lunes, 28 de septiembre de 2015

LA TRISTE VIDA DEL EXILIADO (1a PARTE)

Nueva York ha sido siempre una ciudad con vocación mundial. Desde que se fundó se convirtió en un puerto importante y en algún momento de su historia llegó a ser el más importante del mundo. Por casi dos siglos fue la puerta de entrada al país para la mayor parte de los inmigrantes, procedentes sobre todo de una Europa decimonónica sumamente desigual y de una Europa destruida tras dos guerras mundiales en la primera mitad del siglo XX. Pero también para inmigrantes procedentes de Asia, África, Oceanía y Latinoamérica.

Ya en el siglo XIX fueron muchos los mexicanos que se vieron obligados a buscar refugio en la llamada urbe de hierro, especialmente por motivos políticos. Destaca entre ellos el caso del expresidente Sebastián Lerdo de Tejada, quien abandonó el país al ser derrotado por la rebelión de Tuxtepec encabezada por Porfirio Díaz. Don Sebastián Lerdo vivió aquí desde 1876 hasta su muerte en 1889. En un principio compartió el exilio con otros distinguidos miembros de su gobierno, como Manuel Romero Rubio, Juan José Baz y Mariano Escobedo, aunque al poco tiempo éstos lo abandonaron para pactar con Porfirio Díaz y regresar a México. Sin embargo, Lerdo de Tejada, digno y orgulloso, prefirió vivir sólo en el destierro, en una modesta pensión situada en la Quinta Avenida y la calle 15 (no se vayan con la finta, la Quinta Avenida siempre ha tenido sus barios ricos y sus barrios pobres) y morir aquí, sin pactar jamás con el militar golpista.

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Sebastíán Lerdo de Tejada

Ahora soy yo quien se encuentra en el exilio. En cierto modo por motivos políticos, aunque nadie me persiga en México; en cierto modo por motivos económicos y en cierto modo por hartazgo de vivir en un país donde la corrupción, la impunidad y la violencia campean a sus anchas.

La vida del exiliado siempre es triste. Lejos de la familia y de los amigos, de la ciudad en que nací y en la que viví por casi cuarenta años. Lejos de las cosas que conozco, en una ciudad que en un principio me era totalmente desconocida, pero a la vez intrigante por lo mucho que había por descubrir. Nos mudamos aquí porque Judith obtuvo una plaza en las Naciones Unidas. Y como en muchas ocasiones habíamos platicado sobre la posibilidad de emigrar, aunque sin concretar cuando ni a dónde, no lo pensamos mucho, hicimos las maletas, arreglamos asuntos pendientes (de hecho yo me quedé en el DF casi tres meses más que ella), vendiendo muebles y llevando los demás enseres domésticos junto con mi biblioteca a casa de un amigo que amablemente se ofreció a guardarlos. Dejar mi biblioteca fue una de las cosas que más me dolieron, pero era imposible llevarla por el alto costo de la mudanza. Y así fue como llegamos a Nueva York, como habríamos podido llegar a París, Dakar, Canberra o Tumbuctú.

Como ya dije, Judith se fue unos meses antes, a finales de abril de 2010. Yo llegué a finales de julio. Cuando arrivé, hacía un calor de los mil demonios. Tan sólo una vez en mi vida había sentido tanto calor. Fue en Mexicali por ahí de 1996. Ese primer verano en Nueva York fue muy pesado, pues había ocasiones en que ni ganas daban de salir de casa por las altas temperaturas callejeras. Nos instalamos en un pequeño departamento en la calle 84 del barrio de Jackson Heights, en Queens. La dueña era una señora alemana que también trabajaba para las Naciones Unidas pero que vivía en Tanzania. El barrio es bonito, con muchos edificios del llamado período entreguerras (1910 a 1940), varias calles llenas de locales comerciales y una población sumamente variada.

Recuerdo que al día siguiente de mi llegada llegó un operario de la compañía Time Warner para instalar el sistema de cable para la televisión, así como el internet. Al darme cuenta que hablaba español, le pregunté de donde era y cuanto tiempo llevaba en Estados Unidos. Resultó que era cubano y había emigrado desde niño junto con sus padres. Para mi desgracia me devolvió la pregunta, y cuando le dije que yo había llegado apenas ayer, comprendí por fin la dimensión del cambio. Nunca me sentí tan solo como en ese momento.

Mi misión era buscar trabajo de inmediato, así que comencé a hacerme tarugo al mismo tiempo. El miedo a lo desconocido, así como otros factores que aquí no quiero comentar, me impidieron conseguir trabajo en los primeros tres años. El clima me causó muchos problemas. El calor de ese primer verano me provocó una reacción alérgica que cubrió todo mi hermoso y atlético cuerpo (nótese la ironía) con unas machas en forma de rayas que daban la impresión de que un gato me había arañado por todos lados. En un principio los dos doctores que consulté no dieron con la razón, pero me mandaron una pomada que al final me curó. Pero al año siguiente me volvió la urticaria, aunque menos fuerte que la primera vez. Por fin, un doctor puertorriqueño me dijo que era una reacción alérgica al clima extremo de la ciudad, pero que no me preocupara, que poco a poco me acostumbraría. Y así pasó, en efecto.

Al ser la pareja de una funcionaria de las Naciones Unidas, el gobierno estadounidense me otorgó un permiso de trabajo. Y aún así no fui capaz de conseguir uno. Al principio mandé mi curriculum a varias empresas editoriales y a un par de diarios en español que se publican en la ciudad, sin que nadie me contestara. Después dejé de hacerlo y me concentré en escribir una novela que tenía pendiente. La publiqué en 2011 con la editorial argentina Libros en Red. Se llama Crónica de un México que nunca fue, y aun sigo esperando que muchos de ustedes la compren para poder vivir de las regalías.


Mientras tanto, Judith y yo nos dedicamos a pasear por Nueva York. Los fines de semana nos íbamos a los museos (esta ciudad tiene muchos y la mayoría muy padres), comíamos en diferentes restaurantes buscando comida exótica. La ciudad nos sorprendía en muchos aspectos pero también nos decepcionaba en otros.

