sábado, 30 de mayo de 2015

LA EDAD MEDIA SEGÚN WALT DISNEY

En la actualidad, y gracias sobre todo a las películas de Disney, muchas niñas pequeñas sueñan con ser princesas medievales. A los niños no les llama tanto la atención el ser príncipes. En ese mercado específico, los productores cinematográficos han fallado miserablemente. Rapunzel, Cenicienta, la Bella Durmiente, la Sirenita y una larga lista más de "princesas" de caricatura hacen las delicias del segmento femenino de nuestra niñez, contribuyendo además a reforzar estereotipos y roles de género que no son nada sanos para ellas.

Pero lo peor de todo son las mentiras sobre la Edad Media que se presentan en dichas películas, en especial en lo que se refiere a las princesas. ¿Cómo es una princesa de acuerdo a Disney? Bueno, salvo pocas excepciones, viven en Europa, son rubias, hermosas, delgadas, bien vestidas, muy limpias y educadas, viven en hermosos castillos, se casan con los príncipes de sus sueños, son recatadas o muy aventureras, son hijas de reyes a los que les importa mucho su felicidad. Invariablemente conocen a jóvenes príncipes que las rescatan de diversos peligros, desde dragones hasta secuestradores, brujas malvadas o crueles madrastras. Pero eso sí, son muy princesas, pero también barren, limpian la casa, hacen la comida y atienden al marido, del que pasan a ser propiedad desde el momento en que se casan, cuando este regresa de sus labores guerreras o cinegéticas (de pasar el tiempo con los amigotes, vaya).

Ni en sueños fueron así

Sin embargo, la realidad era muy distinta. Ser princesa en la Edad Media nada tenía que ver con la visión edulcorada de las películas. Y no solo en la Edad Media. Hagamos un análisis.

1) Viven en Europa. Bueno, esto no es culpa de Disney, en realidad. Durante mucho tiempo (y es algo que aun no ha cambiado del todo) nos hemos regido por una historia europeizante. Todo gira alrededor de Europa. Los periodos en que dividimos la historia tienen que ver con acontecimientos sucedidos en Europa. Cuando aprendemos historia universal en la escuela, en realidad es historia europea en un 80% o más. Por lo mismo, el concepto que tenemos de Edad Media es el concepto europeo de Edad Media. Este período abarca, años más años menos, de 450 a 1450, dependiendo el acontecimiento que tomemos como base para el cambio de periodo. Y lo que aprendemos en la escuela tiene que ver con el feudalismo, los caballeros, las Cruzadas, el cristianismo y otros tópicos totalmente europeos. ¿Y qué pasaba mientras tanto en América, en Asia, en África y en Oceanía? Bueno, pues eso se enseña de forma marginal y tan solo como antecedente para aprender los temas relacionados con el contacto de esas culturas con Europa. Así que no es de extrañar que las princesas de Disney se sitúen en un mundo europeo.

2) Rubias, hermosas y delgadas. Seguramente hubo alguna hermosa, no lo dudo, pero en general eran como el común de los mortales. Había de todo. Morenas, castañas, pelirrojas, rubias, guapas, feas, gordas, flacas, en fin, como el resto de los mortales. Tenemos que tener en cuenta que el concepto de belleza en esa época no era el mismo que en la actual, por lo que aquí nos encontramos con otra gran mentira de Disney. Sus princesas son delgadas, esbeltas, parecen modelos de Victoria's Secret. Pero en aquella época una mujer gorda era sinónimo de fertilidad y de riqueza. Una mujer flaca hubiera sido rechazada por la mayoría de los hombres al considerar que no es muy apta para tener hijos o que es muy pobre y no puede permitirse comer lo suficiente. Así que las princesas de Disney, en realidad, deberían ser más bien rollizas.

Mucho menos así.

3) Bien vestidas, muy limpias y educadas. Por lo general, no. Tan solo en algunas cortes muy refinadas como la de Constantinopla, las princesas vestían bien. En las cortes europeas de la época, si bien no vestían harapos como las mujeres campesinas, tampoco iban ataviadas con prendas demasiado costosas. La seda era un producto sumamente caro procedente de China y había reyes que no podían costearlo. Y ni hablemos de los nobles, especialmente los de la parte más baja del escalafón aristocrático. Esos en general no solían diferenciarse mucho de sus siervos. ¿Limpias? Ni en sueños. La higiene romana había quedado muy atrás en la Edad Media, en especial gracias a la Iglesia Católica que consideraba el baño como algo demoníaco y pagano. Era un pecado ver el propio cuerpo desnudo, y aunque desde luego para efectos sexuales la inmensa mayoría de los europeos, campesinos, sacerdotes, nobles o reyes, se pasaban esa prohibición por el Arco del Triunfo, lo cierto es que si contribuyó a desterrar los más elementales hábitos higiénicos. Lo normal era que los nobles tan solo tomaran un baño de tina en contadas ocasiones de su vida, como su boda, aunque otros ni siquiera eso, por lo que lo común es que oliesen realmente mal. Y esa costumbre se prolongó hasta bien entrado el siglo XX en las regiones con influencia cultural europea. El Palacio de Versalles, construido entre los siglos XVII y XVIII, ya en la Edad Moderna, tenía cientos de habitaciones y ningún baño. El rey Enrique IV de Francia no tomo un baño en toda su vida. Así que la imagen de la princesa limpia no concuerda en lo más mínimo con la realidad. Por otro lado, como tampoco existía una práctica de higiene bucal, lo normal es que estuvieran chimuelas y las bocas les olieran a alcantarilla por la gran cantidad de caries que tenían. ¿Educadas? Pues salvo muy contadas excepciones como Leonor de Aquitania o Cristina de Pizan, lo normal era que las princesas de la Edad Media ni siquiera supieran escribir su nombre. Había quienes sí, desde luego, y quizá algo más, pero no más allá de lo indispensable para poder llevar bien una castillo. Pero esto era algo que se extendía también a los hombres. Muchos reyes medievales jamás aprendieron a leer o escribir. La cultura era algo que se reducía a un grupo sumamente escaso, en general conformado por monjes y uno que otro erudito laico.

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Más bien eran así.
Isabel de Baviera, esposa de Carlos VI de Francia

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O así.
Isabel de Francia, esposa de Eduardo II de Inglaterra.

4) Viven en hermosos castillos. Los castillos de la Edad Media eran básicamente eso, fortalezas defensivas pensadas para soportar asedios y no para ser hogares confortables. Solían ser fríos, húmedos, sin mayor privacidad, casi sin adornos y llenos de piojos, ratas y otras alimañas parecidas. En ellos vivían muchas personas. Los meros meros tenían sus habitaciones separadas, aunque no mucho. Los demás dormían y se reproducían en el suelo, sobre una alfombra de paja sucia, todos mezclados. No había baños, cuando mucho una letrina compartida por todos los habitantes y que se encontraba a la vista de todos ellos también. Con semejantes condiciones de vida las epidemias no eran algo raro.

Letrina en el castillo de Bunratty, Irlanda.


5) Se casan con los príncipes de sus sueños. Ni en sueños. Se casan con quien ordena el rey, su papá. No importa que el esposo sea joven o viejo, guapo o feo, amable o violento, lo que importa es que sea poderoso o tenga algo que el rey necesita, como un territorio estratégico. Las princesas eran simplemente peones en el juego político de los reyes. Solían casarlas con hombres mucho más grandes que ellas. Servían para crear alianzas y vínculos familiares con otros reinos. En muy contados casos existieron princesas que pudieron elegir a sus maridos. En esos casos se trataba de princesas que ya había heredado al morir sus padres y no tener hermanos varones, lo que les daba una mayor libertad. Sin embargo, aun en esos casos, solían buscar como marido a algún rey o noble rico con la fuerza suficiente para ayudarlas a mantener sus dominios a salvo de parientes o vecinos ambiciosos. Una vez casadas, llegaba la noche de bodas. Y al tratarse de princesas reales, ésta contaba con un selecto público compuesto por el arzobispo del lugar y los hombres mas prominentes de la corte, que servían como testigos de que el matrimonio se había consumado, es decir, de que la feliz pareja había tenido sexo. ¿Quién iba a poder concentrarse con un público así? No había nada de romanticismo en ese momento tan especial. Así que la pareja perfecta y romántica creada por Walt Disney de la princesa joven y hermosa que se casa con su príncipe azul, es una mentira más.

6) Por lo demás, vivían encerradas, sujetas al maltrato familiar tan común en una época muy violenta, consideradas tan sólo como peones en las alianzas europeas y como fábricas de herederos al reino, por lo que su vida no era nada envidiable. Una mujer campesina tenía mucho más libertad que una princesa, y era más fácil, aunque tampoco fuera algo común, que ella viviera las aventuras (sin dragones, desde luego) que Disney pone en la vida de las princesas.

Así que ya lo saben, ser princesa medieval no era nada agradable. Solían morir jóvenes a causa de los maltratos y los continuos partos que realizaban en las condiciones menos higiénicas posibles. La expectativa de vida de una princesa no iba más allá de los 30 años, por lo que las casaban desde niñas y tenían su primer embarazo a los catorce o quince años. Una princesa de veinte años ya era considerada como una mujer vieja. Claro que hubo quien duró más tiempo y murió a los 70 u 80 años, pero eso no era lo común. ¿Y saben que es lo peor? Que ese estilo de vida, en muchos de sus puntos, continuó hasta el siglo XIX y principios del siglo XX. A lo mejor ya no las casaban a los catorce años, pero seguían sin poder elegir a su marido. Eran personas sin derechos, consideradas más bien como simples objetos propiedad del marido. ¡Para que sigan soñando con ser princesas!


jueves, 28 de mayo de 2015

¿CONOCES A DRACULA? NO, ESE NO, EL DE VERDAD.

Todo el mundo conoce a Drácula. Por lo menos desde que Bram Stoker publicó en 1897 su famosa novela. ¿Quién no ha visto alguna película de sobre él? Incluso los niños lo conocen ya que es común que salga en muchas caricaturas como un malo torpe al que siempre derrota el protagonista, desde la Pantera Rosa hasta Bob Esponja. Incluso hubo una dedicada a él, llamada el Conde Pátula. Además, su disfraz se ha convertido en uno de los más populares entre los niños.

Sin embargo, la imagen que tenemos de este personaje es la que nos dejó precisamente el escritor irlandés Bram Stoker. Se trata de una especie de muerto viviente, un inmortal, que bebe sangre humana, duerme en un ataúd, se convierte en vampiro, le teme al sol, solo se muere si le clavan una estaca de madera en el corazón, no le gusta el ajo (a mí tampoco), no se refleja en los espejos, solo sale de noche y vive en un castillo en Transilvania (actualmente en Rumania).

Bram Stoker

Algunas de las películas que se han hecho sobre él se han vuelto clásicos del cine, como Nosferatu, película muda de 1922 y la primera sobre nuestro personaje. Algunas han sido buenas, otras malas. Y ya poniéndonos en plan de cachondeo, hasta se han hecho películas sobre la hija de Drácula, sobre su hijo, sobre su padre, sobre vampiras lesbianas, el Santo contra los monstruos (en la que se unen Drácula, Frankenstein, una momia y otros simpáticos personajes más).

