El 19 de septiembre de 1985 es una fecha que todos los chilangos de más de 30 años jamás olvidaremos. Ese día fue el famoso terremoto que destruyó varias zonas céntricas de la capital. Narrar el terremoto en sí no tiene mucho caso, pues mañana que se celebra el 30 aniversario van a disponer de mucho material y de muchos análisis. Por ello, prefiero contar lo que yo vi, lo que me tocó vivir y las conclusiones que yo saqué.
En aquel entonces yo tenía 14 años y cursaba el segundo año de Secundaria en una escuela situada en Tlalpan, al sur de la ciudad. Mi papá era médico cardiólogo del ISSSTE (para los lectores que no son mexicanos, es la Seguridad Social para los Trabajadores del Gobierno) y mi mamá era ama de casa.
Al momento del temblor, yo estaba en la sala de la casa leyendo mientras esperaba a que pasara por mí la mamá de mi mejor amigo con el que hacíamos ronda para ir al colegio. Desde luego que me asusté, ya que fue mi primer temblor fuerte. Pocos minutos después, llegaron por mí y nos dirigimos al colegio. En el camino el tema de conversación fue el temblor, como no podía ser de otra forma. A pesar de que por el rumbo en que vivíamos y estudiábamos no ocurrió nada, al escuchar la radio del coche (si, los coches traían radio y había que buscar manualmente las estaciones) nos enteramos que en el centro de la ciudad y las zonas aledañas los daños habían sido muchos. Mi preocupación aumentó al escuchar que la colonia Roma era una de las más afectadas, pues ahí vivía mi abuela paterna y unos tíos.
Al llegar al colegio nos dijeron que las clases se habían suspendido a causa de lo ocurrido, así que nos regresamos a casa. Una vez allí, comenzamos a seguir las noticias como podíamos, pues la televisión no funcionaba bien debido a que se habían caído varias torres de transmisiones y la torre de noticieros de Televisa, la principal empresa televisiva del país, y en aquellos momentos la única privada a nivel nacional. Mi papá llegó hasta la noche. Fue la primera vez que lo vi llorar.
A él el temblor lo encontró en misa. Siempre iba a misa antes de dirigirse al hospital en el que trabajaba, el 20 de Noviembre, en la colonia del Valle. Como por esa zona no hubo derrumbes, pensó que todo estaba bien, así que se dirigió al hospital. Cuando estaba llegando, recibió una llamada de mi mamá. Aun no existían los celulares, así que conseguir que esa llamada entrara al hospital en momentos en que las líneas comenzaban a saturarse y que la secretaria consiguiera encontrar a mi papá en unos momentos en que las noticias del desastre estaban comenzando a llegar, fue realmente increíble. Mi mamá le informó que había hablado con mi abuela en la colonia Roma y que las cosas estaban muy mal. La casa estaba muy dañada y mi abuela estaba muy asustada. Uno de mis tíos había intentado ir por ella pero no había podido llegar. Así que mi papá tomó una ambulancia del hospital y se dirigió hacia allá. Con la ambulancia consiguió abrirse paso y llegar a la casa de mi abuela en la avenida Álvaro Obregón. La sacó de allí tan sólo con una pequeña maleta y después fue por su hermana, mi tía, que vivía a la vuelta de la esquina y también la sacó de allí junto con su esposo. Después de dejarlos en lugar seguro en casa de otra de mis tías al sur de la ciudad, regresó a la zona del desastre para ayudar. Entre otras cosas, le tocó ir a un CONALEP que se había derrumbado y le tuvo que amputar la pierna a un chavo, sin anestesia, para poder sacarlo de entre los escombros. Fue algo que le afectó mucho.
A partir de ahí, la familia entera se movilizó. Mi papá se iba todas las mañanas a prestar sus servicios médicos en la zona de desastre mientras mi mamá, mis hermanos y yo, preparábamos comida para los damnificados y para los socorristas. Primero íbamos a una tienda CONASUPO que estaba a la vuelta de la casa y comprábamos costales enteros de bolillos, además de cajeta, mermelada, frijoles, arroz y otras cosas para rellenar los bolillos. Ya en casa, preparábamos las tortas junto con mis primos y algunos amigos (Felipe se acuerda muy bien de ello), llenábamos botellas de agua (aun no se vendía el "agua purificada" como ahora, pero mi mamá tenía un filtro de agua en la cocina) y luego nos íbamos a repartir la comida. A veces la dejábamos en colegios convertidos en centros temporales de distribución y a veces nos íbamos directamente a las zonas del desastre, acercándonos lo más que podíamos, y ahí mismo repartíamos nuestro cargamento. Eso fue todos los días durante, por lo menos que yo recuerde, dos semanas. Recorrer la zonas dañadas, ver los edificios caídos, a los voluntarios sacando sobrevivientes o muertos de entre los escombros, es algo que me marcó de por vida. Son escenas que difícilmente se pueden olvidar.
Todos los días veíamos por la televisión escenas de heroísmo por parte de los socorristas, escuchábamos noticias trágicas por la muerte de miles de personas y noticias increíbles del rescate de otras más. A mí especialmente me impactó la noticia de los bebés recién nacidos que fueron encontrados con vida entre los escombros del Hospital Juárez, mientras que sus madres, las enfermeras y los médicos, habían muerto. Aun me estremezco al recordarlo. De hecho, por muchos años yo seguí llorando cada vez que veía imágenes del terremoto. Y recuerdo también el terror que sentimos cuando ocurrió la primera réplica fuerte un día después. Tontamente nos refugiamos bajo los marcos de las puertas, pero es que en aquellos momentos aun no había en la capital manuales de que hacer en caso de desastre.
