El 17 de julio se cumple un aniversario más del asesinato del general revolucionario y en ese momento presidente electo, Álvaro Obregón. Su muerte modificó seriamente el devenir histórico de México, pues permitió el ascenso del Callismo y dio origen al llamado Maximato. Esta es la crónica de lo que sucedió aquel día.
El domingo 1 de julio de 1928 se celebraron elecciones
presidenciales. Mientras que en la capital del país se sentía un
clima veraniego y las lluvias persistentes inauguraban el mes, en los círculos
políticos y en la opinión pública se presagiaban tormentas.
Álvaro Obregón era el candidato único a la Presidencia del
país. Un año antes se había reformado la Constitución para posibilitar la
reelección no consecutiva; además, se había anulado a Arnulfo
R. Gómez y Francisco R. Serrano, fusilados por atreverse a competir contra Obregón. La Revolución se seguía comiendo a sus hijos.
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Álvaro Obregón |
El candidato concluyó su campaña en la Ciudad de
México y se retiró a esperar los resultados en
su hacienda La Quinta Chilla, en Sonora. El domingo 15 regresó a la capital del
país ya como presidente electo. Existían muchos rumores acerca de que su vida
corría peligro, lo que no era nuevo, pues el año anterior había sufrido varios atentados a manos de fanáticos religiosos y enemigos políticos ocultos.
Una semana antes de la llegada del caudillo a la capital,
José de León Toral, un fanático religioso, había decidido convertirse en mártir
de la causa católica para ejecutar a Obregón, guiado por el ejemplo de los
hermanos Pro Juárez y las elucubraciones de Concepción Acevedo y de la Llata
—la Madre Conchita— acerca de la necesidad de matar al presidente Plutarco
Elías Calles y al presidente electo para terminar con la persecución religiosa.
Toral pidió prestada una pistola Star 32 con diez cargas de
balas. Ese domingo asistió a la recepción del sonorense en la estación Tacuba
de ferrocarriles, desde donde recorrería Paseo de la Reforma y se dirigiría al
Centro Director Obregonista en la avenida Juárez, para luego trasladarse a una
comida en su honor en el Parque Asturias. Toral tuvo tres posibilidades para
asesinarlo. En ninguno de los tres lugares se sintió seguro para proceder.
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José de León Toral |
El lunes siguiente, Toral buscó otra oportunidad en Palacio
Nacional, en el Centro Director Obregonista y en la residencia de Obregón en el
número 185 de la avenida Jalisco (hoy Álvaro Obregón), en la colonia Roma. Toral era un dibujante amateur, por lo que compró un cuaderno para
realizar un dibujo de la víctima y tener un pretexto para entregárselo
personalmente en la primera oportunidad que tuviera, pero ese día tampoco la
tuvo.
El martes 17 de julio amaneció húmedo luego de una pertinaz
lluvia que cayó sobre la Ciudad de México durante la noche. Toral acudió a los
servicios espirituales que se brindaban en una casa que servía de convento clandestino, a
cargo de la Madre Conchita. Luego desayunó, leyó los periódicos y realizó
varios dibujos. A la 1 de la tarde se encontraba cerca de la residencia de
Obregón, estudiando los movimientos del político.
El presidente electo, mientras tanto, despachó diversos
asuntos en el transcurso de la mañana. Los rumores acerca de su posible
asesinato hicieron que revisara su agenda. Estaba invitado a comer con los
legisladores federales guanajuatenses en el restaurante “La Bombilla”, en San
Ángel, propiedad del español Emilio Cazado. Pero Obregón tenía una cita con el
presidente Calles al mediodía. Enrique Torreblanca, secretario de Obregón,
llamó a su hermano Fernando, secretario del presidente, a fin de mover la hora
de la reunión, para después de la comida, que no se podía posponer ante la
insistencia de los diputados. Así, el retraso de la cita con Calles le permitió
asistir a la comida.
