lunes, 27 de abril de 2015

CIUDAD DE TACUBAYA, DISTRITO FEDERAL, ¿CAPITAL DE LA REPÚBLICA MEXICANA?

¿Te lo imaginas? Pues es algo que estuvo a punto de suceder. Aunque no lo creas, el Zócalo, la Catedral y el Palacio Nacional pudieron haber estado en la plaza mayor de Tacubaya. Pero al final, no ocurrió, la capital siguió siendo la ciudad de México, con todos los problemas y las ventajas que esto puede reportar.

En esta urbe ya estamos acostumbrados a las inundaciones. Cada que se presenta una lluvia fuerte escuchamos en las noticias (si es que no nos toca vivirlo en carne propia) acerca de los grandes encharcamientos que se presentan en los túneles del Viaducto o del Periférico, o el desbordamiento de alguno de los canales que se encuentran en algunas delegaciones o municipios conurbados. Y esto sucede año con año. Por más labores de desazolve que se realizan, el deficiente sistema de desagüe de la ciudad y la falta de educación cívica de la mayor parte de los habitantes de la urbe y de los turistas que la visitan, mismos que tiran basura en las calles provocando que se tapen las coladeras, evitan que el problema se solucione.

La ciudad de México en 1628, según el plano levantado por Juan Gómez de Trasmonte. Foto: IIE-UNAM

Sin embargo, es un hecho que, a pesar de la gravedad de las inundaciones que se sufren todos los años, no tienen nada que ver con las que ocurrían en el pasado. En efecto, en años pretéritos la aparición de gruesas nubes negras, de esas que presagian tormenta, realmente ponían a temblar a los capitalinos.

Si bien las inundaciones se daban ya en tiempos de los mexicas y su gran ciudad de Tenochtitlán, éstos habían aprendido a medio controlarlas, después de la de 1450 que casi destruye su ciudad, construyendo diques, albarradas y compuertas que regulaban el flujo del agua. Un equilibrio un poco delicado, es cierto, pero equilibrio al fin y al cabo. Durante el sitio que puso Cortés a la ciudad en 1521 se destruyeron muchas de estas obras y nunca fueron reparadas, a pesar de construirse la nueva ciudad española sobre las ruinas de la mexica. Tan sólo se construyó una albarrada por el lado oriente en 1555, pero nunca se le dio mantenimiento y con el paso del tiempo se deterioró hasta quedar inservible. Por cierto, una albarrada es simplemente una pared construida con piedra.

La ciudad de Tenochtitlán

La situación era tan precaria que en 1607 el nuevo virrey don Luis de Velasco hijo, marqués de Salinas, ordenó al cosmógrafo Enrico Martínez que iniciara las obras del desagüe del valle de México, desecando los lagos que formaban su cuenca, mediante la construcción de un canal que drenara sus aguas hacia el lago de de Zumpango. Este canal, que recibió el nombre de Tajo de Nochistongo, se concluyó en 11 meses y tuvo una longitud de 6,600 metros por 3.5 de ancho y 4.2 de alto. A lo mejor no es algo muy impresionante para los parámetros actuales, pero piensen que estas obras se realizaron utilizando tan sólo picos y palas. Desde luego, la mano de obra fue indígena, como no podía ser de otra forma en aquella época.

Sin embargo, al poco tiempo se derrumbó una parte el canal y éste quedó obstruido, provocando que la ciudad se inundara una vez más, por lo que el rey Felipe III envió al ingeniero flamenco Adrian Boot, quien en 1615 dictaminó que las obras de Martínez estaban mal hechas a pesar de lo caras que habían salido. Que habían sido una chapuza, vaya. Al más puro estilo del México actual.

Pero también al más puro estilo del México actual, en lugar de castigar a don Enrico, el virrey Rodrigo Pacheco y Osorio, marqués de Cerralvo, volvió a encargarle el arreglo del canal. Y este empezó con las obras, pero ahora a un paso más lento.

Y todavía le levantamos un monumento a Enrico Martínez a un costado de la Catedral. De que somos brutos, somos brutos.

Llegó así el año de 1629, que comenzó con unas fuertes lluvias que ya presagiaban el desastre que se avecinaba. Al empezar el mes de septiembre, Enrico Martínez había ordenado taponar la boca del desagüe para evitar que el agua estropeara las obras de reparación. Craso error. El 21 de septiembre comenzó un torrencial aguacero que duró 36 horas y elevó de inmediato el nivel de los lagos de Zumpango, Xaltocan, San Cristóbal y Texcoco, provocando que la ciudad de México se inundara de una forma realmente catastrófica, alcanzando el agua en algunos lugares más de tres metros de altura. Al parecer, tan sólo la Plaza Mayor (el Zócalo), la del Volador (actualmente frente a la Suprema Corte de Justicia) y el barrio de Santiago Tlatelolco quedaron libres de agua al tener una mayor altura. A la Plaza Mayor se le comenzó a llamar "la isla de los perros", por la gran cantidad de ellos que buscaron refugio ahí.

