viernes, 20 de marzo de 2015

LA CURIOSA HISTORIA DE UN ALCALDE, DIOS Y LA NATURALEZA



Desde tiempos inmemoriales, el ser humano comenzó a buscar explicaciones a los fenómenos naturales que no podía entender. Y así, desde luego, nacieron las religiones. Al principio eran muy básicas, respondiendo a las necesidades de los pequeños grupos de cazadores-recolectores que vagaban por el ancho mundo que nos rodea. Pero cuando las sociedades se fueron desarrollando, las religiones le fueron a la par, convirtiéndose en el nexo de comunicación entre los hombres y los dioses. Esta forma de explicar los fenómenos naturales que en nuestra ignorancia no entendemos, a través de seres superiores, ha sido una constante en la historia de la humanidad. Lo hicieron los sumerios, los griegos, los egipcios, los romanos, los mayas... y lo siguen haciendo en la actualidad todo tipo de religiones, sectas y demás agrupaciones similares. De esta forma, los humanos hemos acabado por ver en dios o en los santos a unos ídolos a los cuales implorar misericordia humildemente esperando ser beneficiados por su infinito poderío. Sin embargo, la paciencia y la humillación humana ante el Altísimo tiene un límite, tal y como ocurrió en México en 1833, cuando un alcalde decidió que ya estaba bien de tanto abuso.

Resultado de imagen para procesiones en México
Procesión religiosa

Resulta que en ese año de 1833, cuando México apenas tenía 12 años de ser independiente, las cosas con la naturaleza se pusieron medio feas, especialmente en el sureño estado de Chiapas. Todos sabemos que la naturaleza es caprichosa, y en un país tan vasto como el nuestro, mientras en una región están inundados, en otra no cae una gota de agua ni por equivocación. Y eso precisamente estaba ocurriendo en Chiapas en el año ya mencionado. Ahora conocemos los fenómenos del Niño y de la Niña, pero en aquella época lo natural era considerar aquello como un “castigo divino”. Algo habrían hecho aquellos infelices, o al menos eso les decían los curas, para que dios los castigara con tanta dureza.

Resultado de imagen para palenque
Palenque

Así que lo primero, ante la persistencia de la sequía y la inminente pérdida de las cosechas, fue organizar misas, rogativas y procesiones, paseando a todas las imágenes de santos, cristos y vírgenes disponibles en las iglesias, por las calles de los pueblos. Pero a pesar de poner todo su empeño y mostrar su arrepentimiento por lo que hubieran hecho (que aun no sabían que era, pero por si acaso), y aun después de dar generosos donativos al clero para asegurar su intercesión ante el divino ser, la lluvia no venía. Para colmo de males, se dejó caer una plaga de langostas que comenzó a asolar los ya de por sí secos campos chiapanecos. No cabe duda de que, cuando algo puede empeorar, empeora.

En muchos pueblos continuaron rezando, pero en el pequeño asentamiento rural de Las Castañas, cerca de Palenque, no ocurrió lo mismo. Cansado de ver que dios no respondía (no sabían si estaba dormido o simplemente le importaba un pepino lo que ocurría en el pueblo), el alcalde decidió poner en práctica otro remedio un poco más drástico. Así que ni tardo ni perezoso publicó un singular bando en el pequeño periódico local. En él, el alcalde se puso rudo y ordenó lo siguiente:

“Art. 1. Si en ocho días desde la fecha no llueve abundantemente, nadie irá a misa ni rezará.
“Art. 2. Si la sequía dura ocho días más, serán quemadas las iglesias, conventos y capillas.
“Art. 3. Si tampoco llueve en otros ocho días, serán degollados los clérigos, frailes, monjas, beatas y santurrones.
“Y por el presente se conceden facultades a los vecinos de ésta para cometer toda clase de pecados, para que el Supremo Hacedor entienda con quién tiene que vérselas.” 

Y tal parece que ante tal radicalismo, dios (o más bien la naturaleza) se sintió ofendido, así que decidió darles en abundancia aquello que querían. Antes de que se cumpliera el primer plazo establecido por el decreto, dicen los cronistas del lugar, se desató una tempestad de padre y señor mío y no dejó de llover torrencialmente en varios días, provocando que el pueblo se inundara y las cosechas, al fin, se perdieran. Al parecer, murieron 100 de los 500 habitantes del pueblo. ¿Querían agua?, pues tuvieron agua.

Resultado de imagen para inundaciones en chiapas
Y que se les inunda el pueblo...

En la actualidad, un bando como aquel nos mueve a risa, pero en la atrasada y religiosa sociedad de principios del siglo XIX, fue considerado como una gran ofensa y un inaceptable acto de rebeldía con el ser supremo, así que ante la ira popular, que achacó al alcalde la culpa de las lluvias torrenciales, ahora sí como un “castigo divino” por su osadía de retar a dios, obligó a éste a exiliarse del pueblo, antes de que sus vecinos, azuzados por el cura local lo exiliaran, pero de este mundo.

1 comentario: