sábado, 11 de agosto de 2018

ENTRE DESFILADEROS Y POLEMONES: A JAIME AVILÉS CON CARIÑO

El pasado 8 de agosto se cumplió un año de la muerte de Jaime Avilés, el mejor cronista mexicano de nuestra época además de un gran y querido amigo. Como si el destino en persona quisiera rendirle un homenaje, su aniversario luctuoso coincidió con la entrega por parte del Tribunal Electoral de la constancia de presidente electo a su gran amigo Andrés Manuel López Obrador, quien por cierto lo mencionó en su discurso frente a la autoridad electoral, justo después de Emiliano Zapata, de quien se cumplía también un aniversario de su nacimiento.

Leí con agrado una serie de textos que algunos de sus amigos y colaboradores publicaron para recordarlo en este su primer aniversario luctuoso y pensé que yo también debía escribir el mío. Tengo mucho que contar, aunque al final decidí que algunas cosas las guardaré para mí. Son mis recuerdos y sólo yo puedo seleccionar cuáles quiero compartir.

Jaime y yo llegamos a ser muy buenos amigos. No digo que fuera su mejor amigo, porque creo que ese honor le corresponde a Pedro Cote. Nos apreciábamos en verdad y puedo decir sin temor a equivocarme que soy uno de sus pocos amigos con quien jamás se peleó. Porque es indudable que Jaime tenía su carácter y si quería podía ser la persona más difícil del mundo. Hay muchas cosas de las que ya no me acuerdo o no me acuerdo bien, pero aquí trataré de escribir las que más me gustaron de nuestros años de amistad.

Yo lo conocí, si mal no recuerdo, a finales de 2003 en casa de unos grandes amigos en común, Oliver y Caro. En esa ocasión ni nos hicimos caso. Nos presentaron, nos dimos la mano, y cada uno continuó con su vida como si nada. Yo había leído su columna en La Jornada pero en ese momento no ligué su nombre con el del autor de El Tonto del Pueblo o Desfiladero. Y él, por supuesto, no tenía por que saber quién demonios era yo.

Unos meses después volvimos a encontrarnos, de nueva cuenta en casa de Oliver y Caro, y en esta ocasión si platicamos. Y nos caímos bien. A él le llamó la atención que Judith, mi pareja, se refiriera a mí como "el historiador" (esa es mi profesión) en lugar de utilizar mi nombre de pila. A mí me llamó la atención su boca huérfana de algunos dientes que había perdido en una reciente pelea con un taxista. Con el tiempo él se puso dientes artificiales y comenzó a referirse a Judith y a mí como "los historiadores".

Poco a poco nos fuimos haciendo amigos de la mano de Pedro Cote, otro gran personaje del que vale la pena hacer una reseña aparte.

Yo lo admiraba y lo apreciaba y él me correspondía con la misma moneda. Sin embargo, ni yo mismo sabía porque nos llevábamos tan bien si teníamos opiniones muy diferentes en algunas cosas. Jaime era un taurino apasionado (escribía una columna sobre toros en La Jornada bajo el seudónimo de Lumbrera Chico) y yo detestaba y detesto la llamada Fiesta Brava. Jaime era noctámbulo y yo soy más bien diurno con cara de mañanero, como digno hijo de mi señor padre. Quizá eran más las cosas que nos unían, como nuestra admiración y respeto por Andrés Manuel López Obrador, nuestro desprecio por el subcomandante Marcos, nuestra ideología izquierdista tirando a radical, nuestro pasado combativo y nuestro gusto por la risa y los amigos.

El día que nos hicimos amigos

Pocas veces en mi vida he reído tanto como cuando Jaime contaba algunas de sus anécdotas, pues era un cronista y un histrión consumado. Recuerdo en especial cuando nos contó a "los historiadores" sobre la ocasión en que decidió criar conejos en el tejado de su casa a principios de los años ochenta. Esa etapa coincidió con su visita a la Unión Soviética como parte de una delegación del Partido Socialista Unificado de México (el antiguo Partido Comunista). Según Jaime, decidió aprovechar la oportunidad y ofrecerle al ministro de economía soviético un jugoso negocio mediante el cual él surtiría de carne de conejo al oso comunista. El ministro lo miró muy serio y le dijo que la URSS necesitaba 1,000 toneladas semanales de dicho producto, que si Jaime se comprometía a surtir esa cantidad, se podría hacer el negocio. Avilés lo miró pensativo y se retiró despacio mientras hacía cuentas pensando si sus conejos de azotea serían suficientes para cubrir la demanda soviética. No se si la historia fuera real, pero Jaime la contaba con una gracia que te obligaba a desternillarte de risa.

Como parte de su trabajo en la prensa, Jaime tenía un don especial para inventarse nombres. Cómo olvidar otra de sus historias de cuando trabajaba en el Unomasuno y pidió parar las prensas para incluir en la edición una supuesta entrevista con el doctor Donald Drinkwater Nevermilk, de la Universidad de Old Sweter, acerca de la contaminación en el Lago de Chapultepec. ¡Y según él se la publicaron!

En otra ocasión, utilizó el nombre de Francesco Mossca para tenderle una trampa a Guido Belsasso, Comisionado contra las Adicciones del gobierno foxista, y así desentrañar una red enorme de tráfico de influencias que éste funcionario coordinaba. Al contarte esa historia, una vez más te obligaba a llorar de tanto reír. ¡Era genial!

Cuando llegó el vergonzoso episodio del desafuero en contra de López Obrador, Jaime y yo ya éramos buenos amigos. Con él fuimos a varias de las marchas organizadas para exigirle al gobierno de Fox que cesara en la injusta persecución de Andrés Manuel, ya entonces conocido como El Peje, y cuya finalidad real era impedir que éste se lograra postular como candidato a la presidencia del país. De esa etapa recuerdo en especial una enorme manifestación en el Zócalo capitalino en la que participaron casi un millón de personas y que terminó con una torrencial lluvia que, no obstante, no ahuyentó a los seguidores del Peje. Sólo yo llevaba paraguas, por lo que terminamos bajo él, en medio de la plaza, Jaime, su hija Juncia, Judith y yo, todos abrazados como muéganos. Los pies se nos empaparon pero al menos conservamos seca la cabeza. Y en medio de la lluvia, no podíamos parar de reír por lo absurdo de la posición en que nos encontrábamos y por los comentarios que Jaime hacía al respecto.

Poco después vino el fraude de 2006 por el cual Felipe Calderón le robó el triunfo a López Obrador. En la primera concentración convocada por Andrés Manuel en contra del fraude, se juntaron casi dos millones de personas. El Zócalo y todas las calles que lo rodean estaban a reventar de gente. Y hablo de forma literal. Jaime, gracias a sus contactos, se encontraba en un balcón del edificio de gobierno de la Ciudad de México para hacer su crónica y desde ahí nos habló por teléfono para preguntarnos dónde estábamos nosotros. Judith y yo veníamos caminando por la avenida 20 de Noviembre. Nos dijo que fuéramos al edificio de gobierno donde se encontraba y él en persona nos abriría la puerta para que pudiéramos ver desde lo alto la magnitud de la manifestación. En eso quedamos. Pero entre más nos acercábamos, más difícil era caminar entre la multitud. Sin embargo, logramos llegar a la esquina del edificio. Faltaban tan sólo unos veinte metros para llegar a la puerta pero fueron imposibles de recorrer. Al final nos quedamos en la calle, y aunque no pudimos apreciar el tamaño de la concentración desde arriba, si pudimos ver de primera mano la indignación y la rabia del pueblo mexicano contra la imposición de Felipe Calderón. Después de que hablara Andrés Manuel desde un templete, la gente se comenzó a retirar y así logramos al fin acercarnos a la puerta, a donde Jaime bajó rápidamente para recibirnos e intercambiar impresiones con nosotros. Fue un momento increíble.

Las cosas se pusieron feas y en las concentraciones callejeras la gente pedía armas para luchar contra el gobierno. En ese momento Andrés Manuel López Obrador, tras consultar con algunos de sus más cercanos colaboradores, le propuso a la multitud organizar un plantón sobre el Paseo de la Reforma como forma de protestar contra el fraude. Mucha gente no lo quiere entender todavía, pero con eso se desactivó una más que posible rebelión armada y se encauzó la lucha por la vía pacífica. A Judith y a mí Jaime nos informó de la decisión, poco antes de que ésta se hiciera pública, en una reunión en La Casa de las Sirenas, un conocido restorán situado a espaldas de la Catedral, junto con otras personas más cuyos nombres ya no recuerdo. Creo que ahí se encontraba Jesús Ortega, pero no estoy muy seguro.

Aquí estamos haciendo el tonto en Tulum


Instalado el plantón, y aprovechando que yo trabajaba en una institución cultural ubicada en la avenida Madero, por donde también se instalaron las carpas, Jaime y yo las visitamos con frecuencia para conocer de primera mano la forma en que la gente vivía en ellas y cómo el ánimo se mantenía a pesar del paso del tiempo. Cuando Jaime llegaba, me hablaba por teléfono, yo bajaba a la calle y comenzábamos a caminar.

Dos años después, en 2008, "los historiadores" nos mudamos a vivir al centro, en la calle de Bolívar. Para Jaime fue una gran noticia, pues aprovechaba nuestro domicilio como base para escribir sus crónicas después de participar en alguna de las múltiples manifestaciones en contra del gobierno de Calderón. Yo le prestaba mi computadora y él, invariablemente, se quejaba de la mala luz que había en la habitación donde la tenía. Pero comenzaba a escribir y no paraba en, por lo menos, una hora. Así cubrió varias de las manifestaciones convocadas por el sindicato de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, cuya empresa fue liquidada por el infame borrachín de Calderón.

Ese mismo año Jaime me invitó a escribir un artículo en La Jornada sobre la historia del petróleo en México, como parte de la lucha contra los deseos privatizadores del gobierno del pelele. Así lo hice y el periódico publicó mi artículo bajo el singular título de "2000 años de chapopote". Cuando la ley privatizadora del petróleo llegó al Senado, la gente se organizó para bloquear las oficinas del órgano legislativo, en especial un grupo de valientes mujeres conocidas como "Las Adelitas", entre las que estaba Jesusa Rodríguez, gran amiga de Jaime. Como el Senado estaba a dos cuadras de mi casa, una vez más Jaime la tomó como base para descansar tras pasar todo el día en medio de la protesta, a la cual, desde luego, siempre que podía lo acompañaba yo.

Imitando a una garza (según él)

2009 trajo otra sorpresa de Jaime. La mamá de Judith vino a visitarnos desde Ciudad Juárez y, mientras la paseábamos, Jaime me habla por teléfono. "¿Qué van a hacer en la noche?", me preguntó. "No tenemos nada planeado, pero está aquí la mamá de Judith. ¿Por?". "Me invitaron a una reunión de masones y no quiero ir solo. ¿Se apuntan?". Tras preguntarle a Judith y a mi suegra, decidimos ir. Era la primera vez para los cuatro que veíamos una ceremonia de éstas y la verdad que fue muy interesante. Dos días después Jaime nos invitó a cenar a su casa en Mixcoac para agradecernos por acompañarlo, pues según me dijo entonces, no estaba seguro de si tan sólo lo habían invitado sus amigos por cortesía o si querían convertirlo en masón. En esa ocasión nos preparó su famoso pastel de carne del que se sentía muy orgulloso, pues también hay que decirlo, era un buen cocinero.

En 2010 Judith y yo nos fuimos a vivir a Nueva York por cuestión del trabajo de ella en la ONU. Judith se fue en mayo y yo me quedé en México hasta finales de julio. En esos meses, Jaime me buscó con mucha frecuencia para invitarme a tomar una copa. Aunque yo no era aficionado a los bares, en varias ocasiones acepté, más por cariño a él que por otra cosa. Al final me fui a Estados Unidos y en cuanto tuve teléfono, le pasé mi número.

Sin embargo, pasaron casi dos años sin que nos habláramos. Yo lo veía en Facebook, pero nada más. En abril de 2012, sin embargo, recibí un mensaje un poco raro. Era Jaime para avisarme que Paquita la del Barrio había fallecido. La noticia era falsa, desde luego, pero fue el camino que decidió tomar para reanudar el contacto con nosotros. ¡Así era Jaime!

Ese año había elecciones presidenciales y decidimos ir a México para votar y ver a nuestros amigos. Desde luego, Jaime fue uno de ellos, aunque para ser sinceros no recuerdo que hicimos en aquella ocasión.


Modelando en poses sensuales


Ese mismo año, ya de regreso en Nueva York, Judith y yo decidimos pasar las vacaciones decembrinas en Tulum, Quintana Roo. Sabíamos que Jaime se encontraba ahí en esas fechas en un pequeño hotel de playa propiedad de un buen amigo suyo, al que iba todos los años, así que le hablamos y de inmediato se contactó con su amigo para conseguirnos un precio más que excelente para poder quedarnos ahí. Tras agradecerle el gesto, le preguntamos en un mensaje de texto si quería que le lleváramos algo de Nueva York. Su respuesta llegó de inmediato: "unos sweet beans". "¿Qué?", le respondí. "Unos sweet beans", volvió a escribirme. Bueno. Yo no sabía de la existencia de ese tipo de frijoles, así que decidí investigar. Resulta que en Inglaterra son muy apreciados y forman parte de un típico desayuno inglés, con huevos y pan. Así que fuimos al supermercado y le compramos varias latas.

Al llegar a Tulum, nos recibió Jaime, junto con su hija Juncia y su sobrino Jerónimo. Cuando le dimos sus sweet beans la cara se le iluminó, pues no pensó que se los fuéramos a llevar. De inmediato dio sus instrucciones para que la mañana siguiente el cocinero del hotel, un hombre a quien Jaime se dirigía como "El Sargento", preparara huevos con sweet beans. Ese viaje fue memorable, pues fiel a su costumbre, Jaime nos hizo reír como locos.

No volvimos a saber de él en un par de años, fuera de lo que yo veía en internet o las noticias que nos daba Pedro Cote. En 2014 yo vine de nuevo a México, por motivos laborales, y de inmediato Jaime se puso en contacto conmigo. "Tenemos que platicar", me dijo. "Nos vemos en la tarde en el Museo Casa de la Memoria Indómita". Cuando llegué, estaba comenzando la presentación de una exposición sobre los desaparecidos en México por la absurda guerra contra el narco desatada por Calderón y continuada por el infame Peña Nieto. Al acabar el evento, nos fuimos a tomar un café y entonces Jaime me dijo muy tranquilo: "Le hablé de ti a Andrés Manuel y te quiere conocer. Está preparando un nuevo libro sobre historia de Tabasco y yo le dije que tu eras historiador y podías ayudarle revisando el texto." No podía creerlo. Ya en una ocasión Jaime me lo había presentado, pero ahora se trataba de trabajar con él. Yo estaba feliz.

Una semana después nos encontrábamos en la sede de Morena en la colonia Roma y ahí lo conocí en privado. Esto me sirvió para corroborar la excelente opinión que tengo de nuestro presidente electo. Nos veíamos una vez a la semana, los tres juntos, y ahí yo le enseñaba las precisiones o adiciones que había hecho al texto (que en realidad no fueron muchas pues Andrés conoce muy bien la historia de su estado) y siempre me escuchaba con respeto y defendía los cambios propuestos que no le parecían adecuados. Trabajamos en el libro por dos meses hasta que, ya casi concluido, decidí regresar a Nueva York.

En esa misma estancia en mi ciudad natal, un día Jaime me habló para invitarme a un evento un tanto extraño: una degustación para periodistas organizada por un chef que acababa de abrir su restorán en la Condesa. A Jaime le avisó un conocido y decidió hacerse pasar por corresponsal de La Jornada para acudir al banquete gratuito. Para variar, llegamos tarde. Sin embargo, el chef nos recibió y nos obsequió con una cena deliciosa negándose por completo a cobrarnos. Correspondimos el gesto con una jugosa propina para el mesero. Entonces el chef se acercó a nosotros y nos dijo que había reconocido a Jaime de inmediato y que, aunque sabía que ya no estaba en La Jornada, había decidido compartir con él sus platillos por la admiración que le tenía. Jaime se puso rojo por la vergüenza de haber sido descubierto en su pequeña trampa pero le agradeció al chef con un fuerte abrazo. Esa era otra de las cosas que me agradaban de Jaime: cuando caminabas con él por la calle siempre se le acercaban muchas personas a saludarlo, en especial lectores de su columna, y él, aunque no los conociera, aceptaba los saludos y decía algunas palabras amables.

Cuando decidimos regresar a México para no volver más a la ciudad de los rascacielos, Pedro Cote organizó una cena de bienvenida en su casa a la que nos invitó a nosotros y a Jaime. El reencuentro fue muy cariñoso, aunque en esos momentos Jaime pasaba más tiempo en Guadalajara que en México por motivos de su revista digital Polemón.

Por ese motivo nos pudimos ver en muy pocas ocasiones. Sin embargo, por whatsapp el contacto era frecuente. Y fue así como de repente nos llegó la noticia. Pedro me avisó. Judith estaba en Ciudad Juárez visitando a su familia. "Jaime está muy grave en el hospital Ángeles, lo van a operar". En ese momento no supo decirme que tenía. Así que sin pensarlo me fui al hospital. Ahí me encontré a Juncia y a Julio, sus hijos, solos en la sala de espera, quienes me informaron con más detalle. A Jaime lo operarían del cerebro. Ese día no pude verlo, pero al siguiente sí. Desde entonces, cada que podía me iba al hospital a verlo. Primero al Ángeles, luego a Cancerología y por último a casa de su mamá.

En una de sus visitas a nuestra casa en el Centro de la Ciudad de México, disfrazados de "chinos" (según nosotros)

Aunque se veía que su salud decaía a pasos agigantados, Jaime seguía como siempre: ocurrente, combativo y deseoso de escribir un texto para su revista Polemón. Dos días antes de su muerte lo pude ver en el Instituto Nacional de Cancerología, gracias a que logré colarme, pues las visitas estaban muy restringidas. Fue su hermano Carlos quien me facilitó el pase. El 8 de agosto a las 6:30 de la mañana, mientras caminaba hacia el colegio en el que doy clases de historia, me llegó el mensaje de Juncia. Jaime acababa de fallecer.

