jueves, 26 de marzo de 2015

ANÍBAL BARCA, EL HOMBRE QUE PUSO A ROMA DE RODILLAS (2a PARTE)



El ejército que ahora mandaba Aníbal se componía de una enorme variedad de pueblos: la infantería de línea, compuesta por libios gigantescos, de músculos de ébano, armados de lanzas; junto a ellos formaban los inquietos celtíberos, de blancas túnicas ribeteadas de rojo, con sus cortas y afiladas espadas; luego venían los arqueros, reclutados en todos los rincones del mundo mediterráneo; las fuerzas ligeras las formaban los peltastas griegos, de recortada sotabarba, con su peto de lana y su acerado venablo; a su lado estaban los honderos baleares, de largas greñas, que en los combates bebían la sangre de los heridos, y cuyos proyectiles de barro cocido eran capaces de romper incluso los escudos de marfil; los galos de la caballería pesada con el torso desnudo y peinados en dos trenzas sus rojizos cabellos, que hacían temblar la tierra con sus enormes caballos y sus gigantescas espadas; la caballería ligera, estaba integrada por númidas que vestían una piel de león, e iban aferrados a las crines de sus monturas; figuraban también los íberos, que empleaban bridas de esparto. Cerca de tan vistoso ejército, se veían las máquinas de guerra, catapultas y arietes. También llamaban la atención los numerosos elefantes con sus torres de marfil, que albergaban a los arqueros. Se podía ver, además, a la "hueste sagrada", con lujosas armaduras y cargados de joyas. Era la única fuerza compuesta exclusivamente por cartagineses y era en la que el general tenía menos confianza.





Aníbal nombró como sus lugartenientes a sus hermanos Asdrúbal y Magón, así como a Giscón, Himilcón y Maharbal. Este último, era el nuevo jefe de la caballería. Como su consejero, nombró a Sileno, un filósofo griego. Para estas fechas, se había casado con una princesa celtíbera llamada Imilce.

Los cartagineses salieron de Cartago Nova y se dirigieron a conquistar la ciudad de Elmántica (Salamanca). Tras el primer ataque, sus habitantes negociaron con Aníbal y este les dijo que tendrían que abandonar la ciudad. Como tenían que salir desarmados, les dieron sus armas a las mujeres para que las escondieran, y una vez que salieron de la ciudad, tomando por sorpresa a los cartagineses, se lanzaron a la lucha para poder volver a ella. Aníbal paró el combate y reconociendo su valentía, les permitió regresar a sus casas. Poco después de esa batalla, Imilce le dio un hijo, al que le pusieron por nombre Haspar.


Maqueta de la Roma antigua. Museo de la Civilización Romana


Conocedor de su poder, deseaba entrar en guerra con Roma y para ello decidió atacar la ciudad de Sagunto, colonia griega aliada de la urbe italiana, situada al sur del Ebro, y por lo tanto, en territorio cartaginés, de acuerdo con el tratado firmado por su padre con los romanos. Esta ciudad, fundada por los griegos de Jacinto y por los italianos de Ardea, era odiosa a los celtíberos, por lo cual éstos ayudaron con todas sus fuerzas a Aníbal cuando la asedió, violando todos los tratados. Los saguntinos le ofrecieron una heroica resistencia, hasta que viéndose perdidos, se arrojaron a las llamas, tal y como harían tiempo después los habitantes de Numancia. Aníbal le había puesto sitio con 150,000 hombres y éste había durado ocho meses.

Roma, que hasta el momento había permanecido indecisa con respecto a si debía enviarle ayuda o no a Sagunto (inclusive uno de los senadores más antiguos dijo que: "Los saguntinos tendrán que conformarse con saber que tarde o temprano ¡les vengaremos!...), al enterarse de su caída, decidió enviar unos embajadores a Aníbal, pero éste ni siquiera los recibió. Entonces éstos se dirigieron a Cartago, pidiendo a la asamblea que depusiera a su general. El senado cartaginés respondió que no podía hacerlo; pero Quinto Fabio, el jefe de la embajada, alzando el extremo de la toga se adelantó diciendo: "Aquí les traigo la paz o la guerra, escojan". Los cartagineses respondieron unánimemente: "Escoge tú mismo", y él, entonces, soltando el extremo de la toga, exclamó: "¡La guerra!".



