viernes, 19 de julio de 2019

LA CONQUISTA DE PUERTO RICO POR LOS ESTADOS UNIDOS (2a PARTE)

La mayoría de las historias sobre la guerra entre España y los Estados Unidos se centran en Cuba y Filipinas, mencionando a Puerto Rico de forma muy somera, por lo que en este artículo nos concentraremos en lo ocurrido en esa pequeña y hermosa isla, dejando de lado a la tierra de Fidel Castro y a la de Imelda Marcos y sus miles de zapatos. Además, el título del artículo así lo menciona, así que no se hagan los sorprendidos. Comencemos.

A las 5:15 de la madrugada del 12 de mayo de 1898, las viejas murallas que rodeaban San Juan de Puerto Rico (y lo de viejas no es metáfora), así como las de los castillos de San Felipe del Morro, San Cristóbal y demás fortines que protegían a la ciudad tuvieron un brusco amanecer que ponía fin a muchos años de paz y a varias horas de sueño. La andanada de artillería que despertó a los habitantes de San Juan era resultado de una decisión, imprevisible por lo descortés para los caballerosos usos bélicos del momento entre potencias occidentales "civilizadas" (o al menos eso creían los españoles), del contraalmirante William T. Sampson, comandante de la escuadra estadounidense que, a bordo del acorazado Iowa, quiso poner a prueba las defensas militares de San Juan. Sampson se había desplazado a la capital de la isla para verificar los rumores de que la flota española al mando del almirante Pascual Cervera y Topete estaba anclada frente al puerto.

Contraalmirante William T. Sampson


Aunque los barcos españoles habían seguido rumbo a Santiago de Cuba, Sampson, ignorando las instrucciones recibidas del ministerio de Guerra de los Estados Unidos, decidió por su cuenta atacar sin previo aviso la tranquila ciudad colonial para evaluar la capacidad de respuesta de su artillería. También son fregaderas, digo yo. A esa hora uno está durmiendo plácidamente y no es de gente decente comenzar un bombardeo.

Hacía más de un siglo (1797) desde que San Juan había sufrido el último ataque cuando la más potente marina del mundo en ese entonces (la inglesa, obvio), hizo fuego contra una plaza que había quedado casi reducida a poco más que un museo militar. Y la verdad es que los sanjuanenses no se esperaban ser blanco de los cañones estadounidenses.

Entre los 4,000 defensores de la ciudad se encontraban en ese momento 800 criollos integrados en las fuerzas de la Corona española, incluyendo uno que se convertiría en el principal protagonista de este episodio bélico, Ángel Rivero Méndez, capitán de artillería y veterano con 30 años de servicio. Por ironías del destino, Rivero, supernumerario (y no del Opus Dei) sin sueldo desde hacía dos años y que desempeñaba una cátedra en el Instituto Civil de Segunda Enseñanza, se hallaba preso en El Morro por motivos políticos (había escrito un artículo sobre política a pesar de que los militares españoles tenían prohibido hacerlo) cuando el 1 de marzo se vio inesperadamente conducido al palacio de Santa Catalina, ante el Capitán General de Puerto Rico, Manuel Macías Casado, quien le concedió su regreso a las fuerzas armadas. Rivero Méndez aceptó y se vio así al mando de la 3a. compañía del 12° batallón de artillería, lo que suponía el control del castillo de San Cristóbal y el mando de todas sus baterías interiores y exteriores.

Capitán Ángel Rivero Méndez fue el primero que disparó contra las tropas de Estados Unidos



El primer disparo estadounidense en la madrugada del 12 de mayo de 1898 hizo reaccionar de inmediato a Rivero (es posible que se haya caído de la cama porel susto), quien se dirigió hacia la batería de Los Caballeros y en siete minutos sus artilleros estaban ya respondiendo al fuego enemigo. Mas al oeste, las baterías de El Morro, al mando de otro puertorriqueño, el capitán Ramón Acha, recién llegado de Cuba, también respondieron al fuego de Sampson.

La flota estadounidense constaba del crucero acorazado New York, buque insignia; dos acorazados de primera clase, el Iowa y el Indiana, dos monitores, el Amphitrite y el Terror; dos cruceros ligeros, el Detroit y el Montgomery, ambos de menos de 2,000 toneladas; el torpedero Porter (nada que ver con el famoso Porter del que hablé en un artículo anterior) (El USS Porter), el remolcador Wompatuck y el transporte de carbón Niagara. El Indiana tenía 42 cañones, incluyendo cuatro de 33 centímetros capaces de disparar proyectiles de 800 kilogramos a una distancia de trece kilómetros. De hecho, muchas de sus granadas pasaron por encima de la ciudad y cayeron en la bahía de San Juan e incluso en las fincas de las afueras de la villa de Cataño, al otro lado de la bahía. No tenían muy fina la puntería los artilleros gringos, la verdad. En total, la escuadra estadounidense tenía un armamento de 164 piezas de artillería que en la mañana del 12 de mayo dispararon más de 1,300 proyectiles contra las murallas de San Juan. En su Crónica de la Guerra Hispano-Americana en Puerto Rico, Rivero Méndez describió este bombardeo como una lluvia de proyectiles, trepidando como máquinas de ferrocarril.

Los españoles solo podían apuntar 28 de sus 43 piezas contra los estadounidenses. Quince eran cañones Ordóñez de 15, 21 y 24 centímetros (un cañón español más o menos de buena calidad) y ninguno de ellos era capaz de infligir serios daños a los dos acorazados enemigos. El resto de la artillería era del siglo XVIII, incluyendo dos piezas de bronce, diseñados para atacar barcos de madera y que poco o nada podían hacer contra la flota acorazada estadounidense. Para empeorar las cosas, la pólvora era también muy deficiente, ya que la humedad y el tiempo la habían deteriorado, y los artilleros de San Juan nunca habían disparado sus cañones ni aun en prácticas. Tal parece que el gobierno español no quería o no podía gastar dinero en la defensa de Puerto Rico. O más bien, parece que nunca esperó un ataque a Puerto Rico.


Castillo de San Felipe del Morro, en San Juan, Puerto Rico


No obstante los españoles, con más suerte que pericia, lograron causar algunas averías en el Iowa y el New York y algunas bajas: tres heridos en el primero y un muerto y cuatro heridos en el segundo. Más importante que eso, el fuego de Rivero y de Acha disuadió temporalmente la posible entrada de Sampson en la bahía de San Juan. En realidad, éste no tenía fuerzas de desembarco para tomar la isla, pero si hubiera sido más audaz, como lo fue el comodoro Dewey en Manila el 1 de mayo anterior, podría haber dado un golpe maestro causando un grave daño a la ciudad y a los 4,000 soldados españoles emplazados en ella, ya que casi toda la artillería española apuntaba hacia el Atlántico y la ciudad estaba prácticamente desarmada por la espalda. En otras palabras, Sampson sólo fue a chingar un rato.

Los estadounidenses no sacaron gran provecho de su superioridad armamentística. Su puntería fue escasa y las antiguas murallas y fuertes de San Juan apenas sufrieron desperfectos. El único puesto militar que experimentó daños considerables fue el cuartel de Ballajá y sólo uno de los cañones de Rivero quedó inutilizado. En el bombardeo, que duró tres horas, los españoles tuvieron dos muertos y 34 heridos. Entre los civiles hubo cuatro muertos y 16 heridos. El Hospital Militar, la Intendencia, el manicomio, el asilo de La Concepción, la catedral de San Juan y la iglesia de San José recibieron impactos que ocasionaron diversos daños.

A las 8:15 de la mañana, la escuadra de Sampson se alejó. John Long, ministro de la Marina de los Estados Unidos, calificó la acción de Sampson de “movimiento excéntrico”. El militar había malgastado vidas, municiones, carbón y tiempo sin ningún resultado.

Así lo vieron también en ese momento los habitantes de San Juan, que celebraron lo que les pareció una gran victoria sobre los Estados Unidos. La Gaceta de Puerto Rico, publicaba lo siguiente: “Atacada esta plaza en el día de ayer por una escuadra enemiga de once barcos, con artillería muy superior en número y calibre a la de sus baterías, fue aquí rechazada después de tres horas de violento combate… el honor de haber alcanzado éxito tal será seguramente el mejor galardón para los defensores de Puerto Rico”.

