miércoles, 28 de octubre de 2015

EL MONUMENTO DE CHARLES DARWIN (POR DRIES DEGEL)

El día de hoy no voy a presentarles un texto de mi autoría. Por primera vez en El Blog de Ruy el Historiador el autor del texto es un autor invitado, un buen amigo que vive en las islas Galápagos, ese paraíso natural que hiciera tan famoso Charles Darwin. El nombre del autor es Dries Degel, naturalista de profesión y guía de turistas por necesidad y gusto. Así que sin más los dejo con él, esperando que sea de su agrado.
P.D.: en caso de que les guste, recibo con gusto sus comentarios. En caso de que no, prometo conseguirles su email para que se quejen con él y no conmigo. Jajajaja.

Éste es mi buen amigo Dries Degel, para que lo feliciten o lo hagan pedazos, lo que ustedes prefieran.


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Las Islas Galápagos son famosas en el mundo entero. Su solo nombre trae a nuestras mentes rápidamente las imágenes de un grupo de Islas volcánicas llenas de tortugas gigantes, lobos marinos y aves raras y únicas.

Y nada más lejos de la realidad. Las Islas Galápagos son fascinantes y están protegidas por el gobierno Ecuatoriano como Parque Nacional  desde 1959, además de ser consideradas como Reserva Marina,  lo cual hace que sea un tentador destino turístico para los amantes del Ecoturismo  y una meca para el mundo científico.

Pero en materia de historia humana Galápagos es poco conocido y aunque suene raro, en ese campo hay bastante que contar, a pesar de que muy pocas historias tienen un final feliz.

Sin embargo, cuando pensamos en historia lo primero que  se nos viene a la cabeza casi automáticamente es la visita del naturalista británico Charles Darwin a bordo del Beagle en 1835, viaje que, varios años después, daría como resultado la famosa “Teoría de la Evolución” que causaría un “Shock” en la gente de aquella época así como también en las generaciones futuras.

Pero independientemente de si creemos o  no en dicha teoría para mí personalmente lo más importante sobre la visita de tan singular personaje  fue que con el paso del tiempo las Islas Galápagos llegarían a convertirse en lo que es hoy, un lugar protegido y preservado por su gran importancia siendo incluso declarado por la UNESCO como “Patrimonio de la Humanidad”.

Aquí están situadas las islas Galápagos, por si no lo sabían.

Pero cualquiera diría que gracias a Darwin hoy las Islas Galápagos son un área protegida y preservada como un tesoro especial y es verdad que su visita hizo que este Archipiélago  llegase  a ser relevante, sobre todo en el contexto científico  internacional, pero el asunto no fue así de fácil y sencillo, hubo mucha gente interesada en que Galápagos estuviera protegido y se pudiera hacer ciencia y estudios de campo ya que recordemos que el gobierno ecuatoriano había usado las islas principalmente como lugar de exilio para penados, revoltosos, y criminales (las Islas en el mundo en general siempre han terminado siendo usadas para ese propósito).

Aquí tengo una historia bastante simpática de uno de aquellos esforzados y valientes aventureros románticos de principios del siglo XX que quiso ver cumplido el deseo de muchos de cambiar la historia del archipiélago preservándolo para las futuras generaciones.

EL PRINCIPIO DE UN SUEÑO

Corría el año de 1932 en Arizona cuando un joven llamado Víctor Wolfgang Von Hagen (suena bien alemán pero es un ciudadano estadounidense) encuentra un libro del viaje del HMS Beagle escrito por Chales Darwin, y debido a su devoción e idolatría por él y por la teoría de la evolución compra el libro y lo lee con avidez hasta que llega al capítulo de la visita del naturalista ingles a las Islas Galápagos.

Algunas de las famosas tortugas gigantes.

Entonces se hace la pregunta él mismo: ¿Qué se está haciendo con respecto a las Islas Galápagos? Y la respuesta se la dio  también él mismo,  ¡pues absolutamente nada!

Von Hagen ya había estado en América del Sur, específicamente en Perú, y conocía bien la situación geopolítica de esta parte del planeta así como la idiosincrasia y cultura de los sudamericanos, por tanto estaba preparado para regresar una vez mas y hacer algo al respecto con este grupo de islas del Pacifico que habían asombrado e inspirado tanto al Sr. Darwin.

Pero... ¿qué podía hacer este Don Quijote moderno para cambiar la situación de Galápagos? Para comenzar situémonos en la época de Von Hagen;  eran los comienzos de los años treinta o sea la gran depresión que mantenía a los estadounidenses preocupados en todo menos en salir a salvar un archipiélago perdido en medio del Océano Pacifico, lleno de reptiles, cactus, y criminales. Segundo, en esa época la teoría de la evolución no estaba tan difundida como muchos creen e incluso muchos aun dudaban si era una propuesta válida o no. En todo caso el asunto estaba  bastante cuesta arriba para el Sr. Von Hagen.

Sin embargo, contra viento y marea el tipo se propone nadar a contracorriente y llevar a cabo su monumental empresa.  Así que toma la decisión de hacer algo simbólico que atraiga las miradas de todos en el mundo hacia Galápagos y así comenzar a empujar en una sola dirección y con un solo objetivo, ver convertidas a las Galápagos en un santuario que proteja su maravillosa flora y fauna y así guardar el legado de Darwin para siempre.



Así que lo primero que se le ocurrió es erigir un monumento a Darwin en una de las islas que él había visitado  durante su viaje con el Beagle justo para septiembre de 1935 y así conmemorar el centenario de la visita del naturalista británico (recordemos que Darwin estuvo en las Galápagos entre septiembre y octubre de 1835).

Con este acto simbólico él deseaba atraer las miradas de todo el mundo hacia Galápagos y que se tomara conciencia de la importancia y relevancia de las islas y de que necesitaban ser urgentemente protegidas y estudiadas, y que el gobierno ecuatoriano (la República del Ecuador era propietaria de las islas desde 1832) tomara cartas en el asunto.

Así que el Sr. Von Hagen dijo: ¡manos a la obra!

EL PROYECTO  COMIENZA

Von Hagen conversa entonces con el Dr. Robert Murphy, una eminencia en ornitología en el American Museum of Natural History de New York, y le expresa su deseo de conseguir una réplica del busto de Charles Darwin (aun se puede ver el busto original en el mencionado museo) y con la réplica luego viajar a la República del Ecuador para dar a conocer el proyecto al gobierno ecuatoriano y recibir los permisos  respectivos para viajar a las Galápagos.

Aquí tenemos al famoso Charles Darwin...

Naturalmente que el Dr. Murphy le concedió la réplica y también obtuvo el visto bueno de los familiares de Mr. Darwin entre ellos Nora Barlow y Leonard Darwin que era el único hijo del naturalista aun con vida. El viaje se bautizo con el nombre de ”Expedición conmemorativa de Darwin”.

...y aquí al no tan famoso, pero no por ello menos importante, Víctor Wolfgang von Hagen.

Pero el problema más duro era el del dinero  y eso para aquella época era lo más apremiante. Sin embargo, con mucho esfuerzo consiguió un anticipo del libro que se publicaría mas adelante de parte de la editorial Mac Millan, así como publicidad de parte del New York Times al proyecto y algo más que logro conseguir por allí. Quizás su mejor ayuda en ese momento fue su esposa Christine Brown, quien lo acompañaría en el proyecto.

Así que embalaron la réplica del busto de Charles Darwin y llenos de ilusiones de embarcaron rumbo a Panamá para después desde allí tomar otro barco y continuar hacia la ciudad de Guayaquil que era su entrada a la República del Ecuador.

ECUADOR Y LAS GALÁPAGOS

Ya en tierras ecuatorianas se traslada a Quito para entrevistarse con el presidente de aquel entonces el Dr. José María Velasco Ibarra (quien de paso sería presidente de la nación por 5 ocasiones).

Ya en la capital conversa con el primer mandatario y le explica el proyecto y sus intenciones, a lo cual el jefe de estado consiente positivamente. Cabe destacar que un año atrás, en 1934, ya se había creado una legislación especial de protección de las islas Galápagos, declarando ciertas islas como sitios protegidos con recursos especiales, pero todo había quedado en papel y tinta al menos de momento.

Y es así que se hacen los preparativos para el viaje. Entretanto se consiguió a un escultor, cuyo nombre era Luis Mideros (autor de obras importantes en monumentos de la ciudad de Quito), para que a partir de la réplica original hiciera tres bustos, de los cuales uno está en la Universidad Central de la ciudad de Quito, otro está en la casona de la Universidad Central de la ciudad de Guayaquil  y la otra fue la que llevó consigo Von Hagen en dirección a San Cristóbal en las Galápagos. Los tres bustos se los puede ver hasta el día de hoy.

Finalmente con todo listo y un par de trabajadores de la ciudad de Guayaquil, partieron en la goleta San Cristóbal desde el puerto principal rumbo a las Galápagos y específicamente a la isla de San Cristóbal donde oficialmente se sabe que fue el primer desembarco de Darwin.

Vale destacar que cuando la expedición alcanza la isla Chatham  (nombre en inglés de la isla San Cristóbal) en la República del Ecuador el presidente Velasco Ibarra era depuesto y reemplazado.

