domingo, 22 de marzo de 2015

ANÍBAL BARCA, EL HOMBRE QUE PUSO A ROMA DE RODILLAS (1a PARTE)

Han-Baal o Aníbal, era de la familia de los Barcas, que quiere decir relámpago. En la antigua excolonia fenicia de Cartago (actual Túnez), la familia de los Barcas, aunque de la más rancia nobleza, tenía su apoyo en el partido popular y había conseguido de la asamblea, que era aristocrática, el raro derecho de que el ejército, o mejor dicho, los nobles que en él figuraban como oficiales, pudieran elegir a su general. De ésta manera, el ejército se mantenía independiente de las veleidades de opinión de la asamblea de Cartago, y aún del populacho, que bien pudiera, en momentos de pánico, exigir cambios imprudentes en la dirección de las huestes y hasta proponer un nuevo general.

Aníbal nació en el año 247 a.C., pocos meses después de la batalla naval de las islas Egatas, en donde su padre Amílcar Barca sufriera una terrible derrota a manos del cónsul romano Cátulo y que prácticamente puso fin a la Primera Guerra Púnica (264-241 a.C.). Se dice que cuando nació, Amílcar exclamó emocionado: "¡Hijo mío, haré de ti un gran guerrero...! ¡Tú guiarás nuestros ejércitos y harás que las águilas romanas muerdan el polvo que levanten los pies de nuestros leones...!".

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Aníbal Barca

Los Barca no fueron nunca mercaderes, de los que constituían la oligarquía rectora del país. Militares desde varias generaciones atrás, intervinieron en las distintas campañas para establecer colonias cartaginesas a todo lo largo del Mediterráneo y supieron convivir con las gentes de todos los pueblos entonces conocidos en esa región.

Aníbal tuvo tres hermanos: Asdrúbal, Magón e Himilice (casada después con otro Asdrúbal). Creció adiestrándose desde su más tierna infancia en todas las artes bélicas. Sabía obedecer y mandar, conquistar la voluntad de los soldados y la de los capitanes, formar un plan y ejecutarlo. Era, además, hombre versado en cuanto se sabía entonces de táctica y estrategia; el primero entre los peones, el primero entre los jinetes; igual a los demás en las marchas y en el campamento, pero distinto en la pelea por las armas y por el caballo; infatigable, el primero en el ataque y el último en la retirada; sin piedad, sin fe, sin respeto alguno a los juramentos y a lo que los hombres reputan de santo. Delante del peligro, Aníbal demostraba el más grande arrojo, y para vencerlo, la mayor prudencia. Ni su cuerpo ni su espíritu parecían resentirse de las fatigas; resistía, sin apariencias de molestia, el calor y el frío. Comía y bebía sólo para sostener el cuerpo. Podía dormir o estar despierto a todas horas; descansaba cuando tenía un momento libre, pero sin necesidad de lecho ni de quietud a su alrededor. Sus soldados le veían a menudo dormir en el suelo envuelto en su capote, cerca de los centinelas y en los puestos avanzados. No llevaba vestido especial; sólo se le distinguía por sus hermosos caballos y sus armas excelentes. Era el primer jinete del ejército y también el mejor infante.

Moneda con la efigie de Amílcar, el padre de Aníbal

Recibió una educación perfecta. Perfecta para su época, se entiende. En efecto, sabía historia, lenguas (griego y latín) y por los relatos de su padre se había hecho una idea bastante clara de Roma, de su fuerza y sus flaquezas. Pero Aníbal se sentía inconteniblemente atraído por las armas, y solía pasar el día entre los guerreros, escuchando sus relatos y acosándoles a preguntas. Con secreto orgullo, Amílcar contemplaba como su hijo manejaba las armas y montaba a caballo.

De vez en cuando, el general le reunía en su tienda, junto a sus otros dos hermanos, Asdrúbal y Magón, y su hermana Himilice, para hablarles de Cartago, a la que debían salvar, vengando al mismo tiempo la derrota frente a los romanos. Todo esto se acumulaba en la mente de Aníbal, templado ya para la guerra, encendiéndole de ardor combativo. 

Por otra parte, la educación que recibía de su enérgico padre iba forjando en él un carácter noble y entero, así como una gran capacidad para el sacrificio.

Ruinas de Cartago

Los historiadores romanos, incluyendo a Tito Livio, cuentan que Aníbal tenía una excesiva confianza en su propia capacidad de improvisación. Dicen de él que era avaro, cruel y falto de escrúpulos. Lo que sí es cierto es que las trampas que tendió a los romanos fueron muchas y diabólicas. También era verdad que sus soldados le adoraban y confiaban ciegamente en él. No tenía necesidad de ostentar mando para afirmar su prestigio. Y además de gran maestro de la estrategia militar, se mostró campeón del espionaje y excelente diplomático.

