martes, 31 de marzo de 2015

ANÍBAL BARCA, EL HOMBRE QUE PUSO A ROMA DE RODILLAS (3a PARTE)

Aníbal penetró en Etruria y se encontró con los romanos mandados por el cónsul Cayo Flaminio y el cónsul Servilio, que lo esperaban frente a la ciudad de Arretium. Aníbal los atrajo a un valle encajonado entre el lago Trasimeno y unas colinas, previamente guarnecidas por sus tropas. Cuando los 30,000 hombres de Flaminio hubieron entrado en el valle, envueltos por una densa niebla, el general cartaginés gritó una orden y la infantería gala y los númidas cerraron la entrada mientras los jinetes de la Galia y de Iberia taponaban la salida. Se dice que el combate fue tan encarnizado que los combatientes no notaron un temblor de tierra que en ese instante derrumbaba montes. Flaminio pereció allí con 15,000 de los suyos. Otros 15,000 cayeron prisioneros. Ni uno sólo escapó. Aníbal sólo perdió 1,500 hombres, casi todos galos.

El senado romano nombró entonces como prodictador a Fabio Máximo, llamado el Contemporizador, que pertenecía a la nobleza y le agregaron como jefe de la caballería al plebeyo Minucio. El plan de Fabio consistía en una guerra de guerrillas para cansar a Aníbal, rehuyendo siempre el combate campal. Éste decidió entonces concentrar a sus tropas en la ciudad de Cannas, al sur de Italia, en lugar de atacar Roma. 

Por esas fechas se dieron las elecciones consulares y a Fabio lo sustituyeron Emilio Paulo y Terencio Varrón. Éste último quería combatir de inmediato y Paulo prefería esperar. Estos cónsules se iban turnando en el mando lo que los colocaba en franca inferioridad con respecto a Aníbal.


Éste esperó a que le tocara el mando a Varrón y entonces le tendió un señuelo para obligarlo a combatir. El romano mordió el anzuelo y fue a buscar a Aníbal en Cannas. Varrón contaba con 80,000 legionarios y 6,000 jinetes. Los cartagineses contaban tan sólo con 21,000 veteranos, 15,000 galos de fidelidad dudosa y 10,000 jinetes. 

Aníbal preparó el terreno obligando a los romanos a tener el sol de frente. Éstos avanzaban en una masa compacta. Aníbal puso sus fuerzas en línea, colocando en el centro a los galos, pues estaba seguro de que éstos cederían. Lo hicieron así, en efecto. Varrón, con sus fuerzas, se introdujo en la brecha y rápidamente las alas de Aníbal se cerraron sobre él. La caballería cartaginesa cargó sobre los flancos, que resistían desesperadamente. Mientras tanto, una y otra vez, africanos e íberos reorganizaron las filas para cerrar paso al enemigo. Mas de nuevo volvían a la lucha los romanos, confiando en su superioridad numérica. 

Batalla de Cannas

Pero de improviso, la caballería celtíbera cargó por la espalda a los legionarios. Y estos, aterrados por aquellos jinetes que atacaban cantando, ya no pensaron mas que en la fuga. La estrategia de Aníbal dio el resultado apetecido por éste. Más de 70,000 romanos quedaron en el campo de batalla. También murieron el cónsul Paulo Emilio, sus dos cuestores, 80 senadores consulares, entre ellos Minucio, y 21 tribunos legionarios. Aníbal no había perdido más de 5,500 hombres, de ellos 4,000 galos: la sangre de éste pueblo pagaba todas sus victorias. 

Varrón logró escapar en compañía de Escipión, el que había sido vencido en Tesino y en Trebia. Escaparon a Chiusi y de allí volvieron a Roma. 

Mientras tanto, en Iberia, Asdrúbal, el hermano de Aníbal,  consiguió sorprender a uno de los Escipiones, Publio, con un reducido destacamento, y lo venció, muriendo éste último. Asdrúbal se lanzó entonces contra el campamento romano, logrando sorprender a Cneo Escipión y derrotándolo completamente. Cneo cayó en el campo de batalla y los romanos se quedaron sin tropas en la península ibérica.

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Por su parte, Aníbal se había retirado a pasar el invierno en Capua. Sus generales le aconsejaban que atacara Roma ya que en ese momento se hallaba sin ejército. Aníbal no quería confiarse demasiado, por lo que no aceptó. Uno de sus generales, Maharbal, jefe de la caballería, le dijo: "Sabes vencer, pero no sabes aprovecharte de la victoria, Aníbal. ¡Déjame que vaya con la caballería y antes de una semana te garantizo que comerás en el Capitolio!". Aníbal se negó. Lo más que hizo ese invierno fue intentar apoderarse del puerto de Nápoles, sin éxito. 

Roma, por su parte, logró poner en pie de guerra 200,000 hombres, por lo que Aníbal pidió refuerzos a Cartago, recibiendo únicamente 40 elefantes y 4,000 númidas. Aníbal le pidió entonces a su hermano Asdrúbal que viniera con sus tropas de Iberia a reforzarlo. 

Éste se puso en marcha con 60,000 hombres siguiendo el mismo camino que su hermano años antes, pero al llegar al norte de Italia fue derrotado en Metauro por los cónsules Livio y Nerón. Quedaron en el campo 56,000 cartagineses con su general. Era el desquite de Cannas. La cabeza de Asdrúbal fue enviada al campamento de Aníbal para que éste supiera que ya no había esperanzas de recibir ayuda. Con todo, Aníbal se sostuvo en el Brucio por más de cinco años. 

Asdrúbal Barca (a la derecha)

Roma le dio entonces el mando de las tropas de Iberia al hijo de Publio Escipión, Publio Cornelio Escipión. Allí, después de la salida de Asdrúbal con rumbo a Italia, llevó a los generales cartagineses que se quedaron, de derrota en derrota, logrando tomar Cartago Nova y después Gades, acabando así con el dominio cartaginés en la península ibérica. 

Escipión pasó entonces al África y logró la alianza de los dos reyes de Numidia: Sifax y Masinisa, quitándole así a Aníbal un poderoso aliado. Después Sifax regresó con Cartago porque le habían dado en matrimonio a la bella Sofonisbe, hija de Asdrúbal y prometida esposa de Masinisa. Masinisa siguió fiel a los romanos porque Cartago le había quitado su trono. 

Aníbal

Magón, hermano de Aníbal, consiguió salir de Iberia con los restos del ejército y se refugió en la isla de Menorca. Mientras tanto, Roma había reconquistado Capua convirtiendo a todo el pueblo en esclavo, matando a 70 senadores a palos y condenando a 300 nobles a galeras, además de proclamar la ciudad y su territorio como propiedad romana. 

Se dice que Aníbal, para salvar a la ciudad, decidió sitiar Roma. Pero en cuanto llegó, todo el pueblo se lanzó a los muros y salieron a su encuentro dos legiones que se estaban entrenando. Ante el fracaso de su plan, Aníbal esperaba que la noticia del sitio de Roma, obligara al cónsul Apio a abandonar el sitio de Capua para correr en auxilio de ésta, pero no sucedió así. Apio no soltó su presa. Aníbal entonces se retiró a Reggio.

Senado romano

Mientras tanto, en África, Escipión derrotó al númida Sifax y éste se rindió. Masinisa tomó entonces por esposa a Sofonisbe, pero como Escipión le exigiera que se la entregara, temiendo que ésta provocara la defección de Masinisa como lo había hecho con Sifax, Masinisa la envenenó.