Me dolió mucho. Desde entonces extraño al amigo. Extraño al que me hacía reír y me contagiaba su fe en la lucha por lograr el triunfo y acabar con el mal gobierno en México. Esto lo digo porque en más de una ocasión, después de más de treinta años de luchar sin ver ningún cambio, llegué a desesperar y pensé en tirar la toalla, pero Jaime me regañaba y me convencía de que aun había esperanza.

Yo se que a muchos no les va a agradar lo siguiente pero es lo que pienso. Al igual que yo, Jaime era ateo. Al igual que yo, por lo mismo, no creía en ninguna de esas tontería de la vida eterna. En una ocasión me lo dijo con todas sus palabras: "Cuando te mueres, te mueres y ya. No hay nada. No queda tu espíritu ni nada de esas cosas. Sólo tu recuerdo". Por eso yo, en lo personal, es una cuenta pendiente que le tengo a Calderón y Peña Nieto. Por su culpa, mi amigo no pudo ver el triunfo de su querido Andrés Manuel. Le arrebataron a la mala ese gusto, por el cual luchó muchos años, y yo jamás se los perdonaré.

Cuando murió, Andrés Manuel López Obrador, a quien volví a ver en el velorio y con el cual pude platicar largamente sobre nuestro amigo en común, dijo que Jaime fue "símbolo de la prensa independiente, apasionado y rebelde, defensor de causas justas". Una excelente descripción del mejor cronista que ha tenido México en los tiempos recientes.

Se que tu espíritu, como tu cuerpo, ya no está, pero a tu recuerdo le envío muy seguido un abrazo muy grande, mi querido Jaime.


martes, 31 de julio de 2018

LOS JUDÍOS EN PALESTINA, UNA LARGA Y COMPLICADA HISTORIA (4a PARTE)

Terminada la Segunda Guerra Mundial, la situación de Palestina se hizo cada vez más conflictiva y Gran Bretaña, debilitada por la lucha, se mostró incapaz de resolver el problema palestino o de sostener el mandato.

Los británicos decidieron permitir una cuota de inmigración a Palestina de 1,500 judíos mensuales; la Haganah, organización clandestina de milicias judías, estableció entonces un sistema de inmigración ilegal a gran escala, y en las costas de Europa se fletaron barcos que condujeron a las playas palestinas a hombres, mujeres y niños judíos desplazados de sus lugares de residencia como resultado de la gran guerra que acababa de concluir.

Ya para entonces había desaparecido la Sociedad de Naciones, cuyo lugar fue ocupado de inmediato por la Organización de las Naciones Unidas.

Gran Bretaña se dispuso a impedir los desembarcos de judíos y envió unidades de su flota a patrullar las costas de Palestina; los judíos que lograron burlar esa vigilancia y penetraron en su “tierra prometida”, fueron encerrados en campos de concentración en número superior a los 55,000.

Dichas circunstancias agravaron la tensión ya existente entre árabes y judíos, por lo que el 18 de febrero de 1947 la Gran Bretaña anunció ante la ONU su deseo de dar por terminado el mandato sobre Palestina, y el 2 de abril de 1947 invitó a la Asamblea General a hacer proposiciones respecto a la situación y al futuro gobierno de ese territorio.

El 15 de mayo se creó un Comité Especial de las Naciones Unidas para Palestina (UNSCOP), compuesto de 11 miembros. Dicho Comité dio dos recomendaciones, una mayoritaria (Canadá, Checoslovaquia, Guatemala, Holanda, Perú, Suecia y Uruguay) que proponía la creación de dos Estados, uno árabe y otro judío, y una minoritaria que proponía la creación de un solo Estado Federal binacional.

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Mientras se discutía este proyecto, el Alto Comité Árabe hizo el anuncio terminante de que el mundo árabe, formado por sesenta millones de personas, “luchará hasta el último hombre” contra la partición de Palestina y la creación dentro de sus fronteras de un estado judío.

“Sólo podrá ser creado sobre nuestros cadáveres” exclamó el delegado árabe Jamal Husseini, sobrino del gran Muftí de Jerusalén. Por su lado, Moshe Shertok, de la Agencia Judía y portavoz oficial de los judíos de Palestina, expresó que si la ONU dejaba de ejecutar la voluntad de la Asamblea, que era la de dividir la Tierra Santa, el derramamiento de sangre alcanzaría mayores proporciones de las anunciadas por los árabes.

“Habrá una afluencia extraordinaria de judíos para acudir al rescate de los de Palestina y llegarán de lejos, de países grandes y pequeños”, dijo Shertok. También agregó: “los judíos, que tanto han sufrido, no se dejarán intimidar en sus deseos de establecerse en un sitio del planeta, sólo para eludir las amenazas de los árabes al millón de judíos que reside en otros países. Si las Naciones Unidas eluden el cumplimiento de su deber, el derramamiento de sangre será mayor que si se lleva a cabo la partición. De todas partes llegará ayuda para los judíos”.

Por su parte, Husseini habló de un levantamiento general en el mundo árabe si se intentaba siquiera la partición: “Tengo el deber de dejar perfectamente establecido que estamos resueltos a luchar hasta el último hombre contra la existencia, dentro de nuestro país, de un estado judío, no importa lo pequeño que pudiera ser. Si se llega al establecimiento de dicho estado, sólo se logrará sobre nuestros cadáveres”.

También agregó: “Todos los hombres, entre los sesenta millones de personas del mundo árabe, se dan cuenta de la posición tan especial de Palestina y todos se hallan dispuestos a defenderla con el mismo celo y espíritu de sacrificio con que defenderían el suelo que les vio nacer. No pueden permitir el establecimiento de un pueblo antagónico y ambicioso en el corazón de su territorio, un estado que por medio de constante agitación sería una rémora para el progreso y desenvolvimiento de la nación”.

Sin embargo, el proyecto de división territorial fue aprobado por la Asamblea General de la ONU el 29 de noviembre de 1947, estableciéndose que el mandato británico terminaría el 1º de agosto de 1948. Esta fue la Resolución 181-II, que establecía la existencia de dos estados independientes, con un régimen particular para la ciudad de Jerusalén que estaría bajo la autoridad de las Naciones Unidas. Además, se contemplaba una unión económica entre ambos estados.

En dicha Resolución se establecía que el Estado árabe contaría con 11,800 km2 y el judío tendría 14,500 km2. Pero la porción de Palestina asignada a los árabes palestinos era preponderantemente montañosa, desértica e improductiva, mientras que la mayor parte de la fértil faja costera fue asignada para el estado judío. Esto a pesar de que el 65% de la población palestina era árabe contra un 33% de judíos, además de que en ese momento se estima que el 85% de la tierra se encontraba en manos de los árabes y tan sólo el 7% en las de los judíos. Incuso en el distrito de Jaffa, donde más judíos vivían, éstos tan sólo tenían el 37% de las tierras. La misma UNSCOP reconoció que esta Resolución violaba el principio de la libre autodeterminación de los pueblos, pero aseguraba que su propuesta buscaba evitar un conflicto mayor con la partición del territorio.

A pesar de que en dicha Resolución se fijaba la retirada de Inglaterra para el 1º de agosto de 1948, ésta se realizó antes, el 14 de mayo del mismo año.

El 15 de mayo, David Ben Gurión anunció de forma unilateral la creación del Estado de Israel, cuyo primer presidente fue Chaim Weizmann, el cual fue reconocido de inmediato por los Estados Unidos y por la URSS. El 11 de mayo de 1949, casi un año después, Israel fue aceptado como el miembro número 59 de las Naciones Unidas, a pesar de la oposición de los países árabes.

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David ben Gurión

Desde un principio, Israel no respetó las fronteras fijadas por la resolución de partición consagrando el establecimiento de un estado judío y uno árabe. Israel no sólo ocupó el territorio propuesto para el estado judío, sino que, aprovechando la desorganización de los palestinos, se apoderó además de una porción sustancial del territorio reservado al propuesto estado árabe.

El territorio ocupado por Israel ascendió a 20,850 km2, del total de los 26,300 km2 que representaba la totalidad del área territorial de Palestina.

Con estos sucesos, se internacionalizó el conflicto armado entre los árabes y los israelíes. El 15 de mayo de 1948, la Liga Árabe (integrada por Siria, Egipto, Arabia Saudita, Irak, Líbano y Jordania) declaró el estado de guerra; Egipto movilizó 10,000 hombres, Siria 4,000, Líbano 1,000, Irak 5,000 y Transjordania (actual Jordania) 5,000, contra 25,000 hombres de la Haganah y 10,000 de granjas agrícolas judías. La ofensiva árabe fue encabezada por el rey Abdullah de Jordania y Palestina fue invadida por varios puntos simultáneamente.

El 11 de junio las Naciones Unidas decretaron un cese al fuego. Durante la tregua, los ingleses que abastecían a los árabes, decidieron respetar el cese al fuego, pero Israel siguió recibiendo clandestinamente refuerzos en aviones, armas y voluntarios desde Checoslovaquia. El 15 de julio se volvió a ordenar un cese al fuego por el Consejo de Seguridad de la ONU, pero el 17 de septiembre, el conde sueco Folke Bernadotte, mediador en el conflicto y representante de la ONU en Palestina, fue asesinado por terroristas del Grupo Stern, grupo judío disidente, en la parte israelita de Jerusalén.