Nosferatu, el vampiro

Desde que salió la novela y se convirtió en un auténtico bestseller, el turismo comenzó a llegar a Transilvania en busca de las huellas de Drácula. Incluso con el tiempo se habilitó un castillo del siglo XIV, el castillo de Bran, como hogar del famoso personaje, y hasta la fecha sigue atrayendo a miles de visitantes que se creen a pie juntillas que ahí vivió tan siniestro vampiro.

Pero, ¿qué tanto hay de realidad en esta historia? Pues como en toda leyenda, un fondo real sí que hay. Aunque desde luego no tiene nada que ver con vampiros ni monstruos de ficción. La historia de Bram Stoker se inspiró en dos personajes.

Castillo de Bran

El primero es el voivoda Vlad III Tepes de Valaquia (actualmente en Rumania), hijo de Vlad II Dracul, que quiere decir "dragón".  También se le conoció como "el empalador", por su afición a matar a sus enemigos metiéndoles un enorme palo por salva sea la parte y viendo como poco a poco este palo los atravesaba hasta salirles por la boca. Una muerte muy cruel.

Sin embargo, para muchos valacos y rumanos se trata de un auténtico héroe. Este personaje vivió en el siglo XV, en una época muy conflictiva, pues los otomanos (turcos) se estaban extendiendo por Europa. Ya habían conquistado las actuales Grecia, Albania, Macedonia, Serbia, Kosovo, Montenegro y amenazaban a Valaquia, Moldavia y Transilvania, los tres principados rumanos. También habían capturado ya la ciudad de Constantinopla, poniéndole así fin al milenario Imperio Bizantino. Vlad III combatió contra ellos por la independencia de Valaquia y si bien asesinó a muchos turcos, justo es decir que vivió en una época en la que la misericordia no era algo muy común.

Vlad III Tepes el empalador

También se le acusa de haber asesinado mediante el uso del "palo para empalar" a muchos de sus súbditos. La realidad es que a los que mató eran nobles sin escrúpulos que tenían a Valaquia sumida en el caos por sus ambiciones, quitando y poniendo voivodas (príncipes) a su antojo. Su mismo padre y su hermano habían sido asesinados cruelmente por uno de estos nobles. Se cuenta que en cierta ocasión, ya como voivoda de Valaquia, reunió en una cena a todos los nobles. Platicando con ellos, les preguntó a cuántos voivodas habían conocido. Todos eran hombres relativamente jóvenes y sin embargo contestaban unos que a tres, otros a cinco, e incluso uno a siete. Vlad les dijo entonces que eso se debía a las traiciones que ellos mismos habían cometido contra los voivodas, pero que él estaba dispuesto a terminar con eso. Así que dio una orden y sus guardias detuvieron a todos los presentes, empalándolos después mientras Vlad terminaba tranquilamente de cenar.



Él mismo fue depuesto del trono en dos ocasiones. En aquella época, la independencia de Valaquia era algo que estaba en la cuerda floja, especialmente por la rivalidad entre los turcos y los húngaros, que se disputaban el dominio sobre este territorio. Por ello no debe sorprender el caos que reinaba y la actitud cruel del voivoda.



Dos cosas son ciertas: Vlad Tepes jamás reinó en Transilvania y definitivamente no fue un vampiro, por más afición que tuviera a ver correr la sangre de sus enemigos. Y repito, para muchos es un héroe por defender a su patria y por acabar con los nobles traidores.

El segundo personaje en que se inspiró el escritor irlandés, es la condesa húngara Isabel Báthory (Erzsébet Báthory en húngaro y para los cuates), que vivió a caballo entre el siglo XVI y el XVII. Esta buena mujer pertenecía a una de las familias más importantes y poderosas de Hungría. Según la leyenda, asesinó a más de 630 mujeres jóvenes antes de ser descubierta y encerrada en una habitación de su castillo hasta su muerte.

Resulta que esta simpática condesa fue casada con su primo, un joven guerrero aficionado también a empalar a sus enemigos (tal parece que en esas regiones eran toda una tradición) y que la dejó viuda a los 44 años tras morir en una de tantas batallas con las que ocupaba su escaso tiempo libre. Al parecer fue aquí cuando la cosa se torció. La condesa vivía en el castillo de Čachtice. Comenzaron a correr rumores de que las muchachas campesinas de la zona estaban desapareciendo. El rumor llegó a oídos del rey Matías II de Hungría, quien ordenó a uno de sus nobles, que por cierto era enemigo de la familia de la condesa, que investigara. Éste ocupó el castillo y, cuando llegó a los sótanos, encontró a muchas jóvenes encadenadas, varias de ellas pertenecientes a la nobleza local, con graves heridas por las que salía abundante sangre, misma que era recogida en baldes por los sirvientes de la condesa y usada por ésta para darse baños de tina, supuestamente para conservar su belleza y juventud. Se le acusó de bujería y de asesinato, y fue condenada a ser encerrada de por vida en una de las habitaciones de su castillo, con las puertas y ventanas tapiadas, con tan sólo un pequeño agujero por donde le pasaban la comida. Ahí murió en 1614, cuatro años después. Sus sirvientes, como no eran nobles, fueron ejecutados, cortándoles la cabeza a unos y quemando vivos a otros.

Isabel Báthory

¿Pero que tanto hay de cierto en esta historia? La condesa pertenecía a una de las familias más poderosas de Hungría y por lo mismo tenía muchos rivales, incluyendo al rey. Cuando la condesa fue declarada culpable, sus extensas tierras fueron confiscadas y pasaron a poder del soberano húngaro, quien las distribuyó entre algunos de sus amigos. La condesa había también apoyado a un primos suyo para que fuera voivoda de Transilvania en contra de los deseos del rey de Hungría, y después este primo combatió al lado de los alemanes contra los húngaros, lo que era una clara traición. la persona que llevó a cabo la investigación en el castillo de la condesa fue el conde Jorge Thurzó, enemigo de ella, así que no sería raro que hubiera inventado todo o que lo hubiera exagerado con tal de deshacerse de ella. ¡Quién sabe que tan cierto haya sido todo!