Escipión empezó entonces a formar un cerco en torno a Cartago, concertando alianzas con los distintos reyezuelos africanos. El senado cartaginés, lleno de miedo, envió un mensaje a Aníbal para que regresara a defenderlos. Sorprende ver que Cartago, que tenía entonces 500 naves, haya dejado desembarcar a Escipión.

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Escipión el Africano

Magón había acudido en ayuda de Aníbal y recibió el mensaje del senado estando en Liguria. Se embarcó enseguida hacia Cartago, pero murió en el viaje. Aníbal también embarcó sus tropas y se dirigió a su ciudad natal. Una vez llegado preparó la defensa de la ciudad y luego fue a entrevistarse con Escipión. Aníbal le propuso cederle Sicilia, Cerdeña e Iberia a cambio de que saliera de África. Escipión se negó a ello, pues quería vengar la muerte de su padre y de su tío. La batalla decisiva se libró por fin el 18 de octubre del año 202 a.C.

Los dos ejércitos se encontraron en las proximidades de Zama, pequeña ciudad africana, no lejos del sur de Cartago. Mientras las tropas romanas iban reforzadas con la valiosa caballería del númida Masinisa, también las huestes cartaginesas se veían auxiliadas por los celtas y los ligures. Estas fuerzas mercenarias llegaban a componer casi la tercera parte de las tropas de Aníbal. 

Conviene señalar que el caudillo cartaginés contaba asimismo con la ayuda de un centenar de elefantes amaestrados para la guerra. Al parecer, los dos ejércitos podían equipararse en cuanto a fuerzas. Sin embargo, el escaso número de veteranos y la poca caballería con que contaba, hicieron a Aníbal confiar el golpe decisivo en sus elefantes. 

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Ya frente a frente los dos ejércitos en las llanuras de Zama, Aníbal inició la batalla lanzando a los galos contra los romanos. En pocos minutos se entabló una espantosa lucha entre los dos irreconciliables enemigos. Al griterío de los combatientes se unía el ronco bramido de los paquidermos que avanzaban en tromba hacia el grueso de las tropas romanas. Los celtas y los ligures, que odiaban también a muerte a los romanos, combatían furiosamente y casi ponían ya en fuga a una de las alas enemigas. 

Aníbal, entretanto, a sus 45 años, encontró de nuevo las energías de cuando tenía 20. Busco a Escipión, se enfrentó con él en duelo individual y le hirió. También atacó al traidor Masinisa. Formó y reformó cinco, seis, diez veces a sus huestes desbaratadas para llevarlas al contraataque. Los voluntarios de Cartago fueron pronto deshechos, pero Aníbal cargó con sus escasos veteranos, mientras los elefantes irrumpían en las filas enemigas. 

Mapa de Numidia

Pero, por primera vez en su vida, el caudillo cartaginés, en vez de imponer la iniciativa, hubo de soportar la del adversario que, para batirlo, uso la misma táctica de tenaza. A una orden de Escipión, el viejo Masinisa, con sus jinetes númidas, y Lelio, con los equites romanos, atacaron sobre los flancos cartagineses. Y de esta forma arrollaron a la escasa caballería de Aníbal y deshicieron sus cuadros defensivos. 

No obstante, el caudillo cartaginés trató de seguir resistiendo. Mas, de pronto, ocurrió algo que cambio completamente el curso de la feroz batalla. Sin saber como, los elefantes se asustaron. Y presa de gran pánico retrocedieron sembrando el desorden en sus propias filas. De nada sirvió el esfuerzo de los cartagineses para dominarlos. Éstos, destrozando cuanto encontraban a su paso, huyeron barritando enloquecidos hasta perderse en las cercanas montañas. 

Tal desconcierto fue hábilmente aprovechado por Escipión, quien lanzó sus fuerzas al ataque. Y por primera vez, Aníbal volvió la espalda a sus enemigos victoriosos, y cubierto de sangre galopó a refugiarse tras los muros de Cartago. 20,000 de sus hombres yacían en el campo de batalla, entre ellos su fiel Maharbal.

Masinisa, rey de Numidia

El derrotado Aníbal, seguido de sus reducidas tropas, llegó a toda prisa a su ciudad natal, temeroso de que los romanos la asaltaran. Iba decidido a exigir al senado o "Tribunal de Ciento" que solicitara la paz a cualquier precio. Estaba convencido de que su presencia en la capital cartaginesa influiría para que Roma se aviniera a razones. Aún era muy grande su prestigio.

Se envió un emisario a Escipión, proponiéndole la paz y aceptando de antemano todas sus condiciones. Las condiciones de Escipión fueron que Cartago conservaría su territorio y su gobierno, entregando todos los elefantes y las naves, excepto los tirremes; que pagaría en 50 años, 10,000 talentos (una suma muy elevada en aquella época); que no emprendería guerra alguna sin el consentimiento de Roma; que restituiría a Masinisa todo lo que sus antepasados habían poseído, y que daría a los romanos cien rehenes.

Era esa una de aquellas paces que son un atentado a la soberanía de un pueblo. Cartago vio que los romanos le arrebataban los 500 bajeles con que no había sabido impedir el desembarco de Escipión. Tuvo que sufrir a sus puertas al turbulento Masinisa, que incesantemente se había movido en su daño, y se vio privada del derecho de declararle la guerra. 

Cartago en época de Aníbal

Cuando el embajador cartaginés fue a Roma a solicitar la sanción del tratado, un senador le preguntó: "¿A qué dioses llamarán ahora por testigos, ustedes que a todos fueron perjuros?". Y el cartaginés respondió: "Llamaremos a los que nos han castigado con tanto rigor." De tal manera se sentía Cartago degradada.

(Continuará)

lunes, 30 de marzo de 2015

TRES EJÉRCITOS DISTINTOS PARA UN SOLO SOLDADO

Si alguien nos preguntara la nacionalidad de los soldados del ejército... pongamos por ejemplo, guatemalteco, después de mirar con cara de compasión a la persona que nos hizo semejante pregunta, sin dudarlo responderíamos: pues son guatemaltecos. Y en efecto, así suele ser en términos generales con todos los ejércitos. Si usted es mexican@ seguramente pelearía dentro del ejército de su país en caso de guerra. Pero a veces la historia se empeña en demostrarnos que las cosas no siempre son como deberían de ser. Es el caso del coreano Yang Kyoungjong, un hombre con muy mala suerte que comenzó luchando por el emperador japonés y terminó matando estadounidenses en las playas de Normandía, enfundado en un uniforme alemán. ¿Cómo sucedió esto?

Yang Kyoungjong con el uniforme alemán

Pues resulta que el bueno de Yang, nacido en Corea en 1920 cuando éste país se encontraba bajo dominio japonés, al cumplir los 18 años fue reclutado “voluntariamente a fuerza” por los japoneses, quienes en ese momento se encontraban muy entretenidos dándose de palos contra los soviéticos en Manchuria, al norte de China.

Poco duró su lealtad al emperador Hirohito, pues en 1939 fue capturado por los rusos y enviado a un campo de trabajos forzados, donde tuvo oportunidad de experimentar la famosa hospitalidad siberiana.

Con el uniforma japonés. Escena de la película My way

Pero para su mala suerte (o buena, quien sabe), Hitler decidió invadir la Unión Soviética en 1941 causando grandes estragos a los ejércitos rusos, por lo que Stalin, ese simpático y bonachón dictador (entiéndase el tono sarcástico del comentario), decidió echar mano de todos los presos disponibles para llenar los huecos que los soldados capturados por los alemanes dejaban en sus cada vez más reducidas divisiones. Así que más pronto que tarde, al bueno de Yang le notificaron su ascenso de prisionero a soldado, con el aliciente de que en caso de negarse, sería amablemente fusilado. Ante esas dos opciones, morir de un balazo soviético en Siberia o morir de un balazo alemán en Ucrania, nuestro hombre lo tuvo claro, y enfundado ahora en el uniforme del ejército rojo, partió sin demora a pegarles unos cuantos tiros a los alemanes.

