiosa al decretar la libertad de cultos en su propio reino, por lo que cuesta trabajo imaginarla conspirando para erradicar el protestantismo de Inglaterra y retornar ese reino al catolicismo. Ella conocía bien la historia de su otra tía la reina María de Inglaterra, conocida como María la Sanguinaria, quien nunca pudo reimplantar el catolicismo en su país, a pesar de contar con el apoyo de su marido Felipe, en ese entonces príncipe heredero de España e hijo de Carlos V, el monarca más poderoso de Europa.

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Isabel I de Inglaterra

Finalmente, el 8 de febrero de 1587 la reina Isabel ordenó su ejecución, tras descubrirse una nueva conspiración que pretendía utilizarla para derrocar a la reina inglesa y a la que María, quizá de forma no tan inocente como algunos pretenden, había dado su bendición. La tragedia la persiguió hasta el final, pues se dice que el verdugo tuvo que asestar cincuenta golpes con el hacha para poder cortarle la cabeza. Un verdugo sin mucha experiencia en el oficio, la verdad.

Pero el legado de María llegó 16 años después. Al permitir que su hijo Jacobo se educara en una Escocia protestante, logró que a su muerte se convirtiera en el único heredero de Isabel, siendo coronado rey de Inglaterra e Irlanda a la muerte de ésta en 1603. Se cumplía así un sueño largamente acariciado por los monarcas ingleses, aunque por ironías de la historia, sería un rey escocés y no uno inglés el que lograría unir ambas coronas. Además, con el paso del tiempo la vida de María comenzó a caer en el terreno de la leyenda, lo que ayudó a convertirla, sin duda alguna, en la reina más popular de Escocia.