EL MONUMENTO Y LA CEREMONIA

Ya en la Isla de San Cristóbal y más concretamente en Wreck Bay (traducido significa la Bahía del naufragio y se podrán imaginar porque ese nombrecito) comenzaron los trabajos para construir un pedestal de al menos tres metros y medio donde poner el busto de Darwin, lo cual no fue una tarea nada fácil, especialmente porque los martillos que usaban no lograban partir eficientemente las rocas basálticas de lava (varios martillos se rompieron), por lo tanto hubo que salir a buscar rocas de determinada forma y tamaño para irlas uniendo con cemento para hacer una base estable.

Finalmente y luego de todos esos esfuerzos se logro terminar el monumento en honor a Charles Darwin con su respectiva placa conmemorativa. El busto con su pedestal quedó ubicado de tal manera que su rostro estuviera siempre en dirección hacia el Cerro Tijeretas, lugar en el cual se sabe históricamente que desembarcó  el naturalista ingles.

El famoso busto de Darwin en las Galápagos.

Fue así como se hizo una ceremonia en la cual asistieron todos los habitantes de la isla (que no eran muchos en aquella época) así como el Comandante de la Zona, el cual dio un discurso  de agradecimiento en nombre de la República del Ecuador (aunque no tenía la mas mínima idea de quién era Darwin). También Von Hagen dio un discurso bastante corto (en español) y de esa manera se formalizo este galante esfuerzo por la conservación de Galápagos. Mientras sucedían estos acontecimientos históricos un grupo de iguanas marinas se apoderaron de la base del monumento para cerrar con broche de oro.

LOS RESULTADOS

Von Hagen, después de su enorme esfuerzo, comenzó a ver los frutos, tanto así que fue invitado un año después por varias asociaciones científicas, tanto en Inglaterra como en los Estados Unidos, para comentar sobre su trabajo y hacer una campaña principalmente para que se creara una protección de ecosistema de Galápagos, así como la creación de una estación científica permanente en las islas.

Todo esto fue a la par con las peticiones al estado ecuatoriano para que tomara cartas en el asunto y se pudiera ver cristalizado este gran proyecto internacional. También había muchas ideas similares que se habían estado gestando para lograr ese mismo objetivo, sin embargo, como todos sabemos, en el año de 1939 comenzó la Segunda Guerra Mundial y todo quedo pospuesto al menos veinte años, hasta concretarse con éxito.

CONCLUSIÓN

Lo importante de esta historia es conocer a un personaje como muchos otros en la historia de Galápagos que contribuyeron de una u otra forma a que se preservara este paraíso que es una joya natural digna de ser admirada.

El trabajo  de Von Hagen no fue el único esfuerzo realizado en el sentido de protección e investigación del ecosistema galapagueño, pero fue quizá el más importante por lo que conlleva el busto de Darwin y su significado dentro del contexto de transformación de las islas Galápagos hasta nuestros días.

Para finalizar con este relato, el pedestal con el busto de Charles Darwin sigue aun en pie en la isla de San Cristóbal, en Puerto Baquerizo Moreno, aunque ya no en el sitio original sino más bien cerca de la Zona Naval en un parquecito rodeado de vegetación endémica muy verde.

Lo extraño es que ya el rostro de Darwin no mira hacia el Cerro Tijeretas sino más bien está de cara hacia el interior de la Zona Naval, y nos preguntaríamos: ¿por qué ese cambio tan abrupto?

La respuesta es que muchos años después de que se ubicara el monumento de Darwin, dentro de la Zona Naval fue puesto el busto de otro personaje cuyo nombre es el capitán Rafael Moran Valverde (héroe de la marina de guerra ecuatoriana). Así que luego de ubicar al famoso oficial se dieron cuenta que éste miraba en una dirección y Charles Darwin miraba en otra dirección, en otras palabras, parecía que estaban “en desacuerdo”, así que “olímpicamente” cogieron el pedestal de Mr. Darwin  y lo viraron para que de esa forma quedaran ambos bustos cara a cara solucionando así el problema que se había generado entre “ambos personajes históricos”.

Si algún día viene de visita a Galápagos y específicamente a la Isla de San Cristóbal, lo invito a que vaya a visitar este famoso monumento que representa una historia que hoy en día ha sido prácticamente olvidada.

¡HASTA LA PRÓXIMA!


jueves, 22 de octubre de 2015

LOS NAZIS Y EL HOLOCAUSTO, UN TEMA QUE AUN NO SE COMPRENDE

El día de hoy, muchos periódicos publicaron la siguiente noticia: "Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, asegura que el principal culpable del Holocausto no es Hitler, sino el muftí de Jerusalén (el muftí es un jurisconsulto musulmán sunni que tiene autoridad para emitir decretos legales), Haj Amin al-Husseini, quien convenció al líder nazi de matar a los judíos en 1941, cuando la idea de éste tan sólo era expulsarlos de Alemania y de las zonas ocupadas".

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Benjamín Netanyahu

De inmediato, las reacciones no se hicieron esperar. No sólo en las redes sociales, donde los argumentos a favor o en contra fueron más bien ridículos y faltos de conocimiento en su mayor parte (lo cual era de esperarse), sino también en el ámbito político y el académico. Es en este último donde quedé desilusionado, pues la inmensa mayoría de los que argumentaron, entre los cuales se incluyen algunos amigos y conocidos míos cuyos nombres no diré por que no se me pega la gana, mostraron una falta absoluta de conocimiento histórico o más bien, de "negación histórica".

Reunión en 1941 del muftí de Jerusalén con Hitler

Desde luego, asegurar que el Holocausto no existió o no fue tan terrible es de por sí ridículo, y tratar de quitarle a Alemania su responsabilidad también. Pero querer creer que sólo ellos fueron los culpables es, más que ridículo, peligroso.

En efecto, al término de la Segunda Guerra Mundial, los vencedores aprovecharon su victoria y se cebaron con los vencidos. No es intención de este artículo hablar de los Juicios de Nuremberg ni de los procesos de desnazificación o de la participación de Alemania, pero si de la historia oficial que se escribió entonces sobre el nazismo y sobre la guerra en la que se exculpó a los países vencedores de los horrores perpetrados en la misma.

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Adolf Hitler

Y uno de esos horrores es, precisamente, el Holocausto. La historia oficial nos presenta una visión muy sesgada en la que, de forma deliberada, se omiten muchos antecedentes. De lo que se trata es de hacernos creer que en un mundo pacífico y respetuoso, aparecieron de repente un grupo de locos que se hicieron con el poder en una nación muy poderosa y decidieron exterminar a los judíos; que el resto del mundo se horrorizó cuando supo la verdad y trató por todos los medios de evitar la muerte de los inocentes, lo que al final se logró con la derrota absoluta de Alemania y el castigo impuesto a los culpables de tan atroces delitos.

Una historia muy bonita, llena de héroes y villanos, de malos y buenos, en la que, como siempre, el bien triunfa sobre el mal. Pues sí, pero no. La realidad es algo más complicada que eso. El odio de los nazis contra los judíos (que es algo real), hunde sus raíces en un feroz antisemitismo que dominó a Europa desde los últimos siglos de la Edad Antigua hasta la Segunda Guerra Mundial y que aun hoy en día tiene seguidores.

En efecto, cuando el cristianismo se volvió religión oficial de un Imperio Romano en total decadencia (y no fue con Constantino, como muchos piensan, sino con el emperador Teodosio en el año 380), el clero comenzó a predicar en contra de los judíos. La principal razón esgrimida era de tipo religioso y, por lo mismo, de una simplicidad apabullante: los judíos crucificaron a Cristo y por eso merecen morir. Desde entonces las persecuciones fueron constantes a lo largo de los siglos.

Dejando para los ignorantes la razón religiosa de las persecuciones, las élites buscaron la suya propia y la encontraron en algo más mundano y que las afectaba directamente. Como la Iglesia prohibía a los cristianos prestar con intereses (a pesar de lo cual muchos sacerdotes y obispos eran conocidos prestamistas en la Edad Media), muchos judíos vieron ahí la posibilidad de un buen negocio. Para ello no podemos olvidar que tenían vedada la entrada a otras profesiones, por lo que la posibilidad de dedicarse a los préstamos con intereses era algo que no podían dejar pasar. Los reyes y los nobles europeos hacían de la guerra su deporte favorito, por lo que siempre estaban necesitados de dinero, por lo que solían recurrir a los prestamistas judíos para obtenerlo. Cuando las deudas se hacían demasiado grandes, nada más fácil que recurrir a una persecución en la que de forma misteriosa moría el prestamista, o se le ofrecía protección a cambio de anular la deuda. Fácil.

Expulsión de los judíos de España

Por una u otra razón, que al final da lo mismo, los judíos se convirtieron en la Edad Media en el chivo expiatorio perfecto. Si había alguna epidemia, de seguro los judíos eran culpables, pues gustaban de envenenar el agua para matar cristianos. Si un niño era asesinado, los judíos lo habían secuestrado para matarlo dentro de rituales satánicos que solían practicar. Si el pueblo sufría de hambre, la culpa era de los judíos. Si llovía mucho, si no llovía, si hacía calor, si hacía frío, si había paz, si había guerra, también ellos eran los culpables. En otras palabras, como decimos en México, si voló la mosca, los judíos eran culpables.