Y así llegó el pobre hasta Ucrania, donde de inmediato se lió a los golpes con los invasores alemanes, con tan mala suerte que en 1943 cayó en sus manos. Ya se hacía trabajando en un nuevo campo de concentración. Pues no señor. Los alemanes, al darse cuenta de que no era ruso y creyendo que era un japonés (recuérdese que Japón era aliado de los alemanes) obligado a luchar con los soviéticos, ni tardos ni perezosos le ofrecieron un puesto en el Ostbatalion, una unidad especial del ejército alemán formada por puros soldados de origen asiático. Yang no se lo pensó dos veces, ya que hacía poco les habían informado que el bondadoso Stalin había ordenado fusilar a cualquier soldado de su ejército que regresara a la Unión Soviética después de haber sido prisionero de los alemanes.

Capturado por los alemanes. Escena de la película My way

Sabia decisión. Así que una vez más, a cambiar de uniforme y a pegar de nuevo tiros, esta vez contra sus antiguos compañeros rusos. Pero el desarrollo de la guerra obligó al alto mando alemán a enviar a su batallón asiático a las playas de Normandía, en Francia, pues se esperaba un desembarco en esa zona por parte de los Estados Unidos e Inglaterra. Nuestro amigo se encontré entonces peleando en la playa de Utah el mismísimo 6 de junio de 1944, donde fue capturado por los paracaidistas estadounidenses. Definitivamente lo suyo, lo suyo, no era estar con los ganadores.

Momento de su captura en Normandía, junio de 1944

Confundido con un japonés por los estadounidenses, que nunca fueron muy duchos para distinguir a los diferentes pueblos del Lejano Oriente, fue enviado a un campo de prisioneros en Inglaterra donde se encontraban otros soldados japoneses. Al ver que no podía comunicarse con ellos, pues Yang no hablaba la lengua del país del Sol Naciente, se dieron cuenta de su error y al poco tiempo lo liberaron, previa explicación de su presencia en el ejército alemán, esta vez con traductor de coreano de por medio.

Aquí acabaron las desventuras del bueno de Yang, quien decidió emigrar a los Estados Unidos y radicar en Illinois. En seis años había luchado en tres ejércitos con el único y loable motivo de salvar el pellejo. Y si por un lado tuvo mala suerte al ser capturado y enrolado una y otra vez, por otro no tendría motivos para quejarse, pues a pesar de su azarosa vida no se contó entre los más de 60 millones de muertos que hubo en la Segunda Guerra Mundial. La pregunta que me viene a la mente es la siguiente: ¿habrá podido cobrar su pensión de veterano de guerra en los tres ejércitos?

Sin embargo, Yang nunca contó su historia hasta el 2002, en que decidió hacerlo para un periódico coreano, causando tal sensación que incluso en 2011 inspiró el guión de una película coreana llamada My way. Así que al final, nuestro amigo hasta tuvo película. No está mal.

My way, 2011

domingo, 29 de marzo de 2015

SI VAN A ROMA, DE NINGUNA MANERA SE LES OCURRA VIAJAR A LIDO

Viajar siempre es excitante. Conocer destinos exóticos, ciudades famosas, culturas diferentes, es algo que no cambio por nada. Sin embargo, las cosas no siempre salen como uno quisiera cuando se encuentra fuera del hogar en alguna tierra lejana.

Por eso, quiero hacerles una recomendación. A menos que sean muy religiosos, de ninguna manera se les ocurra viajar a Roma por Navidad. Si su interés por conocer la Ciudad Eterna se basa en los maravillosos museos que tiene (Roma es en sí un museo al aire libre), en las ruinas del Imperio Romano, o en cualquier cosa que tenga que ver con la cultura, esas son las peores épocas para ir. Y mucho menos se les ocurra pasear por los alrededores, especialmente el 25 de diciembre. Yo sé que es un día de descanso obligatorio en muchos países y está bien que los trabajadores de los museos descansen ese día, pero no conozco otra ciudad que se paralice de esa forma a pesar de ser una de las más turísticas del mundo. Si uno es religioso pues se dedica a visitar iglesias y acudir a la misa, pero si no, está frito.

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Vista de Roma con el monumento a Víctor Manuel II al fondo.

Les cuento lo que nos pasó a nosotros. Llegamos a Roma muy orondos el 23 de diciembre. Todo bien. Pasamos navidad sin problemas. El 24 todo estuvo abierto en horario normal. Cenamos frente a la Fuente de Trevi y nos fuimos a dormir. Perfecto. Al día siguiente, nos levantamos como a las 9 de la mañana, desayunamos con calma y nos enteramos que los museos iban a estar cerrados. Bueno, no hay problema. Decidimos tomar el metro e irnos a visitar el antiguo puerto romano de Ostia, que al ser una zona arqueológica al aire libre, no creímos que tuviéramos algún problema.

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La Fuente de Trevi

Aproximadamente a las 12:50 llegamos a la que creíamos que era la estación más cercana a nuestro destino y sin pensarlo dos veces, nos bajamos del metro y nos dirigimos hacia la salida. Ahí comenzaron los problemas. No fuimos los únicos en hacerlo, pues otro grupo de turistas bajaron con nosotros. Había alemanes, franceses e inclusive algunos italianos. No bien salimos a la calle, un empleado del metro cerró a nuestras espaldas la reja de acceso a la estación. Sorprendidos, volteamos y le preguntamos la razón. En un inglés bastante chapucero mezclado con mucho italiano, nos dijo que por ser día feriado el metro cerraba a la una de la tarde. ¿Qué? Pero si no había ningún aviso, nadie nos había comentado nada.

El metro de Roma

En fin, aventureros como somos, decidimos averiguar la forma más rápida de llegar a Ostia para después regresar a Roma. Resultó que el pueblo en el que descendimos se llamaba Lido y estaba a orillas del mar Mediterráneo. Enfrente de la estación del metro había una terminal de camiones (sin camiones), así que sin pensarlo, nos dirigimos a una pequeña caseta donde había tres hombres platicando. Eran trabajadores de la terminal, y cuando les explicamos que queríamos ir a Ostia, pusieron una cara de fastidio y nos explicaron que para ir a Ostia teníamos que tomar un camión que nos llevaría a otro pueblo como a una hora de camino. Ahí tendríamos que cambiar a otro camión que pasaba por Ostia. El viaje nos llevaría aproximadamente dos horas. Pero además, nos dijeron, sería inútil, pues la zona arqueológica estaba cerrada. Y encima, el primer camión que nos dijeron, iba a tardar en llegar a Lido como media hora.

Platicamos un poco entre nosotros y decidimos regresar a Roma, así que muy orondos volvimos con estos hombres y les preguntamos por el camión que iba a la ciudad. Nos dijeron que iba a salir uno dentro de media hora. Aprovechamos para salir de la terminal, cruzar un parque y llegar a una pequeña iglesia a donde entramos. Después de verla rápidamente nos dirigimos a los baños, que era en realidad nuestro destino. Apenas salimos de éstos, una niña se acercó para decirnos que desalojáramos el recinto porque iban a cerrar. Así que salimos y tras echar una rápida mirada al Mediterráneo (estaba como a tres cuadras de ahí), regresamos a la terminal. En el camino pudimos observar que todo estaba cerrado.Restaurantes, tiendas, hoteles, todo cerrado.

