jueves, 27 de agosto de 2015

DONALD TRUMP, LA NUEVA CARA DEL RACISMO ESTADOUNIDENSE

A todos nos ha llamado la atención en fechas recientes los cada vez más virulentos ataques del precandidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos, el multimillonario Donald Trump, hacia México y los inmigrantes mexicanos.

Pero no es nada raro en este país (recuerden que escribo desde Nueva York) escuchar a algunos políticos hablar sobre el tema de la inmigración. Especialmente los republicanos en los últimos años se han especializado en usarlo como tema de campaña, aunque hay que decir que nunca había sido EL tema de campaña, sino tan sólo uno más perdido entre los problemas económicos, la guerra con Iraq y Afganistán, los problemas raciales, la delincuencia y otros más.

Donald Trump March 2015.jpg
No hace falta decir de quien se trata.

Sin embargo, lo que ahora llama la atención es la virulencia con la que Trump fustiga este asunto, la reacción de algunos medios de comunicación y empresas, que han roto relaciones con el magnate, y especialmente el apoyo que sus dichos le están consiguiendo entre el segmento de la población estadounidense más proclive a dejarse llevar por el racismo: rural, poco instruida y en muchas ocasiones, pobre. Tan pobre como la mayoría de los inmigrantes. Pero ¡cuidado!, no se trata aquí de culpar a esa gente de su ignorancia, sino de verlos también como víctimas de un sistema que busca dividir a su gente para evitar que se unan en contra de los que los explotan a todos.

Esto no es algo nuevo. El racismo ha sido usado desde tiempos antiguos como una forma de evitar que los oprimidos se unan entre ellos. En el caso de los Estados Unidos, les tocó a los irlandeses sufrirlo en el siglo XIX, a pesar de ser blancos, por parte de los descendientes de ingleses. Le tocó también a los españoles, a los italianos, a los rusos, a los judíos, a los indios (habitantes de la India), a los chinos, a los japoneses, a los mexicanos, a los sudamericanos y centroamericanos, a los caribeños, a los africanos, etc. La lista es larga. Y normalmente son las élites las que fustigan esos odios hasta dejarlos bien sembrados en la mente de los pueblos.

En el sur esclavista de los Estados Unidos, por ejemplo, el odio racial que sentían (y aun sienten en algunos lugares) los trabajadores blancos pobres por los esclavos negros (especialmente después de que los liberaron) sólo se puede entender por esto. ¿De qué otro modo se podría explicar que se sintieran superiores a los de raza negra si los dos estaban igual de fregados? La misma élite blanca se encargaba de fomentar esos odios, haciéndole creer al blanco pobre que tenía suerte de ser blanco aunque fuera pobre, pues de esa forma se encontraba por encima del negro en la pirámide social. Y así evitaban que esos dos grupos oprimidos se unieran en su contra.

En cierta ocasión, visitando el Museo de los Chinos en América (MOCA por sus siglas en inglés), aquí en Nueva York, Judith y yo vimos un cuadernito de lo más curioso. Se trataba de un manual publicado por el gobierno de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial para enseñarle a la población a distinguir entre un chino y un japonés. En ese momento, China era aliada de Estados Unidos, por lo que en el manual se presentaba al chino como un hombre de facciones delicadas, trabajador, amable y civilizado. Como Japón era el enemigo, se presentaba al japonés como un hombre feo, traicionero, de facciones toscas, grosero y salvaje. Me recordó a las descripciones que los nazis hacían de los judíos. Incluso venían dibujos para explicar las "diferencias raciales" entre chinos y japoneses. El mensaje era claro: no agredas al chino por que lo necesitamos, descarga tu furia contra el japonés. Terminada la guerra, las cosas cambiaron: China se vuelve comunista y se convierte en enemiga del capitalista Estados Unidos y el Japón ocupado se convierte en aliado. Ahora ya puedes odiar al chino y proteger al japonés. El racismo al servicio del poder político.

El polémico escritor y cineasta estadounidense Michael Moore, en su magnífico libro Estúpidos hombres blancos, nos muestra claramente cómo el racismo se ha arraigado profundamente en esta sociedad a pesar de que muchos aun lo niegan. Si una persona blanca va caminando por una banqueta, nos dice, y de repente ve que dos jóvenes negros vienen por la misma banqueta en dirección contraria a la suya y que, por lo mismo, se van a cruzar con él, de forma instintiva se cambia de banqueta para evitarlo, pues teme que lo vayan a asaltar. No hará lo mismo si los que se acercan son dos jóvenes blancos. Y sin embargo, según las estadísticas de la policía, continúa en su relato, es más probable que lo asalten los jóvenes blancos a que lo hagan los negros. Pero la educación recibida desde la niñez los condiciona a temerle a los negros y no a los blancos.

