Ahora Rusia es el país que se atreve a plantarle cara a los Estados Unidos (y muchos lo apoyan por eso), la de los Juegos Olímpicos de Invierno y el próximo Mundial de Futbol, pero también el país de la homofobia, del nacionalismo exacerbado y de un cierto retorno al autoritarismo zarista y comunista. En fin.
Emblema del mundial de futbol 2018 |
Para viajar a Rusia, lo primero que uno tiene que saber es que hace falta tramitar una visa en la embajada o el consulado más cercano. Esta visa sólo será válida por el tiempo que dure tu viaje, pero para obtenerla, primero debes conseguir una invitación para visitar el país. No te asustes. No es tan difícil como parece. Si conoces a alguien allá (algo poco probable), simplemente le pides que te la envíe a tu email, si no, hablas al hotel en el que piensas quedarte y ellos te facilitarán dicha invitación. Así que vas con ella a las oficinas de la visa, efectúas el pago correspondiente (¿o acaso creíste que era gratis? ¿Aún crees en santa Claus?) y ¡voilá!, ya tienes tu visa. Claro, se me olvidó decirte que también debes de llevar tus boletos de avión para demostrar la duración de tu viaje. Pero no te agobies, que los rusos no son tan quisquillosos como los estadounidenses y es muy difícil que te nieguen la visa. Nosotros la tramitamos en Nueva York y no tuvimos ningún problema.
Así que sin más, hicimos las maletas y nos dirigimos al aeropuerto Kennedy para tomar un avión de Delta (por cierto, muy mala aerolínea). Tras casi diez horas de vuelo directo, llegamos al aeropuerto Sheremétievo de Moscú.
Los rusos tienen un alfabeto distinto al nuestro, llamado alfabeto cirílico (inventado por San Clemente de Ohrid en el siglo X). Pero no te preocupes, no es tan difícil de leer, pues muchas letras son parecidas al nuestro y las demás, pues simplemente por lógica las deduces. Al menos yo no batallé tanto. Además, en muchos lugares los letreros vienen escritos en ruso y en inglés.
Ahora bien, antes de salir del aeropuerto, quiero comentarles algo. Nosotros fuimos a Rusia a principios de marzo, en pleno invierno. Y recuerden que fue el invierno ruso el que derrotó a Napoleón y a Hitler. Ahora sé muy bien por qué. Nuestras maletas iban cargadas con ropa abrigadora, pero por no dejar, habíamos echado unos pantalones de los que se usan para esquiar (aunque yo nunca he esquiado) y, en mi caso, el abrigo y el gorro que en China habían provocado que me confundieran con un ruso. Pues bien, a partir del segundo día, no volví a quitarme dichos pantalones, abrigo y gorro (además de utilizar doble calcetín, botas para nieve, ropa interior térmica, camisas de franela, sweater grueso, bufanda y guantes). No me importó que al final el pantalón se parara sólo, pues como bien decía el genial poeta español Luis de Góngora y Argote: "Ande yo caliente y ríase la gente". Con decirles que por el río Moskova, que atraviesa la capital, pasaban grandes témpanos de hielo flotando. Claro que en San Petersburgo sería peor, pero de eso luego les contaré.
El Kremlin de Moscú del lado del río Moskova |
Del aeropuerto tomamos un tren y llegamos a Moscú en media hora, para tomar una línea del metro que nos dejaba muy cerca de nuestro hotel. El metro de Moscú es la primera atracción turística que uno debe de ver. Construido en época de Stalin (la mayor parte de las estaciones), es un auténtico museo subterráneo, especialmente la línea 5 que, con forma circular, rodea todo el centro de la ciudad. Candiles, azuelejos, pinturas y una arquitectura envidiable hacen las delicias de cualquier amante del arte. Algunas estaciones son sumamente profundas (sólo las de San Petersburgo lo son más), pues se pensaron también como refugios subterráneos en caso de ataque nuclear durante la Guerra Fría. Obviamente se utilizan grandes escaleras eléctricas de las cuáles, si uno está en uno de los extremos, literalmente no ve el final. Son tan largas que si algún día se descomponen, se armaría una nueva revolución, pues el metro de Moscú es el más transitado del mundo y dudo mucho que la gente, con la prisa de llegar al trabajo, se animara a subirlas andando. Pero por otro lado, el metro es excesivamente puntual y rápido, además de que los trenes pasan con mucha frecuencia, todo lo contrario a lo que ocurre con el metro de Nueva York.
Una de las estaciones del Metro de Moscú |
Escaleras eléctricas en el metro de Moscú |
Salimos del metro y, arrastrando las maletas por la nieve, llegamos al Hotel Artel, un pequeño hotel escondido en un callejón que me recordó al de don Gato y su pandilla. El hotel pretendía dar un aire bohemio sesentero, con las paredes de diferentes colores, un ambiente de penumbra y pinturas estilo graffiti por todos lados. Lo seleccionamos desde Nueva York por su cercanía con el Kremlin y la Plaza Roja, pero definitivamente no lo recomiendo. Las paredes parecen ser de papel, pues todo el ruido penetra por ellas y, como recibe a muchos turistas jóvenes europeos, el escándalo es constante y por lo mismo, es difícil conciliar el sueño. En fin.
Catedral de San Basilio |
Una vez que dejamos las maletas, nos dirigimos caminando al Kremlin y la Plaza Roja (aproximadamente unos diez minutos entre la nieve y el hielo). Es un lugar increíble. La Plaza es enorme, flanqueada por las murallas rojas del Kremlin, una serie de edificios decimonónicos que incluyen los famosos almacenes GUM, la hermosísima catedral de San Basilio con sus características cúpulas de cebolla pintadas de mil colores, y el Museo Estatal de Historia Rusa. Además, en ella se encuentra el Mausoleo de Lenin y una estatua ecuestre del mariscal Zhukov, héroe de la Segunda Guerra Mundial, en la entrada a la misma.
Las murallas del Kremlin, el Mausoleo de Lenin y el Museo de Historia Rusa |
Caminar por ella es una delicia, observando los edificios y las murallas del Kremlin, donde se encuentran enterrados Stalin, Yuri Gagarin (el primer hombre en el espacio) y el periodista estadounidense John Reed (si, enterrados dentro de las murallas, aunque no lo creas). Éste último escribió excelentes crónicas sobre la Revolución Mexicana y la Revolución Rusa. Vale la pena leerlas.
Pero creo que ya me extendí mucho, así que otro día les seguiré contando.
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