Las expulsiones, que era el grado más alto al que llegaban las persecuciones, fueron muy frecuentes. En Francia, fueron expulsados en 1182, 1306, 1321 y 1394; de Inglaterra en 1290; del Sacro Imperio Romano Germánico en 1348; de Austria en 1421; de Parma (un ducado independiente en Italia) en 1488; de Milán (lo mismo que el anterior) en 1490; de Castilla y Aragón en 1492, ordenada por los Reyes Católicos y que fue quizá la más dura y cruel de todas; de Lituania en 1495; de Portugal en 1496; de Navarra en 1498; de Provenza (una región francesa) en 1500; de Brandemburgo (actualmente en Alemania) en 1510; de Túnez (bajo dominio español en esos momentos) en 1535; de Nápoles en 1541; de Génova en 1550 y 1567; de Baviera (Alemania) en 1554; de los Estados Pontificios en 1569 y 1593; y de Orán (ciudad de Túnez que estaba bajo dominio español) en 1669. La expulsión también implicaba la confiscación de sus bienes, por lo que resultaba un jugoso negocio para los soberanos europeos y para el Papa.

Si bien en el siglo XVIII ya no hubieron expulsiones, las persecuciones se mantuvieron. En toda Europa los judíos vivían en barrios separados dentro de las ciudades, conocidos como güetos, mismos que de vez en cuando eran saqueados impunemente, tras acusar a los judíos de cualquier tontería. En Rusia eran frecuentes, todavía hasta principios del siglo XX, los llamados pogromos, en los que habitantes de pequeños pueblos asesinaban a cuanto judío encontraban. En el resto de Europa, hay que reconocerlo, se dejó de asesinarlos en el siglo XIX, aunque el racismo y el desprecio contra ellos prosiguió. Y no sólo hablamos de desprecio social, pues también frente a la ley los judíos tenían menos derechos que los cristianos en la Europa decimonónica.

A pesar de ello, es en ese siglo cuando algunos judíos comienzan a descollar en el mundo financiero y empresarial. Muchos de los banqueros ingleses, franceses y alemanes tenían ese origen. Antes de continuar quiero aclarar algo: a pesar de que siempre hubo judíos muy ricos, esa no era la condición de la inmensa mayoría de ellos, que vivía, al igual que sus vecinos cristianos, en una gran pobreza. Lo digo porque aunque resulte increíble aun hay ignorantes que aseguran que todos los judíos eran ricos y por eso los perseguían. Como si se tratara de una especia de guerra de clases: los ricos judíos contra los pobres cristianos.

Volviendo a la narración interrumpida, a esos millonarios judíos ni siquiera su dinero los salvaba del racismo, pues si bien sus contrapartes, los millonarios cristianos, no tenían empacho alguno en realizar tratos comerciales con ellos e incluso asociarse en algún negocio, no los consideraban parte de su círculo social y no eran invitados frecuentes a las fiestas de la alta sociedad cristiana europea. Desde luego, en los pequeños pueblos seguían sufriendo los mismos malos tratos de siempre.

En América, mientras tanto, su situación no era muy distinta. En la América anglosajona, si bien eran aceptados como migrantes, se les aplicaba el mismo trato jurídico y social que en Europa, es decir, mucho desprecio y pocos derechos. En los Estados Unidos, todavía en los años cincuenta del siglo XX, los judíos no eran aceptados cono vecinos en muchos edificios elegantes de Nueva York. Bueno, lo cierto es que tampoco los hispanos, los asiáticos o cualquier otra persona que no perteneciera al grupo llamado WASP (White Anglo Saxon Protestant).

En la América española y portuguesa (que era la mayoría), ni siquiera se les permitía la entrada. La única forma de lograrlo era convertirse al cristianismo, pero ni aun así se salvaban de las persecuciones, pues en España, por ejemplo, se acuñó el término "cristiano viejo" para referirse a los que no tenían ascendencia judía, mientras que a los conversos y sus descendientes se les llamaba, en el mejor de los casos, "cristianos viejos", o "marranos" de forma más habitual. Desde luego, la conversión no los salvaba de las sospechas, pues la Inquisición estaba sobre ellos en todo momento, atenta a cualquier conducta, por pequeña que fuera, que se pudiera interpretar como judaizante, es decir, como parte de una falsa conversión. Con la independencia los judíos dejaron de ser perseguidos por la Iglesia en los países latinoamericanos, pero como en el resto del mundo, siguieron siendo víctimas de racismo y opresión hasta bien entrado el siglo XX.

Con todos estos antecedentes, no es de extrañar que un grupo racista, nacionalista y xenófobo como los nazis convirtieran a los judíos, una vez más, en el perfecto chivo expiatorio para justificar la situación de postración económica y política que vivía la entonces llamada República de Weimar. Como antes, los judíos fueron señalados como culpables de los problemas de un pueblo. Se les acusó de explotar al proletariado alemán, como si no hubiera empresarios "arios" que hicieran lo mismo.

Los nazis recuperaron también un viejo bulo surgido a finales del siglo XIX en Rusia y en Francia, conocido como "Los Protocolos de los Sabios de Sión", un panfleto que aseguraba, mediante documentos falsos, que los judíos de todo el mundo eran parte de una conspiración para adueñarse de todo el planeta y sojuzgar a todos los demás grupos raciales y religiosos. Era una burda mentira a la que los nazis, sin embargo, supieron sacarle jugo.

Edición de 1912 de Los Protocolos de los Sabios de Sión

Cuando comenzó su régimen de terror en Alemania, es cierto que Hitler y sus secuaces trataron de expulsarlos del país, pero también es cierto que los demás países europeos y los Estados Unidos se negaron a recibirlos como asilados, pues temían un gran éxodo de judíos pobres. Las llamadas Leyes de Nuremberg, por medio de las cuales los nazis limitaron los derechos jurídicos de los judíos, les prohibieron dedicarse a ciertas actividades, casarse con no judíos y les obligaron a vivir en güetos, no se diferenciaban en nada a los decretos con que muchos países europeos los mantuvieron marginados todavía hasta mediados del siglo XIX.

Ya comenzada la guerra, los aliados recibieron constantes y fiables avisos de lo que estaba sucediendo con los judíos en los territorios ocupados por Alemania. Supieron con tiempo de la puesta en marcha de la llamada "Solución Final" (el exterminio físico de los judíos en los campos de concentración), pero decidieron ignorarlos con el banal pretexto de que si se hacía pública dicha información, podía interferir con los esfuerzos de la guerra. No pues sí.

Por todo lo anterior, mi conclusión, que espero compartan (y si no, pues es problema de ustedes y no mío), es que el Holocausto fue tan solo la expresión final y trágica de un antisemitismo con profundas raíces en una Europa cristiana y que, por lo mismo, los alemanes nazis no son los únicos culpables de su realización. Todo el mundo europeo, blanco y cristiano, así como su descendencia americana, fue culpable del mismo, aunque al terminar la Segunda Guerra Mundial trataran de olvidar su propio pasado presentándose como los defensores y vengadores de los judíos injustamente masacrados por los nazis alemanes.

Por cierto, y para terminar, quiero apuntar dos cosas más. Primero: si bien en un principio los musulmanes tuvieron mucha tolerancia hacia los judíos, ya desde el siglo XIX comenzaron también a perseguirlos, por lo que también son, en cierto modo, culpables. Y ahí es donde entraría el papel del muftí de Jerusalén al que hacía alusión Benjamín Netanyahu. Segundo: si bien hago aquí una enérgica defensa de los judíos perseguidos a lo largo de los siglos por sus vecinos cristianos y musulmanes por motivos racistas, religiosos y económicos, no justifico por ello, bajo ningún concepto, el trato discriminatorio y brutal que las autoridades y, por desgracia, buena parte del pueblo de Israel, llevan a cabo en contra de los palestinos. Repruebo con energía el uso del Holocausto como justificante de los ataques de Israel contra Palestina. Estoy convencido que el pueblo palestino merece tener su propio país en las tierras que fueron de sus ancestros y que de manera injusta y arbitraria, los ingleses, los estadounidenses y las Naciones Unidas, les entregaron a los judíos. Por fortuna, hay muchos judíos que reconocen esto mismo y que ejercen una gran oposición y crítica al gobierno actualmente encabezado por Benjamín Netanyahu. Aquí en Nueva York hay muchos.

¡Por una Palestina libre! ¡No al estado sionista y genocida!


martes, 20 de octubre de 2015

EL SENDERO DE LÁGRIMAS, UNA CLARA MUESTRA DE LA CRUELDAD ANGLOSAJONA

Desde que los primeros exploradores anglosajones llegaron a tierras americanas a finales del siglo XVI dejaron en claro cuál iba a ser su relación con las múltiples tribus indígenas de la región. Robos, asesinatos, violaciones, despojos, desplazamientos y exterminio, son algunas de las cosas que les tenían reservadas.