Michael Moore

Y ahora vemos que Trump vuelve a utilizar el racismo como arma de dominio político. En pocas palabras, el mensaje que el magnate inmobiliario le transmite a sus seguidores, en su mayor parte miembros de la población rural en estados conservadores y pobres, es el siguiente: "tú eres pobre por culpa de esos inmigrantes que se aprovechan de tí, que viven de tus impuestos, que se aprovechan de las instituciones que tú creaste, que toman los trabajos que a tí te faltan. No eres pobre porque nosotros, los ricos, te paguemos un salario de mierda, te quitemos las prestaciones laborales a las que tienes derecho y te obliguemos a trabajar cada vez más para pagar tus deudas, que generalmente son con nosotros mismos. No, no es nuestra culpa, es de los que vienen de afuera". Ese es el pervertido mensaje que envía a sus cientos de miles de seguidores.

Y no es extraño que ocurra en estos momentos, cuando los Estados Unidos han sufrido las mayores olas de protesta contra el capitalismo depredador desde las grandes luchas laborales de finales del siglo XIX y principios del XX o la lucha por los derechos de los afroamericanos en los años 50's y 60's. Los magnates estadounidenses como Trump vuelven a lanzar sus discursos racistas contra los mexicanos para desviar la atención de los problemas reales del país, como el aumento de la pobreza y de la impunidad de que gozan la inmensa mayoría de los causantes de la actual crisis. Occupy Wall Street es un claro ejemplo de esto.

Pero además estos señores saben muy bien con quien pueden meterse y con quien no. Ahora se lanzan contra los mexicanos porque saben que tenemos un gobierno débil que lo más que hará será decir que deplora los comentarios de Trump y que éstos son injustos, pero seguirá teniendo negocios con él y con otros que piensan como él, y desde luego, en el remoto caso (¡espero!) de que Trump gane y cumpla sus amenazas (algo que es casi imposible), no haría nada para defender a nuestros paisanos más allá de emitir notas diplomáticas de protesta.

¿Por qué Trump no ataca a los inmigrantes chinos, por ejemplo, que ya superan a los mexicanos en cuanto a números de arribo? ¿Acaso será porque China es un país poderoso, con un gobierno fuerte (y no estoy aquí defendiendo su sistema de gobierno) y con un gran poder económico sobre los Estados Unidos? China, el nuevo gigante industrial, controla prácticamente el mercado estadounidense. Aquí en Nueva York se puede ver claramente. Es raro encontrar algo que no esté fabricado en China. Incluso las marcas más emblemáticas han preferido trasladar sus fábricas a China, pues allí les sale más barato producir y así obtienen más ganancias. En alguna ocasión leí un artículo del New York Times en el que el articulista decía que si China se decidiera podría ahorcar económicamente a los Estados Unidos, pues ha ido comprando la mayor parte de su deuda externa. ¿Será por eso que el señor Trump prefiere dejar en paz a los inmigrantes chinos y cebarse con los mexicanos?

Por otro lado, la hipocresía con que se maneja el asunto de la inmigración en este país no tiene parangón con ningún otro. Con excepción de los indígenas originarios, todos los estadounidenses descienden de inmigrantes. Todos, sin excepción. En el caso de Trump, su madre vino de Escocia y sus abuelos paternos de Alemania. Así que su familia es estadounidense apenas de dos generaciones por parte paterna y de una por parte materna. Ni siquiera puede presumir de un rancio abolengo estadounidense.

Y ya para terminar, pues de seguir escribiendo me va a dar una úlcera del coraje que traigo, quisiera presentar a un personaje que a lo mejor no ha sido tan nombrado fuera de los Estados Unidos pero que representa una postura aun peor que la de Trump. Me refiero al senador republicano por Texas, Rafael Edward Cruz, mejor conocido como Ted Cruz. Nacido en Canadá, su padre era un inmigrante cubano. Y aun así, el senador Cruz ha sido uno de los principales instigadores de esta nueva ola racista contra los inmigrantes latinos, no solo contra los mexicanos. Un sujeto despreciable que, al igual que Trump, está peleando por la candidatura republicana a la presidencia en 2016. ¡Esperemos que la gente inteligente de este país (que también los hay) eviten que sujetos como ellos logren el triunfo.

Ted Cruz, official portrait, 113th Congress.jpg
Ted Cruz

Finalmente, no quiero que este alegato se vea como un baño de pureza para los mexicanos, pues por desgracia nosotros, como pueblo, también llevamos el racismo muy arraigado en nuestro subconsciente, por lo que siempre denigramos, no sólo al indígena, sino también al inmigrante centroamericano que llega a nuestro país. Así que es importante comenzar por limpiar la conciencia propia antes de enojarse por la mugre de la conciencia ajena.



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