En septiembre fuimos a Filadelfia para pasar ahí el cumpleaños de Judith y en noviembre viajamos a Washington. Navidad la pasamos en un pequeño pueblo llamado Croton on Hudson, en el estado de Nueva York, en casa de una amiga peruana que nos la prestó, pues ella se había ido a Bangladesh. Ahí me tocó mi primera nevada. Antes de eso sólo conocía la nieve por una ocasión en que fui de niño con la familia a un paseo al Popocatépetl (¿o sería el Iztaccihuatl? la verdad es que no me acuerdo), pero nunca la había visto caer y menos de la forma en que lo hizo ese día. Fue el 26 de diciembre de 2010 y se trató de una de las peores nevadas en años. Comenzó por la tarde. Nosotros habíamos rentado un coche y en él habíamos ido a Tarritown para conocer la casa de Washington Irving (para los que no lo sepan, es el autor de El jinete sin cabeza). Ahí nos agarró la nevada. Inmediatamente enfilamos de regreso a la casa en Croton. Cuando llegamos al pueblo la nevada ya iba en aumento. La casa estaba en lo alto de una calle empinada y para mí, inexperto en manejar en la nieve, fue imposible lograr que el coche subiera sin patinarse, por lo que decidimos estacionarlo y llegar a pie a la casa. La nieve cayó durante toda la noche. Al día siguiente había más de un metro de nieve afuera. De inmediato nos pusimos a hacer un muñeco de nieve y a aventarnos bolas del mismo material en el porche de la casa. Luego fuimos al jardín trasero y nos pusimos a hacer "angelitos". Éramos como dos niños con juguete nuevo. Para mí todo aquello era nuevo, así que dejé que Judith ordenara lo que se podía hacer y lo que no (de hecho, es algo que siempre hace).

Pero cuando salimos a buscar nuestro coche, éste ya no estaba. En su lugar había un montón de montañas de nieve. Judith me explicó que el coche estaba bajo una de ellas, así que solo era cosa de averiguar en cuál y comenzar a palear. Claro que no teníamos pala, así que una vez identificado "nuestro" montón de nieve, comenzamos a quitarla a mano limpia (bueno, con guantes), hasta que un vecino se compadeció de nosotros y nos prestó una, con lo cual el trabajo se hizo más llevadero aunque no por ello menos difícil. Por fin, después de dos horas paleando, conseguimos recuperarlo. El siguiente problema era lograr que arrancara y sacarlo de ese lugar, lo que conseguimos poniendo piedras para evitar que las llantas patinaran. Con sumo cuidado subimos la cuesta que nos llevaba a la casa, estacionamos el coche, sacamos nuestras maletas y emprendimos el viaje de vuelta a Nueva York. El trayecto debía durar poco más de una hora en situaciones normales, pero con la nevada hicimos casi tres.

Cuando llegamos a Nueva York, nos encontramos con la novedad de que la ciudad había caído en el caos más absoluto y la anarquía reinaba en ella. Resulta que el gobierno de la ciudad no se había preparado para la nevada y su reacción fue lenta y mala. Cuando se decidieron a sacar a la calle las barredoras de nieve, ya era tarde. Además, lo hicieron solo en Manhatan,  dejando a su suerte a Queens, Brooklyn, Bronx y Staten Island. Así que nuestra calle estaba imposibilitada para circular. A duras penas conseguí acercarme al edificio, desembarcar a Judith con todo y maletas entre montañas de nieve y emprender el camino a la agencia de coches para devolverlo. Fue una pesadilla. En algunas calles había coches y hasta camiones del servicio público abandonados, por lo que no se podía circular por ellas.

Esa situación duró casi una semana, hasta que por fin comenzaron a pasar las barredoras. Por supuesto que las quejas contra el gobierno fueron muchas y variadas. Lo malo es que desde entonces el gobierno, temeroso de que ocurra lo mismo, reacciona con exageración ante cualquier aviso de problema climático.

Bueno, por hoy ya es demasiado. Luego les seguiré contando nuestras aventuras por Nueva York.

viernes, 18 de septiembre de 2015

LA TRAGEDIA VUELTA TERREMOTO

El 19 de septiembre de 1985 es una fecha que todos los chilangos de más de 30 años jamás olvidaremos. Ese día fue el famoso terremoto que destruyó varias zonas céntricas de la capital. Narrar el terremoto en sí no tiene mucho caso, pues mañana que se celebra el 30 aniversario van a disponer de mucho material y de muchos análisis. Por ello, prefiero contar lo que yo vi, lo que me tocó vivir y las conclusiones que yo saqué.

En aquel entonces yo tenía 14 años y cursaba el segundo año de Secundaria en una escuela situada en Tlalpan, al sur de la ciudad. Mi papá era médico cardiólogo del ISSSTE (para los lectores que no son mexicanos, es la Seguridad Social para los Trabajadores del Gobierno) y mi mamá era ama de casa.

Al momento del temblor, yo estaba en la sala de la casa leyendo mientras esperaba a que pasara por mí la mamá de mi mejor amigo con el que hacíamos ronda para ir al colegio. Desde luego que me asusté, ya que fue mi primer temblor fuerte. Pocos minutos después, llegaron por mí y nos dirigimos al colegio. En el camino el tema de conversación fue el temblor, como no podía ser de otra forma. A pesar de que por el rumbo en que vivíamos y estudiábamos no ocurrió nada, al escuchar la radio del coche (si, los coches traían radio y había que buscar manualmente las estaciones) nos enteramos que en el centro de la ciudad y las zonas aledañas los daños habían sido muchos. Mi preocupación aumentó al escuchar que la colonia Roma era una de las más afectadas, pues ahí vivía mi abuela paterna y unos tíos.

Al llegar al colegio nos dijeron que las clases se habían suspendido a causa de lo ocurrido, así que nos regresamos a casa. Una vez allí, comenzamos a seguir las noticias como podíamos, pues la televisión no funcionaba bien debido a que se habían caído varias torres de transmisiones y la torre de noticieros de Televisa, la principal empresa televisiva del país, y en aquellos momentos la única privada a nivel nacional. Mi papá llegó hasta la noche. Fue la primera vez que lo vi llorar.