Llegamos a la terminal y nos dispusimos a esperar. En uno de los extremos de ésta había un sitio de taxis con otra pequeña cabina para el operador, y al lado de ésta una especie de teléfono público para llamar al servicio de taxis. En esos momentos, un grupo de personas estaban abordando el único taxi que había. No le dimos ninguna importancia. Seguimos esperando nuestro camión. No llegaba. Preguntamos a una mujer, que resultó ser de Lido, y ésta nos dijo que no sabía lo que pasaba, que normalmente a esa hora había un camión con destino a Roma.

Media hora después, otro taxi arribó al lugar y fue abordado por otras personas. Tampoco le dimos importancia. Craso error. A los pocos minutos, el operador de la caseta cerró y se fue. Ni siquiera nos dimos cuenta. Pasó una hora y no llegaba ningún camión. Los tres hombres de la terminal ya habían desaparecido y tan sólo quedábamos los turistas.

En eso, un joven italiano se acercó a nosotros y nos propuso compartir un taxi hasta Roma, pues él tenía urgencia por llegar pero no le alcanzaba para pagar la tarifa. Le dijimos que sí y nos dispusimos a abordar el siguiente taxi que llegara. ¡Ilusos! Nunca llegó uno. Tratamos de utilizar el teléfono que estaba al lado de la caseta pero no servía.

Ruinas del puerto romano de Ostia.

Los demás turistas miraban con preocupación la terminal vacía. Pasó otra hora. Ya estábamos desesperados, creyendo que tendríamos que dormir en la terminal de camiones de Lido (que además es al aire libre y les recuerdo que estábamos en diciembre y a orillas del mar, para que imaginen el frío que hacía) y además sin cenar, pues ni siquiera un Subway que vimos estaba abierto. En eso vemos pasar un taxi al fondo del parque que estaba enfrente de la terminal. Mentamos madres.

Por fin aparece un camión y se detiene en la terminal. Nos acercamos y el chofer indica que se dirige al aeropuerto Fuimicino de Roma. Todos los presentes nos miramos y decidimos no abordarlo, en parte por que no queríamos ir al aeropuerto (éste está lejos de Roma) y en parte por que aun teníamos la esperanza de que apareciera otro que nos dejara en la capital italiana. Así que el camión del aeropuerto se fue.

Pasó otra hora y nada. A lo lejos vimos pasar otro taxi y volvimos a mentar madres. Así que Judith y yo decidimos ir al otro lado del parque a esperar ahí el taxi, pues al parecer por ahí si paraban, y le dijimos al muchacho italiano que en cuanto llegara el taxi le diríamos al chofer que también lo recogiera a él y ya nos íbamos juntos. Llegamos a una de las esquinas del parque. Las calles de los alrededores se veían totalmente muertas, abandonadas. En algún momento pensamos que veríamos pasar una de esas bolas de raíces secas empujadas por el viento que se ven en todas las películas del Salvaje Oeste. Pero no, lo que vimos fue que otro camión llegó a la terminal y notamos con terror que todos nuestros compañeros de infortunio se subían sin pensarlo dos veces.

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El parque y la iglesia de Lido.

Así que empezamos a correr jurando que ya no lo íbamos a alcanzar. Estábamos como a cien metros del lugar. Cuando cruzábamos la calle que divide el parque de la terminal, el camión se arrancó y con él parecía que se iban nuestras últimas esperanzas de salir con vida de aquel pueblo dejado de la mano del destino. Pero de repente el camión se detuvo y nos dio oportunidad de llegar. Nos subimos con el corazón en la garganta. Yo sospecho que el muchacho italiano con quien íbamos a compartir el taxi le pidió al conductor del camión que nos esperara.

Desde luego, el camión no iba a Roma, sino al aeropuerto. Pero esta vez nadie dudó en abordarlo. Total, con toda seguridad sería más fácil llegar a Roma desde el aeropuerto que desde Lido. En el camino pasamos por enfrente de las ruinas de Ostia, así que al menos pudimos verlas, aunque fuera rápido y de lejitos.

Al llegar al aeropuerto nos encontramos con un caos terrible. Como no estaban funcionando los trenes, la única forma de llegar a Roma era utilizando los pocos camiones que había ahí estacionados. Y la multitud que quería abordar era impresionante, pues acababan de llegar varios vuelos atascados de turistas. Una muchacha argentina que visitaba Roma por primera vez, al escucharnos hablar en español se acercó a nosotros y nos pidió ayuda para poder abordar un camión, pues estaba un poco asustada ante el recibimiento que se le daba.

Yo me acerqué al primer camión y a empujones me abrí pasó hasta llegar lo más cerca posible de la puerta, donde un desesperado chofer lidiaba con la multitud que pretendía comprar sus boletos para abordar. Si éstos costaban 3 euros, la gente ofrecía 5, 6 y hasta 9 con tal de conseguirlos. Así que no fui menos y al final obtuve tres boletos (acuérdense de la argentina) a precio de ganga, tan sólo 7 euros por cada uno. Nos subimos y nos dispusimos a regresar. En el camino platicamos con nuestra protegida de cosas intrascendentes y al llegar a Roma pasadas las siete de la noche (el camión nos dejó cerca del Vaticano) nos despedimos de ella.

Y ahora a buscar comida y algo para regresar al hotel. Tras caminar un poco dimos con un restaurante abierto y sin pensarlo nos metimos. Comimos regular y caro, pero era lo único que había. Nos dirigimos a la parada del camión que nos llevaría al rumbo de nuestro hotel y cuando estábamos al llegar, éste se estaba yendo. Ni modo. A esperar el siguiente. Pero entonces comenzó a llover (aunque no muy fuerte, pero si de esa lluvia pequeña pero molesta). El camión tardó casi una hora en pasar y como la parada se había llenado de gente, nos tocó ir como sardinas. Para esos momentos ya empezábamos a creer en la existencia de la maldición de Lido.

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Maqueta de la Roma antigua.

Al hotel llegamos como a las diez de la noche, mentando madres y con ganas de tirarnos en la cama vestidos como estábamos y dispuestos a dormir así. Lo bueno es que al día siguiente nos desquitamos visitando tres maravillosos museos, el Museo de la Civilización Romana, que cuenta con una espectacular maqueta de la Roma antigua; el museo del Palacio Farnese, con una colección de mosaicos antiguos impresionante; y un pequeño museo que encontramos en el camino y que contaba con excelentes pinturas renacentistas.

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La Plaza de San Pedro.

El 27 de diciembre regresamos a Nueva York. Sin embargo, cada vez que pienso en Lido un escalofrío recorre todo mi cuerpo. Así que ya saben, no vayan a Roma el 25 de diciembre a menos que tengan la intención de quedarse todo el día rezando el rosario en el Vaticano, y si a pesar de mis advertencias lo hacen, por lo que más quieran, jamás, jamás vayan a Lido.


sábado, 28 de marzo de 2015

HENRY GUNTHER: ¿ESTUPIDEZ O MALA SUERTE?

Quien más quien menos, todos creemos en la mala suerte. En México se dice, inclusive, que hay quien nace con estrella y quien nace estrellado. En algún momento de nuestra vida cualquiera de nosotros ha pronunciado esa famosa frase: "¡Qué mala suerte!", para referirnos a cualquier cosa que nos haya salido mal. Si bien es cierto que en el 99% de los casos eso se debe a que hicimos algo mal y no a la suerte, siempre tendemos a echarle a ésta la culpa. Es parte de nuestro ego humano. Si algo sale mal, no es culpa nuestra, es culpa de la mala suerte.

