lunes, 3 de agosto de 2015

LOS MARINEROS ESTADOUNIDENSES QUE NO PUDIERON CONTRA LOS PELIGROS DEL MAR

En la entrada pasada les hablé sobre la historia del batallón japonés que fue devorado por los cocodrilos en Malasia durante la Segunda Guerra Mundial y en ese misma entrada les mencioné de la existencia de un caso parecido, en que los soldados, esta vez de los Estados Unidos, tampoco pudieron contra las fuerzas del reino animal.

Pero además este caso presenta mayor interés por todo lo que conllevó y porque es una muestra más de lo fácil que la historia se puede modificar. Espero que recuerden lo que les mencioné sobre la "historia ficción" hace dos entradas y de la que volveremos a hablar en algunos días.

Bueno, pues ahora les voy a hablar de lo que le ocurrió a la tripulación del crucero de la Armada de los Estados Unidos, el USS Indianápolis, hundido por los torpedos de uno de los últimos submarinos japoneses casi al término de la Segunda Guerra Mundial. La historia de este barco de guerra está llena de cosas interesantes.
USS Indianapolis (CA-35) - Wikipedia, la enciclopedia libre
USS Indianápolis


El barco en cuestión había sido construido en 1932, como parte de un crucero de la serie llamada Portland, barcos con gran velocidad y enorme potencia de fuego. Cuatro años después, en 1936, estuvo encargado de transportar al presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, durante una gira por Sudamérica. Después de ello se le asignó a la Flota del Pacífico para patrullar ese océano. Pero cuando Estados Unidos entró a la Segunda Guerra, el barco fue destinado de inmediato al combate, participando en varias batallas, principalmente en el Mar de Filipinas. Durante ellas sufrió varias averías, especialmente por parte de los famosos Kamikazes, aunque siempre consiguió volver a puerto para ser reparado. Después de una de esas averías que lo obligó a trasladarse a San Francisco fue que se le asignó la más famosa de sus misiones, aunque en esos momentos era algo secreto.

Esto ocurrió en julio de 1945. Alemania ya se había rendido y la guerra había terminado en Europa. Sin embargo Japón aun resistía, aunque muy debilitado. Por ello, ante el temor de que la Unión Soviética le declarase la guerra a Japón y se le adelantara a los Estados Unidos en su ocupación, el presidente Truman decidió acelerar el Proyecto Manhattan, es decir, la bomba atómica. Poco antes le habían avisado del éxito de las pruebas, por lo que ordenó su pronta utilización contra Japón.

Para ello, se le ordenó al contralmirante Charles Butler McVay III, capitán del USS Indianápolis, que como dije se encontraba en el puerto de San Francisco listo para regresar a la batalla, recibir en su barco una carga secreta. Para ello, el 16 de julio de 1945 el buque fue rodeado por policías militares y por unos hombres del Proyecto Manhattan que subieron a bordo varios contenedores de plomo dentro de cajas de madera. Cuando el capitán intentó averiguar pero no recibió respuesta alguna. Las cajas contenían Uranio-235, que se utilizaría para ensamblar las bombas atómicas. Después se le dio un sobre sellado con la orden de abrirlo una vez que estuviera fuera de la vista de San Francisco. El sobre contenía las instrucciones del viaje. La tripulación tenía órdenes precisas de no acercarse al hangar de carga durante el viaje, bajo pena de muerte. El buque se dirigiría a las bases estadounidenses del atolón de Tinian, en las islas Marianas, cerca de Japón, a la máxima velocidad posible y sin escoltas. Y desde luego, sin hacer preguntas. El pobre capitán llegó a su destino sin uñas, pues todas se las comió durante el viaje por la ansiedad que le causaba el no saber nada de su misión y no poder preguntarle a nadie.

El viaje de 9,815 kilómetros duró 10 días con una sola escala de 6 horas para repostar combustible en Pearl Harbor, todo un récord para esa época. Una vez en su destino, se descargó rápidamente la carga. Era el 26 de julio de 1945. Sin embargo, debido a la naturaleza secreta de su misión no se le había avisado a los mandos militares y navales de la zona que el barco estaría ahí, por lo que el comandante de la Quinta Flota lo hacía todavía en San Francisco o cuando mucho en Hawai. Por ello, la sorpresa fue mayúscula cuando se le vio llegar a Guam tres días después de dejar su carga en Tinian.

Entonces comenzó la tragedia. El 30 de julio recibió la orden de dirigirse en busca del USS Idaho, que se encontraba en el Golfo de Leyte, Filipinas, para realizar tareas de entrenamiento previo a la invasión de Japón. El capitán McVay pidió una escolta, que le fue negada, pues se le informó que la flota japonesa ya no era un peligro en esa área.