Antes de continuar quiero puntualizar que los indígenas tampoco eran los hombres pacíficos que vivían en armonía con la naturaleza que en una época se quiso hacer creer, pues ellos, al igual que todos los seres humanos, vivían su vida con violencia, en constante batalla contra sus vecinos. Y si bien es cierto que la conducta de los anglosajones blancos no tiene defensa posible, también lo es el hecho de que en más de una ocasión pudieron exterminar a una tribu indígena gracias al apoyo de otras tribus indígenas. Es decir, que ellos mismos, en más de una ocasión, coadyuvaron en su propia desaparición.

Pero en esta ocasión quiero hablarles de uno de los acontecimientos más crueles de la historia estadounidense: el llamado Sendero de Lágrimas. Desde que los Estados Unidos se hicieron independientes comenzaron a presionar a las diferentes tribus indígenas que vivían en el joven país para que se fueran lo más lejos posible. No querían compartir su joven república con ellos. La compra de la Luisiana en 1805 los dejó en posesión de un vasto territorio inexplorado con grandes cantidades de tierras vírgenes sin dueño y listas para ser explotadas. Los estadounidenses, al igual que habían hecho sus abuelos ingleses, holandeses y alemanes en América, no consideraban a los indígenas como personas, por lo que si una porción de tierra estaba habitada por indígenas, para los estadounidenses estaba desocupada y podían tomar posesión de ella. Esa era la política.

Sin embargo, para evitar posibles luchas con los indígenas, en ocasiones aceptaban celebrar tratados con ellos para poder establecerse en sus tierras, mismos que las autoridades y los mismos colonos blancos recién llegados violaban al poco tiempo sin ningún miramiento y reprimiendo a los indígenas cuando éstos protestaban por dicha violación. De esa forma tan poco ortodoxa los fueron desplazando poco a poco.

Sin embargo, en zonas poco habitadas, como era el caso de Georgia, Florida y Alabama, se daba el caso de una convivencia más o menos pacífica entre ambos grupos. Pero en 1829 se descubrió oro en Georgia y eso cambió por completo la situación. Miles de mineros y especuladores se desplazaron al territorio en busca del preciado metal y, como era lógico, entraron en conflicto con las tribus indígenas al invadir sin ningún remordimiento sus tierras ancestrales.

Las tribus indígenas que vivían en esa región eran los Cheroqui, los Choctaw, los Chickasaw, los Creek y los Seminola, mismas que eran conocidas como "Las cinco tribus civilizadas", ya que desde la época colonial habían adquirido algunas de las costumbres de los hombres blancos, incluyendo la posesión privada de tierras y de esclavos.

Ante la presión de los especuladores, el gobierno de Georgia, apoyado por el presidente Jackson, ofreció a los indígenas cambiarles sus tierras por otras situadas al otro lado del río Misisipi, en el actual estado de Oklahoma. Para ello, se valían de un Tratado firmado en 1802 entre Georgia y el gobierno federal, mediante el cual Georgia renunciaba a sus derechos sobre lo que ahora es Alabama y Misisipi, a cambio de que se le permitiera reubicar a todos los indígenas fuera de su territorio. Y como el presidente Jackson no era precisamente un amigo de los indígenas, no tuvo ningún reparo en hacerlo.

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Andrew Jackson

En 1830 se promulgó el Acta de Remoción India, que dio a su vez lugar a algunos tratados con ciertos dirigentes indígenas para lograr su reubicación. Uno de estos fue el Tratado de New Echota, firmado con los cheroqui, pero que fue repudiado por la inmensa mayoría de éstos. Los cheroqui eran un caso muy especial. Vivían en un territorio que cubría parte de los estados de Georgia, Carolina del Sur, Alabama y Tennessee. En 1825 habían establecido su capital en New Echota y en 1827 habían adoptado una constitución que los declaraba como una nación libre e independiente, todo ello de la mano de su principal líder, el jefe John Ross, quien curiosamente era mestizo, pues su padre era escocés. Incluso tenían su propio periódico, el Cherokee Phoenix, y un Centro Cultural y de Aprendizaje, y se habían convertido años antes al cristianismo.

John Ross

Pero cuando comenzaron los problemas, como siempre sucede, los cheroqui se dividieron. Una facción, encabezada por el jefe John Ridge, estaba a favor del traslado y urgía a negociar con el gobierno federal antes de que las cosas se pusieran peores y no obtuvieran buenas concesiones. La otra facción, al mando de John Ross, se negaba sin tapujos a abandonar sus tierras ancestrales. Todo ello mientras el gobierno de Georgia iniciaba la venta de sus tierras a colonos blancos. John Ross acudió ante la Suprema Corte de Justicia y obtuvo una resolución algo favorable, en la que se consideraba que las leyes que Georgia estaba aplicando en su contra era ilegal, pero a la vez les quitaba su condición de naciones independientes.

"...si bien los indios tienen un derecho indiscutible e indiscutido a las tierras que ocupan (...) cabe sin embargo, dudar que las tribus que residen actualmente dentro de las fronteras reconocidas de los Estados Unidos puedan con derecho ser llamadas naciones extranjeras. Es más correcto llamarlas naciones domésticas dependientes (...) La nación cherokee es, pues, una comunidad distinta que ocupa su propio territorio dentro de los límites claramente definidos y en el que las leyes de Georgia no se aplican (...) Las relaciones entre los Estados Unidos y esta nación incumben totalmente al gobierno de los Estados Unidos".


En otras palabras, de acuerdo con la Corte, sólo el gobierno federal de los Estados Unidos podía legislar acerca de los asuntos indígenas. Y con Andrew Jackson en la presidencia, ya sabrán cual fue el desenlace de esta historia. Los primeros en irse fueron los Chickasaw en 1829, seguidos por los Choctaw en 1831. En 1837 los líderes Creek fueron apresados y con ello se forzó la marcha de la tribu. Quedaban tan sólo los Cheroqui y los Seminola.

Con la ley de su lado, el nuevo presidente Martin Van Buren ordenó su concentración en algunas fincas a finales de 1837 y los obligó a marchar los más de 1,600 kilómetros que los separaban de las tierras que les habían asignado. Escoltados por tropas federales al mando del general Winfield Scott, emprendieron la marcha poco más de 17,000 cheroquis y 2,000 esclavos propiedad de algunos indígenas ricos, de los cuáles murieron cuatro mil en el camino, debido a la falta de alimentos, el clima extremo y las enfermedades, además del hostigamiento de los colonos blancos por cuyas tierras tenían que cruzar. Aunque como siempre ocurre, el número de muertos varía dependiendo de la fuente. La cifra del gobierno fue de 474, un doctor que acompañó la marcha habló de 4,000 y hay incluso quien ha dicho que fueron 8,000.

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Martin van Buren

El Centro Cultural y de Aprendizaje fue convertido en taberna por sus nuevos propietarios y las instalaciones del periódico cheroqui fueron saqueadas y las imprentas destruidas. Toda la miseria y el horror de la marcha se reflejó en un libro titulado Sendero de las Lágrimas, escrito por John G. Burnett, capitán de la compañía Abraham MaCllan, 2º regimiento, 2ª brigada de la Infantería montada, que intervino en dicho traslado.

Pero para ser justos, también hay que decir que algunos estadounidenses blancos se opusieron a estas medidas, como el escritor Ralph Waldo Emerson, quien escribió una carta al presidente Van Buren para pedirle que no expulsara de sus tierras a los Cheroqui. Otro, llamado William Holland Thomas, acogió en su finca a unos 400, logrando así impedir su traslado.

Los Siminola siguieron luchando hasta el año de 1857 en que fueron finalmente vencidos y trasladados desde Florida hasta Oklahoma, en otro Sendero de Lágrimas.

En 1987 el gobierno decidió sacarle provecho al acontecimiento y estableció un sendero turístico al que llamó Sendero Histórico Nacional Sendero de Lágrimas (Trail of Tears National Historic Trail), que miles de turistas recorren año con año desde entonces dejando una buena derrama económica en los pueblos de los alrededores... donde ya no viven los indígenas.


miércoles, 14 de octubre de 2015

LA TRISTE VIDA DEL EXILIADO (5a PARTE)

Nueva York es una ciudad difícil, dura, arisca. Los turistas no lo ven porque ellos están en otra dimensión. Y es normal. La mayoría de los viajeros buscan salir de su rutina y relajarse, por lo que poco les importa los problemas de los demás.

Sin embargo, a pesar de los malos momentos que es mejor olvidar, prefiero recordar aquellas cosas buenas y divertidas que aquí nos sucedieron. Muchas de ellas tienen que ver, desde luego, con la nieve y el hielo.

Han de saber, pues no me da vergüenza decirlo, que yo nunca aprendí a patinar cuando era pequeño. Con la bicicleta era un as, pero los patines me provocaban una inseguridad inmensa y siempre les tuve miedo. Recuerdo con pena aquellos días en casa de mis abuelos en la ciudad de México, cuando mis innumerables primos se ponían sus patines y se dedicaban toda la tarde a dar de vueltas en el patio, mientras mis hermanos y yo permanecíamos sentados observándolos con una mezcla de terror y envidia.

