viernes, 8 de mayo de 2015

UN QUETZALCOATL MUY NAVIDEÑO

Todos los mexicanos (y muchos extranjeros) conocemos a Quetzalcoatl. ¿Quién no ha oído hablar de la Serpiente Emplumada? Y es que su nombre aparece en varias etapas de nuestra historia. De acuerdo con las leyendas prehispánicas, él inventó el pulque (¡Gracias, Quetzalcoatl!), fundó la ciudad de Tula y luego desapareció en el mar; cuando Cortés llegó, Moctezuma lo confundió con Quetzalcoatl; el expresidente de México, José López Portillo, se llegó a sentir una reencarnación de Quetzalcoatl, e incluso hizo labrar una enorme Serpiente Emplumada en la barda de piedra de su casa del Pedregal, un exclusivo barrio de la ciudad de México. Total, que siempre ha estado presente.

Y por si no lo sabías, a su faceta alcohólica, conquistadora y política, hubo una época en que Quetzalcoatl unió la navideña. ¿Se lo imaginan vestido de Santa Claus? Si ya de por si la imagen de una serpiente con plumas es bastante curiosa, ahora agrégenle barba blanca, gorro rojo, panzota y un trineo y nos queda una imagen muy perturbadora.

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Pascual Ortíz Rubio

Pues aunque no lo creas, todo fue cierto. Resulta que en el año de 1930 fue electo el primer candidato presidencial propuesto por el entonces recién nacido PRI, que en esa época tenía otro nombre, se llamaba Partido Nacional Revolucionario o PNR. Otro nombre pero las mismas mañas, pues dicen que el recién creado departamento de mapachería electoral del partido se encargó de que el candidato de la oposición, José Vasconcelos, tan solo obtuviera unos pocos votos mientras que la inmensa mayoría de los mexicanos preferían, como no, al candidato del partido. De todas formas Vasconcelos no hubiera ganado, pero había que demostrar que las masas revolucionarias estaban con el nuevo partido. Y así fue como llegó a la presidencia el ingeniero don Pascual Ortíz Rubio, a quien el ingenio popular al poco tiempo bautizó como "el nopalito", pero no por sus muchas propiedades (al parecer este no era tan corrupto como otros), sino por baboso.

Fue el segundo de los presidentes conocidos como "los peleles", pues en realidad quien mandaba era el llamado Jefe Máximo de la Revolución, Plutarco Elías Calles. A ese periodo se le conoce como el Maximato. Era tal la intervención de Calles en los asuntos del gobierno, que incluso alguien llegó a colocar un anuncio frente a la entrada del Castillo de Chapultepec, residencia en aquel entonces del presidente, que decía: "Aquí vive el presidente, pero el que manda vive enfrente", haciendo alusión al hecho que desde el castillo se veía la colonia Anzures, donde vivía Calles.

Plutarco Elías Calles

Según el historiador José Fuentes Mares, obviamente en tono de burla, don Pascual realizó tres grandes obras trascendentales para el devenir histórico de México durante su corto gobierno. Inauguró un pasaje subterráneo de peatones en el cruce de 16 de septiembre con San Juan de Letrán (ahora el Eje Central), inauguró la "isla de los monos" en el zoológico de Chapultepec, y ordenó sustituir a Santa Claus por Quetzalcoatl. Pero para ser justos, en su gobierno también se implementó la Ley Federal del Trabajo y la Doctrina Estrada en materia de derecho internacional, por la que México anunciaba su respeto a la soberanía de todos los países.

La historia en sí es esta. El 27 de noviembre de 1930, el periódico El Universal (sí, ya existía, al igual que el Excélsior) daba la siguiente noticia: "Quetzalcoatl será el símbolo de la navidad en nuestro país". Después venían unas palabras del entonces subsecretario de Educación, Carlos Trejo y Lerdo de Tejada: "Ayer tuve el honor de comer con el señor Presidente de la República y durante la comida acordamos la conveniencia de substituir el símbolo de Santa Claus por el de Quetzalcóatl, divinidad que sí es mexicana". Cuando los periodistas le preguntaron la razón de esto, se limitó a responder: "engendrar en el corazón del niño amor por nuestra cultura y nuestra raza". No, pues sí.

El Excélsior, por su parte, publicaba lo siguiente: "Quetzalcóatl substituirá en México a Santa Claus". Y continuaba: "La dulce leyenda cristiana de la Navidad, la de los dorados sueños infantiles, dilatados por los siglos, va a tener en México un símbolo nacionalista: Santa Claus, el viejo de lengua barba, que para la Nochebuena viene desde lugares remotos a vaciar sus alforjas repletas de juguetes, sobre los lechos de los niños buenos, será sustituido por Quetzalcóatl, por ejemplo, o por cualquier otra de nuestras bondadosas deidades mexicanas".

