lunes, 11 de mayo de 2015

VIENA, LA ANTIGUA CAPITAL DE LOS HABSBURGO... Y DE LOS CAFECITOS (2a DE CUATRO PARTES)

Tras descansar cómodamente en el hotel, nos dispusimos a salir para iniciar una nueva aventura en la ciudad imperial. Viena es una ciudad que impresiona. Cabeza de un gran imperio multicultural durante casi 800 años, posee edificios magníficos, grandes palacios, iglesias impresionantes y museos incomparables. Es una ciudad maravillosa. Y nevada se ve mucho mejor.

Paseando por Viena
Descubrimos un agradable café a tan solo una cuadra del hotel y decidimos utilizarlo como lugar oficial para desayunar. Se llamaba Andys & Mikes, un nombre con una fuerte connotación germánica, como pueden ver. Pero se desayunaba muy sabroso y muy barato. Eso es, a fin de cuentas, lo importante.

Una vez satisfecha el hambre mañanera, decidimos comenzar el día acudiendo a un museo poco conocido pero muy interesante, el Museo Austriaco del Folclore, situado en Laudongasse número 15. Para llegar, tomamos el tranvía número 33. Este simpático museo, poco frecuentado por el turismo (de hecho, casi todo el tiempo estuvimos solos), se compone de quince salas que muestran diversos objetos etnográficos austriacos, tales como campanas para el ganado, impermeables hechos con paja, zuecos de madera,
Zapatos confeccionados con fibras vegetales
útiles de labranza antiguos, hermosos muebles hechos de madera finamente tallada y decorada, máscaras de carnaval, pero también bellos cuadros, libros antiguos, grabados, relojes, maquetas de casas típicas de los Alpes y un sinnúmero más de objetos. Además, como oferta, como promoción, se va a llevar un práctico calendario de escritorio
¿Dónde estoy?
del año 2015. En cada sala tiene que buscar un bote con piezas de cartón con el mes respectivo. Un mes por sala, hasta juntar el año completo. Para la dama, para el caballero, un euro le vale, un euro le cuesta. No, ya en serio, era gratuito y por supuesto que yo junté el mío.

Cuando creímos que ya habíamos terminado descubrimos otras salas, lo que nos provocó un serio problema, pues Judith quería quedarse para terminar de verlo y yo quería ir al palacio de Schönbrunn, antigua sede estival de los emperadores austriacos. Después de una corta pelea y un rato atufados, nos dirigimos al palacio.


Este enorme edificio fue nombrado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco en 1996. Construido en 1696, fue ampliado durante el reinado de María Teresa de Austria a mediados del siglo XVIII. Tiene una enorme fachada de estilo clasicista en color amarillo. Algunos le llaman el Versalles austriaco. Pero aunque Schönbrunn es impresionante, Versalles es Versalles.

Compramos boletos para entrar al palacio y al museo de carruajes. Primero nos dirigimos a este último. Madre mía, ¡qué piezas! Impresionante. Este recinto alberga casi cincuenta carruajes, desde los que se usaban para el diario hasta los que se usaban para ceremonias oficiales, pasando por la carroza que llevaba los restos mortuorios de la familia imperial (en la que se trasladó el cadáver de Maximiliano de México a su destino final en la cripta de los Capuchinos) y algunos trineos tanto de gala como infantiles. Todos espectaculares. También había una colección de uniformes del personal que manejaba los carruajes, así como de trajes usados por la corte vienesa.
Carruaje para niños
Por último, en una pequeña habitación del segundo piso, se mostraban una serie de litografías con los caballos utilizados por la emperatriz Elizabeth, conocida como Sissi, esposa de Francisco José I.

