martes, 24 de marzo de 2015

CONOCIENDO BEIJING (2a PARTE)

Al salir de la Ciudad Prohibida nos dirigimos hacia la Plaza Tiananmen. Sin embargo, para llegar ahí, hay que cruzar una serie de puertas monumentales, en la última de las cuales se encuentra un enorme cuadro de Mao que da hacia la plaza. Pero de repente nos vimos inmersos dentro de una gran multitud de chinos y turistas (más de los primeros que de los segundos) que se dirigían hacia el mismo lugar. Por un momento nos sentimos como si estuviéramos en medio de una manifestación en el Zócalo del DF e instintivamente comenzamos a gritar: "Es un honor, estar con Obrador".

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Entrada a la Ciudad Prohibida desde Tiananmen

Una vez en Tiananmen, pudimos observar, pese a que ya comenzaba a anochecer y a que una gruesa capa de contaminación cubría el cielo, los edificios que rodean a la plaza. Y es que se me olvidó comentarles que Beijing, debido a la gran cantidad de fábricas que la rodean, es una de las urbes más contaminadas del planeta. Créanme que la ciudad de México, aun en sus peores épocas, es "la región más transparente" comparada con la capital china. Al oriente de la plaza se encuentra el Museo de Historia y al poniente el Gran Palacio del Pueblo, como pomposamente llaman al Congreso. Y como no podía ser menos, también allí se encuentra, imitando el modelo soviético, el mausoleo donde reposan los restos embalsamados de Mao. Todo un monumento al ego de un líder, por cierto, sumamente cuestionado, en especial después de que sus políticas de industrialización masiva en la década de los cincuentas provocaran la muerte por inanición de más de treinta millones de chinos. Nada más.

Decidimos buscar algún lugar donde comer y para ello comenzamos a caminar por los alrededores de la plaza. Transitar por las calles de Beijing (y de Shanghai y todas las ciudades chinas en general) es toda una experiencia. En ellas circulan todo tipo de vehículos, ya sean de motor o de tracción animal. "¿Qué tiene eso de particular?", me dirán con toda razón. Bueno, en primer lugar podemos ver una mezcla impresionante de bicicletas, motocicletas, coches, camiones de pasajeros y de carga e inclusive carretas tiradas por famélicos caballos peleando por pasar primero que todos los demás y compartiendo el mismo carril. En México estamos acostumbrados a ver a los coches echándole lámina a las bicicletas, ¿pero al revés? ¿Se imaginan el valor que requiere ir en una bicicleta y cruzar una intersección sin fijarse en la multitud de coches que vienen en contra de uno? Y es que nadie se frena. De acuerdo con mi cuñado, que vive en Shanghai, el truco consiste en nunca ver a los otros, pues el que voltea, pierde y se tiene que frenar para permitir que pase el otro. Sinceramente, no entiendo muy bien como puede funcionar eso, pero lo cierto es que no vimos un solo accidente. Es difícil imaginar la situación, pero créanme que en la ciudad de México manejamos de manera muy civilizada comparado con los chinos.



Tomamos una especie de bicitaxi con motor y nos dirigimos a un pequeño restaurante que nos habían recomendado en el hotel.  Sin embargo, nos pareció demasiado turístico y decidimos buscar algo más auténtico. Al final, comimos en una especia de fondita sin más turistas que nosotros y donde el menú estaba, por supuesto, en chino, pero con algunas fotografías de los platillos que nos servían para medio orientarnos. Y comimos muy bien. Ya habíamos hecho lo mismo el día anterior cuando salimos del Templo del Cielo y puedo decirles que la experiencia es muy gratificante. Sinceramente no recuerdo que comimos en ambas ocasiones, pero sí que lo disfrutamos mucho. Si son valientes para comer, les recomiendo que hagan lo mismo. Y desde luego, si presumen de conocer la comida china por que la han probado en el barrio chino de la ciudad de México, siento decirles que no tienen la más remota idea sobre la gastronomía china. Ya verán cuando lo prueben.

Al día siguiente decidimos visitar la Gran Muralla China. Desgraciadamente, la forma más cómoda de llegar es tomando un tour que se puede contratar en su hotel. Y digo desgraciadamente porque los tours te limitan mucho en tus ansias exploradoras. Pero era eso o eso, así que, tras pensarlo un poco, nos decidimos por eso. El tour era todo un reclamo turístico: la Gran Muralla, una fábrica de jade en un pequeño pueblo cerca de Beijing y, a escoger, los estadios olímpicos, pues estábamos a unos pocos meses de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Beijing 2008, o el complejo de tumbas de los emperadores de la dinastía Ming. Por supuesto, escogimos esto último, a pesar de la mirada reprobatoria del promotor turístico. Ya podríamos ver los estadios olímpicos durante la transmisión por televisión de las Olimpiadas.