Pero los clarines triunfalistas durarían poco, pues los españoles pecaban de ingenuos al pensar que habían ganado. Poco más de un mes después, los estadounidenses regresaron por el puerto de Guánica, que no estaba defendido. En efecto, el 21 de julio, la flota estadounidense zarpó, al mando del teniente general Nelson Appleton Miles, de la recién conquistada ciudad de Santiago de Cuba con rumbo al puerto puertorriqueño de Fajardo. En alta mar, Miles, sin la aprobación del Ministerio de Marina de Washington, cambió el plan y se dirigió al puerto de Guánica, en la costa sur de la isla. Al parecer pensó que puesto que los españoles esperarían que la invasión comenzara en Fajardo, el nuevo destino daba más probabilidades de éxito a la operación. Confiaba asimismo en la opinión de algunos puertorriqueños exiliados en Nueva York, que sostenían que la población del sur de la isla no se opondría a los invasores.

General Nelson Appleton Miles


El 25 de julio, Miles llegó a Guánica con una fuerza de 3,554 soldados a bordo de varios buques: el Massachusetts, acorazado de primera clase, el crucero Columbia, dos cruceros de auxilio, el Yale y el Dixie, y un yate armado, el Glouster. La isla de Puerto Rico se encontraba defendida por 5,500 soldados españoles. Para compensar a la Armada, indignada por su papel de mero transporte para las tropas de Miles, los primeros soldados en tomar tierra fueron 28 infantes de marina al mando del teniente Harry P. Huse. Nada más poner pie en el suelo boricua, Huse se topó con los defensores hispanos: once hombres de una escuadra volante al mando del teniente Enrique Méndez López. Estos once jinetes eran la única defensa española en los alrededores y Huse forzó su retirada con el respaldo de los cañonazos del Glouster y el Yale. Así cualquiera es bueno.

Méndez López, herido, se retiró a galope al pueblo de Yauco para informar de la invasión. En Yauco se encontró con una compañía del regimiento de Cazadores de la Patria, al mando del capitán Meca. Éste avisó a San Juan, pero el Capitán General Manuel Macías Casado, supuso que el desembarco en Guánica no era más que una maniobra de distracción y que el verdadero desembarco se haría por Fajardo. Así, éste se limitó a prometer a Meca que pronto recibiría refuerzos. Típico político inepto metido a militar que toma decisiones equivocadas jurando que son las más atinadas.

Sin esperar los refuerzos prometidos (que además nunca llegarían), Meca y su compañía junto con un destacamento de la Guardia Civil, una compañía de infantería del Instituto de Voluntarios, al mando de José Fernández, y una guerrilla montada de voluntarios, al mando del teniente Rafael Colorado, partieron hacia Guánica y acamparon en la Hacienda Desideria. Desde un cerro cercano pudieron observar que los invasores se habían hecho con el control completo de Guánica.

A la mañana siguiente, dos compañías de Cazadores bajo el mando del teniente coronel Francisco Puig salieron de Ponce a bordo de un tren militar con destino a Yauco para reforzar a Meca. Las instrucciones del Capitán General Macías eran que tratara de aumentar su fuerza con voluntarios, pero éstas tropas auxiliares no aparecieron. Cuando las autoridades españolas se decidieron a movilizar a los voluntarios, lo hicieron ordenando que se integraran a título individual en las unidades peninsulares y no en sus propios batallones de criollos bajo sus oficiales respectivos. La resistencia criolla a disolverse en el ejército español fue interpretada como rebeldía y la desconfianza mutua en un momento crucial redundó en beneficio de los invasores estadounidenses. El eterno conflicto entre criollos y gachupines que no había logrado superarse.

El primer enfrentamiento serio entre españoles y estadounidenses fue una sorpresa para los invasores que, comandados por el general G. A. Garretson, creyeron que habían tropezado con una fuerza superior, por lo que se atrincheraron en unas zanjas sin atreverse a avanzar. La verdad es que los gringos tampoco mostraban mucha pericia militar.

Esta actitud envalentonó a Puig, que envió un cable a Macías pidiendo más refuerzos para atacar las posiciones enemigas. Pero el Capitán General, que seguía esperando la invasión por otro punto, anuló las expectativas de Puig, reiterándole que sus órdenes se limitaban a reconocer los movimientos estadounidenses sin tratar de avanzar. Puig, frustrado y molesto, acató la orden y se retiró de Yauco. 

Cuando Macías se dio cuenta de su error era tarde para repeler la invasión, por lo que cambió de estrategia y dio instrucciones de dejar avanzar a los estadounidenses hacia los pasos de la cordillera central, a fin de atraparlos entre el fuego de los Regulares desde las alturas y el hostigamiento de los Voluntarios, que en sus planes habrían debido tomar posiciones a espaldas del agresor.

De nuevo el plan falló. Las fuerzas estadounidenses seguían avanzando y reforzándose con nuevos desembarcos hasta llegar a la cifra de 16,000 soldados, por lo que el general Miles decidió dividirlas en tres columnas que deberían avanzar hacia San Juan por el oeste, el sur y el este. Las unidades españolas de Voluntarios se quedaron inactivas con pocas excepciones, pues para ellos, como para el resto de la población, estaba claro que España había perdido Cuba, probablemente perdería en Filipinas y era cuestión de tiempo que ocurriera lo mismo en Puerto Rico. Para los criollos, la estrategia de retirada para atraer a los estadounidenses hacia las cordilleras era la prueba de que España no estaba dispuesta a defender la isla, una sospecha que minaba la moral y el valor de las fuerzas españolas.

El símbolo más claro de esta derrota psicológica fue el suicidio del teniente coronel Puig. Obligado por las órdenes de Macías a retirarse hacia Arecibo tras los combates en Hacienda Desideria y Yauco, y acusado a su vez de ordenar a sus hombres que abandonaran equipo para aligerar la marcha por caminos intransitables, se disparó un tiro en la sien el 2 de agosto por entender que su honor había quedado manchado. ¡Qué forma más estúpida de morir, la verdad!




Todos los acontecimientos en la isla indicaban a los puertorriqueños que España estaba agotada y no tenía medios para seguir la guerra. Tras unas pocas escaramuzas, el alto al fuego se produjo el 13 de agosto, después de tan sólo 19 días de combate. El 20 de agosto, tres buques estadounidenses entraban pacíficamente en la bahía de San Juan para comenzar las negociaciones que ponían fin a las hostilidades. No deja de sorprender que tener una superioridad numérica de cuatro a uno, al momento del armisticio los gringos no hubieran podido conquistar la isla.

En total, la guerra en Puerto Rico le costó siete muertos y 36 heridos a los invasores y 17 muertos y 88 heridos a los defensores. Poco a poco, los 48 pueblos que quedaban en manos españolas fueron pasando a poder de los estadounidenses. A mediados de septiembre, el pabellón de España sólo ondeaba en San Juan, desde donde se procedía diariamente a la repatriación de los soldados hacia la Península. El 13 de octubre, el Capitán General de la isla, Manuel Macías Casado,  abandonó la isla de Puerto Rico, dejando en el cargo a su sucesor, Ricardo de Ortega y Diez, quien será el último Capitán General por tan solo unos días. El 18 de octubre sólo quedaba un oficial español en San Juan: Ángel Rivero Méndez, al mando del 12° batallón de artillería, como ya había mencionado antes. A las 8:00 de la mañana, Rivero Méndez esperó serenamente en el fuerte de San Cristóbal a los soldados del capitán Henry A. Reed. Cuando éste llegó, hubo un intercambio de saludos militares y, sin que mediara palabra, Rivero entregó las llaves de la plaza de San Juan a sus nuevos dueños. ¿Sería que Rivero no hablaba inglés y Reed no hablaba español? Como sea, con ese gesto un puertorriqueño ponía fin a más de 400 años de control español en la isla.

Manuel Macías Casado, Capitán General de Puerto Rico


Tras los desastres sufridos, España decidió negociar la paz con los Estados Unidos. ¡Como si pudiera hacer otra cosa! Para ello, los comisionados de ambas naciones se reunieron en París a finales de 1898. En las negociaciones, sólo surgieron dos puntos de controversia. España quería traspasarle a Cuba las deudas que ella había contraído por asuntos relacionados con la isla, y pretendía conservar aunque fuera una parte de las islas Filipinas. Sin embargo, los Estados Unidos no cedieron en ninguno de esos puntos.

El 10 de diciembre de 1898 se firmó en París el tratado de paz entre España y los Estados Unidos de América. Literalmente, este documento significó el acta de defunción del imperio colonial español, ese mismo en el que no se ponía el sol en el ya lejano siglo XVI.

“S.M. la Reina Regente de España, en nombre de su Augusto Hijo D. Alfonso XIII, y los Estados Unidos de América, deseando poner término al estado de guerra hoy existente entre ambas Naciones... (...) han convenido en los siguientes artículos:


Art. I. España renuncia a todo derecho de soberanía y propiedad sobre Cuba. En atención a que dicha isla, cuando sea evacuada por España, va a ser ocupada por los Estados Unidos, mientras dure su ocupación, tomarán sobre sí y cumplirán las obligaciones que por el hecho de ocuparla les impone el derecho internacional para la protección de vidas y haciendas.

Art. II. España cede a los Estados Unidos la isla de Puerto Rico y las demás que están ahora bajo su soberanía en las Indias Occidentales, y la isla de Guam en el archipiélago de las Marianas o Ladrones.

Art. III. España cede a los Estados Unidos el archipiélago conocido por las Islas Filipinas (...) Los Estados Unidos pagarán a España la suma de veinte millones de dólares dentro de los tres meses después del canje de ratificaciones del presente Tratado. (...)

Art. IX. Los súbditos españoles, naturales de la Península, residentes en el territorio cuya soberanía España renuncia o cede por el presente Tratado, podrán permanecer en dicho territorio o marcharse de él, conservando, en uno u otro caso, todos sus derechos de propiedad (...) En el caso de que permanezcan en el territorio, podrán conservar su nacionalidad española (...) Los derechos civiles y la condición política de los habitantes naturales de los territorios aquí cedidos a los Estados Unidos, se determinarán por el Congreso (...)”


Así fue como los Estados Unidos se apoderaron de Puerto Rico, Filipinas y Guam, además de establecer una especie de protectorado sobre Cuba.

Debido a estas nuevas adquisiciones de territorios de ultramar, poblados por personas de lengua, cultura y tradición política diferentes a los suyos propios, los Estados Unidos entraron de lleno a un nuevo capítulo de su historia.

En el caso de Puerto Rico, los Estados Unidos disolvieron de inmediato el gobierno autónomo creado por España. Después dividieron el país en cuatro departamentos sometidos a una Comandancia General. Asimismo, se suprimió la lotería, el papel sellado y las cédulas, se estableció la jornada laboral de ocho horas, se reorganizó la administración de justicia, se creó un cuerpo de policía integrado por puertorriqueños, se introdujo el dólar como moneda oficial y se crearon dos regimientos, uno de infantería y otro de caballería, integrados por puertorriqueños, pero cuya oficialidad era enteramente estadounidense.

Poco después, el 1 de mayo de 1900, se aprobó un nuevo sistema de gobierno para Puerto Rico. La isla sería gobernada por un Gobernador y una Asamblea Legislativa. El Gobernador estaría asesorado por un Consejo Ejecutivo y ambos serían nombrados por el presidente de los Estados Unidos. La Asamblea Legislativa, en cambio, sería elegida mediante el voto popular.

William McKinley, 25° presidente de los Estados Unidos

Alfonso XIII, rey de España


Sin lugar a dudas, la Guerra Hispano-Estadounidense marcó una nueva etapa en la historia de los Estados Unidos. Al término del conflicto, este país se reconoció a sí mismo como una potencia mundial, aunque se dio cabal cuenta de que tenía que corregir algunos defectos de preparación antes de lanzarse a nuevas aventuras si no quería ser humillado por países más poderosos que España. La guerra contribuyó también a sacar a los Estados Unidos de su tradicional aislamiento y comenzar a desempeñar un papel de primer orden en los asuntos internacionales.

Además, la adquisición de Filipinas y el protectorado sobre Cuba, obligó a los Estados Unidos a plantearse de nuevo la necesidad de la construcción de un canal que permitiera cruzar del Atlántico al Pacífico sin tener que bajar hasta la Patagonia. Así, al poco tiempo se comenzó la construcción del Canal de Panamá.

En resumen, esta guerra permitió a los Estados Unidos iniciar el camino que lo llevaría a convertirse en nuestros días en la principal potencia mundial. Aunque por fortuna, parece que ya no lo será por mucho tiempo más. Todo lo que sube, tiene que bajar.


miércoles, 17 de julio de 2019

LA CONQUISTA DE PUERTO RICO POR LOS ESTADOS UNIDOS (1a PARTE)

Sin duda alguna, uno de los episodios menos conocidos de la Guerra entre España y los Estados Unidos es el que se refiere a la conquista por éste último país de la isla de Puerto Rico. Las historias de ambas naciones prefieren dedicarle su atención a la guerra en Cuba o en Filipinas, por ser éstos dos territorios de mayor importancia económica en su momento.

Desde que fue anexionado por los Estados Unidos hasta nuestros días, numerosas voces en Latinoamérica se han alzado para pedir su independencia. En la isla, muchos son los partidarios de ella, aunque hay que reconocer que son más los que prefieren permanecer con los Estados Unidos. La situación sin embargo se vuelve más tensa debido al estatus especial que Puerto Rico tiene dentro de los Estados Unidos, ya que Washington se ha negado a darle la categoría de estado de la federación, y tan sólo ha permitido que se convierta en un Estado Libre Asociado regido por un gobernador nombrado desde la capital federal.



Pero antes de hablar sobre la forma en que cayó en manos gringas, veamos algunos antecedentes, de forma somera, claro está. Si esto no te interesa, no es mi problema. Espera a la segunda parte de este artículo y ahí encontrarás lo que quieres saber. Mientras tanto, a los que si nos interesa, déjanos continuar en paz.

Con la llegada de Cristóbal Colón en 1492 a las primeras islas del Caribe, la historia de Europa y América dio un giro radical e inesperado. A partir de ese momento, España se adueñaría poco a poco de la mayor parte del continente americano. Durante el segundo viaje emprendido por el Almirante, realizado en 1493, los españoles descubrieron una isla a la que los naturales daban el nombre de Boriquen; Cristóbal Colón decidió llamarla San Juan Bautista. Como ya habrás adivinado, se trataba de Puerto Rico.

Según Modesto Lafuente, en su Historia General de España, ésta era “una isla grande, revestida de hermosas florestas y circundada de muy seguros puertos. Era la patria de los cautivos hechos por los caribes que se habían refugiado a los buques, y casi siempre estaban con ellos en lucha. Gobernábalos un cacique, que vivía en una casa grande y regularmente construida, pero todo estaba desierto, porque los naturales habían huido a los bosques al divisar la escuadra.”

Aunque en el siglo XVI España se convirtió en dueña de todas las islas caribeñas, en los dos siglos posteriores otras potencias europeas se encargaron de quitarle algunas de ellas, ya fuera como botín de guerra pirata o en base a tratados de paz celebrados con España al término de las constantes guerras que tuvieron lugar en ese período de tiempo. De esta forma, Inglaterra se quedó con las Bahamas, Barbados, Jamaica y otras islas menos importantes; Francia se apoderó de Haití, Martinica y Guadalupe entre otras más. Holanda también consiguió, aunque en menor medida, el dominio de algunas de las islas caribeñas. Inclusive Dinamarca hizo acto de presencia en la región. A pesar de ello, España continuó siendo dueña de la mayoría de las islas del Caribe incluyendo las llamadas Antillas Mayores.

Entre las más importantes figuraban sin duda alguna Cuba y Santo Domingo. Puerto Rico era una de las posesiones españolas de segundo nivel en el Caribe. Al iniciarse los movimientos independentistas en el continente americano, a principios del siglo XIX, las Antillas permanecieron en una relativa calma.

Fue hasta la segunda mitad de ese siglo cuando estos territorios insulares comenzaron a luchar por su independencia. En 1868, Cuba y Puerto Rico se lanzan al combate para sacudirse de encima el dominio español. Pero mientras en Cuba éste primer movimiento logró mantenerse varios años, en Puerto Rico los españoles recobraron su dominio en poco tiempo, tras el fracaso de los independentistas que se lanzaron a la lucha con el llamado Grito de Lares. Por ello, cuando José Martí fundó en 1892 el Partido Revolucionario Cubano, declaró que su objetivo era lograr la independencia absoluta de la isla de Cuba y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico. En 1895, la guerra volvió a estallar en Cuba.

Ante esta situación, y quizá pensando que con ello evitaría la rebelión de Puerto Rico, en 1897 España decidió otorgarle a la isla una cierta autonomía. Para ello, permitió la existencia de una Cámara de Representantes y de un Consejo de Administración bajo la autoridad del Capitán General, quien sería asistido por cinco secretarios de despacho, todo ello bajo la soberanía de la Madrid.

Hasta aquí lo que se refiere a Puerto Rico, pues no se trata de escribir una Historia General de la isla, sino tan sólo de mencionar algunos puntos importantes. Veamos ahora a los Estados Unidos.

Desde su independencia y salvo un par de casos muy puntuales (como cuando mandaron buques de guerra contra los piratas de Argel), a lo largo del siglo XIX, los Estados Unidos se habían mantenido al margen de los asuntos internacionales, con excepción de los asuntos americanos que les afectaban de forma directa. Así, encontramos que durante la época decimonónica los Estados Unidos se vieron implicados en sólo dos guerras internacionales, una contra Inglaterra a principios del siglo, en la que fueron derrotados (aunque ellos juran que ganaron o al menos quedaron tablas), y otra contra México en 1848, de la que salieron triunfadores.

Sin embargo, a pesar de la Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto (pilares del expansionismo estadounidense), los Estados Unidos sólo se animaron a entrar en guerra contra España a finales del siglo XIX, cuando a ésta ya sólo le quedaban algunas pocas posesiones en el Caribe. 

James Monroe, presidente de los Estados Unidos y autor de la Doctrina Monroe



Desde que había concluido la Guerra Civil, los Estados Unidos habían comenzado a interesarse poco a poco en los asuntos internacionales, sobre todo al ver con preocupación como las potencias europeas se iban apoderando de todos los enclaves necesarios para el dominio del comercio mundial. Así, entre 1865 y 1896 se comienza a gestar en los Estados Unidos el imperialismo que los distinguirá de forma clara durante todo el siglo XX.

Es en este período cuando los Estados Unidos terminan prácticamente de colonizar todo su territorio, al cerrarse de forma oficial la ocupación del llamado “Oeste”, que comprendía no sólo los territorios arrebatados a México, sino también las grandes planicies situadas en la parte central del país.



Comenzaron entonces a buscar nuevos territorios donde poder expandirse. Sin embargo, no se trataba en esta ocasión de colonizar, sino de buscar el dominio de nuevos mercados para dar salida a su excedente productivo. En algunos casos, sin embargo, esto implicaría el dominio político de nuevas regiones.

Uno de los primeros territorios no americanos en sufrir el nuevo imperialismo estadounidense sería el pequeño reino de Hawai, grupo de islas situadas en el Océano Pacífico. Aunque en un principio muchos grupos influyentes de los Estados Unidos se oponían a este tipo de política, el gobierno estadounidense impuso desde la década de 1860 un protectorado sobre el débil país para, años después, propiciar la caída de la monarquía en las pequeñas islas hawaianas y establecer así una república económicamente dependiente de ellos. Por último, el 17 de julio de 1898, el Congreso decretó formalmente la anexión de Hawai a los Estados Unidos. Con esto, los estadounidenses ratificaban su dominio sobre una importante base para el dominio del comercio entre Asia y América.

El siguiente paso sería buscar el dominio comercial del Lejano Oriente (especialmente China) con la adquisición de Filipinas y el dominio del Caribe con la adquisición de Cuba. Pero para esto, tenían que enfrentarse a España. Y no dudaron en hacerlo.

Pero como ya mencioné atrás, en los Estados Unidos había también grandes grupos que se oponían a la política imperialista adoptada por su gobierno. Como muestra de ello tenemos al Congreso Antiimperialista, organizado en octubre de 1899 en Chicago (después del conflicto contra España) para protestar contra la guerra que en ese momento sostenía Estados Unidos para reprimir a los patriotas filipinos que buscaban su independencia. En este congreso se dieron cita desde miembros de los movimientos obrero y populista hasta dueños de grandes corporaciones como Carnegie. También figuraron hombres como el escritor Mark Twain, el senador George Frisbie Hoar y el poeta William Vaughn Moody. Ellos argumentaban que las violaciones cometidas por los imperialistas en el nombre de Dios y de la civilización, iban en contra de los principios que supuestamente definían a los Estados Unidos, es decir, la libertad, la democracia y el derecho a la libre autodeterminación de los pueblos.

Mark Twain, creador de Tom Sawyer, era un firme opositor de la política imperialista de los Estados Unidos.


En 1900, los antiimperialistas presentaron como candidato a la presidencia a William J. Bryan, en oposición al entonces presidente imperialista William McKinley. Aunque fueron derrotados, dejaron plasmados en varios documentos los argumentos que les servían para oponerse a esta política que se distinguía por su agresividad y su racismo.

Uno de los más interesantes es sin duda la Plataforma de la Liga Antiimperialista, publicada el 17 de octubre de 1899. En ella se decía, entre otras cosas, lo siguiente sobre el asunto de Filipinas, recién adquirida por los Estados Unidos:

"Sostenemos que la política conocida como imperialista va en contra de la libertad y tiende al militarismo, mal del que, para gloria nuestra, nos hemos librado. Lamentamos que haya sido necesario reafirmar, en la patria de Washington y de Lincoln, que todos los hombres de cualquier raza o color tienen derecho a la vida, a la libertad y a la consecución de la felicidad. Sostenemos que los poderes de los gobiernos se derivan, precisamente, de la voluntad de sus gobernados. Insistimos en que subyugar a un pueblo es una “agresión criminal” y una deslealtad abierta a los principios que caracterizan a nuestro gobierno. (...) Protestamos contra la expansión de la soberanía norteamericana con métodos españoles. (...) Apremiamos al Congreso para que prontamente se reúna y anuncie a los filipinos nuestros propósitos de concederles la independencia por la que han luchado durante tanto tiempo y a la que tienen derecho. (...) Un Estado que se autogobierna no puede imponer su soberanía a un pueblo que no la desea. (...) Con el atentado de 1861 se pretendía dividir al país. El de 1899 tiene el propósito de destruir los principios fundamentales y los ideales más nobles. (...) Nuestra seguridad está en el amor por la libertad que Dios sembró en nosotros. Nuestra defensa está en el espíritu que estima la libertad como la herencia de todos los hombres de toda la tierra. Quienes niegan a otros la libertad no la merecen para sí mismos y bajo la justicia de Dios no podrán retenerla mucho tiempo."

Pero a pesar de todos estos movimientos de oposición, tras el éxito de la primera aventura imperialista en ultramar, el gusto del imperio se despertó. Y una vez despertado, ya no había retorno posible. A partir de ese momento, los Estados Unidos entraron de lleno, aunque tarde, a la carrera imperialista del mundo occidental.

La fuerza imperialista de los Estados Unidos encarnada por su presidente William McKinley, encontró su oportunidad cuando una sangrienta rebelión en Cuba estalló para buscar su independencia de España. Debido a que los Estados Unidos tenían grandes intereses económicos invertidos en Cuba, el gobierno decidió intervenir.

La prensa estadounidense comenzó entonces una campaña de descrédito en contra del gobierno español en la isla caribeña, pintando a sus tropas como un hato de salvajes que cometían todo género de atrocidades, mientras que sus gobernantes eran presentados como seres corruptos interesados únicamente en su beneficio personal. De esta forma, la población estadounidense se fue interesando en una posible intervención que salvara a los pueblos caribeños de la “infame opresión española”. A la cabeza de esta prensa sensacionalista se encontraba el Journal de Nueva York, cuyo dueño era William Randolph Hearst.

William Randolph Hearst, magnate de la prensa estadounidense.


Pero los Estados Unidos necesitaban un pretexto para intervenir, y éste llegó cuando, en febrero de 1898, estalló en la bahía de La Habana el acorazado Maine, con una pérdida de 260 hombres. Mucho se ha especulado acerca de la autoría de este atentado. En su momento el gobierno de los Estados Unidos aseguró que habían sido los españoles, pero también se mencionó la posibilidad de que hubieran sido guerrilleros cubanos que buscaban obligar a los Estados Unidos a intervenir a su favor, o incluso que hubiera sido el mismo gobierno estadounidense para tener así un pretexto para su intervención. Sin embargo, el capitán del Maine, Charles Dwight Sigsbee, mencionó en su informe presentado a su gobierno, que la explosión se originó por un accidente dentro del buque, lo que fue de inmediato silenciado por sus superiores. El periódico World, propiedad de Hearst, mencionó que los oficiales españoles en La Habana brindaron con alegría tras la explosión del buque estadounidense, aunque la realidad fue que éstos estuvieron trabajando largas horas en el rescate de los sobrevivientes.



