Todos conocemos a fray Servando Teresa de Mier. Y no me refiero a la calle que está en el perímetro del Centro Histórico de la Ciudad de México (aunque más de uno es lo único que sabe de fray Servando). La vida de este insigne luchador de nuestra independencia es mejor que cualquier novela de aventuras. Como ocurre muchas veces, la realidad supera a la ficción.
Originario de Monterrey, donde nació un 18 de octubre de 1763, este simpático muchacho cuyo nombre original era, nada más y nada menos, José Servando Teresa de Mier Noriega y Guerra (sí, todo eso), a falta de algo mejor que hacer se metió a fraile dominico. De verdad que estaba aburrido.
Fray Servando Teresa de Mier |
Tanto le afectó la vida en el convento que un buen día de 1794 decidió dar un sermón en el que aseguró que la virgen de Guadalupe no se le había aparecido a Juan Diego en los primeros años posteriores a la conquista. Según él, la historia verdadera era ésta: el apóstol santo Tomás había emigrado a América (sin papeles ni nada); el oficial de migración, incapaz de pronunciar correctamente su nombre, se lo cambió por el de Quetzalcóatl; tras establecerse en Tenayuca, comenzó la evangelización de los indígenas mexicanos, para lo cual contó con la ayuda de la de Guadalupe, que se le apareció para después dejar su imagen plasmada en su capa, cambiando su nombre por uno más sencillo de pronunciar: Tonantzin. En otras palabras, la aparición y la imagen eran 1760 años más antiguas y los indígenas eran cristianos desde mucho antes de que llegaran los españoles. Fray Servando me cae bien, pero o estaba borracho o tenía un desconocimiento absoluto del maravilloso mundo prehispánico. Esto echaba por tierra los fundamentos teológicos de la conquista española y, por ende, a los españoles no les gustó nada.
Santo Tomás |
Dicho sermón le costó la cárcel y fue enviado a San Juan de Ulúa para, desde ahí, ser embarcado rumbo a España, donde debía cumplir su condena. Su destino final era el convento de Las Caldas, en Cantabria. Y aquí comienza su vida aventurera. Como un Chapo cualquiera, fray Servando se consiguió un martillo y un cincel con los que consiguió romper los barrotes de su celda y escapar. Pero así como era hábil para escapar era bastante torpe para esconderse. Lo capturaron de nuevo y lo enviaron a otro convento en Salamanca, pero en el camino huyó. Capturado de nuevo, lo recluyeron en el convento de San Francisco, en Burgos. Pero en 1801 volvió a escapar y en esta ocasión consiguió llegar a Francia, donde buscó refugio entre los revolucionarios. Como hablaba francés, consiguió trabajo como intérprete de un rico peruano que vivía en París. En la Ciudad Luz aprovechó para abandonar a los dominicos, pasándose al clero regular. Es decir, dejó de ser fraile para convertirse en sacerdote común y corriente.
Estando así las cosas, regresó a España y publicó un folleto en favor de la independencia mexicana. Obviamente acabó en la cárcel. De verdad que no tenía ningún sentido de la oportunidad. En esta ocasión lo enviaron a un reformatorio de los Toribios en Sevilla y, ¿a que no saben? ¡Se escapó! ¡Y fue capturado otra vez! Tras un año en el reformatorio sevillano, volvió a escapar y se refugió en Portugal.
Iglesia de Santo Domingo en la ciudad de México |
Cuando Napoleón invadió España, Servando decidió unirse a los que se oponían al francés. Se enlistó en el Cuerpo de Voluntarios de Valencia y participó en varios combates. Pero una vez más la suerte le jugó en contra y fue capturado por los franceses en Belchite. Pero eso no le preocupó en lo más mínimo, porque se volvió a escapar. A mí se me hace que había estudiado con Houdini, el famoso escapista. Llegó a Cádiz y consiguió que el gobierno español le diera una pensión por sus servicios, además de participar en las Cortes, como colaborador de los diputados novohispanos, que elaboraron la primera Constitución española. Aburrido de nueva cuenta, se trasladó a vivir a Londres. Justo a tiempo, para ya lo estaba buscando de nuevo la policía.
En la capital inglesa se reunió con Francisco Xavier Mina, un antiguo compañero de armas en la guerra contra los franceses, con quien decidió encabezar una expedición a México para luchar por la independencia tras la muerte de Morelos. Y aquí lo encontramos de regreso en 1817, tras haber turisteado un poco por los Estados Unidos, desembarcando en Soto la Marina, Tamaulipas, junto con los demás expedicionarios. Pero sus enemigos querían continuar el juego de captura y escapa, y lo capturaron, enviándole a Cofre de Perote, después a la ciudad de México (a la cárcel de la Inquisición) y por último a La Habana, donde consiguió escapar de nuevo en 1820 y como un balsero cualquiera llegó a Florida desde donde continuó viaje a Filadelfia.
Veracruz en el siglo XIX. Al fondo, San Juan de Ulúa. |
Regresó a México en 1822, cuando ya se había consumado la independencia, aunque nadie le dijo que San Juan de Ulúa, ese fuerte que se encuentra frente a Veracruz, seguía en manos de los españoles, por lo que al llegar tan tranquilo al puerto jarocho fue capturado por los hispanos. Cuando estaba a punto de escapar, los españoles lo liberaron y le permitieron seguir viaje a la ciudad de México. Al llegar a la capital se opuso a la coronación de Agustín de Iturbide como emperador (en realidad, fue de los pocos que lo hicieron, pues muchos que después se rebelaron contra Iturbide, en su momento aplaudieron su elevación al trono), por lo que fue recluido de nuevo en el convento de Santo Domingo. Y como no podía ser menos, se escapó.
Pocos días antes de su muerte, organizó una fiesta para despedirse de sus amigos. ¡Era un tipazo! ¿Y saben dónde vivía? ¡En Palacio Nacional! Por fin, murió el 3 de diciembre de 1827, siendo enterrado en el convento de Santo Domingo. Toda una ironía. ¿Creen que ahí terminaron sus aventuras? Pues no, aun después de muerto, fray Servando siguió dando de que hablar. En 1861, con las Leyes de Reforma, el convento de Santo Domingo fue expropiado por el gobierno. Al comenzar las obras de demolición, se encontraron 13 momias, mismas que fueron presentadas como cadáveres de personas víctimas de la Inquisición colonial. Entre ellas estaba la de Servando. Como no tenían ni la más remota idea de que era él, su momia fue vendida a un empresario circense italiano, por lo que se dedicó a entretener europeos ociosos y morbosos por un tiempo indefinido. Cuando el gobierno se dio cuenta de su error, ya era demasiado tarde, pues la momia de Servando había desaparecido. Fue su último escape.
Aquí les dejo una tarea: ¿cuántas veces fue encarcelado y cuántas veces se escapó?
No hay duda de que la realidad supera por mucho a la ficción.
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