El día de hoy se celebra en México y en los Estados Unidos (aunque más en este último país) el 153 aniversario de la Batalla del 5 de Mayo en Puebla, en la que las tropas mexicanas al mando del general Ignacio Zaragoza derrotaron a las tropas francesas al mando del general Lorencez. Toda una hazaña si tomamos en cuenta que en esos momentos el ejército francés era considerado como el mejor del mundo.
En efecto, las tropas francesas que llegaron a México a principios del año de 1862 eran las mismas que habían participado en la Guerra de Crimea, donde derrotaron al Imperio Ruso; en la guerra contra Austria, donde vencieron en las batallas de Magenta y Solferino; en la ocupación de Argelia, Indochina y otras regiones del mundo, en las que siempre demostraron un gran valor y pericia militar.
Ignacio Zaragoza se ganó el derecho a estar en los billetes de 500 pesos |
Pero, ¿qué fue lo que ocasionó que esos temibles guerreros llegaran a suelo mexicano con ganas de repetir ahí sus hazañas bélicas? ¿Por qué Napoleón III de Francia envió sus tropas contra nuestro país? ¿Pues qué le hicimos? Si siempre nos portamos bien.
Pues resulta que en aquellos años Napoleón III estaba empeñado en formar un imperio ultramarino que compitiera con el británico. Sus tropas ya estaban incursionando en África y en Asia, ganando batallas en Europa y mostrando al mundo que Francia era la nueva potencia. Pero de tiempo atrás el emperador francés, del que ya se sospecha que en realidad no era sobrino del famoso Napoleón, tenía metido entre ceja y ceja que tenía que hacer algo para frenar el poderío de los Estados Unidos en América. En esa época, si bien los estadounidenses no eran ni de lejos la gran potencia que son ahora, ya eran un país con una fuerza respetable, pero que tenían la idea de que América debía de ser para ellos y ninguna potencia europea debía meterse ahí. Y Napoleón el Pequeño se preguntaba todas las noches: ¿y por qué no?
Napoleón III |
Pero de repente, los astros se le alinearon, consultó su horóscopo con Walter Mercado y decidió que era el momento de poner "un dique a los Estados Unidos", según sus propias palabras. ¿Pues qué había pasado que estaba tan contento el muchacho?
Resulta que de tiempo atrás, un grupo de mexicanos, partidarios de crear un imperio en México ante el desastre que era el país y el gobierno republicano, estaban en Europa tratando de interesar a algún soberano en su proyecto. Pero ninguno se dejaba convencer. La favorita era la reina Isabel II de España, a la que ganas no le faltaban, aunque si medios y tiempo, pues la pobre gobernaba, bastante mal por cierto, un país sumido en la anarquía. Así que de vez en cuando los monárquicos mexicanos habían ido de vez en cuando a tocar otras puertas, incluyendo la francesa, donde la emperatriz, española de nacimiento, se comenzó a entusiasmar con el proyecto. El problema era que su marido, tan deseoso de pararle los pies al expansionismo de nuestros vecinos del norte, sabía que tampoco era cosa de irse a pelear abiertamente con ellos a menos que quisiera arriesgarse a una más que posible derrota y humillación.
Pero en eso, el segundo de los astros se alineó con el primero. En marzo de 1861 los estados de Carolina del Sur, Misisipi, Florida, Alabama, Georgia, Luisiana y Texas decidieron independizarse y formar su propio país, al que llamaron los Estados Confederados de América. Un mes después se les unieron Virginia, Arkansas, Carolina del Norte y Tennessee, con lo que ya eran 11 los separatistas. Esto provocó el estallido de la guerra civil en los Estados Unidos, la primera y única que ha sufrido ese país. ¿Que por qué se separaron? Pues por que los del sur estaban a favor del trabajo no remunerado, es decir, de la esclavitud. Y como el nuevo presidente del país, Abraham Lincoln, estaba necio en que a todos los trabajadores se les tenía que pagar, pues los sureños decidieron separarse para conservar su amado estilo de vida (véase "Lo que el viento se llevó").
Los Estados Confederados de América |
Cuando Napoleón III se enteró, brincó de gusto, pues si los americanos estaban ocupados peleando entre sí no podrían interferir con sus planes de establecer un protectorado en sus propias narices. Y para colmar su alegría, el gobierno mexicano encabezado por Benito Juárez le dio el pretexto que necesitaba. Ese mismo año de 1861, con México recién salido de su propia guerra civil que había durado tres años, el presidente decretó la suspensión de pagos de la deuda externa, alegando con toda razón que el país se encontraba en la más absoluta miseria. Sin embargo, no negó las deudas ni tampoco su pago, tan sólo anunció que éste se retrasaría un poco, en lo que el país se recuperaba. En otras palabras: "debo, no niego; pago, no tengo".