Desde luego, la Iglesia puso el grito en el cielo. Recién había terminado la Guerra Cristera y el gobierno ya andaba provocando a los buenos católicos mexicanos incluyendo a un dios pagano en una de las principales festividades católicas. Los pobres obispos se rasgaban sus vestiduras de seda ante tamaño despropósito del gobierno. Pero a éste no le importó y siguió adelante con el plan.


La burla, sin embargo, continuó. Un periódico publicó una caricatura de dos serpientes, en la que una le pregunta a la otra: "¿No te respondió la serpiente esa?" "No, mi hermano, ora se ha puesto re orgullosa con eso de que en la Navidad le van a dar la chamba del Santa Claus mexicano". También se publicó un cuento titulado "El cuartelazo de Quetzalcoatl" en el cual se presenta al dios indígena conspirando junto al subsecretario Trejo y otros personajes del gobierno, para fusilar al extranjero Santa Claus, quien ajeno a todo esto acomoda tranquilamente sus juguetes para los niños mexicanos.

Pero no todo eran críticas. Un segmento muy importante de los intelectuales de la época defendían la idea con contundentes argumentos. El mítico dios indígena reunía todas las virtudes. Era sabio, civilizador, artista, honesto, pacífico, divino, y hasta cristiano, pues se recordaba que en algún momento de la historia se había sospechado que Quetzalcoatl era el mismísimo Santo Tomás, que habría evangelizado a los indígenas americanos antes de la llegada de los españoles. ¡Háganme el favor!

Uno de los más fervientes defensores fue José Juan Tablada, quien desde Nueva York decía que Quetzalcoatl reunía lo mejor de la tradición indígena y de la cristiana. Por otro lado, las razones oficiales tenían algo de sentido común. ¿Cómo era posible que los niños mexicanos se identificaran con un anciano blanco, de claro tipo "sajón o ruso", vestido con un traje rojo de pieles y que viaja en un trineo sobre la nieve? No era lógico eso en un país “donde sólo existe la nieve en las neverías, donde los hombres visten telas delgadas” y donde, por supuesto, jamás se ven trineos. Por otro lado se esgrimía el contundente alegato de que Santa Claus había sido una importación del porfiriato en su afán de privilegiar lo extranjero sobre lo nacional, contrario a la campaña nacionalista que los gobiernos revolucionarios estaban implementando. Así que al cuerno con Santa Claus, ese invento de la Coca-Cola.

Pues sí, muy mexicano no parece

El gobierno anunció que el 23 de diciembre a las cuatro de la tarde, o sea a las cinco con eso de la puntualidad mexicana, se llevaría a cabo una ceremonia oficial en el Estadio Nacional (que ya no existe), en la cual Quetzalcoatl entregaría sus regalos y dulces, así como unos suéteres rojos, a 15 mil niños pobres de escuelas oficiales. Para ello se mandó construir en el interior del recinto una imitación de un supuesto templo donde el dios recibía el homenaje de los suyos.

Llegado el día, acudieron a la cita todos los ilustres invitados, es decir, el presidente y su esposa, todo el cuerpo diplomático, el gabinete federal, una delegación de la Cruz Roja y representantes de la Asociación de Protección a la Infancia. Después de que se entonara el himno nacional, un hombre vestido de Quetzalcoatl (pero sin cara de serpiente ni plumas para no asustar a los niños) que más bien parecía un Moctezuma modernizado, subió al templo, donde recibió el homenaje de un grupo de indígenas provenientes de diversos estados del país y traídos como acarreados para la ocasión. Imagino que al terminar a los pobres les dieron su Coca-Cola y su sandwich, todo muy nacionalista.

Fotografía aparecida en El Universal

Después subieron al templete los Reyes Magos, única concesión hecha por los organizadores a las tradiciones cristianas, donde rindieron homenaje al nuevo dispensador de regalos. Continuaron unos "juegos de cintas" realizados por los alumnos de la Casa del Estudiante Indígena. Hasta chinas poblanas hubo, vaya. Por último, Quetzalcoatl repartió los juguetes y dulces que traía en su ayate mágico, tras lo cual se dio por terminada la ceremonia. Los asistentes se retiraron a sus casas o a cualquier otro lugar a donde tuvieran que ir.

Como ocurre con infinidad de proyectos gubernamentales, al año siguiente ya nadie se acordaba del Santa Claus indígena. Nunca más volvió a repartir sus juguetes a los felices niños mexicanos, que ya no podrían preguntarse en la escuela: "¿ya tí que te trajo Quetzalcoatl?". Triste destino el nuestro.

Un anuncio publicitario de la época

Poco más de un año después, don Pascual Ortíz Rubio renunciaba a la presidencia de la República, cansado de que Calles lo ninguneara de forma tan descarada, partiendo hacia el exilio en los Estados Unidos.


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