De acuerdo con el arzobispo de México, Francisco de Manso y Zúñiga, en los primeros días murieron 30,000 indígenas de los barrios periféricos, y de las 20,000 familias españolas de la ciudad, la mayor parte habían huido a tierra firme, quedando tan solo 400 en la ciudad. Desde luego, los piadosos y poco prácticos habitantes de la capital no tuvieron mejor ocurrencia que traer el cuadro de la Virgen de Guadalupe desde el Tepeyac para pasearla, el 25 de septiembre, por las calles inundadas de la ciudad mientras le pedían que los librara de las aguas, lo que desde luego no sucedió. Y eso que la imagen permaneció en la Catedral hasta 1635.

En la esquina de Madero y Motolinía, esta cabeza de león indica el nivel al que llegaron las aguas en 1629.

Pero lo peor vino con el tiempo, pues la falta de desagüe provocó que la ciudad permaneciera bajo las aguas por cinco años ¡Cinco años! ¿Imaginan lo que eso significa en cuanto a infecciones, ruina de los edificios, etc.?

Con las siguientes lluvias, el nivel del agua siguió creciendo y al año siguiente toda la ciudad estaba cubierta por ella, incluyendo los lugares que en un principio la habían librado por su altura. Entre otras cosas, las obras de la Catedral se vieron muy afectadas y sufrieron un gran retraso, muchas casas se derrumbaron y la muerte siguió reinando en la urbe.

Los pocos habitantes que se aferraban a la ciudad tenían que transitar en canoas o en puentes improvisados de madera construidos para cruzar entre las azoteas de las casas. A Puebla llegaron 27,000 refugiados, lo que contribuyó a darle un nuevo auge a esa ciudad.

Tacubaya en el siglo XIX

Ante la magnitud del desastre el virrey reunió a los notables de la ciudad para decidir que se podía hacer con ella. El gobierno se había instalado ya, con la mayoría de la población, en la cercana villa de Tacubaya, por lo que muchos propusieron que la capital se asentara de forma definitiva allí, abandonando la ciudad de México. Desde España, el rey Felipe IV ordenó que eso precisamente se hiciera. Sin embargo, otro sector importante se decantó por esperar a que las aguas bajaran, continuar con las obras del desagüe y arreglar la ciudad para volver a ella. Al final, los números, como siempre, decidieron la cuestión, pues trasladar la capital a Tacubaya, con todo lo que implicaba (sobre todo por la construcción de edificios) costaría aproximadamente unos treinta millones de pesos; por otro lado, las inversiones de capital en la ciudad que se perderían si ésta era abandonada ascendían a 50 millones, mientras que desaguarla costaría tan sólo 4 millones. Creo que era obvia la decisión, así que el cabildo ordenó que las obras continuaran, alargando el canal del desagüe hasta Huehuetoca. Y Tacubaya continuó siendo un pueblo apacible por muchos años más, hasta que finalmente fue absorbida por la capital en el siglo XX.

Algunos miembros de la élite, como el arzobispo y el virrey, mandaban mientras tanto canoas con alimentos y agua potable para repartirlos diariamente entre los pobres que seguían en la ciudad. Claro que en aquella época nadie pudo mandar fotografías o videos por internet para probar eso, lo que también nos ha impedido ver imágenes en vivo de la inundación. Ni modo. Aun no existía Facebook, Twitter o Instagram.

Un dibujo anónimo es la única representación que tenemos de la gran inundación de 1629

Al final, en 1634 las aguas comenzaron a ceder y los habitantes empezaron poco a poco a regresar, iniciando de inmediato las reparaciones necesarias en lo que quedaba de sus casas. El canal del desagüe finalmente se terminó, a pesar de lo cual, la ciudad siguió sufriendo de inundaciones, aunque ninguna de la magnitud de la de 1629. La última gran inundación ocurrió el 15 de julio de 1951, cuando quedaron bajo las aguas, además del centro de la ciudad, colonias como la Condesa, Candelaria de los Patos, San Lázaro, Tránsito, Obrera, Doctores, San Pedro de los Pinos, Portales la Guerrero y Peralvillo, entre otras muchas más. La mitad de los tres millones de habitantes de la ciudad tenían sus casas y negocios bajo el agua. Sin embargo, en ningún momento se alcanzaron los niveles del siglo XVII. Además, en esa ocasión se desaguó la ciudad en tan sólo diez días, contra los cinco años que tardó la de 1629. Una gran diferencia.

La calle de Mesones en la inundación de 1951, con una góndola improvisada. Foto: Archivo de Excélsior

Así que ya saben, no tiren basura en las calles, vigilen los canales si es que viven cerca de uno, récenle a Tlaloc o a quien quieran y ármense de paciencia, porque todo indica que nuestras calles se seguirán inundando.


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