Aníbal se proclamó jefe en su ciudad natal apoyado por 6,500 de sus mercenarios y principió a reformar el gobierno. Redujo las magistraturas de perpetuas a anuales. Mejoró la administración de la hacienda pagando las deudas antiguas, haciendo volver al fisco lo mal adquirido y mostrando que la represión de los concusionarios era aún más útil que un tributo nuevo. Por último, sacó provecho de la ociosidad de los soldados ocupándolos en plantar olivos, con la esperanza de que con la agricultura y el comercio inyectaría nueva sangre a la aniquilada Cartago, a la cual deseaba convertir en centro de una gran coalición contra Roma.
Pero ésta no estaba tranquila sabiendo con vida al gran caudillo cartaginés, el indomable Aníbal. Por eso, unos delegados de Roma se presentaron en Cartago para exigir su entrega. Al principio, los senadores cartagineses se opusieron, pero tanto insistieron los romanos que los senadores empezaron a ceder. Uno de ellos, sin embargo, logró prevenir a Aníbal.
Este huyó primero a Tapso y de allí se embarcó para Siria, que estaba en guerra con Roma. El rey Antíoco lo recibió con agrado y le dio el mando de sus tropas. Aníbal aceptó. El combate, a pesar de su opinión, se realizó en el mar, y los sirios fueron derrotados. Entre las condiciones que Roma impuso a Siria estaba la de entregarles al cartaginés. El rey Antíoco prefirió avisarle para que huyera y Aníbal escapó a Bitinia, pasando por Antioquía, Creta y Armenia.
Rey Prusias de Bitinia |
El rey de este lugar, el anciano rey Prusias, le recibió muy amigablemente y le confirió el mando de sus tropas para convertir a sus vecinos en provincias de Bitinia. Aníbal consiguió derrotarlos y regresar luego a la corte de Prusias donde fue recibido como héroe. Ahí siguió viviendo unos años.
Bitinia aparece en azul |
Un día se presentó ante él Escipión "el Africano", que había sido sentenciado y desterrado de Roma. Aníbal y Escipión estuvieron platicando un buen rato. De acuerdo con Tito Livio, Escipión le preguntó a Aníbal que para él cuales eran los mejores guerreros de la historia. Su respuesta fue “Alejandro de Macedonia, pues con un puñado de hombres derrotó a innumerables ejércitos y recorrió las partes más distantes del mundo, que ningún hombre esperaba visitar“. Escipión le preguntó por el segundo y Aníbal, sin dudarlo, respondió: “A Pirro, porque fue el primero en enseñar cómo disponer un campamento y, además, porque nadie mostró más inteligencia en la elección de posiciones y en la disposición de las tropas. Poseía también el arte de atraerse a la gente, al punto que logró que los pueblos de Italia prefirieran el dominio de un rey extranjero al del pueblo romano, que durante tanto tiempo había estado a la cabeza de aquel país“. Una vez más, el Africano le preguntó por el tercero, y Aníbal, mirándolo fijamente, respondió: “Yo mismo“. Riendo abiertamente, Escipión le preguntó: “¿Qué dirías si me hubieras vencido? ” “Pues la verdad; en ese caso, respondió Aníbal, debería ponerme por delante de Alejandro y de Pirro y de todos los demás generales“. Esta respuesta, dicha con aquella astucia cartaginesa y a modo de sorprendente halago, impresionó a Escipión, pues lo había colocado aparte del resto de generales, como si no admitiera comparación”.
Escipión el Africano |
Nunca más volvieron a verse. Escipión murió poco después, aun en el destierro, y mandó poner en su tumba el siguiente epitafio: "Ingrata patria, no poseerás mis huesos".
Aníbal |
Mientras tanto, los romanos se habían enterado que Aníbal estaba en Bitinia y enviaron delegados para exigir su entrega. El rey Prusias aceptó y fue a hablar con Aníbal. Esa plática, la última que sostuvo Aníbal, pudo haber sido como sigue:
PRUSIAS: Discúlpame, Aníbal, pero los enviados de Roma están esperando por ti.
ANÍBAL: ¿Es esa la forma en que me pagas por haberte librado de todos tus enemigos? ¿Es ese tu agradecimiento?
PRUSIAS: ¡Por favor, entiéndeme! ¡Una cosa es enfrentar a mis vecinos y otra muy diferente enfrentar a Roma! No puedo luchar contra sus legiones sólo por defenderte a ti!
ANÍBAL: Si ese es tu temor, permíteme que sea yo quien, al frente de tus tropas, te demuestre como se vence a los romanos... ¡Dame la oportunidad de enfrentarme a ellos en igualdad de condiciones y sabrán de lo que es capaz todavía éste león de Cartago!
PRUSIAS: ¿Estás loco? No puedo y no quiero luchar contra Roma... ¡Sé que perdería!
ANÍBAL: Entiendo... prefieres entregar a un amigo para que lo reduzcan a la esclavitud.
PRUSIAS: ¡Ninguna esclavitud! He exigido que se te trate como lo requiere un personaje de tu categoría, y ellos me han garantizado que te darán un trato correcto.
ANÍBAL: ¿Correcto? ¡Ya deben estar preparando los grilletes para ponérmelos en cuanto ponga el pie en una de sus galeras!
PRUSIAS: ¿Qué vas a hacer?... Yo les prometí que...
ANÍBAL: No tengas miedo. No pondré en peligro la paz de tu reino. Libraré a Roma de todos sus temores, ya que no sabe esperar la muerte natural de un general acabado como yo...
Antes de que Prusias pudiera evitarlo, Aníbal había tomado una jarrita en la que conservaba un veneno para no caer nunca con vida en manos de los romanos. De esta forma cumplía su promesa de que nunca le capturarían con vida sus enemigos para pasearle por Roma como una fiera encadenada y humillarle vergonzosamente.
Así concluyó la vida de aquel gran general que tuvo en sus manos el destino del mundo. ¿Qué hubiera ocurrido si Aníbal se decide a tomar Roma, como le aconsejaba su general Maharbal? La historia sería diferente, aunque quizá no tanto. ¿Hubiera podido Aníbal o Cartago tras la muerte de éste, mantener Roma bajo su dominio? ¿Se hubiera formado el Imperio Romano? Nunca lo sabremos. Espero que les haya gustado y que hayan disfrutado leyéndola tanto como yo escribiéndola.
F I N
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