Finalmente, en 1949 se firmó un armisticio entre Israel y cada uno de los países árabes que intervinieron en el conflicto. El 27 de febrero con Egipto; el 23 de marzo con Líbano; el 3 de abril con Jordania y el 20 de julio con Siria. Arabia Saudita e Irak se negaron a concertar ningún acuerdo. De manera general, las líneas de tregua se convirtieron, mediante los tratados de armisticio, en las fronteras de Israel. Durante las negociaciones ninguno de los países se preocupó por la suerte de los palestinos; del territorio que se consideró en la Resolución de partición para crear el estado árabe, no quedó nada. La franja de Gaza se incorporó a Egipto, Cisjordania a Jordania y el resto a Israel.

En ese momento comenzó la fuga masiva de palestinos; 250,000 permanecieron en Israel, 350,000 se fueron a la franja de Gaza, 1,000,000 a Jordania y 180,000 a otros países. Se comienza entonces a hablar de refugiados palestinos.

En ese mismo año de 1949, como dije antes, Israel fue aceptado como miembro de la Organización de las Naciones Unidas, a través de la Resolución 273.

Los acuerdos de armisticio entre los países árabes e Israel, dieron fin a la lucha armada entre aquellos y éste, pero también dieron inicio al problema del pueblo palestino, convirtiéndolo en un pueblo de refugiados.

Sin embargo, la ONU no abandonó por completo a los palestinos, ya que les reconoció derechos, como el de retorno e indemnización, aunque estos derechos nunca llegaron a concretizarse. Por otro lado, mediante la Resolución 302 (IV) del 8 de diciembre de 1949, se creó un Comité Especial de las Naciones Unidas para los refugiados (UNRWA), que de inmediato decidió el establecimiento de campos de refugiados palestinos en los países árabes. Aún cuando en 1952 desapareció de la agenda de la Asamblea General de la ONU la cuestión palestina, la UNRWA siguió funcionando y preocupándose por esta cuestión, tal como se mostró en el reporte anual del comisionado general de la UNRWA (United Nations Relief and Works Agency for Palestine Refugee in the Near East).

A pesar del armisticio concretado, no se puede decir que existió un estado de paz entre los países firmantes, sino más bien un estado de pre-guerra latente, siendo así que los estados árabes no reconocieron al Estado de Israel.

En la década de los años cincuenta se empezaron a formar organizaciones de guerrilleros palestinos, y en la década de los sesenta, en el año de 1964 para ser más exactos, se creó la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Las guerrillas palestinas organizaron operaciones de comandos que provocaron la inmediata toma de represalias por parte de Israel.

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El estado de pre-guerra latente a que se hizo mención anteriormente estalló por fin en 1967, con la Guerra de los Seis Días (5 al 10 de junio de 1967). Sus orígenes se remontan a la nacionalización del Canal de Suez por Egipto en 1956. En esa ocasión Francia, Inglaterra e Israel agredieron de inmediato a Egipto y ocuparon la Franja de Gaza.

En mayo de 1967, el presidente egipcio Nasser solicitó a las Naciones Unidas el retiro de las fuerzas de la ONU que se encontraban estacionadas en la Franja de Gaza desde 1957, y cerró el estrecho del Tiran al paso de todo barco israelí. El ambiente se tensó. Jordania firmó un pacto de defensa mutua con Egipto y se reconcilió con la OLP, con la que había roto relaciones a consecuencia de las reclamaciones de ésta por las represiones del gobierno del rey Hussein a las manifestaciones palestinas antiisraelitas en Cisjordania, perteneciente en ese tiempo, como ya dije, a Jordania. Irak se unió al pacto de defensa mutua poco después.

Entre el 5 y el 10 de junio Israel llevó a cabo un ataque preventivo, derrotando en sólo seis días a los árabes. La ONU decretó un cese al fuego y se volvió a presentar en el seno del Consejo de Seguridad el problema árabe-israelí. Así, el 22 de noviembre de 1967, el Consejo de Seguridad aceptó unánimemente la controvertida Resolución 242.

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A pesar de que esta Resolución trata el problema palestino como un simple problema de refugiados, su estudio es importante en vista de que representó un punto de partida para buscar una solución al conflicto árabe-israelí. En el primer punto afirma que para que se puedan cumplir los principios de la carta de San Francisco (con la que se crea la ONU), se requiere el establecimiento de una paz justa y duradera en el Medio Oriente y se debe buscar la aplicación de los siguientes principios:

1.- El retiro de todas las fuerzas armadas israelíes de los territorios ocupados en el reciente conflicto; y
2.- Terminación de todas las disputas o estados de beligerancia y respeto y reconocimiento de la soberanía, la integridad territorial e independencia política de cada Estado en el área y de su derecho a vivir en paz dentro de fronteras seguras y reconocidas, libres de amenazas o actos de fuerza.

El segundo punto afirma la necesidad de:

1.- Garantizar la libertad de navegación a través de aguas internacionales en el área;
2.- Alcanzar un arreglo justo al problema de los refugiados (en este punto no se establece si la referencia a refugiados es a aquellos de 1948 o a los de 1967); y
3.- Garantizar la inviolabilidad territorial e independencia política de cada Estado en el área a través de medidas que incluyan el establecimiento de zonas desmilitarizadas.

Esta Resolución fue aprobada tanto en inglés como en francés, los dos idiomas oficiales del organismo internacional, aunque existe discrepancia entre las dos versiones. En el texto en francés, al hablar del retiro de fuerzas israelíes, se infiere que es al retiro de todos los territorios ocupados, y en la versión en inglés se infiere que es al retiro de sólo parte de dichos territorios. Hasta la fecha nadie se ha puesto de acuerdo. Los árabes se adhieren al texto en francés y los israelitas al texto en inglés.

Sin embargo, la Resolución 242 fue muy incompleta, ya que no mencionó el problema de Jerusalén y los llamados Lugares Santos, daños de guerra, la limitación de la carrera armamentista, la compensación de los refugiados, ni la cuestión palestina.

Los territorios ocupados a que hemos hecho mención como consecuencia de la guerra de 1967, son Cisjordania (quitada a Jordania), la Franja de Gaza y el Sinaí (quitados a Egipto) así como las alturas del Golán (quitadas a Siria). Esto provocó un nuevo éxodo de palestinos.

El 20 de marzo de 1968, Israel atacó la base principal de los guerrilleros palestinos en Karamah, Jordania, pero fue rechazado. La batalla de Karamah marcó uno de los grandes acontecimientos de la resistencia palestina y un nuevo rumbo de la OLP, la cual comenzó a tener más apoyo oficial árabe y promovió el reclutamiento para la guerrilla, logrando también una unificación organizativa.

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Rey Hussein I de Jordania

El rey Hussein de Jordania extendió su apoyo formal a los guerrilleros, llegando incluso a decir que “los comandos, en Jordania y en territorios ocupados, tienen el derecho más estricto, más absoluto, a resistir al ocupante”. Sin embargo, esto provocó una progresiva independencia y fuerza política y militar por parte de los palestinos en Jordania, llegando a ser incluso peligroso para la monarquía hachemita. Por ello se empezó a crear un plan jordano para la liquidación de la resistencia palestina.

(Continuará)



domingo, 29 de julio de 2018

LOS JUDÍOS EN PALESTINA, UNA LARGA Y COMPLICADA HISTORIA (3a PARTE)

En 1917 se produjo un hecho de gran importancia histórica: la “Declaración Balfour”. Se conoce con ese nombre a la carta enviada el 2 de noviembre de 1917 por lord Arthur Balfour, canciller británico, a lord Lionel Rothschild, representante del Comité Directivo de la Organización Sionista Internacional.
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Lord Arthur Balfour




El texto de la carta era el siguiente: “El gobierno de Su Majestad Británica contempla favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y pondrá su mejor empeño en facilitar el logro de ese objetivo, entendiéndose claramente que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y el status político de que gozan los judíos en cualquier otro país”.

De esta forma, Inglaterra apoyó la intención del movimiento sionista de establecer un estado judío, llamándole “hogar nacional judío”, a pesar de la ambigüedad de la Declaración al no establecer los límites y carecer de definición de dicho hogar judío.

De acuerdo con el historiador británico Arthur Koestler, “La Declaración Balfour constituye uno de los documentos políticos más increíbles de todos los tiempos. Es un documento por el cual una primera nación, promete solemnemente, a una segunda nación, el país de una tercera nación”.

El 25 de marzo de 1919, la comisión sionista hizo un llamamiento a los judíos de Palestina para reunirse en una Asamblea Constituyente. Esta convocatoria se hizo con el consentimiento del gobierno inglés, que la aprobó desde abril de 1918. La asamblea provisional designó al doctor Chaim Weizmann (futuro primer presidente de Israel) y a M. Nahum Sokolow, líderes sionistas, para que representaran a ese partido en la Conferencia de la Paz.