Ante esto, el 11 de abril de 1898, McKinley envió al Congreso una declaración de guerra en contra de España. La lucha comenzó el 1 de mayo y terminó diez semanas después. Sin mayores problemas, la flota de Estados Unidos destruyó a la española en La Habana y en Manila, al tiempo que sus tropas de tierra se apoderaban fácilmente de Cuba y Filipinas.

A pesar de ello, las tropas estadounidenses demostraron estar totalmente impreparadas para una guerra contra un enemigo más fuerte que España, por lo que este conflicto, al que Theodore Roosevelt llamó “La Guerra de los Impreparados Estados Unidos”, sirvió para que el gobierno de Washington realizara muchos cambios tendientes a crear un ejército y una marina con la preparación y el apoyo suficiente para vencer a cualquier enemigo.

(Continuará)


sábado, 11 de agosto de 2018

ENTRE DESFILADEROS Y POLEMONES: A JAIME AVILÉS CON CARIÑO

El pasado 8 de agosto se cumplió un año de la muerte de Jaime Avilés, el mejor cronista mexicano de nuestra época además de un gran y querido amigo. Como si el destino en persona quisiera rendirle un homenaje, su aniversario luctuoso coincidió con la entrega por parte del Tribunal Electoral de la constancia de presidente electo a su gran amigo Andrés Manuel López Obrador, quien por cierto lo mencionó en su discurso frente a la autoridad electoral, justo después de Emiliano Zapata, de quien se cumplía también un aniversario de su nacimiento.

Leí con agrado una serie de textos que algunos de sus amigos y colaboradores publicaron para recordarlo en este su primer aniversario luctuoso y pensé que yo también debía escribir el mío. Tengo mucho que contar, aunque al final decidí que algunas cosas las guardaré para mí. Son mis recuerdos y sólo yo puedo seleccionar cuáles quiero compartir.

Jaime y yo llegamos a ser muy buenos amigos. No digo que fuera su mejor amigo, porque creo que ese honor le corresponde a Pedro Cote. Nos apreciábamos en verdad y puedo decir sin temor a equivocarme que soy uno de sus pocos amigos con quien jamás se peleó. Porque es indudable que Jaime tenía su carácter y si quería podía ser la persona más difícil del mundo. Hay muchas cosas de las que ya no me acuerdo o no me acuerdo bien, pero aquí trataré de escribir las que más me gustaron de nuestros años de amistad.

Yo lo conocí, si mal no recuerdo, a finales de 2003 en casa de unos grandes amigos en común, Oliver y Caro. En esa ocasión ni nos hicimos caso. Nos presentaron, nos dimos la mano, y cada uno continuó con su vida como si nada. Yo había leído su columna en La Jornada pero en ese momento no ligué su nombre con el del autor de El Tonto del Pueblo o Desfiladero. Y él, por supuesto, no tenía por que saber quién demonios era yo.

Unos meses después volvimos a encontrarnos, de nueva cuenta en casa de Oliver y Caro, y en esta ocasión si platicamos. Y nos caímos bien. A él le llamó la atención que Judith, mi pareja, se refiriera a mí como "el historiador" (esa es mi profesión) en lugar de utilizar mi nombre de pila. A mí me llamó la atención su boca huérfana de algunos dientes que había perdido en una reciente pelea con un taxista. Con el tiempo él se puso dientes artificiales y comenzó a referirse a Judith y a mí como "los historiadores".

Poco a poco nos fuimos haciendo amigos de la mano de Pedro Cote, otro gran personaje del que vale la pena hacer una reseña aparte.

Yo lo admiraba y lo apreciaba y él me correspondía con la misma moneda. Sin embargo, ni yo mismo sabía porque nos llevábamos tan bien si teníamos opiniones muy diferentes en algunas cosas. Jaime era un taurino apasionado (escribía una columna sobre toros en La Jornada bajo el seudónimo de Lumbrera Chico) y yo detestaba y detesto la llamada Fiesta Brava. Jaime era noctámbulo y yo soy más bien diurno con cara de mañanero, como digno hijo de mi señor padre. Quizá eran más las cosas que nos unían, como nuestra admiración y respeto por Andrés Manuel López Obrador, nuestro desprecio por el subcomandante Marcos, nuestra ideología izquierdista tirando a radical, nuestro pasado combativo y nuestro gusto por la risa y los amigos.

El día que nos hicimos amigos

Pocas veces en mi vida he reído tanto como cuando Jaime contaba algunas de sus anécdotas, pues era un cronista y un histrión consumado. Recuerdo en especial cuando nos contó a "los historiadores" sobre la ocasión en que decidió criar conejos en el tejado de su casa a principios de los años ochenta. Esa etapa coincidió con su visita a la Unión Soviética como parte de una delegación del Partido Socialista Unificado de México (el antiguo Partido Comunista). Según Jaime, decidió aprovechar la oportunidad y ofrecerle al ministro de economía soviético un jugoso negocio mediante el cual él surtiría de carne de conejo al oso comunista. El ministro lo miró muy serio y le dijo que la URSS necesitaba 1,000 toneladas semanales de dicho producto, que si Jaime se comprometía a surtir esa cantidad, se podría hacer el negocio. Avilés lo miró pensativo y se retiró despacio mientras hacía cuentas pensando si sus conejos de azotea serían suficientes para cubrir la demanda soviética. No se si la historia fuera real, pero Jaime la contaba con una gracia que te obligaba a desternillarte de risa.

Como parte de su trabajo en la prensa, Jaime tenía un don especial para inventarse nombres. Cómo olvidar otra de sus historias de cuando trabajaba en el Unomasuno y pidió parar las prensas para incluir en la edición una supuesta entrevista con el doctor Donald Drinkwater Nevermilk, de la Universidad de Old Sweter, acerca de la contaminación en el Lago de Chapultepec. ¡Y según él se la publicaron!

En otra ocasión, utilizó el nombre de Francesco Mossca para tenderle una trampa a Guido Belsasso, Comisionado contra las Adicciones del gobierno foxista, y así desentrañar una red enorme de tráfico de influencias que éste funcionario coordinaba. Al contarte esa historia, una vez más te obligaba a llorar de tanto reír. ¡Era genial!

Cuando llegó el vergonzoso episodio del desafuero en contra de López Obrador, Jaime y yo ya éramos buenos amigos. Con él fuimos a varias de las marchas organizadas para exigirle al gobierno de Fox que cesara en la injusta persecución de Andrés Manuel, ya entonces conocido como El Peje, y cuya finalidad real era impedir que éste se lograra postular como candidato a la presidencia del país. De esa etapa recuerdo en especial una enorme manifestación en el Zócalo capitalino en la que participaron casi un millón de personas y que terminó con una torrencial lluvia que, no obstante, no ahuyentó a los seguidores del Peje. Sólo yo llevaba paraguas, por lo que terminamos bajo él, en medio de la plaza, Jaime, su hija Juncia, Judith y yo, todos abrazados como muéganos. Los pies se nos empaparon pero al menos conservamos seca la cabeza. Y en medio de la lluvia, no podíamos parar de reír por lo absurdo de la posición en que nos encontrábamos y por los comentarios que Jaime hacía al respecto.

Poco después vino el fraude de 2006 por el cual Felipe Calderón le robó el triunfo a López Obrador. En la primera concentración convocada por Andrés Manuel en contra del fraude, se juntaron casi dos millones de personas. El Zócalo y todas las calles que lo rodean estaban a reventar de gente. Y hablo de forma literal. Jaime, gracias a sus contactos, se encontraba en un balcón del edificio de gobierno de la Ciudad de México para hacer su crónica y desde ahí nos habló por teléfono para preguntarnos dónde estábamos nosotros. Judith y yo veníamos caminando por la avenida 20 de Noviembre. Nos dijo que fuéramos al edificio de gobierno donde se encontraba y él en persona nos abriría la puerta para que pudiéramos ver desde lo alto la magnitud de la manifestación. En eso quedamos. Pero entre más nos acercábamos, más difícil era caminar entre la multitud. Sin embargo, logramos llegar a la esquina del edificio. Faltaban tan sólo unos veinte metros para llegar a la puerta pero fueron imposibles de recorrer. Al final nos quedamos en la calle, y aunque no pudimos apreciar el tamaño de la concentración desde arriba, si pudimos ver de primera mano la indignación y la rabia del pueblo mexicano contra la imposición de Felipe Calderón. Después de que hablara Andrés Manuel desde un templete, la gente se comenzó a retirar y así logramos al fin acercarnos a la puerta, a donde Jaime bajó rápidamente para recibirnos e intercambiar impresiones con nosotros. Fue un momento increíble.