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Restaurante La Bombilla en San Ángel |
Antes de la 1 de la tarde el diputado sonorense Ricardo
Topete llegó a la casa de Obregón para acompañarlo a la comida en San Ángel,
junto con el gobernador de Hidalgo, coronel Matías Rodríguez. El Manco de
Celaya se encontraba de muy buen humor y hasta bromeó con sus acompañantes
acerca de un posible atentado con bombas, como el perpetrado en noviembre del
año anterior cerca del Bosque de Chapultepec, diciendo que ahora tendría que
ser con bombitas, dado que iba a “La Bombilla”.
Obregón salió de su domicilio acompañado también por sus
amigos y escoltas, Ignacio Otero Pablos y Juan Jaimes. Partieron de avenida
Jalisco y siguieron a la izquierda por la avenida Insurgentes hacia el sur.
José de León Toral abordó un taxi para seguir a la comitiva al grito de "siga a ese auto", alcanzándola en la
avenida Tizapán (hoy Baja California), sin saber hacia dónde se dirigían,
aunque intuyó, según sus declaraciones posteriores, que era a “La Bombilla”.
La comida estaba planeada para las 13 horas, ya que el
homenajeado solía comer temprano. El caudillo llegó al restaurante a bordo de
un automóvil Cadillac; vestía un traje gris y con afabilidad aceptó tomarse
unas fotos con el grupo de diputados invitados.
En el jardín del restaurante se dispusieron cuatro grandes
mesas acomodadas en cuadro. En la cabecera lucía un arreglo floral alusivo:
“Homenaje de honor de los guanajuatenses al C. Álvaro Obregón”. El menú
seleccionado fue coctel, entremés a la mexicana, crema portuguesa de tomate,
huevos con champiñón, pescado a la veracruzana y pastel “Bombilla”.
Para amenizar, la orquesta típica del maestro Alfonso
Esparza Oteo comenzó a tocar varias melodías, disponiendo también la
participación de dos cancioneras. La “Rapsodia mexicana” de Chucho Corona, el
“Pajarito barranqueño” y varias melodías de Guty Cárdenas fueron interpretadas
en el transcurso de la comida.
En la mesa principal se sentó al centro el invitado de
honor, a su izquierda Aarón Sáenz, el diputado Enrique Fernández y Ricardo
Topete; a su derecha, el licenciado Federico Medrano, jefe de la diputación
guanajuatense; el licenciado Arturo H. Orcí y el presidente de la Corte, Jesús
Guzmán Vaca. Otros invitados sobresalían a los costados de la mesa de honor,
como José Luis Solórzano, Antonio Díaz Soto y Gama, Aurelio Manrique Jr.,
Ezequiel Padilla, David Montes de Oca, Tomás A. Robinson, José Aguilar y Maya y
Alejandro Sánchez (médico de cabecera de Obregón, por cierto). No se había
dispuesto ninguna seguridad en el evento, excepto por la presencia de tres
agentes y el cuidado de los escoltas y amigos que acompañaban al presidente
electo. Definitivamente eran otros tiempos.
León Toral llegó minutos después que Obregón al restaurante.
Entró con facilidad, vestido con un traje café, una corbata rojiza, su cuaderno
de dibujo y un lápiz. Preguntó por un señor Cedillo; fue informado que
posiblemente se encontraba en la comida del jardín, por lo que penetró sin
dificultad. Antes había bebido un cuarto de cerveza para darse valor. Pasó al baño, desenfundó
la pistola, le quitó el seguro y se la colocó a la altura del abdomen con el
cañón hacia abajo y la cacha sujetada con el chaleco del traje. Salió para
sentarse en el jardín y dibujar a Obregón, al director de la orquesta y a Aarón
Sáenz.
La comida transcurría con toda normalidad. Ricardo Topete
fue el único que desconfió del dibujante. Llamó a uno de los agentes para
preguntarle quién era el que estaba sentado dibujando, a lo que el agente le
informó que era un caricaturista de los periódicos que estaba haciendo un
retrato del caudillo.
Toral se dio cuenta de la desconfianza de Topete, por lo que
se levantó y caminó a la mesa de honor. Se dirigió al diputado, preguntándole
cuál de los bocetos le parecía mejor. Enseguida se acercó a Sáenz para
enseñarle el boceto del mismo y del general, a lo que Sáenz respondió que luego
lo viera para quedarse con ellos.
Enseguida, Toral se acercó al caudillo para mostrarle el
dibujo. El general movió la cabeza para ver. En ese momento, Toral sostuvo con
la mano izquierda el cuaderno y con la derecha sacó la pistola para realizar el
primer disparo a cinco centímetros; luego fueron cuatro más en la espalda y
otro en el muñón derecho. Seis en total. Eran las 14:20 horas, justo en el
momento en que se servían los postres “Bombilla”, del gusto de don Álvaro, y se
escuchaba la canción “Limoncito”, confundiéndose con el sonido de los disparos.
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Dibujo hecho por Toral antes de asesinar a Obregón |
Obregón se inclinó hacia adelante y hacia la izquierda, se
flexionó sobre la silla, abrió los ojos y dio con la cabeza sobre la mesa,
mientras recibía los demás disparos en la espalda; luego cayó al suelo,
lastimándose la frente. Sáenz alargó los brazos, tratando de atrapar el cuerpo
sin lograrlo. La confusión se apoderó de todos.
Toral quedó petrificado después de realizar los disparos y
sólo atinó a apuntar la pistola hacia el suelo. El primero en tomar al asesino
y desarmarlo fue el diputado Enrique Fernández Martínez, después lo rodearon
Ricardo Topete, Aurelio Manrique, Ignacio Otero, Antonio Valadez, Antonio Díaz
Soto y Gama, Juan Jaimes, Homobono Márquez y Tomás A. Robinson. Lo tundieron a
golpes y cachazos. Jaimes quería acribillar al asesino. Manrique gritó que no
había que matarlo para saber la trama del crimen. Topete recogió el arma
asesina.
Mientras, el cuerpo del caudillo estaba sangrando, tirado
con las piernas flexionadas y la cabeza contra el suelo. Sáenz, Otero y el
médico Sánchez trataron de levantarlo. Decían que estaba aún vivo, otros
gritaban que había muerto. Con trabajos fue trasladado al asiento trasero del
Cadillac. En el mismo coche se subieron Sáenz, Orcí, Topete, Medrano y
Manrique, quienes fueron seguidos de otros automóviles hasta el domicilio del
general, a donde se había dado aviso. El presidente Calles fue informado de
inmediato. Los presagios fueron realidad: la tormenta caía.
El asesino fue trasladado a la Inspección General de Policía
en un auto Packard por el coronel Juan Jaimes, el coronel Tomás A. Robinson y
el diputado Enrique Fernández Martínez; allí esperarían al general Roberto
Cruz, jefe de la policía. Toral, impávido, con los ojos cerrados y
ensangrentado por los golpes, no podía o no quería hablar, sólo se había
identificado como “Juan”. Ya se sentía "un mártir de la religión".
La noticia corrió como reguero de pólvora por la Ciudad de
México. A las afueras del domicilio de Obregón había una multitud en el momento
en que llegó el Cadillac con el cadáver. Valentina, la sirvienta, gritó que
habían matado a su padrecito y cayó desmayada. El cuerpo sin vida fue colocado
en una habitación de la planta baja, donde ya se encontraba el médico Enrique
Osornio, quien había amputado el brazo de Obregón en 1915, para dar fe de que
estaba muerto. Luego se procedió a realizar la máscara mortuoria, marcada por
un balazo y un golpe, para la posteridad broncínea.
El presidente Calles llegó a la residencia visiblemente
disgustado. Entró a la habitación donde se encontraba el fallecido. Se acercó a
la cabeza del cadáver y dijo: “¿querías ser presidente? Tal por cual, pues no
llegaste”. El general Higinio Álvarez García se molestó y hasta sacó la
pistola, pero el médico Osornio intervino para bajar los ánimos.
