sábado, 11 de abril de 2015

LA HISTORIA DE TERUO NAKAMURA, EL HOMBRE AL QUE NO LE AVISARON QUE LA GUERRA SE HABÍA ACABADO

A peninsula with eight ships beached on the shore in the foreground and over eleven ships anchored off the opposite shore. Smoke is rising from the peninsula.
Tropas de los Estados Unidos desembarcando en Morotai

Si revisamos cualquier libro de historia podremos ver que la Segunda Guerra Mundial, el peor conflicto armado que ha azotado a la humanidad, terminó el 15 de agosto de 1945 cuando Japón aceptó la rendición incondicional después de los dos bombazos atómicos que los Estados Unidos les obsequiaron.

Sin embargo, resulta que no para todo el mundo fue así. La expansión japonesa por las innumerables y minúsculas islas del Pacífico, en las que iban dejando pequeñas guarniciones, provocó que al llegar el momento de la rendición, algunas de estas guarniciones no recibieran el aviso, bien por que ya las daban por muertas o, en la mayoría de los casos, por que ya ni siquiera se acordaban de su existencia en el Estado Mayor Imperial de Japón.

Algo así fue lo que sucedió con un pequeño grupo de soldados que, al momento de la rendición, se encontraban destinados en la isla de Morotai, en el archipiélago indonesio de las Molucas. Resulta que a principios de 1944, el ejército japonés se apoderó de esta minúscula isla, toda ella cubierta por un frondoso bosque, para utilizarla como parte de la cadena defensiva de sus bases en Filipinas. Pero a finales de ese mismo año, la aviación de Estados Unidos bombardeó la isla de forma inmisericorde para después desembarcar sus tropas y apoderarse de ella. La mayoría de los soldados japoneses murieron o fueron capturados.

Isla de Morotai
Nada más que no contaron con la espesa selva que la cubría, digna de una película de Tarzán, lo que permitió que dos batallones japoneses, pertenecientes al 4° Regimiento de Voluntarios de Takagaso, se escondieran en ella y continuaran luchando. Debido al acoso que sufrían por parte de las tropas estadounidenses, los dos comandantes japoneses que mandaban estos batallones, ordenaron a sus soldados que se dividieran en pequeños grupos para luchar en forma de guerrillas, lo que también ayudaría a que fuera más fácil conseguir el sustento diario, ya fuera cazando, recolectando, pescando o robando en las bases enemigas.

Por fin, en agosto de 1945 Japón capituló. Inmediatamente se ordenó a todos los soldados que se rindieran. La noticia llegó a Morotai y los dos comandantes japoneses procedieron a reunir a sus dispersos hombres. Aparecieron 660 de ellos que se presentaron ante sus enemigos para deponer las armas. Pero estaban tan dispersos que no todos se enteraron. Cuando los japoneses abandonaron la isla, un pequeño grupo se quedó en ella, sin saber nada, dispuesto a cumplir hasta el final la última orden recibida, es decir, pelear hasta la muerte por el emperador y por Japón. Tercos y disciplinados sí que eran. Es parte de la cultura japonesa.

Lo mismo ocurrió en otras islas del Pacífico, por lo que las fuerzas aliadas siguieron capturando soldados japoneses en los siguientes años. En 1956 cayó el último grupo que seguía peleando en Morotai, pero con un pequeño inconveniente. Pocos meses antes el soldado Teruo Nakamura se había separado del grupo por problemas personales (al parecer sus compañeros habían mencionado la posibilidad de rendirse y él lo consideró una traición) y se había ido a vivir solo en una pequeña cabaña escondida en la selva. Así que cuando su grupo fue capturado, el no se enteró de nada y siguió en pie de guerra. Sus excompañeros pensaron que ya había muerto y también se olvidaron de él.

Y así siguió muchos años más. ¿No habrá pensado que era raro ya no ver ningún soldado estadounidense en la isla? ¿No se habrá dado cuenta que ya no había ningún japonés ahí? Ni que la isla fuera tan grande. Y seguramente nunca revisó sus emails o su WhatsApp.