Cuando conocí a Judith hace ya muchos años, decidimos ir un día (más bien decidió ella) a patinar en hielo en la pista de San Jerónimo, al sur de la capital mexicana. Nos acompañaron dos amigas suyas de la oficina y mi querido primo y amigo Jaime Torres Fidalgo. Mientras Judith y sus amigas se daban vuelo en la pista, Jaime y yo no conseguimos soltar la pequeña barda de seguridad que rodea la pista. Lo bueno fue que el único que se cayó fue él (un par de veces, por cierto), pues aunque yo estuve a punto de hacerlo, al final conseguí mantenerme en pie.

Esos son mis antecedentes sobre los patines. Pues bien, durante nuestro primer invierno en Nueva York Judith me pidió que fuéramos a patinar a una de los innumerables pistas que para ello hay en la ciudad. Sin estar muy convencido, elegimos la que se encontraba en Bryant Park, detrás de la Biblioteca Pública. Fue uno de los peores momentos de mi vida. Sufrí de un miedo irracional, imaginando que iba a caer, que alguno de los múltiples y rápidos patinadores que me rodeaban me pasaría por encima de la mano, cortándome los dedos. A pesar del intenso frío que hacía, pues la pista es al aire libre, yo estaba sudando a chorros, como si me encontrara en la cuenca baja del Mekong durante el verano. Al final, Judith se compadeció de mí y me sacó de aquel infierno. Sin embargo, me hizo prometer que tomaría clases de patinaje.

Un par de semanas después encontré una pista de hielo más o menos cerca de la casa en la que daban clases para niños y adultos. Sin pensarlo mucho para evitar arrepentirme, me inscribí en la clase de principiantes adultos. El curso duraba dos meses, aunque en esos momentos tuve que pedir mi baja temporal después de dos semanas, pues un resbalón en el hielo sobre la cortina de la presa de Croton-on-Hudson me obligó a llevar el brazo derecho cubierto por un guante médico que lo inmovilizaba. Así que me presenté en la escuela de patinaje con la esperanza de que me dieran de baja, pero los muy desgraciados, en lugar de eso, me dijeron sonriendo que no me preocupara, que me curara el brazo e iniciara de nuevo en el siguiente curso, dentro de dos meses y medio. Incluso para obligarme se negaron a cobrarme el nuevo curso. Así que un mes y medio después me encontraba de vuelta embutido en los patines y con un temblor en las piernas que me daba una apariencia un tanto graciosa. Mis compañeros eran una señora china que fingía patinar peor de lo que en realidad lo hacía, un señor polaco que quería aprender para poder hacerlo con sus pequeñas hijas, que ya eran expertas en eso de deslizarse por el hielo, y un par de gringos sin nada de particular. El instructor era un joven puertorriqueño que hizo su mejor esfuerzo para que yo perdiera el miedo, cosa que consiguió, pues después de dos meses de práctica intensiva todos los sábados por la mañana (uno de ellos acompañado por mi hermana que se dedicó a reírse de mí y a tomarme fotos y vídeos sentada con toda comodidad en las gradas para los espectadores), le perdí el miedo a la patinada y logré atravesar la pista de lado a lado a cinco metros de distancia de la barda protectora que había sido mi fiel acompañante durante las primeras clases. Claro que nunca logré una velocidad mayor a los doscientos metros por hora, pero al menos ya no le temía y sabía la forma de no caerme, por lo que al final me dieron el diploma que me acreditaba como el peor del grupo de principiantes. Lo curioso es que después de ello Judith y yo sólo hemos ido a patinar en dos ocasiones.

Una vez superado el miedo, ella insistió en que pasáramos a los patines de ruedas para patinar en la calle, y sin decir ni agua va, en mi cumpleaños me regaló unos patines. Ella se ofreció a enseñarme, así que al principio practicamos en el patio de una iglesia cerca de casa, cada uno con un patín. Esta nueva modalidad se me hizo más difícil que la invernal, por lo que al final lo dejamos sin que yo consiguiera ponerme los dos patines.

Pero mi compañera de vida es necia como pocas personas, así que empezó a insinuar el siguiente paso para mí: esquiar. Ella era una experta, pues lo había hecho en varias ocasiones durante su juventud. Yo me estuve negando con mil pretextos hasta que un día, en febrero de 2014, me anunció que había comprado dos boletos para entrar a una pista de esquí situada en Connecticut, a una hora de camino en camión desde Nueva York. Viéndome condenado sin remedio, hablé con mi buen amigo ucraniano Volodia y lo invité a que nos acompañara junto con su mujer Ulyana. Esa fue mi salvación, pues resulta que ellos gustaban de esquiar en la modalidad llamada cross country, es decir, caminando con esquíes por el bosque, y en la pista a la que fuimos no había eso, sino tan sólo la modalidad que precisamente yo temía: lanzarse por una rampa embutido en los esquíes.

Volodia, Ulyana, Judith y yo.


Así que para poder hacer algo entre los cuatro, optamos por el tubing, es decir, por sentarnos sobre unas llantas y lanzarnos cuesta abajo por las pistas (las de principiantes, desde luego). La verdad es que fue muy divertido. Además de las llantas individuales había unas en forma de ocho para dos personas, y esas fueron las que utilizamos para aventarnos en pareja. Para llegar a las rampas había que hacer un poco de fila, y ahí fue lo más divertido, pues en una ocasión en que ya era nuestro turno de lanzarnos, resbalamos y en lugar de caer por la rampa nos fuimos sobre las personas que estaban detrás de nosotros en la fila provocando una carambola terrible. Yo alcancé a tomar a una niña pequeña a la que, tras tirarla y para evitar que rodara por la rampa, me la llevé conmigo hasta que nuestra llanta se detuvo al final de la fila. Entonces le pregunté "Are you ok?". Ella me miró con una mezcla de odio y alegría y se fue sin decir nada. Ni modo. Volvimos a formarnos llenos de vergüenza por el espectáculo que habíamos dado. Al llegar de nuevo al borde de la rampa, yo me subí a la llanta y en esos momentos sentí que esta volvía a resbalar en el sentido opuesto al que quería. Sólo escuché una voz detrás mío que dijo: "Oh, no! Not again!". Pero esta vez Judith alcanzó a reaccionar, se salió de la llanta y me empujó por la rampa antes de que provocáramos un nuevo desastre. Qué les puedo decir, fue muy divertido.

Cambiando de tema, fue por esas fechas que, ante la ausencia de un trabajo que me mantuviera ocupado y me generara ingresos, decidí terminar una novela que había empezado años atrás. Así que durante seis meses me senté frente a la computadora todas las tardes y me dediqué a escribir, corrigiendo y cambiando el argumento una y otra vez hasta que por fin quedé satisfecho con el resultado. Inmediatamente la mandé publicar, previo pago, con una editorial argentina que publica en versión digital e impresa.

Entonces ocurrió algo imprevisto. Estábamos a principios de 2012 y yo estaba organizando una presentación de la novela en Nueva York. En eso, fuimos a una manifestación que se organizó para protestar por la violencia en México. Salía del consulado de México y terminaba cerca de las Naciones Unidas. Cuando llegamos a éste último lugar, estaba con nosotros una joven reportera de un canal local en español llamado NY1 Noticias. Se puso a mi lado junto con su cámara y sacó un trípode para colocarla. Sin quererlo metió una de las patas de éste en un doblez que siempre hago en mis pantalones, pues como mis piernas no son muy largas, todos me quedan demasiado grandes. Se disculpó de inmediato y ambos nos reímos. Empezamos a platicar y cuando yo le comenté que iba a presentar mi novela me dijo que ella hablaría con el conductor del noticiero para que me invitara al programa a hablar sobre mi libro. La idea me encantó y, en efecto, a los pocos días me habló por teléfono Philip Klint, el conductor del noticiero, y fijamos fecha para el programa.

De ahí salió una buena amistad que a la fecha conservo con Philip, un hombre muy interesante. Hijo de padre holandés y madre canadiense, nació y pasó su infancia en la ciudad de México, por lo que se siente chilango de corazón. En la adolescencia la familia se trasladó a Indonesia donde terminó sus estudios antes de venir a Nueva York. Cuando uno lo escucha hablar se da cuenta de lo fuerte de su herencia mexicana. Después de ese programa me invitó en otras dos ocasiones para hablar sobre política mexicana y, durante las elecciones de 2012 en México, actué como "enviado especial" del noticiero, pues Judith y yo fuimos al país para votar.

En el campamento de Occupy Wall Street. El de sueter verde, barba y poco pelo, soy yo.


Dos semanas después fue la presentación del libro, en la que participaron Margueritte Lukes, que en aquellos momentos era profesora en la Universidad de CUNY y a la que conocí por Juan Castillo, e Ismael Naveja, un excelente amigo que en esos momentos era el Cónsul Adjunto de México en Nueva York.