Ruinas de su castillo, actualmente en Eslovaquia

Aunque por otro lado, la correspondencia que ésta mantenía con su marido mientras éste estaba peleando, y que se conserva en los Archivos Nacionales de Hungría, nos permite ver que eran dos personas sumamente crueles y sádicas. Sin embargo, esto no era raro entre la nobleza centroeuropea de la época, sobre todo cuando se trataba de castigar a sus sirvientes, a los que trataban con todo lujo de crueldad.



En fin, estos son los personajes reales en los que se inspiró Bram Stoker al momento de crear a su famoso vampiro. Independientemente de todo, tenemos que recordar que se trata de una novela y que por lo mismo el personaje central es obra de la imaginación de su autor.

Los únicos vampiros que existen son unos simpáticos aunque feos animalitos que beben sangre de otros animales y los mosquitos que nos molestan por las noches. No existen los vampiros humanos, así que ya pueden quitarse esa ristra de ajos que se habían puesto en torno al cuello. Nadie los va a morder para beberse su sangre y convertirlos a su vez en vampiros. Ya pueden dejar de tener pesadillas, pues si bien está inspirado en personajes reales, éstos murieron hace mucho tiempo y están enterrados muy lejos de aquí. Así que ustedes tranquilos, que nada les va a pasar. Y vayan a conocer Valaquia y Transilvania, son dos regiones realmente hermosas de Europa.

¡Cuidado! Un vampiro.

martes, 26 de mayo de 2015

UN MONUMENTO PARA SANTA ANNA

El artículo de hoy va a generar polémica. Estoy seguro que va a asustar a algunas buenas conciencias y más de un lector me va a tildar de loco. Tan sólo espero no recibir llamadas amenazantes o que se presente en el Congreso una moción para que se me expulse del país, lo que sería una tontería, pues ya no vivo aquí. Aunque no creo que llegue a tanto, ya que por suerte tampoco soy tan conocido. Tan solo pido que se analice fríamente y sin pasiones lo que voy a escribir a continuación. En fin, allá va.

Sin duda alguna, uno de los personajes más controvertidos de la historia de México es el general y presidente D. Antonio López de Santa Anna. Y no es para menos. Su vida entera está llena de sucesos polémicos: la Guerra de Texas, la Guerra de los Pasteles, la Guerra contra los Estados Unidos, la venta de La Mesilla, 11 veces presidente y muchas cosas más. En torno a su figura se han tejido leyendas, unas buenas y otras malas, que nos impiden muchas veces comprender cabalmente a este singular personaje que indudablemente se convirtió en la figura central del México de la primera mitad del siglo XIX.



La historiografía oficial nos presenta a un Santa Anna convertido en el mismísimo demonio. Él le vendió a los gringos la mitad del territorio, él perdió Texas, él vendió La Mesilla. Sin ánimo de entrar en polémica por los dos primeros puntos (que por cierto son discutibles), me voy a centrar en el último de ellos.

La generación liberal de Benito Juárez, Melchor Ocampo, los hermanos Lerdo de Tejada y Guillermo Prieto, acusaron a Santa Anna de haber vendido a los gringos el territorio de La Mesilla. A simple vista, esto es un cargo muy fuerte, de eso no cabe duda. Por desgracia, los historiadores liberales, después los revolucionarios que se sentían herederos de éstos y por último los oficialistas vendidos a la ideología del Estado, nunca quisieron mostrarnos la verdad sobre este espinoso asunto, en el que el jalapeño merecería, en mi opinión, un voto de agradecimiento de la patria, ya que en otros asuntos sí se le puede culpar, más no en éste.

En efecto, el último gobierno presidido por Santa Anna celebró un contrato de venta con los Estados Unidos, por el cual México les cedía el extenso territorio conocido como La Mesilla y que abarcaba parte de los actuales estados de Chihuahua y Sonora. Santa Anna no era tonto, sabía que esto iba a darles nuevas armas a sus enemigos, pero patrióticamente decidió salvar a México de una nueva guerra que hubiera sido sin duda desastrosa. A más de 120 años de su muerte, cuando se supone que las pasiones se tienen que haber acallado, es momento de analizar detenidamente este escabroso episodio de nuestra historia patria.

Después de muchos avatares que no caben mencionar en este artículo, Santa Anna llegó por última vez a la presidencia el 20 de abril de 1853. Para su desgracia, al poco tiempo (1 de junio) moriría Lucas Alamán, su inteligente secretario de Relaciones Exteriores y el único capaz de contener a su futura “Alteza Serenísima”. A partir de este momento, Santa Anna perdió completamente el rumbo, dándose aires de emperador y gravando al pueblo con un sinnúmero de impuestos ridículos y agobiantes, cuyo destino era sostener a su todavía más ridícula corte.

Esto provocó desde luego nuevos levantamientos armados en el país, como el acaudillado en el sur por el viejo cacique Juan Álvarez, que unido a Ignacio Comonfort y a otros prominentes liberales, proclamaron el Plan de Ayutla. Este desorden quiso ser aprovechado por el gobierno de los Estados Unidos, que pensó encontrar en Santa Anna a un hombre ambicioso dispuesto a hacer lo que fuera por mantenerse en el poder y derrotar a sus enemigos. Total, ya en otras ocasiones lo había hecho. Para su sorpresa, se encontraron con un Santa Anna totalmente distinto que les demostró, además, que ya no iba a ser tan fácil aprovecharse de México y de su incuestionable debilidad. Hay que reconocer sin embargo, que éste quizá fue uno de los pocos momentos de lucidez patriótica del general presidente.