A él el temblor lo encontró en misa. Siempre iba a misa antes de dirigirse al hospital en el que trabajaba, el 20 de Noviembre, en la colonia del Valle. Como por esa zona no hubo derrumbes, pensó que todo estaba bien, así que se dirigió al hospital. Cuando estaba llegando, recibió una llamada de mi mamá. Aun no existían los celulares, así que conseguir que esa llamada entrara al hospital en momentos en que las líneas comenzaban a saturarse y que la secretaria consiguiera encontrar a mi papá en unos momentos en que las noticias del desastre estaban comenzando a llegar, fue realmente increíble. Mi mamá le informó que había hablado con mi abuela en la colonia Roma y que las cosas estaban muy mal. La casa estaba muy dañada y mi abuela estaba muy asustada. Uno de mis tíos había intentado ir por ella pero no había podido llegar. Así que mi papá tomó una ambulancia del hospital y se dirigió hacia allá. Con la ambulancia consiguió abrirse paso y llegar a la casa de mi abuela en la avenida Álvaro Obregón. La sacó de allí tan sólo con una pequeña maleta y después fue por su hermana, mi tía, que vivía a la vuelta de la esquina y también la sacó de allí junto con su esposo. Después de dejarlos en lugar seguro en casa de otra de mis tías al sur de la ciudad, regresó a la zona del desastre para ayudar. Entre otras cosas, le tocó ir a un CONALEP que se había derrumbado y le tuvo que amputar la pierna a un chavo, sin anestesia, para poder sacarlo de entre los escombros. Fue algo que le afectó mucho.

Resultado de imagen para temblor del 85


A partir de ahí, la familia entera se movilizó. Mi papá se iba todas las mañanas a prestar sus servicios médicos en la zona de desastre mientras mi mamá, mis hermanos y yo, preparábamos comida para los damnificados y para los socorristas. Primero íbamos a una tienda CONASUPO que estaba a la vuelta de la casa y comprábamos costales enteros de bolillos, además de cajeta, mermelada, frijoles, arroz y otras cosas para rellenar los bolillos. Ya en casa, preparábamos las tortas junto con mis primos y algunos amigos (Felipe se acuerda muy bien de ello), llenábamos botellas de agua (aun no se vendía el "agua purificada" como ahora, pero mi mamá tenía un filtro de agua en la cocina) y luego nos íbamos a repartir la comida. A veces la dejábamos en colegios convertidos en centros temporales de distribución y a veces nos íbamos directamente a las zonas del desastre, acercándonos lo más que podíamos, y ahí mismo repartíamos nuestro cargamento. Eso fue todos los días durante, por lo menos que yo recuerde, dos semanas. Recorrer la zonas dañadas, ver los edificios caídos, a los voluntarios sacando sobrevivientes o muertos de entre los escombros, es algo que me marcó de por vida. Son escenas que difícilmente se pueden olvidar.

Todos los días veíamos por la televisión escenas de heroísmo por parte de los socorristas, escuchábamos noticias trágicas por la muerte de miles de personas y noticias increíbles del rescate de otras más. A mí especialmente me impactó la noticia de los bebés recién nacidos que fueron encontrados con vida entre los escombros del Hospital Juárez, mientras que sus madres, las enfermeras y los médicos, habían muerto. Aun me estremezco al recordarlo. De hecho, por muchos años yo seguí llorando cada vez que veía imágenes del terremoto. Y recuerdo también el terror que sentimos cuando ocurrió la primera réplica fuerte un día después. Tontamente nos refugiamos bajo los marcos de las puertas, pero es que en aquellos momentos aun no había en la capital manuales de que hacer en caso de desastre.

La casa de mi abuela sufrió severos daños. Se trata de una casa construida a principios del siglo XX, a finales del porfiriato (actualmente está catalogada como parte del Patrimonio Artístico de la ciudad) por mi bisabuelo. Ahí creció mi abuelo, ahí se casó, ahí nacieron y crecieron mi papá y sus hermanos, ahí vivió mi abuela desde que se casó con mi abuelo. Ahí murió mi abuelo y mi tía abuela. ¡Qué más les puedo decir! Mi abuelo había comprado un pedazo de arcada de un patio de una casa colonial del Centro Histórico cuando la iban a derribar y lo puso en el patio de su casa. Ese arco se vino abajo con el temblor. Yo recuerdo haber ido a la casa en cuanto se permitió el paso a esa zona. Estaba completamente inclinada y las paredes tenían grandes grietas. Enfrente de la casa había un edificio donde se encontraba una tienda de electrodomésticos MABE. No recuerdo el número exacto de pisos que tenía pero me parece que eran más de siete. El edificio entero se desplomó y a mi abuela le tocó verlo. Y desde luego no fue el único edificio que se cayó en esa cuadra. Ella nunca pudo volver a su casa, pues las obras de reconstrucción, llevadas a cabo por otro de mis tíos que es arquitecto, fueron muy lentas debido a la gravedad de los daños. Mi abuela murió menos de un año después a causa de varios infartos.

A pesar del tamaño del desastre, el entonces presidente Miguel de la Madrid tardó más de 36 horas en dirigir un mensaje a la nación y cuando finalmente lo hizo fue para decir que México no necesitaba de ayuda extranjera pues éramos autosuficientes para solventar el desastre. ¡Imbécil! Recuerdo también que se organizó una visita del presidente y del entonces Regente de la Ciudad (lo que ahora es el Jefe de Gobierno) a la zona de desastre y para ello se ordenó suspender el trabajo de los socorristas y de los voluntarios por el trayecto que los funcionarios iban a recorrer para que no les importunaran con exigencias de ayuda. ¡Doblemente imbéciles!

En realidad, fue el pueblo mexicano el que salió adelante, pues las autoridades, en su inmensa mayoría se mostraron completamente lejanas al sufrimiento de la gente y tan sólo buscaron, como decimos en México, sacar raja política del asunto, ayudando a quienes aceptaran vender su voto. El terremoto dejó completamente desnudo al sistema político mexicano. Nunca como entonces se había visto tan claro el abismo que separaba al pueblo de su gobierno. Y para colmo, como siempre ocurre, una vez pasado el desastre, los damnificados comenzaron a sufrir del olvido, tanto del gobierno como de sus paisanos. Hubo campamentos de refugiados, entre ellos uno situado a un costado de la Alameda, en pleno centro de la ciudad, que permanecieron sin cambios por más de 20 años, sin que llegaran jamás las ayudas prometidas por el gobierno. ¡Triplemente imbéciles!

Es cierto que en muchas zonas, una vez terminados los trabajos de rescate se iniciaron los de demolición y retiro de escombros, así como la construcción de nuevos edificios, pero hubo otras que permanecieron en ruinas por muchos años. Como resultado de ello, muchas colonias fueron abandonadas casi en su totalidad por sus habitantes, como el Centro, Tlatelolco, la Roma y la Juárez, entre otras más. En ellas el valor inmobiliario se desplomó y apenas hace unos años (no más de diez) han comenzado a recuperarse.