Más adelante, cuando surgió en México el movimiento Yosoy132, nos enteramos de la creación de una célula del mismo en la ciudad de Nueva York, con el nada original nombre de Yosoy132NY. Sin pensarlo dos veces nos unimos a ellos y comenzamos a realizar labores de protesta y concientización entre los paisanos. Participamos con ellos en muchas manifestaciones e inclusive atendimos a la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad comandada por el poeta Javier Sicilia, cuando ésta llegó a Nueva York. Cuando íbamos a una protesta frente al consulado de México, mi actitud, no lo he de negar, era un tanto ambigua, pues una vez que terminábamos de gritar mueras al gobierno, yo me metía al edificio para saludar a mi buen amigo el cónsul adjunto y comer con él. Ni modo, así es la vida. En ocasiones nos sale con situaciones surrealistas que escapan a nuestro control. Al final, la mayoría de los miembros del grupo nos fuimos separando cuando los más radicales comenzaron a tomar el control. En los últimos años hemos acudido a una que otra protesta, pero ya más en calidad de apoyo solidario que como participantes activos.

Protestando en Union Square. El de la boina gris y barba que se ve al fondo, debajo del "No a Peña Nieto", soy yo.


Pero antes de terminar con este tema, quiero platicarles de la primera manifestación que hicimos con el grupo. En aquellos momentos estaban con nosotros la mamá de Judith y mi querida prima Martha Torres, quienes nunca en su vida habían participado en una. Pero al estar con nosotros les tocó marchar y lo hicieron con gran dignidad, portando unas pancartas hechas con cajas de cartón que algunos de los participantes les dieron.

En el grupo del 132 conocí también a una simpática muchacha llamada Mitzi Hernández que trabajaba en aquellos momentos como asistente del conductor de un programa cultural en un canal de televisión local: HITN. Ella me presentó con su jefe, el periodista español José Nieto, y consiguió que me invitara a su programa titulado "El autor y su obra". Estuvimos hablando por más de dos horas sobre mis libros y sobre historia de México. A José Nieto le gustó tanto que presentó la entrevista en dos capítulos de una hora cada uno para que no se perdiera nada. Luego me enteré que eso es algo que había hecho con muy pocos de sus invitados, pues a la mayoría los despachaba después de media hora.

Por último, me quiero referir a un acontecimiento que fue decisivo en mi formación como persona y como escritor en Nueva York. En 2013, cansado ya de no conseguir ningún trabajo remunerado (en parte debido a una gran depresión que venía arrastrando de tiempo atrás y de la que surgió este blog como parte de la terapia para salir adelante), recibí una llamada providencial de parte de una amiga. Ella, Alejandra Marín, vivía en Nueva York. Era diseñadora de profesión pero no tenía empacho de trabajar en lo que fuera para subsistir en la Gran Manzana. Así, había cuidado niños y vendido paletas heladas. En esa llamada me informó que la dueña del negocio de las paletas estaba buscando vendedores porque la mayoría se le habían ido. Estaba yo tan desesperado que acepté. En otros momentos la hubiera mandado a volar, con el argumento de que un historiador titulado como yo no podía caer tan bajo. Pero en esos momentos me urgía el trabajo, así que acepté. La dueña del negocio era una mujer mexicana llamada Fanny. Ella misma hacía las paletas en una cocina industrial, al más puro estilo mexicano. Había de mango con chile, de pepino con limón, de grosella, de piña con jalapeño y otros sabores exóticos que encantaban a los gringos. Trabajé de abril a octubre, entre semana en un carrito situado en el parque High Line y los domingos en un mercado en Greenpoint, Brooklyn. Ya en otra entrada del blog les hablé, en forma de cuento, sobre esta etapa de mi vida, que fue muy divertida y enriquecedora. En el mercado hice buena amistad con otros vendedores y siempre intercambiábamos productos, por lo que yo regresaba a casa con pescado fresco, frutas, verduras y hasta pies de nuez o zarzamora, los que conseguía a cambio de paletas. También hice amistad con un pequeño niño de cuatro años, llamado Gilbert, y cuya mamá terminó encargándome mientras ella hacia sus compras. Para Gilbert no había nada más emocionante en la vida que asomarse al interior del carro de las paletas. Y desde luego, siempre le regalaba una pequeña. Además, aproveché para enseñarle algunas palabras en español (ninguna grosería, no se apuren).

Vendiendo "Mexican Ice Pops" en el High Line Park.


En el High Line, por su parte, serví como modelo a varios fotógrafos, salí en algunos comerciales de televisión como extra (aunque nunca logré verlos) y fui testigo de filmaciones de series televisivas y de ensayos de obras de teatro. La gente solía ser amable y en ocasiones salían con algunas ocurrencias geniales. En cierta ocasión un señor se me quedó viendo por varios minutos. Cuando empecé a sentirme incómodo se acercó a mí y me dijo: "You have the most incredible job in the whole world". Me reí con ganas y le regalé una paleta. En los días más calurosos del verano la fila de gente frente al carrito era interminable y las propinas jugosas. Este trabajo me sirvió para bajarme de la nube en que vivía y comprender que ningún trabajo es malo si te da para comer. Además, conocí a muchas personas y obtuve muy buenas ideas para personajes de novelas en las que estoy trabajando en la actualidad.

Así que como ven, la vida en Nueva York, a pesar de sus problemas, también tiene sus grandes momentos, algunos de los cuales sólo ocurren aquí. Podría contarles miles de historias más, pero no quiero cansarlos, por lo que mejor aquí dejamos las memorias del exiliado en Nueva York.



jueves, 8 de octubre de 2015

LA TRISTE VIDA DEL EXILIADO (4a PARTE)

La vida en Nueva York nos ha deparado también momentos agradables. Hemos hecho varios amigos de procedencias diversas. Ya hablé de Volodia el ucraniano, de Pablo el venezolano, Carlos el colombiano y los mexicanos Juan, Román y Mónica, pero además de ellos no puedo dejar de mencionar aquí a Jean-Paul y Muriel, una pareja de franceses que conocimos en la cola del cine, a Carlyn, una simpática haitiana que nos recibió en su casa el primer día de Acción de Gracias que pasamos aquí y a Yema, una agradable mujer etíope que ha compartido con nosotros algunos momentos agradables, incluyendo una muy divertida cena de Año Nuevo en la que no pudimos parar de reír.

Y hablando de las fiestas de Año Nuevo, las cuatro que hemos pasado desde 2010 en Nueva York han sido, en general, muy divertidas. El primero de ellos, 2010-2011, nos fuimos nosotros dos solos a Prospect Park en Brooklyn, donde iban a tocar algunos grupos musicales e iban a lanzar fuegos artificiales. Llevamos una botella de champán (bueno, la verdad es que era un vino espumoso) y aprovechamos las enormes montañas de nieve que aun quedaban de la nevada del día 26 para ponerla a enfriar. Cantamos, brindamos, y la pasamos muy bien. La segunda, 2011-2012, tras regresar de un viaje a Boston, donde pasamos Navidad, nos reunimos con Mónica y el que entonces era su marido, un indio (de la India) llamado Dushyant, en su departamento de Astoria. Ahí cenamos y luego salimos en metro al Parque Central para ver los fuegos artificiales, brindar y lanzarnos confeti con una especie de lanzadores de confeti que habíamos comprado en el Barrio Chino de Manhattan. Lo pasamos muy bien, riendo hasta la madrugada. Lo único malo fue que de regreso en el metro nos tocó una muchacha muy borracha que vomitó dentro del vagón, lo que generó una pelea entre sus acompañantes y unas personas que protestaron. En fin.

El Central Park es muy hermoso cuando se cubre de nieve.

La tercera, 2012-2013, fue quizá la única desangelada. Habíamos pasado Navidad en Tulum, México, con unos excelentes amigos: el periodista Jaime Avilés y su hija Juncia. Jaime es muy divertido, así que nos reímos bastante. De regreso en Nueva York, compramos dos boletos para un crucero de Año Nuevo por el río Hudson frente a Manhattan. El boleto incluía comida, bebida y baile. Además, en el anuncio prometían las mejores vistas de los fuegos artificiales que se lanzaban a todo lo largo de la isla. La verdad es que nos aburrimos mucho, nos tocaron vari@s borrach@s, hacía un frío terrible y, para colmo, el barco se colocó de tal forma que era muy complicado disfrutar la vista de los fuegos artificiales. Ni modo. En cuanto llegó a puerto, corrimos a casa. En cambio la cuarta, 2013-2014, fue la mejor de todas. Organizamos una cena en nuestro departamento a la que acudieron Yema, Volodia, Juan y Hermelinda (otra compañera de la escuela). Nos reímos como pocas veces. La conversación transcurría a ratos en inglés y a ratos en español. Nos pusimos en la cabeza unos gorros alusivos a la fiesta, nos colgamos collares que decían Happy New Year, contamos chistes e hicimos bromas hasta que la risa nos provocó dolor muscular en el abdomen. A quien siempre le estaré agradecido es a Volodia, pues a pesar de vivir muy lejos de nosotros, en Coney Island (Brooklyn), a casi dos horas de viaje en metro, nunca falta a nuestras invitaciones. El Año Nuevo 2014-2015 decidimos pasarlo en Budapest, acudiendo a la Ópera y brindando en la calle con desconocidos. Ya veremos que ocurre el siguiente.