Hoy quiero presentar la historia de un hombre que es un claro ejemplo de lo anterior. Muchos consideran que tuvo mala suerte. Yo, en lo personal, creo que fue un idiota redomado. Su nombre fue Henry Gunther y era soldado del 313° regimiento de infantería del Ejército de los Estados Unidos, conocido como "Baltimore's Own" (pues en él habían muchos soldados procedentes de esa ciudad), destacado en Chaumont-devant-Damvillers, en el frente francés, en las últimas semanas de la Primera Guerra Mundial.

Henry Gunther

Eran los momentos finales de esa terrible guerra (que por sí misma es otro claro ejemplo de la estupidez humana) y los alemanes, si bien todavía no habían sido totalmente derrotados, ya estaban conscientes que jamás podrían ganar la contienda, debido a la notable superioridad industrial de los Aliados, sobre todo a raíz de la entrada de los Estados Unidos a la misma. La economía germana se encontraba ya muy deteriorada y cada vez les era más difícil cubrir las bajas humanas en sus tropas y fabricar las armas necesarias para continuar la lucha.

Ante esta situación, a finales de 1918 se produjeron varios levantamientos revolucionarios en Alemania que provocaron la caída del emperador Guillermo II, quien marchó al exilio en la neutral Holanda. Se proclamó entonces la República (más tarde conocida como República de Weimar) y el nuevo gobierno alemán inició de inmediato conversaciones con los Aliados en busca de lograr la paz. Los alemanes creían que si lo hacían en esos momentos en que sus tropas aun estaban en suelo francés, podrían obtener mejores condiciones de paz que si esperaban a que sus enemigos invadieran su territorio. Por supuesto que no fue así, pero lo que ocurrió con los terribles tratados de paz que pusieron fin a la guerra es otra historia que a lo mejor más adelante les contaré.


El caso es que por fin, el 11 de noviembre de 1918 a las 5.15 am se firmó en un vagón de tren ubicado en el bosque de Compiégne, el tan esperado armisticio. Todavía no era la paz definitiva, pero en él se establecía que los combates en todos los frentes terminarían a las 11 de la mañana de aquel mismo día, es decir, cinco horas y cuarenta y cinco minutos después de la firma.

La noticia se comunicó de inmediato a todos los oficiales que mandaban tropas en el frente, con el fin de que terminaran los enfrentamientos. Si bien la orden era parar a las 11 de la mañana, ¿qué caso tenía ya seguir combatiendo en esas cinco horas previas? Sinceramente ninguno. Pero en todos los ejércitos siempre hay locos sedientos de sangre que no están dispuestos a dejar pasar ninguna oportunidad de escabecharse a un prójimo por el simple placer de hacerlo, y no es mentira decir que en el ejército de los Estados Unidos había muchos que pensaban así. Si tenían hasta las 11 para matar alemanes, pues a darle, que el tiempo es oro.


Y en esas circunstancias, en la población ya mencionada anteriormente, faltando un par de minutos para las 11 de la mañana, el soldado Henry Gunther salió de su trinchera y pegando de gritos se lanzó contra las tropas alemanas que se encontraban en la trinchera de enfrente. Sus compañeros trataron inútilmente de detenerlo y los mismos alemanes, dándose cuenta de lo ridículo de la situación, dispararon al aire para advertir a ese loco que se detuviera. Pero éste, sin hacer caso, continuó su carrera y, para colmo, comenzó a disparar su fusil contra los alemanes (parece ser que no le dio a ninguno, pues en caso contrario, sí estaríamos hablando de mala suerte, pero para el pobre soldado alemán que recibiera las balas sin deberla ni temerla).

Al final, temerosos de que los disparos de este loco alcanzaran a alguno de los suyos, un grupo de alemanes dispararon contra el soldado Gunther, matándolo a las 10.59 de la mañana del 11 de noviembre de 1918, es decir, cuando faltaba un minuto para que oficialmente terminara la guerra. De esa forma, se convirtió en el último soldado muerto en combate de la Primera Guerra Mundial.

Grupos pacifistas protestando en Nueva York durante la Primera Guerra Mundial

Claro que atrás de todo esto también había una historia, pues casi nadie hace algo tan estúpido nada más porque sí. Resulta que el soldado Gunther era hijo de inmigrantes alemanes que habían llegado a los Estados Unidos a finales del siglo XIX. En aquellos momentos de guerra esto podía resultar sospechoso, pues más de uno creería que Gunther y otros miles que estaban en su mismo caso eran espías alemanes. Esto hizo que el buen Henry siempre se esforzara por demostrar su patriotismo y su amor por la bandera de las barras y las estrellas. A mediados de 1918 consiguió su ascenso a sargento, pero al poco tiempo le llegó una carta del Estado Mayor anunciándole su degradación al rango de soldado raso. ¿Qué había ocurrido? Pues que como cientos de miles de soldados de todos los bandos durante la guerra, Gunther escribió a sus familiares en los Estados Unidos quejándose de las malas condiciones en que se vivía en las trincheras. Y tenía toda la razón. Pero no contaba con que su carta pasaría por el servicio de censura del ejército, que no quería que se supiera en el país sobre ese tema para evitar darle fuerza a los movimientos pacifistas. Aunado al hecho de su origen alemán, esa carta le ganó ser regresado a su condición anterior de soldado raso.

Así que Gunther estaba dolido y deseoso de demostrar una vez más que era digno de pertenecer al ejército. Pero habiendo tantas formas de hacerlo, tuvo que buscar la más absurda y estúpida posible. Se quiso hacer el héroe y así le fue. Aunque eso sí, al menos consiguió la inmortalidad al pasar a la historia como el último soldado muerto en esa terrible contienda y se ganó un monumento en Francia, además de recuperar, aunque de forma póstuma, su tan amado rango de sargento.

Monumento en honor a Gunther en Chaumont

Claro que no fue el único que murió en aquellas cinco horas previas al cese de la guerra, pues como dije al principio, muchos comandantes de todos los bandos seguían con ganas de romper cabezas enemigas a pesar de lo inútil de tal acción, así que se calcula que en ese lapso de tiempo murieron 2,500 soldados y 7,500 fueron heridos. Pero ninguno, al menos oficialmente, le quita su puesto al soldado Gunther.

Placa colocada en el memorial de Baltimore

Si de por sí la guerra es algo absurdo y abominable, la Primera Guerra Mundial llevó esas "cualidades" a cotas nunca antes alcanzadas por la estupidez humana. Y para colmo, tan sólo fue el preámbulo a la todavía más irracional Segunda Guerra Mundial.


viernes, 27 de marzo de 2015

¿RECUPERAR LOS TERRITORIOS DEL NORTE? ¿ES EN SERIO?

El día de ayer un amigo me hizo llegar una curiosa nota que se publicó en diferentes periódicos nacionales e internacionales, algunos muy serios, otros no tanto, pero que me movió a compartir con ustedes una reflexión. La nota en cuestión parecería sacada del famoso Deforma (ese periódico online de broma), sino fuera porque todo indica que iba en serio. La verdad es que no consulté las fuentes originales, aunque supuestamente fue la agencia rusa TASS la que lo mencionó por primera vez. Pero en realidad no importa si es o no cierta dicha noticia.

"Déjate de cháchara y comienza de una vez", me están diciendo aquí al lado. Ok. La noticia en cuestión es la siguiente: ante el anuncio de que los Estados Unidos podrían suministrar armas al gobierno ucraniano para que pueda continuar su lucha contra los rebeldes prorrusos, la minúscula república rusa de Chechenia amenazó con entregar armas a México para que podamos recuperar los territorios perdidos en 1848 al finalizar la guerra contra los Estados Unidos.

¿Es en serio? ¿Chechenia? Puedo imaginar la cara de sorpresa de muchos de ustedes. Algunos, espero que los más, porque la noticia les parezca tan ridícula como a mí; otros, espero que los menos, porque no tienen la más remota idea de donde está Chechenia ni con qué se come eso. Algunos más, inclusive, ya deben de estar pensando en algún albur con ese nombre. En fin, continuemos.


Hay tres puntos que me gustaría tratar con ustedes. Primero: ¿qué es Chechenia? y visto lo anterior, ¿alguien realmente cree que esto es algo serio?; segundo: ¿es la primera vez que pasa algo así?; y tercero: en caso de ser cierto, ¿sería factible? Creo que el tercer punto es sin duda alguna el más importante.

Así que empecemos con el primero. Chechenia es una pequeña región de Rusia, de unos 13,000 kilómetros cuadrados, situada en la zona del Cáucaso, haciendo frontera con la república de Georgia. El Islam es la religión predominante. En la década de los noventa del siglo pasado, Chechenia intentó independizarse de Rusia, pero la rebelión fue literalmente ahogada en sangre y Moscú impuso un gobierno títere en la zona. Aunque cuenta con algo de petróleo y gas natural, su economía, de por sí no muy importante, aun no termina de recuperarse del todo de los estragos de la guerra. Es decir, es un lugar con un alto índice de pobreza. Esa es Chechenia a grandes rasgos. Una empobrecida región del sur de Rusia que depende en gran medida del apoyo económico del gobierno de Moscú.

Soldados chechenos


En base a lo anterior, ¿alguien realmente cree que la supuesta ayuda a México podría tomarse con seriedad? ¿Alguien cree de verdad que el gobierno ruso lo permitiría? Eso lo dejo al criterio de cada quién, pero por mí, no le daría más importancia a la noticia y la archivaría en la sección "Anécdotas curiosas" o "ideas extravagantes". Realmente no imagino qué tipo de armas podrían suministrarnos los chechenos. Para mí que nuestros narcos están mejor armados que ellos.

Ahora bien, algo así no es la primera vez que pasa en nuestra historia. En enero de 1917, durante la Primera Guerra Mundial, los servicios de inteligencia británicos interceptaron un curioso telegrama proveniente del ministerio de Asuntos Exteriores del Imperio Alemán y dirigido a su embajada en México. En él, el ministro Arthur Zimmermann instruía a su embajador en nuestro país, el conde Heinrich von Eckardt, para que sondeara al gobierno mexicano, encabezado por Venustiano Carranza, sobre la posibilidad de que México atacara a los Estados Unidos, prometiendo la ayuda alemana para que "recuperáramos" Texas, Nuevo México y Arizona (no se mencionaba California). ¿Y para qué quería esto el gobierno alemán? Muy sencillo. Los Estados Unidos aun no entraban a la guerra y Alemania quería asegurarse de que no pudieran hacerlo. Y nada mejor que crearles problemas en su propia frontera (iba a escribir "en su patio trasero" pero no quiero herir a algunas almas susceptibles). La idea era que Alemania prometiera ayuda en armas y probablemente tropas a México si éste accedía a su propuesta. Pero la idea no prosperó y a la larga demostró ser un grave error de los alemanes, pues todo indica que Carranza no se tomó en serio dicha proposición, y los británicos, tras interceptar el telegrama, se lo enseñaron a los Estados Unidos, cuyo Congreso declaró al poco tiempo la guerra a Alemania ante la perfidia de ésta, que pretendía atacarle por la espalda y sin previo aviso.

El famoso telegrama Zimmermann

Supongamos que Carranza hubiera sido tan estúpido como para aceptar y le hubiera declarado la guerra a los vecinos del norte. Alemania no hubiera podido ayudarle, pues en esos momentos no podía distraer un solo soldado o un solo fusil de los múltiples frentes que tenía abiertos en Europa. En efecto, los alemanes tenían ejércitos peleando en Francia, Italia y Rusia. Si ni siquiera pudo mandar tropas para defender sus colonias en África, ¿creen que hubiera podido hacerlo con México? Y en caso de que las hubiera tenido, habría sido muy complicado, si no es que imposible, transportarlas a nuestro país, pues en aquellos momentos, a pesar de la presencia de los submarinos alemanes, la flota británica dominaba el Océano Atlántico y hubiera impedido con mucha facilidad tal movimiento.

Yo creo que el ministro alemán tenía la esperanza de que México atacara a Estados Unidos por sí solo mientras Alemania se hacía taruga con la ayuda prometida. Total, prometer no empobrece, dicen por ahí. Por otro lado, Alemania mostraba un total desconocimiento de la realidad mexicana, pues además de estar aun inmersos en nuestro proceso revolucionario, con múltiples grupos armados peleando por el poder, México no tenía la fuerza suficiente para derrotar a los Estados Unidos, a pesar de que éstos, con todo y ser ya en esos momentos la primera potencia industrial del mundo, aun estaban lejos de ser la potencia militar de ahora. Afortunadamente Carranza sí conocía nuestra realidad e hizo caso omiso de las propuestas alemanas.

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Venustiano Carranza

Ahora sí, visto esto, pasemos al tercer punto que, como ya dije, creo que es el más importante, especialmente porque en nuestro país nunca faltan las voces que proponen recuperar nuestros antiguos territorios del norte. Y conste que no se trata de defender la injusta guerra en que los perdimos, simplemente de ser realistas. Por eso pregunto, ¿sería factible recuperarlos, independientemente de que lo intentáramos por nosotros solos o con la ayuda de Chechenia, Alemania, Vanuatu o los marcianos?

Yo estoy convencido que no. Supongamos que al final nos decidiéramos y le declaráramos la guerra a los Estados Unidos. Pasemos por alto la enorme diferencia en cuanto al poderío militar de ambos países. Algunos dirían que la fuerte presencia mexicana en dichos territorios nos ayudaría, pues contaríamos con una especie de quinta columna. Lo siento por los que así piensan, pero es evidente que desconocen la realidad de la inmensa mayoría de mexicanos que emigraron a los Estados Unidos. Ellos se fueron de sus hogares no por gusto sino por necesidad, primer punto a considerar. Llegaron a un lugar en el que, a pesar de sufrir una grave discriminación y en muchas ocasiones condiciones laborales terribles, perciben más ingresos que en México, lo que les permite ayudar a los familiares que dejaron en el terruño. ¿Quisieran volver a ser parte de un país en el que su destino está marcado por la pobreza y la discriminación? Por otro lado, sus hijos, en muchos casos, ya nacieron en los Estados Unidos y se por experiencia propia (yo vivo en Nueva York) que no sienten muchos vínculos afectivos con la tierra de sus padres. Inclusive muchos de ellos casi no hablan español. Así que olvídense de esa quinta columna. No existe.

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Migrantes mexicanos en Estados Unidos

En 1870, Prusia derrotó a Francia, con lo cual logró terminar de unificar a los reinos alemanes en un solo país llamado Alemania, y se apropió de dos territorios franceses llamados Alsacia y Lorena. Estos territorios habían sido parte del Sacro Imperio Romano Germánico desde la Edad Media, pero en el siglo XVII fueron anexados por Francia y para el siglo XIX sus habitantes se sentían franceses y no alemanes. Por eso, cuando Francia los recupera al término de la Primera Guerra Mundial, contó con el apoyo casi unánime de la población. Se trataba de dos regiones densamente pobladas que durante los casi cincuenta años que fueron parte de Alemania (de 1870 a 1918) no perdieron su esencia francesa ni dejaron de sentirse franceses.

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Alsacia y Lorena

Cuando Estados Unidos se apoderó de los territorios de California, Arizona, Nuevo México y Texas, éstos tenían una población mexicana muy escasa (desde luego había una gran población indígena, pero para efectos prácticos, en aquella época ni México ni los Estados Unidos los veían como parte de su ciudadanía, es decir, los indígenas no contaban en lo absoluto), concentrada en unas cuantas poblaciones a las que el gobierno de México no prestaba ninguna atención ni les brindaba ayuda alguna. Para colmo, una vez que pasaron a formar parte de los Estados Unidos, muchos de ellos fueron expulsados y otros decidieron emigrar a México, por lo que el territorio fue rápidamente poblado con colonos procedentes de los Estados Unidos (bueno, en realidad con colonos procedentes de muchos países, pero que entraban al territorio como ciudadanos de los Estados Unidos). Esto provocó que la raíz cultural mexicana se perdiera muy rápidamente, subsistiendo tan sólo en el nombre de algunas ciudades o quizá en algunas costumbres perdidas que queden por ahí. Es decir, ni los texanos ni los californianos actuales se sienten mexicanos, contrario a los alsacianos y loreneses que siguieron sintiéndose franceses a pesar de los años de dominio alemán.


Por todo ello, dejemos de soñar. Esos territorios los perdimos en buena medida por la incompetencia de los que entonces eran nuestros gobernantes, tanto civiles como militares, aunado al hecho de que en aquella época no existía un sentimiento nacional en México. Es decir, en términos prácticos nuestro país solo existía en el papel, pues en realidad lo que predominaba eran los regionalismos más obtusos, y por lo mismo un veracruzano no veía razones para dirigirse a Texas a pelear por conservar un territorio que ni siquiera conocía y mucho menos consideraba suyo. Triste, pero es cierto.

Así que olvídenlo, no los vamos a recuperar ni con la generosa ayuda de la poderosa Chechenia, por la simple y sencilla razón de que ellos ya no quieren ser nuestros.

Cualquier comentario estoy abierto al debate.

jueves, 26 de marzo de 2015

ANÍBAL BARCA, EL HOMBRE QUE PUSO A ROMA DE RODILLAS (2a PARTE)



El ejército que ahora mandaba Aníbal se componía de una enorme variedad de pueblos: la infantería de línea, compuesta por libios gigantescos, de músculos de ébano, armados de lanzas; junto a ellos formaban los inquietos celtíberos, de blancas túnicas ribeteadas de rojo, con sus cortas y afiladas espadas; luego venían los arqueros, reclutados en todos los rincones del mundo mediterráneo; las fuerzas ligeras las formaban los peltastas griegos, de recortada sotabarba, con su peto de lana y su acerado venablo; a su lado estaban los honderos baleares, de largas greñas, que en los combates bebían la sangre de los heridos, y cuyos proyectiles de barro cocido eran capaces de romper incluso los escudos de marfil; los galos de la caballería pesada con el torso desnudo y peinados en dos trenzas sus rojizos cabellos, que hacían temblar la tierra con sus enormes caballos y sus gigantescas espadas; la caballería ligera, estaba integrada por númidas que vestían una piel de león, e iban aferrados a las crines de sus monturas; figuraban también los íberos, que empleaban bridas de esparto. Cerca de tan vistoso ejército, se veían las máquinas de guerra, catapultas y arietes. También llamaban la atención los numerosos elefantes con sus torres de marfil, que albergaban a los arqueros. Se podía ver, además, a la "hueste sagrada", con lujosas armaduras y cargados de joyas. Era la única fuerza compuesta exclusivamente por cartagineses y era en la que el general tenía menos confianza.





Aníbal nombró como sus lugartenientes a sus hermanos Asdrúbal y Magón, así como a Giscón, Himilcón y Maharbal. Este último, era el nuevo jefe de la caballería. Como su consejero, nombró a Sileno, un filósofo griego. Para estas fechas, se había casado con una princesa celtíbera llamada Imilce.

Los cartagineses salieron de Cartago Nova y se dirigieron a conquistar la ciudad de Elmántica (Salamanca). Tras el primer ataque, sus habitantes negociaron con Aníbal y este les dijo que tendrían que abandonar la ciudad. Como tenían que salir desarmados, les dieron sus armas a las mujeres para que las escondieran, y una vez que salieron de la ciudad, tomando por sorpresa a los cartagineses, se lanzaron a la lucha para poder volver a ella. Aníbal paró el combate y reconociendo su valentía, les permitió regresar a sus casas. Poco después de esa batalla, Imilce le dio un hijo, al que le pusieron por nombre Haspar.


Maqueta de la Roma antigua. Museo de la Civilización Romana


Conocedor de su poder, deseaba entrar en guerra con Roma y para ello decidió atacar la ciudad de Sagunto, colonia griega aliada de la urbe italiana, situada al sur del Ebro, y por lo tanto, en territorio cartaginés, de acuerdo con el tratado firmado por su padre con los romanos. Esta ciudad, fundada por los griegos de Jacinto y por los italianos de Ardea, era odiosa a los celtíberos, por lo cual éstos ayudaron con todas sus fuerzas a Aníbal cuando la asedió, violando todos los tratados. Los saguntinos le ofrecieron una heroica resistencia, hasta que viéndose perdidos, se arrojaron a las llamas, tal y como harían tiempo después los habitantes de Numancia. Aníbal le había puesto sitio con 150,000 hombres y éste había durado ocho meses.

Roma, que hasta el momento había permanecido indecisa con respecto a si debía enviarle ayuda o no a Sagunto (inclusive uno de los senadores más antiguos dijo que: "Los saguntinos tendrán que conformarse con saber que tarde o temprano ¡les vengaremos!...), al enterarse de su caída, decidió enviar unos embajadores a Aníbal, pero éste ni siquiera los recibió. Entonces éstos se dirigieron a Cartago, pidiendo a la asamblea que depusiera a su general. El senado cartaginés respondió que no podía hacerlo; pero Quinto Fabio, el jefe de la embajada, alzando el extremo de la toga se adelantó diciendo: "Aquí les traigo la paz o la guerra, escojan". Los cartagineses respondieron unánimemente: "Escoge tú mismo", y él, entonces, soltando el extremo de la toga, exclamó: "¡La guerra!".



Ruinas de Sagunto

Así estalló la guerra que Tito Livio llama "máxime memorabile omnium" y que la posteridad recuerda todavía como una de las más impresionantes, después de tantas como han ensangrentado al mundo. No tenía ya Roma que habérselas con los ladrones de la Istria o de la Iliria, ni con los galos, feroces pero indisciplinados, sino con una nación que hacía 23 años que era victoriosa en España, que estaba orgullosa por haber vencido anteriormente a ciudades belicosísimas y que tenía un ejército aguerrido y un gran general. Se trataba de una guerra de pasión, por lo cual se echaba mano de las intrigas aún más que de la fuerza, siendo muy variada la fortuna y peligrosa la victoria. Sin embargo, es preciso aclarar que en esos momentos (s. III a.C.), Roma aun no era la gran potencia que llegaría a ser. Si bien ya dominaba buena parte de lo que ahora es Italia y durante la Primera Guerra Púnica se había apoderado de algunas islas del Mediterráneo, su dominio real no iba más allá. De hecho, su victoria final en la guerra que recién comenzaba, sería el detonante de su prodigiosa expansión. Así, sin quererlo, Aníbal propició con sus acciones el nacimiento de lo que, siglos después, sería el grandioso imperio romano.