Los habitantes de la ciudad de México nunca olvidaron el desprecio de sus gobernantes. Tres años después hubo elecciones y en la capital perdieron los candidatos del PRI, el partido en el gobierno. Al senado llegaron miembros de la corriente de izquierda recién fundada por Cuauhtemoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo. Y cuando se celebraron las primeras elecciones para Jefe de Gobierno de la ciudad (antes el puesto de Regente lo ocupaba una persona nombrada directamente por el presidente), el PRD ganó de calle. Apenas en las últimas elecciones, celebradas en este 2015, el PRI ha recuperado algo del terreno perdido en la capital, aprovechando sobre todo que muchos de los nuevos votantes son jóvenes que no vivieron el temblor del 85.

Para terminar, quiero comentar algo más. A pesar de todas nuestras desgracias, los mexicanos no perdemos el buen humor. Aun se estaban rescatando sobrevivientes cuando comenzaron a aparecer los chistes. Me acuerdo de uno que decía lo siguiente: "¿Porqué los del Centro no invitaron a los de San Juanico a su movida? Pues porque ellos no los invitaron a su reventón." Explico el contexto: un año antes había ocurrido una terrible explosión de gas en una planta de almacenamiento de PEMEX en San Juan Ixhuatepec (conocido como San Juanico), en Tlalnepantla, uno de los municipios mexiquenses que ya forman parte de la ciudad de México. Hubo cientos de muertos. Con lo de "movida" se referían al terremoto y con lo de "reventón" a la explosión de gas. Es un chiste cruel, pero fue muy popular en su momento. Otro chiste decía que a la ciudad de México se le llamaba "la dona", pues ya no tenía centro.

En fin. Cada quien tiene sus recuerdos. Esos son los míos y hoy se los quiero compartir.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

LAS FIESTAS PATRIAS

15 de septiembre. Este día los mexicanos solíamos celebrar el aniversario de nuestra independencia. Y digo decíamos porque desde hace ya muchos años no hay nada que celebrar. Cuando yo era joven todavía se llenaba el Zócalo de la ciudad de México por gente que iba genuinamente a echar desmadre, a aventar huevos con confeti, a dar el Grito junto con el presidente, sin importar lo impopular que fuera éste. Ese día todo se olvidaba. Había que celebrar. En cada plaza del país ocurría lo mismo.

Pero desde la trágica época de Felipe Calderón, eso se acabó. La gente dejó de acudir al Zócalo capitalino y el gobierno comenzó a llenarlo con acarreados. Calderón lo llenaba con soldados y sus familias. Peña Nieto lo llena con burócratas. Y lo sé porque viví varios años en el centro, a tres cuadras del Zócalo. Así que lo vi, por lo que pido que no me contradigan.

La ceremonia del Grito se ha convertido en una farsa. El Presidente finge que todo está bien, los medios de comunicación le hacen segunda y algunos burócratas acarreados desde el Estado de México bajo la amenaza del despido u otras sanciones administrativas, fingen que están disfrutando de la fiesta. Pero la fiesta hace tiempo que se acabó.

Aun recuerdo cuando la entrada al Zócalo era libre. Podías ir con tus banderas, tu confeti, tu sombrero (entre más grande mejor), tus bigotes falsos y, lo mejor de todo, con tu familia y tus cuates. Ahora hay policías por todos lados que te revisan hasta las calzones antes de entrar. Catean hasta a los niños. Todo está prohibido: los palos de las banderas, los paraguas, los huevos con confeti,... Hay francotiradores en las azoteas de los edificios que rodean al Zócalo, y en el colmo de la ignominia, este año cercaron la plaza con una barda de metal como si fuera una especie de corral. ¡Y todavía pretenden hacernos creer que todo está bien!

¿Cómo va a estar todo bien si el gobierno le teme tanto al pueblo? Por que es evidente que México ya no quiere a su gobierno. Y no caigamos en la trampa de creer que sólo es Peña Nieto. No. México ya no quiere a su presidente, a su Congreso, a su Suprema Corte de Justicia, a sus gobernadores, a sus presidentes municipales, a sus Congresos locales, a sus policías, a sus soldados, a sus partidos políticos, a sus líderes sindicales, a sus medios de comunicación vendidos, a sus empresarios corruptos (si me falta alguien más pido disculpas, son tantos que uno pierde la cuenta).

Desgraciadamente, no lograremos un cambio real mientras permanezcamos divididos. Por eso el gobierno se empeña tanto en dividirnos. No atiende las quejas ciudadanas, obligando a los grupos que las presentan a manifestarse, sabiendo que eso va a provocar el rechazo de otro sector de la población. Los medios de comunicación se encargan de destruir con sus comentarios a todos aquellos que se oponen genuinamente al gobierno. Los partidos políticos "de oposición" fingen interés para que aun creamos que son de oposición. Y mientras tanto al país se lo está llevando la chingada.

En otra de sus burradas, Peña Nieto dijo en cierta ocasión que la corrupción en México era algo cultural. Pues no, señor, es algo institucional. Si un policía me detiene en la calle, le doy mordida por dos razones: por que sé que la va a aceptar y por que sé que si me lleva ante el Ministerio Público, en la mayoría de los casos sin haber hecho nada, me va a ir peor. ¿Eso es cultural? En el juzgado hay que darle dinero al juez porque si nuestra contraparte ya le dio, pues ya valimos. Vaya, hasta hay que darle dinero al de las copias para que te dé las copias de tu expediente por las que ya pagaste.Y así nos podemos seguir con miles de ejemplos. Pero lo peor es la impunidad, el ver que se castiga a unos pocos funcionarios menores, que se sanciona al policía de la calle pero no al jefe que le exige una cuota diaria de mordidas.

De la crisis económica mejor ni hablamos. Yo tengo 44 años y soy generación de crisis. Desde que nací he escuchado que el país está en crisis. Y todas las generaciones que vinieron tras de mí están igual. El número de pobres aumenta día con día. ¡Pero tenemos al hombre más rico del mundo (a ratos) y a otros más en la "prestigiosa" lista Forbes!

Y para colmo, ahora la violencia. El narcotráfico desatado, el gobierno coludido con él, el ejército y la policía a su servicio, y los ciudadanos en el medio, poniendo los muertos y viviendo en el terror. Pueblos abandonados, refugiados por todos lados, familias fragmentadas, asesinatos todos los días, secuestros, desapariciones, extorsiones,...

