viernes, 17 de abril de 2015

NUNCA SE FÍEN DE SU JEFE, Y MUCHO MENOS SI SE LLAMA CRISTÓBAL COLÓN

Todo el mundo conoce a Cristóbal Colón. Para la historia europeizante, es el "descubridor de América"; para los indígenas americanos, es el hombre que no descubrió nada, pues América ya había sido descubierta por el ser humano miles de años atrás; para unos es el hombre que trajo la civilización occidental y cristiana a los territorios paganos y salvajes de América; para otros es el hombre que comenzó el genocidio de los antiguos habitantes de América. En fin, polémica hay para rato, pero al menos, en lo que todos coinciden es que Colón fue el hombre que dio inicio, para bien o para mal, al proceso de conquista y colonización del que se llamó entonces "el Nuevo Mundo" por parte de los habitantes del "Viejo Mundo".

Sin embargo, cuando en las escuelas se enseña ese tema, suele ser tratado de forma muy somera, pues simplemente se habla del proceso de "descubrimiento", pero nunca de la personalidad y carácter del "descubridor". Cuando mucho, se nos cuentan las falsas pero divertidas historias del huevo con el que Colón trataba de demostrar que la Tierra era redonda o el episodio de la reina Isabel empeñando sus joyas para financiarle el viaje. Por ello, en la primaria muchos niños (y me incluyo entre ellos) solíamos imaginar a Colón como todo un aventurero, valeroso, decidido, que se interna por mundos desconocidos con la única finalidad de servir a Dios y a sus reyes, ansioso de obtener la gloria y sin que manchara su figura la sed de riquezas que movió a la mayor parte de los conquistadores europeos.

Y pues no, la verdad es que no. Así no era Colón. La gloria le importaba, desde luego, pero le importaban mucho más las riquezas que podría conseguir en la lejana India o en China. Más que valeroso, era terco como él solo, y en realidad, poco le interesaba servir a Dios y a sus reyes, pues primero estaba él, después él, y al final de todos ellos, él.

Existe una anécdota que sirve de ejemplo para mostrar el verdadero carácter del almirante. Resulta que antes de que la expedición partiera del puerto de Palos, en Andalucía, los Reyes Católicos prometieron la fabulosa cantidad de 10,000 maravedíes (moneda de la época) al primero de los tripulantes que divisara tierra. Seguramente fue doña Chavelita I, porque dicen las malas lenguas que Fernando era más agarrado que Scrooge, el famoso personaje de "Cuento de Navidad", obra del genial escritor inglés Charles Dickens.

Obviamente eso hizo que todos los marineros estuvieran más atentos a otear el horizonte que a cumplir con sus labores en los barcos, lo que tenía bastante molesto al famoso almirante. Y es que, por otro lado, él sabía que tampoco le caerían nada mal esos maravedíes. Lo malo es que con tanta competencia... era difícil que los obtuviera, al menos por las buenas.

Tras varias peripecias que aquí no es necesario contar, como el intento de motín por parte de unos marineros que con tal de regresar estaban dispuestos a echar al almirante al agua para que prosiguiera solo su viaje, por fin, a las 2 de la mañana del 12 de octubre, uno de los marineros que se encontraba vigilando el horizonte en lugar de dormir como era debido, y que era conocido como Rodrigo de Triana, comenzó a gritar como loco: "¡Tierra! ¡Tierra!", pues según informó a los marineros que corrieron de inmediato a comprobarlo, acababa de ver a lo lejos una pequeña luz que indudablemente procedía de una fogata, señal inequívoca de que habían llegado a Cipango (nombre que se le daba en Europa a Japón gracias a Marco Polo). Recuerden que ni el almirante ni ninguno de los marineros sabían de la existencia de América, así que, según ellos, se dirigían a la India y, por lo mismo, tenían que llegar primero a Japón. De hecho, ese es el motivo por el cual los habitantes originarios de América fueron llamados indios por los españoles, pues en realidad los indios son los habitantes de la India.

Rodrigo de Triana avistando tierra. Claro que el cielo está muy azul para ser las dos de la mañana...

Es de imaginar el coraje que le dio a Colón el escuchar el grito del de Triana y después el júbilo con el que los demás marineros comprobaban que decía la verdad. Pero era un hombre de recursos, y si no podía obtener el jugoso premio por la buena, lo haría por la mala, haciendo uso de su poder como almirante de la flota. Abuso de poder, lo llamarían ahora.