Calles pidió a Cholita, su secretaria, que lo comunicara
desde ahí a la Inspección General de Policía para solicitar fuerzas policiales
y dar instrucciones. Llegó entonces el general Palomera de la gendarmería a
recibir la orden de sacar los archivos del asesinado inmediatamente, como si
escondieran grandes secretos.
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Luis N. Morones, uno de los sospechosos de ser el autor intelectual del crimen. |
Manrique enfrentó a Calles oponiéndose a dicha orden,
diciéndole además que el obregonismo no había muerto y acusando a Morones, el líder de la CROM y miembro del gabinete del presidente, de urdir el asesinato. Calles salió de la
casa de Obregón para dirigirse a la Inspección General de Policía. En la
oficina de Roberto Cruz entrevistó personalmente al asesino José de León Toral,
acompañado por los generales Joaquín Amaro y Abundio Gómez. Preguntó quién lo
había mandado a cometer el crimen, a lo que Toral respondió que no quería
cambiar su declaración inicial en el sentido de que había obrado solo, y que lo
había hecho para lograr que “Cristo nuestro señor pueda reinar en México”. El
presidente solamente expresó: ¿“Qué clase de reino es ése?” Además lo cuestionó
sobre las razones de no haber procedido primero contra el presidente y no con
Obregón, a lo que Toral respondió que era indispensable destruir los cimientos
para que cayera el edificio, única forma de extirpar la persecución religiosa.
El general salió visiblemente enojado de esa oficina, con el entrecejo
fruncido, sin expresar nada.
Los obregonistas del círculo cercano del presidente electo
se organizaron para que una comisión, integrada por Aarón Sáenz, Emilio Portes
Gil, Luis L. León y Arturo H. Orcí, se presentara ante el presidente Calles.
Esa misma tarde fueron recibidos. Insistieron en culpar a Morones de la muerte
del caudillo y pidieron el esclarecimiento del crimen cuanto antes, además de
manifestar su desconfianza ante el hecho de que el encargado de las
investigaciones fuera el general Roberto Cruz, pues “no garantizaba los
intereses del obregonismo”, ya que había sido enemigo del Manco de Celaya.
Colérico, el presidente Calles ordenó cesar a Cruz y nombrar en su lugar a un cercano del
caudillo, el general Antonio Ríos Zertuche.
Por la noche, el cadáver del presidente electo fue llevado
al salón Embajadores del Palacio Nacional. Se formó una valla compuesta por
generales, jefes y oficiales desde la puerta central de Palacio hasta el salón.
El féretro fue cargado por Joaquín Amaro, Ricardo Topete, Tomás A. Robinson,
Aarón Sáenz y cuatro elementos del Estado Mayor Presidencial.
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Máscara mortuoria de Obregón |
La primera guardia de honor fue realizada por Calles, Amaro,
Orcí, Sáenz y Manrique. Una segunda la encabezaron Patricio Salido, Humberto
Obregón, Ignacio Otero Pablos, el coronel Juan Jaimes, Homobono Márquez y Marte
R. Gómez. El féretro de metal fue cubierto por la bandera nacional. Gente del
pueblo desfiló ante el ataúd, unos impávidos, otros con morbo.
A las 11 de la mañana inició la última guardia del
presidente Calles, junto con familiares y amigos del difunto. Sáenz, Manrique,
Topete, Ponce de León y Orcí fueron los encargados de cargar el ataúd para
llevarlo al patio central de Palacio e iniciar el recorrido a fin de conducirlo
a la estación de ferrocarril en una carroza de la agencia Gayosso. Detrás de la
carroza fúnebre figuraba el presidente Calles junto con Sáenz y Amaro, y con miembros
del Centro Director Obregonista, del Colegio Militar y del Estado Mayor
Presidencial, escoltando la carroza.