Yo por eso decidí quedarme en mi casa el 15 en la noche. Y eso que ya no vivo en México. Me quedo por que ya me cansé de luchar. Me cansé de luchar contra un sistema tan cínico y contra un pueblo tan agachado. Por años estuve en las calles apoyando diferentes causas, la mayoría de las cuales acabaron por decepcionarme. Me manifesté y grité mueras a más de un presidente. Apoyé al PSUM y al PRD, a los Zapatistas y al Sindicato de Electricistas, a los maestros y hasta a los 400 pueblos, entre otros grupos más. Pero me cansé. No tiene caso luchar mientras México siga tan dividido, mientras el interés personal sea lo único que nos importe, mientras la mayoría permanezca indiferente, quejándose en privado pero callándose en público, resignándose a su suerte.

Y ya no digo más para evitar que me salga una úlcera. Si van a celebrar, les deseo que tengan un bonito festejo, aunque no entienda su celebración.



viernes, 11 de septiembre de 2015

EL 11 DE SEPTIEMBRE Y SUS DIFERENTES SIGNIFICADOS

Hoy se conmemora en los Estados Unidos el 14° aniversario de los ataques contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono en Washington. Curiosamente en la ciudad de Nueva York, donde se recibió el mayor daño por el número de muertos y el derrumbe de las icónicas torres, este tipo de aniversarios suelen pasar moderadamente desapercibidos entre la gente. La televisión hacen coberturas especiales, los museos muestran exposiciones dedicadas a recordar los acontecimientos, las autoridades dan algún que otro discurso, unos cuantos acuden al sitio donde estuvieron las Torres, pero en general la gente de a pie no se interesa mucho en ello. Es un episodio que los neoyorquinos han conseguido superar. Normalmente hay discursos más estridentes en otras ciudades. Pero no en Nueva York.

World Trade Center, New York City - aerial view (March 2001).jpg
El WTC de Nueva York. Destacan las Torres Gemelas.

Cuando Osama bin Laden fue "abatido" en mayo de 2011, recuerdo haber acudido inmediatamente a la aun llamada "Zona Cero", el lugar donde estuvieron las Torres Gemelas y que ahora es ocupado por un nuevo complejo (aun en construcción) dominado por la llamada Liberty Tower. Tenía un interés, por así decirlo, antropológico. Quería ver la reacción de los neoyorquinos al enterarse de la muerte de aquel quien, de acuerdo con su gobierno, había sido el culpable del ataque en el que murieron más de 3,000 personas inocentes. Salí de casa y tomé la línea E del metro, que me deja justo en esa zona. Al llegar, me sorprendió la reacción de la gente ante la noticia. Yo esperaba encontrarme con multitudes gritando vivas a Obama y dándole las gracias a sus respectivos dioses por la muerte de Osama (y no al revés, no se vayan a confundir). Y no fue así. Había un hombre vestido como el Tío Sam y otro con una cartulina en la que había escrito insultos contra el extinto líder de Al-Qaeda. Y eso sí, algunos turistas tomándoles fotografías. Eso era todo. Ese día, los neoyorquinos hicieron su vida normal, no salieron a las calles más que para ir a la oficina, al gimnasio, a la escuela, al supermercado y a otros sitios así. La muerte de bin Laden no significaba mucho para ellos. Preferían recordar a sus muertos que celebrar la muerte de otros. Porque esa es la única conmemoración que ellos hacen. las familias que perdieron a alguien en los ataques pusieron una pequeña placa con el nombre y la profesión del ser querido, en ocasiones con una fotografía, en un árbol frente a sus domicilio. Y cada año, el 11 de septiembre, ponen flores frente a ese árbol. Éstos se pueden ver por toda la ciudad. En mi cuadra hay dos. No hacen reuniones callejeras multitudinarias, no gritan mueras al terrorismo ni piden la cabeza de nadie. Así son los neoyorquinos.

Como dije, la conmemoración de este día tiene mayor repercusión en otras ciudades de los Estados Unidos e incluso en otros países que en la misma Nueva York, donde se produjeron los mayores daños. ¿Por qué ocurre esto? No lo sé, pero así es. En cambio, el gobierno aprovecha la fecha para que nadie en el mundo olvide su prioridad, la lucha contra el terrorismo. Hay que reconocer que este tipo de discurso ha bajado mucho de tono con la administración Obama, pero aun sigue presente.. Y lo malo es que eso no nos permite recordar otros acontecimientos ocurridos en un día como hoy pero en un año diferente al 2001. Me refiero a lo ocurrido en Chile el 11 de septiembre de 1973.

Ese día, un grupo de militares encabezados por el jefe del Ejército, Augusto Pinochet, dio un golpe de Estado en contra del presidente socialista Salvador Allende. Hasta aquí todo normal en la historia latinoamericana. El golpe fue financiado y en cierto modo dirigido por la CIA y por el secretario de Estado de los Estados Unidos, Henry Kissinger, quien por cierto había recibido el premio Nobel de la Paz ese mismo año. Hasta aquí, también todo normal en la historia latinoamericana. Donde todo fue anormal fue en el hecho de tratarse de Chile, un país sudamericano que se había distinguido por su estabilidad política, que contrastaba fuertemente con lo que ocurría en los países vecinos. El golpe culminó con el asesinato del presidente Allende y el reconocimiento del nuevo gobierno militar por parte de los Estados Unidos. La década de los 70's fue una década negra para los países latinoamericanos, incluyendo a México, por la presencia de gobiernos represivos, en muchos casos militares, que fueron culpables de la muerte de miles de personas y la desaparición de muchas más. Eso sí, siempre con el beneplácito de los Estados Unidos.

World Trade Center, futuro
Así quedará el nuevo WTC cuando termine su construcción. La torre de la izquierda,
conocida como la Liberty Tower, ya está terminada.

Hay una anécdota que resulta muy reveladora del apoyo que este país ha dado siempre a los dictadores latinoamericanos cuando éstos se portan como dóciles servidores del poderoso país de las barras y las estrellas. Se dice que en cierta ocasión, uno de los asesores del presidente Franklin Roosevelt le informó sobre las constantes protestas que había en Nicaragua a causa del gobierno dictatorial y represor de Anastasio Somoza García. Tras escuchar atentamente, Roosevelt simplemente respondió: "Pues sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta".

Michael Moore, en uno de sus libros, decía lo siguiente, palabras más o palabras menos: "Atentados terroristas en los Estados Unidos en los últimos 30 años, 2. Atentados terroristas en España, Indonesia, India, Pakistán, Palestina, Israel, diversos países africanos en los últimos 30 años, incontables. Definitivamente estamos en un serio peligro. Quieren acabar con nosotros." Obviamente lo decía con un tono irónico. Yo sin embargo agregaría otra frase a lo anterior: "Atentados terroristas perpetrados contra los Estados en toda su historia, no pasan de cinco. Atentados terroristas perpetrados por los Estados Unidos en todo el mundo a lo largo de su historia,... bueno, pues saquen su calculadora para ir sumando, porque son muy numerosos.