Fueron tres los países más afectados por esta medida: Inglaterra, Francia y España, así que sin pensarlo mucho formaron una especia de alianza y se presentaron frente a las costas mexicanas con ánimo de exigir el pago que se les debía. Los primeros que legaron fueron los españoles, que aprovechando su oportuna presencia en Cuba, aun colonia de ellos, llegaron a Veracruz con 6,000 soldados en diciembre de 1861. En enero del año siguiente se les unieron 3,000 franceses y 800 ingleses. Inmediatamente el gobierno mexicano, que sabía que era una locura pelear contra estas tres potencias, envió emisarios para negociar, encabezados por Manuel Doblado.
Lo primero que exigieron los europeos, antes inclusive del pago de la deuda, es que se les dejara salir de Veracruz. No, no es que no les gustara el puerto jarocho ni que ya se hubieran cansado del desayunar diario en el Café de la Parroquia. Lo que sucedía era que en esa temporada del año las costas veracruzanas eran muy peligrosas para aquellos que no estaban acostumbrados a su clima, y las enfermedades estaban comenzando a diezmar a las fuerzas invasoras, por lo que amablemente y un poco desesperados, solicitaron se les permitiera acampar en Córdoba y Orizaba, un poco más al interior y con un clima más agradable. ¡Ni aguantaban nada! ¿No que muy valientes?
Un zuavo francés |
Y el gobierno mexicano accedió a su petición para evitar que lo tacharan de bárbaro. Me pregunto si los europeos hubieran hecho lo mismo y mi respuesta suele ser que no. Una vez instalados en esas hermosas ciudades, y ya tranquilizados por su salud, comenzaron las negociaciones. Después de algunos dimes y diretes, en los que no faltaron gritos y sombrerazos, se firmaron los Tratados de La Soledad, cuyo nombre no se debe a la soledad en la que se encontraba México, sino a la hacienda de ese nombre donde se reunieron los negociadores. México se comprometía a pagar su deuda lo más pronto posible. Con ello, ingleses y españoles se dieron por satisfechos y se retiraron, pero no así los franceses, para quienes lo de la deuda había sido solo el pretexto para llevar sus tropas a México.
Así que sin decir ni agua va y sin pedir permiso a nadie, desconocieron los tratados que acababan de firmar y se dirigieron a Puebla con la intención de tomarla para después dirigirse a la capital. Al frente de los franceses se encontraba el general Lorencez, quien había recibido otros 3,000 soldados de refuerzo. entre los que se encontraban los famosos zuavos, soldados de origen argelino que vestían unos llamativos pantalones rojos bombachos. También lo acompañaban algunos militares mexicanos que, llevados por su odio a Benito Juárez, decidieron apoyar la invasión. Entre ellos se encontraba el famoso Juan Nepomuceno Almonte, el hijo del gran Morelos, Antonio de Haro y Tamariz y Leonardo Márquez, mejor conocido en los bajos fondos como "el Tigre de Tacubaya".
El gobierno mexicano tomó entonces una decisión muy arriesgada. Envió a la mayor parte de su ejército a defender Puebla. Las tropas estaban al mando del general Ignacio Zaragoza, nacido en Texas cuando esa provincia aun era mexicana. Contaba con casi 5,000 soldados y algunos cuantos voluntarios, entre ellos indígenas de la sierra de Puebla, a los que la tradición popular hizo originarios de Zacapoaxtla, aunque en realidad, muy pocos venían de ese hermoso pueblo, pues la mayoría eran originarios del Pueblo Mágico de Cuetzálan. Inmediatamente Zaragoza ordenó la fortificación de dos pequeños cerros que se encontraban frente a la ciudad, a un lado del camino que llevaba a Veracruz y que era por donde venían los franceses. En esos cerros había dos pequeñas capillas, una dedicada a la virgen de Guadalupe y la otra a la virgen de Loreto, lo que dio nombre a los fuertes que ahí se levantaron, que en realidad no eran sino unos cuantos terraplenes y fosos, pues no hubo tiempo para más.
