sábado, 28 de marzo de 2015

HENRY GUNTHER: ¿ESTUPIDEZ O MALA SUERTE?

Quien más quien menos, todos creemos en la mala suerte. En México se dice, inclusive, que hay quien nace con estrella y quien nace estrellado. En algún momento de nuestra vida cualquiera de nosotros ha pronunciado esa famosa frase: "¡Qué mala suerte!", para referirnos a cualquier cosa que nos haya salido mal. Si bien es cierto que en el 99% de los casos eso se debe a que hicimos algo mal y no a la suerte, siempre tendemos a echarle a ésta la culpa. Es parte de nuestro ego humano. Si algo sale mal, no es culpa nuestra, es culpa de la mala suerte.

Hoy quiero presentar la historia de un hombre que es un claro ejemplo de lo anterior. Muchos consideran que tuvo mala suerte. Yo, en lo personal, creo que fue un idiota redomado. Su nombre fue Henry Gunther y era soldado del 313° regimiento de infantería del Ejército de los Estados Unidos, conocido como "Baltimore's Own" (pues en él habían muchos soldados procedentes de esa ciudad), destacado en Chaumont-devant-Damvillers, en el frente francés, en las últimas semanas de la Primera Guerra Mundial.

Henry Gunther

Eran los momentos finales de esa terrible guerra (que por sí misma es otro claro ejemplo de la estupidez humana) y los alemanes, si bien todavía no habían sido totalmente derrotados, ya estaban conscientes que jamás podrían ganar la contienda, debido a la notable superioridad industrial de los Aliados, sobre todo a raíz de la entrada de los Estados Unidos a la misma. La economía germana se encontraba ya muy deteriorada y cada vez les era más difícil cubrir las bajas humanas en sus tropas y fabricar las armas necesarias para continuar la lucha.

Ante esta situación, a finales de 1918 se produjeron varios levantamientos revolucionarios en Alemania que provocaron la caída del emperador Guillermo II, quien marchó al exilio en la neutral Holanda. Se proclamó entonces la República (más tarde conocida como República de Weimar) y el nuevo gobierno alemán inició de inmediato conversaciones con los Aliados en busca de lograr la paz. Los alemanes creían que si lo hacían en esos momentos en que sus tropas aun estaban en suelo francés, podrían obtener mejores condiciones de paz que si esperaban a que sus enemigos invadieran su territorio. Por supuesto que no fue así, pero lo que ocurrió con los terribles tratados de paz que pusieron fin a la guerra es otra historia que a lo mejor más adelante les contaré.


El caso es que por fin, el 11 de noviembre de 1918 a las 5.15 am se firmó en un vagón de tren ubicado en el bosque de Compiégne, el tan esperado armisticio. Todavía no era la paz definitiva, pero en él se establecía que los combates en todos los frentes terminarían a las 11 de la mañana de aquel mismo día, es decir, cinco horas y cuarenta y cinco minutos después de la firma.

La noticia se comunicó de inmediato a todos los oficiales que mandaban tropas en el frente, con el fin de que terminaran los enfrentamientos. Si bien la orden era parar a las 11 de la mañana, ¿qué caso tenía ya seguir combatiendo en esas cinco horas previas? Sinceramente ninguno. Pero en todos los ejércitos siempre hay locos sedientos de sangre que no están dispuestos a dejar pasar ninguna oportunidad de escabecharse a un prójimo por el simple placer de hacerlo, y no es mentira decir que en el ejército de los Estados Unidos había muchos que pensaban así. Si tenían hasta las 11 para matar alemanes, pues a darle, que el tiempo es oro.


Y en esas circunstancias, en la población ya mencionada anteriormente, faltando un par de minutos para las 11 de la mañana, el soldado Henry Gunther salió de su trinchera y pegando de gritos se lanzó contra las tropas alemanas que se encontraban en la trinchera de enfrente. Sus compañeros trataron inútilmente de detenerlo y los mismos alemanes, dándose cuenta de lo ridículo de la situación, dispararon al aire para advertir a ese loco que se detuviera. Pero éste, sin hacer caso, continuó su carrera y, para colmo, comenzó a disparar su fusil contra los alemanes (parece ser que no le dio a ninguno, pues en caso contrario, sí estaríamos hablando de mala suerte, pero para el pobre soldado alemán que recibiera las balas sin deberla ni temerla).

Al final, temerosos de que los disparos de este loco alcanzaran a alguno de los suyos, un grupo de alemanes dispararon contra el soldado Gunther, matándolo a las 10.59 de la mañana del 11 de noviembre de 1918, es decir, cuando faltaba un minuto para que oficialmente terminara la guerra. De esa forma, se convirtió en el último soldado muerto en combate de la Primera Guerra Mundial.

Grupos pacifistas protestando en Nueva York durante la Primera Guerra Mundial

Claro que atrás de todo esto también había una historia, pues casi nadie hace algo tan estúpido nada más porque sí. Resulta que el soldado Gunther era hijo de inmigrantes alemanes que habían llegado a los Estados Unidos a finales del siglo XIX. En aquellos momentos de guerra esto podía resultar sospechoso, pues más de uno creería que Gunther y otros miles que estaban en su mismo caso eran espías alemanes. Esto hizo que el buen Henry siempre se esforzara por demostrar su patriotismo y su amor por la bandera de las barras y las estrellas. A mediados de 1918 consiguió su ascenso a sargento, pero al poco tiempo le llegó una carta del Estado Mayor anunciándole su degradación al rango de soldado raso. ¿Qué había ocurrido? Pues que como cientos de miles de soldados de todos los bandos durante la guerra, Gunther escribió a sus familiares en los Estados Unidos quejándose de las malas condiciones en que se vivía en las trincheras. Y tenía toda la razón. Pero no contaba con que su carta pasaría por el servicio de censura del ejército, que no quería que se supiera en el país sobre ese tema para evitar darle fuerza a los movimientos pacifistas. Aunado al hecho de su origen alemán, esa carta le ganó ser regresado a su condición anterior de soldado raso.

Así que Gunther estaba dolido y deseoso de demostrar una vez más que era digno de pertenecer al ejército. Pero habiendo tantas formas de hacerlo, tuvo que buscar la más absurda y estúpida posible. Se quiso hacer el héroe y así le fue. Aunque eso sí, al menos consiguió la inmortalidad al pasar a la historia como el último soldado muerto en esa terrible contienda y se ganó un monumento en Francia, además de recuperar, aunque de forma póstuma, su tan amado rango de sargento.

Monumento en honor a Gunther en Chaumont

Claro que no fue el único que murió en aquellas cinco horas previas al cese de la guerra, pues como dije al principio, muchos comandantes de todos los bandos seguían con ganas de romper cabezas enemigas a pesar de lo inútil de tal acción, así que se calcula que en ese lapso de tiempo murieron 2,500 soldados y 7,500 fueron heridos. Pero ninguno, al menos oficialmente, le quita su puesto al soldado Gunther.

Placa colocada en el memorial de Baltimore

Si de por sí la guerra es algo absurdo y abominable, la Primera Guerra Mundial llevó esas "cualidades" a cotas nunca antes alcanzadas por la estupidez humana. Y para colmo, tan sólo fue el preámbulo a la todavía más irracional Segunda Guerra Mundial.


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