¿A dónde quiero llegar con esto? Sencillo. Los Estados Unidos buscan que se olvide sus propios atentados conmemorando estridentemente el que recibió en 2001. Por fortuna, los neoyorquinos no se prestan a ello. Ellos recuerdan a sus muertos, pero lo hacen en privado, sin gritos y sin exigencias de venganza. Bien por ellos.

P.D.: El número oficial de muertos en el ataque a las Torres Gemelas fue de 2,753. Sin embargo, en esa lista nadie incluyó a todos los migrantes indocumentados que trabajaban ahí en labores de limpieza o mantenimiento. Como no tenían papeles no fueron registrados. Nadie supo cuantos eran ni cuantos murieron. A nadie le importaron. Especialmente al gobierno. Al de Estados Unidos y al de sus países de origen. Por otro lado, todavía en este año, 2015, muchos de los sobrevivientes y de los que estuvieron trabajando en las labores de rescate siguen peleando contra un gobierno que se empeña en regatearles atención médica por problemas derivados de los atentados. Es lo que siempre ocurre. Se recuerda a los muertos y se abandona a su suerte a los heridos. Como en cualquier guerra.

Que cada quien lo interprete como quiera.

viernes, 4 de septiembre de 2015

DON PORFIRIO, EL PORFIRISMO Y EL PORFIRIATO

Últimamente la figura de Porfirio Díaz ha vuelto a saltar a los reflectores. La colocación de una estatua (la primera) de este controvertido personaje en Orizaba a generado muchas críticas y, también hay que reconocerlo, algunas alabanzas y muestras de apoyo. Todo genero de comentarios se han hecho al respecto, aunque si hay que decir que la mayoría han sido negativos.
Por otro lado, han surgido artículos en algunos blogs y revistas especializadas en los que se trata de presentar las benevolencias del régimen encabezado por el general oaxaqueño por más de treinta años. Si bien algunos están bien escritos y presentan argumentos serios, la mayoría son francamente malos, tendenciosos y mentirosos.

Es por eso que ahora que entramos al mes de septiembre en el año en que se cumplen los 100 años de la muerte en el exilio del dictador parisino, creo justo escribir algo al respecto. Y digo dictador, porque aunque les duela a algunos, eso es lo que fue.

El método que voy a utilizar es el siguiente: analizaré uno por uno los principales tópicos que se han manejado sobre este personaje, dando mis argumentos y mi opinión al respecto.

1) Porfirio Díaz fue un héroe porque defendió a México frente a los franceses durante la intervención de ese país en nuestros asuntos internos. Este es un punto en el que todos los historiadores suelen estar de acuerdo, aunque algunos exageren a favor o en contra su actuación en dicho evento.

Así que partimos de lo siguiente: Díaz si luchó contra los franceses, negar eso sería ser estúpido. Pero también es cierto que sus méritos de campaña han sido algo exagerados, en especial desde la aparición de historiadores como Enrique Krauze y sus corifeos. Este grupo de historiadores pretenden presentar a Porfirio Díaz como el mejor general republicano de esa época, lo cual es un poco exagerado. Díaz combatió básicamente en la zona de Oaxaca, sur de Puebla y sur de Veracruz, regiones en donde la presencia francesa no era tan numerosa, pues la mayoría de sus tropas se encontraban combatiendo en el norte del país. Batallas como las de Miahuatlan o La Carbonera en realidad fueron pequeños enfrentamientos en los que las tropas francesas combatían al lado de soldados mexicanos imperialistas.

El joven Porfirio Díaz


Otros puntos que suelen pasarse por alto son los siguientes: Porfirio Díaz cayó prisionero por lo menos en tres ocasiones y en las tres escapó; y cuando el mariscal Bazaine recibió la orden de Napoleón III de comenzar la evacuación de las tropas francesas, se rumora que inició negociaciones con Porfirio para venderle algunas de las armas que los franceses no podrían llevar consigo. Por menos que eso crucificaron a Santa Anna. No se sabe realmente hasta donde llegaron dichas negociaciones, si es que se llevaron a cabo, pero el rumor existió.

El 2 de abril de 1867 las tropas republicanas a las ordenes de Díaz tomaron por asalto la ciudad de Puebla, uno de los últimos bastiones imperialistas, hecho de armas que, durante el Porfiriato, se conmemoró hasta la exageración, presentándolo como algo decisivo en la derrota final del Segundo Imperio Mexicano. Sin embargo, la realidad es muy distinta. Díaz contaba con un ejército superior en número al de los defensores, por lo que realmente su acción no fue tan heroica. Lo que le urgía era tomar Puebla para poder cerrar el sitio de la ciudad de México y tener así algo que presentar al gobierno ante la inminente caída de Querétaro y la captura de Maximiliano y sus principales generales, ello a pesar de que en reiteradas ocasiones Mariano Escobedo le solicitó su presencia en el sitio de Querétaro, pues por estrategia esa ciudad era más importante que la capital de la República.

Una vez capturado el emperador, Díaz mantuvo el cerco sobre la capital de forma intencional, pera poder erigirse como el campeón de la República. Su conducta en dicha guerra, si bien no careció de actos heroicos y audaces, tampoco fue tan decisivo como recientemente se quiere presentar. Mucho mejores hazañas llevó a cabo Escobedo.

2) Díaz se rebeló contra la reelección de Juárez y la de Lerdo, enarbolando la bandera de la No Reelección, aunque después traicionó sus ideales. En realidad Díaz nunca tuvo ideales, le interesaba el poder y ya. Habló de la No Reelección porque sabía que era un tema que gustaba, pero él nunca creyó en ella. Tan es así que muchos de sus más cercanos colaboradores en esos momentos se distanciaron luego de él cuando adivinaron sus verdaderas intenciones. Me refiero a hombres como Justo Benítez o Irineo Paz, que sin romper del todo con el régimen (no eran tontos) si se distanciaron del gobierno. La verdad es que Porfirio Díaz llegó al poder mediante una rebelión contra un gobierno legalmente constituido, encabezado por Sebastián Lerdo de Tejada, que si bien no era el más popular, sí tenía mucho más claro el significado de términos como democracia, elecciones, legalidad y libertad de prensa y de expresión.