El general cartaginés concibió un plan muy osado: no quiso esperar en Iberia a las legiones romanas y se propuso llevar la guerra a Italia, al frente de Roma, esperando hallar contra ella los odios que años atrás Régulo había hallado en África contra Cartago. Pero, ¿qué camino podía tomar? Ya no dominaban en el Mediterráneo las flotas de su país, y una derrota naval habría desbaratado al instante sus proyectos. Resolvió pues, abrirse paso por tierra: envió emisarios a las dos Galias cargados de dinero para comprar la neutralidad o la alianza de los pueblos, y en efecto, tuvo seguro el paso hasta el Ródano, y allende los Alpes, los galos de la Cisalpina prometieron levantarse en masa en cuanto él se presentara.


Aníbal cruzando los Alpes

Roma, por su parte, solicitó amistad de los pueblos de Iberia, pero éstos le respondieron que la buscase entre gentes a quienes el ejemplo de Sagunto no hubiera enseñado la eficacia con que protegían a sus aliados. Se dirigió entonces a los galos, rogándoles que no le dieran paso a los cartagineses; pero éstos se reunieron armados para deliberar y respondieron riéndose que ni Cartago había merecido mal de ellos ni Roma bien, y que sólo sabían que ésta había tratado de expulsar de Italia a sus hermanos.

Aníbal partió hacia los Pirineos con un ejército de 100,000 hombres, dejando en Iberia a sus hermanos Asdrúbal y Magón con 16,000 soldados para detener a un poderoso ejército romano al mando de los hermanos Cneo y Publio Escipión, a quienes Roma había enviado para combatir a los cartagineses para impedir que llegaran a la Galia.




Con respecto al número de soldados que Aníbal pasó a las Galias, las cifras varían según los historiadores: unos dicen que de los 100,000 hombres, al llegar a los Pirineos 40,000 celtíberos decidieron no seguir adelante. Otros dicen que fueron 10,000 los que desertaron. Aníbal hizo correr la voz de que se le había aparecido en sueños el dios patrio, en el santuario de Gades, anunciándole la victoria y mostrándole el camino por medio de las sinuosidades de una serpiente. Estas cosas las decía para el vulgo y entretanto enviaba emisarios a los bayos y los insubros, excitándoles contra aquella Roma que se preparaba para sujetarlos con las dos colonias de Plasencia y Cremona. Al llegar a las cimas de los Pirineos, calmó la inquietud de los galos que habitaban la pendiente septentrional, haciendo un tratado memorable por su singularidad, pues en él se estipulaba que cualquier querella de los cartagineses con los indígenas sería juzgada por las mujeres galas.

Después de cruzar el Ródano y el Durance tuvo que enfrentarse a las tribus galas de Marsella, aliadas de Roma. A principios de octubre del 218 a.C. llegaron a los Alpes. Algunos historiadores dicen que paso por el San Bernardo Menor, otros que por el Mont-Cenis y otros que por el Monginevro. Sin importar cual haya sido el camino, el hecho es que cruzó. A primeros de septiembre, las tropas de Aníbal llegaron a las cumbres de los Alpes. Sus hombres tuvieron que enfrentar serios obstáculos aparte del frío, los desprendimientos y los aludes, pues muchas de las tribus que allí habitaban les fueron hostiles. 


Cruzando el Ródano

Un día se encontró frente a un desfiladero guardado por los alobroges y que en toda su longitud dominaban peñascos a pico, coronados de enemigos. Preciso fue hacer alto. Por fortuna, los guías galos le dijeron que por la noche se retiraban éstos; y así, antes del amanecer, pudo ocupar Aníbal el desfiladero y las alturas con tropas ligeras. Sin embargo, hubo un sangriento combate y una horrible confusión que duraron algunas horas: hombres y caballos rodaron por los precipicios, y perecieron allí muchos cartagineses. De todos modos, el ejército pasó, y se apoderó de la ciudad de los alobroges donde halló víveres y caballos que reemplazaron los que habían perdido.

Más adelante tropezaron con otro pueblo que traía ramos en señal de paz y ofrecía víveres, rehenes y guías. Aníbal aceptó, aunque tomando precauciones contra todo engaño. La caballería y los elefantes que tanto asustaban a los galos, formaron la vanguardia; seguían los bagajes y la infantería cerraba la marcha. El segundo día entró el ejército en una angostura donde le esperaban los montañeses ocultos en los huecos de las rocas, y durante una noche Aníbal estuvo separado de su vanguardia. Este fue el último ataque que sufrió en las montañas. Sin embargo, fue tan desastrosa la marcha de 33 días por los Alpes, que de 50,000 infantes y 20,000 caballos con que la inició, no le quedaban mas que 20,000 infantes y 6,000 jinetes. El mismo Aníbal perdió un ojo.




Jinete númida

Por fin, a los cinco meses de haber salido de Iberia, entró en el país de los taurinos, bajó al vale del Po, donde los galos habían dispersado a las colonias de Plasencia y Cremona y derrotó al cónsul romano Maulio en los bosques de Mutina (Módena). El senado de Roma envió mensajeros a Escipión para que regresara a defender Roma, pero éste llegó solamente con sus ayudantes pensando que se le llamaba para un trámite oficial. Había dejado todo su ejército en Iberia. El senado reclutó a toda prisa 300,000 hombres y 14,000 caballos y los puso a las órdenes de Escipión quien corrió a enfrentarse a los cartagineses. Aníbal le encontró cerca de Tesino y le dio un reñido combate de caballería. Completamente derrotado, Escipión, herido, fue abandonado por sus tropas, y si logró salvar la vida, fue gracias a que su hijo de 17 años, Publio Cornelio Escipión, más tarde llamado "El Africano", le cubrió con su escudo.


Legionarios romanos


Este combate obligó a los romanos a repasar el Po, reuniéndose con otro ejército consular detrás del Trebia. Ese nuevo ejército estaba al mando de Tiberio Sempronio. Escipión quería esperar, pero Sempronio quería acabar cuanto antes con Aníbal, pues se acercaban las elecciones consulares y una victoria sobre los cartagineses le habría valido la reelección. Aníbal los alcanzó en el río Trebia y se preparó para el combate. Observó que en la orilla donde acampaban sus fuerzas la maleza era alta y espesa de modo que un verdadero ejército podía ocultarse allí, aunque de lejos no lo pareciera.

La víspera del día elegido para la batalla, los mercenarios de Aníbal la pasaron en torno a las hogueras. Éstas se hallaban encendidas en el interior de las tiendas de campaña, para que su resplandor no los descubriese. La mañana de la batalla, los númidas acudieron a insultar a los romanos en su campamento antes de la hora en que comían, y éstos, dejándolo todo, fueron en pos de los atrevidos guerreros africanos. Al llegar a donde estaban escondidas las tropas de Aníbal, la caballería romana debió enfrentarse súbitamente con la furiosa carga de la caballería celtíbera. 






Entretanto, los legionarios recibían una nube de flechas, de dardos y de piedras de los arqueros y honderos. Los jinetes de Roma, sorprendidos por aquel inesperado ataque, comenzaron a flaquear, hasta que volviendo grupas, emprendieron la huida. Entonces, sobre los legionarios avanzó la infantería íbera, libia y gala y en el instante de mayor peligro, dirigidos por Magón, llegaron los númidas, acuchillando a todo el que encontraban a su paso. Unos 30,000 romanos perecieron allí y sólo 10,000 pudo llevarse Sempronio hasta Plasencia pasando a través de los galos de Aníbal. Los galos alistados por los romanos desertaban de su ejército y se pasaban a las filas cartaginesas, por lo que al final de la batalla Aníbal se encontró al frente de 90,000 guerreros.

(Continuará)