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Chaim Weizmann

La asamblea dio instrucciones a sus delegados para que procuraran por todos los medios “persuadir a las potencias para que Inglaterra sea nombrada como encargada de la tutoría de Palestina y que se ponga de acuerdo con el nuevo gobierno con el fin de ayudarle a organizar la nueva república. Asimismo, deben ver porque Inglaterra designe un Consejo, de acuerdo con la organización sionista, para que represente al pueblo judío”.

Bajo los criterios del acuerdo Sykes-Picot, del cual hablé en la entrada anterior, los ingleses y franceses llegaron a un arreglo en 1919, dividiéndose los territorios que pertenecían al Imperio Otomano antes de la Primera Guerra Mundial, preservando la promesa contenida en la Declaración Balfour.

El 25 de abril de 1920, el Supremo Consejo de las Fuerzas Aliadas y Asociadas, decidió en la Conferencia de San Remo que el gobierno inglés ejercería un Mandato sobre Mesopotamia y Palestina, segregadas ya del Imperio Otomano.

La razón de esto fue que el Supremo Consejo consideró que así lograría establecer dentro de los antiguos límites de la Tierra santa lo que llamó “un hogar nacional para los judíos”.

Los términos del mandato protegían los derechos nacionales de los ciudadanos judíos en otros países, es decir, que un judío podía ser ciudadano de cualquier nación y seguir siendo ciudadano de Palestina.

El 9 de mayo de 1920 se reunió en la ciudad de Nueva York una conferencia de la Organización Sionista de América, cuyo objetivo fue preparar la inmigración gradual de 4,000,000 de judíos a Palestina que, conforme las decisiones de la Conferencia de San Remo, sería reconocida como el territorio de la nación judía, bajo el mandato de la Gran Bretaña.

La conferencia fue presidida por M. Brandeis, miembro de la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos. Según expresó el Comité Sionista, “el acto histórico practicado en San Remo el 24 de abril de 1920 satisfaciendo las aspiraciones tradicionales del pueblo judío, brinda a éste una oportunidad inmediata de conquistar en el mundo civilizado el puesto que ha constituido su anhelo de veinte siglos, por medio del trabajo y de la organización, en un campo en el que los ideales judíos podrán ser libres y donde el espíritu judío estará en libertad de manifestarse de acuerdo con sus tradiciones de justicia social y de rectitud”.

Asimismo, establecieron que “los principios que regirán a la nación judía serán la igualdad política y civil, sin distinción de raza, sexo, ni religión, para todos los habitantes: igualdad de condiciones, para el pueblo entero -respetando los derechos existentes- para lograr el control de la propiedad de las tierras, y de los recursos naturales y riquezas públicas del país; aplicación de los principios de cooperativas tan ampliamente como sea posible, en la organización de todas las empresas agrícolas, industriales, comerciales y financieras, y adopción de una política fiscal que preserve al pueblo de la especulación de la tierra y de cualquier otra forma de opresión financiera”.

Se decidió además organizar la inmigración a Palestina a un ritmo de 50,000 judíos por año, con el fin de evitar “una avalancha de inmigrantes que inunde la Palestina”.

El 4 de julio de 1920 se celebró en Checoslovaquia otra convención en la que se discutió un plan para la reconstrucción de Palestina. El programa comprendía obras de desecación de pantanos, construcción del puerto de Haifa e implantación de fábricas de zapatos, vestidos, aceite, jabón y otras empresas comerciales e industriales.

El mandato de la Gran Bretaña se formalizó al firmarse el Tratado de Paz con Turquía el 10 de agosto de 1920, y al responsabilizarse los ingleses a establecer en Palestina un hogar nacional judío. Sin embargo, el tratado nunca fue ratificado.

Al crearse en 1922 la Sociedad de Naciones, ésta ratifica de inmediato el mandato inglés en Palestina y obliga a la potencia mandataria a concretar los objetivos de la Declaración Balfour.

Charles Rousseau estima que “el mandato A, se aplicó a algunas comunidades separadas del Imperio Otomano, dotadas de existencia política propia, con vocación de independencia total y provisionalmente sometidas a la administración mandataria, considerándose que esta última debía cumplir el papel de guía y consejero. En este régimen se incluyeron Siria, Líbano (bajo mandato francés), Palestina, Irán y Transjordania (bajo mandato británico). En verdad se trataba de Estados en el sentido pleno de la palabra... cuyo acceso a la independencia quedaba momentáneamente diferido”.

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Sede de la Sociedad de Naciones en Ginebra, Suiza

El período del mandato se caracterizó sobre todo por el creciente odio entre judíos y árabes donde el sentimiento religioso y racial tuvo mucho que ver. El conflicto se originó por la posesión material del Muro de las Lamentaciones. Para los judíos, la vetusta construcción representa el último vestigio de su templo en Jerusalén y para los musulmanes, el punto de partida de Mahoma en su viaje celeste en la “noche del poder”.

La coincidencia en fechas de la conmemoración de la destrucción del templo para los judíos y para los musulmanes del nacimiento de Mahoma, no podía sino favorecer las posibilidades de un encuentro violento, pues si los siglos habían dado a los judíos el derecho de orar al pie del histórico muro, éste, sin embargo, se levantaba en territorio musulmán.

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Muro de las Lamentaciones en Jerusalén

Debido a esto y a la creciente inmigración de judíos, una delegación de árabes palestinos presentó en el Parlamento inglés las siguientes demandas:

1.- La formación de un gobierno nacional, responsable ante un parlamento electo por la población nativa, es decir, musulmanes, cristianos y judíos;
2.- La abolición del principio del hogar nacional judío por ser excluyente hacia la población árabe;
3.- Poner fin a la inmigración judía hasta la formación del gobierno nacional, el que decidiría la política migratoria;
4.- La sujeción de Palestina a la legislación otomana de antes de la guerra y no a los reglamentos de las fuerzas británicas; y
5.- Que Palestina no sea separada de los Estados árabes vecinos.

Estas demandas se enviaron también al Secretario Colonial y a la Comisión Permanente de Mandatos de la Sociedad de Naciones.

Al mismo tiempo comenzó un movimiento de resistencia árabe-palestina en contra de la autoridad mandataria británica. Esta resistencia podemos dividirla en tres períodos:

1.- El de la negociación.
2.- El de la resistencia.
3.- El de la rebelión.

El primer período se ubica en la primera mitad de la década de los veinte y se caracteriza por una política de obstrucción y de persuasión ante la autoridad mandataria. Se rechazó la propuesta de la creación de un Consejo Legislativo, un Consejo de Asesoría y una Agencia Árabe, propuestas por los británicos.

El segundo período se ubica entre 1926 y 1933. En 1928, en el Congreso Árabe Palestino se decidió establecer un Poder Ejecutivo de 48 miembros que se erigiría como vocero del movimiento nacional ante los británicos.

En 1929, el Gran Muftí de Jerusalén (título que se le otorga al más importante de los intérpretes de la Sharia o ley islámica en el mundo musulmán) declaraba que la ambición y la codicia de los judíos habían provocado el estallido de la violencia con objeto de hacer presión sobre el gobierno británico. Indicó que si los ataques de los árabes hubieran sido premeditados, se habrían dado pasos para atacar simultáneamente todas las colonias judías, cortando los alambres telegráficos y telefónicos y adoptando otras medidas. Se quejó también de que, mientras los judíos pueden transitar sin ser molestados por los barrios árabes, los árabes no se arriesgan a entrar a los barrios judíos sin escolta.

En 1930 se envió una delegación a Londres, compuesta de los cinco líderes más importantes del movimiento, para demandar la suspensión de la inmigración judía, que se declarara la inalienabilidad de la tierra árabe y el establecimiento de un sistema democrático, en el que participarían los habitantes de Palestina según su proporción numérica. Estas propuestas fueron rechazadas.

Al tiempo que esto sucedía, se descubrió la existencia de la famosa “Carta Negra”, que contenía negociaciones entre la Agencia Judía y el gobierno británico, el cual aceptaba el derecho de contratación exclusiva de las empresas judías, la inalienabilidad de las tierras compradas por los judíos y el criterio de cuotas migratorias.

En 1931, se creó una Banca Árabe y la Caja de la Nación. En 1933 se convocó a una Gran Reunión Nacional por parte del Ejecutivo del Congreso Árabe Palestino para proclamar la política de no cooperación con la administración británica y de boicot contra los productos judíos.

Con esto se inicia el tercer período, que podemos ubicarlo entre 1933 y 1948.

En abril de 1936, los partidos nacionalistas fundaron el Alto Comité Árabe. En ese mismo año se hizo un llamamiento a la desobediencia civil, al cese del pago de impuestos, al paro del gobierno municipal, el cierre de negocios árabes y la suspensión de transportes.

Todo esto provocó el estallido general de la violencia entre árabes y judíos, por lo que el Comité Árabe declaró una huelga general que debía durar hasta que los ingleses suspendieran la inmigración judía. La huelga duró seis meses, pero en vez de ayudar a los palestinos los perjudicó, ya que los judíos se beneficiaron de ella al aumentar su autonomía económica respecto del sector árabe, además de que los británicos no suspendieron la inmigración.