Ruinas de Sagunto

Así estalló la guerra que Tito Livio llama "máxime memorabile omnium" y que la posteridad recuerda todavía como una de las más impresionantes, después de tantas como han ensangrentado al mundo. No tenía ya Roma que habérselas con los ladrones de la Istria o de la Iliria, ni con los galos, feroces pero indisciplinados, sino con una nación que hacía 23 años que era victoriosa en España, que estaba orgullosa por haber vencido anteriormente a ciudades belicosísimas y que tenía un ejército aguerrido y un gran general. Se trataba de una guerra de pasión, por lo cual se echaba mano de las intrigas aún más que de la fuerza, siendo muy variada la fortuna y peligrosa la victoria. Sin embargo, es preciso aclarar que en esos momentos (s. III a.C.), Roma aun no era la gran potencia que llegaría a ser. Si bien ya dominaba buena parte de lo que ahora es Italia y durante la Primera Guerra Púnica se había apoderado de algunas islas del Mediterráneo, su dominio real no iba más allá. De hecho, su victoria final en la guerra que recién comenzaba, sería el detonante de su prodigiosa expansión. Así, sin quererlo, Aníbal propició con sus acciones el nacimiento de lo que, siglos después, sería el grandioso imperio romano.

El general cartaginés concibió un plan muy osado: no quiso esperar en Iberia a las legiones romanas y se propuso llevar la guerra a Italia, al frente de Roma, esperando hallar contra ella los odios que años atrás Régulo había hallado en África contra Cartago. Pero, ¿qué camino podía tomar? Ya no dominaban en el Mediterráneo las flotas de su país, y una derrota naval habría desbaratado al instante sus proyectos. Resolvió pues, abrirse paso por tierra: envió emisarios a las dos Galias cargados de dinero para comprar la neutralidad o la alianza de los pueblos, y en efecto, tuvo seguro el paso hasta el Ródano, y allende los Alpes, los galos de la Cisalpina prometieron levantarse en masa en cuanto él se presentara.


Aníbal cruzando los Alpes

Roma, por su parte, solicitó amistad de los pueblos de Iberia, pero éstos le respondieron que la buscase entre gentes a quienes el ejemplo de Sagunto no hubiera enseñado la eficacia con que protegían a sus aliados. Se dirigió entonces a los galos, rogándoles que no le dieran paso a los cartagineses; pero éstos se reunieron armados para deliberar y respondieron riéndose que ni Cartago había merecido mal de ellos ni Roma bien, y que sólo sabían que ésta había tratado de expulsar de Italia a sus hermanos.

Aníbal partió hacia los Pirineos con un ejército de 100,000 hombres, dejando en Iberia a sus hermanos Asdrúbal y Magón con 16,000 soldados para detener a un poderoso ejército romano al mando de los hermanos Cneo y Publio Escipión, a quienes Roma había enviado para combatir a los cartagineses para impedir que llegaran a la Galia.




Con respecto al número de soldados que Aníbal pasó a las Galias, las cifras varían según los historiadores: unos dicen que de los 100,000 hombres, al llegar a los Pirineos 40,000 celtíberos decidieron no seguir adelante. Otros dicen que fueron 10,000 los que desertaron. Aníbal hizo correr la voz de que se le había aparecido en sueños el dios patrio, en el santuario de Gades, anunciándole la victoria y mostrándole el camino por medio de las sinuosidades de una serpiente. Estas cosas las decía para el vulgo y entretanto enviaba emisarios a los bayos y los insubros, excitándoles contra aquella Roma que se preparaba para sujetarlos con las dos colonias de Plasencia y Cremona. Al llegar a las cimas de los Pirineos, calmó la inquietud de los galos que habitaban la pendiente septentrional, haciendo un tratado memorable por su singularidad, pues en él se estipulaba que cualquier querella de los cartagineses con los indígenas sería juzgada por las mujeres galas.

Después de cruzar el Ródano y el Durance tuvo que enfrentarse a las tribus galas de Marsella, aliadas de Roma. A principios de octubre del 218 a.C. llegaron a los Alpes. Algunos historiadores dicen que paso por el San Bernardo Menor, otros que por el Mont-Cenis y otros que por el Monginevro. Sin importar cual haya sido el camino, el hecho es que cruzó. A primeros de septiembre, las tropas de Aníbal llegaron a las cumbres de los Alpes. Sus hombres tuvieron que enfrentar serios obstáculos aparte del frío, los desprendimientos y los aludes, pues muchas de las tribus que allí habitaban les fueron hostiles. 