Volviendo al tema de los amigos, quiero hablar de Jean-Paul y Muriel, los franceses. A ellos los conocimos de la forma más curiosa. Habíamos ido al Lincoln Center para ver una película, llegando varias horas antes para formarnos en una fila especial en la que venden los boletos mucho más baratos. Fuimos los primeros o los segundos en llegar, no recuerdo bien. El caso es que yo dejé a Judith en la fila mientras iba a preguntar algo adentro del inmueble. Cuando regresé, ella estaba platicando con una mujer, que resultó ser Muriel. Me uní a la plática y al poco tiempo ya éramos grandes cuates. Al terminar la película nos presentó a su pareja, Jean-Paul, un profesor retirado que hablaba un poco de español gracias a su abuela. La conexión fue inmediata. Al poco tiempo nos invitaron a una fiesta en su casa. Muriel trabajaba como maestra en el Liceo Francés de Nueva York y Jean-Paul se dedicaba a disfrutar la vida. Fuimos a su casa en Brooklyn varias veces, un departamento muy pequeño en el que, sin embargo, nunca faltaba gente. Ahí conocí a varias personas interesantes, como el editor y escritor Robert Miller, especializado en novelas de espionaje, muy buenas, por cierto. Tras platicar con él, quedamos de vernos en su editorial una semana después. Yo llegué con la intención de pedirle trabajo, pero con tan mala suerte que en esos momentos estaba cerrando el negocio por bancarrota. Los franceses también fueron a la casa varias veces e incluso llegamos a reunirnos en un restaurante peruano para celebrar el 5 de Mayo.

Jean-Paul y yo congeniamos muy bien. En algún momento decidimos celebrar una reunión semanal en un café cerca de la Grand Central, con la finalidad de que él me enseñara francés y yo le reforzara su español. Pero sólo las primeras veces hicimos tal locura, pues al poco tiempo nos dedicábamos a platicar de historia y de política (ambos somos de izquierda), despotricando contra el conservadurismo y contra la religión (ambos somos ateos). Lo pasábamos muy bien. Además, como a ellos también les encanta viajar, revivimos una tradición ya muy en desuso, el de enviarnos mutuamente tarjetas postales cada vez que estábamos fuera. Gracias a eso ahora tenemos una amplia colección que adorna nuestros libreros. Ellos, sin embargo, eran más puntuales que nosotros en un aspecto. Siempre mandaban sus postales desde el país en que se encontraban, en cambio nosotros, comprábamos la postal en el país visitado pero como nunca teníamos tiempo de ir al correo, la poníamos en el correo al regresar a Nueva York. Por desgracia, en el verano de 2013 se venció el contrato de Muriel y tuvieron que regresar a París. Desde entonces los hemos visto tan sólo en un par de ocasiones, la primera en París, donde nos invitaron a cenar en su departamento, y la segunda en Nueva York, en un viaje que ellos hicieron para ver a sus numerosos amigos.

Pasando a otros temas, me viene a la mente la ocasión en que decidimos acudir a la ceremonia de encendido del famoso árbol de Navidad del Rockefeller Center. Fue toda una pesadilla. Era tal la multitud y el espacio tan estrecho, que no todos podían ver el famoso árbol, así que la gente se distribuía por las calles de los alrededores. Como también había un espectáculo musical, los organizadores colocaron pantallas gigantes en las calles aledañas para que los que no tuvimos la fortuna de llegar un día antes para apartar un lugar en primera fila, pudiéramos ver a los cantantes. Desde luego, esperábamos que tras la música, en las pantallas pudiéramos ver la ceremonia de encendido del árbol, pero los muy desgraciados apagaron las pantallas en ese momento y tan sólo los privilegiados que estaban cerca pudieron verlo. ¡Qué poca, me cae!

El famoso árbol del Rockefeller Center

Y para terminar por el día de hoy, les voy a platicar nuestra aventura con el "Huracán Sandy". Este fenómeno meteorológico ocurrió en noviembre de 2013. En realidad no era un huracán, pues cuando llegó a las costas de Nueva York ya se había degradado a tormenta tropical. A pesar de ello, provocó tal desastre que volvió a dejar en evidencia a la ciudad que se considera como una de las más ricas del mundo y la sede del capitalismo. Días antes, en la radio y en la televisión comenzaron a informar a la gente sobre Sandy. El gobierno anunció que el día previo a su llegada el transporte público iba a suspender el servicio desde las seis de la tarde, por lo que se pedía a todas las empresas que le dieran la tarde libre a sus empleados para que éstos pudieran volver a sus casas. Asimismo, se nos exhortaba a acudir con tiempo a los supermercados para aprovisionarnos de víveres. Es lo que llaman "compras de pánico". Yo le sugerí a Judith que hiciéramos algunas de éstas, acudiendo a las tiendas gritando como locos, comprando lo primero que viéramos y peleando con las viejitas por una lata de frijoles. Unas auténticas compras de pánico, vaya, tal y como lo marcan los cánones, pero ella no me dejó.

Total, que llegó el día esperado. Los noticieros pedían una y otra vez que la gente no saliera de sus casas, que se alejaran de las ventanas y que esperaran pacientemente a que terminara la emergencia. Sin embargo, al acercarnos a nuestras ventanas podíamos ver a la gente del barrio caminando tranquilamente en pleno "huracán", paseando al perro e inclusive a los niños pequeños en sus carriolas. No nos asombró. Muchos de nuestros vecinos son colombianos, dominicanos, puertorriqueños y caribeños en general, así como indios y bangladesíes, que saben por experiencia lo que es un huracán de verdad y que, por supuesto, no se dejaron intimidar por una simple tormenta tropical, por más pánico que sus vecinos de otras latitudes tuvieran. Así que ellos siguieron con su vida como si nada estuviera pasando. Nosotros aprovechamos el tiempo para gastarle una broma a Dushyant, el entonces esposo indio de Mónica. Mediante mensajes telefónicos le hicimos creer que Judith había salido antes de que se soltara el huracán y no había conseguido volver a casa. Yo fingí estar preocupado pero no lo suficiente como para salir en su búsqueda. Cuando le dijimos que Judith ya estaba frente a la casa, pero aun en la calle abrazada a un árbol para impedir que el viento se la llevara, Dushyant se ofreció a salir en su rescate desde su casa en Astoria. Mientras tanto, Mónica, Judith y yo nos reíamos de lo lindo ante su ingenuidad. Nunca le dijimos la verdad, y ahora que ya se divorció de Mónica, no tiene ningún caso.

Una estación del metro en Manhattan inundada tras el paso de Sandy

Por nuestro barrio, Jackson Heights, no hubo destrozos con la única excepción de dos árboles caídos, mismos que detectamos al día siguiente cuando salimos a realizar la inspección de rutina que nuestra curiosidad nos ordenaba. Sin embargo, Sandy causó grandes destrozos en otras zonas de Nueva York, evidenciando que la ciudad todopoderosa no está preparada ni siquiera para soportar una simple tormenta tropical. Toda la parte sur de Manhattan, de la calle 42 para abajo, se quedó sin luz. Los túneles del metro que unen Manhattan con Brooklyn se inundaron, la Zona Financiera (donde está Wall Street) se convirtió en zona de desastre, las costas de Long Island, de Staten Island y del Bronx sufrieron severas inundaciones y cientos de personas perdieron sus casas y varios miles, entre ellos nuestro buen amigo Volodia, se quedaron sin luz ni calefacción en los momentos en que estaba entrando uno de los inviernos más crudos que nos ha tocado. Y como siempre, el gobierno de la ciudad reaccionó tarde y mal, de acuerdo con muchos de los habitantes de las zonas afectadas.

El metro tardó casi dos días en volver a funcionar, aunque al principio de forma parcial. Judith ya estaba como leona enjaulada, así que en cuanto oyó que una de las líneas que unen Jackson Heights con Manhattan ya estaba abierta, decidió lanzarse a la oficina. En ocasiones creo que es adicta al trabajo, o como dicen los que creen que saben aunque en realidad no saben nada, workahólica. Dos horas después regresó al calor del hogar frustrada, congelada y de mal humor, pues según me platicó, el metro estaba atascado y estaban pasando muy pocos trenes, por lo que decidió tomar un camión, con el cual sólo pudo avanzar unas cuantas cuadras por lo denso del tráfico y porque los puentes estaban atascados. Así que tuvo que sufrir un día más a mi lado encerrados en casa.

Nos vemos hasta la próxima con más aventuras neoyorkinas, algunas de ellas muy divertidas.




martes, 6 de octubre de 2015

LA TRISTE VIDA DEL EXILIADO (3a PARTE)

Un día, a principios de marzo de 2011, acudí a una reunión con la agregada cultural del Consulado Mexicano en Nueva York, o lo que es lo mismo, con la directora del pomposamente llamado Instituto Cultural de México. Me parece que su apellido era Cabezut. La idea era que esta buena mujer me diera algunos contactos para poder conseguir trabajo en la ciudad. ¡Aguas! Sólo contactos que podrían ayudarme en mi búsqueda laboral, pues en ningún momento iba yo con la intención de que ella me consiguiera trabajo. Aclaro esto porque en esos momentos una prima mía trabajaba en el consulado como cónsul jurídica y ella es quien me había conseguido la entrevista con la directora del área cultural, por lo que no quiero que se piense que hubo tráfico de influencias. ¡No, señor!