La tripulación del Indianápolis

Todo salió mal. Las autoridades de Guam no informaron a las de Leyte de la partida del Indianápolis, y cuando éste envió un mensaje a Leyte para informarlo, la transmisión falló y sólo fue captada por un remolcador y por el USS Salt Lake, quien no la recibió en su totalidad y no le hizo caso. Para colmo, el Indianápolis no contaba con sistema de detección de submarinos.

A las 11 de la noche fue avistado por uno de los últimos submarinos japoneses del área, el I-58, cuyo capitán Mochitsura Hashimoto tenía órdenes de regresar ya a Japón. Por ello, cuando vio el barco que navegaba sin ninguna precaución, decidió no desaprovechar la que seguramente sería su última oportunidad de hundir un barco enemigo. A las 11:35, el barco recibió de lleno dos de los seis torpedos disparados por el submarino. El barco sufrió daños muy severos, incluyendo la voladura de la sección donde se encontraba la radio. A pesar de ello, el telegrafista juró que alcanzó a enviar tres mensajes de socorro antes de que el barco se hundiera, mismos que fueron ignorados por el Alto Mando.

El buque se hundió en menos de doce minutos y se convirtió en el último buque de guerra de superficie hundido durante la guerra. Hasta ese momento, 316 tripulantes habían muerto, ahogados o por causa de los impactos enemigos. Sin embargo, más de 880 marineros consiguieron abandonar el barco, aunque la mayoría sujetándose de lo que podía, y tan sólo unos pocos en los botes salvavidas, pues no hubo tiempo de soltar mas que unos cuantos de éstos antes de que el barco se hundiera. Hasta aquí, todo normal. Se trataba de un ataque más, dentro de los avatares de la guerra. Lo que vino a continuación fue lo que convirtió este caso en algo único.

Cuando el capitán japonés informó al Alto Mando Nipón de su victoria, no le creyeron. El mensaje, interceptado por los estadounidenses, tampoco fue tomado en cuenta, pues como ya dije, no había noticia de ningún crucero en esa área.
Carcharhinus longimanus - Wikipedia, la enciclopedia libre
Tiburón oceánico de punta blanca


Durante cinco días, los tripulantes que habían sobrevivido sufrieron la peor de las pesadillas posibles. Flotando en el agua, sufrieron de hambre, sed, insolación y, lo peor, el ataque de tiburones que comenzó a las pocas horas del hundimiento del barco. En la mañana del 2 de agosto fueron avistados por un avión de patrullaje antisubmarino. Todo se debió a la casualidad. Nadie los andaba buscando. El avión andaba en busca de submarinos enemigos. Sin embargo, el piloto no vio a los náufragos. Fue otro de los tripulantes del avión, que se encontraba boca abajo reparando una antena, quien vio una gran mancha de aceite y algunos puntos negros flotando. Primero pensó que era un submarino japonés, por lo que avisó al piloto y prepararon el ataque. Pero al acercarse, vieron que eran marineros estadounidenses. De inmediato dieron aviso a su base y regresaron, pues ya tenían poco combustible. Desde Guam se envió un hidroavión para confirmar el hecho, pues no creían que fuera verdad, y regresar a avisar. Pero cuando sus tripulantes vieron a los tiburones atacando a los náufragos, desobedecieron sus órdenes y amerizaron, logrando salvar en ese momento a 56 marineros, permitiendo que subieran en las alas y en el fuselaje del avión, donde pasaron la noche a salvo de los tiburones. Por la madrugada del día siguiente, llegó el destructor USS Cecil J. Doyle, cuya tripulación, junto con la de los destructores USS Talbot y USS Dufilho, y los barcos auxiliares USS Ringness, USS Bassett y el Register, que llegaron a la zona poco después, rescató a los sobrevivientes: 317 hombres de una tripulación de casi 1,200. Casi 400 habían sido muertos por los tiburones, mientras que el resto había muerto de hambre, sed y a causa de las enfermedades provocadas por beber agua salada. Hubo algunos marineros que, tras beber el agua de mar, comenzaron a sufrir alucinaciones y atacaron a sus compañeros, matando a algunos de ellos.