William Carr Lane

Antes de comenzar a narrar los episodios relativos a la venta de La Mesilla, es necesario hablar de un precedente inmediato. Con una voracidad impresionante, al poco tiempo de firmado el tratado de paz de Guadalupe Hidalgo en 1848, los Estados Unidos deseaban obtener más territorio mexicano. Uno de sus primeros intentos consistió en argumentar que la frontera del Nuevo México con Sonora y Chihuahua no había quedado bien precisada en el tratado. Por ello, el 6 de abril de 1853, poco antes de que Santa Anna asumiera la presidencia, el gobernador del Nuevo México, William Carr Lane, ocupó el territorio de La Mesilla, con el pretexto de que pertenecía a los Estados Unidos. El gobernador de Chihuahua, Ángel Trías, decidió entonces enfrentarlo al mando de una escasa tropa y con la sola bandera del derecho violado.

Pero el procedimiento de Carr Lane había sido tan escandaloso y tan enérgica la protesta de México, que el gobierno estadounidense decidió destituir al gobernador y pedir excusas al gobierno mexicano. Hecho esto, buscaron otro procedimiento para hacerse de más territorio.

Confiando en la manifiesta debilidad del gobierno mexicano, el secretario de Estado de los Estados Unidos, William L. Marcy, por instrucciones del presidente Franklin Pierce, envió en octubre de 1853 como comisionado ante el gobierno mexicano a James Gadsen, sujeto que resultaba ser el típico producto del Destino Manifiesto, dispuesto a tomar por la fuerza lo que México no quisiera entregar de buen grado. Una vez instalado en la ciudad de México, el secretario Marcy le envió por conducto de Christopher Ward, las exigencias del gobierno que Gadsden debía entregar al mexicano. Estas exigencias se referían al deseo de nuestros vecinos de adquirir nuevo territorio a costa de México (pagando desde luego la retribución que ellos consideraran como la más justa para ambos), y autorizaban a Gadsden a negociar las siguientes líneas fronterizas:

James Gadsen

1) La primera línea partía de un punto en el Golfo de México, a la mitad del camino entre Boquillas Cerradas y la Barra de Santander, y segregaba de México una gran parte de los estados de Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Chihuahua y Durango, así como una fracción importante de Sonora y la totalidad de la Baja California y sus islas adyacentes. La superficie de territorio mexicano reclamada era aproximadamente de 324,000 kilómetros cuadrados, a cambio de las cuales ofrecían hasta 50 millones de dólares.

2) La segunda línea partía también del Golfo de México, a la mitad del camino entre los ríos Grande (Bravo) y el de San Fernando, y despojaba a México de una parte de los estados de Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Chihuahua y Sonora, en proporciones inferiores a las reclamadas en la primera línea. La superficie de este territorio ascendía aproximadamente a 129,500 kilómetros cuadrados, a cambio de las cuales ofrecían hasta 30 millones de dólares.

3) La tercera línea se iniciaba en el cañón del río Grande (Bravo), abajo de San Eleazario, a los 32º de latitud norte, y despojaba a México de una parte de los estados de Chihuahua y Sonora, así como la totalidad de la Baja California y sus islas adyacentes. La superficie de este territorio ascendía aproximadamente a 176,000 kilómetros cuadrados, a cambio de las cuales ofrecían hasta 30 millones de dólares.

4) La cuarta y última línea autorizada, principiaba también en el cañón del río Grande (Bravo), abajo de San Eleazario, a los 31º grados de latitud norte y despojaba a México únicamente de una parte de los estados de Chihuahua y Sonora. La superficie de este territorio ascendía a 47,000 kilómetros cuadrados, a cambio de las cuales ofrecían hasta 20 millones de dólares.

A pesar de lo anterior, el mismo gobierno gringo estaba consciente que, debido a la reciente mutilación que habían hecho con México (la paz se había firmado hacía apenas cinco años), el gobierno de Santa Anna podría negarse a aceptar las cuatro líneas propuestas. Por ello, autorizaba a Gadsden a proponer, sólo en este caso, la cesión del territorio conocido como La Mesilla, que los gringos consideraban “indispensable” para el tendido del ferrocarril que uniría a California con el resto de la Unión. A cambio de este territorio, Gadsden podía ofrecer hasta 15 millones de dólares. Por supuesto, en cualquiera de los cinco casos, México tenía que eximir además a los gringos de cumplir con la obligación de impedir que los indígenas cruzaran la frontera para atacar poblaciones mexicanas, consignada en la cláusula XI del tratado de paz de 1848.

Para presionar al gobierno mexicano, los Estados Unidos patrocinaron descaradamente a grupos de filibusteros para que invadieran La Mesilla, y además, autorizaron a Mr. Gadsden para que hiciera saber al gobierno de México que de no entregarse de buena gana el territorio disputado, el pueblo de los Estados Unidos lo tomaría por la fuerza. Esto constituía una evidente amenaza de guerra, misma que México no podía sostener y Santa Anna así lo sabía.

En la nota que Gadsden le entregó se dejaba ver claramente la prepotencia del comisionado y de su gobierno. En ella argumentaba que los conflictos fronterizos entre los dos países sólo podían resolverse “mediante la extensión de las fronteras de una de estas potencias, a modo de establecer entre ambas una barrera permanente y respetada”. Por supuesto la potencia que habría de extenderse no sería México.

Más adelante, y con un descaro que daría vergüenza a cualquier gobierno en la actualidad, Gadsden decía en su nota que:

Es una vieja máxima nacional, confirmada por la historia, que los ríos y los valles unen a un pueblo, en tanto que las montañas y los obstáculos infranqueables lo separan. Ningún poder podrá prevenir, con el tiempo, que todo el valle del río Grande se encuentre bajo el mismo gobierno...y la parte occidental de Texas volverá al gobierno de México, o los estados de Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila y Chihuahua, mediante sucesivas resoluciones o compras, acabarán por unirse a Texas. Estas son solemnes verdades políticas, a las que ciertamente nadie puede cerrar los ojos... El tratado de Guadalupe inculca una lección instructiva; es una sabia política la que previene que cuando los acontecimientos son inevitables, mejor se busque resolverlos por armoniosa cooperación, y no precipitarlos por medio de una oposición violenta y sin resultados...


A pesar de esta clara amenaza de guerra, Santa Anna decidió resistir. Las negociaciones no avanzaron y Gadsden comenzó a desesperarse, a grado tal que presentó a Manuel Díez de Bonilla, el secretario de Relaciones Exteriores mexicano, un carta en la que le hacía ver los peligros que para México significaba resistirse a los deseos expansionistas estadounidenses. En ella le hablaba del hecho de que su gobierno no podría frenar por más tiempo a los colonos que se encontraban ya deseosos de instalarse en el nuevo territorio para hacer de él un lugar “próspero y rico”. Además, advertía de la posibilidad de que se repitiera la historia de Texas en los seis estados fronterizos mexicanos y en la Baja California. Terminaba la carta exigiendo la entrega de los territorios comprendidos en la primera línea propuesta, es decir, la más grande de ellas.

Ante esta violenta actitud, Santa Anna comprendió que no podría evitar el despojo, pero a pesar de ello decidió tomar al toro por los cuernos y ceder lo menos posible. Sabía que no podía portarse como un bravucón, porque tal actitud ocasionaría una guerra para la que México no estaba preparado y cuyo resultado sería sin duda alguna la desaparición completa del país como ente independiente, ya porque fuera anexado a los Estados Unidos en su totalidad, o porque se convirtiera en un protectorado yankee.

Manuel Díez de Bonilla

Decidido por lo mismo a negociar, Santa Anna nombró el 30 de noviembre de 1853 como comisionados del gobierno mexicano a los señores José Salazar Ylarregui, Mariano Monterde y Lucas de Palacio, quienes se reunieron el 10 de diciembre para discutir los términos del tratado junto con Díez de Bonilla y Gadsden. La primera línea propuesta por este último fue rechazada sin discusión por los mexicanos, durante la celebración de la segunda conferencia, el 16 de diciembre.

Ante las exigencias de Gadsden para adquirir por lo menos la Baja California, Díez de Bonilla mostró que México sólo podría ceder el terreno indispensable para la construcción del famoso ferrocarril. Cabe destacar que Santa Anna nunca le dio a Díez de Bonilla poderes para enajenar territorio alguno, sólo para negociar.

La nueva línea fronteriza propuesta por Díez de Bonilla es la que actualmente divide a las dos repúblicas y gracias a la cual, la totalidad del Golfo de California y Paso del Norte (hoy Ciudad Juárez) quedaban dentro de territorio mexicano. Con esto, Díez de Bonilla le quitaba a Gadsden su principal bandera, la del territorio para la construcción del ferrocarril.

Éste decidió entonces desenmascararse por completo y exigió de nuevo la entrega de los territorios comprendidos en la primera línea. Santa Anna hizo saber a Díez de Bonilla que no estaba dispuesto a ceder ante las exigencias del comisionado extranjero y que no le daría más territorio del ofrecido para la construcción del ferrocarril. Así lo indicó éste a Gadsden en la reunión sostenida el 23 de diciembre. Ante esta firme actitud, Gadsden comenzó a ceder, y aceptó finalmente la línea propuesta por Díez de Bonilla, siempre y cuando se eximiera a su gobierno del compromiso ya mencionado de la cláusula XI del Tratado de Guadalupe.

El tratado se firmó el 30 de diciembre de 1853 en el edificio de la legación estadounidense. El territorio cedido por México era de poco más de 78,000 kilómetros cuadrados y el gobierno vecino ofreció pagar 10 millones de dólares.

Aquí se puede ver todo lo que perdimos en manos de los Estados Unidos

Después de analizar las negociaciones del tratado y de observar la actitud prepotente con que se presentó el gobierno de los Estados Unidos a través de su comisionado Gadsen, sólo queda quitarse el sombrero ante el patriotismo y la habilidad negociadora desplegada por Santa Anna. Es cierto que su actuación anterior al frente del gobierno de la república puede ser blanco de muchas críticas, unas fundadas y otras no; pero por la firma de el Tratado de La Mesilla, la nación debería levantarle un monumento en el Paseo de la Reforma al general D. Antonio López de Santa Anna, ya que con su patriótica y realista conducta aguantó las exigencias de los Estados Unidos y salvó a México de una nueva guerra cuyas consecuencias estaríamos todavía lamentando.

Este tratado, más que ser vergonzoso para México o para Santa Anna, debe ser vergonzoso para el país que lo exigió, violando los más elementales derechos de las naciones civilizadas, es decir, debe ser vergonzoso para los Estados Unidos. Sería bueno que los Estados Unidos comenzaran a pedir perdón a todos aquellos países a quienes han agredido con su prepotencia y su conducta injusta y sin escrúpulos, empezando desde luego con nuestro querido México. La lista sería muy larga.