El inicio del recorrido fue Palacio Nacional, la Catedral,
avenida Madero y luego avenida Juárez, donde se detuvo para recibir homenaje en
las oficinas del Centro Director Obregonista. Sáenz dijo unas palabras muy
emotivas acerca del caudillo, de su servicio a la patria, de su protagonismo
como baluarte de la Revolución. Continuó hasta la estación Colonia de ferrocarril,
donde se encontraba arreglado un vagón como capilla ardiente. Ahí Manrique
pronunció otro discurso exaltando la figura de Obregón y su contribución a la
historia revolucionaria, que había sido cortada por el artero crimen que
requería la mano firme de la justicia. La banda del Estado Mayor de la
Secretaría de Guerra y Marina ejecutó el Himno Nacional, dando pie a que
arrancara el tren con destino a Sonora.
El tren Olivo (el tren presidencial) quedó bajo las órdenes
de los generales Benito Bernal y Agustín Cisneros, con una avanzada de fuerzas
que iba en otro tren. A las 7 de la mañana del día 19, el convoy con los restos
de Obregón llegó a Guadalajara, donde se realizó un homenaje oficial con
honores militares por espacio de una hora. Dos días después el tren llegó a la
población de Navojoa. Los familiares decidieron trasladar los restos del ex
presidente Obregón a Huatabampo, para enterrarlos junto a los de su señora
madre. Por la noche del sábado, bajo un intenso calor, Álvaro Obregón fue
sepultado en el panteón municipal de su tierra natal. El “rayo de la guerra” se
había extinguido para siempre, no así su legado en la memoria revolucionaria
del país.
José de León Toral y la Madre Conchita fueron juzgados
durante los siguientes meses. Hubo muchos involucrados, exculpados, alegatos,
amparos y testigos. El escándalo en la opinión pública continuó durante el
tiempo en que se celebraron las audiencias, sobre todo en el juicio popular que
se celebró en San Ángel, cuyo resultado fue la sentencia de pena de muerte para
Toral y la pena por 20 años a la Madre Conchita, mismos que cumpliría en las
Islas Marías.
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La Madre Conchita y Toral, cuando estaban detenidos |
El sábado 9 de febrero de 1929, José de León Toral fue
ejecutado por un pelotón en la Penitenciaría de Lecumberri. De inmediato se
hizo mártir de la causa católica, como lo corroboraron sus funerales. Fue
sepultado en el Panteón Español, pasando a la historia como un hombre fanático,
diminuto, delgado, oscuro, tembloroso y arrepentido, que apagó la vida del
“estadista” por antonomasia de la revolución vencedora.
El gran beneficiado con la muerte de Obregón fue, sin duda alguna, Calles. Tan es así, que de inmediato algunas personas comenzaron a sospechar de él como autor intelectual del crimen. Incluso se acuñó un chiste. "Una persona se encuentra en la calle con un amigo, y en la plática, le pregunta: ¿Quién cree usted que mató a Obregón? Y el amigo le responde de inmediato: ¡Cállese!"
¿Qué hubiera ocurrido si Toral hubiese fallado? Hay quien dice que Obregón se hubiera convertido en un segundo Porfirio Díaz, mientras que Calles hubiera pasado a desempeñar el mismo papel que el Manco González en 1880. Inclusive en una ocasión leí un artículo sobre historia ficción en el que se contaba la historia de la presidencia de Obregón, asegurando que murió en la década de 1960 como presidente vitalicio de México. Es una posibilidad, desde luego, pero a fin de cuentas, no son mas que elucubraciones. Cada quien podrá creer lo que quiera.
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Plutarco Elías Calles |
Para terminar, quiero hacer una aclaración que la decencia me exige. Encontré este texto en mi computadora pero no recuerdo cuando lo escribí e inclusive tengo serias dudas sobre mi autoría del mismo. Sin embargo, consideré que está bien escrito y es muy interesante, por lo que para el blog tan sólo hice algunas correcciones y agregué algunos comentarios. Si en algún momento alguna persona reclama la autoría del mismo, estoy dispuesto a reconocerlo sin problema alguno, siempre y cuando lo demuestre, desde luego.