Cruzando el Ródano

Un día se encontró frente a un desfiladero guardado por los alobroges y que en toda su longitud dominaban peñascos a pico, coronados de enemigos. Preciso fue hacer alto. Por fortuna, los guías galos le dijeron que por la noche se retiraban éstos; y así, antes del amanecer, pudo ocupar Aníbal el desfiladero y las alturas con tropas ligeras. Sin embargo, hubo un sangriento combate y una horrible confusión que duraron algunas horas: hombres y caballos rodaron por los precipicios, y perecieron allí muchos cartagineses. De todos modos, el ejército pasó, y se apoderó de la ciudad de los alobroges donde halló víveres y caballos que reemplazaron los que habían perdido.

Más adelante tropezaron con otro pueblo que traía ramos en señal de paz y ofrecía víveres, rehenes y guías. Aníbal aceptó, aunque tomando precauciones contra todo engaño. La caballería y los elefantes que tanto asustaban a los galos, formaron la vanguardia; seguían los bagajes y la infantería cerraba la marcha. El segundo día entró el ejército en una angostura donde le esperaban los montañeses ocultos en los huecos de las rocas, y durante una noche Aníbal estuvo separado de su vanguardia. Este fue el último ataque que sufrió en las montañas. Sin embargo, fue tan desastrosa la marcha de 33 días por los Alpes, que de 50,000 infantes y 20,000 caballos con que la inició, no le quedaban mas que 20,000 infantes y 6,000 jinetes. El mismo Aníbal perdió un ojo.




Jinete númida

Por fin, a los cinco meses de haber salido de Iberia, entró en el país de los taurinos, bajó al vale del Po, donde los galos habían dispersado a las colonias de Plasencia y Cremona y derrotó al cónsul romano Maulio en los bosques de Mutina (Módena). El senado de Roma envió mensajeros a Escipión para que regresara a defender Roma, pero éste llegó solamente con sus ayudantes pensando que se le llamaba para un trámite oficial. Había dejado todo su ejército en Iberia. El senado reclutó a toda prisa 300,000 hombres y 14,000 caballos y los puso a las órdenes de Escipión quien corrió a enfrentarse a los cartagineses. Aníbal le encontró cerca de Tesino y le dio un reñido combate de caballería. Completamente derrotado, Escipión, herido, fue abandonado por sus tropas, y si logró salvar la vida, fue gracias a que su hijo de 17 años, Publio Cornelio Escipión, más tarde llamado "El Africano", le cubrió con su escudo.


Legionarios romanos


Este combate obligó a los romanos a repasar el Po, reuniéndose con otro ejército consular detrás del Trebia. Ese nuevo ejército estaba al mando de Tiberio Sempronio. Escipión quería esperar, pero Sempronio quería acabar cuanto antes con Aníbal, pues se acercaban las elecciones consulares y una victoria sobre los cartagineses le habría valido la reelección. Aníbal los alcanzó en el río Trebia y se preparó para el combate. Observó que en la orilla donde acampaban sus fuerzas la maleza era alta y espesa de modo que un verdadero ejército podía ocultarse allí, aunque de lejos no lo pareciera.

La víspera del día elegido para la batalla, los mercenarios de Aníbal la pasaron en torno a las hogueras. Éstas se hallaban encendidas en el interior de las tiendas de campaña, para que su resplandor no los descubriese. La mañana de la batalla, los númidas acudieron a insultar a los romanos en su campamento antes de la hora en que comían, y éstos, dejándolo todo, fueron en pos de los atrevidos guerreros africanos. Al llegar a donde estaban escondidas las tropas de Aníbal, la caballería romana debió enfrentarse súbitamente con la furiosa carga de la caballería celtíbera. 






Entretanto, los legionarios recibían una nube de flechas, de dardos y de piedras de los arqueros y honderos. Los jinetes de Roma, sorprendidos por aquel inesperado ataque, comenzaron a flaquear, hasta que volviendo grupas, emprendieron la huida. Entonces, sobre los legionarios avanzó la infantería íbera, libia y gala y en el instante de mayor peligro, dirigidos por Magón, llegaron los númidas, acuchillando a todo el que encontraban a su paso. Unos 30,000 romanos perecieron allí y sólo 10,000 pudo llevarse Sempronio hasta Plasencia pasando a través de los galos de Aníbal. Los galos alistados por los romanos desertaban de su ejército y se pasaban a las filas cartaginesas, por lo que al final de la batalla Aníbal se encontró al frente de 90,000 guerreros.

(Continuará)

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