Primero se manejó la versión de que los tiburones que los atacaron fueron tiburones tigre, aunque ahora se cree que más bien fueron tiburones oceánicos de punta blanca, una especie a la que Jacques Cousteau calificó como la más peligrosa, incluso más que el tiburón blanco. No hay consenso en eso, pero creo que es lo que menos les importó a los náufragos. De acuerdo con los sobrevivientes, en las primeras horas del 31 de julio fueron atacados por más de 300 tiburones, atraídos sin duda por la sangre de los muchos heridos que había. Según Loel Dean Cox, uno de los sobrevivientes, había tiburones de hasta 4 metros y medio, que comenzaron a comerse a los muertos para después comenzar a atacar a los vivos. En su grupo había más de treinta hombres cuando todo empezó. Cuando al final los rescataron tan solo quedaban 10. Cox le narró a la BBC, muchos años después, como un marinero que se encontraba junto a él despareció de repente jalado a las profundidades por un tiburón. El miedo era constante. Y desde luego, la sangre de los heridos al ser atacados por tiburones, sólo provocaba la llegada de más tiburones. Por otro lado, los marineros flotaban en medio de los brazos y piernas de sus compañeros atacados por los escualos. Además, incluso en pleno proceso de rescate, los tiburones seguían atacando a los náufragos mientras estos nadaban desesperadamente hacia las lanchas del USS Cecil J. Doyle.

Loel Dean Cox
Loel Dean Cox, uno de los sobrevivientes

Como siempre ocurre, el capitán del barco, que había sobrevivido, fue acusado de negligencia, con el fin de salvar a los altos mandos que no le habían informado de la presencia de submarinos en el área y que no habían avisado de su partida. Al final fue encontrado culpable por un consejo de guerra y degradado, destinándole a labores administrativas, sin poder volver a pisar un barco. El capitán McVay se suicidó en 1968, al no poder soportar más la depresión que esto le originó. 



Curiosamente, fue gracias al estreno en 1975 de la famosa película Tiburón, que la historia se volvió viral y comenzó la lucha por devolverle su honor al capitán MvVay. En efecto, en la película hay una escena, cuando están buscando al tiburón a bordo de un barco de pesca, en que dos de los protagonistas comienzan a presumir de sus heridas causadas por tiburones. Uno de ellos señala una gran cicatriz en su cuerpo y dice que fue provocada por un tiburón durante el ataque a los náufragos del Indianápolis, de los que él era parte. Un niño de 11 años de Florida, llamado Hunter Scott, tras ver la película, se obsesionó con el tema y algunos años después consiguió localizar a uno de los sobrevivientes, quien a su vez le ayudó a localizar a 154 más. A todos les envió un cuestionario sobre lo ocurrido y todos coincidieron en declarar que el capitán había sido inocente. Entre los que respondieron el cuestionario se encontraba también el capitán del submarino japonés, quien incluso dijo que el capitán McVay no había tenido forma de evitar el ataque. La difusión en la prensa de estos cuestionarios provocaron que el Congreso iniciara una investigación que culminó en el año 2000, cuando el presidente Bill Clinton, a propuesta del Congreso, firmó una ley que lo declaraba inocente del hundimiento de su barco.



Ahora una pequeña reflexión. El USS Indianápolis navegó en solitario de San Francisco a Tinian y sin que nadie supiera donde estaba, mientras llevaba su carga atómica. ¿Qué hubiera ocurrido si, en lugar de sufrir el ataque del submarino japonés el 30 de julio lo hubiera sufrido cinco días antes, cuando se encontraba navegando por aguas igualmente peligrosas con el uranio a bordo? Pues que el proyecto de ataque nuclear contra Japón se hubiera tenido que posponer en lo que se conseguía de nuevo uranio para mandar a las islas Marianas. Eso hubiera permito a los rusos, que habían declarado la guerra a Japón unos días antes, lanzar un ataque contra las islas niponas, a las que tenían más cerca que los Estados Unidos, lo que hubiera cambiado el curso de la guerra, pues seguramente Japón se hubiera rendido de inmediato al no poder defenderse de un ataque simultáneo ruso y estadounidense. Estados Unidos no habría tenido tiempo de lanzar su ataque nuclear, lo que, además de salvar cientos de miles de vidas japonesas inocentes, no hubiera permitido que Estados Unidos diera a conocer el poder de su nueva arma, lo que sin duda hubiera alentado a la Unión Soviética a avanzar en Europa Occidental. Definitivamente la historia hubiera sido muy diferente. Y tan sólo por un acontecimiento que no ocurrió cinco días antes.

Así de frágil es la historia.

Por cierto, en 1991 se estrenó la película Mission of the Shark: The Saga of the USS Indianapolis. No es muy buena, pero si refleja bien el terror que sintieron los marineros ante el ataque de los tiburones. Y Discovery Channel también sacó un documental llamado Ocean of Fear.






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