Sebastián Lerdo de Tejada

3) Porfirio Díaz pacificó al país después de décadas de rebeliones, golpes de estado y guerras extranjeras. Bueno, también esto es falso. No en balde la poca prensa opositora que sobrevivía los embates del régimen, la llamaba "La Paz de los Sepulcros". Hay que reconocer que Díaz puso fin a la época en que cualquier general con mando de tropas se sentía con derecho a ocupar la presidencia (pero no olvidemos que él llegó de esa forma al cargo) y que eso permitió que las actividades económicas en el país volvieran a florecer (aunque no de forma muy equitativa que digamos). Sin embargo, para ello Díaz se encargó de coptar o asesinar a todos aquellos que pretendían disputarle el cargo, así fuera en un proceso electoral o mediante un levantamiento. Un ejemplo de lo segundo es el caso del general Trinidad García de la Cadena, asesinado arteramente para evitar que le disputara el poder al oaxaqueño y a pesar de haber sido amigo y partidario de éste. O el famoso caso del "Mátalos en caliente", en el que el general porfirista Luis Mier y Terán asesinó a una serie de jóvenes lerdistas (partidarios del expresidente Lerdo) en Veracruz.

Trinidad García de la Cadena

Claro que no siempre asesinaba. En otros casos prefería comprar con cargos públicos a posibles opositores. Quizá el caso más sonado fue el de Manuel Romero Rubio, exministro de Relaciones Exteriores de Lerdo y cabeza visible del partido lerdista, a quien nombró Secretario de Gobernación después de casarse con su hija, a la que le llevaba más de treinta años, Carmen Romero Rubio.

El país se pacificó, es cierto, pero casi siempre fuera del estado de derecho. A los opositores políticos y a los bandoleros se les daba generalmente el mismo trato, prisión o ejecución, muchas veces sin juicio previo. ¿Entonces para que servían las leyes? 

Por otro lado, durante su larga dictadura ocurrieron numerosas rebeliones populares, especialmente indígenas, que fueron reprimidas con lujo de violencia. Porfirio Díaz era un hombre cruel que no dudaba en matar ni siquiera a sus mejores amigos. Así que eso de "un largo período de paz", no es más que una burda mentira.

4) Porfirio Díaz trajo el progreso material al país. Sería de necios negar todos los avances en el progreso material del país que se dieron en ésta época: ferrocarriles, puertos de altura, teléfono, electricidad, industria, minería y una larga lista de avances más. Sin embargo, también es de necios negar que este progreso benefició a un grupo muy pequeño, pues la mayoría de la población continuó viviendo en la pobreza más absoluta.

El régimen de Díaz se prestó a múltiples abusos de parte de la clase dirigente. Ejemplos sobran y no tiene caso mencionarlos por ser muy conocidos. La élite se sabía intocable mientras no se enfrentara al poder público. Y en premio a esa sumisión, el presidente los nombraba diputados o senadores.

Porfirio Díaz en el cenit de su poder

Por otro lado, el progreso siempre estuvo enfocado a lo material y nunca a lo social. Si bien es cierto que con la llegada de Justo Sierra al ministerio de Educación se lograron algunos avances como la creación de la nueva Universidad Nacional en 1910, la mayor parte de la población siguió siendo analfabeta. El racismo era mucho, el pobre no tenía la mínima defensa ante el embate del rico, los pueblos indígenas eran sistemáticamente arrasados. Las compañías deslindadoras de "terrenos baldíos" se encargaron de despojar, en beneficio de los grandes hacendados, a los pueblos de las tierras que poseían desde tiempos coloniales y en algunos casos desde antes.

En esas circunstancias, sin libertad política ni social, ¿de qué servía el progreso material? Voy a contarles una anécdota que desnuda perfectamente el comportamiento indigno de esa élite. Todos los mexicanos sabemos muy bien, al menos hasta mi generación, lo que son los Judas, esos muñecos que se quemaban en la Semana Santa. Pues bien, en cierta ocasión, durante el Porfiriato, un grupo de miembros del Jockey Club, agrupación a la que pertenecían los miembros masculinos más ricos del país, decidió fabricar su propio Judas para esas fechas. Hasta aquí todo bien. Pero estos dandys decidieron también colgar monedas de oro (a todos ellos les sobraban) en el traje del muñeco. Una vez terminado, se dio aviso al público, especialmente a los miembros más pobres de la ciudad. Cuando la masa popular se congregó frente al edificio del Jockey Club (actualmente el Sanborn's de Los Azulejos) y bajo el Judas que estaba colgado en la calle, los jóvenes de la élite procedieron a quemarlo, para después divertirse viendo como los pobres peleaban en la calle por las monedas de oro que caían. Hubo muertos y heridos y al final la policía se animó a intervenir para dispersar a la multitud, una vez que los ricachones volvieron al interior de su club al considerar acabada la diversión. Cada quién saque la conclusión que quiera.

5) Porfirio Díaz, patriota hasta el final, prefirió renunciar antes que la revolución destrozara al país. Ésta es una de las mejores. Y por supuesto es falsa. Díaz hizo todo lo que pudo para permanecer en el cargo hasta el final. Cuando se dio cuenta de la fuerza que estaba cobrando la revolución, cambió a la mayoría de su gabinete, en un intento de calmar las aguas. Los que aseguran que la pérdida de Ciudad Juárez no era tan importante, pero que esa es la prueba del patriotismo de Porfirio, muchas veces esconden o ignoran el hecho de que muchas ciudades de la provincia mexicana ya estaban en manos de los revolucionarios, es decir, de que el país ya estaba incendiándose. Cuando Díaz al fin es convencido, especialmente por Limantour, de que renuncie, ya con el documento en sus manos, se niega a firmarlo, hasta que al final su esposa lo convence. Pero es un hecho que Díaz no se quería ir. Tan sólo lo hizo cuando comprendió que ya no tenía forma de conservarlo, y aun así dudó.