Ante el clima de violencia reinante, Inglaterra envió a Palestina una Comisión Real, la Comisión Peel, para estudiar la situación. La Comisión llegó a la conclusión de que, en vista de que las promesas hechas a los sionistas por un lado y a los árabes palestinos por otro, eran incompatibles, el mandato en su forma actual era impracticable. Por lo anterior, el informe recomendaba la partición de Palestina y la creación, por consiguiente, de dos estados, uno árabe y otro judío. La propuesta fue rechazada por la Sociedad de Naciones, quien aconsejó la prolongación del mandato británico; también fue rechazada por los palestinos.

Estando así la situación, estalló la Segunda Guerra Mundial (1939), lo que obligó a Inglaterra a mantener la mayor estabilidad política en la región. Por esto, decidió ofrecer a los líderes árabes solucionar el problema y reconsiderar la posición del movimiento nacionalista en una mesa redonda. Para ello, los ingleses redactaron el “Libro Blanco” (1939). Dicho documento proponía una Palestina unitaria, binacional, con mayoría árabe, que alcanzaría su independencia en 10 años. También se reducía la inmigración judía, de manera que se aceptara una cuota migratoria de 75,000 judíos en cinco años, pero restringiéndose y reglamentándose la compra de tierras por parte de los judíos. Este “Libro Blanco” fue rechazado por los árabes y los judíos, pues no establecía un límite al mandato.

(Continuará)


viernes, 27 de julio de 2018

LOS JUDÍOS EN PALESTINA, UNA LARGA Y COMPLICADA HISTORIA (2a PARTE)

El movimiento sionista surgió en el siglo XIX como consecuencia del creciente antisemitismo y discriminación económica producidas en Europa Oriental durante ese siglo, teniendo como objetivo primordial el establecimiento de un Estado autónomo judío.

Theodor Herzl, considerado como el padre del sionismo, publicó un libro titulado El Estado Judío (1896), en el que propuso como alternativas para la creación de ese estado a dos regiones específicas, Palestina o el territorio de la provincia de Entre Ríos en Argentina, y para respaldar ese proyecto se puso en marcha un plan de emigración de judíos sionistas hacia ambos lugares. Para ello, en Odessa (en ese entonces dentro del imperio ruso y ahora en Ucrania) se creó en 1885 la sociedad Khoveve Zion (amigos de Sión).

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Theodor Herzl

El movimiento sionista se funda formalmente en 1897, durante el I Congreso Sionista de Basilea, surgiendo la Organización Sionista Internacional, el Congreso Sionista Mundial y el Fondo Nacional Judío. Para esta fecha se había adoptado la decisión de orientar la inmigración hacia Palestina y ya no hacia Argentina. De esta forma, la afluencia de inmigrantes a Palestina hizo crecer rápidamente la población judía, que de 12,000 personas en 1850, pasó a 85,000 en 1914, aunque debido a la Primera Guerra Mundial, en 1917 bajó a 58,000 individuos.

Al mismo tiempo, se comenzó a buscar el apoyo de los gobiernos occidentales para la realización de esta idea. En 1917 los judíos de Baltimore acordaron dirigirse al gobierno de los Estados Unidos para pedirle que se reconociera la creación de la nacionalidad de Palestina cuando terminara la guerra, para que todos los judíos pudieran volver a poseerla. Esta declaración obtuvo un gran apoyo por parte de los judíos a nivel mundial.

El 13 de diciembre de ese año se presentó al Congreso de los Estados Unidos una resolución, proponiendo se felicitara a Gran Bretaña por la captura de Jerusalén y Palestina, y también por su declaración de que Inglaterra “favorece el establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío, y que hará uso de sus influencias para facilitar la realización de este proyecto”.

Influenciados por esto, los judíos continuaron emigrando a Palestina. En 1922, la población palestina al oeste del Jordán era de cerca de 89,000 judíos y 663,000 árabes, es decir, apenas un poco mayor a la de 1914. En 1946, había 600,000 judíos y 1,300,000 árabes. Este considerable aumento se debió sobre todo a la persecución sufrida por los judíos en toda Europa durante el régimen de la Alemania nazi, que ha sido la mayor y más devastadora de todas las que han sufrido en su historia.

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Pero volvamos un poco atrás. Al iniciarse en Europa el movimiento sionista que buscaba el retorno a Palestina, surgió un grave motivo de controversia entre ellos mismos. Nos referimos a su opinión respecto a la población árabe del territorio.

Uno de los primeros ideólogos sionistas que distinguió la posibilidad de un conflicto entre judíos y árabes, si los primeros no se conducían y manifestaban con sensatez, fue Ajad Haam. En su pronunciamiento Verdad desde la Tierra de Israel (1891), señaló que los pobladores árabes de Palestina no son “bárbaros”; que su rezago cultural se explica históricamente debido a los controles sofocantes del Imperio Otomano de los cuales fueron víctimas, y que era imperativa la necesidad de cooperar con ellos en la esfera productiva a fin de desactivar cualquier motivo de resentimiento o de mutua suspicacia.

Sólo una modesta porción de los sionistas inmigrados escucharon a Ajad Haam. Algunos de ellos (Elihau Sapir, Itzhack Epstein, Nissim Malul) predicaron la asimilación de los judíos al mundo árabe, incluso por medio de matrimonios mixtos. Al menos deberían aprender los rudimentos de la cultura árabe y conformar un frente común contra las malsanas influencias europeas.

Esta posición fue combatida por otros intelectuales sionistas (Joseph Klauzner, Moshe Smilansky) que negaron a los árabes la categoría de nación en el sentido europeo del vocablo; despreciaron a la cultura árabe por “antimoderna” y “anticientífica”, y subrayaron que un conflicto militar era inevitable entre los dos pueblos. Palestina únicamente podía cobijar a uno de ellos.

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Familia palestina hacia 1910

Vladimir Jabotinsky -ideólogo y presumible inspirador del Partido Likud en Israel -postuló que el alcance de una mayoría judía en Palestina constituía el objetivo histórico y estratégico del sionismo, y que éste debía aliarse a las potencias europeas para contener cualquier manifestación militarizada del nacionalismo árabe. Jabotinsky se opuso, además, a cualquier cooperación económica con los árabes, pues los judíos debían construir su propia economía sin depender de extraños. Coincidió en que la guerra entre los dos pueblos se verificaría inexorablemente, y que los sionistas deberían adquirir entrenamiento militar para ofrecer lucha cuando llegara el momento.

Surgió posteriormente una tercera versión del sionismo, perteneciente a los socialistas judíos. No vieron contradicción entre el levantamiento de un estado independiente y la realización mancomunada por parte de judíos y árabes de una revolución socialista siguiendo el ejemplo soviético. Postulaban que en Palestina “hay lugar para todos” y que un conflicto armado se puede soslayar si los líderes de ambas naciones muestran responsabilidad y sensatez. David Ben Gurión e Itzhack Ben Tzví representaron esta postura.

Por otro lado, también surgió un grupo de judíos ortodoxos que hasta la fecha se oponen a la migración judía a Palestina y a la creación del Estado de Israel. Éstos viven en su mayoría en los Estados Unidos (en especial en Nueva York) y de forma constante realizan manifestaciones frente a las Naciones Unidas para exigir que se le regrese el territorio a los árabes palestinos.

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Judíos protestando contra Israel en Nueva York. Crédito: Gettyimages

Y mientras tanto, ¿qué pasaba con los árabes que vivían en el territorio desde hacía muchos siglos? Al estallar la Primera Guerra Mundial, Turquía hizo de Palestina su base de operaciones contra Egipto, ocupado por Gran Bretaña; pero los británicos, más poderosos que el decadente Imperio Otomano, se batieron con bravura y consiguieron dominar en todo el territorio árabe del imperio turco. El 19 de noviembre de 1917 la ciudad de Jaffa cayó en manos de los ingleses y poco después, el 8 de diciembre, sucedió lo mismo con la ciudad de Jerusalén.

Inglaterra se aseguró el apoyo de la población árabe prometiéndoles apoyo para lograr su independencia dentro de las fronteras establecidas en la famosa correspondencia Husayn-Mac Mahon de 1915-1916. Henry Mac Mahon era el Alto Comisionado de la Corona Británica en Egipto y el rey Husayn el jerife de La Meca. Dicha correspondencia prometía la creación de un estado árabe en vastas zonas del Cercano Oriente.

Desgraciadamente era muy ambigua al determinar las fronteras en que se crearía ese estado árabe. El Alto Comisionado prometía la independencia de todo territorio árabe desde el sandjako de Alexandretta hasta la frontera con Persia, excluyendo los intereses británicos en Mesopotamia y Adén y los franceses en Damasco, Hows, Hama y Alepo.

A esta promesa se contraponía un hecho muy importante: en 1916, Inglaterra había celebrado un tratado secreto con Francia (Acuerdo Sykes-Picot). Dicho acuerdo decidía la división del Imperio Otomano y su repartición entre esos dos países, incluyendo una idea de internacionalización del sandjako de Jerusalén. De esa forma, dejaban claro que no tenían ninguna intención de cumplir con las promesas de independencia dadas a los árabes, como en efecto ocurrió.