El autobús que nos llevó, junto con unos pocos turistas más, hacia la Gran Muralla, salió a las siete de la mañana del hotel. Una hora después, ya estábamos en el lugar. Con todo y que nos llevaron a una sección de la muralla que está acondicionada para el turismo, nos quedamos sin habla. La vista es espectacular y la sensación de caminar por ella es indescriptible. Lo bueno fue que, en vez de ponernos un pesado guía que nos fuera contando historias para turistas y nos fuera diciendo por donde sí podíamos caminar y por donde no, simplemente nos dijeron: "tienen 3 horas para caminar y nos vemos aquí a las 11 de la mañana". Así que a darle.

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La muralla, como bien sabrán, es enorme. Y en realidad, no es una sola muralla, pues algunos tramos son independientes de los otros. Su construcción comenzó en el siglo V a.C., cuando los reyes de los reinos de Qi, Wei, Yan y Zhao comenzaron a levantar tramos de murallas para defenderse de sus vecinos (es decir, de ellos mismos). Posteriormente, en el siglo III a.C., cuando el Qin Shi Huang, el primer emperador de China, unificó al país, mandó derribar estas murallas dejando tan sólo las que se encontraban al norte, las cuales amplió y mejoró para defender al país de invasiones de las tribus nómadas.

Con el tiempo, la muralla tuvo sus épocas de esplendor y sus épocas de abandono, pues en realidad no siempre pudo detener las invasiones extranjeras, no tanto por su poca efectividad defensiva, sino más bien porque nunca faltó el oficial sobornado que les franqueara las puertas. La última restauración con fines defensivos se llevó a cabo en el siglo XVI, bajo la dinastía Ming, pero una vez más, la traición abrió sus puertas a una última invasión de pueblos del norte, cuando los manchúes conquistaron china en el siglo XVII.

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Nosotros caminamos por un buen tramo de la muralla, penetramos a varios de los torreones defensivos y fuertes que se encuentran cada 500 metros aproximadamente. Lo único malo es que, al encontrarse construida en una zona montañosa (al menos en esa parte), en algunos tramos la subida era realmente infame. Para colmo, por supuesto que llegamos tarde al camión. Ya estaban todos esperándonos y el guía, con cara de pocos amigos, nos apresuró a retomar nuestros asientos.

Pero bueno, dejamos atrás la muralla y nos dirigimos hacia el complejo de tumbas Ming, que a pesar de ser muy interesante, no pudimos disfrutarlo como hubiéramos querido porque una buena parte, la más hermosa, se encontraba en restauración. Además, aquí el guía si hizo de las suyas y no nos dejó ni un momento libres. Después nos llevaron a comer a un restaurante de carretera lleno de turistas. No comimos mal, pero hubiéramos preferido algo más autóctono. Por cierto, una costumbre china cuando se come en una gran mesa junto con otras personas, es poner todos los platos al centro e ir tomando un poco de cada uno. Así que en esas ocasiones, olvídense de pedir un plato para ustedes solos, pues es de muy mala educación.

Nos subieron de nuevo al camión y media hora más tarde nos anunciaron que estábamos llegando a la fábrica de jade incluida en el paseo. En el estacionamiento había más camiones de turistas aparcados, lo que disminuyó nuestro interés por el lugar. Pero al bajar del nuestro, Judith y yo observamos que cerca había un pequeño mercado, así que sin pensarlo dos veces le preguntamos al guía cuánto tiempo duraba la visita, y una vez que nos dijo, le anunciamos que nosotros no entrábamos sino que preferíamos caminar por el pequeño pueblo. Nos echó una mirada entre extrañada y reprobatoria, pero al final, levantó los hombros y se metió a la fábrica con los demás miembros de nuestro grupo. Creo que empezábamos a caerle mal.

Así que nos encaminamos al mercado. nada más entrar, fuimos objeto de las curiosas miradas de los vendedores y clientes chinos que lo abarrotaban, pues seguramente eran pocos los turistas que entraban ahí en lugar de la fábrica. Fue una visita muy interesante. En algunos momentos, nos sentíamos como Gulliver en el país de los gigantes, pues veíamos en algunos puestos algunas frutas y verduras de tamaño descomunal. Algunas las conocíamos, otras jamás las habíamos visto. Y ahí si que nada estaba escrito en inglés, así que ni forma de saber de que se trataba. Ya saben que los chinos comen de todo, así que podrán imaginarse las cosas que vimos, algunas agradables y otras no tanto (o más bien nada). Fue una buena experiencia, y definitivamente mejor que entrar a una fábrica para turistas.

Mercado chino

Al final del día, nos llevaron a una casa de té donde nos dieron una pequeña explicación de la forma en que éste se elabora, nos dieron una pequeña muestra de te de jazmín y nos llevaron a darnos un masaje de pies que, tras la larga caminata por la muralla, resultó muy gratificante.

Y por hoy es todo. Otro día les seguiré platicando sobre Beijing.


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