Algo más tarde, el Senado cartaginés, asustado por la creciente popularidad de Amílcar, le confió el mando supremo de sus ejércitos y poco después Amílcar se hizo a la mar con el grueso de la flota rumbo a la ciudad de Gades (Cádiz), en la Península Ibérica.

Llevaba también consigo a sus "leoncillos", como llamaba a su yerno Asdrúbal (casado con su hija Himilice) y a sus tres hijos: Aníbal, Asdrúbal y Magón. En la lejana Iberia no existía más colonia cartaginesa que Gades. Era un país rico en metales preciosos y en grano.

La primera visita que hizo Amílcar Barca cuando llegó a Gades fue al templo de Melkart, y allí, ante el altar de Baal-Haman, Aníbal juró odio eterno a los romanos.

Durante el primer mes las tropas de Amílcar Barca no encontraron gran resistencia. Su avance fue casi un paseo triunfal. En pocos meses redujo a la obediencia a las poblaciones ibéricas que se habían rebelado y se puso a reclutar indígenas para formar un verdadero ejército. La madre patria, Cartago, no se molestó lo más mínimo para ayudarle; pero Amílcar Barca lo hizo todo solo. Incluso excavó minas, extrajo el hierro, lo labró para fabricar armas y monopolizó el comercio para obtener recursos. El avance de las tropas cartaginesas, entretanto, proseguía victorioso.

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Guerrero celtíbero

Hasta entonces la oposición de los íberos a los invasores cartagineses era más o menos esporádica. Pero llegó un momento en que aquella se hizo general y enérgica, y alcanzó su punto culminante cuando dos jefes celtíberos, llamados Istolacio e Indortes, decidieron entablar una lucha a muerte contra los invasores. A ellos se unió poco después otro importante jefe celtíbero llamado Orisón.

El ejército cartaginés se puso en marcha. Al frente iba Amílcar Barca, con su yerno Asdrúbal como segundo jefe y Aníbal al mando de la caballería númida. Alcanzaron a los celtíberos, les presentaron batalla y los derrotaron. Istolacio murió en la lucha e Indortes cayó prisionero y fue crucificado. Orisón se había refugiado en la ciudad de Hélice (Elche) y allá se dirigió Amílcar. Cuando iban llegando a la ciudad, inesperadamente, una masa arrolladora de fuego avanzó hacia ellos, tomándolos por sorpresa. El astuto Orisón había lanzado sobre ellos gran número de toros, que llevaban sobre las astas haces de leña ardiendo y que causaron gran confusión en el ejército cartaginés. En el momento de mayor desconcierto, Orisón se puso a la cabeza de sus hombres y se lanzó a la lucha, derrotando completamente a los cartagineses. El mismo Amílcar Barca cayó mortalmente herido. 

Al expirar, Amílcar recomendó como su sucesor a su yerno, el hábil y sagaz Asdrúbal "el Hermoso". Este nombró a Aníbal su lugarteniente. Cuando llegó el impresionante momento del entierro de Amílcar Barca, su hijo Aníbal desenvainó la espada y, alzándola en lo alto, declaró con voz solemne: "¡Padre, contigo perecen tus viejas aspiraciones de destruir a Roma...!" Hizo una breve pausa y ante el silencio de todos los presentes, agregó: "¡Pero quedo yo para continuarlas...! ¡Seré fiel a la promesa que hice en el templo de Melkart y que renuevo ahora ante tu cadáver...!".

Asdrúbal tomó por asalto la ciudad de Hélice y cerca de ella mandó edificar una nueva ciudad: Cartago Nova (Cartagena). Los romanos, asustados por el repentino expansionismo de Cartago, decidieron detenerlo y enviaron para ello unos embajadores con Asdrúbal. Éste conferenció con ellos y llegaron a un acuerdo: todo el sur de España, hasta el río Ebro, sería declarado provincia cartaginesa, a cambio, los cartagineses se comprometían a respetar a los aliados de Roma. Ya no había nada que los detuviera y Asdrúbal marchó a someter a los celtíberos de la meseta. Pero a poco de iniciada la campaña, éste murió asesinado por un celtíbero, vengador del régulo Tago, a quien el jefe cartaginés había hecho crucificar. 

Aníbal convocó al ejército para que, de acuerdo con la tradición, eligieran un nuevo general. Las tropas lo aclamaron a él y lo proclamaron su jefe. Se dice que mientras los soldados gritaban y aplaudían, Aníbal gritó con voz potente: "¡Destruiré Roma...!". Tenía 26 años. 

(Continuará)



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