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A continuación, creo interesante transcribir algunos párrafos de un artículo titulado “El futuro de Palestina”, publicado en el periódico El Universal, el 3 de noviembre de 1918, y cuyo autor es Watani Mohagar:

“En el Oriente, la religión ha sido la base fundamental de la política y ratifica mi aserto que, desde las guerras de las Cruzadas hasta nuestros días, un habitante se enfurece cuando insultan o burlan su credo; pero en cambio permanece indiferente si las chirigotas van dirigidas a su Gobierno.

“En estas provincias existen tres religiones de bastante importancia, que clasificaremos de la manera siguiente: en Líbano predomina el cristianismo; en la Siria el mahometanismo y en la Palestina el judaísmo.

“Cada una de estas entidades deseaba para sí un gobierno que profesara las mismas ideas que las suyas, y pocos eran los intelectuales que pedían una autonomía completa, fuera de estas tendencias retrógradas; resultando de todo esto, un maremágnum atroz para realizar con éxito la unión política de estos pueblos, como base de sus aspiraciones. De aquí las disputas, las venganzas y la explotación inicua de sus gobiernos, como también del de los europeos, que tendían a conservar intereses en aquellas regiones.

“Brevemente se desprende de todo esto, que la unión política de estas provincias es imposible, y no se logrará antes de un cuarto de siglo; pero no por ello quiere decir que la independencia de cada una de ellas no sea posible, pues al terminar la guerra esto es lo más factible, como lo demostraré en mi próximo estudio.

“Se puede preguntar a cualquier judío de cualquier país que es lo que quiere de la Palestina, y contestará: que la quiere independiente para el judaísmo, porque todos los hijos de Sem están conformes en que se les restituya lo que antes era suyo.”

(Continuará)



miércoles, 25 de julio de 2018

LOS JUDÍOS EN PALESTINA, UNA LARGA Y COMPLICADA HISTORIA (1a PARTE)

Entre el desierto de Arabia y el mar Mediterráneo, se extiende el país montañoso que llamamos Palestina. Cerca de la costa, llanos fértiles forman el camino natural para ir de Egipto a Mesopotamia sin atravesar el desierto, pero pronto aparecen las primeras colinas que formando sierras paralelas van subiendo hasta las montañas de Judea. Su punto más elevado son las alturas que rodean a Jerusalén, a unos 800 metros sobre el nivel del mar.

Hacia el este, Palestina está protegida por un extraordinario fenómeno geológico: un foso gigantesco, de cientos de kilómetros de longitud, corre paralelo a las montañas y el mar. Es el valle del Jordán, la grieta más profunda de la tierra, con sus expansiones o lagos, el de Tiberíades y el Mar Muerto. Al otro lado de esta cortadura inmensa del valle del Jordán, las tierras se levantan otra vez en plataformas rocosas, que constituyen las dos grandes regiones de la Transjordania: Moab y Edom. Más allá, el desierto, hasta Mesopotamia.

Así, Palestina está protegida al oeste por el mar Mediterráneo y al este por el desierto y el foso del Jordán. Pero por el norte, a través de los pasos del Carmelo y del Líbano, se llega fácilmente a Siria y al valle del Éufrates, mientras que, por el sur, un viaje a través del desierto lleva al istmo de Suez y a Egipto. De este modo, Palestina, como ya hemos dicho, es el puente de comunicación entre Siria y el valle del Nilo.

En aquella encrucijada de Egipto y de Asia, país difícil, sin agua ni grandes montañas ni extensas llanuras, sin riquezas naturales y siempre bajo la amenaza de las grandes potencias vecinas, aparecieron diversos pueblos que en el transcurso de los siglos fueron poblando la región.

Sílex tallados del período paleolítico, encontrados en Judea y Transjordania, y que se han acumulado en el Museo de Jerusalén y en el de la Universidad de Beirut (Líbano), prueban que el ser humano llegó a esta región desde épocas muy tempranas. El hombre paleolítico en Palestina debía de vivir en abrigadas cuevas como su contemporáneo de otras regiones del mundo.

A éstos parece haberse superpuesto otra raza neolítica de tipo más pequeño, que poseía vasijas de cerámica hechas a mano, con adornos que imitan la cestería, y conocían ya los cereales. Por sus huesos de animales que acompañan sus restos sabemos que habían domesticado el buey, la cabra, la oveja y el cerdo.

La civilización neolítica de Palestina debió de alcanzar un período larguísimo, hasta que hacia el año 3,000 antes de la Era Común (AEC) se derramaron sobre el Asia las primeras oleadas de invasores semitas. Éstos habían llegado antes a Mesopotamia, donde convivieron con los sumerios para acabar siendo el elemento importante dentro de Babilonia.

Otros, sin detenerse en Mesopotamia, ya poblada, marcharon más al norte, fundando las colonias que después serían Asiria; unos más, siguiendo siempre el curso del Éufrates, llegaron hasta el Orontes y el Líbano, instalándose en las tierras donde florecieron los reinos arameos de Siria, Damasco y Fenicia.

Algunos otros bajaron a Palestina, desposeyendo de sus tierras a sus primitivos pobladores. Los inmigrantes semitas conocían ya los metales, de manera que estaban en condiciones muy favorables para imponerse a sus predecesores, que no habían salido de la Edad de Piedra. Es probable que los hombres neolíticos que subsistieron a la invasión se mezclaran en un lapso relativamente breve con los recién llegados semitas. De la mezcla de ambas ramas procederían, pues, los llamados cananeos.

Los cananeos se apoderaron rápidamente del país y fundaron sus propias ciudades. Cada población tenía un gobierno propio, formando una Ciudad-Estado. Hacia el 1600 AEC, los cananeos utilizaban el carro de guerra y armas de bronce para defenderse de los nómadas, también semitas, que cruzaban el río Jordán y asolaban sus dominios.

Hacia el siglo XIII AEC, nuevas tribus nómadas llegadas del este se instalaron junto al Jordán y en sus montañas cercanas, en la parte opuesta a los territorios cananeos. Allí se establecieron con rebaños y talaron los bosques con la finalidad de ganar tierras para la agricultura.

Aquellas tribus llegadas del desierto fueron multiplicándose, a veces asimilando a pequeñas poblaciones locales, y comenzaron a ocupar los valles del Jordán. Políticamente estaban organizados en un sistema patriarcal: la autoridad se centraba en el jefe de familia y en un Consejo de Ancianos. Finalmente, estas tribus cruzaron el Jordán. Los cananeos los llamaron Hebreos, es decir, “gentes del otro lado”. Ellos por su parte, se llamaban a sí mismos, Pueblo de Israel.

Según sus más antiguas tradiciones, los hebreos habían sido conducidos a esa tierra por el patriarca Abraham, que había recibido de Dios esa indicación, por lo que también fueron conocidos como abrámidas. De acuerdo con la tradición judía, la familia de Abraham estaba establecida en Ur, en el delta del Éufrates. Ur quiere decir ciudad; era, pues, la ciudad por excelencia, una idea enteramente contraria al nomadismo de Abraham y de sus descendientes por varios siglos. Las ruinas de Ur, que se destacaban como un montículo informe en el llano del delta del Éufrates, fueron excavados por una comisión mixta del Museo Británico y de la Universidad de Pennsylvania; debajo de los escombros apareció la torre cuadrada, el Zigurat del templo de Sin, o la Luna, el famoso dios de Ur. Al pie de aquella gigantesca mole, Ur, la ciudad santa, extendía sus hileras de chozas, y en las tierras que la rodean debían de apacentar sus ganados los nómadas semitas como Abraham.

Con el paso del tiempo, Palestina y los hebreos fueron conquistados por las diferentes potencias vecinas: Egipto, Asiria, los Hititias, entre otros más. Es posible que bajo el dominio egipcio con el faraón Akhenatón, los hebreos se hayan vuelto monoteístas, pues al parecer fueron llevados al país del Nilo como esclavos, algo frecuente en aquella época.

La ocupación de Canaán por los hebreos alrededor del siglo XII AEC ha sido confirmada por la investigación arqueológica. ¿Cómo hicieron para derrotar a ciudades fortificadas y poblaciones de mayor grado de desarrollo, como lo eran los cananeos?

Se sabe que los hebreos disponían de un eficiente servicio de espías que estudiaban el poderío militar y descubrían los conflictos internos de los cananeos. Por otra parte, generalmente evitaban los enfrentamientos decisivos. Hostigaban a los cananeos en terrenos donde no podían utilizar sus carros de combate o los atacaban sorpresivamente por la noche.

Seguramente algunas regiones fueron ocupadas pacíficamente, pues recordemos que los hebreos, también semitas, estaban emparentados por su origen y lengua con muchas de las poblaciones de Canaán. Pero probablemente también hubo lucha, y tan violenta y feroz como otras de su época.

Las tribus hebreas, ya instaladas en Canaán, no constituyeron un Estado hasta las invasiones de los filisteos, también conocidos como “Pueblos del Mar” que terminaron con grandes imperios e inclusive pusieron en un serio predicamento a Egipto. Los filisteos fueron los que le dieron su nombre definitivo a la región: Filistina o Palestina.

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Esa amenaza los decidió a agruparse en un sólo reino y elegir su primer rey, Saúl, hacia el 1020 AEC, de acuerdo con el Antiguo Testamento, esa parte de la Biblia que narra la historia del pueblo judío. Saúl luchó contra los filisteos, pero la guerra fue larga y Saúl, ya anciano, murió en una batalla junto a tres de sus hijos, cuando los filisteos ocuparon la ciudad de Betshán.