Las cosas se pusieron feas y en las concentraciones callejeras la gente pedía armas para luchar contra el gobierno. En ese momento Andrés Manuel López Obrador, tras consultar con algunos de sus más cercanos colaboradores, le propuso a la multitud organizar un plantón sobre el Paseo de la Reforma como forma de protestar contra el fraude. Mucha gente no lo quiere entender todavía, pero con eso se desactivó una más que posible rebelión armada y se encauzó la lucha por la vía pacífica. A Judith y a mí Jaime nos informó de la decisión, poco antes de que ésta se hiciera pública, en una reunión en La Casa de las Sirenas, un conocido restorán situado a espaldas de la Catedral, junto con otras personas más cuyos nombres ya no recuerdo. Creo que ahí se encontraba Jesús Ortega, pero no estoy muy seguro.

Aquí estamos haciendo el tonto en Tulum


Instalado el plantón, y aprovechando que yo trabajaba en una institución cultural ubicada en la avenida Madero, por donde también se instalaron las carpas, Jaime y yo las visitamos con frecuencia para conocer de primera mano la forma en que la gente vivía en ellas y cómo el ánimo se mantenía a pesar del paso del tiempo. Cuando Jaime llegaba, me hablaba por teléfono, yo bajaba a la calle y comenzábamos a caminar.

Dos años después, en 2008, "los historiadores" nos mudamos a vivir al centro, en la calle de Bolívar. Para Jaime fue una gran noticia, pues aprovechaba nuestro domicilio como base para escribir sus crónicas después de participar en alguna de las múltiples manifestaciones en contra del gobierno de Calderón. Yo le prestaba mi computadora y él, invariablemente, se quejaba de la mala luz que había en la habitación donde la tenía. Pero comenzaba a escribir y no paraba en, por lo menos, una hora. Así cubrió varias de las manifestaciones convocadas por el sindicato de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, cuya empresa fue liquidada por el infame borrachín de Calderón.

Ese mismo año Jaime me invitó a escribir un artículo en La Jornada sobre la historia del petróleo en México, como parte de la lucha contra los deseos privatizadores del gobierno del pelele. Así lo hice y el periódico publicó mi artículo bajo el singular título de "2000 años de chapopote". Cuando la ley privatizadora del petróleo llegó al Senado, la gente se organizó para bloquear las oficinas del órgano legislativo, en especial un grupo de valientes mujeres conocidas como "Las Adelitas", entre las que estaba Jesusa Rodríguez, gran amiga de Jaime. Como el Senado estaba a dos cuadras de mi casa, una vez más Jaime la tomó como base para descansar tras pasar todo el día en medio de la protesta, a la cual, desde luego, siempre que podía lo acompañaba yo.

Imitando a una garza (según él)

2009 trajo otra sorpresa de Jaime. La mamá de Judith vino a visitarnos desde Ciudad Juárez y, mientras la paseábamos, Jaime me habla por teléfono. "¿Qué van a hacer en la noche?", me preguntó. "No tenemos nada planeado, pero está aquí la mamá de Judith. ¿Por?". "Me invitaron a una reunión de masones y no quiero ir solo. ¿Se apuntan?". Tras preguntarle a Judith y a mi suegra, decidimos ir. Era la primera vez para los cuatro que veíamos una ceremonia de éstas y la verdad que fue muy interesante. Dos días después Jaime nos invitó a cenar a su casa en Mixcoac para agradecernos por acompañarlo, pues según me dijo entonces, no estaba seguro de si tan sólo lo habían invitado sus amigos por cortesía o si querían convertirlo en masón. En esa ocasión nos preparó su famoso pastel de carne del que se sentía muy orgulloso, pues también hay que decirlo, era un buen cocinero.

En 2010 Judith y yo nos fuimos a vivir a Nueva York por cuestión del trabajo de ella en la ONU. Judith se fue en mayo y yo me quedé en México hasta finales de julio. En esos meses, Jaime me buscó con mucha frecuencia para invitarme a tomar una copa. Aunque yo no era aficionado a los bares, en varias ocasiones acepté, más por cariño a él que por otra cosa. Al final me fui a Estados Unidos y en cuanto tuve teléfono, le pasé mi número.

Sin embargo, pasaron casi dos años sin que nos habláramos. Yo lo veía en Facebook, pero nada más. En abril de 2012, sin embargo, recibí un mensaje un poco raro. Era Jaime para avisarme que Paquita la del Barrio había fallecido. La noticia era falsa, desde luego, pero fue el camino que decidió tomar para reanudar el contacto con nosotros. ¡Así era Jaime!

Ese año había elecciones presidenciales y decidimos ir a México para votar y ver a nuestros amigos. Desde luego, Jaime fue uno de ellos, aunque para ser sinceros no recuerdo que hicimos en aquella ocasión.


Modelando en poses sensuales


Ese mismo año, ya de regreso en Nueva York, Judith y yo decidimos pasar las vacaciones decembrinas en Tulum, Quintana Roo. Sabíamos que Jaime se encontraba ahí en esas fechas en un pequeño hotel de playa propiedad de un buen amigo suyo, al que iba todos los años, así que le hablamos y de inmediato se contactó con su amigo para conseguirnos un precio más que excelente para poder quedarnos ahí. Tras agradecerle el gesto, le preguntamos en un mensaje de texto si quería que le lleváramos algo de Nueva York. Su respuesta llegó de inmediato: "unos sweet beans". "¿Qué?", le respondí. "Unos sweet beans", volvió a escribirme. Bueno. Yo no sabía de la existencia de ese tipo de frijoles, así que decidí investigar. Resulta que en Inglaterra son muy apreciados y forman parte de un típico desayuno inglés, con huevos y pan. Así que fuimos al supermercado y le compramos varias latas.

Al llegar a Tulum, nos recibió Jaime, junto con su hija Juncia y su sobrino Jerónimo. Cuando le dimos sus sweet beans la cara se le iluminó, pues no pensó que se los fuéramos a llevar. De inmediato dio sus instrucciones para que la mañana siguiente el cocinero del hotel, un hombre a quien Jaime se dirigía como "El Sargento", preparara huevos con sweet beans. Ese viaje fue memorable, pues fiel a su costumbre, Jaime nos hizo reír como locos.

No volvimos a saber de él en un par de años, fuera de lo que yo veía en internet o las noticias que nos daba Pedro Cote. En 2014 yo vine de nuevo a México, por motivos laborales, y de inmediato Jaime se puso en contacto conmigo. "Tenemos que platicar", me dijo. "Nos vemos en la tarde en el Museo Casa de la Memoria Indómita". Cuando llegué, estaba comenzando la presentación de una exposición sobre los desaparecidos en México por la absurda guerra contra el narco desatada por Calderón y continuada por el infame Peña Nieto. Al acabar el evento, nos fuimos a tomar un café y entonces Jaime me dijo muy tranquilo: "Le hablé de ti a Andrés Manuel y te quiere conocer. Está preparando un nuevo libro sobre historia de Tabasco y yo le dije que tu eras historiador y podías ayudarle revisando el texto." No podía creerlo. Ya en una ocasión Jaime me lo había presentado, pero ahora se trataba de trabajar con él. Yo estaba feliz.

Una semana después nos encontrábamos en la sede de Morena en la colonia Roma y ahí lo conocí en privado. Esto me sirvió para corroborar la excelente opinión que tengo de nuestro presidente electo. Nos veíamos una vez a la semana, los tres juntos, y ahí yo le enseñaba las precisiones o adiciones que había hecho al texto (que en realidad no fueron muchas pues Andrés conoce muy bien la historia de su estado) y siempre me escuchaba con respeto y defendía los cambios propuestos que no le parecían adecuados. Trabajamos en el libro por dos meses hasta que, ya casi concluido, decidí regresar a Nueva York.

En esa misma estancia en mi ciudad natal, un día Jaime me habló para invitarme a un evento un tanto extraño: una degustación para periodistas organizada por un chef que acababa de abrir su restorán en la Condesa. A Jaime le avisó un conocido y decidió hacerse pasar por corresponsal de La Jornada para acudir al banquete gratuito. Para variar, llegamos tarde. Sin embargo, el chef nos recibió y nos obsequió con una cena deliciosa negándose por completo a cobrarnos. Correspondimos el gesto con una jugosa propina para el mesero. Entonces el chef se acercó a nosotros y nos dijo que había reconocido a Jaime de inmediato y que, aunque sabía que ya no estaba en La Jornada, había decidido compartir con él sus platillos por la admiración que le tenía. Jaime se puso rojo por la vergüenza de haber sido descubierto en su pequeña trampa pero le agradeció al chef con un fuerte abrazo. Esa era otra de las cosas que me agradaban de Jaime: cuando caminabas con él por la calle siempre se le acercaban muchas personas a saludarlo, en especial lectores de su columna, y él, aunque no los conociera, aceptaba los saludos y decía algunas palabras amables.

Cuando decidimos regresar a México para no volver más a la ciudad de los rascacielos, Pedro Cote organizó una cena de bienvenida en su casa a la que nos invitó a nosotros y a Jaime. El reencuentro fue muy cariñoso, aunque en esos momentos Jaime pasaba más tiempo en Guadalajara que en México por motivos de su revista digital Polemón.

Por ese motivo nos pudimos ver en muy pocas ocasiones. Sin embargo, por whatsapp el contacto era frecuente. Y fue así como de repente nos llegó la noticia. Pedro me avisó. Judith estaba en Ciudad Juárez visitando a su familia. "Jaime está muy grave en el hospital Ángeles, lo van a operar". En ese momento no supo decirme que tenía. Así que sin pensarlo me fui al hospital. Ahí me encontré a Juncia y a Julio, sus hijos, solos en la sala de espera, quienes me informaron con más detalle. A Jaime lo operarían del cerebro. Ese día no pude verlo, pero al siguiente sí. Desde entonces, cada que podía me iba al hospital a verlo. Primero al Ángeles, luego a Cancerología y por último a casa de su mamá.

En una de sus visitas a nuestra casa en el Centro de la Ciudad de México, disfrazados de "chinos" (según nosotros)

Aunque se veía que su salud decaía a pasos agigantados, Jaime seguía como siempre: ocurrente, combativo y deseoso de escribir un texto para su revista Polemón. Dos días antes de su muerte lo pude ver en el Instituto Nacional de Cancerología, gracias a que logré colarme, pues las visitas estaban muy restringidas. Fue su hermano Carlos quien me facilitó el pase. El 8 de agosto a las 6:30 de la mañana, mientras caminaba hacia el colegio en el que doy clases de historia, me llegó el mensaje de Juncia. Jaime acababa de fallecer.

Me dolió mucho. Desde entonces extraño al amigo. Extraño al que me hacía reír y me contagiaba su fe en la lucha por lograr el triunfo y acabar con el mal gobierno en México. Esto lo digo porque en más de una ocasión, después de más de treinta años de luchar sin ver ningún cambio, llegué a desesperar y pensé en tirar la toalla, pero Jaime me regañaba y me convencía de que aun había esperanza.

Yo se que a muchos no les va a agradar lo siguiente pero es lo que pienso. Al igual que yo, Jaime era ateo. Al igual que yo, por lo mismo, no creía en ninguna de esas tontería de la vida eterna. En una ocasión me lo dijo con todas sus palabras: "Cuando te mueres, te mueres y ya. No hay nada. No queda tu espíritu ni nada de esas cosas. Sólo tu recuerdo". Por eso yo, en lo personal, es una cuenta pendiente que le tengo a Calderón y Peña Nieto. Por su culpa, mi amigo no pudo ver el triunfo de su querido Andrés Manuel. Le arrebataron a la mala ese gusto, por el cual luchó muchos años, y yo jamás se los perdonaré.

Cuando murió, Andrés Manuel López Obrador, a quien volví a ver en el velorio y con el cual pude platicar largamente sobre nuestro amigo en común, dijo que Jaime fue "símbolo de la prensa independiente, apasionado y rebelde, defensor de causas justas". Una excelente descripción del mejor cronista que ha tenido México en los tiempos recientes.

Se que tu espíritu, como tu cuerpo, ya no está, pero a tu recuerdo le envío muy seguido un abrazo muy grande, mi querido Jaime.


martes, 17 de julio de 2018

Y HABLANDO DE NUEVO DE LA ESTUPIDEZ HUMANA...

El domingo 22 de junio de 1941, a las 3:15 de la madrugada, cerca de tres millones y medio de soldados alemanes más casi un millón de soldados húngaros, croatas, rumanos, fineses, italinos y eslovacos, cruzaban la frontera entre el Tercer Reich y la Unión Soviética violando el Pacto de No Agresión que ambos países tenían firmado. Comenzaba así la llamada Operación Barbarroja, la mayor ofensiva terrestre de la historia.

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Europa antes de comenzar la Operación Barbarroja

Los soviéticos se vieron sorprendidos y fueron arrollados de una forma increíble. Aunque Stalin estaba consciente de que tarde o temprano Hitler lo iba a atacar, no creyó que fuera tan pronto, por lo que cuando le llegaron los primeros informes de la invasión no les dio mucho crédito.

Este acontecimiento ha sido narrado de forma muy amplia en infinidad de libros y artículos, por lo que aquí quiero tan sólo asentar las pérdidas económicas y humanas que provocó. Como ya es sabido, en esta guerra se dio la batalla más mortífera (Stalingrado), la batalla en que más soldados participaron (Kursk) y el sitio más sangriento (Leningrado) de la historia. Los alemanes permanecieron en suelo soviético hasta agosto de 1944, más o menos, cuando fueron expulsados y les tocó sufrir a su vez una invasión de los soviéticos.

Terminada la guerra, llegó el momento de evaluar los daños. La URSS fue sin duda el país más afectado. He aquí unas estadísticas:

En el territorio ocupado por los alemanes vivía el 40% de la población soviética, sobre todo ucranianos, bielorrusos, rusos, moldavos, lituanos, letones y estonios.

En dicho territorio se destruyó de forma parcial o total 1.710 ciudades y 70.000 aldeas, dejando sin hogar a 25 millones de personas al demolerse casi 6 millones de viviendas.

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Stalingrado

Además se perdieron 13.000 puentes (la mitad de los existentes en esos momentos en todo el territorio soviético), 2.078.000 kilómetros de líneas telefónicas y telegráficas, 216.000 comercios, tiendas, restaurantes y negocios generales, así como 31.850 fábricas y plantas generadoras de energía.

A eso hay que añadirle 90.000 máquinas cortadoras de metal, 65.000 km de vías férreas de las 122 mil que había, 4.100 estaciones ferroviarias, 36.000 oficinas de correos, telégrafos y comunicaciones, 16.000 locomotoras y 468.000 vagones (muchos de éstos fueron enviados a Alemania), 175.000 máquinas para trabajar metales, 34.000 martillos de forja y prensas troqueladoras, 2.700 perforadoras de carbón, 15.000 taladros neumáticos, 62 altos hornos, 213 hornos de reverbero, 45,000 telares, 3.000.000 de husos textiles.

Y si nos vamos al sector agrícola y ganadero, los daños también fueron devastadores: 98.000 koljoses o granjas agrícolas cooperativas, 1.876 “sovjoses” o granjas agrícolas del estado, 2.890 estaciones de máquinas y tractores, 285.000 establos y cobertizo para ganados de los koljoses, 505.000 hectáreas de huertas, 153.000 hectáreas de viñedos 7 millones de caballos de 11,6 millones existentes, 17 millones de bovinos de 31 millones existentes, 20 millones de cerdos de 26 millones existentes y 27 millones de ovejas, además de 137.000 tractores, 49.000 cosechadoras, 46.000 sembradoras a tractor y 35.000 trilladoras.
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Los alemanes destruyeron o dañaron seriamente 82.000 escuelas primarias y secundarias, 1.520 escuelas secundarias especializadas, 427 museos (entre ellos el famoso Hermitage que fue bombardeado sin piedad), 167 teatros, 43.000 bibliotecas populares, 334 institutos de educación superior, 605 institutos de educación científica, 33.000 policlínicos, dispensarios y clínicas ambulatorias, 6,000 hospitales, 976 sanatorios y 656 casas de descanso.

En conjunto, los daños materiales sufridos por la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial se calculan en 1.890.000 millones de rublos calculado a precios anteriores a la guerra o 357.000 millones de dólares estadounidenses.