Recuerdo muy bien ese día porque estuvo muy complicado. Además de que hacía mucho frío, mi mamá llegaba por primera vez de visita desde la Ciudad de México. De acuerdo con mis cálculos, podría ir por ella al aeropuerto (en metro), llevarla a la casa y dirigirme a mi cita. Así que tomé el tren E, me bajé en la estación Sutphin Boulevard, caminé hacia la estación del Air Train y llegué con tiempo suficiente al aeropuerto John F. Kennedy. En cuanto llegó mi mamá, emprendimos el regreso. Para el que no conozca el Air Train en Nueva York, he de decirle que es un poco complicado, más si uno va despistado platicando con otra persona. Resulta que hay tres rutas: una solamente recorre en círculo las diferentes terminales del aeropuerto; otra se dirige hacia Howard Beach, en donde se conecta con el metro A hacia Brooklyn; y la tercera se dirige hacia Jamaica Center, en donde se puede tomar el metro E para llegar a Queens. Esa es la que yo necesitaba. Sin embargo, por ir platicando, nos subimos al primero que llegó y que se puso a darnos de vueltas por las terminales. Cuando me dí cuenta, nos bajamos y nos subimos al siguiente que pasó, ¡que nos llevó a Howard Beach! Así que tuvimos que regresar a la única estación intermedia donde los dos que salen del aeropuerto se juntan y ahí tomamos por fin el que nos llevó a Jamaica. Cuando llegamos ahí, nos dirigimos al metro, donde estaba Judith esperándonos, pues le pedí que fuera por nosotros para que ella llevara a mi mamá a la casa mientras yo corría a mi cita, pues con tanta vuelta en el Air Train se me había hecho tarde. Por cierto, la maleta de mi mamá venía rota por culpa del maltrato a que la sometieron los trabajadores del aeropuerto, así que fue un problema llevarla a la casa, desde donde Judith, a base de gritos y sombrerazos, consiguió que la aerolínea le mandara una maleta nueva.

Una vez en en el Consulado me dirigí a la oficina de la agregada cultural, donde además de ella se encontraba Eduardo Peñaloza, el encargado del área educativa. De esa reunión saqué pocas cosas en claro, pues la señora Cabezut tan sólo me dio tres nombres, uno de ellos con teléfono, y comentarios como éste: "pues no sé, a lo mejor esta persona te puede decir más cosas que yo", "es que no sé dónde podrías encontrar trabajo de acuerdo a tu profesión". Yo soy historiador y ella es la agregada cultural, y ¿no sabía dónde se podría requerir de mis servicios? No manches. Bueno, al menos dos cosas positivas obtuve de dicha entrevista (que por cierto, no duró más de diez minutos, pues era claro que la Cabezut estaba incómoda con nuestra reunión): el teléfono de Mónica Argüelles, que en esos momentos trabajaba en una revista llamada Raíces de México, y a Eduardo Peñaloza, quien después dejó de trabajar en el Consulado y con quienes tengo una buena relación de amistad.



Los días siguientes me dediqué a pasear a mi mamá por el frío Nueva York y, una vez que regresó a México, hablé con Mónica Argüelles. Nos citamos en un café en Astoria y desde que nos conocimos nos caímos muy bien. Ella habla hasta por los codos y es una mujer muy amable y amigable. Desde luego que me ofreció la oportunidad de publicar en la revista, pero con una aclaración: la revista no estaba a la venta, sino que era gratuita, y por lo mismo no había dinero para pagarle a los escritores. Ni modo, mi primera chamba en Nueva York y no iba a recibir ni un triste centavo de dólar. A pesar de todo, decidí escribir algunos artículos. De hecho, publiqué cuatro o cinco, ya no recuerdo. Lo que sí recuerdo es que de Mónica obtuve dos cosas más importantes, una amistad que se ha prolongado desde entonces (de hecho, podría decir que es nuestra mejor amiga en Nueva York) y la información de una feria educativa que se iba a celebrar en Staten Island en unas semanas.

Llegado el día y tras recibir las indicaciones para llegar que me dio la misma Mónica, tras casi dos horas de viaje en metro, ferry y camión, llegué al lugar en el que se iba a realizar la feria. Ahí estaban ya Mónica y Eduardo Peñaloza, quienes me presentaron con diversas personas. Una de ellas se llamaba Román Barroso, quien estaba ahí en representación de UVEA (Unidad de Voluntarios en la Educación para los Adultos), grupo fundado y dirigido por el ingeniero Juan Castillo. Platicando con él, me enteré del proyecto que ellos llevaban a cabo. UVEA es una escuela especial enfocada a personas de origen latino, sin importar su país (aunque la mayoría son mexicanos), que imparte clases en español desde alfabetización hasta secundaria y que mediante convenios con la SEP de México les otorga a sus alumnos certificados de primaria y secundaria. Me gustó, así que le pregunté a Román (un astrónomo aficionado muy competente) que tenía que hacer para unirme a ellos como profesor de historia. Entonces me ofreció darme un aventón a mi casa, lo que me hizo más corto el trayecto de vuelta, y en el camino me invitó a acudir el siguiente sábado a Drapper Hall, un edificio perteneciente a un hospital, situado en Harlem, donde se impartían las clases.

Cuando llegué a casa, le platiqué a Judith, quien también se entusiasmó y decidió acompañarme para conocer a Juan Castillo. El siguiente sábado, como a las once, estábamos ahí. He de decir que llegar era un poco complicado, pues teníamos que tomar tres metros y después un camión. Juan nos dijo que si queríamos enseñar éramos bienvenidos. Sólo había una condición: el compromiso de permanecer un semestre completo. Así que sin más ni más, el siguiente sábado estábamos ahí a las nueve de la mañana, Judith para enseñar matemáticas y yo, historia. Para Judith fue muy complicado, porque para llegar a tiempo teníamos que levantarnos muy temprano ¡en sábado! Sólo los dos primeros meses aguantó, y para los cuatro restantes de su único semestre como maestra le pedimos a nuestro amigo Carlos, el taxista colombiano, que nos llevara, lo que reducía el tiempo de traslado de una hora a veinte minutos. Como ya dije, Judith sólo estuvo un semestre pero fue una excelente maestra, muy dedicada (en la semana, por las noches, preparaba sus clases, incluyendo cartulinas con ejemplos). Yo comencé dando clases de historia de México y después me seguí con Historia de los Estados Unidos.

Había tres grupos, los dos primeros eran para la secundaria y el tercero para el GED, un examen especial que se hace aquí para poder acreditar lo que en México sería la preparatoria. Los alumnos, como ya dije, eran todos adultos, la mayoría poblanos, aunque también había algunos de Ecuador, República Dominicana, Puerto Rico y hasta España. Yo siempre he disfrutado el enseñar, especialmente a los adultos, así que me acoplé sin problemas a la escuela, donde hasta la fecha sigo dando clases, cuatro años después. Pero también creo importante recalcar que no recibo un sólo dólar por ello, pues como la escuela no le cobra a los alumnos ni recibe apoyo de ningún gobierno, tampoco le paga a los maestros, por lo que todos lo hacemos de forma voluntaria.

Mi amigo Juan Castillo

Además de nosotros dos, en esos momentos había otros dos maestros, Román, quien siempre estaba dispuesto a dar clase de lo que fuera y Volodia, un simpático ingeniero ucraniano que da clase de matemáticas y con quien me une una entrañable amistad, al igual que con Román y Juan. Al año siguiente llegó Pablo, un escritor venezolano que daba clases de español y a quien los alumnos querían mucho, pero que después de tres años tuvo que dejarnos por motivos profesionales, aunque ya anunció su próximo regreso.

Tiempo después Juan me pidió que también diera clases los miércoles, pero en otra ubicación. Se trataba de la antigua iglesia de Guadalupe, en la calle 14 de Manhattan, donde se daban clases de alfabetización y primaria y donde yo dí Historia de los Estados Unidos para los del GED. Sin embargo, en 2013 tuvimos que dejar el Drapper Hall por culpa de Sandy (les hablaré de él en la próxima entrega), así que todos terminamos refugiados en la sede de la calle 14, hasta que el padrecito nos corrió en diciembre de 2014. Lo bueno fue que pronto encontramos refugio en un gimnasio de la calle 51 que nos presta otra iglesia.

De mis alumnos yo también he aprendido mucho. En ocasiones deciden abrirse y cuentan sus propias historias. Ahí es cuando uno se da cuenta de lo fácil que ha sido nuestra vida. A fin de cuentas, para llegar a Nueva York, Judith y yo no tuvimos que cruzar el desierto ni trabajar en lugares donde nos explotan bajo la amenaza de llamar a la "migra". Y sin embargo, ahí están ellos, echándole ganas a la vida, estudiando para mejorar sus condiciones y disfrutando con lo que les tocó en suerte. Mis alumnos son un gran ejemplo a seguir. Estoy convencido que ellos, junto con los amigos que hemos hecho aquí, van a ser lo único que extrañe cuando nuestra vida laboral nos lleve a otros lugares.