La casa de mi abuela sufrió severos daños. Se trata de una casa construida a principios del siglo XX, a finales del porfiriato (actualmente está catalogada como parte del Patrimonio Artístico de la ciudad) por mi bisabuelo. Ahí creció mi abuelo, ahí se casó, ahí nacieron y crecieron mi papá y sus hermanos, ahí vivió mi abuela desde que se casó con mi abuelo. Ahí murió mi abuelo y mi tía abuela. ¡Qué más les puedo decir! Mi abuelo había comprado un pedazo de arcada de un patio de una casa colonial del Centro Histórico cuando la iban a derribar y lo puso en el patio de su casa. Ese arco se vino abajo con el temblor. Yo recuerdo haber ido a la casa en cuanto se permitió el paso a esa zona. Estaba completamente inclinada y las paredes tenían grandes grietas. Enfrente de la casa había un edificio donde se encontraba una tienda de electrodomésticos MABE. No recuerdo el número exacto de pisos que tenía pero me parece que eran más de siete. El edificio entero se desplomó y a mi abuela le tocó verlo. Y desde luego no fue el único edificio que se cayó en esa cuadra. Ella nunca pudo volver a su casa, pues las obras de reconstrucción, llevadas a cabo por otro de mis tíos que es arquitecto, fueron muy lentas debido a la gravedad de los daños. Mi abuela murió menos de un año después a causa de varios infartos.
A pesar del tamaño del desastre, el entonces presidente Miguel de la Madrid tardó más de 36 horas en dirigir un mensaje a la nación y cuando finalmente lo hizo fue para decir que México no necesitaba de ayuda extranjera pues éramos autosuficientes para solventar el desastre. ¡Imbécil! Recuerdo también que se organizó una visita del presidente y del entonces Regente de la Ciudad (lo que ahora es el Jefe de Gobierno) a la zona de desastre y para ello se ordenó suspender el trabajo de los socorristas y de los voluntarios por el trayecto que los funcionarios iban a recorrer para que no les importunaran con exigencias de ayuda. ¡Doblemente imbéciles!
En realidad, fue el pueblo mexicano el que salió adelante, pues las autoridades, en su inmensa mayoría se mostraron completamente lejanas al sufrimiento de la gente y tan sólo buscaron, como decimos en México, sacar raja política del asunto, ayudando a quienes aceptaran vender su voto. El terremoto dejó completamente desnudo al sistema político mexicano. Nunca como entonces se había visto tan claro el abismo que separaba al pueblo de su gobierno. Y para colmo, como siempre ocurre, una vez pasado el desastre, los damnificados comenzaron a sufrir del olvido, tanto del gobierno como de sus paisanos. Hubo campamentos de refugiados, entre ellos uno situado a un costado de la Alameda, en pleno centro de la ciudad, que permanecieron sin cambios por más de 20 años, sin que llegaran jamás las ayudas prometidas por el gobierno. ¡Triplemente imbéciles!
Es cierto que en muchas zonas, una vez terminados los trabajos de rescate se iniciaron los de demolición y retiro de escombros, así como la construcción de nuevos edificios, pero hubo otras que permanecieron en ruinas por muchos años. Como resultado de ello, muchas colonias fueron abandonadas casi en su totalidad por sus habitantes, como el Centro, Tlatelolco, la Roma y la Juárez, entre otras más. En ellas el valor inmobiliario se desplomó y apenas hace unos años (no más de diez) han comenzado a recuperarse.
Los habitantes de la ciudad de México nunca olvidaron el desprecio de sus gobernantes. Tres años después hubo elecciones y en la capital perdieron los candidatos del PRI, el partido en el gobierno. Al senado llegaron miembros de la corriente de izquierda recién fundada por Cuauhtemoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo. Y cuando se celebraron las primeras elecciones para Jefe de Gobierno de la ciudad (antes el puesto de Regente lo ocupaba una persona nombrada directamente por el presidente), el PRD ganó de calle. Apenas en las últimas elecciones, celebradas en este 2015, el PRI ha recuperado algo del terreno perdido en la capital, aprovechando sobre todo que muchos de los nuevos votantes son jóvenes que no vivieron el temblor del 85.
Para terminar, quiero comentar algo más. A pesar de todas nuestras desgracias, los mexicanos no perdemos el buen humor. Aun se estaban rescatando sobrevivientes cuando comenzaron a aparecer los chistes. Me acuerdo de uno que decía lo siguiente: "¿Porqué los del Centro no invitaron a los de San Juanico a su movida? Pues porque ellos no los invitaron a su reventón." Explico el contexto: un año antes había ocurrido una terrible explosión de gas en una planta de almacenamiento de PEMEX en San Juan Ixhuatepec (conocido como San Juanico), en Tlalnepantla, uno de los municipios mexiquenses que ya forman parte de la ciudad de México. Hubo cientos de muertos. Con lo de "movida" se referían al terremoto y con lo de "reventón" a la explosión de gas. Es un chiste cruel, pero fue muy popular en su momento. Otro chiste decía que a la ciudad de México se le llamaba "la dona", pues ya no tenía centro.
En fin. Cada quien tiene sus recuerdos. Esos son los míos y hoy se los quiero compartir.
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