El 18 de diciembre de 1974 a las 8.15 de la mañana, un grupo de soldados indonesios lo capturó. Pocos días antes un aldeano se había topado con él y alertó de ello a las autoridades indonesias. Cuando los soldados llegaron a la pequeña cabaña con huerto en la que había vivido por tanto tiempo, cantaron viejas canciones militares japonesas, pues ya sospechaban que podría ser un antiguo soldado nipón, y con eso buscaron tranquilizarlo. Nakamura aun tenía su fusil y cinco balas, mismas que no había utilizado para no alertar al enemigo sobre su posición. Fue capturado 29 años, 3 meses y 16 días después de que terminara la guerra, lo que lo convierte hasta ahora en el último soldado en rendirse, a menos que aparezca por ahí algún otro en alguna isla remota, cosa ya muy improbable por el tiempo transcurrido.

Teruo Nakamura al momento de su captura

Y si creen que ahí acabó todo, pues no. Las desventuras de este pobre hombre parecían no tener fin. Resulta que Nakamura no era japonés étnico, sino que pertenecía a los Amis, un grupo aborígen de la isla de Taiwán que en el momento de su nacimiento pertenecía a Japón. ¿Cuál era el problema? Bueno, en realidad eran muchos. En primer lugar, Taiwán ya era un país independiente (aunque China no lo quiera reconocer); en segundo lugar, en esos momentos Japón estaba pasando por un momento delicado en sus relaciones con China, pues esta última lo acusaba de ser en buena parte causante de que Taiwán se hubiera separado de China al triunfo de Mao y sus comunistas; en tercer lugar, Japón no quería saber nada en esos momentos de todo aquello que recordara su pasado colonialista. Por ello, cuando le avisaron de la captura de Nakamura, Japón se hizo el desentendido. 

Nakamura llegando a Jakarta, Indonesia
Recuerden que no era la primera vez que aparecía un soldado japonés rezagado, y en todos los casos anteriores Japón los había recibido como héroes. Pero Nakamura no era japonés, era taiwanés, así que el gobierno nipón no quería saber nada de él, aunque el pobre de Teruo se sintiera más japonés que el manga, las geishas o el sushi. Al final, el gobierno decidió llevarlo de Indonesia a Taiwán sin pasar por suelo japonés, dándole una compensación de 68,000 yenes (unos 13,800 pesos actuales) por los años de servicio en el ejército. Sin embargo, muchos ciudadanos japoneses se indignaron y acusaron a su gobierno de tacaño e insensible (no sé a qué gobierno me recuerda, pero me suena, me suena...) e iniciaron una colecta que logró recaudar 3,250,000 yenes (unos 660,000 pesos más o menos). Fue tal la vergüenza que esta acción provocó en el gobierno, que se aprobó por éste otra compensación de de 2 millones de yenes (407,000 pesos). Tampoco es que se haya hecho millonario, vaya, pero en México al menos le hubiera alcanzado para una casita del Grupo Higa, creo yo.

Teruo Nakamura en Taiwán
Una vez instalado en Taiwán, el gobierno le impuso un nombre chino, Li Kwang Hwei, en un afán de asimilar a su etnia Amis, aunque Teruo no hablara chino, sólo japonés y lo poco que recordaba de su lengua materna, el Amis. Además, trataron de utilizarlo con fines propagandísticos presentándolo como una víctima del imperialismo japonés, asegurando que había sido enrolado a la fuerza en el ejército imperial y que sólo por miedo a ser fusilado había seguido combatiendo. Pero Nakamura se encargaba de decir públicamente que esto no era cierto, que él se había enrolado como voluntario y que nunca había dejado de ser fiel al emperador Hirohito. Y que además era japonés, vaya.

El emperador Hirohito en 1935
Murió en 1979, poco antes de cumplir los sesenta años, por un cáncer de pulmón, sin saber ya a ciencia cierta quien era, si Teruo Nakamura, el último soldado japonés de la Segunda Guerra Mundial en rendirse, Li Kwang Hwei, el ciudadano taiwanés al que no todo el mundo veía con buenos ojos por recordar una época muy complicada de la historia, o Attun Palalin (su nombre Amis), el hijo pródigo que había regresado a su tribu después de años de abandono. Y por cierto, a pesar de su fidelidad al emperador japonés, éste nunca se dignó siquiera a enviarle una tarjeta por su cumpleaños.


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