Budapest es una de las ciudades más hermosas que he conocido. La capital de Hungría, asentada sobre el río Danubio, nos transporta de inmediato a la época del Imperio Austrohúngaro. Caminando por sus calles uno podría esperar ver aparecer en cualquier momento al emperador Francisco José I de Habsburgo o a algún miembro prominente de la familia Esterhaszy. Y es que la ciudad conserva un aire decimonónico impresionante. Por supuesto, cuenta con varios sitios declarados como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, como la avenida Andrássy, la línea 1 del metro (una de las más antiguas del mundo, sólo por detrás de la de Londres), el Castillo de Buda y la Plaza de los Héroes.
En el sitio donde ahora se encuentra la ciudad había desde tiempos antiguos un asentamiento celta que, al ser ocupado por los romanos, se convirtió en la capital de la provincia imperial de Panonia Inferior. Los romanos le llamaban Aquincum. Posteriormente, con la llegada de los húngaros a la región en el siglo IX, ahí se fundaron tres ciudades distintas, Buda, Pest y Óbuda, que al fusionarse en 1873 dieron origen a la ciudad de Budapest.
El Castillo de Buda por la noche |
Nosotros llegamos en tren desde Viena en el mes de diciembre. Tren que, por cierto, salió tarde debido a una copiosa nevada que estaba cayendo en la capital austriaca. Cuando uno piensa en los trenes europeos se imagina trenes de primera, limpios, rápidos, cómodos, vaya, como los que abundan en México o en Estados Unidos. Pues resulta que ese en el que viajamos parecía un tren pollero. Era tal la cantidad de gente que se subió en Viena que muchos de ellos iban parados. Literal. Piensen en el Metrobus en horas pico y se darán una idea (bueno, a lo mejor exageré un poco pero sí que iba lleno y con mucha gente parada en los pasillos o en las conexiones entre vagones).
Estación del tren en Budapest |
En fin, llegamos a Budapest ya caída la noche (lo cual no significa que sea muy tarde porque recuerden que era en invierno) y lo primero que nos sorprendió fue la estación del tren. Parecía sacada de una litografía del siglo XIX. Nada que ver con las que habíamos visto en Praga y en Viena en ese mismo viaje. Parecía que por ahí no hubiera pasado el tiempo.
Tras comprar unos cuantos florines, la moneda local (¡por fin una moneda que vale menos que el peso!), salimos a preguntar, con mapa en mano, cómo llegar al hotel Benczúr. A duras penas unos policías nos indicaron cuál camión teníamos que tomar y por supuesto que nos equivocamos de sentido, así que al llegar a la terminal de esa línea tuvimos que bajarnos y esperar al que nos llevara de en el sentido opuesto.
El hotel estaba situado en un hermoso barrio de la antigua ciudad de Pest, atravesado por la avenida Andrássy que a mi, en lo personal, me recordó las fotografías antiguas de la colonia Juárez o la colonia Roma en la ciudad de México, con grandes mansiones de arquitectura ecléctica en diversos estilos. Sin embargo, la situación del barrio era un tanto extraña, pues uno podía ver varias embajadas instaladas ahí haciendo pared con casas totalmente abandonadas. Hasta daban ganas de llegar como paracaidista a alguna de ellas.
Una casa en el barrio del hotel |
Una vez instalados, salimos a la calle y nos dirigimos a la avenida Andrássy, donde tomamos la famosa línea 1 del metro para dirigirnos al malecón del Danubio. Las estaciones conservan el diseño que se les dio en 1896, cuando fueron inauguradas, pero lo mejor son los trenes. He estado en muchos metros del mundo y si algo tienen todos en común es el tamaño de los convoyes. Los vagones suelen ser grandes y los convoyes bastante largos. En Nueva York, por ejemplo, incluyen trece vagones. Los de Budapest parecen sacados de una película antigua. Más que vagones de metro parecen tranvías, tienen de tamaño la cuarta parte de un vagón de metro normal y los convoyes sólo llevan tres. ¡Genial! Pero lo mejor es que nunca nos tocó lleno. Siempre encontramos asiento. También recuerdo que íbamos diciendo en voz alta el nombre de las estaciones que pasábamos y un grupo de jóvenes húngaros, cada que decíamos uno, se morían de la risa. No sé si era por nuestro acento mexicano o por lo bien que pronunciábamos los nombres. Me inclino más por lo último. Por cierto, ¡no lo van a creer! La primera estación de esta línea se llama Mexikói út, que en buen español significa "camino mexicano".
Línea 1 del metro de Budapest |
Salimos del metro en la estación Deák Ferenc tér para caminar por la calle Váci, una hermosa calle peatonal llena de comercios y restaurantes ubicados en edificios de los siglos XVIII y XIX. Entramos a una tienda de regalos y ¡sorpresa!, el dueño, un joven húngaro, nos comienza a hablar en perfecto español mexicano. Resulta que su esposa era de Guadalajara. De verdad que los mexicanos estamos en todos lados.
Cenamos en el restaurante Sörforras, que ofrecía en su menú platillos húngaros. Probamos la tradicional sopa Goulash, hecha con verduras y ternera, el pollo a la paprika y un salmón con yogurt. Después continuamos caminando por la calle Váci para salir luego a la orilla del Danubio. Ahí la vista fue simplemente espectacular. Se podía ver el Puente de las Cadenas, el Castillo de Buda y el Parlamento, todo completamente iluminado. Bellísimo. Nos quedamos un rato contemplando la vista y después regresamos, una vez más por la línea 1 del metro, al hotel, cansados pero con ganas de ver la ciudad de día.
Calle Váci |
Restaurante Sörforras |
(continuará)
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