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Claro que todo eso palidece frente a los 16 millones de soldados muertos (13 millones rusos y 3 millones alemanes) y los 14 millones de civiles rusos asesinados (entre ellos casi 3 millones de judíos). Para colmo, se estima en casi 10 millones el número de civiles rusos de cuya suerte jamás se supo, lo que eleva las pérdidas humanas en Rusia a casi 37 millones de rusos y 3 millones de alemanes.

Pero para ser justos (si es que en algo como esto se puede hablar de justicia), hay que decir que no todos los rusos muertos fueron a manos de los alemanes, pues también muchos fueron asesinados por órdenes directas de Stalin, en especial ucranianos y bálticos, y otros más murieron de frío o de hambre.

En otra ocasión hablaremos de las pérdidas sufridas por China durante la invasión japonesa en esta misma guerra mundial.

Y todavía decimos que somos seres civilizados...

domingo, 10 de junio de 2018

BREVE HISTORIA DE LOS PAÍSES MÁS DESCONOCIDOS: HONG KONG

Cosmopolita, tolerante, diversa, colorida y vibrante. La antigua colonia británica de Hong Kong, situada en un pequeño archipiélago del sur de China, es sin duda una de las más interesantes ciudades del mundo. En ella convergen muchas culturas distintas y opuestas. Por un lado, la ancestral y orgullosa cultura china, con una visión más espiritual, y por el otro la moderna y dinámica cultura inglesa, con una visión más material. En el medio, todo el aporte cultural que cientos de miles de inmigrantes procedentes de muchas regiones del planeta han dejado en ella. Sus habitantes han sabido mezclar a la perfección todas estas tradiciones, dando así origen a una  de las urbes más fascinantes de la Tierra.

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Desde sus inicios Hong Kong demostró su vocación comercial. Si bien comenzó como una simple aldea de pescadores, pronto empezó a adquirir notoriedad cuando algunos de los emperadores de la dinastía Han Oriental (25-220) fueron enterrados ahí. Años después, en 1276, el emperador Zhao Bing, perseguido por los mongoles, eligió este archipiélago como refugio, para después suicidarse al lado de sus más fieles seguidores tras la derrota definitiva de sus tropas en la batalla de Yamen. Una dolorosa historia que aún se recuerda en Hong Kong. La ocupación mongola de China provocó que un gran número de refugiados convergieran en este lugar, lo que pronto lo convirtió en un ajetreado puerto volcado en el comercio de sal y perlas.



Este auge atrajo de inmediato a piratas y bandidos así como a clanes rivales, lo que obligó a los dirigentes del clan Tang, el más importante de la zona, a fortificar el puerto y los pueblos que lo rodeaban. Gracias a eso, en la actualidad aun podemos admirar varios de estos pueblos amurallados con más de 500 años de antigüedad, entre los que destaca el de Sheung Cheung Wai con su muro de ladrillo verde, y que provocan en la mirada del profano la sensación de pequeñas islas de paz en medio del inmenso mar de la modernidad. Este mismo contraste se puede observar ahora en otras grandes ciudades chinas que, a imitación de Hong Kong, se han lanzado a una espectacular pero caótica carrera modernizadora que ha rodeado barrios antiguos con los más increíbles rascacielos.

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Pueblo amurallado de Sheung Cheung Wai

Poca gente sabe que los primeros europeos en establecerse en Hong Kong fueron los portugueses, quienes fundaron un pequeño puesto comercial en 1514, aunque éste no duró demasiado tiempo. Los ingleses llegaron a la zona hasta el siglo XIX, pero lo hicieron de una forma no muy digna. Apoderarse de un puerto extranjero para poder vender drogas libremente, no es algo de lo cual sentirse orgulloso. Y es que en efecto eso es lo que sucedió. Los ingleses, en pleno proceso de expansión imperialista, estaban interesados en entablar relaciones comerciales con China, pues ya desde entonces éste era el país más poblado del mundo y por lo mismo poseía un gran número de clientes potenciales. El problema era que mientras los ingleses deseaban adquirir seda, te y porcelana, sólo podían ofrecer a cambio relojes y algo de plata, por lo que la balanza comercial les era muy desfavorable. Así que no se lo pensaron dos veces y comenzaron a comerciar de forma ilegal con opio. El gobierno chino se opuso a ello y los ingleses le declararon la guerra. Este conflicto se conoció como la Primera Guerra del Opio, lo cual nos indica que hubo otras y que, por lo mismo, los ingleses volvieron a insistir con su droga. Pero aquí lo importante es que la Gran Bretaña, al término de la guerra, se apoderó de varios enclaves portuarios chinos incluyendo, desde luego, a Hong Kong. Esto ocurrió en el año de 1842, bajo el reinado de Victoria I.

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Batalla naval durante la Primera Guerra del Opio

A partir de ese momento, poco a poco la nueva colonia comenzó a desarrollarse como uno de los más importantes enclaves comerciales de Inglaterra. En 1898 la presión británica se dejó sentir de nuevo sobre China y consiguieron que el emperador les cediera por 99 años las tierras continentales que rodeaban al archipiélago, con lo que Hong Kong prácticamente duplicó su extensión con los llamados “Nuevos Territorios”.

La caída del gobierno imperial en China supuso también un cambio en las relaciones entre ambos países, pues el nuevo gobierno republicano chino se negaba a reconocer los tratados firmados por los antiguos emperadores bajo la amenaza de los países europeos. Sin embargo, la guerra civil que siguió a la revolución china evitó que los chinos pudieran hacer efectivas sus reclamaciones. Pero en 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial. Japón, uno de los contendientes, deseaba crear un gran imperio en el Océano Pacífico. Aprovechando la debilidad inglesa causada por la guerra en Europa, los japoneses ocuparon Hong Kong y otros territorios bajo dominio europeo a finales de 1941. La ocupación nipona fue un duro golpe para la economía local debido al racionamiento y a la imposición de una moneda japonesa sumamente devaluada. Por otro lado, la violencia se volvió algo rutinario: violaciones, fusilamientos y deportaciones se sucedían diariamente sin que parecieran tener fin. Al empezar la guerra, Hong Kong tenía 1.6 millones de habitantes y al finalizar tan solo quedaban 600,000. Sin embargo, cuatro años después sobrepasó los dos millones gracias al flujo de inmigrantes que huían de una nueva guerra civil en China.

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Prisioneros ingleses durante la ocupación japonesa de Hong Kong

En 1949, con la llegada al poder del Partido Comunista Chino, las exigencias de devolución del territorio se intensificaron. Sin embargo, a pesar de la debilidad inglesa, el decisivo apoyo de los Estados Unidos impidió que China se apoderara de él. Era el inicio de la Guerra Fría.

Pero Hong Kong era un hueso demasiado duro de roer. La tenacidad de sus habitantes chinos, unida al carácter emprendedor de sus amos ingleses, permitió que la colonia resurgiera de sus cenizas y se elevara hasta alcanzar un poderío económico sin precedentes. Llegó la época de auge de los llamados “Tigres Asiáticos”: Singapur, Taiwán, Corea del Sur y Hong Kong. El embargo económico que la ONU impuso a China en la década de 1950 y el aislamiento al que se sometió el país, permitieron que estos cuatro lugares se catapultaran como el eje del desarrollo económico de la región. Aquellos que vivimos nuestra infancia en la década de 1970 recordamos perfectamente aquellos productos con etiquetas que decían “Made in Hong Kong” y que prácticamente inundaban el mercado mexicano, de la misma forma en que ahora lo hacen los productos fabricados en China.

Pero llegó el momento en que la Gran Bretaña tuvo que claudicar. En 1984 se firmó un tratado entre China y el Reino Unido mediante el cual éste último país se comprometía a devolver el enclave en 1997 con la condición de que China respetara, durante 50 años, su sistema económico de libre mercado y su entramado político y legal, por lo que la ciudad se convirtió en una Región Administrativa Especial, título que comparte con Macao. La propaganda china lo definió como “un país, dos sistemas”. Para esos momentos Hong Kong era ya un codiciado destino turístico.

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Chris Patten, último gobernador británico de Hong Kong

Desde que regresó a China, Hong Kong ha luchado para mantener su condición multicultural, defendiendo su autonomía y mostrando su orgullo cosmopolita. Y aunque en lo político ha tenido que enfrentar grandes desafíos debido a la presión del gobierno chino para incorporarlo plenamente al resto del país, su influencia cultural se ha dejado sentir en otras grandes ciudades de China, que al abrirse a la economía de mercado han visto en Hong Kong el ejemplo a seguir: la modernización sostenida por unas milenarias raíces.

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Vista panorámica de Hong Kong