domingo, 29 de marzo de 2015

SI VAN A ROMA, DE NINGUNA MANERA SE LES OCURRA VIAJAR A LIDO

Viajar siempre es excitante. Conocer destinos exóticos, ciudades famosas, culturas diferentes, es algo que no cambio por nada. Sin embargo, las cosas no siempre salen como uno quisiera cuando se encuentra fuera del hogar en alguna tierra lejana.

Por eso, quiero hacerles una recomendación. A menos que sean muy religiosos, de ninguna manera se les ocurra viajar a Roma por Navidad. Si su interés por conocer la Ciudad Eterna se basa en los maravillosos museos que tiene (Roma es en sí un museo al aire libre), en las ruinas del Imperio Romano, o en cualquier cosa que tenga que ver con la cultura, esas son las peores épocas para ir. Y mucho menos se les ocurra pasear por los alrededores, especialmente el 25 de diciembre. Yo sé que es un día de descanso obligatorio en muchos países y está bien que los trabajadores de los museos descansen ese día, pero no conozco otra ciudad que se paralice de esa forma a pesar de ser una de las más turísticas del mundo. Si uno es religioso pues se dedica a visitar iglesias y acudir a la misa, pero si no, está frito.

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Vista de Roma con el monumento a Víctor Manuel II al fondo.

Les cuento lo que nos pasó a nosotros. Llegamos a Roma muy orondos el 23 de diciembre. Todo bien. Pasamos navidad sin problemas. El 24 todo estuvo abierto en horario normal. Cenamos frente a la Fuente de Trevi y nos fuimos a dormir. Perfecto. Al día siguiente, nos levantamos como a las 9 de la mañana, desayunamos con calma y nos enteramos que los museos iban a estar cerrados. Bueno, no hay problema. Decidimos tomar el metro e irnos a visitar el antiguo puerto romano de Ostia, que al ser una zona arqueológica al aire libre, no creímos que tuviéramos algún problema.

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La Fuente de Trevi

Aproximadamente a las 12:50 llegamos a la que creíamos que era la estación más cercana a nuestro destino y sin pensarlo dos veces, nos bajamos del metro y nos dirigimos hacia la salida. Ahí comenzaron los problemas. No fuimos los únicos en hacerlo, pues otro grupo de turistas bajaron con nosotros. Había alemanes, franceses e inclusive algunos italianos. No bien salimos a la calle, un empleado del metro cerró a nuestras espaldas la reja de acceso a la estación. Sorprendidos, volteamos y le preguntamos la razón. En un inglés bastante chapucero mezclado con mucho italiano, nos dijo que por ser día feriado el metro cerraba a la una de la tarde. ¿Qué? Pero si no había ningún aviso, nadie nos había comentado nada.

El metro de Roma

En fin, aventureros como somos, decidimos averiguar la forma más rápida de llegar a Ostia para después regresar a Roma. Resultó que el pueblo en el que descendimos se llamaba Lido y estaba a orillas del mar Mediterráneo. Enfrente de la estación del metro había una terminal de camiones (sin camiones), así que sin pensarlo, nos dirigimos a una pequeña caseta donde había tres hombres platicando. Eran trabajadores de la terminal, y cuando les explicamos que queríamos ir a Ostia, pusieron una cara de fastidio y nos explicaron que para ir a Ostia teníamos que tomar un camión que nos llevaría a otro pueblo como a una hora de camino. Ahí tendríamos que cambiar a otro camión que pasaba por Ostia. El viaje nos llevaría aproximadamente dos horas. Pero además, nos dijeron, sería inútil, pues la zona arqueológica estaba cerrada. Y encima, el primer camión que nos dijeron, iba a tardar en llegar a Lido como media hora.

Platicamos un poco entre nosotros y decidimos regresar a Roma, así que muy orondos volvimos con estos hombres y les preguntamos por el camión que iba a la ciudad. Nos dijeron que iba a salir uno dentro de media hora. Aprovechamos para salir de la terminal, cruzar un parque y llegar a una pequeña iglesia a donde entramos. Después de verla rápidamente nos dirigimos a los baños, que era en realidad nuestro destino. Apenas salimos de éstos, una niña se acercó para decirnos que desalojáramos el recinto porque iban a cerrar. Así que salimos y tras echar una rápida mirada al Mediterráneo (estaba como a tres cuadras de ahí), regresamos a la terminal. En el camino pudimos observar que todo estaba cerrado.Restaurantes, tiendas, hoteles, todo cerrado.

Llegamos a la terminal y nos dispusimos a esperar. En uno de los extremos de ésta había un sitio de taxis con otra pequeña cabina para el operador, y al lado de ésta una especie de teléfono público para llamar al servicio de taxis. En esos momentos, un grupo de personas estaban abordando el único taxi que había. No le dimos ninguna importancia. Seguimos esperando nuestro camión. No llegaba. Preguntamos a una mujer, que resultó ser de Lido, y ésta nos dijo que no sabía lo que pasaba, que normalmente a esa hora había un camión con destino a Roma.

Media hora después, otro taxi arribó al lugar y fue abordado por otras personas. Tampoco le dimos importancia. Craso error. A los pocos minutos, el operador de la caseta cerró y se fue. Ni siquiera nos dimos cuenta. Pasó una hora y no llegaba ningún camión. Los tres hombres de la terminal ya habían desaparecido y tan sólo quedábamos los turistas.

En eso, un joven italiano se acercó a nosotros y nos propuso compartir un taxi hasta Roma, pues él tenía urgencia por llegar pero no le alcanzaba para pagar la tarifa. Le dijimos que sí y nos dispusimos a abordar el siguiente taxi que llegara. ¡Ilusos! Nunca llegó uno. Tratamos de utilizar el teléfono que estaba al lado de la caseta pero no servía.