El vanidoso Lorencez |
Cuando llegaron los franceses, Almonte le aconsejó a Lorencez que pasaran de los fuertes y atacaran la ciudad por el sur. Pero el francés se enojó. ¿Cómo se atrevía ese mexicano a darle consejos a él, veterano del mejor ejército del mundo? ¿Rodear la ciudad? ¿Para que piensen que son unos cobardes? Eso nunca. Lorencez estaba convencido de que los soldados mexicanos se retirarían asustados en cuanto vieran avanzar a los famosos zuavos y a los Cazadores de África, famoso cuerpo de caballería del ejército galo. Estaba tan convencido de la superioridad de sus tropas que, sin pensarlo mucho, les ordenó tomar por asalto los dos fuertes y masacrar a cuanto mexicano encontraran.
Y como buenos soldados, los franceses se limitaron a obedecer órdenes por más descabelladas que estas parezcan. Comenzaron a subir los cerros y desde arriba los mexicanos los tomaron como dianas en un puesto de tiro al blanco en alguna feria pueblerina. Y van para abajo. Y Lorencez, furioso, les ordena volver a subir. Pero los mexicanos, a las órdenes de los generales Méndez, Berriozábal, Lamadrid y Porfirio Díaz, los volvieron a bajar.
Asalto al fuerte de Loreto |
En eso, comenzó a llover (recuérdese que era temporada de lluvias), pero con todo y todo los franceses lo volvieron a intentar. Fue aquí cuando se produjo la famosa carga de los de Zacapoaxtla, que en realidad eran de Cuetzálan. Total, que los franceses se tuvieron que retirar, pero en esta ocasión no pararon hasta llegar a Amozoc. Porfirio Díaz, joven e impetuoso, quería perseguirlos con la caballería para terminar de rematarlos, pero Zaragoza, más prudente, lo prohibió.
Inmediatamente se mandó un telegrama a la ciudad de México, donde Juárez y sus ministros tenían ya preparadas las maletas y comprados los boletos de camión para dirigirse a Querétaro, pues no creían que Zaragoza pudiera detener a los franceses. ¡Hombres de poca fe! El telegrama, entre otras cosas, traía una frase que se ha vuelto memorable: "¡Las armas del Supremo Gobierno se han cubierto de gloria!". Aliviado, Juárez comenzó le pidió a su esposa que deshiciera la maleta mientras él iba a pelear el reembolso de su boleto a la compañía de camiones.
Cuando las noticias llegaron a Francia, Napoleón III montó en cólera. Dicen los que saben que rompió jarrones chinos, pateó sillas muy finas y gritó cuantas groserías en francés, inglés, alemán y español se sabía. De inmediato ordenó que se le enviara un telegrama a Lorencez, anunciándole que su presencia era requerida en París. Seguramente no era para felicitarlo y darle una medallita. Después mandó llamar al general Forey y le ordenó que se dirigiera a México, pero esta vez acompañado de 30,000 soldados y de una advertencia: no se toleraría otro fracaso.
Los reyes europeos se pitorrearon de su colega francés y según contó uno de sus sirvientes, el rey de Prusia le envió unos tamalitos, "quesque para el coraje".
Un año después, en 1863, Forey sitiaba la ciudad de Puebla y, tras capturarla junto con una gran cantidad de generales mexicanos, ocupó la ciudad de México, a la que llegó, al año siguiente, el flamante emperador Maximiliano I de Habsburgo, hermano del emperador de Austria.
Nadie pone en duda el valor desplegado por los mexicanos en la batalla. De que se la rifaron, se la rifaron. Pero siempre me pregunto: ¿qué hubiera pasado si en lugar del pesado y vanidoso Lorencez hubiera mandado las tropas francesas un general más competente? ¿Habría ganado Zaragoza la batalla? ¿A los franceses los derrotaron los mexicanos o su propio orgullo y desprecio por los nuestros? Nunca lo sabremos, aunque las apuestas, de una u otra forma, estaban en contra de los mexicanos. Por eso mismo, siempre cabe la duda de si fue una victoria mexicana o una derrota francesa.
Y no podía faltar la película, desde luego. |
Curiosamente, y trasladándonos al presente, el 5 de Mayo se ha convertido en una gran fiesta, pero curiosamente no en México, sino en los Estados Unidos, donde inclusive hay gente que piensa que se trata de la independencia mexicana. Ese día hay desfiles en las principales ciudades, diversos eventos culturales y kermeses e incluso el presidente de los Estados Unidos da un discurso en la Casa Blanca. ¿Por qué será?
En mi opinión, al ser los mexicanos una minoría oprimida en suelo yanqui, celebrar esta victoria sobre los franceses es una forma de reafirmar el orgullo patrio, de demostrarnos que si nos unimos, somos capaces de derrotar a cualquiera que se nos ponga al brinco. Aunque la terca realidad se empeñe en demostrarnos lo contrario, pues lo que más nos falta, es unidad.
¿O ustedes que opinan?
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