Es cierto que el Tratado no fue lo mejor que le pudo haber pasado a México, pero sí es cierto que Santa Anna logró obtener el menor de los males con tal de salvar a su patria. Aunque por otro lado, el destino del dinero pagado por los Estados Unidos es algo que Santa Anna aun tiene que aclarar, pues también es cierto que su gobierno, debido a los altos costos de su corte, estaba urgida de dinero. Por cierto, el famoso ferrocarril que tanto decían los estadounidenses nunca se construyó y en el territorio comprado a México surgieron ciudades como Tucson y Phoenix. Y por otro lado, cuando el comisionado mexicano para recibir los pagos se desplazó a Washington por ese motivo, aprovechó para cobrarse del primero de ellos la cantidad de 68,000 pesos pos concepto de comisión. Su nombre era Francisco de Paula y Arrangoiz, miembro distinguido del partido conservador, lo que nos muestra que eso de los moches y las comisiones no son algo nuevo en nuestra sufrida patria.

Para terminar, quiero insertar una esquela que apareció publicada a la muerte de Santa Anna en el periódico oposicionista El Ahuizote, el viernes 23 de junio de 1876. Dice así:

El Sr. General de División D. Antonio López de Santa-Anna. Ayer, a las ocho de la mañana, un modesto cortejo fúnebre, compuesto de los amigos íntimos de este general, conducían sus despojos mortales al panteón de la Villa de Guadalupe.
Ante la tumba acalla el grito destemplado de las pasiones. Si cuando el general Santa-Anna rigió los destinos de México, cometió algunos errores, fueron estos más bien hijos de la época en que gobernaba; en cambio este hombre, joven aún, tomó parte, y muy activa, en la independencia de la patria.
En Veracruz acabó con los restos de los españoles. Fue después el fundador de la República. En Tampico venció a las huestes de Barradas, ahogando el último esfuerzo que se hacía en contra de la independencia. En 1836 derramó su sangre en las playas de Veracruz, defendiendo al país en contra de los franceses.
En la Angostura humilló el orgullo de los americanos, y en las batallas del Valle de México peleó también contra el ejército invasor.
La nación debió a este general importantes servicios. Su nombre está escrito en la epopeya de nuestros héroes.
¿Gobernó mal a la nación? Siquiera tuvo la franqueza de gobernar según su capricho: era un dictador. Lerdo (se refiere al entonces presidente Sebastián Lerdo de Tejada) tiene una Constitución liberal, a la que debía sujetarse, y no gobierna mejor que el general Santa-Anna, ni tampoco la patria le debe ni un suspiro.
Aquel hombre que ha muerto ya, bajó a la tumba sin pompa ni ostentación. Acabó sus días en la miseria.
Respetemos la memoria del proclamador de la República, del héroe de la independencia. Perdonemos los errores del gobernante, y pidamos a Dios el descanso del hijo de México que contra tres naciones defendió la independencia nacional.
La Redacción.

Espero que esta esquela, publicada por un periódico que se preciaba de ser jacobino en extremo, nos sirva como lección y permita al general Santa Anna recuperar el lugar que merece en nuestra historia: el de un hombre como todos, con virtudes y defectos, al que jamás se le podrá acusar seriamente de traidor y vende patrias, aunque sí de inconsecuente, de mal gobernante, de ambicioso y de conspirador consumado, en pocas palabras, de ser un hombre del México de su tiempo.


lunes, 25 de mayo de 2015

LOS EFÍMEROS PRESIDENTES DE MÉXICO

Ya en otra entrada mencioné que el historiador mexicano José Fuentes Mares había dicho en una ocasión que uno de los grandes misterios de la historia era la forma en que México sobrevivió al siglo XIX, pues con tantos problemas nadie daba un peso por él. Y esto se viene a corroborar con la entrada de hoy.

Si algo caracterizó al México decimonónico independiente fueron los problemas políticos, tanto internos como externos, que padeció durante toda la centuria. Dos imperios, dos repúblicas federales, una república central, una dictadura, constantes rebeliones y golpes de estado, dos invasiones francesas, una española, una estadounidense, la separación definitiva de Centroamérica y Texas, la separación temporal de Yucatán y Tabasco, la pérdida de California, Arizona y Nuevo México en una guerra, la venta del terrirtorio de La Mesilla, además de una grave crisis económica, pobreza extrema, falta de industria, derrumbe de la minería, agricultura de subsistencia, caminos inseguros,  y no pongo más por no cansarlos.

Pero lo que demuestra más a las claras la inestabilidad política que padecimos en aquellos años es la revisión de la lista de los presidentes que tuvimos. Demos una ojeada a ésta, pero aclarando que tan sólo me refiero al período comprendido entre el 27 de septiembre de 1821 al 31 de diciembre de 1900. Porque si nos vamos al siglo XX, aunque la situación no va a ser tan inestable (a pesar de la Revolución Mexicana), vamos a encontrar al presidente que ostenta el récord de menos tiempo en el poder, Pedro Lascuráin, aunque aun no hay acuerdo acerca de si duró 45 o 50 minutos.

Los presidentes que más tiempo estuvieron en el poder de forma continua son Porfirio Díaz con 16 años y 1 mes (recuerden que sólo cuento hasta el año de 1900) y Benito Juárez con 14 años 5 meses y 29 días, aunque este último compitiendo por el poder con 6 presidentes conservadores, una Junta Suprema de Gobierno y un emperador.

Éste duró 19 años...

El que más años acumuló en total fue Porfirio Díaz, con un total de 19 años 10 meses y 21 días en tres periodos.

Los que menos duraron en el cargo de forma continua fueron, de menos a más, José Ignacio Pavón con 2 días, José María Bocanegra con 5, Nicolás Bravo con 7 días, el Segundo Triunvirato integrado por Lucas Alamán, Luis Quintanar y Pedro Vélez con 8 días, José Joaquín de Herrera y Nicolás Bravo con 9 días, José Mariano Salas y Antonio López de Santa Anna con 12, Valentín Gómez Farías con 15, Antonio López de Santa Anna con 17, Francisco Javier Echeverría y Antonio López de Santa Anna con 18, Rómulo Díaz de la Vega con 22, Martín Carrera con 28 y Manuel Robles Pezuela con 29. En otras palabras, 15 gobiernos acumularon un total de 211 días.