La sucesión de Saúl provocó la división del reino: en el norte, el estado de Israel, gobernado por el general Abner en nombre de Esba’al, otro hijo del fallecido rey, y Judá, en el sur, que eligió como rey a David, ex-militar separado de su mando por divergencias con Saúl. Esa división no duró mucho. Abner y Esba’al fueron asesinados por grupos conspiradores y el Consejo de Ancianos de Israel hizo un pacto con David, acordando la reunificación. Esto sucedía en el año 1000 AEC.

Para evitar las discordias internas, David no quiso instalar su capital ni en Judá ni en Israel. Para ello, decidió conquistar una ciudad cananea: Jebus. Esta ciudad estaba edificada sobre la montaña de Sión, rodeada de obstáculos naturales y totalmente amurallada. Pero una vez conquistada, David cambió su nombre por el de Jerusalén.

Por lo que dice la Biblia, David fue un brillante gobernante y un destacado guerrero. Su ejército consolidó la ocupación hebrea de Palestina luchando contra sus antiguos habitantes y contra los invasores Moabitas, Edomitas, Amalecitas y Arameos. Los Filisteos, desalojados por los hebreos de sus poblados de la meseta central de Palestina, se refugiaron en sus ciudades costeras, de donde surgirían como un gran pueblo marinero: los fenicios.

Cuando murió David, en el 970 AEC, lo sucedió su hijo Salomón, bajo cuyo gobierno no hubo guerras importantes. Este rey obtuvo una gran fama como hombre sabio y prudente, y con él, el reino de Israel alcanzó su grado máximo de poderío.

A la muerte de Salomón (930 AEC), sube al trono su hijo Roboam. En el 926 AEC el reino se vuelve a dividir en dos: Roboam se queda con el gobierno de Jerusalén y su zona de influencia en Judá. Sus súbditos comenzaron a llamarse judíos.

El norte de Palestina conservó el nombre de reino de Israel. Fue el más poderoso de los dos y sus habitantes se llamaron israelitas. Jeroboam, su rey, estableció su capital en Siquén.

Cuando los asirios conquistaron Samaria e Israel en el siglo VIII AEC, matando a su último rey Oseas (721 AEC), el rey Ezequías de Judá (727-698 AEC) se alió a los egipcios para enfrentar el nuevo peligro.

Las fuerzas del rey asirio Senaquerib derrotaron a las tropas aliadas, arrasaron las ciudades judías y deportaron a su país a más de 200,000 judíos, alrededor del año 700 AEC. Sin embargo, los asirios permitieron que subsistiera el reino de Judá, pero sólo como protectorado de Asiria.

En el 597 AEC, Asiria, junto con el reino de Judá, fue conquistada por los babilonios, quienes obligaron a los judíos a continuar en cautiverio. Estos mismos, en el año 586 AEC, pusieron fin al fantasma del reino de Judá, deponiendo y asesinando a su último rey, Sedecías.

Los hebreos duraron 70 años cautivos en Babilonia, hasta que fueron liberados en el 536 AEC por el rey de Persia, Ciro el Grande, que había conquistado Babilonia.

Tras los persas, los macedonios al mando de Alejandro Magno dominaron la región desde el año 332 hasta la muerte del mismo, en el 305 AEC.

A su muerte, Palestina pasó a manos de los Tolomeos de Egipto y luego, en el 200 AEC, al de la dinastía siria de los seléucidas, que dominaron de esta manera toda Asia Menor. Con los Tolomeos, la civilización helenística penetró muy fuerte entre la población nativa. Sin embargo, Antíoco IV Epífanes decidió extirpar la religión judía y la atacó en su mismo centro, Jerusalén. Ante las disposiciones de Antíoco estalló la rebelión de los Macabeos, en el 168 AEC.

Después de varios años de lucha, los judíos consiguieron la libertad religiosa y, por último, la independencia (142 AEC). Se fundó el nuevo reino de Judá, siendo elegido como su primer rey Juan Hircano I. Este reino comprendía Judea, Idumea con la costa hasta Rafia, Samaria, Galilea y los territorios de la izquierda del Jordán.

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En el año 63 AEC, Pompeyo convierte a Palestina en una provincia más de Roma, situación en la que permaneció hasta el año 630 de la Era Común (desde el año 382 como parte del Imperio Bizantino o Imperio Romano de Oriente).

En el año 70, los judíos se rebelan contra la dominación romana. Tito, hijo el emperador Vespasiano, y él mismo futuro emperador del Imperio Romano, reprime a los judíos y conquista de nuevo Jerusalén, a la que arrasa hasta sus cimientos. Palestina pasó a ser la provincia de Judea, administrada por un legado senatorial. Jerusalén fue reconstruida y recibió el nombre de Aelia Capitolina.

Sin embargo, el nacionalismo judío siguió latente y, como consecuencia de las restricciones religiosas dispuestas por el emperador Adriano, sobrevino el levantamiento de Simón Barcokebas (132 al 135). La sublevación fue derrotada y los judíos masacrados, expulsados del país o vendidos como esclavos. Este episodio se conoce en la tradición judía como la Diáspora.

Los judíos, una vez abandonada la “tierra prometida”, se diseminaron por todo el Imperio Romano, y a su caída, por los nuevos estados germánicos. Palestina pasó entonces a ser considerada como lugar de peregrinaciones.

Durante el siglo X se introdujeron en pequeños grupos en Inglaterra, casi al mismo tiempo en que sus hermanos de España ocupaban altas posiciones en los gobiernos de los reinos peninsulares.

El crecimiento de los estados cristianos significó para los judíos la necesidad de dedicarse a las actividades que se les autorizaba y en que más se destacaban: el comercio y las profesiones liberales; desde entonces aparecen dedicados a prestamistas, actividad que les atrajo la hostilidad pública.

Sus derechos fueron burlados y en gran parte suprimidos por leyes emanadas de poderes tanto civiles como eclesiásticos; se les señalaron barrios y sitios especiales para vivir (ghettos); se hacían circular terribles leyendas sobre ellos que impresionaban fácilmente a aquellas sociedades ignorantes y supersticiosas; y hasta fueron acusados de monstruosidades tales como sacrificar a niños con simples propósitos rituales.

Aunque el papa Inocencio III se opuso al ataque indiscriminado contra los judíos, el rey Eduardo I los expulsó de Inglaterra en 1290, y en los estados germánicos se les acusó de haber desatado la mortífera plaga que azotó las tierras del Rhin hacia 1350, por lo que muchos fueron asesinados. En España fueron perseguidos hacia finales del siglo XIV, y los Reyes Católicos ordenaron su expulsión en el año de 1492.

Durante dos siglos y medio el sistema de represiones y persecuciones contra los judíos continuó; la mayor parte de la población judía se concentró en Polonia y Turquía, hasta que en 1725 comenzó a regresar a las Islas Británicas, donde, si bien se la mantuvo alejada de ciertas esferas, se le permitió ejercer el comercio y acumular importantes capitales; con el poder que le dio el dinero, la minoría judía comenzó a intervenir en los negocios públicos.

Una revisión general de la actitud antijudía del mundo europeo fue promovida por un filósofo judío nacido en Alemania, Moisés Mendelssohn; sus ideas fueron llevadas a la práctica por la revolución francesa en lo relativo a este problema: por iniciativa de Mirabeau, la Asamblea Nacional proclamó la igualdad de los judíos, reafirmada por la constitución sancionada en el año 1795.

Desde 1848, con el pleno desarrollo del liberalismo, los líderes judíos intervenían directa y libremente en los asuntos vitales de los países donde nacieron o cuya nacionalidad habían adoptado. Así, Benjamín Disraelí, por ejemplo, estadista inglés de actuación preponderante durante la época de la reina Victoria, era de origen judío. También entonces las inhabilitaciones públicas que existían en Inglaterra para los judíos fueron levantadas, y los ciudadanos de ese origen fueron colocados en pie de igualdad con los restantes súbditos de la nación.

Hacia la misma época, España también revisó su política en este sentido, y otro tanto hicieron Portugal y Suiza con algunas otras naciones; en Rusia, sólo al producirse el colapso del régimen zarista en 1917, hallaron los judíos su emancipación.

La última gran manifestación antijudía se registró en Alemania y en los países ocupados por ella durante la Segunda Guerra Mundial, entre 1933 y 1945; las organizaciones mundiales judías calcularon que en estos años murieron unos seis millones de judíos.

Estados Unidos, más que cualquier otra nación americana, fue puerto de refugio de los judíos perseguidos en Europa y Asia, aunque en este país tampoco eran bien vistos. Hacia 1800 comenzó la inmigración; en 1848 había ya 50,000 y hacia 1880 eran 230,000; en la década que va desde ese año hasta 1890, entraron 600,000 más, y en los quince primeros años del siglo XX ingresaron 1,450,000. Al promediar dicha centuria, la población judía de Estados Unidos sumaba 5,500,000; es decir, que sólo en dicho país viven más judíos que en el propio estado de Israel.

(Continuará)