Don Cristóbal no dijo nada en ese momento, pero comenzó a madurar su plan. Todo continuó como si nada. Los españoles llegaron a una isla llamada por los indígenas Guanahani y por los españoles San Salvador, situada en lo que ahora son las Bahamas, aunque por desgracia nadie sabe con certeza en la actualidad cuál de todas las islas de dicho archipiélago fue, por lo que hay varias candidatas compitiendo por ese dudoso honor.

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Primer viaje de Colón

Tras tomar posesión de la isla en nombre de los reyes españoles, ordenó la construcción de un pequeño fuerte con la madera de la Santa María (uno de sus barcos que ya no estaba en condiciones de volver a España), aprovechó para pasearse por las playas de Cuba y de la República Dominicana y finalmente decidió emprender el regreso, sin oro pero con una cantidad de objetos exóticos que estaba seguro impresionarían a los reyes y a su corte, incluidos algunos indígenas que se convirtieron en los primeros desaparecidos forzosos de la historia americana.

Durante el viaje de regreso, el buen Rodrigo de Triana fue pensando en todo lo que compraría con el dinero de la recompensa. Para él era como haberle pegado al premio mayor de la Lotería. Quería una casa en la Costa Azul, un yate, un departamento en Nueva York y otro en Acapulco. Total, soñar no cuesta nada.

La Pinta, la Niña y la Santa María

Tras sortear algunas tempestades que estuvieron a punto de dar al traste con la expedición, Colón y los que iban con él llegaron al puerto de Palos, donde se enteraron que los reyes estaban en Barcelona, es decir, en el otro extremo del país. Y allá van. Los 10 indígenas que los acompañaban aprovecharon para turistear un poco. Cuando pasaron por Madrid visitaron el Museo del Prado y el estadio Santiago Bernabeu, donde pudieron presenciar un juego del Real Madrid.

Al llegar a Barcelona, los reyes recibieron a Colón y a unos pocos de sus hombres en su palacio. Tampoco es que fueran a recibir a toda la chusma. Así que mi tocayo Rodrigo se quedó afuera esperando a que el almirante saliera de la audiencia para entregarle su dinero.

Pero adentro, Colón le preparaba una sorpresa. La historia que le contó a los reyes fue muy distinta. Según él, aunque reconoció que el marinero de Triana avistó tierra a las dos de la mañana del 12 de octubre, aseguró que él había visto una lucesita en el horizonte a las 10 de la noche del 11 de octubre, pero que no dijo nada para no alborotar a sus hombres y tan solo avisó a otros dos marineros, uno de los cuales si la vio y el otro no. En otras palabras, dijo que el primero en ver tierra había sido él, por lo que reclamaba para sí mismo la recompensa de 10,000 maravedíes prometida por los reyes, quienes sin dudarlo, se la entregaron.

El momento del robo...

Es muy improbable que Colón viera algo. Yo creo más bien que supo aprovechar un estupendo golpe de suerte, pues Colón viajaba en la parte de atrás de la Santa María, que iba en medio de la flota, mientras que el de Triana lo hacía en la Pinta, que iba adelante. Además, Rodrigo era un vigía experto aleccionado por la recompensa.

Resulta que tres días antes un motín estuvo a punto de echar a perder el viaje, pues los marineros, hartos de no ver tierra pero si ver como la comida comenzaba a escasear, aunado a la forma tiránica en que los trataba don Cristóbal, querían dar marcha atrás. Para calmarlos, Colón les prometió que si en tres días no veían tierra, regresarían. En la noche del 11 de octubre Colón sabía que si al día siguiente no veían algo, tendrían que volver, así que se inventó lo de la lucesita para conseguir que sus hombres, con esta nueva esperanza, siguieran un poco más allá. Y para su buena suerte, pocas horas después, Rodrigo de Triana divisó tierra. Así que le fue fácil asegurar que él la había visto primero y presentar como testigos a los dos marineros a los que comunicó la noticia.

Cuando el de Triana se enteró del robo del que había sido objeto, se puso tan furioso que decidió renegar de su fe cristiana y convertirse en musulmán. Hecho esto, se fue al territorio conocido como la Berbería, en el norte de África y se convirtió en pirata, mientras juraba que si Colón caía en sus manos, le haría pagar cien veces el dinero que le había robado.

Rodrigo de Triana y sus nuevos compañeros

Moraleja: hay que estar atentos, porque siempre habrá algún vivillo que asegure que él descubrió o hizo primero lo que nosotros descubrimos o hicimos primero. Y además, nunca se fíen de un almirante, por más descubridor que sea.


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