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Hace poco leí en un blog que alguien tuvo la bondad (o la mala leche, no lo sé) de enviarme, en la que el autor, refugiado en el seudónimo de "Mitofago", decía una serie de tonterías para defender al régimen porfirista. Entre otras estupideces decía que no podía ser una dictadura porque existían dos cámaras legislativas que le hacían contrapeso. En la Biblioteca Pública de Nueva York, desde donde escribo estas líneas, tuvieron que llamar a una ambulancia cuando el ataque de risa que me dio se prolongó por más de media hora y comenzó a perturbar a otros usuarios. Ya que andamos en esas, entonces también digamos que el Congreso fue un importante contrapeso al poder presidencial en los años más álgidos del priismo prePeña Nieto. Espero que hayan captado la ironía. ¿Qué contrapeso podía ser un Congreso cuyos miembros, en su totalidad, eran nombrados directamente por el presidente, mismo que podía removerlos en cualquier momento? También dice que el progreso llegó a todos pues se crearon muchos puestos de trabajo. Pero ni una palabra de la precaria situación laboral, de la ausencia de sindicatos, de la prohibición de las huelgas o de la inexistencia de un salario mínimo.

No me voy a extender más para no cansar a ustedes, como dice la canción. Yo también estoy de acuerdo en que la figura de Porfirio Díaz merece un estudio más serio que el que se dio en los años posteriores a la Revolución o en los actuales de revisionismo de derechas, pero siempre pediré que se haga con argumentos serios y no con tonterías como esas.



miércoles, 2 de septiembre de 2015

¿Y SI HUBIERA SIDO DIFERENTE? LA FIEBRE DEL ORO EN CALIFORNIA... EN 1790, O 1800, O 1810, O 1820, O 1830 O EL AÑO QUE QUIERAN SIEMPRE Y CUANDO SEA ANTES DE 1849.

Volviendo a la gustada serie "¿Y si hubiera sido diferente?", en esta ocasión quiero tratar un tema que tuvo mucho que ver con la pérdida de los territorios mexicanos del norte. Me refiero a la fiebre del oro en California, después del descubrimiento de ricos filones de ese metal en 1849, un año después de que el territorio quedara en manos de los Estados Unidos tras una injusta guerra y que sirvió como detonante para que llegaran a California cientos de miles de inmigrantes (¡Qué casualidad!). Eso permitió que al poco tiempo California se convirtiera en estado de la Unión Americana, al cumplir con el requisito poblacional, lo que no ocurrió en Nuevo México, Arizona, Nevada y Utah, quienes tuvieron que esperar varias décadas para conseguirlo.



Supongamos que un buen día, el 13 de julio de 1823, los pocos periódicos de la capital mexicana anuncian el descubrimiento de ricos filones de oro en California. La noticia causa sensación y al poco tiempo se conoce en el extranjero. En un principio, el gobierno no sabe como reaccionar. Pocos mexicanos quieren emigrar a dicho territorio, pues consideran que el viaje es peligroso. Algunos, sin embargo, emprenden la marcha. El ministro de Relaciones Exteriores e Interiores del gobierno provisional, don Lucas Alamán, comprende la importancia de la oportunidad y decide abrir las fronteras de la naciente república a todos aquellos que deseen emigrar, sin restricción alguna. Algunos círculos conservadores y la misma Iglesia se oponen a la medida, exigiendo que el gobierno no permita la entrada de personas que no sean católicas, pero a pesar de su profunda religiosidad, el ministro no cede. Los inmigrantes llegan en avalancha al territorio, cambiando su destino original que eran los Estados Unidos. Los europeos lo hacen vía Veracruz para después emprender el largo camino hasta las Californias. Los asiáticos, especialmente chinos y japoneses, desembarcan cerca de las pequeñas misiones de Los Ángeles, San Francisco y San Diego, donde se establecen, provocando su rápido crecimiento. Muchos mueren en el camino, pero eso no arredra a los que vienen tras ellos, pues el brillo del oro y la oportunidad de conseguir una gran fortuna son alicientes necesarios para cualquiera.

Lucas Alamán

Sin embargo, la cercanía de los Estados Unidos provoca que sean ciudadanos de ese país los que lleguen en mayor número. Esto provoca que el gobierno, temeroso de que los Estados Unidos pretendan quedarse con el territorio, otorgue facilidades a los ciudadanos mexicanos que se muden a él, regalando tierras y exentando impuestos. estas medidas convencen a muchos habitantes de la zona central de la joven República a emprender la marcha. Para 1826 la población de California es diez veces mayor. El gobierno, sin embargo, establece un férreo control para evitar disturbios entre los nuevos habitantes. Surgen nuevas ciudades y puertos comerciales, lo que incrementa al flujo migratorio y permite un crecimiento económico sin parangón. Y eso que son pocos los mineros que consigue hacer fortuna. La mayoría se queda con un palmo de narices. Pero bastó un simple sueño para cambiar el destino de la humanidad.

El típico buscador de oro

¿Se imaginan que así hubiera sido la historia? Por desgracia, las cosas fueron muy diferentes. Pero supongamos que, en efecto, se hubiera descubierto oro en California en el año de 1823. Las políticas migratorias, tanto del gobierno mexicano eran muy duras. Si bien algunos personajes como Lucas Alamán estaban conscientes de la importancia de ésta, en especial para poblar los enormes territorios del norte, las restricciones que se imponían eran muchas. Algunas eran muy justas, desde luego, como la prohibición de introducir esclavos en el país y la obligación de liberarlos en caso de que entraran. Pero otras eran francamente ridículas, como la obligación de profesar la religión católica, pues con ello se le cerraban las puertas a muchos inmigrantes, especialmente europeos, que eran gente trabajadora y con ánimo de progresar. En aquellos años los Estados Unidos eran mucho más permisivos que ahora, por lo que los inmigrantes preferían acudir allá en vez de venir a México.

Cartel ofreciendo transporte a California desde las ciudades de la
costa este de Estados Unidos

Por otro lado, el caos político que reinaba en el país era suficiente para desalentar a cualquiera, pues los mexicanos de entonces no sabían en que momento iba a pasar por su pueblo un ejército en rebeldía o el ejército nacional, que para el caso era lo mismo, y se los iban a llevar de leva para pelear en uno de los cientos de cuartelazos que asolaron a nuestra patria durante buena parte del siglo XIX.

En definitiva, creo yo, las diferencias existentes entre ambos países, México y los Estados Unidos, hacían que los inmigrantes prefirieran éste último, a pesar de que también tenía graves problemas como el racismo y el capitalismo voraz que desde entonces ya los caracterizaba. Pero es indudable de que allí tenían más oportunidades de progresar (como sucedió con muchos) que las que tenían en México. Por ello, descubrir oro en California cuando ésta aun era mexicana, no hubiera cambiado en nada la historia. Quizá algunos inmigrantes hubieran llegado a ella, pero no los suficientes para impedir que en 1848 los Estados Unidos se la anexionaran.

¿O ustedes que creen?