Ruinas del puerto romano de Ostia.

Los demás turistas miraban con preocupación la terminal vacía. Pasó otra hora. Ya estábamos desesperados, creyendo que tendríamos que dormir en la terminal de camiones de Lido (que además es al aire libre y les recuerdo que estábamos en diciembre y a orillas del mar, para que imaginen el frío que hacía) y además sin cenar, pues ni siquiera un Subway que vimos estaba abierto. En eso vemos pasar un taxi al fondo del parque que estaba enfrente de la terminal. Mentamos madres.

Por fin aparece un camión y se detiene en la terminal. Nos acercamos y el chofer indica que se dirige al aeropuerto Fuimicino de Roma. Todos los presentes nos miramos y decidimos no abordarlo, en parte por que no queríamos ir al aeropuerto (éste está lejos de Roma) y en parte por que aun teníamos la esperanza de que apareciera otro que nos dejara en la capital italiana. Así que el camión del aeropuerto se fue.

Pasó otra hora y nada. A lo lejos vimos pasar otro taxi y volvimos a mentar madres. Así que Judith y yo decidimos ir al otro lado del parque a esperar ahí el taxi, pues al parecer por ahí si paraban, y le dijimos al muchacho italiano que en cuanto llegara el taxi le diríamos al chofer que también lo recogiera a él y ya nos íbamos juntos. Llegamos a una de las esquinas del parque. Las calles de los alrededores se veían totalmente muertas, abandonadas. En algún momento pensamos que veríamos pasar una de esas bolas de raíces secas empujadas por el viento que se ven en todas las películas del Salvaje Oeste. Pero no, lo que vimos fue que otro camión llegó a la terminal y notamos con terror que todos nuestros compañeros de infortunio se subían sin pensarlo dos veces.

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El parque y la iglesia de Lido.

Así que empezamos a correr jurando que ya no lo íbamos a alcanzar. Estábamos como a cien metros del lugar. Cuando cruzábamos la calle que divide el parque de la terminal, el camión se arrancó y con él parecía que se iban nuestras últimas esperanzas de salir con vida de aquel pueblo dejado de la mano del destino. Pero de repente el camión se detuvo y nos dio oportunidad de llegar. Nos subimos con el corazón en la garganta. Yo sospecho que el muchacho italiano con quien íbamos a compartir el taxi le pidió al conductor del camión que nos esperara.

Desde luego, el camión no iba a Roma, sino al aeropuerto. Pero esta vez nadie dudó en abordarlo. Total, con toda seguridad sería más fácil llegar a Roma desde el aeropuerto que desde Lido. En el camino pasamos por enfrente de las ruinas de Ostia, así que al menos pudimos verlas, aunque fuera rápido y de lejitos.

Al llegar al aeropuerto nos encontramos con un caos terrible. Como no estaban funcionando los trenes, la única forma de llegar a Roma era utilizando los pocos camiones que había ahí estacionados. Y la multitud que quería abordar era impresionante, pues acababan de llegar varios vuelos atascados de turistas. Una muchacha argentina que visitaba Roma por primera vez, al escucharnos hablar en español se acercó a nosotros y nos pidió ayuda para poder abordar un camión, pues estaba un poco asustada ante el recibimiento que se le daba.

Yo me acerqué al primer camión y a empujones me abrí pasó hasta llegar lo más cerca posible de la puerta, donde un desesperado chofer lidiaba con la multitud que pretendía comprar sus boletos para abordar. Si éstos costaban 3 euros, la gente ofrecía 5, 6 y hasta 9 con tal de conseguirlos. Así que no fui menos y al final obtuve tres boletos (acuérdense de la argentina) a precio de ganga, tan sólo 7 euros por cada uno. Nos subimos y nos dispusimos a regresar. En el camino platicamos con nuestra protegida de cosas intrascendentes y al llegar a Roma pasadas las siete de la noche (el camión nos dejó cerca del Vaticano) nos despedimos de ella.

Y ahora a buscar comida y algo para regresar al hotel. Tras caminar un poco dimos con un restaurante abierto y sin pensarlo nos metimos. Comimos regular y caro, pero era lo único que había. Nos dirigimos a la parada del camión que nos llevaría al rumbo de nuestro hotel y cuando estábamos al llegar, éste se estaba yendo. Ni modo. A esperar el siguiente. Pero entonces comenzó a llover (aunque no muy fuerte, pero si de esa lluvia pequeña pero molesta). El camión tardó casi una hora en pasar y como la parada se había llenado de gente, nos tocó ir como sardinas. Para esos momentos ya empezábamos a creer en la existencia de la maldición de Lido.

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Maqueta de la Roma antigua.

Al hotel llegamos como a las diez de la noche, mentando madres y con ganas de tirarnos en la cama vestidos como estábamos y dispuestos a dormir así. Lo bueno es que al día siguiente nos desquitamos visitando tres maravillosos museos, el Museo de la Civilización Romana, que cuenta con una espectacular maqueta de la Roma antigua; el museo del Palacio Farnese, con una colección de mosaicos antiguos impresionante; y un pequeño museo que encontramos en el camino y que contaba con excelentes pinturas renacentistas.

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La Plaza de San Pedro.

El 27 de diciembre regresamos a Nueva York. Sin embargo, cada vez que pienso en Lido un escalofrío recorre todo mi cuerpo. Así que ya saben, no vayan a Roma el 25 de diciembre a menos que tengan la intención de quedarse todo el día rezando el rosario en el Vaticano, y si a pesar de mis advertencias lo hacen, por lo que más quieran, jamás, jamás vayan a Lido.


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