jueves, 30 de abril de 2015

BUDAPEST, ¿EL PARÍS DE EUROPA ORIENTAL (4a Y ÚLTIMA PARTE)

Por fin llegó el 31 de diciembre en la noche. Después de pasear por la ciudad durante el día, llegó el momento de festejar el Año Nuevo. ¿Qué íbamos a hacer? Tranquilos, tranquilos, que en seguida les cuento.

Budapest es una ciudad con mucha vida, en constante movimiento, con sus calles pletóricas de alegría y de festejo, y más en fechas tan señaladas como el Año Nuevo. Opciones había muchas. Nos dijeron que en diferentes partes de la ciudad se reunían grupos de personas a festejar, aventando cohetes, gritando, bailando, bebiendo y divirtiéndose de lo lindo. Nos recomendaron la plaza del Castillo, la plaza frente al Parlamento, la calle Váci y otros lugares más que ya no recuerdo. Habrían también algunos conciertos callejeros. Desde luego, todos los bares iban a estar abiertos hasta altas horas de la madrugada y todo auguraba que el festejo iba a ser de antología. Incluso nos enteramos que muchos europeos vienen a festejar aquí el cambio de año por lo alegre que resulta todo.

El edificio de la Ópera

Tan sólo dos inconvenientes: hacía mucho frío y la verdad es que ya no estamos en edad de andar gritando por las calles a menos que sea una manifestación en contra del gobierno. Así que buscamos más opciones. Y al final encontramos una que resultó ser perfecta. ¡Nos fuimos a la ópera!


Si, no se asusten ni nos vean raro, ni tampoco piensen que somos un par de viejitos amargados y sosos, porque nada de eso es cierto. La verdad es que estuvo genial. De por sí, conocer el edificio de la Ópera de Budapest vale por sí solo la pena, pues es un hermoso edificio neorrenacentista construido entre 1875 y 1884. Además, íbamos a estar calientitos. Veríamos Die Fledermaus (el vampiro), una opereta de Johann Strauss en tres actos, hablada en húngaro pero con subtítulos en alemán e inglés.


El espectáculo comenzó a las 8:30 de la noche. Y de repente se empezó a alargar. El primer intermedio duró como veinte minutos. El segundo, otro tanto. Y así, llegamos a la medianoche y entendimos el por qué. En ese momento, se interrumpió la obra, todos los artistas salieron al escenario y comenzaron a desearnos feliz año nuevo (bueno, eso creo yo, porque hablaban en húngaro y no les entendíamos nada). Después, todos los presentes se levantaron de sus asientos. Los imitamos sin saber que venía a continuación. Y entonces comenzó a sonar el himno nacional de Hungría. Todos cantaron con mucho sentimiento, menos los pocos turistas que no sabíamos la letra. A mí me dieron ganas de comenzar a cantar la cucaracha, pero afortunadamente me contuve.


Una vez terminado el himno, todo mundo se sentó y la función continuó como si nada. Pero al terminar quince minutos después, salimos al vestíbulo y ahí nos esperaba una copa de champán cortesía de la casa. Después, nos pidieron que saliéramos para ver los fuegos artificiales que estaban comenzando, también cortesía de la Ópera. Habían colocado unas grandes bocinas en la explanada frente al edificio por las cuales se escuchaban las notas de la Orquesta Filarmónica de Budapest. Ni tardos ni perezosos, nos pusimos todos los objetos que llevábamos para la ocasión (collares con eslabones en forma de 2015, anteojos con la misma forma, matracas y demás chucherías, todas convenientemente compradas en un puesto callejero de Nueva York) y salimos a la calle. Ahí fuimos la sensación por el cómico aspecto que presentábamos con todo eso encima (ver foto).

Afuera, la gente llegaba y te deseaba feliz año, brindaba contigo, se reía, te tomaba fotos. La verdad es que lo pasamos fenomenal y al final, pese al frío, terminamos celebrando en la calle.


Ya de madrugada, cansados y con frío, tomamos un camión de regreso al hotel. Caímos en la cama como troncos. Había sido un día maravilloso, aunque muy cansado. Y además, al día siguiente teníamos que ir al aeropuerto para regresar a Nueva York, aunque prudentemente habíamos comprado los boletos de avión para el vuelo de la tarde, así que no tuvimos que madrugar. Nos despedimos así de Budapest, una ciudad hermosa, muy recomendable, de lo mejor que he visto, aunque creo que los que la llaman "la París de Europa Oriental", no tienen idea de lo que dicen, pues las dos ciudades son muy distintas. París conserva mucho de su sabor dieciochesco, con algunos edificios medievales y un encanto muy especial. Budapest es una ciudad con un aspecto muy decimonónico con cierto estilo imperial y, a la vez, un aire de misterio que seduce a cualquier visitante. No se la pueden perder.


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