José Ignacio Pavón.PNG
...y éste sólo duró dos días

Los presidentes que más veces repitieron en el poder, de forma continua o no, fueron Antonio López de Santa Anna con 11 ocasiones (5 años 10 meses y 8 días en total), Porfirio Díaz en 6 ocasiones (19 años 10 meses y 21 días en total), Benito Juárez en 5 ocasiones de las cuales sólo 3 por elección popular (14 años 5 meses y 29 días en total), Valentín Gómez Farías en 5 ocasiones (1 año y 27 días en total), Anastasio Bustamante con 3 ocasiones (6 años 8 meses y 17 días en total), Nicolás Bravo con 3 ocasiones (4 meses y 22 días en total), José Joaquín de Herrera en 3 ocasiones (2 años 8 meses y 13 días en total), Sebastián Lerdo de Tejada en 3 ocasiones (4 años 4 meses y 1 día en total), Valentín Canalizo con 2 ocasiones (9 meses y 15 días en total), José Mariano Salas en 2 ocasiones (5 meses en total), Pedro María Anaya con 2 ocasiones (3 meses y 13 días en total), José Manuel de la Peña y Peña con 2 ocasiones (6 meses y 13 días en total), Ignacio Comonfort en 2 ocasiones (2 años 1 mes y 20 días en total), Félix Zuloaga con 2 ocasiones (2 años 2 meses y 27 días en total) y Miguel Miramón con 2 ocasiones (1 año 10 meses y 20 días en total).

Los presidentes que estuvieron tan sólo en una ocasión fueron Guadalupe Victoria con 4 años 5 meses y 22 días; Vicente Guerrero con 8 meses y 17 días; José María Bocanegra con 5 días; Melchor Múzquiz con 4 meses y 10 días; Manuel Gómez Pedraza con 3 meses y 8 días; Miguel Barragán con 1 año y 1 mes; José Justo Corro con 1 año 1 mes y 23 días; Francisco Javier Echeverría con 18 días; Mariano Paredes con 6 meses y 24 días; Mariano Arista con 1 año 11 meses y 22 días; Juan B. Ceballos con 1 mes; Manuel María Lombardini con 2 meses y 13 días; Martín Carrera con 28 días; Rómulo Díaz de la Vega con 22 días; Juan N. Álvarez con 2 meses y 7 días; Manuel Robles Pezuela con 29 días; José Ignacio Pavón con 2 días; Juan N. Almonte con 1 año 1 mes y 27 días; José María Iglesias con 4 meses y 15 días; Juan N. Méndez con 2 meses y 11 días; Manuel González con 4 años.

Éste fue 11 veces presidente

Tuvimos dos emperadores, Agustín I de Iturbide duró en el cargo 10 meses y Maximiliano I de Habsburgo 3 años y 7 días. Dos regencias, la primera duró 5 meses y 14 días y la segunda 1 mes y 7 días. Dos triunviratos, el primero duró 1 año 6 meses y 10 días y el segundo 8 días. Y una Junta Suprema de Gobierno que duró 11 meses y 26 días.

El año más caótico fue 1833, cuando el poder presidencial cambió en 8 ocasiones de manos, aunque sólo entre 3 personas. Le sigue 1847 con 6 cambios en el poder entre 4 personas. La década con más cambios fue la de 1840, con 21 presidentes, seguida por la de 1830 con 17 presidentes.

México tuvo en total 34 presidentes entre 1824 y 1900, que se alternaron en la silla presidencial en 69 ocasiones, la mayor parte de ellas de forma discontinua. El primer presidente, Guadalupe Victoria, logró terminar su período pero tuvo que entregarle el poder al líder de una revuelta y no al que había sido electo (aunque la elección, al parecer, tampoco había sido muy limpia). La primera transición pacífica del poder se dio entre José Joaquín de Herrera y Mariano Arista en 1851. La mayor parte de los presidentes lo fueron con el título de interino o provisional, pues llegaban al poder mediante golpes de estado. Y eso que los primeros 21 años del siglo XIX estuvimos bajo dominio español.

Este fue el primero en entregar pacíficamente el poder

Y si esto sucedía a nivel nacional imagínense lo que ocurría en los estados. Los gobernadores iban y venían como quien sale al mandado, los estados frecuentemente caían en manos de caciques civiles y militares que cuando no ocupaban la gubernatura la dejaban en manos de sus familiares o amigos y actuaban como los auténticos dueños del estado. Algunos fueron tan fuertes como para desafiar al gobierno nacional. Uno de ellos, Santiago Vidaurri, decidió por sus pistolas anexar Coahuila y Tamaulipas a su estado natal, Nuevo León. Otros declararon a sus estados como neutrales durante la guerra contra los Estados Unidos en 1846-1848. ¿Algo más?

Espero no haberlos aburrido con esta breve radiografía política del siglo XIX. Los datos son duros y terribles. ¿Cómo iba a prosperar México con una situación así? Desgraciadamente eso fue lo que permitió en última instancia que Porfirio Díaz pudiera perpetuarse en el poder. Al acabar con los constantes cambios de gobierno y brindarle estabilidad política al país, aunque no fuera de la forma más democrática, se granjeó el apoyo de las clases altas y de la emergente clase media del país, al menos hasta 1900. Los pobres, por desgracia, estaban más ocupadas pensando en cómo sobrevivir como para estar informados de los vaivenes políticos de la nación.