Ya un poco más tranquilos y con el enojo retrocediendo, nos dimos una vuelta rápida por uno de los jardines laterales antes de entrar al palacio. El frío estaba canijo. El recorrido por el interior es un poco parecido a otros palacios que hemos visitado, tanto en Francia como en Rusia, pero no deja de ser impactante. Todas las habitaciones están decoradas con un gran lujo y se conservan muchos muebles originales. Al principio estuvo un poco complicada la visita porque nos tocó un enorme grupo de turistas (¡ah, estos turistas!) que iban con un guía y se detenían en todas las habitaciones para escuchar la explicación correspondiente, lo que nos impedía ver bien o
El gran salón de baile
simplemente continuar avanzando. Pero por fin los dejamos atrás, por lo que pudimos apreciar bien los objetos exhibidos e inclusive tomar fotografías con toda calma. Tan sólo en el gran salón de recepciones nos dijeron que no se podían tomar fotos, pero nada que no resuelva el viejo truco de ponerse delante del que tiene la cámara para taparle la vista al guardia.

El palacio es enorme y nos llevó más de tres horas recorrer la parte abierta al público. Y definitivamente valió la pena. Entre las habitaciones que vimos, la que más me llamó la atención fue una, no muy grande por cierto, que está cubierta de piso a techo por retratos y dibujos realizados por la emperatriz María Teresa, su esposo el emperador Carlos y todos sus hijos e hijas, incluyendo algunos realizados por María Antonieta, quien sería después reina de Francia y moriría en la guillotina durante la Revolución Francesa.

Al fondo, la Glorieta
Al salir del palacio, teníamos ganas de visitar los jardines, pero por desgracia el tiempo no nos ayudó. Éstos son enormes, aunque no tanto como los de Versalles. Al fondo de ellos se encuentra un hermoso pabellón conocido como la Glorieta, mismo que tuvimos que contentarnos con verlo desde la puerta del palacio, pues en invierno no está abierto al público. También nos enteramos que en los jardines se encuentran unas ruinas del antiguo campamento romano que dio origen a la ciudad de Viena, pero tampoco pudimos visitarlas.

Antes de emprender el viaje, en Nueva York, habíamos comprado boletos para un concierto de música clásica en la Orangerie de Schönbrunn. La Orangerie es una especie de invernadero donde los jardineros del palacio cultivaban los naranjos que después sembrarían por los jardines y donde los guardaban cuando llegaba el invierno, para evitar que murieran por el frío y la nieve. El concierto era ese mismo día, pero como aun faltaban varias horas, decidimos salir a buscar algún lugar donde comer. Caminamos casi media hora hasta que encontramos un sitio que se veía agradable. La comida no era muy gourmet pero estaba bastante buena. Por desgracia no recuerdo el nombre de este lugar. La próxima vez prometo llevar una libreta donde apuntar todo este tipo de detalles.

Regresamos aun con tiempo al palacio y nos entretuvimos paseando por uno de los típicos mercados
navideños centroeuropeos instalado frente al acceso principal al palacio. Estos mercados son muy comunes en Alemania, Austria, Suiza y la República Checa, y en ellos se pueden encontrar, además de artesanías (navideñas o no), comida típica, bebidas calientes y un sinfín de objetos más. Son realmente muy curiosos y el tiempo pasa volando mientras uno pasea por ellos.

Por fin nos dio la hora y nos dirigimos al concierto. La Orangerie es una habitación muy alargada y ancha con techos muy altos. Había sillas como para 400 personas. Nuestros lugares estaban en la parte de atrás aunque no hasta el fondo. Como no se llenaron todas, en cuanto apagaron las luces nos fuimos moviendo poco a poco hasta quedar casi a la mitad. La música estuvo a cargo de la Orquesta del Palacio de Schönbrunn y escuchamos diversas piezas, tanto de Mozart como de Johann Strauss y demás miembros de su familia (pues muchos fueron compositores). Estuvo muy bonito. Salimos como a las diez de la noche y nos dirigimos a un café en el centro de la ciudad para tomar algo antes de irnos a dormir. ¡Estábamos en la capital de los cafecitos, la cuna del café vienés! ¿Cómo no podíamos ir a uno? Aun nos quedaba día y medio en Viena, antes de partir hacia Budapest.

(Continuará)

Sala en el Museo Austriaco del Folclore


Salón con dibujos hechos por la familia imperial en Schönbrunn


Una de las estancias del palacio


Carroza fúnebre


Carroza de gala


En los jardines de Schönbrunn


Vista lateral del palacio


La estación del metro cerca del hotel




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